“Vamos a sacarla adelante”. La yerbatera La Hoja: quebró y quedó a la deriva, pero salió a flote con sus trabajadores

Corría 2008, cuando la histórica yerbatera La Hoja, fundada en 1903 y famosa por su jingle radial de los años 80, “Ojalá que sea La Hoja”, quebró y quedó a la deriva. Sin embargo, en San Ignacio, provincia de Misiones, donde está la planta y el molino, un grupo de trabajadores se negó a ver cómo desaparecía su fuente laboral que había marcado sus vidas y decidieron que no iban a rendirse.
Fue así que, luego de que la empresa, entonces en manos de Martín y Cía. abandonara sus operaciones, Alfredo Fonseca, quien hoy preside la Cooperativa de Trabajo La Hoja, junto a otros trabajadores, resolvieron quedarse en la planta para cuidar y resguardar las herramientas de trabajo y mantener viva la esperanza de que ese motor económico del pueblo no bajara sus persianas definitivamente.
El panorama era desalentador: la mayoría de los empleados ya eran mayores, muchos cerca de la jubilación, y las posibilidades de conseguir un nuevo empleo en la zona eran prácticamente nulas.
“Había entrado en 1989, en la parte administrativa del secadero de Puerto Mineral, pero en 1994 me trasladaron a San Ignacio porque la situación ya empezaba a tambalear. La empresa estaba complicada financieramente”, describió a LA NACION el titular de la cooperativa. “Cuando decidimos quedarnos en la planta hasta nos cortaron la luz, estábamos sin rumbo y con experiencia cero para manejar lo que venía. Pero era el día a día lo que nos movilizaba”, agregó.
Luego, la historia de La Hoja estuvo marcada por el deterioro y la incertidumbre: dos empresas pasaron sin lograr sostenerla y cada vez que eso pasaba los trabajadores perdían la esperanza de una posible recuperación. Fue ahí que el juez de la causa intervino y les dijo que la única manera de sostener a flote la empresa era armar una cooperativa.
Y así, en 2015, después de siete años de incertidumbre, nació formalmente la cooperativa, con 70 socios. Fue el punto de partida de una reconquista marcada por el esfuerzo colectivo, la confianza y una voluntad inquebrantable. Hoy son 120, todos monotributistas que no cobran sueldos, sino retornos, porque son, a la vez, trabajadores y dueños.
“Esta cooperativa nace inspirada por los trabajadores, en plena desesperación, pero también con una esperanza firme de que la fuente laboral no se perdiera. San Ignacio no tiene muchas opciones y esta empresa era y es vital para la comunidad”, contó a LA NACION Magdalena Kailer, de 29 años, responsable de diseño y marketing de la cooperativa.
Default millonario: cayó en cesación de pagos Bioceres SA, pionera de una empresa referente del agro
“No fue fácil pasar de ser empleados a ser dueños. Tuvieron que aprender todo de cero: desde cómo manejar las finanzas hasta cómo organizar turnos o mantener la calidad del producto”, agregó.
Hoy, La Hoja produce cerca de 800.000 kilos mensuales de yerba mate, tanto propia como de terceros. “Le compramos a productores locales, generando así más empleo y una red de cooperación que alimenta todo el circuito yerbatero de la zona”, explicó Kailer.
Además de su planta de molienda en San Ignacio, la cooperativa tiene otra en Puerto Mineral, donde también están el secadero y un campo con yerbatales, y una tercera en Rosario, donde procesan mate cocido y té. Entre sus activos figuran también marcas reconocidas como Don Lucas, Flor de San Ignacio, Insignia y Palermo.
En ese arduo camino, la paciencia, la templanza y, sobre todo, la confianza en el otro se convirtieron en sus pilares para seguir adelante. Pese a que muchas de las deudas fueron saldadas con esfuerzo, la quiebra aún no está levantada oficialmente. “Seguimos esperando una resolución judicial. Pero mientras tanto, no paramos. Año tras año seguimos apostando a crecer”, dijo Kailer.
A lo largo de los años, la lucha no fue solo económica o laboral, también emocional. “Los trabajadores pasaron de tener un empleo estable a depender de sus familias por años hasta que la situación comenzó a cambiar. Para Fonseca ver a sus compañeros en la misma situación fue lo que lo impulsó. No podía aceptar que todo terminara así, Fue ponerse en los zapatos del otro y decir: ‘Vamos a sacarla adelante juntos’”, contó.
Para el presidente de la empresa, uno de los objetivos actuales es automatizar los mecanismos de la fábrica para mantener la competitividad en un mercado exigente: “Hicimos una gran inversión para sostener esta estructura antigua y gigante. Ahora queremos estar a la altura de la competencia”.
Fonseca conoce de memoria cada rincón de la cooperativa yerbatera La Hoja, pero también cada día de la lucha junto a sus compañeros para levantarla. Hoy, con 60 años, es uno de los últimos trabajadores fundadores que aún sigue en actividad. En cinco años se jubilará y dejará atrás más de tres décadas en una empresa que supo resurgir gracias al tesón colectivo.
Por eso piensa a futuro. Sabe que su tiempo en la cooperativa está llegando a su fin y prepara a las nuevas generaciones para continuar el rumbo. “El objetivo está cumplido. Es una empresa que va de generación en generación. La lucha no fue fácil. Esta es una cooperativa donde somos dueños del trabajo que generamos y del servicio que damos. Es difícil mantenerse en lo que hacemos, pero es un orgullo haberlo logrado”, concluyó. La firma participa de la feria Caminos y Sabores, que se hace hasta el domingo en La Rural, de 12 a 20, con la organización de Exponenciar.
