Cáncer. De la radioterapia a la edición genética: la historia de cómo las terapias se volvieron cada vez más efectivas

Durante una noche de 1943, en el puerto italiano de Bari, un ataque aéreo alemán hizo estallar un buque aliado que transportaba un cargamento secreto: bombas con gas mostaza. Este gas, utilizado como arma química en la Primera Guerra Mundial, se dispersó por aire y agua. Cuando los médicos atendieron a soldados expuestos, notaron que sus médulas óseas estaban devastadas. Aquel hallazgo trágico encendió una idea inesperada: si el gas destruía células rápidamente, ¿podría usarse para atacar células que crecían sin control? Así nació la primera pista que condujo al desarrollo de la quimioterapia contra el cáncer.
La historia del tratamiento oncológico es un recorrido marcado por descubrimientos fortuitos, avances científicos y esfuerzos humanos, a menudo en medio del dolor y la urgencia. Hace un siglo, el cáncer se combatía principalmente con cirugías mutilantes que buscaban eliminar físicamente el tumor, muchas veces dejando secuelas importantes. Hoy, el panorama es muy distinto: los tratamientos van desde esas primeras intervenciones hasta terapias celulares personalizadas, que actúan a nivel molecular y permiten atacar el cáncer con una precisión nunca antes vista.
Además, se está avanzando en tecnologías que prometen cambiar profundamente el abordaje del cáncer. Algunas ya forman parte del arsenal terapéutico, como la inmunoterapia, capaz de reeducar al sistema inmunológico para que reconozca y elimine las células malignas. Otras, como la edición genética con la técnica CRISPR, ofrecen la posibilidad de corregir alteraciones en el ADN que predisponen al desarrollo de tumores. Si bien muchas de estas herramientas todavía se encuentran en etapas experimentales o de acceso limitado, su potencial para redefinir el tratamiento abre una nueva era en la oncología.
Con el impulso de la medicina personalizada, investigadores de todo el mundo ya trabajan para ir más allá del tratamiento y apuntar a la prevención molecular. La posibilidad de identificar alteraciones genéticas antes de que se manifiesten clínicamente, o de intervenir de manera temprana en los procesos biológicos que dan origen al cáncer, está cada vez más cerca. Incluso se investiga cómo potenciar la capacidad natural del sistema inmune para reconocer señales precoces de transformación celular, años antes de que se desarrolle un tumor. Lo que hasta hace poco parecía una utopía —anticiparse al cáncer antes de que aparezca— empieza a perfilarse como un objetivo alcanzable en el horizonte científico.
Los resultados ya se reflejan en cifras alentadoras. Según Our World In Data, hace 50 años la leucemia infantil era casi siempre fatal, con menos del 10% de supervivencia a cinco años tras el diagnóstico. Hoy, en Norteamérica y Europa, esa tasa asciende al 85%. La leucemia linfoblástica aguda (ALL), la más común, vio su supervivencia crecer del 14% en los 60 al 94% en 2010, mientras que la leucemia mieloide aguda (AML), más compleja, pasó del 14% a más del 60%.
El estudio Concord-3, el más amplio sobre supervivencia al cáncer, analizó 37,5 millones de pacientes en 71 países y reveló que, entre 2000 y 2014, la supervivencia a cinco años mejoró en la mayoría de los tipos de cáncer gracias a avances en prevención, diagnóstico temprano y tratamientos. En Argentina, la supervivencia a cinco años aumentó del 82,3% al 84,4% en cáncer de mama, y del 83,5% al 87,6% en cáncer de próstata, con mejoras más notables en cánceres infantiles, que pasaron del 65% al 76,1%.
“A nivel local, en el Concord-3 se analizaron datos de cinco registros (Chubut, Córdoba, Mendoza, Tierra del Fuego y el Registro Oncopediátrico Nacional). Aunque representan solo un 9% de la población, permiten estimar que el país está por debajo de los países desarrollados, pero por encima de la media latinoamericana”, explica Matías Chacón, oncólogo del Instituto Alexander Fleming.
“El cáncer ha pasado de ser una enfermedad de un órgano a ser una enfermedad molecular. Cada vez se diagnostica con mayor precisión y se puede tratar mejor”, destaca Susana Baldini, directora médica de la Cámara Argentina de Especialidades Medicinales (CAEME).
