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Elecciones: el Pro pierde, aún ganando

“¿Me caso o no me caso?” Le pregunta el joven a su maestro. “Puedes hacerlo o no, de todos modos, elijas una cosa u otra, te vas a arrepentir”, recibió como respuesta. La antigua enseñanza, mal adjudicada a Sócrates, hoy es oportuna para analizar la situación del Pro con respecto a sus últimas decisiones políticas. Desde que Juntos por el Cambio quedó relegado del balotaje en 2023, y Mauricio Macri decidió apoyar a Javier Milei, era sabido que ese respaldo lo condenaba al olvido o, al menos, a un letargo político prolongado. Desde un principio se dijo eso, porque si a Milei le va bien, el electorado del Pro quedaría tomado por los libertarios y si le va mal, cargaría con parte de la culpa del fracaso. No olvidemos que Milei ganó también gracias al apoyo de los votantes del expresidente, que se volcó en su favor.

Pero pasado el primer momento, y una vez derrotado el kirchnerismo, el Pro volvió a elegir, y no fue solo por decisión de su propio líder, Mauricio Macri. Algunos alfiles también lo hicieron y, garrocha en mano, saltaron el “muro republicano” que los separaba en sus identidades no tan similares. La primera de ellas, construida en la vereda de enfrente del kirchnerismo y la otra, a su sombra. El Pro termina, luego de ser maltratado públicamente por el mismo Presidente y su hermana, siendo el acompañante del asiento trasero de La Libertad Avanza en su distrito, la CABA, donde se entiende que optaron por una elección donde hay más chances de ganar “escondidos” antes que de sufrir una nueva derrota: “No nos quedaba otra, dos derrotas en un año en el distrito que gobernamos desde 2007 sería lapidario”, dice con resignación, y muy poco convencido de la movida, un legislador porteño del Pro.

El debate se trasladó a sus votantes, porque desde hace unos meses la aventura de acompañar a Milei con el único objetivo de “que no vuelva el kirchnerismo” ya no conforma a todos como hace un año y medio. Pasó un tiempo prudencial que permite analizar a Milei, no solo por sus modos violentos y poco institucionales, sino también por las sospechas por el caso $LIBRA, los Menem y sus oscuridades en cuanto a negocios cerca del estado, las valijas de la Aduana que se parecen tanto a las de Antonini Wilson, el armado de listas utilizando agencias públicas como la Anses y el PAMI, los nombres que la componen, con punteros que vienen de larga militancia en el kirchnerismo o el PJ de Massa -los ejemplos de Leila Gianni en La Matanza, la misma Pilar Ramírez en CABA y un número bastante elocuente de desconocidos que no tuvieron empacho en poner la firma en la lista libertaria- fueron situaciones que fueron asemejando a La Libertad Avanza a algo más parecido a lo que vinieron a cambiar. Es más, en algunos aspectos, solo los diferencia el nombre y el color de la lista y por supuesto, la propuesta de gobierno, donde es muy distinta a las bases que le dieron al Pro un impulso nacional ganado en su gestión en el GCBA, que se caracterizó por el orden de las cuentas sin dejar de garantizar derechos, algo que se contrapone con el mileísmo que, paradójicamente, puede ganar electores mostrándose duro, inflexible y hasta desinteresado en atender ciertas demandas de los sectores más humildes. Algo de eso muestran las postales de cada miércoles con fuerzas de seguridad reprimiendo a jubilados en el Congreso, o las del martes pasado, cuando se vio a personas en sillas de ruedas y a familiares de niños con autismo o no videntes ser rodeados por efectivos de Gendarmería, como si fuesen perturbadores del orden y no personas que fueron a pedir que no les quiten derechos ya adquiridos.

Allí se metió el Pro, a jugar una patriada para contrarrestar la posibilidad del regreso del kirchnerismo, acompañando a un partido nuevo que se parece cada vez más a aquél. A esta altura resulta un objetivo con gusto a poco para sus partidarios. María Eugenia Vidal, que no quiso someterse personalmente a este juego político, quizás siembre hoy una semilla que florecerá a futuro.

“Lo que está polarizada es la oferta política, no la sociedad, nuestro deber es construir un refugio para esos sectores”, dijo el flamante candidato a diputado nacional por la Coalición Cívica, Hernán Reyes, en un encuentro donde intentan armar un espacio que nuclee a “los lilitos”, la UCR, Confianza Pública de Graciela Ocaña, el Socialismo y el movimiento de Horacio Rodríguez Larreta, alertados todos ellos de que “la batalla cultural desatada por el gobierno es ir contra el Garrahan, los jubilados, los discapacitados, la educación y la ciencia, por eso los enfrentamos”.