Corría 2008, cuando la histórica yerbatera La Hoja, fundada en 1903 y famosa por su jingle radial de los años 80, “Ojalá que sea La Hoja”, quebró y quedó a la deriva. Sin embargo, en San Ignacio, provincia de Misiones, donde está la planta y el molino, un grupo de trabajadores se negó a ver cómo desaparecía su fuente laboral que había marcado sus vidas y decidieron que no iban a rendirse.
Fue así que, luego de que la empresa, entonces en manos de Martín y Cía. abandonara sus operaciones, Alfredo Fonseca, quien hoy preside la Cooperativa de Trabajo La Hoja, junto a otros trabajadores, resolvieron quedarse en la planta para cuidar y resguardar las herramientas de trabajo y mantener viva la esperanza de que ese motor económico del pueblo no bajara sus persianas definitivamente.
El panorama era desalentador: la mayoría de los empleados ya eran mayores, muchos cerca de la jubilación, y las posibilidades de conseguir un nuevo empleo en la zona eran prácticamente nulas.
“Había entrado en 1989, en la parte administrativa del secadero de Puerto Mineral, pero en 1994 me trasladaron a San Ignacio porque la situación ya empezaba a tambalear. La empresa estaba complicada financieramente”, describió a LA NACION el titular de la cooperativa. “Cuando decidimos quedarnos en la planta hasta nos cortaron la luz, estábamos sin rumbo y con experiencia cero para manejar lo que venía. Pero era el día a día lo que nos movilizaba”, agregó.
Luego, la historia de La Hoja estuvo marcada por el deterioro y la incertidumbre: dos empresas pasaron sin lograr sostenerla y cada vez que eso pasaba los trabajadores perdían la esperanza de una posible recuperación. Fue ahí que el juez de la causa intervino y les dijo que la única manera de sostener a flote la empresa era armar una cooperativa.
Y así, en 2015, después de siete años de incertidumbre, nació formalmente la cooperativa, con 70 socios. Fue el punto de partida de una reconquista marcada por el esfuerzo colectivo, la confianza y una voluntad inquebrantable. Hoy son 120, todos monotributistas que no cobran sueldos, sino retornos, porque son, a la vez, trabajadores y dueños.
“Esta cooperativa nace inspirada por los trabajadores, en plena desesperación, pero también con una esperanza firme de que la fuente laboral no se perdiera. San Ignacio no tiene muchas opciones y esta empresa era y es vital para la comunidad”, contó a LA NACION Magdalena Kailer, de 29 años, responsable de diseño y marketing de la cooperativa.
Default millonario: cayó en cesación de pagos Bioceres SA, pionera de una empresa referente del agro
“No fue fácil pasar de ser empleados a ser dueños. Tuvieron que aprender todo de cero: desde cómo manejar las finanzas hasta cómo organizar turnos o mantener la calidad del producto”, agregó.
Hoy, La Hoja produce cerca de 800.000 kilos mensuales de yerba mate, tanto propia como de terceros. “Le compramos a productores locales, generando así más empleo y una red de cooperación que alimenta todo el circuito yerbatero de la zona”, explicó Kailer.
Además de su planta de molienda en San Ignacio, la cooperativa tiene otra en Puerto Mineral, donde también están el secadero y un campo con yerbatales, y una tercera en Rosario, donde procesan mate cocido y té. Entre sus activos figuran también marcas reconocidas como Don Lucas, Flor de San Ignacio, Insignia y Palermo.
En ese arduo camino, la paciencia, la templanza y, sobre todo, la confianza en el otro se convirtieron en sus pilares para seguir adelante. Pese a que muchas de las deudas fueron saldadas con esfuerzo, la quiebra aún no está levantada oficialmente. “Seguimos esperando una resolución judicial. Pero mientras tanto, no paramos. Año tras año seguimos apostando a crecer”, dijo Kailer.
A lo largo de los años, la lucha no fue solo económica o laboral, también emocional. “Los trabajadores pasaron de tener un empleo estable a depender de sus familias por años hasta que la situación comenzó a cambiar. Para Fonseca ver a sus compañeros en la misma situación fue lo que lo impulsó. No podía aceptar que todo terminara así, Fue ponerse en los zapatos del otro y decir: ‘Vamos a sacarla adelante juntos’”, contó.
Para el presidente de la empresa, uno de los objetivos actuales es automatizar los mecanismos de la fábrica para mantener la competitividad en un mercado exigente: “Hicimos una gran inversión para sostener esta estructura antigua y gigante. Ahora queremos estar a la altura de la competencia”.
Fonseca conoce de memoria cada rincón de la cooperativa yerbatera La Hoja, pero también cada día de la lucha junto a sus compañeros para levantarla. Hoy, con 60 años, es uno de los últimos trabajadores fundadores que aún sigue en actividad. En cinco años se jubilará y dejará atrás más de tres décadas en una empresa que supo resurgir gracias al tesón colectivo.
Por eso piensa a futuro. Sabe que su tiempo en la cooperativa está llegando a su fin y prepara a las nuevas generaciones para continuar el rumbo. “El objetivo está cumplido. Es una empresa que va de generación en generación. La lucha no fue fácil. Esta es una cooperativa donde somos dueños del trabajo que generamos y del servicio que damos. Es difícil mantenerse en lo que hacemos, pero es un orgullo haberlo logrado”, concluyó. La firma participa de la feria Caminos y Sabores, que se hace hasta el domingo en La Rural, de 12 a 20, con la organización de Exponenciar.
La firma misionera vivió un momento muy difícil y resurgió como una cooperativa que hoy tiene 120 miembros, todos monotributistas; produce 800.000 kilos por mes del producto LA NACION