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Periodistas puestos a toreros

Hace poco asistí a una corrida de toros con la curiosidad de neófita que ignora las reglas del espectáculo. Observando las reacciones de los aficionados, no pude evitar asociarlo con la faena que enfrentó en las últimas semanas el periodismo argentino.

En el fondo, un torero no es muy diferente a cualquier periodista. Cada vez que sale al ruedo, el torero tiene dos certezas. Primero, que su tarea es enfrentar a un toro furioso de seiscientos kilos en un traje ceñido y recargado de brillos, que no solo no protege, sino que convoca a la cornada. Segundo, que se juega a todo o nada frente a un auditorio demandante, que espera que la proeza no sea la excepción, sino la regla.

“A estos tipos deberían levantarles monumentos: juegan sobre el fiel de la navaja de estos hierros a sabiendas de que a nada que se mueva uno la conspicua afición de Madrid se decantará por el toro”, decía la crónica del diario El mundo de la lidia de San Isidro en la plaza madrileña. También los fanáticos políticos se decantarán por la bestia en el poder cuando esta decide embestir a los periodistas.

La relación del periodismo con el poder se cuece a fuego lento, a diferencia de la comida rápida que despachan los camareros de la política

La relación del periodismo con el poder se cuece a fuego lento, a diferencia de la comida rápida que despachan los camareros de la política. Ahí pasa lo de la rana, que salta de la olla si cae de improviso en agua hirviendo, pero que se cocina inadvertidamente si la temperatura sube gradualmente.

La cultura periodística también sucumbe a los tiempos largos de cocción. El estudio Worlds of Journalism, que analiza más de setenta países y dirijo desde 2012, muestra la lenta ebullición de la humillación periodística en la última década. El índex de seguridad del periodismo publicado por la Universidad de Liverpool muestra que la principal amenaza nacional es la precariedad en la que ejerce la profesión. Las clasificaciones de libertad de prensa que miden las agresiones directas exoneran a Argentina porque subestiman la fragilidad psicológica y financiera. Por eso mismo se convirtieron en el flanco de ataque de los gobiernos en todo el mundo, a derecha e izquierda.

Trabajadores de prensa, fotoperiodistas, comunicadores y periodistas de distintos sectores se manifiestan en laza de Mayo en la víspera del Día del Periodista

La fragilidad del respaldo financiero y social ha dejado a la prensa demasiado expuesta a las embestidas gubernamentales. Igual que la afición taurina presiona al torero, la opinión pública exige al periodismo enfrentar a la bestia sin más herramienta que ese trapo rojo con que azuza la embestida. Que en la jerga taurina se llama muleta, por si hacía falta una metáfora elocuente.

Igual que la afición taurina presiona al torero, la opinión pública exige al periodismo enfrentar a la bestia sin más herramienta que ese trapo rojo con que azuza la embestida

La caída de confianza de la prensa es una tentación para los demagogos que se hacen los fuertes con quien está en el suelo. Según el último informe anual del Reuters Institute, solo cuatro de diez personas en 47 países dijeron confiar en las noticias que consumen. La confianza en los medios argentinos es de una cada tres.

El corolario brutal es que una vez que la gente deja de creer en la información pasa de consultarla. En Argentina, cuatro de cada diez personas evitan activamente las noticias, una de las peores tasas del mundo y casi el doble de lo que era en 2017. Dan como principal razón la polarización que convierte a la información en una batalla campal.

Si la caída de confianza acompañó el aumento de los ataques y la polarización es poco probable que se recupere con más diatribas y controversias. La confianza no se exige, ni se obtiene con declaraciones grandilocuentes. Mucho menos, se consigue a los gritos.

Reaccionar a los ataques del gobierno es serle funcional a su idea de que la información es una arena donde se despellejan unos a otros. Además, confirma al que prescinde del espectáculo noticioso que hizo bien en abandonarlo, mientras que da pábulo a los hostigadores para redoblar sus ataques. Esta paradoja beneficia a la razón populista que espera vencer al torero. O al periodista.

