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Verónica Llinás: su nueva obra, el recuerdo de Gasalla y cómo el humor la salvó frente a las tragedias   

Después del éxito con la obra Antígona en el baño, Verónica Llinás regresa a un circuito que conoce a la perfección: el del teatro en Avenida Corrientes. El sábado a la noche, el público asiste en masa a ver Una navidad de mierda en el Teatro Premier, que protagoniza junto con Alejo García Pintos, Anita Gutiérrez y Tomás Fonzi. La pieza parte de una anécdota: una familia se reúne a festejar Navidad después de tres años sin ver a su hija menor que vuelve de Londres para presentar a su novia, Cindy. Pero hay un detalle que lo cambia todo: su pareja es invisible para el resto de los mortales. Por debajo del humor, de los gags y de los diálogos hilarantes, lo que aparece es una familia distópica que hace de la negación su religión.

Contra cualquier presunción apresurada, Llinás -una de las grandes comediantes del país desde los tiempos de las Gambas al Ajillo, como integrante de la troupé televisiva de Antonio Gasalla, con sus deliciosas criaturas en internet o con sus histriónicos personajes en series o cine- explica que con esta obra cumplió un sueño que tenía pendiente desde chica: actuar en un drama teatral. “La historia se relaciona con algo trágico que estamos atravesando en estos tiempos de virtualidad: cada vez nos alejamos más de las relaciones reales. En ese sentido, la familia vive un drama que resulta cómico, pero no deja de ser algo terrible”, subraya la actriz en diálogo con LA NACION, entre las butacas de la sala ahora vacía, mientras se prepara para una nueva función, los técnicos afinan detalles y el elenco se apresta a realizar la última pasada.

Pero hay otro elemento que se destaca en esta obra: Llinás se afirma en su condición de directora teatral, rubro aquí compartido con Peto Menahem. Ella sostiene que es un rol que desempeñó muchas veces, solo que antes no figuraba en los créditos. “Un día me cansé y dije: quiero que me reconozcan lo que hago. En este caso, fue una iniciativa de Gustavo Yankelevich (productor de la obra) que yo codirigiera. Lo acepté porque sabía que me iba a meter y finalmente fue lo que sucedió: con Peto estuvimos un largo tiempo adaptando la obra original (del dramaturgo español Markos Goikolea Unzalu) y le volamos veinte páginas. Me fascina la puesta en escena, en realidad yo me formé más en esta disciplina que en la actuación”.

Llinás en una escena de Una Navidad de mierda, junto con Tomás Fonzi y Alejo García Pintos

El trabajo en la adaptación es notorio desde el minuto uno. La obra está llena de guiños y apela a la complicidad del público. Entre las referencias humorísticas entre líneas, hay ironías a declaraciones célebres y a gaffes de Javier Milei, Patricia Bullrich, Cristina Kirchner o Mauricio Macri. “Todas esas cosas están porque nos divierten a nosotros y porque proponen un juego al espectador. Pensemos que la obra se tituló originalmente Nunca estuve en Dublín y tenía un montón de referencias españolas”, detalla Llinás, quien resalta que la dirección siempre implica un trabajo de apropiación. “Cada vez que dirijo, me siento con la libertad de desmontar la obra en forma completa para luego volver a construirla. Por ahí no queda tan diferente de lo que era antes o por ahí sí, pero yo necesito desarmarla”.

De tal palo

Criada en un hogar de grandes artistas, Llinás vive en estos días un acontecimiento especial: no muy lejos del teatro, en el primer piso de Colección Amalia Lacroze de Fortabat, en Puerto Madero, se exhibe Estados suspensivos, una muestra dedicada a la trayectoria de su madre, la notable artista plástica Martha Peluffo (1931-1979). Entre la abstracción, el arte pop, el surrealismo y el informalismo, la exhibición reúne sus audaces obras. “Mi mamá era una persona sumamente libre. Mi casa estaba siempre llena de actores, pintores, poetas y una vez hasta vinieron los Harlem Globetrotters”, cuenta entre risas.

Su padre, Julio Llinás, también fue un personaje único de la cultura. “Era otra bestia. Primero escribió, fue poeta, vivió en Francia, en Brasil. Cuando yo nací, le agarró el ataque de que ya no podía hacerse el bohemio, entonces empezó a trabajar como publicista en Siam, porque era amigo de Guido Di Tella. Le fue muy bien y llegó a tener su propia agencia. Después volvió a escribir, tuvo como agente literaria a Carmen Balcells, la misma de Gabriel García Márquez”. Entre sus textos se encuentra De eso no se habla, llevado al cine por María Luisa Bemberg y con el protagónico de Marcello Mastroianni. La saga continúa: el hermano menor de Verónica, Mariano Llinás, es un reconocido cineasta.