En los últimos días se abrieron nuevas ofertas electorales, al ya conocido Somos Buenos Aires, que reunió a sectores de la UCR y el Peronismo liderado por Juan Schiaretti, la Coalición Cívica, el Partido Socialista y otros partidos de centro y vecinales, se sumó con mucha fuerza a nivel nacional el Grito Federal, que tiene una despliegue territorial envidiable, que no tienen ni los libertarios ni el kirchnerismo, representados en gobernadores de provincias importantes como Córdoba y Santa Fe, la Patagonia con Chubut y Santa Cruz, el norte con Jujuy y el litoral con Corrientes. Lo paradójico es que en la UCR ven cómo el dirigente con mayor proyección nacional, el gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, escapa de acuerdos con los libertarios y el Pro, pero el gobernador de Mendoza, Alfredo Cornejo, sí acuerda con el gobierno nacional.

En el Pro también hay divisiones. Mientras el gobernador de Entre Ríos, Rogelio Frigerio, arma lista con el gobierno nacional, el joven gobernador de Chubut, y figura promisoria de ese espacio, Nacho Torres, se suma al acuerdo de gobernadores para plantar una bandera de poder y, por qué no, una alternativa electoral. Este escenario es una demostración clara de que estamos frente a una elección donde los armados son horizontales, no verticales, tal como los conocimos hasta hace poco, cuando de la mano de un outsider colapsó el sistema político con el comportamiento partidario tal como lo conocíamos hasta entonces. Ese será otro aspecto para observar en la elección de octubre, junto con la performance que puedan obtener los liberales republicanos que representarán Ricardo López Murphy y María Eugenia Talerico con Potencia, no solo por los votos que puedan obtener a favor sino por los que le puedan quitar al acuerdo LLA-Pro, su mejor laguna donde pescar votos.

En el kirchnerismo se convencen con un argumento válido, pero no tan firme: si Sergio Massa sacó un 37% en primera vuelta en 2023, con un complicado momento inflacionario, con la economía desordenada y en el final del peor gobierno de la historia, se preguntan “¿por qué hoy sacaríamos menos que eso?”. Si polarizan con los libertarios es posible, de otro modo cae el cálculo.

Milei no va a “socializar” una victoria si la consigue, no solo porque está definitivamente enemistado con el término, sino porque se convenció de que su proyecto de poder no puede ser “loteado”. Es un proyecto personal, como mucho, familiar, donde el poder solo se comparte entre los hermanos, ya lo dijo Karina, “La lealtad no es una opción, es una condición” y se lo hicieron saber de muy mala manera a todos. Hasta a su vicepresidenta, Victoria Villarruel, que no es de poner la otra mejilla, y hasta demandó penalmente al dueño de La Derecha Diario, el “house organ” del gobierno, y a una de sus espadas legislativas, Lilia Lemoine.

Villarruel no ha sido un problema mediático, no hace declaraciones estruendosas ni genera polémicas a través de las redes sociales, le puso carácter al “burra traidora”, con la que la calificó Milei y esperará antes de actuar. Quienes la conocen dicen que revelará su perfil más combativo después de las elecciones de octubre. Allí podrá jugar sus cartas con mayor libertad y expondrá su mejor costado: la honestidad.

Todo es un entramado difícil de leer, es que la crisis del sistema político desnudó varias cuestiones de fondo, la más notoria es que el desencanto popular con la política es cada vez más palpable, un sentimiento que supera el enojo y se transforma en desinterés, no en vano la llave para fortalecer este proyecto mileísta o darlo por culminado la tienen quienes no están acudiendo a votar. Y la otra verdad inapelable es la demostración personificada del fracaso del sistema: la política argentina está minada de dirigentes, pero no cuenta con un solo estadista, ni Milei ni Macri lo son, con una gran diferencia entre ambos: Mauricio Macri sabe que el proyecto de Milei está basado en su narcisismo y que sus modos son dominantes, lo que no tuvo en cuenta es que para que un “dominante” pueda expresarse satisfactoriamente hace falta un “disciplinado”. Milei cumple naturalmente el primer rol, los que conocen a Macri dicen que no durará mucho en el suyo. Parece un final ya escrito.