Hace poco asistí a una corrida de toros con la curiosidad de neófita que ignora las reglas del espectáculo. Observando las reacciones de los aficionados, no pude evitar asociarlo con la faena que enfrentó en las últimas semanas el periodismo argentino.

En el fondo, un torero no es muy diferente a cualquier periodista. Cada vez que sale al ruedo, el torero tiene dos certezas. Primero, que su tarea es enfrentar a un toro furioso de seiscientos kilos en un traje ceñido y recargado de brillos, que no solo no protege, sino que convoca a la cornada. Segundo, que se juega a todo o nada frente a un auditorio demandante, que espera que la proeza no sea la excepción, sino la regla.

“A estos tipos deberían levantarles monumentos: juegan sobre el fiel de la navaja de estos hierros a sabiendas de que a nada que se mueva uno la conspicua afición de Madrid se decantará por el toro”, decía la crónica del diario El mundo de la lidia de San Isidro en la plaza madrileña. También los fanáticos políticos se decantarán por la bestia en el poder cuando esta decide embestir a los periodistas.

La relación del periodismo con el poder se cuece a fuego lento, a diferencia de la comida rápida que despachan los camareros de la política

La relación del periodismo con el poder se cuece a fuego lento, a diferencia de la comida rápida que despachan los camareros de la política. Ahí pasa lo de la rana, que salta de la olla si cae de improviso en agua hirviendo, pero que se cocina inadvertidamente si la temperatura sube gradualmente.

La cultura periodística también sucumbe a los tiempos largos de cocción. El estudio Worlds of Journalism, que analiza más de setenta países y dirijo desde 2012, muestra la lenta ebullición de la humillación periodística en la última década. El índex de seguridad del periodismo publicado por la Universidad de Liverpool muestra que la principal amenaza nacional es la precariedad en la que ejerce la profesión. Las clasificaciones de libertad de prensa que miden las agresiones directas exoneran a Argentina porque subestiman la fragilidad psicológica y financiera. Por eso mismo se convirtieron en el flanco de ataque de los gobiernos en todo el mundo, a derecha e izquierda.

Trabajadores de prensa, fotoperiodistas, comunicadores y periodistas de distintos sectores se manifiestan en laza de Mayo en la víspera del Día del Periodista

La fragilidad del respaldo financiero y social ha dejado a la prensa demasiado expuesta a las embestidas gubernamentales. Igual que la afición taurina presiona al torero, la opinión pública exige al periodismo enfrentar a la bestia sin más herramienta que ese trapo rojo con que azuza la embestida. Que en la jerga taurina se llama muleta, por si hacía falta una metáfora elocuente.

Igual que la afición taurina presiona al torero, la opinión pública exige al periodismo enfrentar a la bestia sin más herramienta que ese trapo rojo con que azuza la embestida

La caída de confianza de la prensa es una tentación para los demagogos que se hacen los fuertes con quien está en el suelo. Según el último informe anual del Reuters Institute, solo cuatro de diez personas en 47 países dijeron confiar en las noticias que consumen. La confianza en los medios argentinos es de una cada tres.

El corolario brutal es que una vez que la gente deja de creer en la información pasa de consultarla. En Argentina, cuatro de cada diez personas evitan activamente las noticias, una de las peores tasas del mundo y casi el doble de lo que era en 2017. Dan como principal razón la polarización que convierte a la información en una batalla campal.

Si la caída de confianza acompañó el aumento de los ataques y la polarización es poco probable que se recupere con más diatribas y controversias. La confianza no se exige, ni se obtiene con declaraciones grandilocuentes. Mucho menos, se consigue a los gritos.

Reaccionar a los ataques del gobierno es serle funcional a su idea de que la información es una arena donde se despellejan unos a otros. Además, confirma al que prescinde del espectáculo noticioso que hizo bien en abandonarlo, mientras que da pábulo a los hostigadores para redoblar sus ataques. Esta paradoja beneficia a la razón populista que espera vencer al torero. O al periodista.

 Igual que la afición taurina presiona al torero, la opinión pública exige al periodismo enfrentar a la bestia sin más herramienta que ese trapo rojo con que azuza la embestida  LA NACION

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