Verónica Llinás, actriz e ícono del under porteño de los 80, hoy se reconoce cómoda y feliz en su rol de directora teatral

–¿Te costó abrirte paso teniendo padres con una personalidad artística tan fuerte?

–A veces digo que me dediqué al teatro porque de algún modo es el cruce entre la escritura y las artes visuales, pero a la vez no le perteneció a ninguno de mis padres.

–¿Fue muy difícil estudiar teatro durante los años de la dictadura?

–Sí, pero además yo vengo de la marginalidad teatral, porque integré en mis inicios la Compañía Argentina de Mimo, de Angel Elizondo, que hacía cosas muy jugadas para esa época. Nada más alejado de lo que uno imagina del mimo al estilo de Marcel Marceau. En la Compañía se lanzaba fuego por la boca, había una boa que salía de la entrepierna de una chica. No fue nada fácil: estábamos haciendo una obra en el Teatro El Picadero cuando pusieron una bomba. Después, con algunas alumnas de Elizondo, formamos las Gambas al Ajillo.

–Alguna vez dijiste que las Gambas al Ajillo, icónicas del under, nunca llegaron a integrar el canon del teatro. ¿Seguís pensando eso?

–Sí, nosotras en realidad no pertenecimos al canon oficial del teatro porque nos aburría, nos parecía solemne. También renunciamos a llamarnos teatro porque sentíamos que no éramos parte del teatro con mayúsculas. Hacíamos varietés, pero en realidad era una forma de teatro, porque tenía danza, canto y vodevil con sketches cortos. En ese sentido, éramos marginales.

–¿La convocatoria para trabajar con Antonio Gasalla fue tu ingreso a la televisión?

–Sí. Hasta ahí no me interesaba la televisión; era prejuiciosa, ni veía programas. A punto tal que durante el primer año que estuve con Antonio tenía una tele en blanco y negro muy vieja, que se veía mal. Él insistía para que la arreglara y, como no lo hacía, bromeaba con eso. Me decía: ¿vos ves cómo te queda el maquillaje al aire?

–¿Qué otras anécdotas recordás de su humor ácido?

Gasalla hacía pequeñas maldades. Había que saber ubicarse, una no podía ser demasiado graciosa ni tampoco demasiado inocua. Me acuerdo que le agarró un ataque de celos cuando empecé a grabar en la serie Gasoleros. Entonces, un día que estaba baja de energías me dijo: “Vamos, que esto no es Gasoleros”. Y en otra ocasión me preguntó si había hecho algún “cursito” de teatro. Ese maldito me dio un lugar importante, fue fundamental en mi vida (risas).

Verónica Llinás junto con Antonio Gasalla en el recordado sketch de

–Cuando murió Gasalla escribiste un texto en el que mencionás que él te dio un “electroshock en el amor propio”.

–Claro, porque el elenco de su programa de televisión ya estaba formado y Antonio no era una persona especialmente didáctica. Fue como rendir un examen. Me tuve que ganar el lugar, él me dio unos sopapos con su exigencia y malhumor. Pero después tuvo una generosidad inmensa al hacerme sentir que me admiraba; me abrió un mundo y pasé momentos inolvidables con él.

Una actriz apasionada

Durante las últimas décadas, el recorrido de Verónica ha sido tan sinuoso como fascinante. Del circuito off se convirtió en una de las actrices más requeridas de la televisión o el cine. Creó personajes desopilantes como Inés Murray Tedin Puch de Arostegui en Viudas e hijos del rock and roll o Mercedes Carlota “Mecha” Ludueña Pichicuchi en Educando a Nina, pero también participó de dramas como El marginal o Historia de un clan. Hizo desde películas taquilleras, como La odisea de los giles, hasta otras de autor como La mujer de los perros. En teatro, su trayecto fue de Carcajada salvaje, con Darío Barassi, a Atendiendo al Sr. Sloane, dirigida por Claudio Tolcachir. Sigue hiperactiva: pronto se estrenará la serie Canelones, producida por Hernán Casciari, donde ella participó, y también estará en la segunda temporada de En el barro.

