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Leyendas, historias cotidianas y secretos de la isla grande, en la región chilena de Los Lagos

A veces creo que por tomarme la licencia de escribir en primera persona debería, por lo menos, contar alguna intimidad, un secreto, algo que la justifique. Quizás me animo con el correr de las palabras y el relato. O todo lo contrario: me escondo atrás de una nalca gigante, la planta madre, que abunda en los bosques chilotas, la de la hoja que envuelve el curanto en hoyo, la del tallo que se usa para hacer mermelada, la que come el pudú cuando está tierna.

Hay viajes que me los encargan y otros, como este, que propongo yo. Por qué Chiloé, por qué esta isla alejada y fría. Qué encontré que quise venir y después volver. ¿Son las bahías y caletas, las islas del Mar Interior, las retamas amarillas, la gente antigua, que arrastra la ch hasta que se vuelve sh y en lugar de Chonchi es Shonshi? ¿Los palafitos de Gamboa? ¿El perfume ahumado del merkén con cacho de cabra y semillas de coriandro, los caminos que cortan las colinas verdes y terminan en el mar? ¿Las iglesias Patrimonio de la Humanidad? ¿O más bien las historias que cuentan las mujeres que cuidan esas iglesias? ¿Es la luz rebelde? ¿El tiempo impredecible y destemplado, que va y viene, y llueve y sale el sol?

Segunda vez que cruzo el canal de Chacao para llegar a Chiloé, en la Región de Los Lagos. Cuando vine, hace diez años, se hablaba del puente de casi tres kilómetros sobre este canal que uniría isla y continente. Algunos lo deseaban y a otros los horrorizaba. Subo a la cubierta de la barcaza para sentir la brisa de mar. Es una tarde de sol radiante. Abuelo y nieto miran los pilares de hormigón armado que se elevan desde el agua y serán el sostén del puente.

–Allí, debajo del agua trabaja tu papá, ¿estai viendo? El abuelo le explica al cabro chico, como dicen acá, lo que hace el padre, que es soldador submarino, un oficio fundamental para la construcción del puente, que va por la mitad. Tiene fecha de terminación en 2025, pero muchos creen que se atrasará. La mirada del cabro chico perfora el mar, como si tuviera rayos X en las pupilas y buscara saber más de su papá.

Del otro lado es Chile, obvio poh, pero también un territorio de leyendas que durante muchas décadas permaneció olvidado y solitario desarrollando cierta característica endémica que trasciende la vegetación y despliega una mitología y otras formas de percibir el mundo. En su libro América destemplada, Enrique Zorrilla describe al chilota como un “hombre anfibio, con un pie en la tierra y otro en el mar”.

Los chilotas están rodeados de espíritus del mar, como la Pincoya, una mujer hermosa y rubia que baila envuelta en sargazo y, según cómo oriente su cuerpo, los pescadores saben si la pesca será abundante o escasa. Y los espíritus de la tierra, como el Trauco, el enano malo que anda con su hacha en busca de mujeres a las que embaraza con la mirada (ciertos mitos, igual que en otras partes, justifican abusos y no resisten la mirada actual).

¿Cómo llegar a Chiloé? El ferry que va de Pargua a Chacao cuesta u$s 14 y dura 20 minutos. No hay combustible en ninguna de las dos localidades. Conviene llegar con el tanque lleno. Pargua está a 45 km de Puerto Montt y la siguiente estación es en Ancud y luego Castro, a 96 kilómetros.

Dicen que en Chiloé el Estado quedaba lejos. Dicen que hubo –y hay– brujos, de los buenos y de los malos. En tiempos de la independencia, Chiloé peleó para España: no quería ser Chile. Dicen que acá mandaban a los funcionarios públicos castigados. Dicen que los chilotes de antes andaban a pata pelá (descalzos). Dicen que hasta ahora comen pura papa, comepapas les dicen, y se ríen. Dicen que cada tanto aparece el Caleuche, un barco fantasma que se perdió hace siglos por esas costas. Según esos rumores, la embarcación brilla y la tripulación festeja y baila, a pesar de que están todos muertos.

¿Por qué Chiloé? ¿Son las historias antiguas, como la de Gloria Vera que me cuenta desde el zaguán que hay que saber hacer un poco de todo para sobrevivir poh, y que ella hila y teje medias y gorros, y que antes mariscaba, pero ya no? ¿O serán las historias que me cruzo en este viaje, como la de Rodrigo Alarcón Müffeler, que después de vivir en la isla por trabajo vuelve todos los años, si puede, a celebrar Año Nuevo bajo el cielo de Cucao, el que vio Darwin cuando anduvo por estas costas? Cuando su hija cumplió 15 la trajo a Chiloé y, dos años más tarde, cuando su hijo cumplió 15 no lo llevó a Disney ni a París. Lo trajo a Chiloé. Cada vez que viene, Rodrigo camina por los mismos senderos: el que va al Muelle de las Almas, el que llega al Muelle del Tiempo, el que va a la playa larga de Cole Cole, pasando Chanquín. Aunque son los mismos senderos, siempre encuentra un matiz, algo por qué maravillarse.

El mar interior

De un lado de la isla, hacia el oeste, el Pacífico salvaje y frío; del otro, el Mar Interior o Mar de Chiloé, un espacio protegido y salpicado de islas chicas, cercanas a la costa. Islas habitadas donde la pesca artesanal fue durante siglos el recurso principal porque ese mar encerrado ofrecía alimento. Quinchao, Curaco, Quehui, Achao, Mechuque, entre otras. Islas con muelles de madera y, desde hace un tiempo, con excelentes opciones de alojamiento. Islas conectadas antes por dalcas, embarcaciones de troncos de alerce que usaron los huiliches para salir a pescar y los jesuitas para sembrar la fe en todo el archipiélago. En esta época hay barcazas modernas con wifi que garantizan el cruce inmediato y seguro. Las islas son la esencia de Chiloé. Más Chiloé que la isla grande, si cabe.

Para llegar a Quinchao se zarpa del puerto de Dalcahue, donde hay un mercado artesanal y están las cocinerías, un espacio en forma de barco con puestos de cocina tradicional chilota, el mejor lugar para probar una paila marina capaz de entregar la fuerza necesaria para mover una isla o, bueno, seguir el con el recorrido.

Una sola isla puede tener tres iglesias Patrimonio de la Humanidad, como Lemuy, la que visito en este viaje. Para llegar se zarpa del embarcadero de Huicha, en Chonchi. Escribo y leo estos sustantivos propios y eso también me gusta de Chiloé: los nombres de los lugares, las combinaciones de letras que producen Colecole, Quemchi, Cucao, Aldachildo, Vilupulli, Detif, Tenaún, Quetalco. Ristras de letras que encierran ruralidad y empujan el idioma hacia bordes desconocidos.

El cruce en barcaza dura seis o siete minutos. La capital de Lemuy es Puqueldón, con apenas 4.000 habitantes y una iglesia con pinturas de la escuela cuzqueña. En el camino veo colinas sembradas de maíz, ajo –el ajo chilota es grande, de piel blanca y sabor suave– y papas. Sólo en esta isla hay más de 200 papas nativas: clavela, señorita, azul primeriza, azul raizuda, riñón, piel rosada, chata ojuda, blanca huevo, tipo cielo, pesada, cabrita, montañera, cuchi poñi, bruja, corazón.

