Irán cometió un grave error de cálculo y ahora está pagando un precio muy alto

WASHINGTON.- El ataque de Estados Unidos a Irán es otro efecto rebote de los ataques del 7 de octubre de 2023 de Hamas contra Israel. Y cuanto más tiempo pasa, más se extiende la sombra de aquella fecha, que al igual que el 9 de noviembre —día de la caída del Muro de Berlín, en 1989— o el 11 de septiembre —día de los ataques terroristas contra Estados Unidos en 2001—, es uno de esos momentos bisagra de la historia que marcan un antes y un después.
Con su brutal ataque a Israel y el apoyo de Irán, la intención de Hamas era arrastrar a sus aliados regionales a una guerra más amplia con la esperanza de eliminar al Estado judío. Pero en vez de destruir a Israel, lo que logró Hamas es poner en marcha una cadena de acontecimientos que terminaron destruyendo el poder de Irán en toda la región. En los más de 600 días pasados desde aquel ataque, gran parte de la Franja de Gaza fue arrasada y murieron más de 50.000 palestinos, según el Ministerio de Salud de Gaza, dirigido por Hamas. Si bien todavía existe, Hamas es una sombra de lo que supo ser. Tanto el arquitecto del ataque del 7 de octubre, Yahya Sinwar, como su hermano están muertos, al igual que la mayoría de los comandantes de Hamas.
Aunque inicialmente no participó del ataque de Hamas del 7 de octubre, luego Hezbollah se ocupó de lanzar cohetes contra el norte de Israel durante meses. En septiembre del año pasado, Israel lanzó una contraofensiva que arrancó con la operación de “beepers explosivos” en manos de Hezbollah. Hoy el histórico líder de la agrupación terrorista, Hassan Nasrallah, también está muerto, junto con la mayoría de sus altos comandantes. La infraestructura militar de Hazbollah quedó diezmada, y su posición de poder dentro del Líbano disminuyó notablemente. Los misiles de Hezbollah ya no representan una amenaza para Israel. Con Hezbollah básicamente derrotado, le tocó el turno a otro cliente de Irán, el presidente sirio Bashar al-Assad, que a fines del año pasado fue derrocado por las fuerzas rebeldes de Siria. Hoy Siria está a cargo de un gobierno sunita que no tiene la menor simpatía por los mullahs chiitas de Irán.
Si bien Irán conserva poderosas milicias delegadas en Irak y Yemen, la estrategia de Teherán de cercar a Israel con un “anillo de fuego” quedó totalmente desbaratada, y eso fue lo que ahora le permitió a Israel atacar directamente a Irán, algo que antes siempre había dudado hacer.
Los ataques aéreos israelíes del 12 de junio decapitaron a la cúpula militar de Irán y destruyeron sus defensas aéreas. El objetivo de Israel era detener o al menos frenar significativamente el programa nuclear iraní. Y ese objetivo está cada vez más cerca de concretarse, tras la trascendental decisión del presidente Donald Trump de emplear bombarderos furtivos B-2 norteamericanos, armados con bombas antibúnkeres de 13.600 kilos y misiles crucero Tomahawk, para atacar las tres principales instalaciones nucleares de Irán: Fordo, Isfahan y Natanz.
Aún se desconoce el alcance de los daños causados por el bombardeo norteamericano. Como señaló el domingo por la mañana el general Dan Caine, jefe del Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos, la evaluación de los daños causados por bombas lleva tiempo. Pero hay algo más que claro: Irán cometió un garrafal error de cálculo al demorar las negociaciones —primero con el presidente Joe Biden y luego con Trump—, sobre un acuerdo nuclear que reemplazara el que Trump (imprudentemente) abandonó en 2018. Sobrestimando el poder y la influencia de su país, los negociadores iraníes adoptaron una posición rígida y rechazaron la exigencia norteamericana de que renunciaran a cualquier forma de enriquecimiento de uranio. Incluso mientras negociaban con Estados Unidos, los iraníes siguieron enriqueciendo uranio a niveles casi aptos para la fabricación de armas, lo que hizo sonar las alarmas en Jerusalén. Pensaron que podían salirse con la suya: se equivocaron. Ahora sus principales complejos nucleares —construidos con un enorme costo a lo largo de décadas— quedaron seriamente dañados.
