La polémica por el mankeeping: las mujeres se quejan, los hombres lo relativizan y así lo explican los especialistas
La segunda semana de vacaciones de invierno, Romina T. y su marido, ambos de 44 años, con su hija de 13 años, viajaron al sur por cuatro días. “Yo me encargo de todo. Una amiga me decía, ¿cómo que vos le armás el bolso a tu marido? Pero sí, lo preparo yo. No solo eso. También le recordé que hablara con su psicólogo, porque le da mucha ansiedad viajar en avión”, cuenta Romina. No es en el único aspecto en el que la relación se vuelve desigual: “En general, le tengo que recordar y tramitar sus turnos médicos, porque si yo no lo mando directamente no va. También me ocupo de comprarle la ropa, o de recordarle los cumpleaños de sus padres y amigos. Tiene un montón de amigos, pero no habla de ciertas cosas con ellos. A veces, siento que soy la madre o la psicóloga más que su esposa”, cuenta ella.
Historias como estas suenan con frecuencia en el consultorio de Martín Wainstein, terapeuta de parejas y familias, profesor titular consulto de la UBA y director de la carrera de especialización en Psicología Clínica Sistémica de la Facultad de Psicología. No es un caso aislado. Más bien es un patrón. Tiene nombre: mankeeping, un término acuñado recientemente en la cultura norteamericana que significa algo así como “sostener o mantener al hombre”. Y aunque no sea una categoría clínica formal, describe con precisión una dinámica afectiva que atraviesa cada vez más vínculos heterosexuales, donde muchos hombres parecen desorientados en la transición de un modelo patriarcal a otro donde las emociones están habilitadas también para ellos, pero sin embargo, no encuentran ámbitos donde tramitar esas emociones, más allá de su propia pareja. Un fenómeno que describió en estos días un artículo de The New York Times, que apunta que incrementa el agotamiento de muchas mujeres, cansadas de ser el único soporte emocional de sus parejas. Se define como el trabajo no recíproco que realizan las mujeres para gestionar las necesidades emocionales y sociales de los hombres en sus vidas.
El tema no está exento de polémica, que creció en lo últimos días a la par de su difusión. Al punto que muchos varones exigen derecho a réplica. “En mi caso en particular, hay un acompañamiento en general recíproco, en el marco de una pareja que tiene un proyecto común, y ninguna de las dos partes toleraría que fuese distinto. Yo le voy a pedir cosas a mi mujer y mi mujer me pide cosas permanentemente a mí, y nos contamos cosas ambos. Sí hay una división del trabajo social y las responsabilidades, pero no me atrevería a decir que favorece más a uno que a otro”, expresa Tomás F., de 46 años, padre de dos hijos y cuya esposa tiene 47.
“El mankeeping es un patrón de comportamiento. Refiere a un concepto relacional vinculado a conductas aprendidas individuales, modos de relacionarse hombres y mujeres y un cambio cultural que entiende las cuestiones en términos de interacción, interpersonales, sistémicos: básicamente intenta describir como muchas mujeres terminan cuidando a sus compañeros como si fuesen hijos. Sin ser una categoría clínica, el término se refiere a una relación entre lo masculino y lo femenino en la cual los roles tradicionales de la cultura heterosexual son revisitados”, apunta Wainstein.
“Imaginemos una escena común: ella le recuerda a él sus citas médicas, organiza sus reuniones con amigos, le compra ropa y hasta le resuelve conflictos personales. Al principio podría parecer un acto amoroso, pero con el tiempo se vuelve rutina y ella siente que es más su madre que su pareja. Este fenómeno va más allá de las muestras de cariño saludables en una relación: implica que ella se convierte en la “gerente general” de la vida de él”, explica.
