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Luis Abramovich: “El fútbol argentino te escupe hacia afuera: cuando salís del sistema es muy difícil volver a entrar”

Quedó en la memoria. Muchísimos hinchas de Boca y de otros clubes recuerdan esta formación de 1987, la que en su camiseta exhibía la histórica publicidad de Fate: Gatti; Abramovich, Higuaín, Musladini y Hrabina; Melgar, Carrizo y Tapia; Graciani, Rinaldi y Comas. En la posición de lateral derecho entregaba el corazón Luis Ernesto Abramovich, que un año antes había venido de Chacarita, donde había sido ídolo por sus dos ascensos con la entidad funebrera. “La gente se sigue acordando de aquel equipo de Boca y de mí aunque hayan pasado añares. Antes había otro sentido de pertenencia. Hoy, en cambio, mirás montones de partidos de todo el mundo en cualquier plataforma y pasás de una final a la siguiente de un día para el otro. En mi época de jugador, todo quedaba muy arraigado en los hinchas porque no había tanta oferta”, reflexiona con LA NACION el exfutbolista de 62 años, que busca reinsertarse en el fútbol después de su paso por las divisiones formativas del club xeneize. Y que también, está dolido por la muerte de César Luis Menotti, uno de los técnicos que le dejó una huella en su carrera.

El Ruso no fue una estrella, pero sí un defensor muy útil para cualquier técnico. Tenía buen manejo de pelota y se desempeñaba de manera indistinta por el lateral derecho o izquierdo, aunque principalmente jugaba de 4. Vivió una etapa de “vacas flacas” en Boca, como él describe, en un período tan pasional –y violento- del fútbol argentino como lo fue la segunda parte de los ‘80 y principios de los ‘90. Disputó 200 partidos con la casaca azul y oro y ganó menos títulos de los que hubiese querido, pero nadie le quita la fascinante vibración que sintió durante aquellos días en la Bombonera y de visitante, con sus rulos al viento y su afán casi obsesivo por recuperar el balón, integrando equipos a los que todo les costaba demasiado.

En agosto de 2018, Abramovich superó un trago amargo en el plano judicial: junto con el ex legislador rionegrino Rubén López fue absuelto por un tribunal que los juzgó por un delito de abuso sexual. En noviembre de 2016 había visitado una peña xeneize en Cipolletti, Río Negro, y meses después quedó imputado tras una denuncia; un episodio que paralizó su vida y le impidió hasta ahora volver al fútbol, pero que dejó definitivamente atrás después de que la causa se cayera por falta de pruebas. Separado y con dos hijos, hoy se actualiza y se nutre del deporte que lo volvió una figura pública. Además, cobija en su casa de zona norte a su hermano, entusiasta hincha de River, que tiene una discapacidad intelectual.

-En tus primeros meses en Boca fuiste protagonista de aquel partido considerado una “hazaña”: cuando superaron 4 a 1 a Newell’s en Rosario, después de la derrota 2 a 0 en la Bombonera, en la serie final de la Liguilla pre-Libertadores de 1986.

-Esa fue mi primera gran experiencia en Boca, porque había llegado al club hacía poco. Y haber ganado la Liguilla en aquel junio de 1986 resultó algo increíble, como si hubiéramos ganado un torneo, no te miento. Nos llevamos un partido épico en Rosario durante la disputa del Mundial de México. Y después volvimos por la Panamericana viendo películas y escuchando música, mientras toda la gente nos seguía con los autos alrededor del micro yendo hacia la Bombonera. Cuando llegamos a la cancha de Boca, el campo de juego estaba repleto, la gente nos llevó en andas y nos hizo sentir como reyes. Ahí terminé de entender lo que era el Mundo Boca. Claro que hoy no se podría hacer: con la comunicación que hay no se podría ni llegar al estadio, como pasó con la selección argentina después del último Mundial. Los hinchas xeneizes querían disfrutar de algún triunfo, llámese como se llamare.

-Y en aquellos festejos en Parque Independencia, a Claudio Scalise se le ocurrió quitarse la camiseta de Boca para exhibir la de Rosario Central que tenía debajo…

-Fue muy raro lo de Scalise; le hicimos poner la camiseta de Boca enseguida. “¡No, no, pará, que la gente nos va a matar!”, le rogábamos a Claudio. Todavía no sé cómo nos salvamos de la hinchada de Newell’s. La realidad es que todo nos costaba un montón como equipo y la pasión se veía reflejada en esas situaciones. Hoy es todo muy vertiginoso y una noticia te tapa a la otra. En aquella época, eran los únicos momentos que la gente de Boca esperaba: no había celulares y no dudaba en ir a la Bombonera a verte para idolatrarte.

-¿Cómo asumiste toda esa idolatría?

-Si bien está bueno que te reconozcan y vanaglorien, siempre miré el tema con cuidado porque nunca me la creí. Son momentos para disfrutarlos, claro. Era bajo perfil, pero eso sí: habré sido uno de los pocos de aquella época, junto con Diego Latorre, que tenía un personal trainer. Eran entrenamientos personalizados complementarios que hacíamos fuera del club. Y me acuerdo que este preparador físico me decía: “Vos tenés que mostrarte y venderte, ¡estás en la primera de Boca!” Todo bien, pero mi instinto era creerme uno más, así es como soy en la vida.

-¿Y qué te hacían sentir los hinchas en la calle?

-Ahí era increíble porque no podías salir a la vereda. Cada dos personas, una te reconocía. Vivía en el barrio de Belgrano y después me pude comprar el primer departamentito en Saavedra. Como eran pocas las plataformas de comunicación y la gente solo miraba los noticieros y escuchaba la radio, los nombres de los futbolistas eran más o menos siempre los mismos. Hoy, un futbolista juega un año en un club, se va y la gente se olvida. Yo estuve 6 años y medio en la primera de Boca y quedé registrado en la memoria de la gente, que te reconocía. No podías salir a ningún lado. Y ni hablar en la previa de los clásicos: “¡Ruso: hay que ganar, meta huevo!”, me pedían. Te metían presión y había que saber digerirla. La habilidad era minimizar esa presión para que no atrapara tu atención y pudieras dormir tranquilo.

-¿Y cuando entrabas a la cancha?

-Chau, ahí se te iba todo. No veíamos la hora de entrar. Cada jugador te puede describir de una u otra forma esa tensión que se te genera en la panza en los momentos previos. Eso existe, porque sabés que si ganás podés ser más ídolo. Y que si te va mal, viene la angustia. Pero cuando pisás el césped se te va todo. Por suerte, la gente de Boca siempre alentó; yo creo que nunca cambió. Bueno, tenemos una situación reciente con Independiente muy explosiva en el último torneo. En ese contexto no se puede jugar, es un escenario supertenso.

-¿Qué respaldo anímico tenían frente a esa exigencia de los hinchas?

-En la época del Cai Aimar tuvimos la primera experiencia con un psicólogo, Oscar Mangione, y hoy todo el mundo utiliza el coaching. Mangione fue un pionero, pero también era muy resistido en un principio. En las tribunas bajaba ese cántico de “¡Hay que ganar!”, pero te tenía que ir muy mal en el torneo para llegar al extremo de escuchar el “¡Hay que ganar porque si no van a cobrar!”. Me acuerdo que Quique Hrabina se tiraba de cabeza y la gente se desesperaba, se volvía loca. Entonces yo pensaba: “Bueno, es por acá, así hay que jugar en este club”. En mi posición de lateral, siempre tuve un despliegue generoso de ida y vuelta y la gente se levantaba cuando recuperabas la pelota, que en ese entonces era más pesadita; era más difícil levantarla para tirar buenos centros.

-O sea que nunca jugaste bajo un clima irrespirable.

-No, pero sí me tocó ver algunos compañeros a quienes tenían de punto. Recuerdo a Daniel Tapia, que por ahí no le salía una jugada y el tipo igual intentaba y volvía a intentar. Lo destaco ya que siempre se mostraba para jugar. No le perdonaban una porque era un jugador exquisito; el paladar de Boca era más de correr, meter y morder. Lo bueno es que Dany nunca se escondió, siempre la pedía. Es que la gente se la agarraba con el jugador que supuestamente tenía que solucionar el partido, pero con Latorre no pasaba lo mismo. Con Tapia nos matábamos de risa porque le decíamos: “¡Tenés una moral, hijo de p…!”. Realmente mostraba una gran personalidad.