–No probasti el milcao? –me preguntará la diseñadora Ivania Barrientos en Nudos, su local de venta de artesanías y textiles, en Castro. Responderé que no y me mandará a un carrito en la plaza principal, frente a la heladería Colibrí.

–¿Qué es el milcao?

–Imagínate un medallón de papa con chicharrón. Nosotros lo amamos.

La primera iglesia de Lemuy es la de Ichuac. Está abierta, y no siempre toca esa suerte. Al mediodía las cuidadoras van a almorzar y las iglesias permanecen cerradas, como me pasó en Vilupulli y en Detif. Adentro de la iglesia de Ichuac, María Agüero acomoda y embellece el manto de la virgen, mientras su hija adolescente la espera en un banco (no parece que rezara). Durante el verano, María viene todas las mañanas a cuidar la iglesia. Camino hacia el altar se ven las manchas de humedad en el techo y en el piso.

–La asociación de amigos y la gente del patrimonio mundial aportan, sí, pero tardan mucho y las goteras son mayores. Hacen informes y nuevos informes; el último fue en 2019, pero los fondos todavía no llegan –dice.

En Chiloé hay cerca de 70 iglesias de madera y 16 son Patrimonio de la Humanidad. Fueron construidas entre el siglo XVII y principios del XX con la técnica que se usaba para hacer barcos y la guía de los jesuitas. Todas necesitan –o necesitaron– una restauración integral. En el viaje anterior me contaron que Bill Gates llegó una vez de incógnito y conoció varias y aportó para la causa. Hace diez años hablé con un arquitecto a cargo de la restauración de la iglesia de Nercón y me explicó que no existían planos y que los hacían al restaurarla. Esa iglesia se desarmó entera y se volvió a armar. Fotografié los pisos levantados con las maderas numeradas para que quedara igual que la original. En este viaje la veo terminada.

En el pórtico de la de Ichuac hay un reloj parecido a uno de pared de cocina con las agujas clavadas en las tres. Algunos dicen que esa fue la hora del terremoto de 1960, la catástrofe de la isla y de toda la región; otros, que es el horario de la muerte de Cristo. El último domingo de mes hay misa en Ichuac. El único cura de la isla se turna para cubrir bautismos, comuniones, confirmaciones y misas.

Las 16 iglesias patrimoniales: Santa María de Loreto (Achao), Santa María (Rilán), NS de los Dolores (Dalcahue), San Antonio (Vilupulli), NS del Rosario (Chonchi), NS de Gracia (Villa Quinchao), San Francisco (Castro), NS de Gracia (Nercón), San Juan Bautista (San Juan), NS del Patrocinio (Tenaún), San Antonio (Colo), Jesús Nazareno (Aldachildo), Natividad de María (Ichuac), Santiago Apóstol (Detif), NS del Rosario (Chelín), Jesús Nazareno (Caguach).

En la iglesia de Aldachildo, Marisol barre porque el fin de semana hubo una comunión. Sonríe todo el tiempo, quizás por eso se le ilumina la cara y dan ganas de hablar con ella. Le pregunto por qué renguea y me cuenta que se acaba de operar la rodilla, los meniscos, dice. Hace tiempo que le dolía de tanto trabajar en la industria pesquera.

–Este año hice 14 cosechas seguidas y se hace mucha fuerza para levantar las cuerdas de choros y llenar los canastos. Fue la última, ya no vuelvo al mar. Hasta muletas tuve que usar, pero ya las dejé, con eso no se puede andar.

Desde los años 80, cuando se instala con fuerza la industria salmonera –Chile es el segundo productor mundial de salmón después de Noruega, y el 35% se extrae de esta región–, el cultivo de algas y la miticultura –cultivo controlado de mejillón–, la pesca artesanal queda en un segundo plano, incluso la agricultura. Eso cambia las dinámicas isleñas y provoca el despoblamiento de las zonas rurales. Lo llaman el “efecto salmonera en la cultura”. Cuando las salmoneras se van, el mar queda vacío –el uso descontrolado de antibióticos afecta a la fauna– y, por ende, el territorio debilitado.

A pesar de los cambios, todavía hay pescadores artesanales que sacan congrio, merluza, jurel, pez sierra y sardinas de las 90 caletas del Mar Interior. Ya no usan sacho, el ancla tradicional de Chiloé, de madera y piedra, que se puede ver en un monumento en Castro, frente a la costanera Pedro Montt. Mientras barre, Marisol dice que le agradece a la vida todo lo que pudo ver cuando viajó por otras partes de Chile, antes de volver a Aldachildo.

La tercera iglesia de Lemuy es en Detif, un caserío en una península de vistas preciosas. La ruta hacia allá circula por una faja de tierra angosta y larga, como el cuello de un animal mitológico. Se ve el mar a derecha y a izquierda, y cultivos de choros a lo lejos. La iglesia está cerrada y no hay vecinos a la vista. Hasta que llega Mauricio, el enfermero de Detif, y conversamos un rato. Me cuenta que los principales problemas de los pobladores son de cálculos en la vesícula por la alimentación –dieta basada en papa y carne–, obesidad, y alcoholismo entre los hombres.

–Lo más complicado son las urgencias. Cuesta salir de aquí: los 20 kilómetros de curvas hasta Puqueldón y después a Castro. Paseando, la distancia es una fiesta. En emergencia, ojalá llegara al rescate un brujo con una escoba supersónica. O, bueno, un helicóptero sanitario.

Del alerce al pino impregnado

La madera es algo así como el hilo conductor de Chiloé. Los chilotas trocaban las tejuelas de alerce que venían de la cordillera por pescado y así forraron las casas y las iglesias de esta isla.

–En 50 años ha cambiado la materialidad porque el bosque nativo está cada vez más protegido y hoy sólo se construye con madera de bosque artificial: el pino radiata. La madera se trata de mil maneras; impregnada resiste el agua y la intemperie y hasta se puede usar como tejuela. El trabajo carpintero ha evolucionado, pero se sigue manteniendo una forma de hacer.

El que dice esto es Edward Rojas Vega, ganador del Premio Nacional de Arquitectura en 2016, y arquitecto fundamental de la isla. En el viaje anterior había leído sobre él. Llegué a ver algo de su obra en Castro, como el Hotel Unicornio Azul. Esta vez voy más lejos: me alojo en dos hoteles construidos por él y me gusta tanto la espacialidad que propone que decido ir a su estudio. Queda en el Pasaje Díaz, en el centro de Castro. Vaya nomás, él suele estar ahí, me dicen.

Edward Rojas es de la III Región. Nació en el desierto de Atacama, el más seco del mundo. Su padre era obrero de la Andes Copper Mining Company y de chico vivió en El Salvador, un pueblo minero considerado modelo de arquitectura moderna, y de donde Rojas es hoy “salvadoreño ilustre”. Su estudio queda en un primer piso por escalera de madera. El arquitecto está trabajando en su escritorio, rodeado de imágenes intervenidas de Marilyn Monroe –también es artista visual– y de botellas de vidrio con formas, como las que coleccionaba Neruda. Lleva puesta una camisa gruesa de lino blanco, el bigote tupido y anteojos con marco de madera. Parece el hermano chileno de Gabriel García Márquez. Me ofrece asiento y cuenta que este año lo invitaron a exponer maquetas de su obra en Buenos Aires.

