Rosa Montero: “Habría que reformular la democracia para que sea más justa y menos hipócrita”
En sus novelas, la escritora española Rosa Montero construye mundos. A veces los anticipa. Pero no es ajena al mundo que le toca vivir. Al contrario, su mirada siempre es cruda, aguda, realista. Da lo mismo si se refiera a Donald Trump o a Javier Milei; al Papa Francisco y la Iglesia o a Elon Musk y la inteligencia artificial. Sin eufemismos, recorre las virtudes y defectos de democracias hoy bajo amenaza y con el rabillo del ojo repasa la historia.
“La historia es como una hélice. Nunca pasamos por el mismo lugar, pero sí que vamos cerca –dice–. Hay cosas que aprender del pasado”. Y se atreve a comparar el clima político de este tiempo con el de la República de Weimar, que anticipó la llegada del nazismo. “Lo que viene, además de la restricción de las libertades, es la profundización de las diferencias”, señala Montero, que acaba de publicar la novela Animales difíciles (Seix Barral), con su personaje Bruna Husky como protagonista.
Un valor del sistema democrático es la transparencia, pero gracias a ella podemos ver las lacras que tiene, que son muchísimas
Periodista premiada y columnista del diario El País, a Montero le preocupa la proliferación de los discursos del odio. “Veo un mundo que va hacia el fanatismo y hacia distintas formas de dogmatismo. La gente se siente muy sobrepasada por la realidad, muy llena de miedo. Y los partidos del odio te ofrecen la identidad que te falta, una especie de seguridad y de sentido de pertenencia, y por la vía más rápida. Y así resulta que se impone el odio porque ofrece un consuelo y un sentido”, subraya la escritora, que visitó la Argentina para participar en la última Feria del Libro.
Su preocupación por el estado del mundo marcó las últimas novelas de Rosa Montero, que nacieron, cuenta, de la sensación de que en los últimos tiempos se han multiplicado las simplificaciones fanáticas mientras decae la confianza en la democracia. “Todo esto no ha hecho más que crecer, tanto en los mundos de Bruna, la protagonista de mis últimas historias, como en el mundo real. Siempre ha pasado en etapas conflictivas y de miedo. Se impone el odio porque da un consuelo y da un sentido”, dice.
–Y aparecen líderes tan distintos y tan iguales como Donald Trump y Javier Milei.
–Sí, claro. No son solo extremismos, por ejemplo, retrógrados, o de derechas. También son extremismos religiosos. El ISIS forma parte de todo esto, como también grupos de extrema izquierda. Hablo de un fenómeno que viene creciendo desde hace veinte años. Lo que importa es el vaciamiento de contenido, dar respuestas simplificadoras y no preguntas a un mundo desasosegante. Eso nos va a llevar al desastre. Estamos como en la República de Weimar [el régimen democrático que gobernó Alemania entre 1919 y 1933, año en que Adolf Hitler fue nombrado canciller]. Hubo luego un momento de gloria en la humanidad, tras la Segunda Guerra Mundial. Un tiempo de sensatez y de acuerdo social en donde se creó el Estado de Bienestar. Duró poco, porque empezó a estropearse con las políticas ultraliberales de Thatcher y de Reagan. Y se estropeó del todo a partir de la crisis de 2008. Pero hubo socialdemocracias que parecían contener y albergar un nuevo momento. Incluso partidos de derechas aceptaban las reglas del juego del Estado de Bienestar y del ascenso social.
Las redes sociales son lo contrario del periodismo. Son la manipulación. Y son parte de la crisis de credibilidad que tiene el sistema
–Muchos marcan la crisis financiera de 2008 como un punto de inflexión.