¿Por qué tantas mujeres terminan “manteniendo”, o “sosteniendo” en el sentido emocional a los hombres? “En sociedades patriarcales se esperaba que el hombre fuese el proveedor y figura fuerte, mientras la mujer asumía un rol cuidador sumiso dentro del hogar. En contextos de machismo extremo, esto llegaba al punto de que la esposa debía suplir el papel de madre para el hombre. Es decir, la cultura ha reforzado la idea de que la mujer atienda a su esposo casi con la misma abnegación con que atendería a un hijo. Aunque hoy muchos de esos roles clásicos se han cuestionado, sus ecos persisten en patrones persistentes colectivos, si bien poco visibles: la mujer sigue siendo socializada para cuidar, escuchar y contener emocionalmente, mientras que al hombre tradicionalmente se le ha desalentado a mostrar vulnerabilidad”, explica Wainstein.
Junto a factores culturales de larga data, existen cambios sociales recientes que han dado nuevo impulso al mankeeping. “Diversos estudios en las últimas décadas señalan que las redes de amistad de los hombres se han encogido significativamente en comparación con las de las mujeres; esta “recesión de la amistad masculina” se traduce en datos preocupantes: en algunos sondeos, el 27% de los hombres declara no tener ningún amigo cercano, y casi la mitad dice no tener con quién hablar de un problema personal. Hay factores de género que estimulan esto: los hombres suelen ser criados para la competencia y la autosuficiencia, no para la intimidad”, agrega el especialista.
El psiquiatra y ensayista José Eduardo Abadi define el mankeeping como una mezcla de aislamiento afectivo, dificultad para registrar al otro más allá de lo funcional, y una creciente dependencia del único sostén íntimo disponible: la pareja.
En este nuevo paisaje, los hombres enfrentan una transformación profunda. Ya no basta con ser proveedores, ni con llevar el control de las decisiones. “El poder, entendido como dominio, dejó de ser deseable. Pero lo que aún no aparece con claridad es con qué se reemplaza ese modelo patriarcal. La masculinidad se encuentra en una especie de tierra de nadie, sin mapas, sin manuales, y con escasos espacios de contención para elaborarlo”, apunta Abadi.
Tomás F. analiza los cambios de un modo diferente. “El hombre, que antes estaba más tiempo afuera, ahora está más tiempo adentro y es lógico que mejore la conversación con su pareja. El hombre se ha apoyado históricamente en la mujer, eso está clarísimo: ella es mucho más resolutiva y tiene un talento, ya sea innato o por la división social del trabajo, por el que las cosas le salen mejor que al hombre. Pero la masculinidad ha cambiado enormemente y hoy un hombre estándar promedio en una gran ciudad hace cosas que nuestros tatarabuelos jamás hubieran pensado, incluso en términos de conversación”, contrapone.
Adiós al bar
“En la post posmodernidad, las relaciones íntimas, esa que tienden ese puente, que es un registro del otro en algo más que la superficialidad, ha disminuido. La tecnología redujo la comunicación a la conexión. Hizo de las conversaciones, algo más breve y dirigido a lo necesario en ese momento o funcional, y no un estar con, no un compartir sin un objetivo específico determinado. Esto atenta contra lo espontáneo, contra el hablar de aquello que me ocurre, que imagino, que me preocupa, que anhelo”, dice el psiquiatra.
“En este cambio de época, las mujeres viven la charla con amigas lejos de la necesidad del objetivo específico sobre algo material concreto de qué hablar. Por eso ellas pueden dialogar. Pueden permitirse que las palabras que están adentro fluyan, y eso ha creado, evidentemente, círculos de amistad, de confianza, la sensación de acompañamiento, todo altamente beneficioso, saludable”, explica.
El artículo de TNYT apunta que muchas de las instituciones y espacios donde los hombres solían hacer amigos de forma orgánica se erosionaron, y menciona los lugares de culto, los grupos cívicos e incluso el simple lugar de trabajo. En el contexto argentino, los especialistas en vínculos apuntan la pérdida de espacios de expresión y encuentro de las masculinidades, tales como el bar por el que en otras décadas, los hombres pasaban uno o más horas diarias, al salir del trabajo y antes de volver a su casa.