–Quizás en algunos meses andaré por Argentina.

–¿Cómo llegó a vivir en Chiloé?

–Vine en el 77; en ese tiempo, como un incentivo para el desarrollo, el Estado bonificaba la construcción. El que hacía una inversión recibía un 25% de devolución. Entonces la gente se animó a hacer su casa. Y faltaban arquitectos y vine. Para mí, que venía de un lugar sin vegetación, todo era extraordinario y maravilloso.

Edward Rojas puso el ojo en los palafitos del bordemar, como dicen acá, medio en la tierra, medio en el mar, construcciones anfibias, igual que los chilotas. En el bordemarino se pagaban menos impuestos porque eran tierras fiscales.

Los palafitos son viviendas apoyadas sobre pilotes de madera de luma o ciprés de las islas Guaitecas. Las vigas son del monte nativo: coihue y tenío, y la estructura suele ser de canelo. Se construyeron entre fines del siglo XIX y principios del XX, con el desarrollo de los centros urbanos. Después del terremoto del 60, de las topadoras de algún gobierno, y de las transformaciones de la isla, quedan sólo dos sectores de palafitos en Castro: uno en Gamboa y otro en Pedro Montt, a la entrada y a la salida de la ciudad. Son pocos los que pertenecen a pescadores o gente antigua, la mayoría ya se alquiló o vendió y se convirtió en hotel boutique, como Palafito 1326; en café, como Veliche; en hostel, como Waiwen, o en restaurante, como Alquimia Bistró.

Calendario de fiestas: antes del verano arrancan las celebraciones costumbristas que honran la identidad chilota con tradiciones musicales, gastronómicas y artesanales. Hay fiestas de la noche, de la minga, rurales y de la maja chilota. Se suman, las fiestas religiosas por la gran cantidad de iglesias. Suele haber romerías y procesiones con música de acordeones.

En el sector de Pedro Montt hay una iglesia-palafito: Capilla Palafito Nuestra Señora de Lourdes. Se construyó hace algunos años, forrada en tejuelas. Tiene una campana que llegó de Francia. Edward Rojas participó del proyecto y de otros –Museo de Arte Moderno Chiloé, las cocinerías de Dalcahue, construcciones en el Parque Tantauco y restauración de varias iglesias– porque los considera bastiones de identidad y memoria.

Dan ganas de seguir conversando, pero ya es el mediodía y suena el teléfono del estudio. Del otro lado escucho la voz de su hija:

–Papito, venga que ya está el almuerzo.

Edward Rojas organiza sus cosas y bajamos las escaleras. Su casa está a un paso del estudio.

Después de la lluvia

Llovió toda la noche y también de madrugada, así es en Chiloé. Llueve alrededor de 2.500 mm por año. En junio, el promedio da 16 días de agua. El paisaje está quieto acá en Tepuhueico, un parque privado de 20.000 hectáreas, entre Chonchi y Cucao. Aunque ya no llueva, una gota gorda resbala por el pangue, la hoja de la nalca.

El camino corta el monte espeso de coihues, arrayanes, mañíos, lianas y enredaderas. Manejo despacio porque los carteles marcan que podría cruzarse fauna silvestre. Despacio y con las ventanillas abiertas, como si buscara lo que todos quieren ver por acá: el pudú. Miro atenta y medio resignada porque es difícil.

Todo está más verde después de la lluvia, y huele fresco y dulce. El pudú es el ciervo nativo de América del Sur, el más chico de los ciervos. ¡Ahí! ¡Hacia la derecha! Una hembra y su cría, marrón rojizo con motas negras en la cola, rondan una mata de nalcas. El pudú mide poco menos de un metro de largo y unos 40 cm de alto. Se distribuye en el sur de Argentina y Chile, pero en la isla de Chiloé abunda, y en este viaje lo compruebo.

La cría me ve y queda estática, como si jugara a la mancha congelada: el cuello hacia arriba, donde está el brote tierno. Estiro el brazo hasta la cámara con movimientos de ladrón de guante blanco. Llego a sacarle una foto y otra. Desarman la posición y se meten en el monte. No corren, van pellizcando helechos como si no le temieran al humano. La tala es el principal enemigo del pudú, además del puma, los perros y, más que la cacería ilegal, los atropellos en la ruta. Para protegerlos, los carteles indican 20 km/h.

El cielo está cargado, podría volver a llover. Sólo se escucha el roce de la cubierta sobre el barro. Giro la cabeza porque siento una mirada y ahí veo al macho, inmóvil, gris con dos cuernos cortos. Está cerca y mira hacia el auto. Me mira con una intimidad de película iraní, y la emoción es tal que me quedo quieta como él. Dejo la cámara –después de sacarle algunas fotos– y le devuelvo la mirada. Nos quedamos así unos dos minutos, en una conversación fecunda, de pupila a pupila.

Viste una familia, me dirán después y me mirarán como a una persona con suerte. Y eso que no sabrán que camino al Muelle del Tiempo veré otra cría entre las nalcas, con manchas blancas como las de un Bambi retacón y medio apurado por la tormenta. Ese pudú extra será un regalo de despedida.

¿Por qué Chiloé? ¿Es la piel gastada de las tejuelas de alerce? ¿Un cuenco de Pomaire lleno de choritos al pil pil? ¿Las rutas que se pierden en el monte y salen al lago Huillinco? ¿Los amigos nuevos? ¿Los muelles de Cucao, que no llevan a ninguna parte? ¿La conversación de miradas con el pudú? Me vuelvo a preguntar por el embrujo de esta isla grande, y espero ensayar nuevas respuestas en el próximo viaje.

Datos útiles

Dónde dormir

Hotel Palafito 1326. Habitaciones simples, dobles y triples en el sector de palafitos de Gamboa. Bien ubicado, cerca del centro. Los cuartos no son grandes, pero sí luminosos y equipados con excelente ropa de cama. Tiene cocina para huéspedes y en la terraza funciona uno de los mejores restaurantes de la isla. Dobles con desayuno, desde u$s 100. Ernesto Riquelme 1326, Castro. T: + 56 65 253 0053.Palafito Cucao. Preciosa construcción en un palafito a orillas del lago Huillinco y muy cerca del océano Pacífico. Tiene habitaciones simples y dobles, también cuádruples y familiares, y una cocina para huéspedes con gran vista. Como muchos lugares de la isla cuenta con tinaja o jacuzzi a cielo abierto. Dobles con desayuno, desde u$s 120. Parque Nacional Chiloé, Cucao. T: + 56 9 8403 4728.Tepuhueico Lodge. En medio del parque Tepuhueico, a 14 km de ripio de Huillinco, el pueblo más cercano, un alojamiento especial en una construcción antigua y sofisticada, con piel de tejuelas y vistas espectaculares del monte. Los cuartos son amplios y aceptables, pero necesitan una remodelación. Dobles con desayuno (que podría ser más completo), desde u$s 180. La comida, exquisita, cuesta alrededor de u$s 25 por persona. También es posible pagar la entrada al parque y llegar al lodge para tomar o comer algo. Conviene reservar. Parque Tepuhueico, Huillinco. T: + 56 9 7977 7770.