“¿Me caso o no me caso?” Le pregunta el joven a su maestro. “Puedes hacerlo o no, de todos modos, elijas una cosa u otra, te vas a arrepentir”, recibió como respuesta. La antigua enseñanza, mal adjudicada a Sócrates, hoy es oportuna para analizar la situación del Pro con respecto a sus últimas decisiones políticas. Desde que Juntos por el Cambio quedó relegado del balotaje en 2023, y Mauricio Macri decidió apoyar a Javier Milei, era sabido que ese respaldo lo condenaba al olvido o, al menos, a un letargo político prolongado. Desde un principio se dijo eso, porque si a Milei le va bien, el electorado del Pro quedaría tomado por los libertarios y si le va mal, cargaría con parte de la culpa del fracaso. No olvidemos que Milei ganó también gracias al apoyo de los votantes del expresidente, que se volcó en su favor.

Pero pasado el primer momento, y una vez derrotado el kirchnerismo, el Pro volvió a elegir, y no fue solo por decisión de su propio líder, Mauricio Macri. Algunos alfiles también lo hicieron y, garrocha en mano, saltaron el “muro republicano” que los separaba en sus identidades no tan similares. La primera de ellas, construida en la vereda de enfrente del kirchnerismo y la otra, a su sombra. El Pro termina, luego de ser maltratado públicamente por el mismo Presidente y su hermana, siendo el acompañante del asiento trasero de La Libertad Avanza en su distrito, la CABA, donde se entiende que optaron por una elección donde hay más chances de ganar “escondidos” antes que de sufrir una nueva derrota: “No nos quedaba otra, dos derrotas en un año en el distrito que gobernamos desde 2007 sería lapidario”, dice con resignación, y muy poco convencido de la movida, un legislador porteño del Pro.

El debate se trasladó a sus votantes, porque desde hace unos meses la aventura de acompañar a Milei con el único objetivo de “que no vuelva el kirchnerismo” ya no conforma a todos como hace un año y medio. Pasó un tiempo prudencial que permite analizar a Milei, no solo por sus modos violentos y poco institucionales, sino también por las sospechas por el caso $LIBRA, los Menem y sus oscuridades en cuanto a negocios cerca del estado, las valijas de la Aduana que se parecen tanto a las de Antonini Wilson, el armado de listas utilizando agencias públicas como la Anses y el PAMI, los nombres que la componen, con punteros que vienen de larga militancia en el kirchnerismo o el PJ de Massa -los ejemplos de Leila Gianni en La Matanza, la misma Pilar Ramírez en CABA y un número bastante elocuente de desconocidos que no tuvieron empacho en poner la firma en la lista libertaria- fueron situaciones que fueron asemejando a La Libertad Avanza a algo más parecido a lo que vinieron a cambiar. Es más, en algunos aspectos, solo los diferencia el nombre y el color de la lista y por supuesto, la propuesta de gobierno, donde es muy distinta a las bases que le dieron al Pro un impulso nacional ganado en su gestión en el GCBA, que se caracterizó por el orden de las cuentas sin dejar de garantizar derechos, algo que se contrapone con el mileísmo que, paradójicamente, puede ganar electores mostrándose duro, inflexible y hasta desinteresado en atender ciertas demandas de los sectores más humildes. Algo de eso muestran las postales de cada miércoles con fuerzas de seguridad reprimiendo a jubilados en el Congreso, o las del martes pasado, cuando se vio a personas en sillas de ruedas y a familiares de niños con autismo o no videntes ser rodeados por efectivos de Gendarmería, como si fuesen perturbadores del orden y no personas que fueron a pedir que no les quiten derechos ya adquiridos.

Allí se metió el Pro, a jugar una patriada para contrarrestar la posibilidad del regreso del kirchnerismo, acompañando a un partido nuevo que se parece cada vez más a aquél. A esta altura resulta un objetivo con gusto a poco para sus partidarios. María Eugenia Vidal, que no quiso someterse personalmente a este juego político, quizás siembre hoy una semilla que florecerá a futuro.

“Lo que está polarizada es la oferta política, no la sociedad, nuestro deber es construir un refugio para esos sectores”, dijo el flamante candidato a diputado nacional por la Coalición Cívica, Hernán Reyes, en un encuentro donde intentan armar un espacio que nuclee a “los lilitos”, la UCR, Confianza Pública de Graciela Ocaña, el Socialismo y el movimiento de Horacio Rodríguez Larreta, alertados todos ellos de que “la batalla cultural desatada por el gobierno es ir contra el Garrahan, los jubilados, los discapacitados, la educación y la ciencia, por eso los enfrentamos”.