“Esa mesa de hombres que había antes, que tenía el valor de reunirlos, no tenía gran variedad de temas, más bien eran tópicos estereotipados, pero había por lo menos la reunión presencial y el sentirse acompañados. Significaba un espacio de estabilidad emocional que surgía del diálogo. En esta nueva melodía que está latiendo en esta época en las parejas, efectivamente muchas veces cansa la mujer, quien también necesita de ese hombre que pueda tener confianza en sí mismo, una valorada representación de sí mismo, lejos de esa fragilidad emocional, que la convierte en una especie de consejera espiritual o que le asigna un lugar maternal que muchas veces les impide un nivel de libidinización de la relación o de juego amoroso”, explica Abadi.
Francisca G. y Héctor R., su pareja, de 45 y 49 años, suelen pasar largas temporadas sin mantener relaciones sexuales. Son padres de un adolescente de 15 años, y aseguran que no siguen juntos solo por la paternidad compartida. Son muy compañeros, comparten salidas con amigos en común, no tienen grandes crisis, hablan mucho, no se imaginan la vida sin el otro. Eso le dijeron a su terapeuta. Pero hay algo de magia que desapareció entre ellos. ¿Y de qué hablan entre ustedes?, les preguntó el terapeuta. La respuesta de Francisca fue contundente: “De él”. Respuesta que fue instantáneamente desmentida por Héctor. Y después vino un largo sí, pero no. “De todo, de la vida, de nosotros. No hablamos siempre de mí”, explicó él. Francisca acota: “Siento que les pasa a muchos hombres algo parecido. Como que en el cambio de época se los habilitó para tener emociones, se les dijo que estaba bien, pero nadie les enseñó cómo manejar esas emociones sanamente, sin reprimirlas pero sin convertir a su compañera en un sostén. Hoy está mal visto el hombre que no comparte los roles de género tradicionalmente femeninos, el cocinar, el cuidar a los hijos, la limpieza. Pero todavía seguimos en roles desiguales, y con mucha más carga emocional”, dice.
Georgina Sticco, directora y cofundadora de la consultora Grow-género y trabajo. “Esto también una cuestión de género, de un rol que hemos asumido. Parte del rol social que se les asigna a las mujeres es cuidar los vínculos emocionales. Esto lo vemos en distintos estudios que realizamos. Durante la pandemia, por ejemplo, cuando se habló con adolescentes sobre a quiénes hablaban para trabajar sus temas, sus angustias, la mayoría recurrían a sus madres. En una encuesta que hicimos con hombres jóvenes, cuando les preguntamos a los hombres cuándo iban ellos al médico, la mayoría de los hombres dijeron que van si alguien se los pide, fundamentalmente la pareja. Hay un rol de cuidado que excede lo físico, y tiene que ver con lo emocional y psíquica, que también recae en las mujeres, y que es algo que tenemos que revisar. Porque para que los hombres estén más sanos, ellos tienen que empezar a autocuidarse también”, apunta.
Luciano Fabbri es especialista en género de Grow. “¿De qué hablan cuando se encuentran? ¿Qué es lo que comparten los hombres en sus espacios de socialización, cuando son puros amigos hombres? No son espacios donde logran una contención emocional. Exponer nuestros sentimientos, puede colocarnos en un lugar de fragilidad o de vulnerabilidad, algo culturalmente considerado del orden de lo femenino y que devalúa nuestra propia masculinidad ante la mirada de los otros hombres. Esto hace que el espesor íntimo de nuestros vínculos de amistad sea muy pobre. Por más que compartamos tiempo con otros hombres, no encontramos ahí esa conexión, contención, escucha que terminamos buscando en amigas o en parejas mujeres”, apunta.
Los trabajos de cuidados que tradicionalmente la cultura asigna a las mujeres no son exclusivamente los vinculados a las tareas domésticas de limpieza, alimentación y organización del hogar, sino que también, apunta Fabbri, tienen que ver con el cuidado subjetivo, con el cuidado emocional, con la gestión de los afectos.