Cirugía: los primeros pasos
A comienzos del siglo XX, el cáncer se trataba casi exclusivamente con cirugía. William Halsted desarrolló la mastectomía radical para cáncer de mama, que extirpaba tumor, tejido mamario, músculos del pecho y ganglios linfáticos, basado en la idea de propagación local ordenada. Es un concepto médico (ya superado) que sostenía que el cáncer se disemina de forma progresiva y predecible desde el tumor primario hacia los tejidos cercanos.
Pocos años después, Marie Curie descubrió elementos como el radio y el polonio, que emitían radiación capaz de dañar tejidos vivos. Esto dio origen a la radioterapia, basada en la idea de usar haces de alta energía para destruir células cancerosas. Fue la segunda gran herramienta contra el cáncer y aún se emplea, muchas veces junto a cirugía o quimioterapia.
“Actualmente podemos hacer tratamientos focalizados en el lugar donde está la enfermedad para buscar erradicarla. Con estas técnicas modernas lo que hacemos también es evitar o reducir de forma muy significativa el daño que generamos en los tejidos vecinos sanos que no queremos lastimar. En ese sentido, anteriormente no podíamos aumentar mucho la dosis porque teníamos la limitación de que lastimábamos tejidos sanos”, resalta Gonzalo Gomez Abuin, jefe de investigación en Oncología del Hospital Alemán.
El gas mostaza y el nacimiento de la quimioterapia
El gas mostaza dañaba glóbulos blancos, lo que llevó a investigar compuestos similares para tratar enfermedades con proliferación descontrolada, como ciertas leucemias. Así nació, luego de años de investigación, la quimioterapia, el primer tratamiento farmacológico contra el cáncer, que actúa sistémicamente para alcanzar células tumorales diseminadas. Los fármacos interrumpen la multiplicación de células cancerosas, pero también afectan células sanas de rápida división, causando efectos secundarios, como caída del cabello o náuseas.
“Respecto a la quimioterapia, inicialmente eran tratamientos muy tóxicos con eficacia en tumores hematológicos. El avance más importante hoy es asociar la quimioterapia a anticuerpos conjugados con drogas. En lugar de distribuir quimioterapia en sangre, se pega a un anticuerpo que la lleva a la enfermedad y la libera allí, logrando mejores resultados, mayor control y menos toxicidad”, explica Gomez Abuin. Aunque cabe destacar que son técnicas emergentes para algunos tumores específicos.
En las décadas de 1960 y 1970 se combinaron tratamientos para mejorar resultados: cirugía seguida de radioterapia y quimioterapia para reducir recurrencias en cáncer de mama. También surgió la terapia hormonal para cánceres sensibles a hormonas, como el de mama y próstata, que bloquea hormonas que estimulan tumores, frenando o revirtiendo la enfermedad.
De las terapias dirigidas a la edición genética
El tratamiento del cáncer dio un giro decisivo a partir de las décadas de 1980 y 1990, cuando comenzaron a desarrollarse las terapias dirigidas, diseñadas para actuar sobre alteraciones moleculares específicas de las células tumorales. A diferencia de la quimioterapia convencional, que no distingue entre células sanas y malignas, estos fármacos actúan como una suerte de llave que encaja en un blanco preciso —ya sea una proteína o un gen alterado— reduciendo los efectos colaterales.
En paralelo, se perfeccionaron los trasplantes de médula ósea, una técnica que permite reponer las células madre hematopoyéticas destruidas por tratamientos intensivos como la quimioterapia o la radioterapia. Estas células pueden provenir del propio paciente (autólogo) o de un donante compatible (alogénico). El trasplante se consolidó como una herramienta clave en el tratamiento de enfermedades de la sangre, como la leucemia, el linfoma y el mieloma múltiple.
El inicio del siglo XXI trajo otro cambio de paradigma con la finalización del Proyecto Genoma Humano en 2003. Este hito permitió secuenciar el ADN humano y entender con mayor profundidad las mutaciones que causan distintos tipos de cáncer. A partir de ese avance surgió la medicina personalizada, un enfoque que adapta el tratamiento a las características moleculares de cada tumor.
Ese conocimiento molecular también sirvió de base para el desarrollo de terapias génicas y celulares. Entre las más avanzadas se encuentra la terapia CAR-T, una técnica que extrae un tipo de glóbulo blanco llamado célula T —encargado de defender al organismo—, lo modifica genéticamente para que reconozca un marcador tumoral específico y lo vuelve a introducir en el cuerpo para que ataque con precisión al cáncer. Aunque compleja y costosa, ha demostrado eficacia en ciertos tipos de leucemias y linfomas resistentes a otros tratamientos.