En los últimos días se abrieron nuevas ofertas electorales, al ya conocido Somos Buenos Aires, que reunió a sectores de la UCR y el Peronismo liderado por Juan Schiaretti, la Coalición Cívica, el Partido Socialista y otros partidos de centro y vecinales, se sumó con mucha fuerza a nivel nacional el Grito Federal, que tiene una despliegue territorial envidiable, que no tienen ni los libertarios ni el kirchnerismo, representados en gobernadores de provincias importantes como Córdoba y Santa Fe, la Patagonia con Chubut y Santa Cruz, el norte con Jujuy y el litoral con Corrientes. Lo paradójico es que en la UCR ven cómo el dirigente con mayor proyección nacional, el gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, escapa de acuerdos con los libertarios y el Pro, pero el gobernador de Mendoza, Alfredo Cornejo, sí acuerda con el gobierno nacional.

En el Pro también hay divisiones. Mientras el gobernador de Entre Ríos, Rogelio Frigerio, arma lista con el gobierno nacional, el joven gobernador de Chubut, y figura promisoria de ese espacio, Nacho Torres, se suma al acuerdo de gobernadores para plantar una bandera de poder y, por qué no, una alternativa electoral. Este escenario es una demostración clara de que estamos frente a una elección donde los armados son horizontales, no verticales, tal como los conocimos hasta hace poco, cuando de la mano de un outsider colapsó el sistema político con el comportamiento partidario tal como lo conocíamos hasta entonces. Ese será otro aspecto para observar en la elección de octubre, junto con la performance que puedan obtener los liberales republicanos que representarán Ricardo López Murphy y María Eugenia Talerico con Potencia, no solo por los votos que puedan obtener a favor sino por los que le puedan quitar al acuerdo LLA-Pro, su mejor laguna donde pescar votos.

En el kirchnerismo se convencen con un argumento válido, pero no tan firme: si Sergio Massa sacó un 37% en primera vuelta en 2023, con un complicado momento inflacionario, con la economía desordenada y en el final del peor gobierno de la historia, se preguntan “¿por qué hoy sacaríamos menos que eso?”. Si polarizan con los libertarios es posible, de otro modo cae el cálculo.

Milei no va a “socializar” una victoria si la consigue, no solo porque está definitivamente enemistado con el término, sino porque se convenció de que su proyecto de poder no puede ser “loteado”. Es un proyecto personal, como mucho, familiar, donde el poder solo se comparte entre los hermanos, ya lo dijo Karina, “La lealtad no es una opción, es una condición” y se lo hicieron saber de muy mala manera a todos. Hasta a su vicepresidenta, Victoria Villarruel, que no es de poner la otra mejilla, y hasta demandó penalmente al dueño de La Derecha Diario, el “house organ” del gobierno, y a una de sus espadas legislativas, Lilia Lemoine.

Villarruel no ha sido un problema mediático, no hace declaraciones estruendosas ni genera polémicas a través de las redes sociales, le puso carácter al “burra traidora”, con la que la calificó Milei y esperará antes de actuar. Quienes la conocen dicen que revelará su perfil más combativo después de las elecciones de octubre. Allí podrá jugar sus cartas con mayor libertad y expondrá su mejor costado: la honestidad.

Todo es un entramado difícil de leer, es que la crisis del sistema político desnudó varias cuestiones de fondo, la más notoria es que el desencanto popular con la política es cada vez más palpable, un sentimiento que supera el enojo y se transforma en desinterés, no en vano la llave para fortalecer este proyecto mileísta o darlo por culminado la tienen quienes no están acudiendo a votar. Y la otra verdad inapelable es la demostración personificada del fracaso del sistema: la política argentina está minada de dirigentes, pero no cuenta con un solo estadista, ni Milei ni Macri lo son, con una gran diferencia entre ambos: Mauricio Macri sabe que el proyecto de Milei está basado en su narcisismo y que sus modos son dominantes, lo que no tuvo en cuenta es que para que un “dominante” pueda expresarse satisfactoriamente hace falta un “disciplinado”. Milei cumple naturalmente el primer rol, los que conocen a Macri dicen que no durará mucho en el suyo. Parece un final ya escrito.