-¿Y en cuanto al juego de Boca en los distintos ciclos en los que participaste?

-Era una época en Boca de mucho desorden táctico. Fuimos adquiriendo un poco de orden con Menotti y después con Aimar, pero el DT que nos elevó más y mejor tácticamente fue Oscar Tabárez. Hoy existen muchas más herramientas para el análisis que, después, hay que saber comunicarles al jugador para que las entienda. En aquel entonces, a veces corríamos por demás. Y con el desorden táctico no había físico que aguantara, con el riesgo de que le cayera la bomba luego al preparador físico. Había desorden, sí, pero al mismo tiempo mucha entrega.

-¿Cómo se vivió la interna del plantel cuando José Omar Pastoriza decidió sacar del arco a Hugo Gatti después de su macana en la derrota por 1 a 0 contra Deportivo Armenio, en la primera fecha de la temporada 88/89?

-El Loco era un tipo muy carismático, pero -con el gran aprecio que le tengo-, también era bastante individualista. De hecho, íbamos a jugar los partidos amistosos entre semana a todas las provincias porque había una cláusula que indicaba que tenía que estar él, entonces era lógico lo que le pasaba. Gatti quería ser siempre un poco la estrella, con toda su historia a cuestas. Quería ser el último hombre del equipo, más que el arquero, y nos empujaba desde su área. Tuvo una época en la que sus errores ya eran “flagrantes” y bueno… ahí el Pato Pastoriza lo sacó y puso a Navarro Montoya al siguiente partido. El Mono dio la talla, porque le ganamos a River en el Monumental en la fecha siguiente y se quedó con el puesto.

-¿Pero cómo reaccionaron ustedes frente a un reemplazo tan importante?

-No nos pusimos en contra del cambio, teníamos que aceptar la decisión de Pastoriza porque había una razón deportiva. Al mismo tiempo la hinchada apoyó al Pato, un tipo que sabía manejarse ante los distintos estamentos. Además, antes de aquel partido contra Armenio habíamos jugado la final de una Liguilla ante Platense en cancha de Ferro y el Loco salió como si fuera un líbero, como hacía siempre, mientras yo venía en retroceso en diagonal para marcar a Alfaro Moreno. ¿Cuestión? Nos chocamos y el delantero hizo el gol sin marcas… Pero como plantel no tomamos ninguna medida, fue un reemplazo lógico. No se armó una interna en el vestuario por este tema de Gatti.

-¿Y vos en algún momento te sentiste relegado?

-Sí, de hecho el Pato un día me sacó. Yo no venía bien físicamente, un día entramos juntos en el ascensor y me dijo: “Luis, mirá que mañana vas al banco, entra Stafuza. Lo voy a poner a Gustavito porque no te veo bien, recuperate”. A alguien que te va de frente así, no le podés decir nada. Esas actitudes te generan mucho respeto y aparte era cierto: yo no estaba bien en lo físico. Otro mérito de Pastoriza era que sabía ubicar a los jugadores en la cancha. Después, en lo extrafutbolístico, tenía unas relaciones periféricas de las que yo no estaba muy de acuerdo porque hacía algunos manejos, pero entrar en detalles después de tanto tiempo no tiene sentido.

-El 22 de diciembre de 1988, ustedes visitaban al puntero, Racing, y los hinchas de la Academia arrojaron un petardo en el entretiempo que impactó al lado de Navarro Montoya. Al final, el árbitro suspendió el partido. ¿Cómo viviste aquel episodio en el Cilindro?

-Fue lamentable, hubo mucha conmoción. Aunque creo que se tendrían que haber completado esos 45 minutos restantes, ésa era la idea general del plantel. Si no, estás en manos de que cualquiera tire algo y haya una suspensión, pero los partidos hay que ganarlos en la cancha. Después, nos terminaron dando los tres puntos en el escritorio y le quitaron dos a Racing. Más allá de eso, Navarro Montoya se consolidó, hasta hacía “La de Dios”. Se copiaba un poco de Gatti. Siendo yo defensor, era impactante verlo sacar pelotas y cómo resolvía los mano a mano. Te daba mucha tranquilidad y no le tenía miedo al tipo que le iba a definir en el área. Una fiera, el Mono.

-Hasta el día de hoy persiste la duda si en la etapa de grupos de la Copa Libertadores de 1991, Boca arregló un empate con Oriente Petrolero para dejar afuera a River. ¿Qué pasó ahí?

-No fue algo premeditado y tampoco nadie se acercó a pedirnos algo. Me acuerdo que en el primer tiempo nos erramos cuatro o cinco goles; tendríamos que haber estado ganándolo. Ya en el descanso, en el túnel, empezamos a hacer cuentas y nos dimos cuenta de que el perdedor debía jugar un último partido de desempate. Así que fuimos a buscar el partido, pero no de manera desmesurada como en los primeros 45, porque podíamos perderlo. Así que empatamos y nos clasificamos. Después, el morbo estuvo presente y se lo relacionó con cosas negativas, pero nada que ver, no hubo nada raro.

-En las semifinales de esa misma Copa Libertadores se desató en Santiago de Chile aquel escándalo entre Boca y Colo Colo. ¿Cómo fue?

-No sentí que estuviera todo orquestado para que Colo Colo llegara a la final, como podría pensarse. Pero alrededor del campo había mucha gente que no tenía por qué estar, eran unas 200 personas. Periodistas había solo 20. Hoy, eso no podría pasar porque hay muchas más cámaras. No sé si fue Alfredo Graciani o el Turco Apud; pasó que a uno de los dos no le daban la pelota en el lateral, se la ninguneaban y ahí se armó la batahola, fue un episodio triste. Aunque insisto: no creo que haya sido algo preparado para sacarnos del partido, pero se dio así. En lo particular, a los 10 minutos del segundo tiempo estábamos 0 a 0 y Marcelo Barticciotto se me cayó encima. Tuve que salir porque se me rompió un ligamento; enseguida sentí un fuego tremendo en una rodilla. Terminamos perdiendo con dos goles que vinieron a mis espaldas, como si hubiese seguido jugando yo. En mi lugar, en el lateral derecho actuó Chiche Soñora, que en realidad era más volante. Creo que ahí el Maestro se equivocó.

-¿Y de la trifulca en sí qué recordás? Quedó aquella imagen del perro policía atacando a Navarro Montoya…

-Varios de mis compañeros reaccionaron con golpes y también los carabineros agredieron a Tabárez. Tuvimos que ir a la comisaría a hacer la denuncia y esperamos no sé cuánto tiempo para irnos todos juntos. Yo estaba con la rodilla así de hinchada y andaba con un cortaplumas porque los hinchas chilenos querían subirse al micro; por lo menos me iba a defender porque estaba lleno de simpatizantes de Colo Colo y había muy poca policía. Cuando nos fuimos, en todo Chile estaban escuchando el relato por radio de nuestro trayecto en el ómnibus y nos puteaban y tiraban cosas en todas las esquinas, algo nunca visto. El primer gran error es que hubo 200 personas que no debieron estar ahí alrededor del campo. Hoy, todo sería más fácil con las imágenes y no hubieran permitido eso. En 1991, lamentablemente, no se nos alinearon los planetas en lo futbolístico…

-¿Qué sabor te quedó?

-Fue un año muy triste para mí; creo que habrá sido el mejor equipo que logramos formar: estaban Batistuta, Latorre, Giunta, el Mono, Simón y muchos otros. Se sabía que el que ganaba esa llave era campeón de la Copa Libertadores y de hecho fue Colo Colo. Fue algo que me quedó atragantado porque pudimos haber ganado la Libertadores y quién sabe una Intercontinental. Fue el momento más cercano a la gloria internacional. Ese mismo año salimos campeones en forma invicta en el torneo local, con apenas seis goles en contra, y ahí se llevaron a Batistuta y a Latorre a la selección para la Copa América. Me acuerdo que había dado la vuelta olímpica con mi hijo, tapa de El Gráfico, todo. ¡Campeones! Después, perdimos ante Newell’s por penales, en esa final inventada entre los ganadores de ambos torneos, con una cancha embarrada. Ese fue mi partido más triste en Boca porque hacía un mes y pico nos habíamos quedado fuera de la Libertadores. Ahí me cayeron las fichas de que en definitiva no habíamos ganado nada. Podríamos haber tocado el cielo y nos quedamos sin títulos. Entré al vestuario llorando.

