Dos abogados, el miedo como enemigo y un contrato que lo cambió todo: “Si esos son tus términos y condiciones, hasta acá llegamos”

El miedo paraliza, nos crea fantasmas que no existen y nos impide arriesgarnos en el amor. Esta es una historia donde el miedo se interpuso entre dos amantes, ¿es posible superarlo? ¿habrá suficiente paciencia para aguantarlo?
“Es muy inteligente, te va a caer bien”
Julián y Lucía son abogados. De hecho, se conocieron en cuarto año de la Facultad de Derecho de la UCA. Al día de hoy no se sabe quién los presentó. La primera teoría fue que Guillermina, una amiga en común, dentro del aula le dijo a Julián: “Ella es Lucía, es una chica muy inteligente que te va a caer bien”. La segunda teoría es que fue Juana quien en la entrada de la universidad le dijo a Lucía: “Él es Julián, es muy inteligente y te va a caer bien”. Pero poco importa en qué sitio de la universidad fue la presentación, el hecho es que era cierto, ambos eran inteligentes y se cayeron bien.
“Ese fue el motivo que primero nos unió, no que seamos inteligentes sino que seamos ñoños, porque los dos éramos muy estudiosos en la facultad. Nos gusta mucho la literatura, la filosofía y estábamos todo el tiempo leyendo algo. Nos divertíamos el uno con el otro hablando de esas cosas, con referencias ñoñas”, describe Lucía. Admite que eran un grupo de amigos de intelectuales pero ellos dos destacaban. Y en ese contexto es donde encontraron, desde el primer momento, un idioma propio lleno de códigos y chistes.
“Lo veía como una película, cuando en realidad era un café”
El día que empezaron a hablar los dos solos fue en el cumpleaños de un profesor que había invitado a sus ex alumnos a festejar en un bar. Lucía no había cursado con él pero un compañero la invitó. En un contexto fuera de la facultad, pero con la comodidad de sentirse rodeados de los mismos, fue que Julián se animó a pedir a Lucía que lo acompañara a la barra a pedir una cerveza. Lucía se asombró de la lentitud del bartender, Julián no se acercaba lo suficiente a la barra para tener la excusa de poder seguir hablando con ella. Charlaron de cotidianeidades, y fue el puntapié para continuar por WhatsApp.
Lucía, que todas las noches se dormía a las diez de la noche, no se reconocía a sí misma durmiéndose a las tres o cuatro de la mañana por quedarse chateando con Julián. Al día siguiente se encontraban a las siete de la mañana en la facultad para desayunar antes de comenzar a cursar. “Nos divertíamos mucho hablando”, recuerda Lucía.
Dos meses después llegaron las vacaciones de invierno y la libertad de no tener que madrugar los llevaba a hablar durante todo el día y la noche. A Julián le pareció que era un buen momento para dar el siguiente paso y la invitó a tomar un café. Lucía se hizo la desentendida y le contestó: “Qué amor, invitemos a los chicos, ¿dale?”. Pero él se puso firme y respondió: “No, quiero salir con vos”. Lucía se justificó diciendo que los amigos del grupo se iban a ofender si no eran invitados.
¿Qué le pasaba a Lucía? Varias cosas. Por un lado, nunca había estado de novia y no tenía intenciones de estarlo; por otro lado se divertía muchísimo con él, pero si tenía que ser sincera no se sentía atraída. Por último, el miedo, sentía que si salía con él le podía terminar rompiendo el corazón o arriesgar una amistad y poner incómoda la situación en el grupo de amigos de la facultad. “Lo veía todo como una película cuando en realidad era un café, pero para mí era letal”, explica Lucía.
“Como amigos todo bien pero no quiero nada más”
Julián no se rindió, de verdad le gustaba Lucía, la invitó a salir dos veces más, le brindó distintas posibilidades: a tomar un café, a cenar, te busco yo, nos encontramos, lo que la hiciera sentir cómoda a ella estaría bien. Lucía aceptó el café.