Dónde comer

Travesía. Una joya de Chiloé que comanda la chef Lorna Muñoz Arias, en una casita amarilla de madera que perteneció a sus bisabuelos, en el centro de Castro. Los platos están cargados de mar y nostalgia por la cocina casera de antes. Mejor reservar unas horas para disfrutar de la experiencia, adentro con mantel de encaje y platos de antes o en las mesas de afuera, entre plantas y flores. Curanto al plato, ceviche mixto, piures y cochayuyo para quien se anime porque son sabores fuertes, mejillas de congrio y merluza austral entre otros manjares. El plato ronda los u$s 15. Por la noche cierra temprano, a las 21.30. Eusebio Lillo 188. T: + 56 65 263 0137.Terraza 1326. La comida, la vista de los palafitos y el mar, la gran carta de vinos, pueden hacer de esta cena una experiencia. El primer turno todavía es de día y llega hasta que se hace de noche. Ensaladas de mar, tartare de atún, selección de mariscos frescos, ceviche, centolla, navajuelas, machas y ostiones, todos los platos realzan el producto de Chiloé. También pastas, costillas de ternera y lechón austral ahumado y confitado en salsa de mostaza y hierbas. Hacen una buena versión del pisco sour con miel de ulmo. Los platos rondan los u$s 15. Riquelme 1326, Castro. T: + 56 9 4235 2276.Café Blanco. Lindo lugar para desayunar o almorzar en el centro de Castro. Hay tortas y sándwiches. Venden souvenirs, productos gourmet, como ajo negro chilota. Tiene una sucursal en el centro de Ancud. Blanco Encalada 268, Castro. T: + 56 65 253 4636.Masamadre. El cocinero Mauro Cárcamo elabora increíbles panes de fermentación natural, y galletas con chocolate amargo. Para muchos, la mejor panadería de Castro. Sirven café en grano. Pasaje Díaz181, Castro. T: + 56 4547 2717.Cocinerías de Dalcahue. Sin dudas, el mejor sitio donde probar la cocina chilota tradicional. Paila marina, caldillo de congrio, empanadas de camarón y queso, o navajuelas. Buenos precios y todo fresco. Los platos rondan entre u$s 8 y u$s 10. El curanto incluye sopaipillas y se puede compartir, igual que el pescado a lo pobre. Los mediodías el lugar es un hervidero de gente y aroma a pescado en cocción. Suele haber publicidades de salidas de fin de semana a las islas por el día, con la posibilidad de probar ahí el curanto al hoyo. Costanera de Dalcahue.La Ventana de Elisa. Nicolás Miniello es de Santa Fe y Carolina Vera Atala de Chonchi. Se conocieron en Nueva Zelanda, a los veintis. Recorrieron varios lugares, vivieron en Barcelona y en Santiago, pero ella siempre quiso volver a los pagos. A los dos les gusta el café y juntos abrieron La ventana de Elisa, un café frente al mar en una casa de 1927, que construyó Pedro Andrade para su hija Elisa, la bisabuela de Carolina. El lugar era un emporio donde se vendía de todo un poco, como un almacén de ramos generales. Una ventana de esa casa era la de Elisa, por donde la niña miraba el mar. El café es amplio y coqueto. Sirven café y té, sándwiches, pizzas, hamburguesas y tortas: desde cheese cake hasta rarezas y especialidades, como torta de papa o de cerveza o kuchen de cochayuyo con naranja. Irrazábal 119, Chonchi. T: + 56 9 667 81972.Café del Bosque. Una casita en medio del bosque de Andrea y Gonzalo, dos santiaguinos que trabajaban en los medios y un día decidieron cambiar de vida. Cocinan y atienden ellos mismos. Rico café y tortas. También, almuerzos y delivery a cabañas y hoteles. Sobre la ruta, entre Huillinco y Cucao. T: + 56 9 9532 1097.

Paseos y excursiones

Isla Lemuy. Esta salida puede durar medio día o el día completo haciendo playa en Huenay, pasando Detif, después de comer un medallón de centolla o un salmón grillado, todo fresco y recién hecho en el Fogón Playa Huenay (T: +56 9 7658 3723).Se puede visitar Puqueldón, la capital, con iglesia de tejuelas y una feria de artesanos en la plaza, y el Parque Yayanes, con varios senderos que se internan en el monte. Salidas cada 30 minutos desde Huicha, en Chonchi, a Chulchuy, en Lemuy, por la barcaza Puelche (u$s 2,6 ida).Parque Nacional Chiloé. Tiene más de 40.000 hectáreas y gran diversidad botánica y cultural. Hay varios senderos: circuitos cortos, de 40 minutos, como el recorrido imperdible por los tepuales hasta travesías de cinco horas, como la de Chanquín-Cole Cole. u$s 7,5. Cucao. T: + 56 65 971027.Muelle de las Almas. A unos 6 km de ripio desde Cucao, este muelle es el resultado de la tesis del arquitecto Marcelo Orellana Rivera, que se basó en la leyenda de las almas. Es un muelle de madera que no lleva a ninguna parte, una intervención en el paisaje, obra de arte instalada entre los acantilados, con vista al mar y a las islas donde se puede ver una colonia de pingüinos. El camino para llegar, costeando el Pacífico, es precioso. u$s 3. Estacionamiento, u$s 2.Parque Tepuhueico. Un parque privado espectacular de 20.000 hectáreas con varios senderos posibles que se internan en el bosque nativo y llegan hasta cascadas, saltos de agua y bosquecitos de arrayanes. No es raro cruzarse con pudúes en el bosque o pingüinos magallánicos en la costa donde también se puede visitar el Muelle del Tiempo. La tarifa de ingreso varía desde u$s 3, según las zonas a visitar; hay 4: bosque, cordillera, costa y lago. Huillinco. T: +56 9 7977 7770.Museo de Arte Moderno. Este espacio concebido por el arquitecto Edward Rojas alberga varias muestras de arte contemporáneo chileno. Todos los días, de 10 a 18. Parque Municipal de Castro s/n, Castro. T: + 56 65 263 5454.Museo de Tradiciones Chonchinas. Un museo a todo pulmón, que arrancó a fines de los años 90 en una casa adquirida y restaurada por profesores jubilados de la comunidad. El museo hace foco en las tradiciones, costumbres y procesos culturales de Chonchi a través de objetos y fotografías. De martes a sábado, de 10 a 19. Centenario 116, Chonchi. T: + 56 65 267 2802.Museo del Acordeón. Sergio “Checho” Colivoro Barría también es argentino. Es un hombre pequeño, con boina y anteojos de vidrio grueso. Ágil y entusiasta. Enseguida invita a pasar a su Museo del Acordeón y espacio cultural, donde expone más de 60 instrumentos. Él mismo los fue encontrando en distintas casas chilotas y los restauraba y usaba para dar talleres de acordeón con su propio método. Hay acordeones austríacos, italianos, alemanes y de República Checa también. En medio del recorrido, donde se repasan historia y materiales, toma uno y canta un tango a viva voz. Le gusta conversar, mira programas de televisión argentinos y está informado sobre política. Si la charla se estira, avanza con su historia de vida, desde la infancia con padre músico hasta que llegó a representar a Chiloé en la expo Milán 2015. Andrade 181, Chonchi. T: + 56 9 9473-0364.