-Realmente todo se le hacía demasiado cuesta arriba a Boca para atrapar algún título.

-Ya con Juan Carlos Lorenzo no habíamos tenido una experiencia positiva en la temporada 87/88, no hubo una buena comunicación con el plantel y el Toto duró poco, pese a sus enormes logros anteriores. Fue una época de vacas flacas a nivel títulos. A veces uno quiere esconderlo, pero es la verdad. Yo quería dar todo, me acuerdo que pasaban los años y no podíamos conseguir ese logro deportivo tan ansiado. Buscaba esforzarme y me concentraba cada vez más; participaba colectivamente para que llegaran los triunfos, pero bueno… las alegrías se postergaban. Vinieron algunos títulos, pero no a la medida de Boca. Y comparativamente con lo que arrancó a partir de la época de Carlos Bianchi, parece que lo nuestro no fue nada.

-Además, Boca traía de arrastre una grave crisis económica, con su pico en 1984.

-El primer contrato que firmé, en 1986, era un sueldo para poder vivir bien pero nada más, no me daba para juntar mucha plata. Ni siquiera había primas. En su lugar me dieron un Peugeot 505 modelo ‘83. Esa era la coyuntura económica cuando llegué al club. Después sí aparecieron las primas y fueron aumentando progresivamente: primero 10 mil dólares, después 15 mil, luego 25 mil… Justamente lo que había que guardar e invertir era el dinero en concepto de prima y ahí me fue muy mal, porque sufrí una estafa cuando puse plata en una financiera y perdí 150 lucas. Algo increíble, me quería matar, pero en ese momento ya formaba parte de Racing, no estaba en Boca. El Flaco Menotti nos decía: “Ustedes dedíquense a jugar, no piensen en la plata”. Lamentablemente me equivoqué en eso. Vos jugás un año ahora y te podés comprar tres departamentos. ¡Pero seguro!

-¿Y qué otras cosas recordás de lo que incluía el contrato?

-Adidas te hacía tres entregas de prendas al año. Te daba un sueldo todos los meses, como si fueran hoy 500.000 pesos, más la ropa. Pero eran dos buzos, dos pares de zapatillas, dos remeras, pantalones y medias, tampoco era que te llenaban de indumentaria. No había camisetas para regalar. Y si dábamos una, teníamos que pagar el juego completo, entonces nadie daba esas camisetas. En ese momento, el vicepresidente Carlos Heller era durísimo para las negociaciones, pero tenía los argumentos lógicos para sacar el club adelante.

-Para los que hoy tienen 50 años de edad para arriba, la década del ‘80 se la ve como muy pasional del fútbol argentino.

-Me acuerdo cuando el programa Fútbol de Primera se pasó de ATC a Canal 13 y me vinieron a buscar para un slogan promocional. Tenía que decir: “Vea Fútbol de Primera en Canal 13″. Y yo tenía temor de participar porque sentía que estaba defraudando a ATC, lo único que había hasta ese momento. Hasta le pregunté a mi psicólogo si debía hacerlo. Los domingos a la noche volvíamos a nuestras casas después de jugar, no seguíamos en las concentraciones. No veíamos la hora de subirnos al auto y volver con nuestras familias. A la noche esperábamos ansiosos para ver Fútbol de Primera en la tele y ni hablar el lunes de El Gráfico, el único medio escrito deportivo que existía más allá de los diarios. Y no vamos a ser hipócritas: también esperábamos los puntajes. Por suerte, siempre me ponían entre 6 y 7, mi ex suegro me juntaba todos los recortes. Yo era muy regular de rendimiento y a otros por ahí los mataban…

-¿Qué anécdota tenés con El Gráfico?

-Un miércoles llevé la revista al entrenamiento y un periodista que era muy bravo había escrito que Boca tenía muchos “gladiadores” como Hrabina, Higuaín, Pasucci, Krasouski, y también puso que “el único de los defensores que quiere salir jugando con la pelota es Abramovich”. Les mostré la nota a los defensores y les dije en broma: “¡Ayúdenme con las salidas, muchachos!”. Fue algo in your face y me querían matar… Pero bueno, esas situaciones risueñas eran una válvula de escape, pequeños chistes durante las prácticas para atenuar el clima, porque siempre sentíamos mucha presión.

-¿Qué pasaba por tu mente cuando terminabas un ciclo con Boca y no llegabas al objetivo?

-La mochila nos resultaba cada vez más pesada, era así. Además, yo llegué a Boca y a los meses, River se consagraba campeón del mundo. Me quería morir. Con el tiempo vas aceptando que las cosas no salieron del todo bien, pero disfruté de esos momentos y del reconocimiento de la gente hasta el día de hoy. Hay que tener en cuenta que en aquella época, jugar en Boca era lo máximo. Sacando excepciones, ningún jugador argentino era vendido a Europa y había muy pocos representantes. Uno iba y peleaba el sueldo por su cuenta y corría con desventaja. Hoy, en cambio, existe toda una industria del fútbol y está bien. Evolucionó y ahora se disponen de muchas más herramientas.

-¿Se jugaba mejor en tu época o ahora?

-No quiero caer en la frase de que todo tiempo pasado fue mejor. Es más: creo que hoy se juega a un nivel más alto. En la actualidad, a partir del videoanálisis, observás todos los detalles. Después se lo mostrás al plantel y a cada jugador, para luego aplicarlo correctamente en la cancha. Ojalá yo hubiera tenido estas herramientas como jugador y que me dijeran: “Mirá Luis, fijate los últimos 10 partidos que jugó el delantero que tenés que marcar el domingo y para dónde sale”. Siento que desde lo táctico se creció en forma infinita. En ese sentido, el Maestro Tabárez fue un pionero porque era muy didáctico con cada ejercicio: te mostraba en el pizarrón algún déficit y cómo corregirlo. Explicaba muy bien; incluso trabajaba las distancias específicas por puestos. Además, en una pizarra gigante te enseñaba lo que iba a hacer el equipo: vamos a hacer esto, esto y esto. Para nosotros era una sorpresa total, fue con el DT que más aprendí desde lo táctico… y por algo llegó adonde llegó como técnico.

-¿Y cómo era el Flaco Menotti?

-Apelaba mucho a lo emocional, te levantaba el ego, era espectacular cómo te hacía sentir. Te sacaba la presión. Una anécdota: media hora antes de un superclásico, ya concentrados en el Monumental, yo estaba mirando desde el ventanal hacia el campo de juego y las tribunas. De repente, el Flaco se me acerca desde atrás y me pregunta: “¿Qué pasa?”, pensando que por ahí estaba nervioso. Y me agrega: “Escúcheme: cuando llegue a tres cuartos de cancha mándese y encare al grandote”. El grandote era Ruggeri. “Tírele un caño”, me animaba. Un tipo muy astuto que te liberaba de la presión; su mayor virtud era jerarquizarte y que vos desplegaras tu máximo potencial. También nos motivaba: “Traten de salir a la cancha en positivo, diviértanse, vos podés hacer esto y lo otro…”. Te metía fichas y lo que te decía, te llegaba.

-Pero estaba muy ensimismado con la táctica del achique para dejar en offside al rival y Boca lo pagó muchas veces con goles…

-Sí, ése fue un error. Es un punto negro que se tendría que haber limado y preparado mejor. Sucedía que el Flaco trabajaba más el equipo del medio hacia adelante. Es más: cuando volvió a Boca en 1993/1994 para su segundo ciclo yo ya me había ido, pero varios muchachos estaban enojados con él. En su momento escuché que había mucha disconformidad por la insistencia del DT respecto del achique. Pero después, al Flaco no le podés achacar nada. No, no…, el tipo era un monstruo. Los tuve a Menotti y a Angel Cappa, que era su asistente. Eran dos filósofos. ¿Sabés lo que eran hablando? Parecían Sócrates y Platón. Cuando éramos jovencitos teníamos una preparación intelectual medio precaria, y cuando los escuchabas te quedabas así (pone cara de sorprendido). Eran ensayos de filosofía.