–Hemos salido de esa crisis con un empobrecimiento del 25% de la población mundial, gente que vio que los causantes de la crisis no solo no pagaban por la crisis, sino que se enriquecían. Hasta entonces, según el índice de Gini, que cuenta la diferencia entre los ricos y pobres, los ricos eran cada vez menos ricos y los pobres menos pobres. Pero en 2008 todo se dio vuelta. Se acabó el ascenso social. Ese 25% de la población mundial no solo se empobreció, sino que supo que sus hijos iban a ser más pobres que ellos. Esta gente piensa que la democracia no hace nada por ellos. Y tiene razón. Los que han votado a Trump no son imbéciles. Tienen una crítica legítima. Lo malo es que se equivocan.
–¿Por qué se equivocan?
–Muchos, no todos, se equivocan porque no tienen la suficiente educación. Y entonces piensan que estos outsiders que van contra el sistema que ellos odian los van a salvar. Ahí es donde se equivocan. Porque lo que viene, además de la restricción de las libertades, es la profundización de las diferencias. Eso pasó en la República de Weimar. Y fue una consecuencia del crac del año 29.
–¿Creés que estamos en momentos comparables?
–Creo que sí. Aunque no es verdad que todo se repita. La historia es como una hélice. Nunca pasamos por el mismo lugar. Pero sí que vamos cerca. Hay cosas que aprender del pasado.
Con la IA, los humanos estamos desarrollando una superinteligencia desconocida, y no sabemos si podemos controlarla
–Hablamos de gobiernos fuertes constituidos alrededor de un outsider, que cercena libertades y derechos y que se pelea mucho con el periodismo.
–Bueno, eso es típico. ¿Por qué? Porque son poderes antidemocráticos. Son outsiders de la democracia. El sistema democrático tiene un valor muy grande que es la transparencia, pero gracias a esa transparencia podemos ver todas las lacras que tiene, que son muchísimas. Es corrupta, es injusta, es hipócrita. Todo eso se ve. Entonces, cuando la gente se siente maltratada por el sistema, se cae en un descrédito de la democracia, en una pérdida de legitimidad. Para que exista una democracia fuerte es esencial que existan unos medios de comunicación fuertes. Es un binomio esencial. No es casual, me parece, que ahora que hay esta crisis democrática tan profunda, y esta flojera de la prensa tan profunda, resurjan estos poderes antidemocráticos.
–¿A qué te referís con “la flojera de la prensa”?
–Hombre, la flojera de la prensa. Llevamos 20 años atravesando el desierto. Primero, por un cambio de modelo de mercado. Y por la adaptación a las nuevas tecnologías. En los últimos 20 años han desaparecido el 90% de los periódicos del mundo. Esto es una catástrofe no ya para los medios, sino para la democracia, insisto.
–Están las redes.
–Las redes son una puta mierda. Y no me refiero a los periódicos en redes. Pero las redes como redes son lo contrario del periodismo. Es la manipulación. Entonces, a esa crisis institucional del modelo de mercado, que ha sido la primera, se ha añadido la crisis política, la de credibilidad democrática. En España, por ejemplo, supongo que vosotros tendréis lo mismo, el 73% de los jóvenes menores de 25 años se informan a través de las redes. Esto quiere decir que están en manos de las mentiras y de la manipulación. Forma parte de todo este fenómeno de degeneración del sistema democrático. Tendríamos que refundar el sistema democrático para que sea más justo, para que sea menos hipócrita, para que mire a toda la gente.
–¿Creés que sería posible una suerte de refundación?
–Tenemos que hacerlo, para no irnos a la mierda. Lo que no sirve de nada, y a mí me pone frenética cuando viene de la izquierda, es cuando hablan de “esos gilipollas que votan a Trump”. No son gilipollas, tío. Lo que hay que hacer es cambiar el sistema. Porque tienen razón.
–¿Te llamó la atención la masiva despedida del Papa?
–Hay gente para todo. Mira, me pareció muchísimo mejor este último papa, Francisco, que el anterior. Pero de entrada no me gustan los papas. Punto.