“Que la mujer sea la que tiene que promover la conversación una pareja o una mesa familiar para saber cómo se sienten, cómo están, Que tenga que recordarle a su pareja varón que tiene que llamar a sus padres, o que es el cumpleaños, o que es el aniversario. Que se encargue de comprar los regalos, que se encargue de organizar los encuentros sociales. Tiene que ver justamente con una tarea de cuidado que está profundamente feminizada y que en el marco de un sistema que supone que los hombres y las mujeres somos diferentes y complementarios, de algún modo naturaliza esa reproducción, suponiendo que todas las personas somos heterosexuales y que los hombres heterosexuales no tienen que encargarse de esas necesidades humanas básicas, sino que de eso se van a encargar las mujeres”, dice el especialista.
Fabbri explica que es una forma de micromachismo, y “particularmente los micromachismos utilitario, que tiene que ver con la histórica delegación de las tareas de cuidado sobre las mujeres, con el argumento de que ellas lo hacen naturalmente mejor que los hombres”, agrega.
“Estamos en un momento de cambio de paradigmas, en el que muchas veces se alienta el empoderamiento de las mujeres, lo que probablemente hace vacilar el rol de los varones. Es un momento de deconstrucción de lo que se considera como masculinidad tóxica, producto de mandatos culturales que recaían sobre el varón. Tendríamos que pensar si el cansancio y desconcierto de las mujeres podría estar encubriendo un no saber qué hacer con estas nuevas presentaciones de la masculinidad”, apunta María Fernanda Rivas, coordinadora del Departamento de Pareja y Familia de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). “La vida en pareja a veces requiere también de la capacidad de maternar al otro, en ciertos momentos de vulnerabilidad, sin que esto se convierta en el patrón de comportamiento del vínculo. Tal vez no tenemos que interpretarlo como signo de inmadurez o regresión por parte de los varones, sino de mayor capacidad de apertura y confianza en relación a la pareja, que puede convertirse en un lugar de mayor compañerismo y paridad. Son desafíos que se van presentando al fomento de construir nuevas formas de estar juntos en pareja y familia”, agrega.
La segunda semana de vacaciones de invierno, Romina T. y su marido, ambos de 44 años, con su hija de 13 años, viajaron al sur por cuatro días. “Yo me encargo de todo. Una amiga me decía, ¿cómo que vos le armás el bolso a tu marido? Pero sí, lo preparo yo. No solo eso. También le recordé que hablara con su psicólogo, porque le da mucha ansiedad viajar en avión”, cuenta Romina. No es en el único aspecto en el que la relación se vuelve desigual: “En general, le tengo que recordar y tramitar sus turnos médicos, porque si yo no lo mando directamente no va. También me ocupo de comprarle la ropa, o de recordarle los cumpleaños de sus padres y amigos. Tiene un montón de amigos, pero no habla de ciertas cosas con ellos. A veces, siento que soy la madre o la psicóloga más que su esposa”, cuenta ella.
Historias como estas suenan con frecuencia en el consultorio de Martín Wainstein, terapeuta de parejas y familias, profesor titular consulto de la UBA y director de la carrera de especialización en Psicología Clínica Sistémica de la Facultad de Psicología. No es un caso aislado. Más bien es un patrón. Tiene nombre: mankeeping, un término acuñado recientemente en la cultura norteamericana que significa algo así como “sostener o mantener al hombre”. Y aunque no sea una categoría clínica formal, describe con precisión una dinámica afectiva que atraviesa cada vez más vínculos heterosexuales, donde muchos hombres parecen desorientados en la transición de un modelo patriarcal a otro donde las emociones están habilitadas también para ellos, pero sin embargo, no encuentran ámbitos donde tramitar esas emociones, más allá de su propia pareja. Un fenómeno que describió en estos días un artículo de The New York Times, que apunta que incrementa el agotamiento de muchas mujeres, cansadas de ser el único soporte emocional de sus parejas. Se define como el trabajo no recíproco que realizan las mujeres para gestionar las necesidades emocionales y sociales de los hombres en sus vidas.