-Jorge Alberto Comas era un delantero muy picante al que se le perdió el rastro cuando se fue a jugar a México, pero los hinchas lo adoraban.

-Comitas era loco, loco. Era complicado: terminaba el partido el fin de semana y siempre pedía permiso para irse a Paraná… pero volvía dos días después. Terminaba jugando igual porque resultaba desequilibrante arriba. Después se fue a jugar a Veracruz de México y lamentablemente, con el tiempo, tuvo una situación de violencia y problemas con la ley. Pero sé que ahora estaba estable. Quique Hrabina nos reenvió algunos audios a un grupo de Whatsapp que tenemos los exBoca y anda bien, aunque luchándola. Es que cuando salís del fútbol y no pudiste hacer bases sólidas en lo económico, se complica.

-¿Y cómo fue compartir un plantel con Gabriel Batistuta?

-Hasta el día de hoy estamos en contacto con él en ese mismo grupo de Whatsapp y es de sumarse con mensajes. Eramos muy compinches, concentrábamos juntos y bromeábamos todo el tiempo haciéndonos los “pai”, basados en aquel sketch del “Club 2,50″ del programa Peor es Nada, de Jorge Guinzburg. Bati me pedía cospeles para llamar a Rosario por teléfono público y terminó multimillonario… las vueltas de la vida.

-En tu etapa en Belgrano de Córdoba, después de jugar en Boca y Racing, te tocó enfrentar a Maradona, que había llegado a Newell’s. ¿Cómo fue esa experiencia?

-Ya cuando Diego había sido sancionado por doping en Nápoli vino a entrenarse un mes a Boca con nosotros, durante el ciclo de Tábarez. Era un imán, enseguida se hacía querer. Cuando era futbolista, todos los jugadores querían jugar con él porque el tipo te dignificaba y peleaba por vos. Lo que pasa es que con el árbol caído, todo se distorsionó. Haber estado con él en el vestuario fue inolvidable. Aparte, te lo cruzabas y te saludaba antes que vos a él. “¡Qué hacés, Ruso!”. Te anticipaba y eso que veía a un millón de personas, era una computadora.

-¿Y cómo fue aquel partido?

-En un momento me toca arrimarme en un sector de la cancha, Diego estaba ahí boyando como delantero hacia el lado izquierdo, mientras yo me ubicaba de cuatro. Cuando lo fui a marcar me empezó a preguntar: “¿Qué hacés, Ruso, todo bien?”. “Y sí, yo acá todavía luchando en Belgrano”, le respondía. Pero tenía terror a que me encarara. “Una de dos: me limpia, o si le saco la pelota me va a dar vergüenza”, pensaba. Diego fue nuestro Norte, la bandera, más allá de lo extradeportivo, en donde tengo diferencias con él. Era increíble las gambas que tenía, sus cuádriceps eran más del doble que los míos, era Astroboy.

-¿Sufriste el retiro del fútbol?

-Sí, sí, sí. Tuve un vacío. No es como ahora, que por ahí, siendo exfutbolista, te queda mucha plata y podés dedicarte a hacer negocios. En ese momento no había muchos recursos y te quedabas afuera del sistema. Cuando vos jugás, el fútbol inevitablemente te sube. Y cuando desaparece todo eso las notas escasean, la gente te reconoce menos y bueno… el tiempo pasa. En el primer año después del retiro definitivo en Chacarita, en 1997, me pasó que no quería ver un solo partido por TV porque sentía que el fútbol me había dejado afuera. Consideraba que estaba para seguir jugando, pero en aquel entonces ya era complicado con más de 33 años. Tenía 34 y resultaba complicado seguir. Hoy, los jugadores manejan otros tiempos.

-¿Y qué hiciste en un primer momento?

-Empecé un emprendimiento con mi exsuegro en una fábrica de alfajores. Como era “Abramovich” se me abrieron puertas en distintos negocios y supermercados para la venta y todo el mundo me compraba. Y eso es un montón. En su momento le había prestado algún dinero a mi suegro para que iniciara el negocio y después nos asociamos. Él manejaba la planta y yo estaba en la logística y en la venta. Duró más o menos hasta 2012, coincidió algunos años con mi trabajo en Boca con los juveniles y pude tener buenas entradas económicas. Estaba ocupado con ese emprendimiento, aunque cuando pasaba por el club y veía las canchas y los centros de entrenamiento, pensaba: “¿Qué hago acá? “¡Yo tengo que estar enseñando fútbol!”. Realmente sufrí el retiro, hasta que un día lo terminé aceptando.

-¿Cómo fue tu etapa trabajando como técnico en Boca?

-Estuve en dos etapas en el proceso formativo del club. Entre 2005 y 2006 en séptima y octava división, y después de 2011 a 2017 en quinta. Además dirigí un selectivo Sub 18 y coordiné un programa de entrenamientos específicos a jugadores de distintas divisiones bajo las órdenes de Coqui Raffo, el coordinador general. La formación es integral, no solo en lo deportivo. La idea es que se desarrollen como persona y que tengan complementariedad escolar, porque solo llega a primera división el 3% de los chicos. De los 30 que tenés en un plantel de la cuarta o de la quinta división, capaz llegan dos o tres, no más. Antes, los chicos caían en la delincuencia o en la droga porque sentían que se les terminaba la vida. O había varios suicidios.

-¿Cómo es tu vida hoy?

-Estoy viendo posibilidades para dirigir, me apasiona sobre todo lo profesional. Tuve mucha capacitación para poder ser coordinador de juveniles y estuve yendo a los entrenamientos de Diego Martínez cuando era DT de Tigre. O sea: quiero estar en el fútbol, pero es muy difícil… Una vez escuché la frase de que “el fútbol te escupe hacia afuera”, y es así. Hay que abrir esa llave, no solo con tu capacidad, sino con las relaciones y los contactos, que son importantes, lamentablemente. Es conocer a alguien y que te escuche la propuesta. El fútbol argentino es muy, muy complicado: lo más complicado es abrir esa puerta, más allá de que estuve a punto de irme a dirigir a América Central. Cuando salís del sistema, es muy difícil volver a entrar. Pero siempre estoy capacitándome y ahora voy a empezar un curso de inteligencia artificial para estar actualizado. Lo bueno es que tengo el suficiente equilibrio mental como para no bajonearme si no aparecen ofertas.

-Hace unos años causaste polémica al opinar de las diferencias arbitrales entre Boca y River.

-Es que el Mundo Boca sufrió ese sesgo. Aseguré que River debería tener dos Copas Libertadores menos, la de 2015 y 2018, aunque sin quitarle mérito a Gallardo, un gran entrenador. Cuando lo dije tuve muchísimos ‘Me gusta’ en Instagram, pero también mensajes interminables de los hinchas de River. “¿Y vos quién sos?”, me ponían. Me reí mucho con este tema en las redes. Pero sentí que había una doble vara a favor de “los primos” y en las más importantes nos perjudicaron. Por ejemplo, no hubo nadie que explicara la expulsión de Barrios en la final de 2018 en Madrid. El colombiano fue a buscar la pelota y Palacios aprovecha para derrapar de manera antinatural. ¿Qué culpa tenía el jugador de Boca? ¿De qué jugada peligrosa me hablan? Fue un error garrafal del árbitro, además de que la clasificación de River en el transcurso de la Copa estuvo viciada de varios fallos polémicos. Y en 2015, el partido del gas pimienta debió haber continuado. Es cierto que Boca estaba jugando remal. Pero no es solo por un partido, después, nos cagaron a patadas, tendrían que haber echado a Vangioni… Juro que trato de ser objetivo, si bien lo que viví en Boca me generó lazos que todavía perduran.

-¿Cómo atravesaste aquella causa por abuso sexual, en la que fuiste absuelto?

-Fue una acusación falsa, una infamia, en la que me usaron para amplificar una causa armada hacia un político. Me agregaron al caso dos meses después, utilizando mi pasado como jugador de Boca y lo que de eso trasciende. La causa terminó en la nada porque fue armada y sin nada que probar, solo hubo acusaciones falsas.

-¿De qué forma lo manejaste?

-Con la verdad y la tranquilidad de conciencia, el apoyo de mis hijos, novia y ex esposa. Solo había que esperar a que este tema concluyera, nada más. Y así fue.