 “¿Me caso o no me caso?” Le pregunta el joven a su maestro. “Puedes hacerlo o no, de todos modos, elijas una cosa u otra, te vas a arrepentir”, recibió como respuesta. La antigua enseñanza, mal adjudicada a Sócrates, hoy es oportuna para analizar la situación del Pro con respecto a sus últimas decisiones políticas. Desde que Juntos por el Cambio quedó relegado del balotaje en 2023, y Mauricio Macri decidió apoyar a Javier Milei, era sabido que ese respaldo lo condenaba al olvido o, al menos, a un letargo político prolongado. Desde un principio se dijo eso, porque si a Milei le va bien, el electorado del Pro quedaría tomado por los libertarios y si le va mal, cargaría con parte de la culpa del fracaso. No olvidemos que Milei ganó también gracias al apoyo de los votantes del expresidente, que se volcó en su favor.Pero pasado el primer momento, y una vez derrotado el kirchnerismo, el Pro volvió a elegir, y no fue solo por decisión de su propio líder, Mauricio Macri. Algunos alfiles también lo hicieron y, garrocha en mano, saltaron el “muro republicano” que los separaba en sus identidades no tan similares. La primera de ellas, construida en la vereda de enfrente del kirchnerismo y la otra, a su sombra. El Pro termina, luego de ser maltratado públicamente por el mismo Presidente y su hermana, siendo el acompañante del asiento trasero de La Libertad Avanza en su distrito, la CABA, donde se entiende que optaron por una elección donde hay más chances de ganar “escondidos” antes que de sufrir una nueva derrota: “No nos quedaba otra, dos derrotas en un año en el distrito que gobernamos desde 2007 sería lapidario”, dice con resignación, y muy poco convencido de la movida, un legislador porteño del Pro.El debate se trasladó a sus votantes, porque desde hace unos meses la aventura de acompañar a Milei con el único objetivo de “que no vuelva el kirchnerismo” ya no conforma a todos como hace un año y medio. Pasó un tiempo prudencial que permite analizar a Milei, no solo por sus modos violentos y poco institucionales, sino también por las sospechas por el caso $LIBRA, los Menem y sus oscuridades en cuanto a negocios cerca del estado, las valijas de la Aduana que se parecen tanto a las de Antonini Wilson, el armado de listas utilizando agencias públicas como la Anses y el PAMI, los nombres que la componen, con punteros que vienen de larga militancia en el kirchnerismo o el PJ de Massa -los ejemplos de Leila Gianni en La Matanza, la misma Pilar Ramírez en CABA y un número bastante elocuente de desconocidos que no tuvieron empacho en poner la firma en la lista libertaria- fueron situaciones que fueron asemejando a La Libertad Avanza a algo más parecido a lo que vinieron a cambiar. Es más, en algunos aspectos, solo los diferencia el nombre y el color de la lista y por supuesto, la propuesta de gobierno, donde es muy distinta a las bases que le dieron al Pro un impulso nacional ganado en su gestión en el GCBA, que se caracterizó por el orden de las cuentas sin dejar de garantizar derechos, algo que se contrapone con el mileísmo que, paradójicamente, puede ganar electores mostrándose duro, inflexible y hasta desinteresado en atender ciertas demandas de los sectores más humildes. Algo de eso muestran las postales de cada miércoles con fuerzas de seguridad reprimiendo a jubilados en el Congreso, o las del martes pasado, cuando se vio a personas en sillas de ruedas y a familiares de niños con autismo o no videntes ser rodeados por efectivos de Gendarmería, como si fuesen perturbadores del orden y no personas que fueron a pedir que no les quiten derechos ya adquiridos. Allí se metió el Pro, a jugar una patriada para contrarrestar la posibilidad del regreso del kirchnerismo, acompañando a un partido nuevo que se parece cada vez más a aquél. A esta altura resulta un objetivo con gusto a poco para sus partidarios. María Eugenia Vidal, que no quiso someterse personalmente a este juego político, quizás siembre hoy una semilla que florecerá a futuro.