El tema no está exento de polémica, que creció en lo últimos días a la par de su difusión. Al punto que muchos varones exigen derecho a réplica. “En mi caso en particular, hay un acompañamiento en general recíproco, en el marco de una pareja que tiene un proyecto común, y ninguna de las dos partes toleraría que fuese distinto. Yo le voy a pedir cosas a mi mujer y mi mujer me pide cosas permanentemente a mí, y nos contamos cosas ambos. Sí hay una división del trabajo social y las responsabilidades, pero no me atrevería a decir que favorece más a uno que a otro”, expresa Tomás F., de 46 años, padre de dos hijos y cuya esposa tiene 47.
“El mankeeping es un patrón de comportamiento. Refiere a un concepto relacional vinculado a conductas aprendidas individuales, modos de relacionarse hombres y mujeres y un cambio cultural que entiende las cuestiones en términos de interacción, interpersonales, sistémicos: básicamente intenta describir como muchas mujeres terminan cuidando a sus compañeros como si fuesen hijos. Sin ser una categoría clínica, el término se refiere a una relación entre lo masculino y lo femenino en la cual los roles tradicionales de la cultura heterosexual son revisitados”, apunta Wainstein.
“Imaginemos una escena común: ella le recuerda a él sus citas médicas, organiza sus reuniones con amigos, le compra ropa y hasta le resuelve conflictos personales. Al principio podría parecer un acto amoroso, pero con el tiempo se vuelve rutina y ella siente que es más su madre que su pareja. Este fenómeno va más allá de las muestras de cariño saludables en una relación: implica que ella se convierte en la “gerente general” de la vida de él”, explica.
¿Por qué tantas mujeres terminan “manteniendo”, o “sosteniendo” en el sentido emocional a los hombres? “En sociedades patriarcales se esperaba que el hombre fuese el proveedor y figura fuerte, mientras la mujer asumía un rol cuidador sumiso dentro del hogar. En contextos de machismo extremo, esto llegaba al punto de que la esposa debía suplir el papel de madre para el hombre. Es decir, la cultura ha reforzado la idea de que la mujer atienda a su esposo casi con la misma abnegación con que atendería a un hijo. Aunque hoy muchos de esos roles clásicos se han cuestionado, sus ecos persisten en patrones persistentes colectivos, si bien poco visibles: la mujer sigue siendo socializada para cuidar, escuchar y contener emocionalmente, mientras que al hombre tradicionalmente se le ha desalentado a mostrar vulnerabilidad”, explica Wainstein.
Junto a factores culturales de larga data, existen cambios sociales recientes que han dado nuevo impulso al mankeeping. “Diversos estudios en las últimas décadas señalan que las redes de amistad de los hombres se han encogido significativamente en comparación con las de las mujeres; esta “recesión de la amistad masculina” se traduce en datos preocupantes: en algunos sondeos, el 27% de los hombres declara no tener ningún amigo cercano, y casi la mitad dice no tener con quién hablar de un problema personal. Hay factores de género que estimulan esto: los hombres suelen ser criados para la competencia y la autosuficiencia, no para la intimidad”, agrega el especialista.
El psiquiatra y ensayista José Eduardo Abadi define el mankeeping como una mezcla de aislamiento afectivo, dificultad para registrar al otro más allá de lo funcional, y una creciente dependencia del único sostén íntimo disponible: la pareja.
En este nuevo paisaje, los hombres enfrentan una transformación profunda. Ya no basta con ser proveedores, ni con llevar el control de las decisiones. “El poder, entendido como dominio, dejó de ser deseable. Pero lo que aún no aparece con claridad es con qué se reemplaza ese modelo patriarcal. La masculinidad se encuentra en una especie de tierra de nadie, sin mapas, sin manuales, y con escasos espacios de contención para elaborarlo”, apunta Abadi.