Quedó en la memoria. Muchísimos hinchas de Boca y de otros clubes recuerdan esta formación de 1987, la que en su camiseta exhibía la histórica publicidad de Fate: Gatti; Abramovich, Higuaín, Musladini y Hrabina; Melgar, Carrizo y Tapia; Graciani, Rinaldi y Comas. En la posición de lateral derecho entregaba el corazón Luis Ernesto Abramovich, que un año antes había venido de Chacarita, donde había sido ídolo por sus dos ascensos con la entidad funebrera. “La gente se sigue acordando de aquel equipo de Boca y de mí aunque hayan pasado añares. Antes había otro sentido de pertenencia. Hoy, en cambio, mirás montones de partidos de todo el mundo en cualquier plataforma y pasás de una final a la siguiente de un día para el otro. En mi época de jugador, todo quedaba muy arraigado en los hinchas porque no había tanta oferta”, reflexiona con LA NACION el exfutbolista de 62 años, que busca reinsertarse en el fútbol después de su paso por las divisiones formativas del club xeneize. Y que también, está dolido por la muerte de César Luis Menotti, uno de los técnicos que le dejó una huella en su carrera.

El Ruso no fue una estrella, pero sí un defensor muy útil para cualquier técnico. Tenía buen manejo de pelota y se desempeñaba de manera indistinta por el lateral derecho o izquierdo, aunque principalmente jugaba de 4. Vivió una etapa de “vacas flacas” en Boca, como él describe, en un período tan pasional –y violento- del fútbol argentino como lo fue la segunda parte de los ‘80 y principios de los ‘90. Disputó 200 partidos con la casaca azul y oro y ganó menos títulos de los que hubiese querido, pero nadie le quita la fascinante vibración que sintió durante aquellos días en la Bombonera y de visitante, con sus rulos al viento y su afán casi obsesivo por recuperar el balón, integrando equipos a los que todo les costaba demasiado.

En agosto de 2018, Abramovich superó un trago amargo en el plano judicial: junto con el ex legislador rionegrino Rubén López fue absuelto por un tribunal que los juzgó por un delito de abuso sexual. En noviembre de 2016 había visitado una peña xeneize en Cipolletti, Río Negro, y meses después quedó imputado tras una denuncia; un episodio que paralizó su vida y le impidió hasta ahora volver al fútbol, pero que dejó definitivamente atrás después de que la causa se cayera por falta de pruebas. Separado y con dos hijos, hoy se actualiza y se nutre del deporte que lo volvió una figura pública. Además, cobija en su casa de zona norte a su hermano, entusiasta hincha de River, que tiene una discapacidad intelectual.

-En tus primeros meses en Boca fuiste protagonista de aquel partido considerado una “hazaña”: cuando superaron 4 a 1 a Newell’s en Rosario, después de la derrota 2 a 0 en la Bombonera, en la serie final de la Liguilla pre-Libertadores de 1986.

-Esa fue mi primera gran experiencia en Boca, porque había llegado al club hacía poco. Y haber ganado la Liguilla en aquel junio de 1986 resultó algo increíble, como si hubiéramos ganado un torneo, no te miento. Nos llevamos un partido épico en Rosario durante la disputa del Mundial de México. Y después volvimos por la Panamericana viendo películas y escuchando música, mientras toda la gente nos seguía con los autos alrededor del micro yendo hacia la Bombonera. Cuando llegamos a la cancha de Boca, el campo de juego estaba repleto, la gente nos llevó en andas y nos hizo sentir como reyes. Ahí terminé de entender lo que era el Mundo Boca. Claro que hoy no se podría hacer: con la comunicación que hay no se podría ni llegar al estadio, como pasó con la selección argentina después del último Mundial. Los hinchas xeneizes querían disfrutar de algún triunfo, llámese como se llamare.

-Y en aquellos festejos en Parque Independencia, a Claudio Scalise se le ocurrió quitarse la camiseta de Boca para exhibir la de Rosario Central que tenía debajo…

-Fue muy raro lo de Scalise; le hicimos poner la camiseta de Boca enseguida. “¡No, no, pará, que la gente nos va a matar!”, le rogábamos a Claudio. Todavía no sé cómo nos salvamos de la hinchada de Newell’s. La realidad es que todo nos costaba un montón como equipo y la pasión se veía reflejada en esas situaciones. Hoy es todo muy vertiginoso y una noticia te tapa a la otra. En aquella época, eran los únicos momentos que la gente de Boca esperaba: no había celulares y no dudaba en ir a la Bombonera a verte para idolatrarte.

-¿Cómo asumiste toda esa idolatría?

-Si bien está bueno que te reconozcan y vanaglorien, siempre miré el tema con cuidado porque nunca me la creí. Son momentos para disfrutarlos, claro. Era bajo perfil, pero eso sí: habré sido uno de los pocos de aquella época, junto con Diego Latorre, que tenía un personal trainer. Eran entrenamientos personalizados complementarios que hacíamos fuera del club. Y me acuerdo que este preparador físico me decía: “Vos tenés que mostrarte y venderte, ¡estás en la primera de Boca!” Todo bien, pero mi instinto era creerme uno más, así es como soy en la vida.

-¿Y qué te hacían sentir los hinchas en la calle?

-Ahí era increíble porque no podías salir a la vereda. Cada dos personas, una te reconocía. Vivía en el barrio de Belgrano y después me pude comprar el primer departamentito en Saavedra. Como eran pocas las plataformas de comunicación y la gente solo miraba los noticieros y escuchaba la radio, los nombres de los futbolistas eran más o menos siempre los mismos. Hoy, un futbolista juega un año en un club, se va y la gente se olvida. Yo estuve 6 años y medio en la primera de Boca y quedé registrado en la memoria de la gente, que te reconocía. No podías salir a ningún lado. Y ni hablar en la previa de los clásicos: “¡Ruso: hay que ganar, meta huevo!”, me pedían. Te metían presión y había que saber digerirla. La habilidad era minimizar esa presión para que no atrapara tu atención y pudieras dormir tranquilo.

-¿Y cuando entrabas a la cancha?

-Chau, ahí se te iba todo. No veíamos la hora de entrar. Cada jugador te puede describir de una u otra forma esa tensión que se te genera en la panza en los momentos previos. Eso existe, porque sabés que si ganás podés ser más ídolo. Y que si te va mal, viene la angustia. Pero cuando pisás el césped se te va todo. Por suerte, la gente de Boca siempre alentó; yo creo que nunca cambió. Bueno, tenemos una situación reciente con Independiente muy explosiva en el último torneo. En ese contexto no se puede jugar, es un escenario supertenso.

-¿Qué respaldo anímico tenían frente a esa exigencia de los hinchas?

-En la época del Cai Aimar tuvimos la primera experiencia con un psicólogo, Oscar Mangione, y hoy todo el mundo utiliza el coaching. Mangione fue un pionero, pero también era muy resistido en un principio. En las tribunas bajaba ese cántico de “¡Hay que ganar!”, pero te tenía que ir muy mal en el torneo para llegar al extremo de escuchar el “¡Hay que ganar porque si no van a cobrar!”. Me acuerdo que Quique Hrabina se tiraba de cabeza y la gente se desesperaba, se volvía loca. Entonces yo pensaba: “Bueno, es por acá, así hay que jugar en este club”. En mi posición de lateral, siempre tuve un despliegue generoso de ida y vuelta y la gente se levantaba cuando recuperabas la pelota, que en ese entonces era más pesadita; era más difícil levantarla para tirar buenos centros.

-O sea que nunca jugaste bajo un clima irrespirable.

-No, pero sí me tocó ver algunos compañeros a quienes tenían de punto. Recuerdo a Daniel Tapia, que por ahí no le salía una jugada y el tipo igual intentaba y volvía a intentar. Lo destaco ya que siempre se mostraba para jugar. No le perdonaban una porque era un jugador exquisito; el paladar de Boca era más de correr, meter y morder. Lo bueno es que Dany nunca se escondió, siempre la pedía. Es que la gente se la agarraba con el jugador que supuestamente tenía que solucionar el partido, pero con Latorre no pasaba lo mismo. Con Tapia nos matábamos de risa porque le decíamos: “¡Tenés una moral, hijo de p…!”. Realmente mostraba una gran personalidad.

