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Armó un jardín eficiente, productivo y ecológico sin dejar de lado el buen diseño

Los grandes maestros de Daiana Quintana fueron sus abuelos. Horticultores y floricultores, aún hoy Irene, de 97 años, sigue compartiéndole sus aprendizajes. Como el respeto por la tierra, algo que se logra dando alimento a las lombrices, esperando que germine una semilla, cultivando con el calendario lunar. Hoy Daiana tiene su hogar y espacio de experimentación en San Vicente, donde logró dar vida a un jardín que no solo es productivo para su familia, sino también para la fauna que la rodea.

Ser Sustentable 149

Primeros pasos

La formación que inició con sus abuelos continuó. En 2002, Daiana tuvo la posibilidad de irse a vivir a Holanda por algunos años. En este país incorporó nuevas visiones, conceptos
y herramientas al descubrir jardines silvestres, jardines productivos, jardines estructurados, trabajos en invernaderos, cuidado de los recursos. Más tarde vivió temporariamente en Alemania, en la casa de familiares paisajistas dedicados al diseño y obras de jardines.

Más tarde vino su formación en este país. “Estudiar en Pampa Infinita fue una experiencia muy enriquecedora.
Me abrió un mundo con diversas miradas de excelentes profesionales que marcaron mi camino”, cuenta Daiana. Todo eso definió su manera de pensar el jardín: “Me inspira proyectar jardines productivos para nosotros y para la fauna que nos rodea.
La naturaleza tiene el equilibrio perfecto”.

Agua de lluvia

Hace ya 13 años que el jardín de Daiana vio la luz. Desde el momento de su nacimiento, Daiana lo pensó como un jardín que se mantenga con agua de lluvia. Como parte de una filosofía que dirige todo su proyecto (y su vida). Para eso, lo primero fue moldear el terreno, sin agregar tierra, para generar una laguna y algunas
zonas perimetrales bajas que les permitieran recolectar el agua de lluvia.

La laguna cobró propia vida: dio origen a un ecosistema y refugio para fauna del lugar que antes
no se observaba. También construyeron un reservorio de 8 m3 en el que
acumulan el agua de lluvia. Con ésta abastecen el invernadero y riegan
los almácigos y otras áreas del jardín. La calidad del agua es
esencial para el crecimiento y desarrollo de las plantas.

“Actualmente producimos el 80% del compost que necesitamos. Cada año logramos un poco más. También tenemos gallinas, que hacen un gran aporte de nutrientes, sumado al aporte de materia orgánica del baño seco”.

Transformar y reutilizar

Bajo la lógica de reciclar, el invernadero tiene más de 10 años y antes fue la casita de juegos de su hija. Le cambiaron las maderas externas y la puerta, y ahora es uno de los lugares favoritos de Daiana. También sumaron un baño seco, para ahorrar y no desechar litros de agua potable (la descarga del baño de un hogar desagota hasta 20 litros de agua en cada uso). Lo usan durante el día, cuando están en el jardín.

Del jardín a la mesa

Por su parte, la huerta fue ampliándose un poco más cada año. Fracasos y logros mediante, es siempre un desafío, pero también un aprendizaje. “Me gusta que mis hijos sepan de dónde provienen los alimentos”, relata Daiana. “Verlos cosechar o buscar huevos en el gallinero hace que el trabajo sea muy gratificante”.

Abrazando la casa plantaron más de 80 frutales, algunos en espaldera, algunos en bosque, algunos en la vereda y otros en maceta. Hace un tiempo comenzó a cultivar hongos, un proceso también de mucha paciencia.

Diseñar el paisaje

Fiel a su profesión, Daiana no dejó el diseño del paisaje al azar. En los perímetros ubicó plantas nativas y frutales. “Me gusta
la diversidad, y que sea productivo para nosotros y para la fauna”. Las veredas también están pensadas con praderas, para que sigan siendo refugios de la vida silvestre.

En este jardín colaboran todos, como equipo. Generar compost, producir alimento, atraer polinizadores y otra fauna, recuperar el agua de lluvia, cosechar las propias semillas para
luego resembrarlas, hacer conservas, deshidratar frutas y verduras, plantar especies nativas, tener un botiquín de plantas medicinales. Estos son algunos de los proyectos que hacen que este jardín familiar aporte un granito de arena a crear un ambiente más sustentable.