La cultura ha sido siempre muy ignorada. Incluso por los gobiernos de izquierdas, que dicen “amo la cultura”, pues resulta que luego cuando hay que hacer recortes presupuestarios, recortan de la cultura
–¿Coincidís con quienes dicen que Francisco dejó un legado de apertura para la Iglesia?
–Creo que la Iglesia no puede dejar un legado de apertura tal como está, ¿sabes? Ni están las mujeres, ni de verdad se admiten a los homosexuales, ni nada. No hay verdad.
–¿Dónde está hoy lo popular? ¿Es la cultura un refugio de lo popular?
–La cultura ha sido siempre muy ignorada. Incluso por los gobiernos de izquierdas, que dicen “amo la cultura”, pues resulta que luego cuando hay que hacer recortes presupuestarios, recortan de la cultura. Deberían haber aprendido, cuando la pandemia, que lo que nos salvó la vida fue la cultura. Bueno, la cultura como refugio, ¿no?
–¿Y cómo se resiste en este mundo del que estamos hablando?
–Hay una frase de Georges Braque, el pintor francés, que me encanta: “El arte es una herida hecha luz”. Y efectivamente, ¿qué hacer con las heridas de la vida, que son incalculables, sino intentar convertirlas en luz para que no nos destruyan? Entonces, la cultura va a estar siempre ahí, pese a todo lo que pasa. Puede haber momentos todavía peores, pero siempre va a estar ahí resistiendo porque forma parte de lo que nos hace humanos. Es una columna vertebral, ¿no? Vamos a terminar viendo quemas de libros.
–¿Quemas de libros?
–Eso te lo aseguro. Estamos a esto de que empecemos a verlas. Y sí, uno puede imaginar a Donald Trump arrancando una hoguera.
–¿Cuánto conviviremos con este “desgaste del mundo” hasta que alumbre algo nuevo?
–Pues depende de lo que llamemos desgaste. Y depende porque, imagínate, pareciera que de la historia no aprendimos nada, pues lo que hubo fue una guerra bestial. ¿Y qué pasa ahora? Toda Europa se está rearmando. Mal aspecto. La presidente de la Comunidad Económica Europea pidiendo un kit de supervivencia… mal aspecto.
–¿El apagón que sufrió hace unas semanas España fue un ciberataque?
–Podría ser, no lo sé. Lo que sí, ha servido para que me enterara de cosas impresionantes, como que según dijo a la prensa la red española de energía, todos los días hay mil ataques cibernéticos contra la red eléctrica. Imagínate, ¿en qué mundo vivimos?
–¿Te amigaste con la inteligencia artificial gracias a la androide Bruna Husky, protagonista de tu última novela?
–No, para nada. Me encanta la ciencia, me encanta la tecnología, por eso escribo ciencia ficción. Pero creo que el ser humano lleva tiempo viviendo por encima de sus posibilidades tecnológicas; es decir, creando unas tecnologías superpoderosas que no sabemos controlar. El Homo sapiens lleva 300.000 años en la Tierra, y en los últimos 70, solo en los últimos 70, nos hemos puesto tres veces en riesgo de extinción por nuestra mala gestión de la tecnología. Por las bombas atómicas, por el calentamiento global y también por la inteligencia artificial. Si seguimos insistiendo, lo vamos a lograr. Nunca antes hemos estado en una frontera de aceleración tecnológica como ahora.
–Pero es una relación dual, porque la tecnología además es una aliada.
–Sí, estamos todos entregados porque nos facilita la vida fenomenalmente. Somos perritos con la tripa hacia arriba. Yo sé que puedes meter un chip en la médula espinal de parapléjicos y que caminen. Si no utilizas chat GPT igual sigues dentro de la inteligencia artificial. Si tú compras algo en Amazon te lo sirve y te lo trae la IA. Si tú tomas el autobús te lo manda una IA. Ya vivimos inmersos en inteligencia artificial. Sus partidarios llegan a decir cosas completamente mesiánicas sobre ella. Dice Bill Gates que la inteligencia artificial va a ser capaz de acabar con el cambio climático, dicen otros que va a acabar con la muerte y nos hará eternos. Un discurso completamente mesiánico que se parece muchísimo al de los futuristas de los años veinte, que estaban enamorados de los nuevos avances de la robótica y decían que los robots iban a crear al superhombre y nos iban a liberar de la muerte. ¿Y qué pasó? Los futuristas terminaron dentro del partido fascista de Mussolini.