Un día frío de vacaciones de invierno, Julián partió desde Quilmes hacia Recoleta a buscarla, fueron a tomar un café a Dandy de Avenida Del Libertador, y sin que él dijera nada Lucía puso reglas claras: “Mirá que yo no quiero salir con nadie, como amigos todo bien pero no quiero nada más”. Julián asintió, le dijo que él estaba de acuerdo, que tampoco quería nada más. Pero lo cierto es que se volvió a su casa con la tristeza de saber que no habría oportunidad con la chica que le gustaba.
Después de aquel día empezaron a salir, como amigos, todas las semanas con una constancia inusual para quienes son solo amigos. ¿No se daban cuenta o no querían darse cuenta? Salían todos los viernes, empezaban a caminar a las tres de la tarde y se extendían hasta las ocho o nueve de la noche. Recorrieron todos los museos y todas las librerías de Palermo, San Telmo y Recoleta. De cualquier evento hacían un plan. No se lo decían a nadie, eran salidas de amigos en secreto, “no queríamos que el resto de nuestros amigos se sintieran celosos o que quisieran sumarse al plan. No queríamos que sospecharan que éramos algo que no éramos. Yo pensaba que si se enteraban iban a decir que en realidad eran más que amigos, que estaban enganchados”, explica Lucía. Este detalle del secreto volvió más divertida la relación que tenían, por ejemplo, se recomendaban en medio del grupo una muestra a la que habían asistido juntos, o usaban la misma birome que les habían regalado en una librería.
Del invierno llegaron a la primavera viéndose todas las semanas y todos los días en la facultad, “además nos hablábamos todos los días, era una relación de mucha frecuencia, mucha cercanía, pero como amigos. Yo sabía que él estaba muy enganchado, yo me hacía la que no pero real que no sabía que estaba enganchada. Yo decía: ‘me divierto mucho con él pero no me atrae’”, cuenta Lucía.
“Sos como un enigma envuelto en una caja de misterio”
Se divertían como amigos, Lucía sabía que él sentía algo más por ella, pero le parecía que con esta relación que mantenían no le estaba haciendo mal a nadie. Hasta que en un momento se empezó a dar cuenta de que eso no era tan así, Julián tenía la expectativa de que esa amistad se tornara otra cosa, entonces Lucía empezó a incentivarlo a que saliera con otras chicas, pero a él no le interesaba.
Un 27 de octubre, cumpleaños de una amiga en común, fueron juntos a comprar el regalo. Lucía manejaba, frenaron en el local y se quedaron un rato charlando en el auto. Entre charla y muchas risas Julián apoyó su mano sobre la de Lucía que estaba sobre la palanca de cambio. “Yo no te puedo explicar la sensación tan extraña que experimenté, sentí como una electricidad en los dedos, sentía en la mano como fuego”, recuerda Lucía. Pero su miedo la invadió, su miedo pudo más y en lugar de aceptar que algo le pasaba le dijo “no podemos salir más nosotros porque nos estamos enganchando y no puede ser”. Se fueron al cumpleaños y Julián se volvió, decepcionado a su casa. Jamás sospechó que a ella también le estaban pasando cosas, que se estaba dando cuenta de que le gustaba más que como un amigo. “Sos como un enigma envuelto en una caja de misterio”, le escribió él, así la sentía.
Firma de un contrato sin relación
Lucía sintió que le debía una explicación. Hablaron por teléfono, ella quería dejar las cosas en claro, le parecía que con esta relación extraña que tenían Julián iba a terminar con el corazón roto, no entendía que quería él de verdad.
Julián la interrumpió y fue tajante: “Lucía lo que pasa es que yo quiero ser tu novio”. Ella se enojó, la sinceridad la tomó por sorpresa y el miedo volvió a actuar. “Bueno, si esos son tus términos y condiciones hasta acá llegamos”, y cortó el teléfono.
Pero ese viernes salieron como si nada hubiera pasado, fueron a tomar el té a la librería Borges en Palermo. Se sentaron en una mesa, y Julián, como buen abogado, sacó de su morral un contrato que decía algo más o menos así:
“En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a los dos días del mes de noviembre se reúnen (sus nombres, números de documentos y dirección del bar)”. Luego aparecían las cláusulas del contrato que exponían que “las partes se comprometen a juntarse todos los viernes, a hablar hasta cualquier hora, a cuidarse siempre, a hacerse reír en la facultad, a encontrarse antes de hora para charlar y tomar un café”. Eran todas las cosas que ya venían haciendo, pero ahora con un compromiso formal. ¿El nombre del contrato? “Relación Innominada”, es decir, sin nombre.