Llinás lo explica así. “Vencí mis propios prejuicios con la tele o con el teatro comercial. Primero, porque me gusta ganar plata y vivir bien, no con lujos, pero sí rodeada de naturaleza y con mi propio zoológico hogareño que me hace feliz: vivo con cinco perros y cuatro gatos, y tengo que usar anteojeras para no adoptar más animales. Pero también porque me gusta tanto la actuación que haría lo que sea, agarraría cualquier propuesta”.

–¿Llegaste a participar en proyectos que no te convencieron?

–No, yo siempre pude elegir, tuve esa suerte. Lo que digo es que si alguna vez me toca actuar en una bazofia lo haría, porque disfruto de todo tipo de actuación y el humor en especial fue mi redención.

–¿Por qué?

–Siempre estuvo presente en mi familia. Yo tuve varias pérdidas trágicas y el humor me salvó. Estuvo en mi vida desde chica, inculcado por mis padres. Yo una vez escribí una frase que nos definió como familia: en mi casa lo último que se pierde es el humor y lo primero es la plata. También me salvó la vocación, dedicarme a algo que amo y tener la suerte de pensar cuántas obras me quedan por delante para hacer.

–¿El teatro es lo que más disfrutás?

–Sí, porque es donde empecé. Yo no soñaba ni con el cine ni con la tele: el teatro ha sido mi hogar, mi refugio. Con los años le encontré el gusto a todo y ahora particularmente a las series para plataformas, porque si bien se graba como si fuera el rodaje de una película, no te mantiene esclava durante meses de filmación, se maneja con otros tiempos, como un híbrido entre la tele y el cine.

–Una curiosidad: en Instagram tenés una cuenta donde subís tus dibujos y collages. ¿Nunca te tentó hacer una exposición?

–Me gusta dibujar desde que soy chica. Una vez le mostré mis cosas a la pintora y muralista Josefina Robirosa, y ella a su vez se las llevó a un galerista, a quien le encantó, pero pidió que dibuje en papel de verdad. No me animé, preferí seguir usando papeles de porquería.

Para agendar

Una Navidad de mierda, con Verónica Llinás, Alejo García Pintos, Anita Gutiérrez y Tomás Fonzi. Funciones: jueves a las 20.30, viernes a las 21, sábados a las 19.30 y 21.30 y domingos a las 20. Sala: Teatro Premier (Avenida Corrientes 1565)

Después del éxito con la obra Antígona en el baño, Verónica Llinás regresa a un circuito que conoce a la perfección: el del teatro en Avenida Corrientes. El sábado a la noche, el público asiste en masa a ver Una navidad de mierda en el Teatro Premier, que protagoniza junto con Alejo García Pintos, Anita Gutiérrez y Tomás Fonzi. La pieza parte de una anécdota: una familia se reúne a festejar Navidad después de tres años sin ver a su hija menor que vuelve de Londres para presentar a su novia, Cindy. Pero hay un detalle que lo cambia todo: su pareja es invisible para el resto de los mortales. Por debajo del humor, de los gags y de los diálogos hilarantes, lo que aparece es una familia distópica que hace de la negación su religión.

Contra cualquier presunción apresurada, Llinás -una de las grandes comediantes del país desde los tiempos de las Gambas al Ajillo, como integrante de la troupé televisiva de Antonio Gasalla, con sus deliciosas criaturas en internet o con sus histriónicos personajes en series o cine- explica que con esta obra cumplió un sueño que tenía pendiente desde chica: actuar en un drama teatral. “La historia se relaciona con algo trágico que estamos atravesando en estos tiempos de virtualidad: cada vez nos alejamos más de las relaciones reales. En ese sentido, la familia vive un drama que resulta cómico, pero no deja de ser algo terrible”, subraya la actriz en diálogo con LA NACION, entre las butacas de la sala ahora vacía, mientras se prepara para una nueva función, los técnicos afinan detalles y el elenco se apresta a realizar la última pasada.

Pero hay otro elemento que se destaca en esta obra: Llinás se afirma en su condición de directora teatral, rubro aquí compartido con Peto Menahem. Ella sostiene que es un rol que desempeñó muchas veces, solo que antes no figuraba en los créditos. “Un día me cansé y dije: quiero que me reconozcan lo que hago. En este caso, fue una iniciativa de Gustavo Yankelevich (productor de la obra) que yo codirigiera. Lo acepté porque sabía que me iba a meter y finalmente fue lo que sucedió: con Peto estuvimos un largo tiempo adaptando la obra original (del dramaturgo español Markos Goikolea Unzalu) y le volamos veinte páginas. Me fascina la puesta en escena, en realidad yo me formé más en esta disciplina que en la actuación”.