–¿No te gusta la mezcla de Elon Musk con Trump? Aunque ahora Musk se ha apartado del gobierno…
–Lo de Musk es droga dura (risas). Bueno, hay tres niveles de peligro con la inteligencia artificial. El primero es el de la pérdida de empleo, que no me preocupa nada, pese al posible dolor social, porque todo cambio tecnológico destruye empleo pero crea otro, y si no habrá una renta universal. El segundo tiene que ver con la capacidad de manipular nuestras cabezas. De hecho, los mejores neurocientíficos del mundo llevan años clamando en el desierto para que se incluya en la carta de derechos humanos los “neuroderechos”. Entre ellos el neurobiólogo español Rafael Yuste. Estos “neuroderechos” son tan elementales como el derecho a que nadie se meta en mi cabeza sin que yo lo autorice, como el derecho a que nadie me imponga un sesgo cognitivo sin que yo lo sepa y lo autorice, cosas tan básicas como esas. Y el tercer nivel de peligro es que esta nueva tecnología que altera el cerebro no sea utilizada de manera desigual. Porque otra cosa que pasará es que por medio de chips se logrará que haya gente diez veces más inteligente que Einstein, que fue el más inteligente. ¿Y quiénes van a ser esos más inteligentes? Los ricos. Esta inteligencia artificial nos va a decir qué queremos, qué compramos, qué votamos, qué somos.
– Sin embargo, la inteligencia artificial avanza sin que haya ninguna resistencia a su aplicación, ¿no?
–Es que sigue siendo como el caramelo, una cosa tan maravillosa. Ya han intervenido los chatbots y todo esto en las votaciones de Trump. Ya está pasando. Lo cierto es que estamos desarrollando una superinteligencia desconocida, absoluta, y no sabemos si podemos controlarla. Tenemos que ponernos las pilas para exigir efectivamente legislación al respecto. Y esto hay que hacerlo ya.
ATENTA AL LATIR DE ESTOS TIEMPOS
PERFIL: Rosa Montero
Rosa Montero nació en Madrid. Estudió Periodismo y Psicología.
En 2017 recibió el Premio Nacional de las Letras por su obra literaria. También fue distinguida como Oficial de las Artes y las Letras de Francia. Su trayectoria periodística ha sido reconocida con el Premio Nacional de Periodismo, el premio Rodríguez Santamaría y el Premio de Periodismo de El Mundo, entre otros.
Desde 1976 y poco después de la fundación del diario El País, comenzó a escribir en ese medio sus reconocidas columnas. Entre 1980 y 1981 fue redactora jefe del suplemento dominical. Se especializó en el género de la entrevista. Hoy sigue escribiendo sus columnas para el diario madrileño.
Ha publicado cerca de veinte novelas, entre ellas La hija del caníbal (1977), Historia del Rey Transparente (2005), Lágrimas en la lluvia (2011, el primero de Bruna Husky), El peso del corazón (2015, Bruna Husky 2), Los tiempos del odio (2018, Bruna Husky 3). También escribió La loca de la casa (2003), La ridícula idea de no volver a verte (2013) y El peligro de estar cuerda (2022).
Acaba de publicar Animales difíciles (Seix Barral), el cierre de la serie que protagoniza la detective androide Bruna Husky, que se desarrolla en un futuro distópico marcado por el cambio climático, la desigualdad social y el control tecnológico.
