Sin refugios y blanco del extremismo: una ciudad árabe-israelí sufre lo peor de los ataques de Irán
TAMRA.- “Los misiles iraníes no distinguen si uno es judío o árabe, matan a todos sin preguntar. Yo soy musulmán y el misil mató a musulmanes, no hizo diferencias. Es hora de detener esta locura, es hora de hablar de paz y de hacer una paz justa».
Así lo cuenta Raja Katib, un abogado árabe israelí que perdió a su esposa, Manar; a dos de sus tres hijas, Shada, de 20 años, y Hala, de apenas 13; y a su cuñada —también llamada Manar— en la infernal madrugada del domingo pasado, la más letal desde el inicio de la guerra con Irán. Un misil iraní de potencia monstruosa, con 400 kilos de explosivos y que no pudo ser interceptado por la Cúpula de Hierro, convirtió a su casa de tres pisos en un cúmulo de ruinas y hierros retorcidos.
Por lo que se puede imaginar ahora, en medio del polvo y mientras soldados israelíes con topadoras analizan cómo demolerla, era un edificio de piedra blanca con columnas dóricas en las ventanas, tipo palacete, bastante nuevo. Era una de las viviendas más señoriales de Tamra, poblado árabe-israelí del norte de Israel que no sólo saltó a las primeras planas por este terrible ataque que provocó la muerte de cuatro mujeres jóvenes, llenas de vida, sino también, por un video que apareció en redes sociales esa noche del ataque en el que algunos judíos extremistas de un pueblo celebran, bailando y cantando, la caída del misil.
En ese momento, Raja entraba a su casa junto a su hija del medio, Razan, de 16 años. Ambos lograron salvarse al correr hacia el cuarto de seguridad en la planta baja, mientras que los demás, que se encontraban en el segundo piso, no alcanzaron a resguardarse a tiempo.
El horror sumió en el shock a Tamra, una localidad de 44.000 habitantes —el 99% musulmanes— que hoy se siente completamente desamparada. Como Tamra, cerca del 20% de la población de Israel está compuesta por árabes israelíes: palestinos que permanecieron en el territorio que, en 1948, se convirtió en el Estado de Israel y que, por ello, obtuvieron la ciudadanía israelí.
Sin embargo, según denuncian diversos organismos de derechos humanos, siguen siendo discriminados y tratados como ciudadanos de segunda. Esta situación se agravó a partir del 7 de octubre de 2023 —cuando el grupo terrorista Hamas lanzó su brutal ataque desde Gaza—, a raíz del cual muchos árabes israelíes comenzaron a ser estigmatizados por sectores nacionalistas de derecha, solo por manifestarse en contra de la guerra.
Aunque en este momento en los poblados árabe-israelíes -que se diferencian de los demás por casi no tener servicios, calles destartaladas, sucias-, no es este el problema. Lo que más preocupa ahora es la ausencia de refugios, algo que sucede también en Cisjordania ocupada y en Jerusalén oriental. Muchas viviendas son viejas, no tienen el llamado “mamad” -sólo las modernas cuentan con esta habitación blindada esencial en este momento- y no hay refugios públicos. En Tamra sólo el 50% de los habitantes tiene un lugar seguro.
Frente a la casa derruida de Raja, donde un grupo de soldados evalúa cómo iniciar la demolición, un vecino, Yassin Wafek, dentista, forma parte de ese 50%. “Vivimos en el terror en Tamra: cada minuto, cada hora, estamos pensando en que puede llegar un misil y no tenemos protección. Esto no es vida”, dice. “Tengo tres hijos y vivimos con miedo porque no tenemos refugio en casa y el medio minuto y medio para correr al de la escuela no alcanza”, apunta.
También las mujeres con velo que nos cruzamos —que, en medio de una tarde de calor agobiante, ofrecen dulces y café como muestra de la tradicional hospitalidad árabe— expresan con terror y lágrimas en los ojos que están aterradas porque no saben dónde esconderse cuando suenan las sirenas.
“Estamos en peligro porque no tenemos refugios suficientes ni cuartos de seguridad. Nuestra mezquita queda muy cerca de la casa de los Khatib y fue terrible lo que vimos esa noche… Enseguida todos fuimos a ayudar a sacar escombros e intentar rescatar a las mujeres”, relatan los imanes de Tamra, Sale Safory y Mohamed Moreh. “Estamos todos shockeados por lo que pasó, y ahora que todas las noches hay alarmas, nos estamos ayudando en la comunidad: quien tiene cuarto seguro en su casa invita a los demás, o vamos a las escuelas o centros comunitarios, donde sí hay refugio”, añaden.