Llinás en una escena de Una Navidad de mierda, junto con Tomás Fonzi y Alejo García Pintos

El trabajo en la adaptación es notorio desde el minuto uno. La obra está llena de guiños y apela a la complicidad del público. Entre las referencias humorísticas entre líneas, hay ironías a declaraciones célebres y a gaffes de Javier Milei, Patricia Bullrich, Cristina Kirchner o Mauricio Macri. “Todas esas cosas están porque nos divierten a nosotros y porque proponen un juego al espectador. Pensemos que la obra se tituló originalmente Nunca estuve en Dublín y tenía un montón de referencias españolas”, detalla Llinás, quien resalta que la dirección siempre implica un trabajo de apropiación. “Cada vez que dirijo, me siento con la libertad de desmontar la obra en forma completa para luego volver a construirla. Por ahí no queda tan diferente de lo que era antes o por ahí sí, pero yo necesito desarmarla”.

De tal palo

Criada en un hogar de grandes artistas, Llinás vive en estos días un acontecimiento especial: no muy lejos del teatro, en el primer piso de Colección Amalia Lacroze de Fortabat, en Puerto Madero, se exhibe Estados suspensivos, una muestra dedicada a la trayectoria de su madre, la notable artista plástica Martha Peluffo (1931-1979). Entre la abstracción, el arte pop, el surrealismo y el informalismo, la exhibición reúne sus audaces obras. “Mi mamá era una persona sumamente libre. Mi casa estaba siempre llena de actores, pintores, poetas y una vez hasta vinieron los Harlem Globetrotters”, cuenta entre risas.

Su padre, Julio Llinás, también fue un personaje único de la cultura. “Era otra bestia. Primero escribió, fue poeta, vivió en Francia, en Brasil. Cuando yo nací, le agarró el ataque de que ya no podía hacerse el bohemio, entonces empezó a trabajar como publicista en Siam, porque era amigo de Guido Di Tella. Le fue muy bien y llegó a tener su propia agencia. Después volvió a escribir, tuvo como agente literaria a Carmen Balcells, la misma de Gabriel García Márquez”. Entre sus textos se encuentra De eso no se habla, llevado al cine por María Luisa Bemberg y con el protagónico de Marcello Mastroianni. La saga continúa: el hermano menor de Verónica, Mariano Llinás, es un reconocido cineasta.

Verónica Llinás, actriz e ícono del under porteño de los 80, hoy se reconoce cómoda y feliz en su rol de directora teatral

–¿Te costó abrirte paso teniendo padres con una personalidad artística tan fuerte?

–A veces digo que me dediqué al teatro porque de algún modo es el cruce entre la escritura y las artes visuales, pero a la vez no le perteneció a ninguno de mis padres.

–¿Fue muy difícil estudiar teatro durante los años de la dictadura?

–Sí, pero además yo vengo de la marginalidad teatral, porque integré en mis inicios la Compañía Argentina de Mimo, de Angel Elizondo, que hacía cosas muy jugadas para esa época. Nada más alejado de lo que uno imagina del mimo al estilo de Marcel Marceau. En la Compañía se lanzaba fuego por la boca, había una boa que salía de la entrepierna de una chica. No fue nada fácil: estábamos haciendo una obra en el Teatro El Picadero cuando pusieron una bomba. Después, con algunas alumnas de Elizondo, formamos las Gambas al Ajillo.

–Alguna vez dijiste que las Gambas al Ajillo, icónicas del under, nunca llegaron a integrar el canon del teatro. ¿Seguís pensando eso?

–Sí, nosotras en realidad no pertenecimos al canon oficial del teatro porque nos aburría, nos parecía solemne. También renunciamos a llamarnos teatro porque sentíamos que no éramos parte del teatro con mayúsculas. Hacíamos varietés, pero en realidad era una forma de teatro, porque tenía danza, canto y vodevil con sketches cortos. En ese sentido, éramos marginales.

–¿La convocatoria para trabajar con Antonio Gasalla fue tu ingreso a la televisión?

–Sí. Hasta ahí no me interesaba la televisión; era prejuiciosa, ni veía programas. A punto tal que durante el primer año que estuve con Antonio tenía una tele en blanco y negro muy vieja, que se veía mal. Él insistía para que la arreglara y, como no lo hacía, bromeaba con eso. Me decía: ¿vos ves cómo te queda el maquillaje al aire?

–¿Qué otras anécdotas recordás de su humor ácido?