Sin embargo, los muchos israelíes y norteamericanos que en este momento sienten la tentación de cantar victoria deberían pensarlo dos veces. Porque la verdadera lección del 7 de octubre de 2023 —que la guerra es impredecible y que los conflictos que comienzan con victorias a veces terminan en derrotas— no solo se aplica al régimen iraní y sus fuerzas delegadas. La misma lección se aplica a cualquier país que inicie una guerra, como aprendió amargamente Israel durante su larga guerra en el Líbano (1982-2000) y Estados Unidos en sus prolongadas guerras posteriores al 11 de Septiembre en Irak y Afganistán.
Trump tal vez piense que con un gran ataque aéreo está poniendo fin a la guerra con Irán, pero puede que en realidad la esté comenzando. En su declaración del sábado por la noche para anunciar los ataques, dijo: “Irán, el matón de Medio Oriente, ahora debe aceptar la paz”. Esperemos que así sea, pero el domingo los iraníes no se mostraron precisamente conciliadores. Su ministro de Relaciones Exteriores, Abbas Araghchi, prometió responder y afirmó que el gobierno de Trump solo entiende “el lenguaje de la amenaza y de la fuerza”. Y como el régimen de los mullahs gobierna por el miedo, para evitar transmitirle una imagen de debilidad a su propia población se verá obligado a contraatacar de alguna manera.
Incluso en su estado de debilidad, para ejecutar su represalia Irán cuenta con numerosas opciones, que van desde atentados terroristas en Occidente hasta ataques con misiles contra bases norteamericanas en la región o el minado del Estrecho de Ormuz para bloquear el tránsito marítimo. La posibilidad más preocupante es que Irán aún pueda construir rápidamente un dispositivo nuclear.
No hay dudas de que Estados Unidos e Israel han retrasado el programa nuclear iraní, probablemente por varios años, pero si bien las bombas destruyen instalaciones y matan a científicos, lo que no pueden es borrar el conocimiento nuclear acumulado por el régimen iraní a lo largo de los años. De hecho, ni siquiera está claro si los ataques eliminaron los aproximadamente 400 kilos de uranio que, según el Organismo Internacional de Energía Atómica, Irán ya había enriquecido hasta una calidad cercana a la necesaria para la fabricación de armas. Si sigue en capacidad de hacerlo, para disuadir futuros ataques ahora Irán podría verse obligado a intentar construir un dispositivo nuclear, algo que los servicios de inteligencia norteamericana recalcaron que Irán no tenía decidido hacer hasta hace apenas unos días. O tal vez, al constatar hasta qué punto la inteligencia israelí ha penetrado su estructura de poder, los iraníes podrían no estar dispuestos a provocar otro ataque. Lo cierto es que no sabemos cómo van a reaccionar, y como dice el ejército norteamericano, el enemigo siempre tiene voz y voto.
La última ofensiva del gobierno de Israel contra Irán parecen apostar a poner en marcha el derrocamiento del régimen de Teherán, o al menos es algo que el primer ministro Benjamin Netanyahu ha reclamado. Pero no hay precedentes de un cambio de régimen que se logre desde el aire. Lo más usual es que los ataques aéreos —ya fuesen los bombarderos alemanes sobre Londres en 1940 o los actuales drones y misiles rusos contra Kiev— hagan que la población civil se encolumne detrás de sus líderes. De hecho, incluso muchos iraníes que odian al régimen teocrático de los mullahs afirman que los ataques contra Irán no debilitarán el control que ejerce sobre el país. Así que lo más probable es que Israel y Estados Unidos tengan que seguir lidiando con el régimen islámico durante años. Y nada más peligroso que depredador herido y acorralado.
Por el momento, las consecuencias de la “Operación Martillo de Medianoche” de Estados Unidos contra Irán siguen siendo inciertas. Lo único que sabemos con certeza es que las guerras siempre tienen consecuencias impredecibles, y que la reconfiguración de Medio Oriente que se desató con el ataque del 7 de octubre de 2023 se extenderá durante muchos años más.