A veces creo que por tomarme la licencia de escribir en primera persona debería, por lo menos, contar alguna intimidad, un secreto, algo que la justifique. Quizás me animo con el correr de las palabras y el relato. O todo lo contrario: me escondo atrás de una nalca gigante, la planta madre, que abunda en los bosques chilotas, la de la hoja que envuelve el curanto en hoyo, la del tallo que se usa para hacer mermelada, la que come el pudú cuando está tierna.

Hay viajes que me los encargan y otros, como este, que propongo yo. Por qué Chiloé, por qué esta isla alejada y fría. Qué encontré que quise venir y después volver. ¿Son las bahías y caletas, las islas del Mar Interior, las retamas amarillas, la gente antigua, que arrastra la ch hasta que se vuelve sh y en lugar de Chonchi es Shonshi? ¿Los palafitos de Gamboa? ¿El perfume ahumado del merkén con cacho de cabra y semillas de coriandro, los caminos que cortan las colinas verdes y terminan en el mar? ¿Las iglesias Patrimonio de la Humanidad? ¿O más bien las historias que cuentan las mujeres que cuidan esas iglesias? ¿Es la luz rebelde? ¿El tiempo impredecible y destemplado, que va y viene, y llueve y sale el sol?

Segunda vez que cruzo el canal de Chacao para llegar a Chiloé, en la Región de Los Lagos. Cuando vine, hace diez años, se hablaba del puente de casi tres kilómetros sobre este canal que uniría isla y continente. Algunos lo deseaban y a otros los horrorizaba. Subo a la cubierta de la barcaza para sentir la brisa de mar. Es una tarde de sol radiante. Abuelo y nieto miran los pilares de hormigón armado que se elevan desde el agua y serán el sostén del puente.

–Allí, debajo del agua trabaja tu papá, ¿estai viendo? El abuelo le explica al cabro chico, como dicen acá, lo que hace el padre, que es soldador submarino, un oficio fundamental para la construcción del puente, que va por la mitad. Tiene fecha de terminación en 2025, pero muchos creen que se atrasará. La mirada del cabro chico perfora el mar, como si tuviera rayos X en las pupilas y buscara saber más de su papá.

Del otro lado es Chile, obvio poh, pero también un territorio de leyendas que durante muchas décadas permaneció olvidado y solitario desarrollando cierta característica endémica que trasciende la vegetación y despliega una mitología y otras formas de percibir el mundo. En su libro América destemplada, Enrique Zorrilla describe al chilota como un “hombre anfibio, con un pie en la tierra y otro en el mar”.

Los chilotas están rodeados de espíritus del mar, como la Pincoya, una mujer hermosa y rubia que baila envuelta en sargazo y, según cómo oriente su cuerpo, los pescadores saben si la pesca será abundante o escasa. Y los espíritus de la tierra, como el Trauco, el enano malo que anda con su hacha en busca de mujeres a las que embaraza con la mirada (ciertos mitos, igual que en otras partes, justifican abusos y no resisten la mirada actual).

¿Cómo llegar a Chiloé? El ferry que va de Pargua a Chacao cuesta u$s 14 y dura 20 minutos. No hay combustible en ninguna de las dos localidades. Conviene llegar con el tanque lleno. Pargua está a 45 km de Puerto Montt y la siguiente estación es en Ancud y luego Castro, a 96 kilómetros.

Dicen que en Chiloé el Estado quedaba lejos. Dicen que hubo –y hay– brujos, de los buenos y de los malos. En tiempos de la independencia, Chiloé peleó para España: no quería ser Chile. Dicen que acá mandaban a los funcionarios públicos castigados. Dicen que los chilotes de antes andaban a pata pelá (descalzos). Dicen que hasta ahora comen pura papa, comepapas les dicen, y se ríen. Dicen que cada tanto aparece el Caleuche, un barco fantasma que se perdió hace siglos por esas costas. Según esos rumores, la embarcación brilla y la tripulación festeja y baila, a pesar de que están todos muertos.

¿Por qué Chiloé? ¿Son las historias antiguas, como la de Gloria Vera que me cuenta desde el zaguán que hay que saber hacer un poco de todo para sobrevivir poh, y que ella hila y teje medias y gorros, y que antes mariscaba, pero ya no? ¿O serán las historias que me cruzo en este viaje, como la de Rodrigo Alarcón Müffeler, que después de vivir en la isla por trabajo vuelve todos los años, si puede, a celebrar Año Nuevo bajo el cielo de Cucao, el que vio Darwin cuando anduvo por estas costas? Cuando su hija cumplió 15 la trajo a Chiloé y, dos años más tarde, cuando su hijo cumplió 15 no lo llevó a Disney ni a París. Lo trajo a Chiloé. Cada vez que viene, Rodrigo camina por los mismos senderos: el que va al Muelle de las Almas, el que llega al Muelle del Tiempo, el que va a la playa larga de Cole Cole, pasando Chanquín. Aunque son los mismos senderos, siempre encuentra un matiz, algo por qué maravillarse.

El mar interior

De un lado de la isla, hacia el oeste, el Pacífico salvaje y frío; del otro, el Mar Interior o Mar de Chiloé, un espacio protegido y salpicado de islas chicas, cercanas a la costa. Islas habitadas donde la pesca artesanal fue durante siglos el recurso principal porque ese mar encerrado ofrecía alimento. Quinchao, Curaco, Quehui, Achao, Mechuque, entre otras. Islas con muelles de madera y, desde hace un tiempo, con excelentes opciones de alojamiento. Islas conectadas antes por dalcas, embarcaciones de troncos de alerce que usaron los huiliches para salir a pescar y los jesuitas para sembrar la fe en todo el archipiélago. En esta época hay barcazas modernas con wifi que garantizan el cruce inmediato y seguro. Las islas son la esencia de Chiloé. Más Chiloé que la isla grande, si cabe.

Para llegar a Quinchao se zarpa del puerto de Dalcahue, donde hay un mercado artesanal y están las cocinerías, un espacio en forma de barco con puestos de cocina tradicional chilota, el mejor lugar para probar una paila marina capaz de entregar la fuerza necesaria para mover una isla o, bueno, seguir el con el recorrido.

Una sola isla puede tener tres iglesias Patrimonio de la Humanidad, como Lemuy, la que visito en este viaje. Para llegar se zarpa del embarcadero de Huicha, en Chonchi. Escribo y leo estos sustantivos propios y eso también me gusta de Chiloé: los nombres de los lugares, las combinaciones de letras que producen Colecole, Quemchi, Cucao, Aldachildo, Vilupulli, Detif, Tenaún, Quetalco. Ristras de letras que encierran ruralidad y empujan el idioma hacia bordes desconocidos.

El cruce en barcaza dura seis o siete minutos. La capital de Lemuy es Puqueldón, con apenas 4.000 habitantes y una iglesia con pinturas de la escuela cuzqueña. En el camino veo colinas sembradas de maíz, ajo –el ajo chilota es grande, de piel blanca y sabor suave– y papas. Sólo en esta isla hay más de 200 papas nativas: clavela, señorita, azul primeriza, azul raizuda, riñón, piel rosada, chata ojuda, blanca huevo, tipo cielo, pesada, cabrita, montañera, cuchi poñi, bruja, corazón.