“Lo que está polarizada es la oferta política, no la sociedad, nuestro deber es construir un refugio para esos sectores”, dijo el flamante candidato a diputado nacional por la Coalición Cívica, Hernán Reyes, en un encuentro donde intentan armar un espacio que nuclee a “los lilitos”, la UCR, Confianza Pública de Graciela Ocaña, el Socialismo y el movimiento de Horacio Rodríguez Larreta, alertados todos ellos de que “la batalla cultural desatada por el gobierno es ir contra el Garrahan, los jubilados, los discapacitados, la educación y la ciencia, por eso los enfrentamos”. En los últimos días se abrieron nuevas ofertas electorales, al ya conocido Somos Buenos Aires, que reunió a sectores de la UCR y el Peronismo liderado por Juan Schiaretti, la Coalición Cívica, el Partido Socialista y otros partidos de centro y vecinales, se sumó con mucha fuerza a nivel nacional el Grito Federal, que tiene una despliegue territorial envidiable, que no tienen ni los libertarios ni el kirchnerismo, representados en gobernadores de provincias importantes como Córdoba y Santa Fe, la Patagonia con Chubut y Santa Cruz, el norte con Jujuy y el litoral con Corrientes. Lo paradójico es que en la UCR ven cómo el dirigente con mayor proyección nacional, el gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, escapa de acuerdos con los libertarios y el Pro, pero el gobernador de Mendoza, Alfredo Cornejo, sí acuerda con el gobierno nacional. En el Pro también hay divisiones. Mientras el gobernador de Entre Ríos, Rogelio Frigerio, arma lista con el gobierno nacional, el joven gobernador de Chubut, y figura promisoria de ese espacio, Nacho Torres, se suma al acuerdo de gobernadores para plantar una bandera de poder y, por qué no, una alternativa electoral. Este escenario es una demostración clara de que estamos frente a una elección donde los armados son horizontales, no verticales, tal como los conocimos hasta hace poco, cuando de la mano de un outsider colapsó el sistema político con el comportamiento partidario tal como lo conocíamos hasta entonces. Ese será otro aspecto para observar en la elección de octubre, junto con la performance que puedan obtener los liberales republicanos que representarán Ricardo López Murphy y María Eugenia Talerico con Potencia, no solo por los votos que puedan obtener a favor sino por los que le puedan quitar al acuerdo LLA-Pro, su mejor laguna donde pescar votos.En el kirchnerismo se convencen con un argumento válido, pero no tan firme: si Sergio Massa sacó un 37% en primera vuelta en 2023, con un complicado momento inflacionario, con la economía desordenada y en el final del peor gobierno de la historia, se preguntan “¿por qué hoy sacaríamos menos que eso?”. Si polarizan con los libertarios es posible, de otro modo cae el cálculo.Milei no va a “socializar” una victoria si la consigue, no solo porque está definitivamente enemistado con el término, sino porque se convenció de que su proyecto de poder no puede ser “loteado”. Es un proyecto personal, como mucho, familiar, donde el poder solo se comparte entre los hermanos, ya lo dijo Karina, “La lealtad no es una opción, es una condición” y se lo hicieron saber de muy mala manera a todos. Hasta a su vicepresidenta, Victoria Villarruel, que no es de poner la otra mejilla, y hasta demandó penalmente al dueño de La Derecha Diario, el “house organ” del gobierno, y a una de sus espadas legislativas, Lilia Lemoine. Villarruel no ha sido un problema mediático, no hace declaraciones estruendosas ni genera polémicas a través de las redes sociales, le puso carácter al “burra traidora”, con la que la calificó Milei y esperará antes de actuar. Quienes la conocen dicen que revelará su perfil más combativo después de las elecciones de octubre. Allí podrá jugar sus cartas con mayor libertad y expondrá su mejor costado: la honestidad.Todo es un entramado difícil de leer, es que la crisis del sistema político desnudó varias cuestiones de fondo, la más notoria es que el desencanto popular con la política es cada vez más palpable, un sentimiento que supera el enojo y se transforma en desinterés, no en vano la llave para fortalecer este proyecto mileísta o darlo por culminado la tienen quienes no están acudiendo a votar. Y la otra verdad inapelable es la demostración personificada del fracaso del sistema: la política argentina está minada de dirigentes, pero no cuenta con un solo estadista, ni Milei ni Macri lo son, con una gran diferencia entre ambos: Mauricio Macri sabe que el proyecto de Milei está basado en su narcisismo y que sus modos son dominantes, lo que no tuvo en cuenta es que para que un “dominante” pueda expresarse satisfactoriamente hace falta un “disciplinado”. Milei cumple naturalmente el primer rol, los que conocen a Macri dicen que no durará mucho en el suyo. Parece un final ya escrito.  LA NACION

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