Como muchos vecinos de Tamra, los imanes se acercaron al complejo municipal para dar el pésame a los Khatib, una familia muy respetada en la comunidad. En un salón tipo auditorio, los asistentes se acercan uno a uno a abrazar a los familiares, especialmente a Raja —abogado, escribano y vicepresidente de la Asociación de Abogados de Haifa—, que una y otra vez rompe en llanto, desconsolado. Evoca a las mujeres que ya no están, a las que llama “mis flores”.
“Dos días antes del desastre estábamos de vacaciones en la casa que tengo en Italia, en el Lago de Garda… Si nos hubiéramos quedado unos días más, esto no pasaba”, dice desesperado Raja a LA NACION. Estudió jurisprudencia en Ferrara, habla perfecto italiano y no entiende cómo la paz que vivió allá parece tan lejana aquí. “¿Por qué no podemos vivir acá en paz como en Italia?”, se pregunta. Como muchos en Tamra, evita responder preguntas políticas. Sin embargo, deja claro que no apoya ni la sorpresiva guerra lanzada por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, contra Irán, una república islámica que terminó matando a una familia musulmana como la suya; ni la de Gaza, ni ninguna otra.
“¡Detengamos por favor todas las guerras, mírenme a mí, por favor, basta, tenemos que vivir en paz!”, clama. Lo mismo sostiene su cuñado, Nidal Abu El Hija, también abogado y dueño de una empresa distribuidora de alimentos. Él tampoco quiere entrar en cuestiones políticas, pero también llora al recordar a su hermana y lamentar que su familia haya quedado destrozada. Como Raja, pide que se detenga esta y todas las guerras, y que reine “el amor entre los seres humanos, que somos todos iguales”.
En el salón de condolencias la gente está sentada en sillas de plástico, en silencio. Ofrecen café, dátiles y botellitas de agua. Nos dicen que también ha venido, hace unas horas, el presidente de Israel, Isaac Herzog, para darle su pésame a la familia. ¿Qué le dijo? “Me abrazó y lloramos juntos”, contesta Raja.
“Vine a consolar a la gente de Tamra y, a través de ellos, a toda la sociedad árabe e israelí”, hizo saber horas después Herzog, en un comunicado. “En mis palabras de condolencias, tanto en árabe como en hebreo, dirigidas a las familias y a todos los que las acompañan en el duelo, condené enérgicamente cualquier declaración atroz y vergonzosa que se haya escuchado en respuesta a la tragedia de Tamra”, añadió el mandatario, aludiendo al video que circuló en las redes de extremistas israelíes que celebraban la caída del misil en esta localidad.
“Reiteré que estas son las palabras de una minoría marginal de nuestra sociedad y que no hay cabida para tales expresiones en el Estado de Israel”, continuó. “Creo profundamente —y todos debemos comprenderlo— que estamos destinados a vivir juntos en esta tierra y a soñar juntos con una vida compartida basada en la paz y la dignidad humana, tanto en nuestra sociedad como en toda la región”, sumó.
También Moshe Chertoff, director del Forum de las ONGs de Paz de Israel, que vive en un kibutz que queda cerca, vino a darle un abrazo a Raja.
“Soy un hombre de paz. Pertenezco a la principal organización por la paz en Israel, pero sé que siempre hay odio donde la gente carece de comprensión y educación. Y lo que pasó cuando caían los misiles y los vecinos judíos de las comunidades vecinas se pararon en sus balcones y vitorearon, fue horrible y vergonzoso”, dice a LA NACION. “Se quedaron allí vitoreando: ‘¡Quemen la aldea, quemen la aldea!’”, detalló Moshe, en cuya camisa se destaca el número 621, es decir, los días de guerra que pasaron desde el 7 de octubre, una guerra que no ha logrado ninguno de sus dos objetivos: ni destruir a Hamas, ni traer de vuelta a los rehenes.
“Tenemos muchos frentes de guerra abiertos en Israel, pero también una lucha interna”, lamenta este activista judío, nacido en Los Ángeles y residente en Israel desde hace 40 años. Más allá del odio fomentado por extremistas de ambos lados, asegura que la única solución —aunque parezca una quimera— es la convivencia de palestinos y judíos en dos Estados.
Raja, quien se pregunta una y otra vez por qué no lo mató a él también ese maldito misil, para así estar ahora junto a sus “flores”, y que admite que, en medio de la tragedia, lo único que lo mantiene vivo es Razan, su única hija sobreviviente de 16 años, piensa de forma similar. ¿Cree que es posible la paz después de todo lo que ha tenido que enfrentar? “Como se dice en italiano, lo último que se pierda es la esperanza”, responde Raja. ¿Piensa irse de Israel y mudarse a Italia, donde tiene su casa en el Lago de Garda? “No, esta es mi tierra y me quedo, siempre con la esperanza de un día tener paz”.