En sus novelas, la escritora española Rosa Montero construye mundos. A veces los anticipa. Pero no es ajena al mundo que le toca vivir. Al contrario, su mirada siempre es cruda, aguda, realista. Da lo mismo si se refiera a Donald Trump o a Javier Milei; al Papa Francisco y la Iglesia o a Elon Musk y la inteligencia artificial. Sin eufemismos, recorre las virtudes y defectos de democracias hoy bajo amenaza y con el rabillo del ojo repasa la historia.
“La historia es como una hélice. Nunca pasamos por el mismo lugar, pero sí que vamos cerca –dice–. Hay cosas que aprender del pasado”. Y se atreve a comparar el clima político de este tiempo con el de la República de Weimar, que anticipó la llegada del nazismo. “Lo que viene, además de la restricción de las libertades, es la profundización de las diferencias”, señala Montero, que acaba de publicar la novela Animales difíciles (Seix Barral), con su personaje Bruna Husky como protagonista.
Un valor del sistema democrático es la transparencia, pero gracias a ella podemos ver las lacras que tiene, que son muchísimas
Periodista premiada y columnista del diario El País, a Montero le preocupa la proliferación de los discursos del odio. “Veo un mundo que va hacia el fanatismo y hacia distintas formas de dogmatismo. La gente se siente muy sobrepasada por la realidad, muy llena de miedo. Y los partidos del odio te ofrecen la identidad que te falta, una especie de seguridad y de sentido de pertenencia, y por la vía más rápida. Y así resulta que se impone el odio porque ofrece un consuelo y un sentido”, subraya la escritora, que visitó la Argentina para participar en la última Feria del Libro.
Su preocupación por el estado del mundo marcó las últimas novelas de Rosa Montero, que nacieron, cuenta, de la sensación de que en los últimos tiempos se han multiplicado las simplificaciones fanáticas mientras decae la confianza en la democracia. “Todo esto no ha hecho más que crecer, tanto en los mundos de Bruna, la protagonista de mis últimas historias, como en el mundo real. Siempre ha pasado en etapas conflictivas y de miedo. Se impone el odio porque da un consuelo y da un sentido”, dice.
–Y aparecen líderes tan distintos y tan iguales como Donald Trump y Javier Milei.
–Sí, claro. No son solo extremismos, por ejemplo, retrógrados, o de derechas. También son extremismos religiosos. El ISIS forma parte de todo esto, como también grupos de extrema izquierda. Hablo de un fenómeno que viene creciendo desde hace veinte años. Lo que importa es el vaciamiento de contenido, dar respuestas simplificadoras y no preguntas a un mundo desasosegante. Eso nos va a llevar al desastre. Estamos como en la República de Weimar [el régimen democrático que gobernó Alemania entre 1919 y 1933, año en que Adolf Hitler fue nombrado canciller]. Hubo luego un momento de gloria en la humanidad, tras la Segunda Guerra Mundial. Un tiempo de sensatez y de acuerdo social en donde se creó el Estado de Bienestar. Duró poco, porque empezó a estropearse con las políticas ultraliberales de Thatcher y de Reagan. Y se estropeó del todo a partir de la crisis de 2008. Pero hubo socialdemocracias que parecían contener y albergar un nuevo momento. Incluso partidos de derechas aceptaban las reglas del juego del Estado de Bienestar y del ascenso social.
Las redes sociales son lo contrario del periodismo. Son la manipulación. Y son parte de la crisis de credibilidad que tiene el sistema
–Muchos marcan la crisis financiera de 2008 como un punto de inflexión.
–Hemos salido de esa crisis con un empobrecimiento del 25% de la población mundial, gente que vio que los causantes de la crisis no solo no pagaban por la crisis, sino que se enriquecían. Hasta entonces, según el índice de Gini, que cuenta la diferencia entre los ricos y pobres, los ricos eran cada vez menos ricos y los pobres menos pobres. Pero en 2008 todo se dio vuelta. Se acabó el ascenso social. Ese 25% de la población mundial no solo se empobreció, sino que supo que sus hijos iban a ser más pobres que ellos. Esta gente piensa que la democracia no hace nada por ellos. Y tiene razón. Los que han votado a Trump no son imbéciles. Tienen una crítica legítima. Lo malo es que se equivocan.
