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Drogas y niñez: un futuro empeñado

El combate al narcotráfico debe librarse en distintos frentes. Un asesinato al voleo en manos de un sicario en el gran Rosario se cobra una vida, mientras otra se trunca por una sobredosis en el conurbano, o viceversa. Los expertos no se cansan de repetir que la batalla se da en las cárceles y en las calles, pero también en las familias, las escuelas, los clubes y las iglesias.

Indiscutiblemente, apuntar a reducir el consumo de sustancias tendrá efectos sobre las redes de comercialización y todo lo que se haga en esa dirección sabrá a poco. En las distintas regiones que coordina la Pastoral de Adicciones de la Comisión Episcopal Argentina se trabaja y mucho. Esta Pastoral comenzaba a trabajar, hace ya 16 años, a instancias de monseñor Jorge Bergoglio, buscando fortalecer lo comunitario y lo fraterno en una “acción preferencial con los más humildes y descartados”. En noviembre pasado delegados de todo el país reunidos en Córdoba proponían desplegar una red de prevención, asistencia, reinserción y acompañamiento en adicciones con apoyaturas regionales que abreviaron como PAR.

Días atrás, en La Plata, organizaciones de iglesias comunitarias, evangélicas y autoridades del gobierno nacional, provincial y local, intercambiaron experiencias y presentaron la Estrategia Nacional de Prevención, Asistencia y Re-vinculación (PAR) como hoja de ruta para dar respuesta a desafíos, necesidades y potencialidades de la región en esta delicada materia. Lo propio ya se había hecho en Cuyo, en marzo. Articular acciones con el Estado es fundamental.

Martha Arriola, coordinadora de la referida Pastoral, comenta con preocupación cuán naturalizado está el problema en la sociedad, sobre todo entre los más humildes y últimamente entre los más chicos que, en muchos casos, se inician en el consumo con apenas ocho o nueve años, accediendo a una amplia variedad de opciones de drogas de pésima calidad que los dañan física y mentalmente. Advierte que “no hay dispositivos para esas edades” porque “ni las legislaciones ni los marcos de gestión pública están preparados”.

Lamentablemente, caer en esas telarañas, tanto de consumo como de trabajo, como “soldaditos” es muy sencillo cuando no hay otras oportunidades para ellos ante la ausencia del Estado que nos les ofrece más comunidad, más educación, más salud, más espacio de juego y deporte. Las alertas tempranas en los barrios son clave para que una intervención sin demoras facilite el proceso de superación. Retracción, cansancio, sueño a deshoras, descuido por el aspecto personal, cambios en hábitos alimenticios, dificultad para hablar, pupilas dilatadas u ojos enrojecidos son apenas algunos indicadores. No basta con dar charlas en las escuelas. Hay que ofrecer alternativas concretas.

Arriola propone multiplicar los espacios de acogida para abrir posibilidades de acompañamiento en estos difíciles procesos. También destaca el valor de descentralizar las acciones en el territorio como método de prevención, contribuyendo a desconcentrar centros urbanos para repoblar áreas del país en las que se pueda ofrecer vivir del trabajo de la tierra. Menciona los exitosos ejemplos de “La Argentina 1″ de Maipú o los Hogares de Cristo en el municipio de Marcos Paz.

Juan Alberto Yaría, experto en rehabilitación de adicciones, plantea que la crisis de valores a la que asistimos es cuna de infinidad de males, entre ellos el que nos ocupa. Una extendida “desfamiliarización” nos ha conducido a este triste estado de cosas y es esta sociedad rota la que multiplica dramáticamente el número de esclavos.

Lo peor que podemos hacer es caer en la tolerancia social de estos flagelos. Monseñor Jorge Lugones expresaba que “mientras el narcotráfico y el narcomenudeo aumentan, hay más tolerancia social al consumo, pero no a los adictos. Nos faltan brazos para abrazarlos y ayudarlos; nos están destruyendo las familias y se está empeñando el futuro de nuestros jóvenes más vulnerables.”

Lo que se naturaliza, lo que se enmudece, lo que no se dice…, pero que está cada vez más presente. Para quien sepa verlo, la sonora y violenta realidad del narcotráfico nos interpela con su contracara, la dolorosa realidad de los adictos. La droga avanza, pura o estirada con veneno, fertilizantes, nafta, vidrio molido. Amenaza nuestro presente y nos roba el futuro cuando se adueña de nuestros niños y jóvenes en una red de peligrosas complicidades. Como sociedad debemos activar cada vez más fuertes las alarmas. Naturalizar estas cuestiones y minimizarlas sería confirmar que estamos perdiendo la batalla.