TAMRA.- “Los misiles iraníes no distinguen si uno es judío o árabe, matan a todos sin preguntar. Yo soy musulmán y el misil mató a musulmanes, no hizo diferencias. Es hora de detener esta locura, es hora de hablar de paz y de hacer una paz justa».
Así lo cuenta Raja Katib, un abogado árabe israelí que perdió a su esposa, Manar; a dos de sus tres hijas, Shada, de 20 años, y Hala, de apenas 13; y a su cuñada —también llamada Manar— en la infernal madrugada del domingo pasado, la más letal desde el inicio de la guerra con Irán. Un misil iraní de potencia monstruosa, con 400 kilos de explosivos y que no pudo ser interceptado por la Cúpula de Hierro, convirtió a su casa de tres pisos en un cúmulo de ruinas y hierros retorcidos.
Por lo que se puede imaginar ahora, en medio del polvo y mientras soldados israelíes con topadoras analizan cómo demolerla, era un edificio de piedra blanca con columnas dóricas en las ventanas, tipo palacete, bastante nuevo. Era una de las viviendas más señoriales de Tamra, poblado árabe-israelí del norte de Israel que no sólo saltó a las primeras planas por este terrible ataque que provocó la muerte de cuatro mujeres jóvenes, llenas de vida, sino también, por un video que apareció en redes sociales esa noche del ataque en el que algunos judíos extremistas de un pueblo celebran, bailando y cantando, la caída del misil.
En ese momento, Raja entraba a su casa junto a su hija del medio, Razan, de 16 años. Ambos lograron salvarse al correr hacia el cuarto de seguridad en la planta baja, mientras que los demás, que se encontraban en el segundo piso, no alcanzaron a resguardarse a tiempo.
El horror sumió en el shock a Tamra, una localidad de 44.000 habitantes —el 99% musulmanes— que hoy se siente completamente desamparada. Como Tamra, cerca del 20% de la población de Israel está compuesta por árabes israelíes: palestinos que permanecieron en el territorio que, en 1948, se convirtió en el Estado de Israel y que, por ello, obtuvieron la ciudadanía israelí.
Sin embargo, según denuncian diversos organismos de derechos humanos, siguen siendo discriminados y tratados como ciudadanos de segunda. Esta situación se agravó a partir del 7 de octubre de 2023 —cuando el grupo terrorista Hamas lanzó su brutal ataque desde Gaza—, a raíz del cual muchos árabes israelíes comenzaron a ser estigmatizados por sectores nacionalistas de derecha, solo por manifestarse en contra de la guerra.
Aunque en este momento en los poblados árabe-israelíes -que se diferencian de los demás por casi no tener servicios, calles destartaladas, sucias-, no es este el problema. Lo que más preocupa ahora es la ausencia de refugios, algo que sucede también en Cisjordania ocupada y en Jerusalén oriental. Muchas viviendas son viejas, no tienen el llamado “mamad” -sólo las modernas cuentan con esta habitación blindada esencial en este momento- y no hay refugios públicos. En Tamra sólo el 50% de los habitantes tiene un lugar seguro.
Frente a la casa derruida de Raja, donde un grupo de soldados evalúa cómo iniciar la demolición, un vecino, Yassin Wafek, dentista, forma parte de ese 50%. “Vivimos en el terror en Tamra: cada minuto, cada hora, estamos pensando en que puede llegar un misil y no tenemos protección. Esto no es vida”, dice. “Tengo tres hijos y vivimos con miedo porque no tenemos refugio en casa y el medio minuto y medio para correr al de la escuela no alcanza”, apunta.
También las mujeres con velo que nos cruzamos —que, en medio de una tarde de calor agobiante, ofrecen dulces y café como muestra de la tradicional hospitalidad árabe— expresan con terror y lágrimas en los ojos que están aterradas porque no saben dónde esconderse cuando suenan las sirenas.
“Estamos en peligro porque no tenemos refugios suficientes ni cuartos de seguridad. Nuestra mezquita queda muy cerca de la casa de los Khatib y fue terrible lo que vimos esa noche… Enseguida todos fuimos a ayudar a sacar escombros e intentar rescatar a las mujeres”, relatan los imanes de Tamra, Sale Safory y Mohamed Moreh. “Estamos todos shockeados por lo que pasó, y ahora que todas las noches hay alarmas, nos estamos ayudando en la comunidad: quien tiene cuarto seguro en su casa invita a los demás, o vamos a las escuelas o centros comunitarios, donde sí hay refugio”, añaden.