Julián la acompañó caminando a Lucía hasta su casa, ella vestía un tapado, guardó sus manos en los bolsillos y se arrancó el esmalte de los nervios. Al llegar a su casa lo miró y lo besó.
Una indirecta sin acuse de recibo
Salieron noviembre y diciembre. En ese tiempo habían hablado acerca de los pingüinos, que son animales monógamos que forman pareja de por vida, la forma de sellar esa unión es con una piedrita. El 26 de diciembre fueron al jardín botánico para celebrar Navidad y Lucía, haciendo una clara referencia a aquello que habían hablado, le regaló un pingüino de piedra que compró en las tiendas de souvenir para turistas de la calle Florida. Julián no captó la indirecta. Siguieron caminado y Lucía le insistió en que había algo simbólico en ese regalo que le había hecho. Julián la miró, se dio cuenta y le preguntó: “Lucía, ¿querés ser mi novia?”.
A sus dos amigas que los habían presentado, y al mejor amigo de él le contaron de la relación secreta. El resto se enteró, ya avanzada la relación, cuando la profesora de Derecho de Familia preguntó si alguien en aquella clase estaba de novio para poder explicar un ejemplo. Solo ellos levantaron la mano tímidamente, su sentido de alumnos aplicados les impedía mentir a la profesora. Para sorpresa de todos sus amigos blanquearon su noviazgo.
Con la llegada de la pandemia pasaron un tiempo sin verse hasta que, para el cumpleaños de Lucía, Julián fue a verla a su casa y se quedó un tiempo ocupando el cuarto de la hermana y conviviendo con Lucía y su mamá. “Para nosotros fue un quiebre en el buen sentido. En mitad de la pandemia yo me agarré una enfermedad autoinmune y que supimos el diagnóstico un año después, pero en pandemia yo tenía 38 grados de fiebre. De algún modo el convivir, aunque en habitaciones separadas y con mi mamá de chaperona, fortaleció la relación”, recuerda.
Luego Lucía comenzó a trabajar en un estudio jurídico que le demandaba muchas horas, hablaban de casamiento, pero ella en esas condiciones laborales no quería, sabía que al casarse iba a querer ser mamá y no podía hacerse cargo de un bebé y trabajar hasta las cuatro de la mañana.
“Esto sí sabemos donde pasó”
Cuando Lucía pudo cambiar de área le dijo a Julián que ahora sí podían casarse. Él ya tenía un anillo de compromiso guardado hacía un año.
Un día, cuando salió de dar clases en la facultad en la que ambos habían estudiado, le escribió un mensaje que decía: “Te estoy esperando donde siempre”. Con paciencia aguardó durante una hora a que Lucía terminara de tomar exámenes a los alumnos y de conversar con los colegas. Ella sabía a referencia de qué iba el mensaje, era un banco sobre el dique donde siempre se sentaban.
Charlaron un rato y al levantarse Julián le dijo: “Ups, mirá este cartel”. Y en el banco vio una placa de bronce que decía “Esto si sabemos dónde pasó”, haciendo referencia a la incertidumbre de dónde y quién los presentó. Lucía no entendió, lo miró a Julián, luego el cartel y al mirar de nuevo a su novio lo vio de rodillas con un anillo en la mano.
Al día siguiente ya tenían armada la lista de invitados, los posibles salones y el excel con el presupuesto. ¿Quiénes fueron los testigos? Sus dos amigas posibles presentadoras de la feliz pareja. Un año y once días después de casarse Lucía y Julián se convirtieron en papás por primera vez.
“Seguimos siendo ñoños, haciendo referencias tontas. No hay persona en el mundo con quien me divierta más que con Julián, no todo es color de rosa porque tener una bebé de ocho meses es demandante, pero nunca en mi vida fui tan feliz como ahora y pienso que no hay hombre para mí tan perfecto como Julián”, concluye Lucía.