Más recientemente, se desarrolló una herramienta llamada CRISPR-Cas9, que permite editar el ADN con gran precisión, como si fuera un bisturí molecular. Aunque su uso clínico aún es experimental, tiene el potencial de corregir mutaciones que causan cáncer o de potenciar otras terapias, como la inmunoterapia. En el futuro, podría incluso contribuir a prevenir o curar ciertos tumores desde su origen.
La inmunoterapia, el despertar del sistema inmune.
Otra gran revolución es la inmunoterapia, que actúa como si le quitara la venda de los ojos al sistema inmunológico. Normalmente, el sistema inmune funciona como un ejército que patrulla el cuerpo en busca de amenazas, pero los tumores son expertos en disfrazarse y pasar desapercibidos.
Los inhibidores de puntos de control inmunológico funcionan como si desactivaran los frenos de ese ejército: bloquean proteínas que normalmente le dicen a las células de defensa “no ataques”. Al quitar esos frenos, las células T pueden ver al enemigo y actuar. Gracias a esta estrategia, se lograron resultados sorprendentes en cánceres que antes eran casi imposibles de tratar, como el melanoma metastásico o el cáncer de pulmón de células no pequeñas.
“Hemos comprendido por qué el sistema inmune no elimina el tumor, y que el tumor se adapta para evadirlo. Entender estos mecanismos permitió desarrollar fármacos que desbloquean el sistema inmune para que ataque al tumor”, resalta Gomez Abuin.
Investigación, desarrollo y acceso equitativo
“Hoy, el desafío no es solo seguir desarrollando terapias más eficaces, sino también garantizar el acceso equitativo a estos tratamientos. Buena parte de estos avances han sido posibles gracias a la inversión en innovación, lo que permite tener más y mejores alternativas terapéuticas para los pacientes”, indica Baldini.
Los asociados a CAEME, que incluyen a la Cámara Argentina de Organizaciones de Investigación Clínica (CAOIC), invierten alrededor de USD 750 millones en investigación clínica en el país, lo que representa el 46% de la inversión privada total en investigación y desarrollo del sector empresarial argentino. Estas compañías concentran el 93% de la inversión en ensayos clínicos en el país y el 85% del capital humano dedicado a esta actividad.
Actualmente hay más de 1.000 ensayos clínicos en curso en el país que brindan acceso temprano a terapias de última generación y una cartera creciente de proyectos en terapias avanzadas, como las génicas y celulares (CAR-T), con estudios en marcha en la Argentina.
“Es clave que los argentinos podamos disponer y tengamos acceso oportuno a tratamientos de vanguardia, seguros, eficaces y de calidad en un marco de sustentabilidad, transparencia, seguridad jurídica y confianza. Fortalecer el marco regulatorio e impulsar la toma de decisiones basadas en evidencia científica, así como consensuar nuevas formas de financiamiento son algunos de los desafíos que tenemos por delante”, asegura Baldini.
Prevención y detección temprana, claves del éxito
Para Chacón, es urgente incorporar nuevas tecnologías para fortalecer la prevención primaria y secundaria, especialmente en tumores prevenibles o tratables. Ejemplos exitosos son vacunas contra VPH, que redujeron el cáncer de cuello uterino. “El futuro tiene muchas oportunidades, pero optimizar políticas sanitarias debe ser prioridad en Latinoamérica”, subraya.
Claudio Martín, presidente de la Asociación Argentina de Oncología Clínica, advierte que muchos factores de riesgo son modificables. “El tabaco es el principal factor prevenible, asociado no solo a cáncer de pulmón, sino también de orofaringe, esófago, vejiga y páncreas”. También señala la importancia de mantener un peso adecuado, evitar sol sin protección, limitar alcohol y hacer ejercicio para reducir riesgo. “Las estrategias no son complejas, pero requieren mayor difusión y políticas públicas para llegar con información clara y continua”.
En cuanto al diagnóstico precoz, menciona estudios clave como la mamografía, el Papanicolaou, la colonoscopía, la detección de sangre oculta en materia fecal y la tomografía de tórax en personas fumadoras. Sin embargo, advierte sobre la inequidad en el acceso a tecnologías y tratamientos en Argentina: “Hay poblaciones con acceso muy limitado y otras con un panorama apenas mejor. Esta desigualdad compromete tanto el diagnóstico temprano como el tratamiento oportuno, dos factores fundamentales para mejorar la sobrevida”, señala Martín.
