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Un barrio de milagros y heroísmos

En la antigua Buenos Aires hubo un barrio, Santo Domingo, que ya no figura más en el plano porteño. Sus fronteras se extendían alrededor del convento del mismo nombre y de la basílica de Nuestra Señora del Rosario, ubicada en lo que hoy es Defensa y Belgrano, la que alberga en su frente los restos del prócer que creó nuestra bandera. Una de las calles principales de este primitivo barrio era la del Fuerte, que corría por delante del antiguo Fuerte de la ciudad, el sitio donde hoy se encuentra la Casa Rosada. Estamos hablando de la actual Balcarce, que arranca al norte en Plaza de Mayo y se interna hacia el sur porteño, para terminar poco más allá de la Avenida Independencia.

Esa arteria, que aún conserva un aire colonial con su empedrado, sus veredas angostas y sus viviendas añosas, lleva consigo un par de historias dignas de ser contadas. En primer lugar, es bueno saber que en un momento del siglo XVIII esa callejuela barrosa y despareja llevó el nombre de Santo Cristo ¿Por qué? Porque hubo un momento dramático en esa zona de la ciudad en que las lluvias arreciaron de manera violenta y la crecida del río fue imparable, poniendo en peligro viviendas y vidas. La desesperación de los criollos de ese barrio ante la suba de las aguas fue tal que llegó un momento en que alguien propuso apelar a la ayuda divina. En aquel entonces, igual que ahora, en la Catedral de Buenos Aires había una imagen del Santo Cristo, tallado por un artista portugués llamado Manuel de Coito, al que decidieron recurrir los vecinos para detener la tempestad. La imagen de ese Jesús crucificado, que estaba en el templo porteño desde 1671, fue llevada en procesión por la antigua calle del Fuerte y, milagrosamente, el mal tiempo comenzó a amainar, las lluvias se disiparon y volvió a asomar el sol. Por ello, los porteños agradecidos al Santo Cristo le pusieron ese nombre a la calle, según cuenta Ricardo de Lafuente Machain en su libro El barrio de Santo Domingo.

Un decreto de 1821 estableció que esa calle pasara a llamarse Balcarce, en honor al héroe de la independencia Antonio González Balcarce. Ya con su nuevo nombre, esa arteria porteña estaría destinada a ser escenario de otro histórico hecho. Fue en el año 1871, cuando la ciudad era azotada por la de fiebre amarilla. Entonces, a la altura de la calle Balcarce e Independencia, el abogado José Roque Pérez y el médico Manuel Argerich se dirigieron a una casa donde sabían que había enfermos. Como nadie atendía sus llamados, los dos hombres forzaron la puerta y al ingresar encontraron el cadáver de una mujer en el piso junto a su bebé todavía con vida, abrazado a su pecho. El hecho fue inmortalizado por el pintor uruguayo Juan Manuel Blanes en un lienzo que se convirtió en un clásico de la pintura rioplatense. Para añadir un dato triste más al cuadro, basta decir que tanto Roque Pérez como Argerich fallecieron poco tiempo después como víctimas de esa epidemia que decidieron combatir.

En el mismo Santo Domingo, y en los mismos tiempos de la fiebre amarilla, sucedió otro hecho para recalcar. Fue cuando otro de los sacrificados médicos que se entregaron a luchar contra esta peste, el doctor Eduardo Wilde, recorría casa por casa en busca de enfermos. En este caso, al andar por la calle México, escuchó un lamento proveniente de una vivienda. El doctor entonces abrió la puerta de esa casa e ingresó. En las primeras habitaciones no encontró a nadie, pero el gemido seguía escuchándose un poco más allá y Wilde siguió avanzando. Finalmente, llegó a una habitación donde yacía una mujer inconsciente. Junto a ella, había un pequeño perro que era el que lloriqueaba para que asistieran a su dueña. Todos los humanos que rodeaban a la mujer habían huido, pero su mascota fiel le había salvado la vida, ya que el Wilide pudo asistirla y ponerla a salvo.

Santo Domingo, como barrio, no existe más, pero nos legó, en su próspera historia, escenas de milagros, tragedias y heroísmo que de vez en cuando vale la pena rescatar.