Si querés contarle tu historia a la Señorita Heart, escribile a corazones@lanacion.com.ar
El miedo paraliza, nos crea fantasmas que no existen y nos impide arriesgarnos en el amor. Esta es una historia donde el miedo se interpuso entre dos amantes, ¿es posible superarlo? ¿habrá suficiente paciencia para aguantarlo?
“Es muy inteligente, te va a caer bien”
Julián y Lucía son abogados. De hecho, se conocieron en cuarto año de la Facultad de Derecho de la UCA. Al día de hoy no se sabe quién los presentó. La primera teoría fue que Guillermina, una amiga en común, dentro del aula le dijo a Julián: “Ella es Lucía, es una chica muy inteligente que te va a caer bien”. La segunda teoría es que fue Juana quien en la entrada de la universidad le dijo a Lucía: “Él es Julián, es muy inteligente y te va a caer bien”. Pero poco importa en qué sitio de la universidad fue la presentación, el hecho es que era cierto, ambos eran inteligentes y se cayeron bien.
“Ese fue el motivo que primero nos unió, no que seamos inteligentes sino que seamos ñoños, porque los dos éramos muy estudiosos en la facultad. Nos gusta mucho la literatura, la filosofía y estábamos todo el tiempo leyendo algo. Nos divertíamos el uno con el otro hablando de esas cosas, con referencias ñoñas”, describe Lucía. Admite que eran un grupo de amigos de intelectuales pero ellos dos destacaban. Y en ese contexto es donde encontraron, desde el primer momento, un idioma propio lleno de códigos y chistes.
“Lo veía como una película, cuando en realidad era un café”
El día que empezaron a hablar los dos solos fue en el cumpleaños de un profesor que había invitado a sus ex alumnos a festejar en un bar. Lucía no había cursado con él pero un compañero la invitó. En un contexto fuera de la facultad, pero con la comodidad de sentirse rodeados de los mismos, fue que Julián se animó a pedir a Lucía que lo acompañara a la barra a pedir una cerveza. Lucía se asombró de la lentitud del bartender, Julián no se acercaba lo suficiente a la barra para tener la excusa de poder seguir hablando con ella. Charlaron de cotidianeidades, y fue el puntapié para continuar por WhatsApp.
Lucía, que todas las noches se dormía a las diez de la noche, no se reconocía a sí misma durmiéndose a las tres o cuatro de la mañana por quedarse chateando con Julián. Al día siguiente se encontraban a las siete de la mañana en la facultad para desayunar antes de comenzar a cursar. “Nos divertíamos mucho hablando”, recuerda Lucía.
Dos meses después llegaron las vacaciones de invierno y la libertad de no tener que madrugar los llevaba a hablar durante todo el día y la noche. A Julián le pareció que era un buen momento para dar el siguiente paso y la invitó a tomar un café. Lucía se hizo la desentendida y le contestó: “Qué amor, invitemos a los chicos, ¿dale?”. Pero él se puso firme y respondió: “No, quiero salir con vos”. Lucía se justificó diciendo que los amigos del grupo se iban a ofender si no eran invitados.
¿Qué le pasaba a Lucía? Varias cosas. Por un lado, nunca había estado de novia y no tenía intenciones de estarlo; por otro lado se divertía muchísimo con él, pero si tenía que ser sincera no se sentía atraída. Por último, el miedo, sentía que si salía con él le podía terminar rompiendo el corazón o arriesgar una amistad y poner incómoda la situación en el grupo de amigos de la facultad. “Lo veía todo como una película cuando en realidad era un café, pero para mí era letal”, explica Lucía.
“Como amigos todo bien pero no quiero nada más”
Julián no se rindió, de verdad le gustaba Lucía, la invitó a salir dos veces más, le brindó distintas posibilidades: a tomar un café, a cenar, te busco yo, nos encontramos, lo que la hiciera sentir cómoda a ella estaría bien. Lucía aceptó el café.
Un día frío de vacaciones de invierno, Julián partió desde Quilmes hacia Recoleta a buscarla, fueron a tomar un café a Dandy de Avenida Del Libertador, y sin que él dijera nada Lucía puso reglas claras: “Mirá que yo no quiero salir con nadie, como amigos todo bien pero no quiero nada más”. Julián asintió, le dijo que él estaba de acuerdo, que tampoco quería nada más. Pero lo cierto es que se volvió a su casa con la tristeza de saber que no habría oportunidad con la chica que le gustaba.