Durante una noche de 1943, en el puerto italiano de Bari, un ataque aéreo alemán hizo estallar un buque aliado que transportaba un cargamento secreto: bombas con gas mostaza. Este gas, utilizado como arma química en la Primera Guerra Mundial, se dispersó por aire y agua. Cuando los médicos atendieron a soldados expuestos, notaron que sus médulas óseas estaban devastadas. Aquel hallazgo trágico encendió una idea inesperada: si el gas destruía células rápidamente, ¿podría usarse para atacar células que crecían sin control? Así nació la primera pista que condujo al desarrollo de la quimioterapia contra el cáncer.
La historia del tratamiento oncológico es un recorrido marcado por descubrimientos fortuitos, avances científicos y esfuerzos humanos, a menudo en medio del dolor y la urgencia. Hace un siglo, el cáncer se combatía principalmente con cirugías mutilantes que buscaban eliminar físicamente el tumor, muchas veces dejando secuelas importantes. Hoy, el panorama es muy distinto: los tratamientos van desde esas primeras intervenciones hasta terapias celulares personalizadas, que actúan a nivel molecular y permiten atacar el cáncer con una precisión nunca antes vista.
Además, se está avanzando en tecnologías que prometen cambiar profundamente el abordaje del cáncer. Algunas ya forman parte del arsenal terapéutico, como la inmunoterapia, capaz de reeducar al sistema inmunológico para que reconozca y elimine las células malignas. Otras, como la edición genética con la técnica CRISPR, ofrecen la posibilidad de corregir alteraciones en el ADN que predisponen al desarrollo de tumores. Si bien muchas de estas herramientas todavía se encuentran en etapas experimentales o de acceso limitado, su potencial para redefinir el tratamiento abre una nueva era en la oncología.
Con el impulso de la medicina personalizada, investigadores de todo el mundo ya trabajan para ir más allá del tratamiento y apuntar a la prevención molecular. La posibilidad de identificar alteraciones genéticas antes de que se manifiesten clínicamente, o de intervenir de manera temprana en los procesos biológicos que dan origen al cáncer, está cada vez más cerca. Incluso se investiga cómo potenciar la capacidad natural del sistema inmune para reconocer señales precoces de transformación celular, años antes de que se desarrolle un tumor. Lo que hasta hace poco parecía una utopía —anticiparse al cáncer antes de que aparezca— empieza a perfilarse como un objetivo alcanzable en el horizonte científico.
Los resultados ya se reflejan en cifras alentadoras. Según Our World In Data, hace 50 años la leucemia infantil era casi siempre fatal, con menos del 10% de supervivencia a cinco años tras el diagnóstico. Hoy, en Norteamérica y Europa, esa tasa asciende al 85%. La leucemia linfoblástica aguda (ALL), la más común, vio su supervivencia crecer del 14% en los 60 al 94% en 2010, mientras que la leucemia mieloide aguda (AML), más compleja, pasó del 14% a más del 60%.
El estudio Concord-3, el más amplio sobre supervivencia al cáncer, analizó 37,5 millones de pacientes en 71 países y reveló que, entre 2000 y 2014, la supervivencia a cinco años mejoró en la mayoría de los tipos de cáncer gracias a avances en prevención, diagnóstico temprano y tratamientos. En Argentina, la supervivencia a cinco años aumentó del 82,3% al 84,4% en cáncer de mama, y del 83,5% al 87,6% en cáncer de próstata, con mejoras más notables en cánceres infantiles, que pasaron del 65% al 76,1%.
“A nivel local, en el Concord-3 se analizaron datos de cinco registros (Chubut, Córdoba, Mendoza, Tierra del Fuego y el Registro Oncopediátrico Nacional). Aunque representan solo un 9% de la población, permiten estimar que el país está por debajo de los países desarrollados, pero por encima de la media latinoamericana”, explica Matías Chacón, oncólogo del Instituto Alexander Fleming.
“El cáncer ha pasado de ser una enfermedad de un órgano a ser una enfermedad molecular. Cada vez se diagnostica con mayor precisión y se puede tratar mejor”, destaca Susana Baldini, directora médica de la Cámara Argentina de Especialidades Medicinales (CAEME).
Cirugía: los primeros pasos
A comienzos del siglo XX, el cáncer se trataba casi exclusivamente con cirugía. William Halsted desarrolló la mastectomía radical para cáncer de mama, que extirpaba tumor, tejido mamario, músculos del pecho y ganglios linfáticos, basado en la idea de propagación local ordenada. Es un concepto médico (ya superado) que sostenía que el cáncer se disemina de forma progresiva y predecible desde el tumor primario hacia los tejidos cercanos.