El combate al narcotráfico debe librarse en distintos frentes. Un asesinato al voleo en manos de un sicario en el gran Rosario se cobra una vida, mientras otra se trunca por una sobredosis en el conurbano, o viceversa. Los expertos no se cansan de repetir que la batalla se da en las cárceles y en las calles, pero también en las familias, las escuelas, los clubes y las iglesias.

Indiscutiblemente, apuntar a reducir el consumo de sustancias tendrá efectos sobre las redes de comercialización y todo lo que se haga en esa dirección sabrá a poco. En las distintas regiones que coordina la Pastoral de Adicciones de la Comisión Episcopal Argentina se trabaja y mucho. Esta Pastoral comenzaba a trabajar, hace ya 16 años, a instancias de monseñor Jorge Bergoglio, buscando fortalecer lo comunitario y lo fraterno en una “acción preferencial con los más humildes y descartados”. En noviembre pasado delegados de todo el país reunidos en Córdoba proponían desplegar una red de prevención, asistencia, reinserción y acompañamiento en adicciones con apoyaturas regionales que abreviaron como PAR.

Días atrás, en La Plata, organizaciones de iglesias comunitarias, evangélicas y autoridades del gobierno nacional, provincial y local, intercambiaron experiencias y presentaron la Estrategia Nacional de Prevención, Asistencia y Re-vinculación (PAR) como hoja de ruta para dar respuesta a desafíos, necesidades y potencialidades de la región en esta delicada materia. Lo propio ya se había hecho en Cuyo, en marzo. Articular acciones con el Estado es fundamental.

Martha Arriola, coordinadora de la referida Pastoral, comenta con preocupación cuán naturalizado está el problema en la sociedad, sobre todo entre los más humildes y últimamente entre los más chicos que, en muchos casos, se inician en el consumo con apenas ocho o nueve años, accediendo a una amplia variedad de opciones de drogas de pésima calidad que los dañan física y mentalmente. Advierte que “no hay dispositivos para esas edades” porque “ni las legislaciones ni los marcos de gestión pública están preparados”.

Lamentablemente, caer en esas telarañas, tanto de consumo como de trabajo, como “soldaditos” es muy sencillo cuando no hay otras oportunidades para ellos ante la ausencia del Estado que nos les ofrece más comunidad, más educación, más salud, más espacio de juego y deporte. Las alertas tempranas en los barrios son clave para que una intervención sin demoras facilite el proceso de superación. Retracción, cansancio, sueño a deshoras, descuido por el aspecto personal, cambios en hábitos alimenticios, dificultad para hablar, pupilas dilatadas u ojos enrojecidos son apenas algunos indicadores. No basta con dar charlas en las escuelas. Hay que ofrecer alternativas concretas.

Arriola propone multiplicar los espacios de acogida para abrir posibilidades de acompañamiento en estos difíciles procesos. También destaca el valor de descentralizar las acciones en el territorio como método de prevención, contribuyendo a desconcentrar centros urbanos para repoblar áreas del país en las que se pueda ofrecer vivir del trabajo de la tierra. Menciona los exitosos ejemplos de “La Argentina 1″ de Maipú o los Hogares de Cristo en el municipio de Marcos Paz.

Juan Alberto Yaría, experto en rehabilitación de adicciones, plantea que la crisis de valores a la que asistimos es cuna de infinidad de males, entre ellos el que nos ocupa. Una extendida “desfamiliarización” nos ha conducido a este triste estado de cosas y es esta sociedad rota la que multiplica dramáticamente el número de esclavos.

Lo peor que podemos hacer es caer en la tolerancia social de estos flagelos. Monseñor Jorge Lugones expresaba que “mientras el narcotráfico y el narcomenudeo aumentan, hay más tolerancia social al consumo, pero no a los adictos. Nos faltan brazos para abrazarlos y ayudarlos; nos están destruyendo las familias y se está empeñando el futuro de nuestros jóvenes más vulnerables.”

Lo que se naturaliza, lo que se enmudece, lo que no se dice…, pero que está cada vez más presente. Para quien sepa verlo, la sonora y violenta realidad del narcotráfico nos interpela con su contracara, la dolorosa realidad de los adictos. La droga avanza, pura o estirada con veneno, fertilizantes, nafta, vidrio molido. Amenaza nuestro presente y nos roba el futuro cuando se adueña de nuestros niños y jóvenes en una red de peligrosas complicidades. Como sociedad debemos activar cada vez más fuertes las alarmas. Naturalizar estas cuestiones y minimizarlas sería confirmar que estamos perdiendo la batalla.

 Lo peor que podemos hacer es caer en la tolerancia social ante flagelos que lentamente están matando el porvenir de muchísimos chicos y adolescentes  LA NACION

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