Los grandes maestros de Daiana Quintana fueron sus abuelos. Horticultores y floricultores, aún hoy Irene, de 97 años, sigue compartiéndole sus aprendizajes. Como el respeto por la tierra, algo que se logra dando alimento a las lombrices, esperando que germine una semilla, cultivando con el calendario lunar. Hoy Daiana tiene su hogar y espacio de experimentación en San Vicente, donde logró dar vida a un jardín que no solo es productivo para su familia, sino también para la fauna que la rodea.

Ser Sustentable 149

Primeros pasos

La formación que inició con sus abuelos continuó. En 2002, Daiana tuvo la posibilidad de irse a vivir a Holanda por algunos años. En este país incorporó nuevas visiones, conceptos
y herramientas al descubrir jardines silvestres, jardines productivos, jardines estructurados, trabajos en invernaderos, cuidado de los recursos. Más tarde vivió temporariamente en Alemania, en la casa de familiares paisajistas dedicados al diseño y obras de jardines.

Más tarde vino su formación en este país. “Estudiar en Pampa Infinita fue una experiencia muy enriquecedora.
Me abrió un mundo con diversas miradas de excelentes profesionales que marcaron mi camino”, cuenta Daiana. Todo eso definió su manera de pensar el jardín: “Me inspira proyectar jardines productivos para nosotros y para la fauna que nos rodea.
La naturaleza tiene el equilibrio perfecto”.

Agua de lluvia

Hace ya 13 años que el jardín de Daiana vio la luz. Desde el momento de su nacimiento, Daiana lo pensó como un jardín que se mantenga con agua de lluvia. Como parte de una filosofía que dirige todo su proyecto (y su vida). Para eso, lo primero fue moldear el terreno, sin agregar tierra, para generar una laguna y algunas
zonas perimetrales bajas que les permitieran recolectar el agua de lluvia.

La laguna cobró propia vida: dio origen a un ecosistema y refugio para fauna del lugar que antes
no se observaba. También construyeron un reservorio de 8 m3 en el que
acumulan el agua de lluvia. Con ésta abastecen el invernadero y riegan
los almácigos y otras áreas del jardín. La calidad del agua es
esencial para el crecimiento y desarrollo de las plantas.

“Actualmente producimos el 80% del compost que necesitamos. Cada año logramos un poco más. También tenemos gallinas, que hacen un gran aporte de nutrientes, sumado al aporte de materia orgánica del baño seco”.

Transformar y reutilizar

Bajo la lógica de reciclar, el invernadero tiene más de 10 años y antes fue la casita de juegos de su hija. Le cambiaron las maderas externas y la puerta, y ahora es uno de los lugares favoritos de Daiana. También sumaron un baño seco, para ahorrar y no desechar litros de agua potable (la descarga del baño de un hogar desagota hasta 20 litros de agua en cada uso). Lo usan durante el día, cuando están en el jardín.

Del jardín a la mesa

Por su parte, la huerta fue ampliándose un poco más cada año. Fracasos y logros mediante, es siempre un desafío, pero también un aprendizaje. “Me gusta que mis hijos sepan de dónde provienen los alimentos”, relata Daiana. “Verlos cosechar o buscar huevos en el gallinero hace que el trabajo sea muy gratificante”.

Abrazando la casa plantaron más de 80 frutales, algunos en espaldera, algunos en bosque, algunos en la vereda y otros en maceta. Hace un tiempo comenzó a cultivar hongos, un proceso también de mucha paciencia.

Diseñar el paisaje

Fiel a su profesión, Daiana no dejó el diseño del paisaje al azar. En los perímetros ubicó plantas nativas y frutales. “Me gusta
la diversidad, y que sea productivo para nosotros y para la fauna”. Las veredas también están pensadas con praderas, para que sigan siendo refugios de la vida silvestre.

En este jardín colaboran todos, como equipo. Generar compost, producir alimento, atraer polinizadores y otra fauna, recuperar el agua de lluvia, cosechar las propias semillas para
luego resembrarlas, hacer conservas, deshidratar frutas y verduras, plantar especies nativas, tener un botiquín de plantas medicinales. Estos son algunos de los proyectos que hacen que este jardín familiar aporte un granito de arena a crear un ambiente más sustentable.

 Jardinera y paisajista, Daiana Quintana nació y se crio en una zona rural. Hoy, en San Vicente, recrea ese espacio donde flores silvestres, animales libres y árboles frutales son parte de su vida.  LA NACION

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