Pocos años después, Marie Curie descubrió elementos como el radio y el polonio, que emitían radiación capaz de dañar tejidos vivos. Esto dio origen a la radioterapia, basada en la idea de usar haces de alta energía para destruir células cancerosas. Fue la segunda gran herramienta contra el cáncer y aún se emplea, muchas veces junto a cirugía o quimioterapia.
“Actualmente podemos hacer tratamientos focalizados en el lugar donde está la enfermedad para buscar erradicarla. Con estas técnicas modernas lo que hacemos también es evitar o reducir de forma muy significativa el daño que generamos en los tejidos vecinos sanos que no queremos lastimar. En ese sentido, anteriormente no podíamos aumentar mucho la dosis porque teníamos la limitación de que lastimábamos tejidos sanos”, resalta Gonzalo Gomez Abuin, jefe de investigación en Oncología del Hospital Alemán.
El gas mostaza y el nacimiento de la quimioterapia
El gas mostaza dañaba glóbulos blancos, lo que llevó a investigar compuestos similares para tratar enfermedades con proliferación descontrolada, como ciertas leucemias. Así nació, luego de años de investigación, la quimioterapia, el primer tratamiento farmacológico contra el cáncer, que actúa sistémicamente para alcanzar células tumorales diseminadas. Los fármacos interrumpen la multiplicación de células cancerosas, pero también afectan células sanas de rápida división, causando efectos secundarios, como caída del cabello o náuseas.
“Respecto a la quimioterapia, inicialmente eran tratamientos muy tóxicos con eficacia en tumores hematológicos. El avance más importante hoy es asociar la quimioterapia a anticuerpos conjugados con drogas. En lugar de distribuir quimioterapia en sangre, se pega a un anticuerpo que la lleva a la enfermedad y la libera allí, logrando mejores resultados, mayor control y menos toxicidad”, explica Gomez Abuin. Aunque cabe destacar que son técnicas emergentes para algunos tumores específicos.
En las décadas de 1960 y 1970 se combinaron tratamientos para mejorar resultados: cirugía seguida de radioterapia y quimioterapia para reducir recurrencias en cáncer de mama. También surgió la terapia hormonal para cánceres sensibles a hormonas, como el de mama y próstata, que bloquea hormonas que estimulan tumores, frenando o revirtiendo la enfermedad.
De las terapias dirigidas a la edición genética
El tratamiento del cáncer dio un giro decisivo a partir de las décadas de 1980 y 1990, cuando comenzaron a desarrollarse las terapias dirigidas, diseñadas para actuar sobre alteraciones moleculares específicas de las células tumorales. A diferencia de la quimioterapia convencional, que no distingue entre células sanas y malignas, estos fármacos actúan como una suerte de llave que encaja en un blanco preciso —ya sea una proteína o un gen alterado— reduciendo los efectos colaterales.
En paralelo, se perfeccionaron los trasplantes de médula ósea, una técnica que permite reponer las células madre hematopoyéticas destruidas por tratamientos intensivos como la quimioterapia o la radioterapia. Estas células pueden provenir del propio paciente (autólogo) o de un donante compatible (alogénico). El trasplante se consolidó como una herramienta clave en el tratamiento de enfermedades de la sangre, como la leucemia, el linfoma y el mieloma múltiple.
El inicio del siglo XXI trajo otro cambio de paradigma con la finalización del Proyecto Genoma Humano en 2003. Este hito permitió secuenciar el ADN humano y entender con mayor profundidad las mutaciones que causan distintos tipos de cáncer. A partir de ese avance surgió la medicina personalizada, un enfoque que adapta el tratamiento a las características moleculares de cada tumor.
Ese conocimiento molecular también sirvió de base para el desarrollo de terapias génicas y celulares. Entre las más avanzadas se encuentra la terapia CAR-T, una técnica que extrae un tipo de glóbulo blanco llamado célula T —encargado de defender al organismo—, lo modifica genéticamente para que reconozca un marcador tumoral específico y lo vuelve a introducir en el cuerpo para que ataque con precisión al cáncer. Aunque compleja y costosa, ha demostrado eficacia en ciertos tipos de leucemias y linfomas resistentes a otros tratamientos.