Traducción de Jaime Arrambide
WASHINGTON.- El ataque de Estados Unidos a Irán es otro efecto rebote de los ataques del 7 de octubre de 2023 de Hamas contra Israel. Y cuanto más tiempo pasa, más se extiende la sombra de aquella fecha, que al igual que el 9 de noviembre —día de la caída del Muro de Berlín, en 1989— o el 11 de septiembre —día de los ataques terroristas contra Estados Unidos en 2001—, es uno de esos momentos bisagra de la historia que marcan un antes y un después.
Con su brutal ataque a Israel y el apoyo de Irán, la intención de Hamas era arrastrar a sus aliados regionales a una guerra más amplia con la esperanza de eliminar al Estado judío. Pero en vez de destruir a Israel, lo que logró Hamas es poner en marcha una cadena de acontecimientos que terminaron destruyendo el poder de Irán en toda la región. En los más de 600 días pasados desde aquel ataque, gran parte de la Franja de Gaza fue arrasada y murieron más de 50.000 palestinos, según el Ministerio de Salud de Gaza, dirigido por Hamas. Si bien todavía existe, Hamas es una sombra de lo que supo ser. Tanto el arquitecto del ataque del 7 de octubre, Yahya Sinwar, como su hermano están muertos, al igual que la mayoría de los comandantes de Hamas.
Aunque inicialmente no participó del ataque de Hamas del 7 de octubre, luego Hezbollah se ocupó de lanzar cohetes contra el norte de Israel durante meses. En septiembre del año pasado, Israel lanzó una contraofensiva que arrancó con la operación de “beepers explosivos” en manos de Hezbollah. Hoy el histórico líder de la agrupación terrorista, Hassan Nasrallah, también está muerto, junto con la mayoría de sus altos comandantes. La infraestructura militar de Hazbollah quedó diezmada, y su posición de poder dentro del Líbano disminuyó notablemente. Los misiles de Hezbollah ya no representan una amenaza para Israel. Con Hezbollah básicamente derrotado, le tocó el turno a otro cliente de Irán, el presidente sirio Bashar al-Assad, que a fines del año pasado fue derrocado por las fuerzas rebeldes de Siria. Hoy Siria está a cargo de un gobierno sunita que no tiene la menor simpatía por los mullahs chiitas de Irán.
Si bien Irán conserva poderosas milicias delegadas en Irak y Yemen, la estrategia de Teherán de cercar a Israel con un “anillo de fuego” quedó totalmente desbaratada, y eso fue lo que ahora le permitió a Israel atacar directamente a Irán, algo que antes siempre había dudado hacer.
Los ataques aéreos israelíes del 12 de junio decapitaron a la cúpula militar de Irán y destruyeron sus defensas aéreas. El objetivo de Israel era detener o al menos frenar significativamente el programa nuclear iraní. Y ese objetivo está cada vez más cerca de concretarse, tras la trascendental decisión del presidente Donald Trump de emplear bombarderos furtivos B-2 norteamericanos, armados con bombas antibúnkeres de 13.600 kilos y misiles crucero Tomahawk, para atacar las tres principales instalaciones nucleares de Irán: Fordo, Isfahan y Natanz.
Aún se desconoce el alcance de los daños causados por el bombardeo norteamericano. Como señaló el domingo por la mañana el general Dan Caine, jefe del Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos, la evaluación de los daños causados por bombas lleva tiempo. Pero hay algo más que claro: Irán cometió un garrafal error de cálculo al demorar las negociaciones —primero con el presidente Joe Biden y luego con Trump—, sobre un acuerdo nuclear que reemplazara el que Trump (imprudentemente) abandonó en 2018. Sobrestimando el poder y la influencia de su país, los negociadores iraníes adoptaron una posición rígida y rechazaron la exigencia norteamericana de que renunciaran a cualquier forma de enriquecimiento de uranio. Incluso mientras negociaban con Estados Unidos, los iraníes siguieron enriqueciendo uranio a niveles casi aptos para la fabricación de armas, lo que hizo sonar las alarmas en Jerusalén. Pensaron que podían salirse con la suya: se equivocaron. Ahora sus principales complejos nucleares —construidos con un enorme costo a lo largo de décadas— quedaron seriamente dañados.