–¿Por qué se equivocan?
–Muchos, no todos, se equivocan porque no tienen la suficiente educación. Y entonces piensan que estos outsiders que van contra el sistema que ellos odian los van a salvar. Ahí es donde se equivocan. Porque lo que viene, además de la restricción de las libertades, es la profundización de las diferencias. Eso pasó en la República de Weimar. Y fue una consecuencia del crac del año 29.
–¿Creés que estamos en momentos comparables?
–Creo que sí. Aunque no es verdad que todo se repita. La historia es como una hélice. Nunca pasamos por el mismo lugar. Pero sí que vamos cerca. Hay cosas que aprender del pasado.
Con la IA, los humanos estamos desarrollando una superinteligencia desconocida, y no sabemos si podemos controlarla
–Hablamos de gobiernos fuertes constituidos alrededor de un outsider, que cercena libertades y derechos y que se pelea mucho con el periodismo.
–Bueno, eso es típico. ¿Por qué? Porque son poderes antidemocráticos. Son outsiders de la democracia. El sistema democrático tiene un valor muy grande que es la transparencia, pero gracias a esa transparencia podemos ver todas las lacras que tiene, que son muchísimas. Es corrupta, es injusta, es hipócrita. Todo eso se ve. Entonces, cuando la gente se siente maltratada por el sistema, se cae en un descrédito de la democracia, en una pérdida de legitimidad. Para que exista una democracia fuerte es esencial que existan unos medios de comunicación fuertes. Es un binomio esencial. No es casual, me parece, que ahora que hay esta crisis democrática tan profunda, y esta flojera de la prensa tan profunda, resurjan estos poderes antidemocráticos.
–¿A qué te referís con “la flojera de la prensa”?
–Hombre, la flojera de la prensa. Llevamos 20 años atravesando el desierto. Primero, por un cambio de modelo de mercado. Y por la adaptación a las nuevas tecnologías. En los últimos 20 años han desaparecido el 90% de los periódicos del mundo. Esto es una catástrofe no ya para los medios, sino para la democracia, insisto.
–Están las redes.
–Las redes son una puta mierda. Y no me refiero a los periódicos en redes. Pero las redes como redes son lo contrario del periodismo. Es la manipulación. Entonces, a esa crisis institucional del modelo de mercado, que ha sido la primera, se ha añadido la crisis política, la de credibilidad democrática. En España, por ejemplo, supongo que vosotros tendréis lo mismo, el 73% de los jóvenes menores de 25 años se informan a través de las redes. Esto quiere decir que están en manos de las mentiras y de la manipulación. Forma parte de todo este fenómeno de degeneración del sistema democrático. Tendríamos que refundar el sistema democrático para que sea más justo, para que sea menos hipócrita, para que mire a toda la gente.
–¿Creés que sería posible una suerte de refundación?
–Tenemos que hacerlo, para no irnos a la mierda. Lo que no sirve de nada, y a mí me pone frenética cuando viene de la izquierda, es cuando hablan de “esos gilipollas que votan a Trump”. No son gilipollas, tío. Lo que hay que hacer es cambiar el sistema. Porque tienen razón.
–¿Te llamó la atención la masiva despedida del Papa?
–Hay gente para todo. Mira, me pareció muchísimo mejor este último papa, Francisco, que el anterior. Pero de entrada no me gustan los papas. Punto.
La cultura ha sido siempre muy ignorada. Incluso por los gobiernos de izquierdas, que dicen “amo la cultura”, pues resulta que luego cuando hay que hacer recortes presupuestarios, recortan de la cultura
–¿Coincidís con quienes dicen que Francisco dejó un legado de apertura para la Iglesia?