Más recientemente, se desarrolló una herramienta llamada CRISPR-Cas9, que permite editar el ADN con gran precisión, como si fuera un bisturí molecular. Aunque su uso clínico aún es experimental, tiene el potencial de corregir mutaciones que causan cáncer o de potenciar otras terapias, como la inmunoterapia. En el futuro, podría incluso contribuir a prevenir o curar ciertos tumores desde su origen.
La inmunoterapia, el despertar del sistema inmune.
Otra gran revolución es la inmunoterapia, que actúa como si le quitara la venda de los ojos al sistema inmunológico. Normalmente, el sistema inmune funciona como un ejército que patrulla el cuerpo en busca de amenazas, pero los tumores son expertos en disfrazarse y pasar desapercibidos.
Los inhibidores de puntos de control inmunológico funcionan como si desactivaran los frenos de ese ejército: bloquean proteínas que normalmente le dicen a las células de defensa “no ataques”. Al quitar esos frenos, las células T pueden ver al enemigo y actuar. Gracias a esta estrategia, se lograron resultados sorprendentes en cánceres que antes eran casi imposibles de tratar, como el melanoma metastásico o el cáncer de pulmón de células no pequeñas.
“Hemos comprendido por qué el sistema inmune no elimina el tumor, y que el tumor se adapta para evadirlo. Entender estos mecanismos permitió desarrollar fármacos que desbloquean el sistema inmune para que ataque al tumor”, resalta Gomez Abuin.
Investigación, desarrollo y acceso equitativo
“Hoy, el desafío no es solo seguir desarrollando terapias más eficaces, sino también garantizar el acceso equitativo a estos tratamientos. Buena parte de estos avances han sido posibles gracias a la inversión en innovación, lo que permite tener más y mejores alternativas terapéuticas para los pacientes”, indica Baldini.
Los asociados a CAEME, que incluyen a la Cámara Argentina de Organizaciones de Investigación Clínica (CAOIC), invierten alrededor de USD 750 millones en investigación clínica en el país, lo que representa el 46% de la inversión privada total en investigación y desarrollo del sector empresarial argentino. Estas compañías concentran el 93% de la inversión en ensayos clínicos en el país y el 85% del capital humano dedicado a esta actividad.
Actualmente hay más de 1.000 ensayos clínicos en curso en el país que brindan acceso temprano a terapias de última generación y una cartera creciente de proyectos en terapias avanzadas, como las génicas y celulares (CAR-T), con estudios en marcha en la Argentina.
“Es clave que los argentinos podamos disponer y tengamos acceso oportuno a tratamientos de vanguardia, seguros, eficaces y de calidad en un marco de sustentabilidad, transparencia, seguridad jurídica y confianza. Fortalecer el marco regulatorio e impulsar la toma de decisiones basadas en evidencia científica, así como consensuar nuevas formas de financiamiento son algunos de los desafíos que tenemos por delante”, asegura Baldini.
Prevención y detección temprana, claves del éxito
Para Chacón, es urgente incorporar nuevas tecnologías para fortalecer la prevención primaria y secundaria, especialmente en tumores prevenibles o tratables. Ejemplos exitosos son vacunas contra VPH, que redujeron el cáncer de cuello uterino. “El futuro tiene muchas oportunidades, pero optimizar políticas sanitarias debe ser prioridad en Latinoamérica”, subraya.
Claudio Martín, presidente de la Asociación Argentina de Oncología Clínica, advierte que muchos factores de riesgo son modificables. “El tabaco es el principal factor prevenible, asociado no solo a cáncer de pulmón, sino también de orofaringe, esófago, vejiga y páncreas”. También señala la importancia de mantener un peso adecuado, evitar sol sin protección, limitar alcohol y hacer ejercicio para reducir riesgo. “Las estrategias no son complejas, pero requieren mayor difusión y políticas públicas para llegar con información clara y continua”.
En cuanto al diagnóstico precoz, menciona estudios clave como la mamografía, el Papanicolaou, la colonoscopía, la detección de sangre oculta en materia fecal y la tomografía de tórax en personas fumadoras. Sin embargo, advierte sobre la inequidad en el acceso a tecnologías y tratamientos en Argentina: “Hay poblaciones con acceso muy limitado y otras con un panorama apenas mejor. Esta desigualdad compromete tanto el diagnóstico temprano como el tratamiento oportuno, dos factores fundamentales para mejorar la sobrevida”, señala Martín.
Hace un siglo, el cáncer se combatía principalmente con cirugías mutilantes; hoy, el panorama es muy distinto LA NACION