Tomás F. analiza los cambios de un modo diferente. “El hombre, que antes estaba más tiempo afuera, ahora está más tiempo adentro y es lógico que mejore la conversación con su pareja. El hombre se ha apoyado históricamente en la mujer, eso está clarísimo: ella es mucho más resolutiva y tiene un talento, ya sea innato o por la división social del trabajo, por el que las cosas le salen mejor que al hombre. Pero la masculinidad ha cambiado enormemente y hoy un hombre estándar promedio en una gran ciudad hace cosas que nuestros tatarabuelos jamás hubieran pensado, incluso en términos de conversación”, contrapone.
Adiós al bar
“En la post posmodernidad, las relaciones íntimas, esa que tienden ese puente, que es un registro del otro en algo más que la superficialidad, ha disminuido. La tecnología redujo la comunicación a la conexión. Hizo de las conversaciones, algo más breve y dirigido a lo necesario en ese momento o funcional, y no un estar con, no un compartir sin un objetivo específico determinado. Esto atenta contra lo espontáneo, contra el hablar de aquello que me ocurre, que imagino, que me preocupa, que anhelo”, dice el psiquiatra.
“En este cambio de época, las mujeres viven la charla con amigas lejos de la necesidad del objetivo específico sobre algo material concreto de qué hablar. Por eso ellas pueden dialogar. Pueden permitirse que las palabras que están adentro fluyan, y eso ha creado, evidentemente, círculos de amistad, de confianza, la sensación de acompañamiento, todo altamente beneficioso, saludable”, explica.
El artículo de TNYT apunta que muchas de las instituciones y espacios donde los hombres solían hacer amigos de forma orgánica se erosionaron, y menciona los lugares de culto, los grupos cívicos e incluso el simple lugar de trabajo. En el contexto argentino, los especialistas en vínculos apuntan la pérdida de espacios de expresión y encuentro de las masculinidades, tales como el bar por el que en otras décadas, los hombres pasaban uno o más horas diarias, al salir del trabajo y antes de volver a su casa.
“Esa mesa de hombres que había antes, que tenía el valor de reunirlos, no tenía gran variedad de temas, más bien eran tópicos estereotipados, pero había por lo menos la reunión presencial y el sentirse acompañados. Significaba un espacio de estabilidad emocional que surgía del diálogo. En esta nueva melodía que está latiendo en esta época en las parejas, efectivamente muchas veces cansa la mujer, quien también necesita de ese hombre que pueda tener confianza en sí mismo, una valorada representación de sí mismo, lejos de esa fragilidad emocional, que la convierte en una especie de consejera espiritual o que le asigna un lugar maternal que muchas veces les impide un nivel de libidinización de la relación o de juego amoroso”, explica Abadi.
Francisca G. y Héctor R., su pareja, de 45 y 49 años, suelen pasar largas temporadas sin mantener relaciones sexuales. Son padres de un adolescente de 15 años, y aseguran que no siguen juntos solo por la paternidad compartida. Son muy compañeros, comparten salidas con amigos en común, no tienen grandes crisis, hablan mucho, no se imaginan la vida sin el otro. Eso le dijeron a su terapeuta. Pero hay algo de magia que desapareció entre ellos. ¿Y de qué hablan entre ustedes?, les preguntó el terapeuta. La respuesta de Francisca fue contundente: “De él”. Respuesta que fue instantáneamente desmentida por Héctor. Y después vino un largo sí, pero no. “De todo, de la vida, de nosotros. No hablamos siempre de mí”, explicó él. Francisca acota: “Siento que les pasa a muchos hombres algo parecido. Como que en el cambio de época se los habilitó para tener emociones, se les dijo que estaba bien, pero nadie les enseñó cómo manejar esas emociones sanamente, sin reprimirlas pero sin convertir a su compañera en un sostén. Hoy está mal visto el hombre que no comparte los roles de género tradicionalmente femeninos, el cocinar, el cuidar a los hijos, la limpieza. Pero todavía seguimos en roles desiguales, y con mucha más carga emocional”, dice.
