Estrés positivo vs. estrés crónico: cómo recuperar el equilibrio perdido

Tanto si se conoce al filósofo Friedrich Nietzsche como si se sigue a la cantante Kelly Clarkson, es probable que se haya escuchado la frase: “Lo que no mata, fortalece”. Aunque puede sonar como una consigna para superar tiempos difíciles, también es científicamente cierta, según Jeff Krasno, autor del libro Buen estrés: los beneficios para la salud de hacer cosas difíciles.
“El estrés fomenta la resiliencia y el bienestar a largo plazo”, afirma. “La clave está en distinguir entre el buen estrés y el mal estrés, y utilizar el primero en beneficio propio”.
Parálisis cognitiva: el gran desafío de la sobreabundancia de novedad
Para ilustrar esta diferencia, Krasno ofrece un ejemplo: si una persona estuviera de excursión y se encontrara con una serpiente de cascabel en el camino, probablemente experimentaría una respuesta de estrés que responde al imperativo biológico de sobrevivir. “El problema con el estrés moderno es que para muchas personas, la serpiente nunca abandona el camino”, asegura.
Actualmente, muchas personas viven en un estado de agitación crónica caracterizado por dificultades personales, exceso de trabajo, traumas pasados y la constante exposición a algoritmos de redes sociales diseñados para mantener el cerebro en alerta continua.
“Se vive en una economía de la atención, donde todos compiten por captar el enfoque mediante crecientes niveles de sensacionalismo, escándalo, miedo e indignación”, explica Krasno. “Esto mantiene a las personas en un estado de estrés crónico, y es ahí cuando el estrés se vuelve perjudicial”.
Mecanismos adaptativos
El buen estrés, por el contrario, proviene de las incomodidades que los ancestros humanos enfrentaban regularmente. “La especie humana evolucionó durante cientos de miles de años adaptándose al estrés paleolítico: escasez de calorías, cambios de temperatura, inmersión en la naturaleza, vida comunitaria y exposición a la luz natural”, señala. “Los mecanismos adaptativos a estos estresores generaron vías fisiológicas que promovieron la longevidad y la resiliencia”.
El estilo de vida moderno ha eliminado la mayoría de estos factores estresantes. Hoy en día, muchas personas cuentan con acceso ilimitado a calorías, llevan una vida sedentaria, permanecen en espacios cerrados con temperaturas controladas, alejadas de la naturaleza, y dependen de luz artificial, lo cual puede alterar el sueño.
Esta tendencia hacia la comodidad ha tenido consecuencias. Según Krasno, el aumento de enfermedades crónicas se relaciona directamente con la eliminación de los estresores saludables. “Se ha creado la ilusión de que es posible vivir como individuos aislados en viviendas unifamiliares, consumiendo servicios de entrega de alimentos sin límites”, advierte. “Desde la Revolución Industrial —y especialmente en los últimos 50 años— se ha diseñado un estilo de vida basado en la comodidad y la conveniencia”.
“El Eternauta” y sus enseñanzas sobre cómo liderar en tiempos de crisis
El estrés negativo puede contrarrestarse mediante la incorporación de estrés positivo en dosis adecuadas. Como expresó el médico suizo Paracelso en el siglo XVI: “Solo la dosis hace al veneno”. Según Krasno, la dosis correcta de incomodidad autoimpuesta —como la actividad física intensa o la exposición a temperaturas extremas— puede fortalecer el organismo. No obstante, recomienda comenzar de manera gradual.
“No es recomendable que alguien que nunca se ha sumergido en hielo lo haga directamente en una bañera a 1°C”, advierte. “Lo adecuado sería comenzar con una a 15°C para evaluar la reacción del cuerpo. Es importante identificar el umbral de incomodidad, acercarse a él y explorar lo que hay más allá, ya que generalmente es algo muy beneficioso”.
Incomodidad positiva
“Así como el sistema inmunológico se fortalece mediante la exposición moderada a patógenos, virus y bacterias”, explica Krasno, “La exposición a conversaciones difíciles ayuda a desarrollar lo que denomino sistema inmune psicológico”.
Más allá del ejercicio de conexión, escucha activa y apertura mental, estas experiencias también representan una oportunidad de crecimiento personal. “Estas interacciones fortalecieron mis propias ideas, porque me obligaron a considerar lo mejor del argumento opuesto”, comenta.
Muchas personas quedan atrapadas en la narrativa que construyen sobre sí mismas. Sin embargo, según Krasno, el cambio es posible si se está dispuesto a atravesar la incomodidad.