Después de aquel día empezaron a salir, como amigos, todas las semanas con una constancia inusual para quienes son solo amigos. ¿No se daban cuenta o no querían darse cuenta? Salían todos los viernes, empezaban a caminar a las tres de la tarde y se extendían hasta las ocho o nueve de la noche. Recorrieron todos los museos y todas las librerías de Palermo, San Telmo y Recoleta. De cualquier evento hacían un plan. No se lo decían a nadie, eran salidas de amigos en secreto, “no queríamos que el resto de nuestros amigos se sintieran celosos o que quisieran sumarse al plan. No queríamos que sospecharan que éramos algo que no éramos. Yo pensaba que si se enteraban iban a decir que en realidad eran más que amigos, que estaban enganchados”, explica Lucía. Este detalle del secreto volvió más divertida la relación que tenían, por ejemplo, se recomendaban en medio del grupo una muestra a la que habían asistido juntos, o usaban la misma birome que les habían regalado en una librería.
Del invierno llegaron a la primavera viéndose todas las semanas y todos los días en la facultad, “además nos hablábamos todos los días, era una relación de mucha frecuencia, mucha cercanía, pero como amigos. Yo sabía que él estaba muy enganchado, yo me hacía la que no pero real que no sabía que estaba enganchada. Yo decía: ‘me divierto mucho con él pero no me atrae’”, cuenta Lucía.
“Sos como un enigma envuelto en una caja de misterio”
Se divertían como amigos, Lucía sabía que él sentía algo más por ella, pero le parecía que con esta relación que mantenían no le estaba haciendo mal a nadie. Hasta que en un momento se empezó a dar cuenta de que eso no era tan así, Julián tenía la expectativa de que esa amistad se tornara otra cosa, entonces Lucía empezó a incentivarlo a que saliera con otras chicas, pero a él no le interesaba.
Un 27 de octubre, cumpleaños de una amiga en común, fueron juntos a comprar el regalo. Lucía manejaba, frenaron en el local y se quedaron un rato charlando en el auto. Entre charla y muchas risas Julián apoyó su mano sobre la de Lucía que estaba sobre la palanca de cambio. “Yo no te puedo explicar la sensación tan extraña que experimenté, sentí como una electricidad en los dedos, sentía en la mano como fuego”, recuerda Lucía. Pero su miedo la invadió, su miedo pudo más y en lugar de aceptar que algo le pasaba le dijo “no podemos salir más nosotros porque nos estamos enganchando y no puede ser”. Se fueron al cumpleaños y Julián se volvió, decepcionado a su casa. Jamás sospechó que a ella también le estaban pasando cosas, que se estaba dando cuenta de que le gustaba más que como un amigo. “Sos como un enigma envuelto en una caja de misterio”, le escribió él, así la sentía.
Firma de un contrato sin relación
Lucía sintió que le debía una explicación. Hablaron por teléfono, ella quería dejar las cosas en claro, le parecía que con esta relación extraña que tenían Julián iba a terminar con el corazón roto, no entendía que quería él de verdad.
Julián la interrumpió y fue tajante: “Lucía lo que pasa es que yo quiero ser tu novio”. Ella se enojó, la sinceridad la tomó por sorpresa y el miedo volvió a actuar. “Bueno, si esos son tus términos y condiciones hasta acá llegamos”, y cortó el teléfono.
Pero ese viernes salieron como si nada hubiera pasado, fueron a tomar el té a la librería Borges en Palermo. Se sentaron en una mesa, y Julián, como buen abogado, sacó de su morral un contrato que decía algo más o menos así:
“En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a los dos días del mes de noviembre se reúnen (sus nombres, números de documentos y dirección del bar)”. Luego aparecían las cláusulas del contrato que exponían que “las partes se comprometen a juntarse todos los viernes, a hablar hasta cualquier hora, a cuidarse siempre, a hacerse reír en la facultad, a encontrarse antes de hora para charlar y tomar un café”. Eran todas las cosas que ya venían haciendo, pero ahora con un compromiso formal. ¿El nombre del contrato? “Relación Innominada”, es decir, sin nombre.