Georgina Sticco, directora y cofundadora de la consultora Grow-género y trabajo. “Esto también una cuestión de género, de un rol que hemos asumido. Parte del rol social que se les asigna a las mujeres es cuidar los vínculos emocionales. Esto lo vemos en distintos estudios que realizamos. Durante la pandemia, por ejemplo, cuando se habló con adolescentes sobre a quiénes hablaban para trabajar sus temas, sus angustias, la mayoría recurrían a sus madres. En una encuesta que hicimos con hombres jóvenes, cuando les preguntamos a los hombres cuándo iban ellos al médico, la mayoría de los hombres dijeron que van si alguien se los pide, fundamentalmente la pareja. Hay un rol de cuidado que excede lo físico, y tiene que ver con lo emocional y psíquica, que también recae en las mujeres, y que es algo que tenemos que revisar. Porque para que los hombres estén más sanos, ellos tienen que empezar a autocuidarse también”, apunta.
Luciano Fabbri es especialista en género de Grow. “¿De qué hablan cuando se encuentran? ¿Qué es lo que comparten los hombres en sus espacios de socialización, cuando son puros amigos hombres? No son espacios donde logran una contención emocional. Exponer nuestros sentimientos, puede colocarnos en un lugar de fragilidad o de vulnerabilidad, algo culturalmente considerado del orden de lo femenino y que devalúa nuestra propia masculinidad ante la mirada de los otros hombres. Esto hace que el espesor íntimo de nuestros vínculos de amistad sea muy pobre. Por más que compartamos tiempo con otros hombres, no encontramos ahí esa conexión, contención, escucha que terminamos buscando en amigas o en parejas mujeres”, apunta.
Los trabajos de cuidados que tradicionalmente la cultura asigna a las mujeres no son exclusivamente los vinculados a las tareas domésticas de limpieza, alimentación y organización del hogar, sino que también, apunta Fabbri, tienen que ver con el cuidado subjetivo, con el cuidado emocional, con la gestión de los afectos.
“Que la mujer sea la que tiene que promover la conversación una pareja o una mesa familiar para saber cómo se sienten, cómo están, Que tenga que recordarle a su pareja varón que tiene que llamar a sus padres, o que es el cumpleaños, o que es el aniversario. Que se encargue de comprar los regalos, que se encargue de organizar los encuentros sociales. Tiene que ver justamente con una tarea de cuidado que está profundamente feminizada y que en el marco de un sistema que supone que los hombres y las mujeres somos diferentes y complementarios, de algún modo naturaliza esa reproducción, suponiendo que todas las personas somos heterosexuales y que los hombres heterosexuales no tienen que encargarse de esas necesidades humanas básicas, sino que de eso se van a encargar las mujeres”, dice el especialista.
Fabbri explica que es una forma de micromachismo, y “particularmente los micromachismos utilitario, que tiene que ver con la histórica delegación de las tareas de cuidado sobre las mujeres, con el argumento de que ellas lo hacen naturalmente mejor que los hombres”, agrega.
“Estamos en un momento de cambio de paradigmas, en el que muchas veces se alienta el empoderamiento de las mujeres, lo que probablemente hace vacilar el rol de los varones. Es un momento de deconstrucción de lo que se considera como masculinidad tóxica, producto de mandatos culturales que recaían sobre el varón. Tendríamos que pensar si el cansancio y desconcierto de las mujeres podría estar encubriendo un no saber qué hacer con estas nuevas presentaciones de la masculinidad”, apunta María Fernanda Rivas, coordinadora del Departamento de Pareja y Familia de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). “La vida en pareja a veces requiere también de la capacidad de maternar al otro, en ciertos momentos de vulnerabilidad, sin que esto se convierta en el patrón de comportamiento del vínculo. Tal vez no tenemos que interpretarlo como signo de inmadurez o regresión por parte de los varones, sino de mayor capacidad de apertura y confianza en relación a la pareja, que puede convertirse en un lugar de mayor compañerismo y paridad. Son desafíos que se van presentando al fomento de construir nuevas formas de estar juntos en pareja y familia”, agrega.
A la par de la deconstrucción de la masculinidad, enfrentan nuevos roles que impactan en la conversación con ellas; el rol de la recesión de la amistad masculina LA NACION