-¿Y en cuanto al juego de Boca en los distintos ciclos en los que participaste?

-Era una época en Boca de mucho desorden táctico. Fuimos adquiriendo un poco de orden con Menotti y después con Aimar, pero el DT que nos elevó más y mejor tácticamente fue Oscar Tabárez. Hoy existen muchas más herramientas para el análisis que, después, hay que saber comunicarles al jugador para que las entienda. En aquel entonces, a veces corríamos por demás. Y con el desorden táctico no había físico que aguantara, con el riesgo de que le cayera la bomba luego al preparador físico. Había desorden, sí, pero al mismo tiempo mucha entrega.

-¿Cómo se vivió la interna del plantel cuando José Omar Pastoriza decidió sacar del arco a Hugo Gatti después de su macana en la derrota por 1 a 0 contra Deportivo Armenio, en la primera fecha de la temporada 88/89?

-El Loco era un tipo muy carismático, pero -con el gran aprecio que le tengo-, también era bastante individualista. De hecho, íbamos a jugar los partidos amistosos entre semana a todas las provincias porque había una cláusula que indicaba que tenía que estar él, entonces era lógico lo que le pasaba. Gatti quería ser siempre un poco la estrella, con toda su historia a cuestas. Quería ser el último hombre del equipo, más que el arquero, y nos empujaba desde su área. Tuvo una época en la que sus errores ya eran “flagrantes” y bueno… ahí el Pato Pastoriza lo sacó y puso a Navarro Montoya al siguiente partido. El Mono dio la talla, porque le ganamos a River en el Monumental en la fecha siguiente y se quedó con el puesto.

-¿Pero cómo reaccionaron ustedes frente a un reemplazo tan importante?

-No nos pusimos en contra del cambio, teníamos que aceptar la decisión de Pastoriza porque había una razón deportiva. Al mismo tiempo la hinchada apoyó al Pato, un tipo que sabía manejarse ante los distintos estamentos. Además, antes de aquel partido contra Armenio habíamos jugado la final de una Liguilla ante Platense en cancha de Ferro y el Loco salió como si fuera un líbero, como hacía siempre, mientras yo venía en retroceso en diagonal para marcar a Alfaro Moreno. ¿Cuestión? Nos chocamos y el delantero hizo el gol sin marcas… Pero como plantel no tomamos ninguna medida, fue un reemplazo lógico. No se armó una interna en el vestuario por este tema de Gatti.

-¿Y vos en algún momento te sentiste relegado?

-Sí, de hecho el Pato un día me sacó. Yo no venía bien físicamente, un día entramos juntos en el ascensor y me dijo: “Luis, mirá que mañana vas al banco, entra Stafuza. Lo voy a poner a Gustavito porque no te veo bien, recuperate”. A alguien que te va de frente así, no le podés decir nada. Esas actitudes te generan mucho respeto y aparte era cierto: yo no estaba bien en lo físico. Otro mérito de Pastoriza era que sabía ubicar a los jugadores en la cancha. Después, en lo extrafutbolístico, tenía unas relaciones periféricas de las que yo no estaba muy de acuerdo porque hacía algunos manejos, pero entrar en detalles después de tanto tiempo no tiene sentido.

-El 22 de diciembre de 1988, ustedes visitaban al puntero, Racing, y los hinchas de la Academia arrojaron un petardo en el entretiempo que impactó al lado de Navarro Montoya. Al final, el árbitro suspendió el partido. ¿Cómo viviste aquel episodio en el Cilindro?

-Fue lamentable, hubo mucha conmoción. Aunque creo que se tendrían que haber completado esos 45 minutos restantes, ésa era la idea general del plantel. Si no, estás en manos de que cualquiera tire algo y haya una suspensión, pero los partidos hay que ganarlos en la cancha. Después, nos terminaron dando los tres puntos en el escritorio y le quitaron dos a Racing. Más allá de eso, Navarro Montoya se consolidó, hasta hacía “La de Dios”. Se copiaba un poco de Gatti. Siendo yo defensor, era impactante verlo sacar pelotas y cómo resolvía los mano a mano. Te daba mucha tranquilidad y no le tenía miedo al tipo que le iba a definir en el área. Una fiera, el Mono.

-Hasta el día de hoy persiste la duda si en la etapa de grupos de la Copa Libertadores de 1991, Boca arregló un empate con Oriente Petrolero para dejar afuera a River. ¿Qué pasó ahí?

-No fue algo premeditado y tampoco nadie se acercó a pedirnos algo. Me acuerdo que en el primer tiempo nos erramos cuatro o cinco goles; tendríamos que haber estado ganándolo. Ya en el descanso, en el túnel, empezamos a hacer cuentas y nos dimos cuenta de que el perdedor debía jugar un último partido de desempate. Así que fuimos a buscar el partido, pero no de manera desmesurada como en los primeros 45, porque podíamos perderlo. Así que empatamos y nos clasificamos. Después, el morbo estuvo presente y se lo relacionó con cosas negativas, pero nada que ver, no hubo nada raro.

-En las semifinales de esa misma Copa Libertadores se desató en Santiago de Chile aquel escándalo entre Boca y Colo Colo. ¿Cómo fue?

-No sentí que estuviera todo orquestado para que Colo Colo llegara a la final, como podría pensarse. Pero alrededor del campo había mucha gente que no tenía por qué estar, eran unas 200 personas. Periodistas había solo 20. Hoy, eso no podría pasar porque hay muchas más cámaras. No sé si fue Alfredo Graciani o el Turco Apud; pasó que a uno de los dos no le daban la pelota en el lateral, se la ninguneaban y ahí se armó la batahola, fue un episodio triste. Aunque insisto: no creo que haya sido algo preparado para sacarnos del partido, pero se dio así. En lo particular, a los 10 minutos del segundo tiempo estábamos 0 a 0 y Marcelo Barticciotto se me cayó encima. Tuve que salir porque se me rompió un ligamento; enseguida sentí un fuego tremendo en una rodilla. Terminamos perdiendo con dos goles que vinieron a mis espaldas, como si hubiese seguido jugando yo. En mi lugar, en el lateral derecho actuó Chiche Soñora, que en realidad era más volante. Creo que ahí el Maestro se equivocó.

-¿Y de la trifulca en sí qué recordás? Quedó aquella imagen del perro policía atacando a Navarro Montoya…

-Varios de mis compañeros reaccionaron con golpes y también los carabineros agredieron a Tabárez. Tuvimos que ir a la comisaría a hacer la denuncia y esperamos no sé cuánto tiempo para irnos todos juntos. Yo estaba con la rodilla así de hinchada y andaba con un cortaplumas porque los hinchas chilenos querían subirse al micro; por lo menos me iba a defender porque estaba lleno de simpatizantes de Colo Colo y había muy poca policía. Cuando nos fuimos, en todo Chile estaban escuchando el relato por radio de nuestro trayecto en el ómnibus y nos puteaban y tiraban cosas en todas las esquinas, algo nunca visto. El primer gran error es que hubo 200 personas que no debieron estar ahí alrededor del campo. Hoy, todo sería más fácil con las imágenes y no hubieran permitido eso. En 1991, lamentablemente, no se nos alinearon los planetas en lo futbolístico…

-¿Qué sabor te quedó?

-Fue un año muy triste para mí; creo que habrá sido el mejor equipo que logramos formar: estaban Batistuta, Latorre, Giunta, el Mono, Simón y muchos otros. Se sabía que el que ganaba esa llave era campeón de la Copa Libertadores y de hecho fue Colo Colo. Fue algo que me quedó atragantado porque pudimos haber ganado la Libertadores y quién sabe una Intercontinental. Fue el momento más cercano a la gloria internacional. Ese mismo año salimos campeones en forma invicta en el torneo local, con apenas seis goles en contra, y ahí se llevaron a Batistuta y a Latorre a la selección para la Copa América. Me acuerdo que había dado la vuelta olímpica con mi hijo, tapa de El Gráfico, todo. ¡Campeones! Después, perdimos ante Newell’s por penales, en esa final inventada entre los ganadores de ambos torneos, con una cancha embarrada. Ese fue mi partido más triste en Boca porque hacía un mes y pico nos habíamos quedado fuera de la Libertadores. Ahí me cayeron las fichas de que en definitiva no habíamos ganado nada. Podríamos haber tocado el cielo y nos quedamos sin títulos. Entré al vestuario llorando.