Julián la acompañó caminando a Lucía hasta su casa, ella vestía un tapado, guardó sus manos en los bolsillos y se arrancó el esmalte de los nervios. Al llegar a su casa lo miró y lo besó.
Una indirecta sin acuse de recibo
Salieron noviembre y diciembre. En ese tiempo habían hablado acerca de los pingüinos, que son animales monógamos que forman pareja de por vida, la forma de sellar esa unión es con una piedrita. El 26 de diciembre fueron al jardín botánico para celebrar Navidad y Lucía, haciendo una clara referencia a aquello que habían hablado, le regaló un pingüino de piedra que compró en las tiendas de souvenir para turistas de la calle Florida. Julián no captó la indirecta. Siguieron caminado y Lucía le insistió en que había algo simbólico en ese regalo que le había hecho. Julián la miró, se dio cuenta y le preguntó: “Lucía, ¿querés ser mi novia?”.
A sus dos amigas que los habían presentado, y al mejor amigo de él le contaron de la relación secreta. El resto se enteró, ya avanzada la relación, cuando la profesora de Derecho de Familia preguntó si alguien en aquella clase estaba de novio para poder explicar un ejemplo. Solo ellos levantaron la mano tímidamente, su sentido de alumnos aplicados les impedía mentir a la profesora. Para sorpresa de todos sus amigos blanquearon su noviazgo.
Con la llegada de la pandemia pasaron un tiempo sin verse hasta que, para el cumpleaños de Lucía, Julián fue a verla a su casa y se quedó un tiempo ocupando el cuarto de la hermana y conviviendo con Lucía y su mamá. “Para nosotros fue un quiebre en el buen sentido. En mitad de la pandemia yo me agarré una enfermedad autoinmune y que supimos el diagnóstico un año después, pero en pandemia yo tenía 38 grados de fiebre. De algún modo el convivir, aunque en habitaciones separadas y con mi mamá de chaperona, fortaleció la relación”, recuerda.
Luego Lucía comenzó a trabajar en un estudio jurídico que le demandaba muchas horas, hablaban de casamiento, pero ella en esas condiciones laborales no quería, sabía que al casarse iba a querer ser mamá y no podía hacerse cargo de un bebé y trabajar hasta las cuatro de la mañana.
“Esto sí sabemos donde pasó”
Cuando Lucía pudo cambiar de área le dijo a Julián que ahora sí podían casarse. Él ya tenía un anillo de compromiso guardado hacía un año.
Un día, cuando salió de dar clases en la facultad en la que ambos habían estudiado, le escribió un mensaje que decía: “Te estoy esperando donde siempre”. Con paciencia aguardó durante una hora a que Lucía terminara de tomar exámenes a los alumnos y de conversar con los colegas. Ella sabía a referencia de qué iba el mensaje, era un banco sobre el dique donde siempre se sentaban.
Charlaron un rato y al levantarse Julián le dijo: “Ups, mirá este cartel”. Y en el banco vio una placa de bronce que decía “Esto si sabemos dónde pasó”, haciendo referencia a la incertidumbre de dónde y quién los presentó. Lucía no entendió, lo miró a Julián, luego el cartel y al mirar de nuevo a su novio lo vio de rodillas con un anillo en la mano.
Al día siguiente ya tenían armada la lista de invitados, los posibles salones y el excel con el presupuesto. ¿Quiénes fueron los testigos? Sus dos amigas posibles presentadoras de la feliz pareja. Un año y once días después de casarse Lucía y Julián se convirtieron en papás por primera vez.
“Seguimos siendo ñoños, haciendo referencias tontas. No hay persona en el mundo con quien me divierta más que con Julián, no todo es color de rosa porque tener una bebé de ocho meses es demandante, pero nunca en mi vida fui tan feliz como ahora y pienso que no hay hombre para mí tan perfecto como Julián”, concluye Lucía.
Si querés contarle tu historia a la Señorita Heart, escribile a corazones@lanacion.com.ar
La historia de dos compañeros de la facultad en la que el miedo se interpuso en el camino LA NACION