–No probasti el milcao? –me preguntará la diseñadora Ivania Barrientos en Nudos, su local de venta de artesanías y textiles, en Castro. Responderé que no y me mandará a un carrito en la plaza principal, frente a la heladería Colibrí.

–¿Qué es el milcao?

–Imagínate un medallón de papa con chicharrón. Nosotros lo amamos.

La primera iglesia de Lemuy es la de Ichuac. Está abierta, y no siempre toca esa suerte. Al mediodía las cuidadoras van a almorzar y las iglesias permanecen cerradas, como me pasó en Vilupulli y en Detif. Adentro de la iglesia de Ichuac, María Agüero acomoda y embellece el manto de la virgen, mientras su hija adolescente la espera en un banco (no parece que rezara). Durante el verano, María viene todas las mañanas a cuidar la iglesia. Camino hacia el altar se ven las manchas de humedad en el techo y en el piso.

–La asociación de amigos y la gente del patrimonio mundial aportan, sí, pero tardan mucho y las goteras son mayores. Hacen informes y nuevos informes; el último fue en 2019, pero los fondos todavía no llegan –dice.

En Chiloé hay cerca de 70 iglesias de madera y 16 son Patrimonio de la Humanidad. Fueron construidas entre el siglo XVII y principios del XX con la técnica que se usaba para hacer barcos y la guía de los jesuitas. Todas necesitan –o necesitaron– una restauración integral. En el viaje anterior me contaron que Bill Gates llegó una vez de incógnito y conoció varias y aportó para la causa. Hace diez años hablé con un arquitecto a cargo de la restauración de la iglesia de Nercón y me explicó que no existían planos y que los hacían al restaurarla. Esa iglesia se desarmó entera y se volvió a armar. Fotografié los pisos levantados con las maderas numeradas para que quedara igual que la original. En este viaje la veo terminada.

En el pórtico de la de Ichuac hay un reloj parecido a uno de pared de cocina con las agujas clavadas en las tres. Algunos dicen que esa fue la hora del terremoto de 1960, la catástrofe de la isla y de toda la región; otros, que es el horario de la muerte de Cristo. El último domingo de mes hay misa en Ichuac. El único cura de la isla se turna para cubrir bautismos, comuniones, confirmaciones y misas.

Las 16 iglesias patrimoniales: Santa María de Loreto (Achao), Santa María (Rilán), NS de los Dolores (Dalcahue), San Antonio (Vilupulli), NS del Rosario (Chonchi), NS de Gracia (Villa Quinchao), San Francisco (Castro), NS de Gracia (Nercón), San Juan Bautista (San Juan), NS del Patrocinio (Tenaún), San Antonio (Colo), Jesús Nazareno (Aldachildo), Natividad de María (Ichuac), Santiago Apóstol (Detif), NS del Rosario (Chelín), Jesús Nazareno (Caguach).

En la iglesia de Aldachildo, Marisol barre porque el fin de semana hubo una comunión. Sonríe todo el tiempo, quizás por eso se le ilumina la cara y dan ganas de hablar con ella. Le pregunto por qué renguea y me cuenta que se acaba de operar la rodilla, los meniscos, dice. Hace tiempo que le dolía de tanto trabajar en la industria pesquera.

–Este año hice 14 cosechas seguidas y se hace mucha fuerza para levantar las cuerdas de choros y llenar los canastos. Fue la última, ya no vuelvo al mar. Hasta muletas tuve que usar, pero ya las dejé, con eso no se puede andar.

Desde los años 80, cuando se instala con fuerza la industria salmonera –Chile es el segundo productor mundial de salmón después de Noruega, y el 35% se extrae de esta región–, el cultivo de algas y la miticultura –cultivo controlado de mejillón–, la pesca artesanal queda en un segundo plano, incluso la agricultura. Eso cambia las dinámicas isleñas y provoca el despoblamiento de las zonas rurales. Lo llaman el “efecto salmonera en la cultura”. Cuando las salmoneras se van, el mar queda vacío –el uso descontrolado de antibióticos afecta a la fauna– y, por ende, el territorio debilitado.

A pesar de los cambios, todavía hay pescadores artesanales que sacan congrio, merluza, jurel, pez sierra y sardinas de las 90 caletas del Mar Interior. Ya no usan sacho, el ancla tradicional de Chiloé, de madera y piedra, que se puede ver en un monumento en Castro, frente a la costanera Pedro Montt. Mientras barre, Marisol dice que le agradece a la vida todo lo que pudo ver cuando viajó por otras partes de Chile, antes de volver a Aldachildo.

La tercera iglesia de Lemuy es en Detif, un caserío en una península de vistas preciosas. La ruta hacia allá circula por una faja de tierra angosta y larga, como el cuello de un animal mitológico. Se ve el mar a derecha y a izquierda, y cultivos de choros a lo lejos. La iglesia está cerrada y no hay vecinos a la vista. Hasta que llega Mauricio, el enfermero de Detif, y conversamos un rato. Me cuenta que los principales problemas de los pobladores son de cálculos en la vesícula por la alimentación –dieta basada en papa y carne–, obesidad, y alcoholismo entre los hombres.

–Lo más complicado son las urgencias. Cuesta salir de aquí: los 20 kilómetros de curvas hasta Puqueldón y después a Castro. Paseando, la distancia es una fiesta. En emergencia, ojalá llegara al rescate un brujo con una escoba supersónica. O, bueno, un helicóptero sanitario.

Del alerce al pino impregnado

La madera es algo así como el hilo conductor de Chiloé. Los chilotas trocaban las tejuelas de alerce que venían de la cordillera por pescado y así forraron las casas y las iglesias de esta isla.

–En 50 años ha cambiado la materialidad porque el bosque nativo está cada vez más protegido y hoy sólo se construye con madera de bosque artificial: el pino radiata. La madera se trata de mil maneras; impregnada resiste el agua y la intemperie y hasta se puede usar como tejuela. El trabajo carpintero ha evolucionado, pero se sigue manteniendo una forma de hacer.

El que dice esto es Edward Rojas Vega, ganador del Premio Nacional de Arquitectura en 2016, y arquitecto fundamental de la isla. En el viaje anterior había leído sobre él. Llegué a ver algo de su obra en Castro, como el Hotel Unicornio Azul. Esta vez voy más lejos: me alojo en dos hoteles construidos por él y me gusta tanto la espacialidad que propone que decido ir a su estudio. Queda en el Pasaje Díaz, en el centro de Castro. Vaya nomás, él suele estar ahí, me dicen.

Edward Rojas es de la III Región. Nació en el desierto de Atacama, el más seco del mundo. Su padre era obrero de la Andes Copper Mining Company y de chico vivió en El Salvador, un pueblo minero considerado modelo de arquitectura moderna, y de donde Rojas es hoy “salvadoreño ilustre”. Su estudio queda en un primer piso por escalera de madera. El arquitecto está trabajando en su escritorio, rodeado de imágenes intervenidas de Marilyn Monroe –también es artista visual– y de botellas de vidrio con formas, como las que coleccionaba Neruda. Lleva puesta una camisa gruesa de lino blanco, el bigote tupido y anteojos con marco de madera. Parece el hermano chileno de Gabriel García Márquez. Me ofrece asiento y cuenta que este año lo invitaron a exponer maquetas de su obra en Buenos Aires.

–Quizás en algunos meses andaré por Argentina.