Gasalla hacía pequeñas maldades. Había que saber ubicarse, una no podía ser demasiado graciosa ni tampoco demasiado inocua. Me acuerdo que le agarró un ataque de celos cuando empecé a grabar en la serie Gasoleros. Entonces, un día que estaba baja de energías me dijo: “Vamos, que esto no es Gasoleros”. Y en otra ocasión me preguntó si había hecho algún “cursito” de teatro. Ese maldito me dio un lugar importante, fue fundamental en mi vida (risas).

Verónica Llinás junto con Antonio Gasalla en el recordado sketch de

–Cuando murió Gasalla escribiste un texto en el que mencionás que él te dio un “electroshock en el amor propio”.

–Claro, porque el elenco de su programa de televisión ya estaba formado y Antonio no era una persona especialmente didáctica. Fue como rendir un examen. Me tuve que ganar el lugar, él me dio unos sopapos con su exigencia y malhumor. Pero después tuvo una generosidad inmensa al hacerme sentir que me admiraba; me abrió un mundo y pasé momentos inolvidables con él.

Una actriz apasionada

Durante las últimas décadas, el recorrido de Verónica ha sido tan sinuoso como fascinante. Del circuito off se convirtió en una de las actrices más requeridas de la televisión o el cine. Creó personajes desopilantes como Inés Murray Tedin Puch de Arostegui en Viudas e hijos del rock and roll o Mercedes Carlota “Mecha” Ludueña Pichicuchi en Educando a Nina, pero también participó de dramas como El marginal o Historia de un clan. Hizo desde películas taquilleras, como La odisea de los giles, hasta otras de autor como La mujer de los perros. En teatro, su trayecto fue de Carcajada salvaje, con Darío Barassi, a Atendiendo al Sr. Sloane, dirigida por Claudio Tolcachir. Sigue hiperactiva: pronto se estrenará la serie Canelones, producida por Hernán Casciari, donde ella participó, y también estará en la segunda temporada de En el barro.

Llinás lo explica así. “Vencí mis propios prejuicios con la tele o con el teatro comercial. Primero, porque me gusta ganar plata y vivir bien, no con lujos, pero sí rodeada de naturaleza y con mi propio zoológico hogareño que me hace feliz: vivo con cinco perros y cuatro gatos, y tengo que usar anteojeras para no adoptar más animales. Pero también porque me gusta tanto la actuación que haría lo que sea, agarraría cualquier propuesta”.

–¿Llegaste a participar en proyectos que no te convencieron?

–No, yo siempre pude elegir, tuve esa suerte. Lo que digo es que si alguna vez me toca actuar en una bazofia lo haría, porque disfruto de todo tipo de actuación y el humor en especial fue mi redención.

–¿Por qué?

–Siempre estuvo presente en mi familia. Yo tuve varias pérdidas trágicas y el humor me salvó. Estuvo en mi vida desde chica, inculcado por mis padres. Yo una vez escribí una frase que nos definió como familia: en mi casa lo último que se pierde es el humor y lo primero es la plata. También me salvó la vocación, dedicarme a algo que amo y tener la suerte de pensar cuántas obras me quedan por delante para hacer.

–¿El teatro es lo que más disfrutás?

–Sí, porque es donde empecé. Yo no soñaba ni con el cine ni con la tele: el teatro ha sido mi hogar, mi refugio. Con los años le encontré el gusto a todo y ahora particularmente a las series para plataformas, porque si bien se graba como si fuera el rodaje de una película, no te mantiene esclava durante meses de filmación, se maneja con otros tiempos, como un híbrido entre la tele y el cine.

–Una curiosidad: en Instagram tenés una cuenta donde subís tus dibujos y collages. ¿Nunca te tentó hacer una exposición?

–Me gusta dibujar desde que soy chica. Una vez le mostré mis cosas a la pintora y muralista Josefina Robirosa, y ella a su vez se las llevó a un galerista, a quien le encantó, pero pidió que dibuje en papel de verdad. No me animé, preferí seguir usando papeles de porquería.

Para agendar

Una Navidad de mierda, con Verónica Llinás, Alejo García Pintos, Anita Gutiérrez y Tomás Fonzi. Funciones: jueves a las 20.30, viernes a las 21, sábados a las 19.30 y 21.30 y domingos a las 20. Sala: Teatro Premier (Avenida Corrientes 1565)

 Comediante de culto y figura clave del under de los años 80, la actriz que protagoniza y dirige Una Navidad de mierda habla de su pasión por la dirección teatral y recorre su historia familiar de grandes artistas  LA NACION

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