-Realmente todo se le hacía demasiado cuesta arriba a Boca para atrapar algún título.

-Ya con Juan Carlos Lorenzo no habíamos tenido una experiencia positiva en la temporada 87/88, no hubo una buena comunicación con el plantel y el Toto duró poco, pese a sus enormes logros anteriores. Fue una época de vacas flacas a nivel títulos. A veces uno quiere esconderlo, pero es la verdad. Yo quería dar todo, me acuerdo que pasaban los años y no podíamos conseguir ese logro deportivo tan ansiado. Buscaba esforzarme y me concentraba cada vez más; participaba colectivamente para que llegaran los triunfos, pero bueno… las alegrías se postergaban. Vinieron algunos títulos, pero no a la medida de Boca. Y comparativamente con lo que arrancó a partir de la época de Carlos Bianchi, parece que lo nuestro no fue nada.

-Además, Boca traía de arrastre una grave crisis económica, con su pico en 1984.

-El primer contrato que firmé, en 1986, era un sueldo para poder vivir bien pero nada más, no me daba para juntar mucha plata. Ni siquiera había primas. En su lugar me dieron un Peugeot 505 modelo ‘83. Esa era la coyuntura económica cuando llegué al club. Después sí aparecieron las primas y fueron aumentando progresivamente: primero 10 mil dólares, después 15 mil, luego 25 mil… Justamente lo que había que guardar e invertir era el dinero en concepto de prima y ahí me fue muy mal, porque sufrí una estafa cuando puse plata en una financiera y perdí 150 lucas. Algo increíble, me quería matar, pero en ese momento ya formaba parte de Racing, no estaba en Boca. El Flaco Menotti nos decía: “Ustedes dedíquense a jugar, no piensen en la plata”. Lamentablemente me equivoqué en eso. Vos jugás un año ahora y te podés comprar tres departamentos. ¡Pero seguro!

-¿Y qué otras cosas recordás de lo que incluía el contrato?

-Adidas te hacía tres entregas de prendas al año. Te daba un sueldo todos los meses, como si fueran hoy 500.000 pesos, más la ropa. Pero eran dos buzos, dos pares de zapatillas, dos remeras, pantalones y medias, tampoco era que te llenaban de indumentaria. No había camisetas para regalar. Y si dábamos una, teníamos que pagar el juego completo, entonces nadie daba esas camisetas. En ese momento, el vicepresidente Carlos Heller era durísimo para las negociaciones, pero tenía los argumentos lógicos para sacar el club adelante.

-Para los que hoy tienen 50 años de edad para arriba, la década del ‘80 se la ve como muy pasional del fútbol argentino.

-Me acuerdo cuando el programa Fútbol de Primera se pasó de ATC a Canal 13 y me vinieron a buscar para un slogan promocional. Tenía que decir: “Vea Fútbol de Primera en Canal 13″. Y yo tenía temor de participar porque sentía que estaba defraudando a ATC, lo único que había hasta ese momento. Hasta le pregunté a mi psicólogo si debía hacerlo. Los domingos a la noche volvíamos a nuestras casas después de jugar, no seguíamos en las concentraciones. No veíamos la hora de subirnos al auto y volver con nuestras familias. A la noche esperábamos ansiosos para ver Fútbol de Primera en la tele y ni hablar el lunes de El Gráfico, el único medio escrito deportivo que existía más allá de los diarios. Y no vamos a ser hipócritas: también esperábamos los puntajes. Por suerte, siempre me ponían entre 6 y 7, mi ex suegro me juntaba todos los recortes. Yo era muy regular de rendimiento y a otros por ahí los mataban…

-¿Qué anécdota tenés con El Gráfico?

-Un miércoles llevé la revista al entrenamiento y un periodista que era muy bravo había escrito que Boca tenía muchos “gladiadores” como Hrabina, Higuaín, Pasucci, Krasouski, y también puso que “el único de los defensores que quiere salir jugando con la pelota es Abramovich”. Les mostré la nota a los defensores y les dije en broma: “¡Ayúdenme con las salidas, muchachos!”. Fue algo in your face y me querían matar… Pero bueno, esas situaciones risueñas eran una válvula de escape, pequeños chistes durante las prácticas para atenuar el clima, porque siempre sentíamos mucha presión.

-¿Qué pasaba por tu mente cuando terminabas un ciclo con Boca y no llegabas al objetivo?

-La mochila nos resultaba cada vez más pesada, era así. Además, yo llegué a Boca y a los meses, River se consagraba campeón del mundo. Me quería morir. Con el tiempo vas aceptando que las cosas no salieron del todo bien, pero disfruté de esos momentos y del reconocimiento de la gente hasta el día de hoy. Hay que tener en cuenta que en aquella época, jugar en Boca era lo máximo. Sacando excepciones, ningún jugador argentino era vendido a Europa y había muy pocos representantes. Uno iba y peleaba el sueldo por su cuenta y corría con desventaja. Hoy, en cambio, existe toda una industria del fútbol y está bien. Evolucionó y ahora se disponen de muchas más herramientas.

-¿Se jugaba mejor en tu época o ahora?

-No quiero caer en la frase de que todo tiempo pasado fue mejor. Es más: creo que hoy se juega a un nivel más alto. En la actualidad, a partir del videoanálisis, observás todos los detalles. Después se lo mostrás al plantel y a cada jugador, para luego aplicarlo correctamente en la cancha. Ojalá yo hubiera tenido estas herramientas como jugador y que me dijeran: “Mirá Luis, fijate los últimos 10 partidos que jugó el delantero que tenés que marcar el domingo y para dónde sale”. Siento que desde lo táctico se creció en forma infinita. En ese sentido, el Maestro Tabárez fue un pionero porque era muy didáctico con cada ejercicio: te mostraba en el pizarrón algún déficit y cómo corregirlo. Explicaba muy bien; incluso trabajaba las distancias específicas por puestos. Además, en una pizarra gigante te enseñaba lo que iba a hacer el equipo: vamos a hacer esto, esto y esto. Para nosotros era una sorpresa total, fue con el DT que más aprendí desde lo táctico… y por algo llegó adonde llegó como técnico.

-¿Y cómo era el Flaco Menotti?

-Apelaba mucho a lo emocional, te levantaba el ego, era espectacular cómo te hacía sentir. Te sacaba la presión. Una anécdota: media hora antes de un superclásico, ya concentrados en el Monumental, yo estaba mirando desde el ventanal hacia el campo de juego y las tribunas. De repente, el Flaco se me acerca desde atrás y me pregunta: “¿Qué pasa?”, pensando que por ahí estaba nervioso. Y me agrega: “Escúcheme: cuando llegue a tres cuartos de cancha mándese y encare al grandote”. El grandote era Ruggeri. “Tírele un caño”, me animaba. Un tipo muy astuto que te liberaba de la presión; su mayor virtud era jerarquizarte y que vos desplegaras tu máximo potencial. También nos motivaba: “Traten de salir a la cancha en positivo, diviértanse, vos podés hacer esto y lo otro…”. Te metía fichas y lo que te decía, te llegaba.

-Pero estaba muy ensimismado con la táctica del achique para dejar en offside al rival y Boca lo pagó muchas veces con goles…

-Sí, ése fue un error. Es un punto negro que se tendría que haber limado y preparado mejor. Sucedía que el Flaco trabajaba más el equipo del medio hacia adelante. Es más: cuando volvió a Boca en 1993/1994 para su segundo ciclo yo ya me había ido, pero varios muchachos estaban enojados con él. En su momento escuché que había mucha disconformidad por la insistencia del DT respecto del achique. Pero después, al Flaco no le podés achacar nada. No, no…, el tipo era un monstruo. Los tuve a Menotti y a Angel Cappa, que era su asistente. Eran dos filósofos. ¿Sabés lo que eran hablando? Parecían Sócrates y Platón. Cuando éramos jovencitos teníamos una preparación intelectual medio precaria, y cuando los escuchabas te quedabas así (pone cara de sorprendido). Eran ensayos de filosofía.

-Jorge Alberto Comas era un delantero muy picante al que se le perdió el rastro cuando se fue a jugar a México, pero los hinchas lo adoraban.