–¿Cómo llegó a vivir en Chiloé?

–Vine en el 77; en ese tiempo, como un incentivo para el desarrollo, el Estado bonificaba la construcción. El que hacía una inversión recibía un 25% de devolución. Entonces la gente se animó a hacer su casa. Y faltaban arquitectos y vine. Para mí, que venía de un lugar sin vegetación, todo era extraordinario y maravilloso.

Edward Rojas puso el ojo en los palafitos del bordemar, como dicen acá, medio en la tierra, medio en el mar, construcciones anfibias, igual que los chilotas. En el bordemarino se pagaban menos impuestos porque eran tierras fiscales.

Los palafitos son viviendas apoyadas sobre pilotes de madera de luma o ciprés de las islas Guaitecas. Las vigas son del monte nativo: coihue y tenío, y la estructura suele ser de canelo. Se construyeron entre fines del siglo XIX y principios del XX, con el desarrollo de los centros urbanos. Después del terremoto del 60, de las topadoras de algún gobierno, y de las transformaciones de la isla, quedan sólo dos sectores de palafitos en Castro: uno en Gamboa y otro en Pedro Montt, a la entrada y a la salida de la ciudad. Son pocos los que pertenecen a pescadores o gente antigua, la mayoría ya se alquiló o vendió y se convirtió en hotel boutique, como Palafito 1326; en café, como Veliche; en hostel, como Waiwen, o en restaurante, como Alquimia Bistró.

Calendario de fiestas: antes del verano arrancan las celebraciones costumbristas que honran la identidad chilota con tradiciones musicales, gastronómicas y artesanales. Hay fiestas de la noche, de la minga, rurales y de la maja chilota. Se suman, las fiestas religiosas por la gran cantidad de iglesias. Suele haber romerías y procesiones con música de acordeones.

En el sector de Pedro Montt hay una iglesia-palafito: Capilla Palafito Nuestra Señora de Lourdes. Se construyó hace algunos años, forrada en tejuelas. Tiene una campana que llegó de Francia. Edward Rojas participó del proyecto y de otros –Museo de Arte Moderno Chiloé, las cocinerías de Dalcahue, construcciones en el Parque Tantauco y restauración de varias iglesias– porque los considera bastiones de identidad y memoria.

Dan ganas de seguir conversando, pero ya es el mediodía y suena el teléfono del estudio. Del otro lado escucho la voz de su hija:

–Papito, venga que ya está el almuerzo.

Edward Rojas organiza sus cosas y bajamos las escaleras. Su casa está a un paso del estudio.

Después de la lluvia

Llovió toda la noche y también de madrugada, así es en Chiloé. Llueve alrededor de 2.500 mm por año. En junio, el promedio da 16 días de agua. El paisaje está quieto acá en Tepuhueico, un parque privado de 20.000 hectáreas, entre Chonchi y Cucao. Aunque ya no llueva, una gota gorda resbala por el pangue, la hoja de la nalca.

El camino corta el monte espeso de coihues, arrayanes, mañíos, lianas y enredaderas. Manejo despacio porque los carteles marcan que podría cruzarse fauna silvestre. Despacio y con las ventanillas abiertas, como si buscara lo que todos quieren ver por acá: el pudú. Miro atenta y medio resignada porque es difícil.

Todo está más verde después de la lluvia, y huele fresco y dulce. El pudú es el ciervo nativo de América del Sur, el más chico de los ciervos. ¡Ahí! ¡Hacia la derecha! Una hembra y su cría, marrón rojizo con motas negras en la cola, rondan una mata de nalcas. El pudú mide poco menos de un metro de largo y unos 40 cm de alto. Se distribuye en el sur de Argentina y Chile, pero en la isla de Chiloé abunda, y en este viaje lo compruebo.

La cría me ve y queda estática, como si jugara a la mancha congelada: el cuello hacia arriba, donde está el brote tierno. Estiro el brazo hasta la cámara con movimientos de ladrón de guante blanco. Llego a sacarle una foto y otra. Desarman la posición y se meten en el monte. No corren, van pellizcando helechos como si no le temieran al humano. La tala es el principal enemigo del pudú, además del puma, los perros y, más que la cacería ilegal, los atropellos en la ruta. Para protegerlos, los carteles indican 20 km/h.

El cielo está cargado, podría volver a llover. Sólo se escucha el roce de la cubierta sobre el barro. Giro la cabeza porque siento una mirada y ahí veo al macho, inmóvil, gris con dos cuernos cortos. Está cerca y mira hacia el auto. Me mira con una intimidad de película iraní, y la emoción es tal que me quedo quieta como él. Dejo la cámara –después de sacarle algunas fotos– y le devuelvo la mirada. Nos quedamos así unos dos minutos, en una conversación fecunda, de pupila a pupila.

Viste una familia, me dirán después y me mirarán como a una persona con suerte. Y eso que no sabrán que camino al Muelle del Tiempo veré otra cría entre las nalcas, con manchas blancas como las de un Bambi retacón y medio apurado por la tormenta. Ese pudú extra será un regalo de despedida.

¿Por qué Chiloé? ¿Es la piel gastada de las tejuelas de alerce? ¿Un cuenco de Pomaire lleno de choritos al pil pil? ¿Las rutas que se pierden en el monte y salen al lago Huillinco? ¿Los amigos nuevos? ¿Los muelles de Cucao, que no llevan a ninguna parte? ¿La conversación de miradas con el pudú? Me vuelvo a preguntar por el embrujo de esta isla grande, y espero ensayar nuevas respuestas en el próximo viaje.

Datos útiles

Dónde dormir

Hotel Palafito 1326. Habitaciones simples, dobles y triples en el sector de palafitos de Gamboa. Bien ubicado, cerca del centro. Los cuartos no son grandes, pero sí luminosos y equipados con excelente ropa de cama. Tiene cocina para huéspedes y en la terraza funciona uno de los mejores restaurantes de la isla. Dobles con desayuno, desde u$s 100. Ernesto Riquelme 1326, Castro. T: + 56 65 253 0053.Palafito Cucao. Preciosa construcción en un palafito a orillas del lago Huillinco y muy cerca del océano Pacífico. Tiene habitaciones simples y dobles, también cuádruples y familiares, y una cocina para huéspedes con gran vista. Como muchos lugares de la isla cuenta con tinaja o jacuzzi a cielo abierto. Dobles con desayuno, desde u$s 120. Parque Nacional Chiloé, Cucao. T: + 56 9 8403 4728.Tepuhueico Lodge. En medio del parque Tepuhueico, a 14 km de ripio de Huillinco, el pueblo más cercano, un alojamiento especial en una construcción antigua y sofisticada, con piel de tejuelas y vistas espectaculares del monte. Los cuartos son amplios y aceptables, pero necesitan una remodelación. Dobles con desayuno (que podría ser más completo), desde u$s 180. La comida, exquisita, cuesta alrededor de u$s 25 por persona. También es posible pagar la entrada al parque y llegar al lodge para tomar o comer algo. Conviene reservar. Parque Tepuhueico, Huillinco. T: + 56 9 7977 7770.