Como muchos vecinos de Tamra, los imanes se acercaron al complejo municipal para dar el pésame a los Khatib, una familia muy respetada en la comunidad. En un salón tipo auditorio, los asistentes se acercan uno a uno a abrazar a los familiares, especialmente a Raja —abogado, escribano y vicepresidente de la Asociación de Abogados de Haifa—, que una y otra vez rompe en llanto, desconsolado. Evoca a las mujeres que ya no están, a las que llama “mis flores”.
“Dos días antes del desastre estábamos de vacaciones en la casa que tengo en Italia, en el Lago de Garda… Si nos hubiéramos quedado unos días más, esto no pasaba”, dice desesperado Raja a LA NACION. Estudió jurisprudencia en Ferrara, habla perfecto italiano y no entiende cómo la paz que vivió allá parece tan lejana aquí. “¿Por qué no podemos vivir acá en paz como en Italia?”, se pregunta. Como muchos en Tamra, evita responder preguntas políticas. Sin embargo, deja claro que no apoya ni la sorpresiva guerra lanzada por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, contra Irán, una república islámica que terminó matando a una familia musulmana como la suya; ni la de Gaza, ni ninguna otra.
“¡Detengamos por favor todas las guerras, mírenme a mí, por favor, basta, tenemos que vivir en paz!”, clama. Lo mismo sostiene su cuñado, Nidal Abu El Hija, también abogado y dueño de una empresa distribuidora de alimentos. Él tampoco quiere entrar en cuestiones políticas, pero también llora al recordar a su hermana y lamentar que su familia haya quedado destrozada. Como Raja, pide que se detenga esta y todas las guerras, y que reine “el amor entre los seres humanos, que somos todos iguales”.
En el salón de condolencias la gente está sentada en sillas de plástico, en silencio. Ofrecen café, dátiles y botellitas de agua. Nos dicen que también ha venido, hace unas horas, el presidente de Israel, Isaac Herzog, para darle su pésame a la familia. ¿Qué le dijo? “Me abrazó y lloramos juntos”, contesta Raja.
“Vine a consolar a la gente de Tamra y, a través de ellos, a toda la sociedad árabe e israelí”, hizo saber horas después Herzog, en un comunicado. “En mis palabras de condolencias, tanto en árabe como en hebreo, dirigidas a las familias y a todos los que las acompañan en el duelo, condené enérgicamente cualquier declaración atroz y vergonzosa que se haya escuchado en respuesta a la tragedia de Tamra”, añadió el mandatario, aludiendo al video que circuló en las redes de extremistas israelíes que celebraban la caída del misil en esta localidad.
“Reiteré que estas son las palabras de una minoría marginal de nuestra sociedad y que no hay cabida para tales expresiones en el Estado de Israel”, continuó. “Creo profundamente —y todos debemos comprenderlo— que estamos destinados a vivir juntos en esta tierra y a soñar juntos con una vida compartida basada en la paz y la dignidad humana, tanto en nuestra sociedad como en toda la región”, sumó.
También Moshe Chertoff, director del Forum de las ONGs de Paz de Israel, que vive en un kibutz que queda cerca, vino a darle un abrazo a Raja.
“Soy un hombre de paz. Pertenezco a la principal organización por la paz en Israel, pero sé que siempre hay odio donde la gente carece de comprensión y educación. Y lo que pasó cuando caían los misiles y los vecinos judíos de las comunidades vecinas se pararon en sus balcones y vitorearon, fue horrible y vergonzoso”, dice a LA NACION. “Se quedaron allí vitoreando: ‘¡Quemen la aldea, quemen la aldea!’”, detalló Moshe, en cuya camisa se destaca el número 621, es decir, los días de guerra que pasaron desde el 7 de octubre, una guerra que no ha logrado ninguno de sus dos objetivos: ni destruir a Hamas, ni traer de vuelta a los rehenes.
“Tenemos muchos frentes de guerra abiertos en Israel, pero también una lucha interna”, lamenta este activista judío, nacido en Los Ángeles y residente en Israel desde hace 40 años. Más allá del odio fomentado por extremistas de ambos lados, asegura que la única solución —aunque parezca una quimera— es la convivencia de palestinos y judíos en dos Estados.
Raja, quien se pregunta una y otra vez por qué no lo mató a él también ese maldito misil, para así estar ahora junto a sus “flores”, y que admite que, en medio de la tragedia, lo único que lo mantiene vivo es Razan, su única hija sobreviviente de 16 años, piensa de forma similar. ¿Cree que es posible la paz después de todo lo que ha tenido que enfrentar? “Como se dice en italiano, lo último que se pierda es la esperanza”, responde Raja. ¿Piensa irse de Israel y mudarse a Italia, donde tiene su casa en el Lago de Garda? “No, esta es mi tierra y me quedo, siempre con la esperanza de un día tener paz”.
En Tamra sólo el 50% de los habitantes tiene un lugar seguro para esconderse de los misiles LA NACION