En la antigua Buenos Aires hubo un barrio, Santo Domingo, que ya no figura más en el plano porteño. Sus fronteras se extendían alrededor del convento del mismo nombre y de la basílica de Nuestra Señora del Rosario, ubicada en lo que hoy es Defensa y Belgrano, la que alberga en su frente los restos del prócer que creó nuestra bandera. Una de las calles principales de este primitivo barrio era la del Fuerte, que corría por delante del antiguo Fuerte de la ciudad, el sitio donde hoy se encuentra la Casa Rosada. Estamos hablando de la actual Balcarce, que arranca al norte en Plaza de Mayo y se interna hacia el sur porteño, para terminar poco más allá de la Avenida Independencia.

Esa arteria, que aún conserva un aire colonial con su empedrado, sus veredas angostas y sus viviendas añosas, lleva consigo un par de historias dignas de ser contadas. En primer lugar, es bueno saber que en un momento del siglo XVIII esa callejuela barrosa y despareja llevó el nombre de Santo Cristo ¿Por qué? Porque hubo un momento dramático en esa zona de la ciudad en que las lluvias arreciaron de manera violenta y la crecida del río fue imparable, poniendo en peligro viviendas y vidas. La desesperación de los criollos de ese barrio ante la suba de las aguas fue tal que llegó un momento en que alguien propuso apelar a la ayuda divina. En aquel entonces, igual que ahora, en la Catedral de Buenos Aires había una imagen del Santo Cristo, tallado por un artista portugués llamado Manuel de Coito, al que decidieron recurrir los vecinos para detener la tempestad. La imagen de ese Jesús crucificado, que estaba en el templo porteño desde 1671, fue llevada en procesión por la antigua calle del Fuerte y, milagrosamente, el mal tiempo comenzó a amainar, las lluvias se disiparon y volvió a asomar el sol. Por ello, los porteños agradecidos al Santo Cristo le pusieron ese nombre a la calle, según cuenta Ricardo de Lafuente Machain en su libro El barrio de Santo Domingo.

Un decreto de 1821 estableció que esa calle pasara a llamarse Balcarce, en honor al héroe de la independencia Antonio González Balcarce. Ya con su nuevo nombre, esa arteria porteña estaría destinada a ser escenario de otro histórico hecho. Fue en el año 1871, cuando la ciudad era azotada por la de fiebre amarilla. Entonces, a la altura de la calle Balcarce e Independencia, el abogado José Roque Pérez y el médico Manuel Argerich se dirigieron a una casa donde sabían que había enfermos. Como nadie atendía sus llamados, los dos hombres forzaron la puerta y al ingresar encontraron el cadáver de una mujer en el piso junto a su bebé todavía con vida, abrazado a su pecho. El hecho fue inmortalizado por el pintor uruguayo Juan Manuel Blanes en un lienzo que se convirtió en un clásico de la pintura rioplatense. Para añadir un dato triste más al cuadro, basta decir que tanto Roque Pérez como Argerich fallecieron poco tiempo después como víctimas de esa epidemia que decidieron combatir.

En el mismo Santo Domingo, y en los mismos tiempos de la fiebre amarilla, sucedió otro hecho para recalcar. Fue cuando otro de los sacrificados médicos que se entregaron a luchar contra esta peste, el doctor Eduardo Wilde, recorría casa por casa en busca de enfermos. En este caso, al andar por la calle México, escuchó un lamento proveniente de una vivienda. El doctor entonces abrió la puerta de esa casa e ingresó. En las primeras habitaciones no encontró a nadie, pero el gemido seguía escuchándose un poco más allá y Wilde siguió avanzando. Finalmente, llegó a una habitación donde yacía una mujer inconsciente. Junto a ella, había un pequeño perro que era el que lloriqueaba para que asistieran a su dueña. Todos los humanos que rodeaban a la mujer habían huido, pero su mascota fiel le había salvado la vida, ya que el Wilide pudo asistirla y ponerla a salvo.

Santo Domingo, como barrio, no existe más, pero nos legó, en su próspera historia, escenas de milagros, tragedias y heroísmo que de vez en cuando vale la pena rescatar.

 Santo Domingo es una barriada del sur porteño que ya no figura más en el plano de la ciudad, pero ha dejado varias historias que tienen derecho a ser recordadas  LA NACION

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