Sin embargo, los muchos israelíes y norteamericanos que en este momento sienten la tentación de cantar victoria deberían pensarlo dos veces. Porque la verdadera lección del 7 de octubre de 2023 —que la guerra es impredecible y que los conflictos que comienzan con victorias a veces terminan en derrotas— no solo se aplica al régimen iraní y sus fuerzas delegadas. La misma lección se aplica a cualquier país que inicie una guerra, como aprendió amargamente Israel durante su larga guerra en el Líbano (1982-2000) y Estados Unidos en sus prolongadas guerras posteriores al 11 de Septiembre en Irak y Afganistán.
Trump tal vez piense que con un gran ataque aéreo está poniendo fin a la guerra con Irán, pero puede que en realidad la esté comenzando. En su declaración del sábado por la noche para anunciar los ataques, dijo: “Irán, el matón de Medio Oriente, ahora debe aceptar la paz”. Esperemos que así sea, pero el domingo los iraníes no se mostraron precisamente conciliadores. Su ministro de Relaciones Exteriores, Abbas Araghchi, prometió responder y afirmó que el gobierno de Trump solo entiende “el lenguaje de la amenaza y de la fuerza”. Y como el régimen de los mullahs gobierna por el miedo, para evitar transmitirle una imagen de debilidad a su propia población se verá obligado a contraatacar de alguna manera.
Incluso en su estado de debilidad, para ejecutar su represalia Irán cuenta con numerosas opciones, que van desde atentados terroristas en Occidente hasta ataques con misiles contra bases norteamericanas en la región o el minado del Estrecho de Ormuz para bloquear el tránsito marítimo. La posibilidad más preocupante es que Irán aún pueda construir rápidamente un dispositivo nuclear.
No hay dudas de que Estados Unidos e Israel han retrasado el programa nuclear iraní, probablemente por varios años, pero si bien las bombas destruyen instalaciones y matan a científicos, lo que no pueden es borrar el conocimiento nuclear acumulado por el régimen iraní a lo largo de los años. De hecho, ni siquiera está claro si los ataques eliminaron los aproximadamente 400 kilos de uranio que, según el Organismo Internacional de Energía Atómica, Irán ya había enriquecido hasta una calidad cercana a la necesaria para la fabricación de armas. Si sigue en capacidad de hacerlo, para disuadir futuros ataques ahora Irán podría verse obligado a intentar construir un dispositivo nuclear, algo que los servicios de inteligencia norteamericana recalcaron que Irán no tenía decidido hacer hasta hace apenas unos días. O tal vez, al constatar hasta qué punto la inteligencia israelí ha penetrado su estructura de poder, los iraníes podrían no estar dispuestos a provocar otro ataque. Lo cierto es que no sabemos cómo van a reaccionar, y como dice el ejército norteamericano, el enemigo siempre tiene voz y voto.
La última ofensiva del gobierno de Israel contra Irán parecen apostar a poner en marcha el derrocamiento del régimen de Teherán, o al menos es algo que el primer ministro Benjamin Netanyahu ha reclamado. Pero no hay precedentes de un cambio de régimen que se logre desde el aire. Lo más usual es que los ataques aéreos —ya fuesen los bombarderos alemanes sobre Londres en 1940 o los actuales drones y misiles rusos contra Kiev— hagan que la población civil se encolumne detrás de sus líderes. De hecho, incluso muchos iraníes que odian al régimen teocrático de los mullahs afirman que los ataques contra Irán no debilitarán el control que ejerce sobre el país. Así que lo más probable es que Israel y Estados Unidos tengan que seguir lidiando con el régimen islámico durante años. Y nada más peligroso que depredador herido y acorralado.
Por el momento, las consecuencias de la “Operación Martillo de Medianoche” de Estados Unidos contra Irán siguen siendo inciertas. Lo único que sabemos con certeza es que las guerras siempre tienen consecuencias impredecibles, y que la reconfiguración de Medio Oriente que se desató con el ataque del 7 de octubre de 2023 se extenderá durante muchos años más.
Traducción de Jaime Arrambide
Como le ocurre a Teherán en estas últimas horas, las consecuencias de una acción militar son difíciles de predecir LA NACION