–Creo que la Iglesia no puede dejar un legado de apertura tal como está, ¿sabes? Ni están las mujeres, ni de verdad se admiten a los homosexuales, ni nada. No hay verdad.
–¿Dónde está hoy lo popular? ¿Es la cultura un refugio de lo popular?
–La cultura ha sido siempre muy ignorada. Incluso por los gobiernos de izquierdas, que dicen “amo la cultura”, pues resulta que luego cuando hay que hacer recortes presupuestarios, recortan de la cultura. Deberían haber aprendido, cuando la pandemia, que lo que nos salvó la vida fue la cultura. Bueno, la cultura como refugio, ¿no?
–¿Y cómo se resiste en este mundo del que estamos hablando?
–Hay una frase de Georges Braque, el pintor francés, que me encanta: “El arte es una herida hecha luz”. Y efectivamente, ¿qué hacer con las heridas de la vida, que son incalculables, sino intentar convertirlas en luz para que no nos destruyan? Entonces, la cultura va a estar siempre ahí, pese a todo lo que pasa. Puede haber momentos todavía peores, pero siempre va a estar ahí resistiendo porque forma parte de lo que nos hace humanos. Es una columna vertebral, ¿no? Vamos a terminar viendo quemas de libros.
–¿Quemas de libros?
–Eso te lo aseguro. Estamos a esto de que empecemos a verlas. Y sí, uno puede imaginar a Donald Trump arrancando una hoguera.
–¿Cuánto conviviremos con este “desgaste del mundo” hasta que alumbre algo nuevo?
–Pues depende de lo que llamemos desgaste. Y depende porque, imagínate, pareciera que de la historia no aprendimos nada, pues lo que hubo fue una guerra bestial. ¿Y qué pasa ahora? Toda Europa se está rearmando. Mal aspecto. La presidente de la Comunidad Económica Europea pidiendo un kit de supervivencia… mal aspecto.
–¿El apagón que sufrió hace unas semanas España fue un ciberataque?
–Podría ser, no lo sé. Lo que sí, ha servido para que me enterara de cosas impresionantes, como que según dijo a la prensa la red española de energía, todos los días hay mil ataques cibernéticos contra la red eléctrica. Imagínate, ¿en qué mundo vivimos?
–¿Te amigaste con la inteligencia artificial gracias a la androide Bruna Husky, protagonista de tu última novela?
–No, para nada. Me encanta la ciencia, me encanta la tecnología, por eso escribo ciencia ficción. Pero creo que el ser humano lleva tiempo viviendo por encima de sus posibilidades tecnológicas; es decir, creando unas tecnologías superpoderosas que no sabemos controlar. El Homo sapiens lleva 300.000 años en la Tierra, y en los últimos 70, solo en los últimos 70, nos hemos puesto tres veces en riesgo de extinción por nuestra mala gestión de la tecnología. Por las bombas atómicas, por el calentamiento global y también por la inteligencia artificial. Si seguimos insistiendo, lo vamos a lograr. Nunca antes hemos estado en una frontera de aceleración tecnológica como ahora.
–Pero es una relación dual, porque la tecnología además es una aliada.
–Sí, estamos todos entregados porque nos facilita la vida fenomenalmente. Somos perritos con la tripa hacia arriba. Yo sé que puedes meter un chip en la médula espinal de parapléjicos y que caminen. Si no utilizas chat GPT igual sigues dentro de la inteligencia artificial. Si tú compras algo en Amazon te lo sirve y te lo trae la IA. Si tú tomas el autobús te lo manda una IA. Ya vivimos inmersos en inteligencia artificial. Sus partidarios llegan a decir cosas completamente mesiánicas sobre ella. Dice Bill Gates que la inteligencia artificial va a ser capaz de acabar con el cambio climático, dicen otros que va a acabar con la muerte y nos hará eternos. Un discurso completamente mesiánico que se parece muchísimo al de los futuristas de los años veinte, que estaban enamorados de los nuevos avances de la robótica y decían que los robots iban a crear al superhombre y nos iban a liberar de la muerte. ¿Y qué pasó? Los futuristas terminaron dentro del partido fascista de Mussolini.