-Comitas era loco, loco. Era complicado: terminaba el partido el fin de semana y siempre pedía permiso para irse a Paraná… pero volvía dos días después. Terminaba jugando igual porque resultaba desequilibrante arriba. Después se fue a jugar a Veracruz de México y lamentablemente, con el tiempo, tuvo una situación de violencia y problemas con la ley. Pero sé que ahora estaba estable. Quique Hrabina nos reenvió algunos audios a un grupo de Whatsapp que tenemos los exBoca y anda bien, aunque luchándola. Es que cuando salís del fútbol y no pudiste hacer bases sólidas en lo económico, se complica.

-¿Y cómo fue compartir un plantel con Gabriel Batistuta?

-Hasta el día de hoy estamos en contacto con él en ese mismo grupo de Whatsapp y es de sumarse con mensajes. Eramos muy compinches, concentrábamos juntos y bromeábamos todo el tiempo haciéndonos los “pai”, basados en aquel sketch del “Club 2,50″ del programa Peor es Nada, de Jorge Guinzburg. Bati me pedía cospeles para llamar a Rosario por teléfono público y terminó multimillonario… las vueltas de la vida.

-En tu etapa en Belgrano de Córdoba, después de jugar en Boca y Racing, te tocó enfrentar a Maradona, que había llegado a Newell’s. ¿Cómo fue esa experiencia?

-Ya cuando Diego había sido sancionado por doping en Nápoli vino a entrenarse un mes a Boca con nosotros, durante el ciclo de Tábarez. Era un imán, enseguida se hacía querer. Cuando era futbolista, todos los jugadores querían jugar con él porque el tipo te dignificaba y peleaba por vos. Lo que pasa es que con el árbol caído, todo se distorsionó. Haber estado con él en el vestuario fue inolvidable. Aparte, te lo cruzabas y te saludaba antes que vos a él. “¡Qué hacés, Ruso!”. Te anticipaba y eso que veía a un millón de personas, era una computadora.

-¿Y cómo fue aquel partido?

-En un momento me toca arrimarme en un sector de la cancha, Diego estaba ahí boyando como delantero hacia el lado izquierdo, mientras yo me ubicaba de cuatro. Cuando lo fui a marcar me empezó a preguntar: “¿Qué hacés, Ruso, todo bien?”. “Y sí, yo acá todavía luchando en Belgrano”, le respondía. Pero tenía terror a que me encarara. “Una de dos: me limpia, o si le saco la pelota me va a dar vergüenza”, pensaba. Diego fue nuestro Norte, la bandera, más allá de lo extradeportivo, en donde tengo diferencias con él. Era increíble las gambas que tenía, sus cuádriceps eran más del doble que los míos, era Astroboy.

-¿Sufriste el retiro del fútbol?

-Sí, sí, sí. Tuve un vacío. No es como ahora, que por ahí, siendo exfutbolista, te queda mucha plata y podés dedicarte a hacer negocios. En ese momento no había muchos recursos y te quedabas afuera del sistema. Cuando vos jugás, el fútbol inevitablemente te sube. Y cuando desaparece todo eso las notas escasean, la gente te reconoce menos y bueno… el tiempo pasa. En el primer año después del retiro definitivo en Chacarita, en 1997, me pasó que no quería ver un solo partido por TV porque sentía que el fútbol me había dejado afuera. Consideraba que estaba para seguir jugando, pero en aquel entonces ya era complicado con más de 33 años. Tenía 34 y resultaba complicado seguir. Hoy, los jugadores manejan otros tiempos.

-¿Y qué hiciste en un primer momento?

-Empecé un emprendimiento con mi exsuegro en una fábrica de alfajores. Como era “Abramovich” se me abrieron puertas en distintos negocios y supermercados para la venta y todo el mundo me compraba. Y eso es un montón. En su momento le había prestado algún dinero a mi suegro para que iniciara el negocio y después nos asociamos. Él manejaba la planta y yo estaba en la logística y en la venta. Duró más o menos hasta 2012, coincidió algunos años con mi trabajo en Boca con los juveniles y pude tener buenas entradas económicas. Estaba ocupado con ese emprendimiento, aunque cuando pasaba por el club y veía las canchas y los centros de entrenamiento, pensaba: “¿Qué hago acá? “¡Yo tengo que estar enseñando fútbol!”. Realmente sufrí el retiro, hasta que un día lo terminé aceptando.

-¿Cómo fue tu etapa trabajando como técnico en Boca?

-Estuve en dos etapas en el proceso formativo del club. Entre 2005 y 2006 en séptima y octava división, y después de 2011 a 2017 en quinta. Además dirigí un selectivo Sub 18 y coordiné un programa de entrenamientos específicos a jugadores de distintas divisiones bajo las órdenes de Coqui Raffo, el coordinador general. La formación es integral, no solo en lo deportivo. La idea es que se desarrollen como persona y que tengan complementariedad escolar, porque solo llega a primera división el 3% de los chicos. De los 30 que tenés en un plantel de la cuarta o de la quinta división, capaz llegan dos o tres, no más. Antes, los chicos caían en la delincuencia o en la droga porque sentían que se les terminaba la vida. O había varios suicidios.

-¿Cómo es tu vida hoy?

-Estoy viendo posibilidades para dirigir, me apasiona sobre todo lo profesional. Tuve mucha capacitación para poder ser coordinador de juveniles y estuve yendo a los entrenamientos de Diego Martínez cuando era DT de Tigre. O sea: quiero estar en el fútbol, pero es muy difícil… Una vez escuché la frase de que “el fútbol te escupe hacia afuera”, y es así. Hay que abrir esa llave, no solo con tu capacidad, sino con las relaciones y los contactos, que son importantes, lamentablemente. Es conocer a alguien y que te escuche la propuesta. El fútbol argentino es muy, muy complicado: lo más complicado es abrir esa puerta, más allá de que estuve a punto de irme a dirigir a América Central. Cuando salís del sistema, es muy difícil volver a entrar. Pero siempre estoy capacitándome y ahora voy a empezar un curso de inteligencia artificial para estar actualizado. Lo bueno es que tengo el suficiente equilibrio mental como para no bajonearme si no aparecen ofertas.

-Hace unos años causaste polémica al opinar de las diferencias arbitrales entre Boca y River.

-Es que el Mundo Boca sufrió ese sesgo. Aseguré que River debería tener dos Copas Libertadores menos, la de 2015 y 2018, aunque sin quitarle mérito a Gallardo, un gran entrenador. Cuando lo dije tuve muchísimos ‘Me gusta’ en Instagram, pero también mensajes interminables de los hinchas de River. “¿Y vos quién sos?”, me ponían. Me reí mucho con este tema en las redes. Pero sentí que había una doble vara a favor de “los primos” y en las más importantes nos perjudicaron. Por ejemplo, no hubo nadie que explicara la expulsión de Barrios en la final de 2018 en Madrid. El colombiano fue a buscar la pelota y Palacios aprovecha para derrapar de manera antinatural. ¿Qué culpa tenía el jugador de Boca? ¿De qué jugada peligrosa me hablan? Fue un error garrafal del árbitro, además de que la clasificación de River en el transcurso de la Copa estuvo viciada de varios fallos polémicos. Y en 2015, el partido del gas pimienta debió haber continuado. Es cierto que Boca estaba jugando remal. Pero no es solo por un partido, después, nos cagaron a patadas, tendrían que haber echado a Vangioni… Juro que trato de ser objetivo, si bien lo que viví en Boca me generó lazos que todavía perduran.

-¿Cómo atravesaste aquella causa por abuso sexual, en la que fuiste absuelto?

-Fue una acusación falsa, una infamia, en la que me usaron para amplificar una causa armada hacia un político. Me agregaron al caso dos meses después, utilizando mi pasado como jugador de Boca y lo que de eso trasciende. La causa terminó en la nada porque fue armada y sin nada que probar, solo hubo acusaciones falsas.

-¿De qué forma lo manejaste?

-Con la verdad y la tranquilidad de conciencia, el apoyo de mis hijos, novia y ex esposa. Solo había que esperar a que este tema concluyera, nada más. Y así fue.

 El recordado exlateral repasa su carrera en Boca, cómo asumió el retiro y las dificultades para reinsertarse en un ámbito tan competitivo como voraz  LA NACION

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