Dónde comer

Travesía. Una joya de Chiloé que comanda la chef Lorna Muñoz Arias, en una casita amarilla de madera que perteneció a sus bisabuelos, en el centro de Castro. Los platos están cargados de mar y nostalgia por la cocina casera de antes. Mejor reservar unas horas para disfrutar de la experiencia, adentro con mantel de encaje y platos de antes o en las mesas de afuera, entre plantas y flores. Curanto al plato, ceviche mixto, piures y cochayuyo para quien se anime porque son sabores fuertes, mejillas de congrio y merluza austral entre otros manjares. El plato ronda los u$s 15. Por la noche cierra temprano, a las 21.30. Eusebio Lillo 188. T: + 56 65 263 0137.Terraza 1326. La comida, la vista de los palafitos y el mar, la gran carta de vinos, pueden hacer de esta cena una experiencia. El primer turno todavía es de día y llega hasta que se hace de noche. Ensaladas de mar, tartare de atún, selección de mariscos frescos, ceviche, centolla, navajuelas, machas y ostiones, todos los platos realzan el producto de Chiloé. También pastas, costillas de ternera y lechón austral ahumado y confitado en salsa de mostaza y hierbas. Hacen una buena versión del pisco sour con miel de ulmo. Los platos rondan los u$s 15. Riquelme 1326, Castro. T: + 56 9 4235 2276.Café Blanco. Lindo lugar para desayunar o almorzar en el centro de Castro. Hay tortas y sándwiches. Venden souvenirs, productos gourmet, como ajo negro chilota. Tiene una sucursal en el centro de Ancud. Blanco Encalada 268, Castro. T: + 56 65 253 4636.Masamadre. El cocinero Mauro Cárcamo elabora increíbles panes de fermentación natural, y galletas con chocolate amargo. Para muchos, la mejor panadería de Castro. Sirven café en grano. Pasaje Díaz181, Castro. T: + 56 4547 2717.Cocinerías de Dalcahue. Sin dudas, el mejor sitio donde probar la cocina chilota tradicional. Paila marina, caldillo de congrio, empanadas de camarón y queso, o navajuelas. Buenos precios y todo fresco. Los platos rondan entre u$s 8 y u$s 10. El curanto incluye sopaipillas y se puede compartir, igual que el pescado a lo pobre. Los mediodías el lugar es un hervidero de gente y aroma a pescado en cocción. Suele haber publicidades de salidas de fin de semana a las islas por el día, con la posibilidad de probar ahí el curanto al hoyo. Costanera de Dalcahue.La Ventana de Elisa. Nicolás Miniello es de Santa Fe y Carolina Vera Atala de Chonchi. Se conocieron en Nueva Zelanda, a los veintis. Recorrieron varios lugares, vivieron en Barcelona y en Santiago, pero ella siempre quiso volver a los pagos. A los dos les gusta el café y juntos abrieron La ventana de Elisa, un café frente al mar en una casa de 1927, que construyó Pedro Andrade para su hija Elisa, la bisabuela de Carolina. El lugar era un emporio donde se vendía de todo un poco, como un almacén de ramos generales. Una ventana de esa casa era la de Elisa, por donde la niña miraba el mar. El café es amplio y coqueto. Sirven café y té, sándwiches, pizzas, hamburguesas y tortas: desde cheese cake hasta rarezas y especialidades, como torta de papa o de cerveza o kuchen de cochayuyo con naranja. Irrazábal 119, Chonchi. T: + 56 9 667 81972.Café del Bosque. Una casita en medio del bosque de Andrea y Gonzalo, dos santiaguinos que trabajaban en los medios y un día decidieron cambiar de vida. Cocinan y atienden ellos mismos. Rico café y tortas. También, almuerzos y delivery a cabañas y hoteles. Sobre la ruta, entre Huillinco y Cucao. T: + 56 9 9532 1097.

Paseos y excursiones

Isla Lemuy. Esta salida puede durar medio día o el día completo haciendo playa en Huenay, pasando Detif, después de comer un medallón de centolla o un salmón grillado, todo fresco y recién hecho en el Fogón Playa Huenay (T: +56 9 7658 3723).Se puede visitar Puqueldón, la capital, con iglesia de tejuelas y una feria de artesanos en la plaza, y el Parque Yayanes, con varios senderos que se internan en el monte. Salidas cada 30 minutos desde Huicha, en Chonchi, a Chulchuy, en Lemuy, por la barcaza Puelche (u$s 2,6 ida).Parque Nacional Chiloé. Tiene más de 40.000 hectáreas y gran diversidad botánica y cultural. Hay varios senderos: circuitos cortos, de 40 minutos, como el recorrido imperdible por los tepuales hasta travesías de cinco horas, como la de Chanquín-Cole Cole. u$s 7,5. Cucao. T: + 56 65 971027.Muelle de las Almas. A unos 6 km de ripio desde Cucao, este muelle es el resultado de la tesis del arquitecto Marcelo Orellana Rivera, que se basó en la leyenda de las almas. Es un muelle de madera que no lleva a ninguna parte, una intervención en el paisaje, obra de arte instalada entre los acantilados, con vista al mar y a las islas donde se puede ver una colonia de pingüinos. El camino para llegar, costeando el Pacífico, es precioso. u$s 3. Estacionamiento, u$s 2.Parque Tepuhueico. Un parque privado espectacular de 20.000 hectáreas con varios senderos posibles que se internan en el bosque nativo y llegan hasta cascadas, saltos de agua y bosquecitos de arrayanes. No es raro cruzarse con pudúes en el bosque o pingüinos magallánicos en la costa donde también se puede visitar el Muelle del Tiempo. La tarifa de ingreso varía desde u$s 3, según las zonas a visitar; hay 4: bosque, cordillera, costa y lago. Huillinco. T: +56 9 7977 7770.Museo de Arte Moderno. Este espacio concebido por el arquitecto Edward Rojas alberga varias muestras de arte contemporáneo chileno. Todos los días, de 10 a 18. Parque Municipal de Castro s/n, Castro. T: + 56 65 263 5454.Museo de Tradiciones Chonchinas. Un museo a todo pulmón, que arrancó a fines de los años 90 en una casa adquirida y restaurada por profesores jubilados de la comunidad. El museo hace foco en las tradiciones, costumbres y procesos culturales de Chonchi a través de objetos y fotografías. De martes a sábado, de 10 a 19. Centenario 116, Chonchi. T: + 56 65 267 2802.Museo del Acordeón. Sergio “Checho” Colivoro Barría también es argentino. Es un hombre pequeño, con boina y anteojos de vidrio grueso. Ágil y entusiasta. Enseguida invita a pasar a su Museo del Acordeón y espacio cultural, donde expone más de 60 instrumentos. Él mismo los fue encontrando en distintas casas chilotas y los restauraba y usaba para dar talleres de acordeón con su propio método. Hay acordeones austríacos, italianos, alemanes y de República Checa también. En medio del recorrido, donde se repasan historia y materiales, toma uno y canta un tango a viva voz. Le gusta conversar, mira programas de televisión argentinos y está informado sobre política. Si la charla se estira, avanza con su historia de vida, desde la infancia con padre músico hasta que llegó a representar a Chiloé en la expo Milán 2015. Andrade 181, Chonchi. T: + 56 9 9473-0364.

 Recorrido íntimo por un territorio lejano de palafitos, iglesias patrimoniales, monte nativo, cultivos de papa y ajo, madera y redes colmadas de choritos.  LA NACION

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