–¿No te gusta la mezcla de Elon Musk con Trump? Aunque ahora Musk se ha apartado del gobierno…
–Lo de Musk es droga dura (risas). Bueno, hay tres niveles de peligro con la inteligencia artificial. El primero es el de la pérdida de empleo, que no me preocupa nada, pese al posible dolor social, porque todo cambio tecnológico destruye empleo pero crea otro, y si no habrá una renta universal. El segundo tiene que ver con la capacidad de manipular nuestras cabezas. De hecho, los mejores neurocientíficos del mundo llevan años clamando en el desierto para que se incluya en la carta de derechos humanos los “neuroderechos”. Entre ellos el neurobiólogo español Rafael Yuste. Estos “neuroderechos” son tan elementales como el derecho a que nadie se meta en mi cabeza sin que yo lo autorice, como el derecho a que nadie me imponga un sesgo cognitivo sin que yo lo sepa y lo autorice, cosas tan básicas como esas. Y el tercer nivel de peligro es que esta nueva tecnología que altera el cerebro no sea utilizada de manera desigual. Porque otra cosa que pasará es que por medio de chips se logrará que haya gente diez veces más inteligente que Einstein, que fue el más inteligente. ¿Y quiénes van a ser esos más inteligentes? Los ricos. Esta inteligencia artificial nos va a decir qué queremos, qué compramos, qué votamos, qué somos.
– Sin embargo, la inteligencia artificial avanza sin que haya ninguna resistencia a su aplicación, ¿no?
–Es que sigue siendo como el caramelo, una cosa tan maravillosa. Ya han intervenido los chatbots y todo esto en las votaciones de Trump. Ya está pasando. Lo cierto es que estamos desarrollando una superinteligencia desconocida, absoluta, y no sabemos si podemos controlarla. Tenemos que ponernos las pilas para exigir efectivamente legislación al respecto. Y esto hay que hacerlo ya.
ATENTA AL LATIR DE ESTOS TIEMPOS
PERFIL: Rosa Montero
Rosa Montero nació en Madrid. Estudió Periodismo y Psicología.
En 2017 recibió el Premio Nacional de las Letras por su obra literaria. También fue distinguida como Oficial de las Artes y las Letras de Francia. Su trayectoria periodística ha sido reconocida con el Premio Nacional de Periodismo, el premio Rodríguez Santamaría y el Premio de Periodismo de El Mundo, entre otros.
Desde 1976 y poco después de la fundación del diario El País, comenzó a escribir en ese medio sus reconocidas columnas. Entre 1980 y 1981 fue redactora jefe del suplemento dominical. Se especializó en el género de la entrevista. Hoy sigue escribiendo sus columnas para el diario madrileño.
Ha publicado cerca de veinte novelas, entre ellas La hija del caníbal (1977), Historia del Rey Transparente (2005), Lágrimas en la lluvia (2011, el primero de Bruna Husky), El peso del corazón (2015, Bruna Husky 2), Los tiempos del odio (2018, Bruna Husky 3). También escribió La loca de la casa (2003), La ridícula idea de no volver a verte (2013) y El peligro de estar cuerda (2022).
Acaba de publicar Animales difíciles (Seix Barral), el cierre de la serie que protagoniza la detective androide Bruna Husky, que se desarrolla en un futuro distópico marcado por el cambio climático, la desigualdad social y el control tecnológico.
Ante la falta de ascenso social, los que votan a líderes extremos no son tontos, dice la escritora española;
su error, afirma, es creer que quienes alientan el odio van a mejorar sus condiciones de vida LA NACION