“Una vez que se comprende verdaderamente la propia impermanencia, es posible asumir el control del rumbo de la vida”, concluye. “Abrazar la incomodidad puede modificar el trayecto vital. Los seres humanos no son un producto terminado, sino un proceso. Se transita continuamente entre la plenitud y la enfermedad. También se puede avanzar hacia la plenitud como parte de ese proceso. Existe la posibilidad de ejercer control sobre el destino de ese camino”.
Tanto si se conoce al filósofo Friedrich Nietzsche como si se sigue a la cantante Kelly Clarkson, es probable que se haya escuchado la frase: “Lo que no mata, fortalece”. Aunque puede sonar como una consigna para superar tiempos difíciles, también es científicamente cierta, según Jeff Krasno, autor del libro Buen estrés: los beneficios para la salud de hacer cosas difíciles.
“El estrés fomenta la resiliencia y el bienestar a largo plazo”, afirma. “La clave está en distinguir entre el buen estrés y el mal estrés, y utilizar el primero en beneficio propio”.
Parálisis cognitiva: el gran desafío de la sobreabundancia de novedad
Para ilustrar esta diferencia, Krasno ofrece un ejemplo: si una persona estuviera de excursión y se encontrara con una serpiente de cascabel en el camino, probablemente experimentaría una respuesta de estrés que responde al imperativo biológico de sobrevivir. “El problema con el estrés moderno es que para muchas personas, la serpiente nunca abandona el camino”, asegura.
Actualmente, muchas personas viven en un estado de agitación crónica caracterizado por dificultades personales, exceso de trabajo, traumas pasados y la constante exposición a algoritmos de redes sociales diseñados para mantener el cerebro en alerta continua.
“Se vive en una economía de la atención, donde todos compiten por captar el enfoque mediante crecientes niveles de sensacionalismo, escándalo, miedo e indignación”, explica Krasno. “Esto mantiene a las personas en un estado de estrés crónico, y es ahí cuando el estrés se vuelve perjudicial”.
Mecanismos adaptativos
El buen estrés, por el contrario, proviene de las incomodidades que los ancestros humanos enfrentaban regularmente. “La especie humana evolucionó durante cientos de miles de años adaptándose al estrés paleolítico: escasez de calorías, cambios de temperatura, inmersión en la naturaleza, vida comunitaria y exposición a la luz natural”, señala. “Los mecanismos adaptativos a estos estresores generaron vías fisiológicas que promovieron la longevidad y la resiliencia”.
El estilo de vida moderno ha eliminado la mayoría de estos factores estresantes. Hoy en día, muchas personas cuentan con acceso ilimitado a calorías, llevan una vida sedentaria, permanecen en espacios cerrados con temperaturas controladas, alejadas de la naturaleza, y dependen de luz artificial, lo cual puede alterar el sueño.
Esta tendencia hacia la comodidad ha tenido consecuencias. Según Krasno, el aumento de enfermedades crónicas se relaciona directamente con la eliminación de los estresores saludables. “Se ha creado la ilusión de que es posible vivir como individuos aislados en viviendas unifamiliares, consumiendo servicios de entrega de alimentos sin límites”, advierte. “Desde la Revolución Industrial —y especialmente en los últimos 50 años— se ha diseñado un estilo de vida basado en la comodidad y la conveniencia”.
“El Eternauta” y sus enseñanzas sobre cómo liderar en tiempos de crisis
El estrés negativo puede contrarrestarse mediante la incorporación de estrés positivo en dosis adecuadas. Como expresó el médico suizo Paracelso en el siglo XVI: “Solo la dosis hace al veneno”. Según Krasno, la dosis correcta de incomodidad autoimpuesta —como la actividad física intensa o la exposición a temperaturas extremas— puede fortalecer el organismo. No obstante, recomienda comenzar de manera gradual.
“No es recomendable que alguien que nunca se ha sumergido en hielo lo haga directamente en una bañera a 1°C”, advierte. “Lo adecuado sería comenzar con una a 15°C para evaluar la reacción del cuerpo. Es importante identificar el umbral de incomodidad, acercarse a él y explorar lo que hay más allá, ya que generalmente es algo muy beneficioso”.
Incomodidad positiva
“Así como el sistema inmunológico se fortalece mediante la exposición moderada a patógenos, virus y bacterias”, explica Krasno, “La exposición a conversaciones difíciles ayuda a desarrollar lo que denomino sistema inmune psicológico”.
Más allá del ejercicio de conexión, escucha activa y apertura mental, estas experiencias también representan una oportunidad de crecimiento personal. “Estas interacciones fortalecieron mis propias ideas, porque me obligaron a considerar lo mejor del argumento opuesto”, comenta.
Muchas personas quedan atrapadas en la narrativa que construyen sobre sí mismas. Sin embargo, según Krasno, el cambio es posible si se está dispuesto a atravesar la incomodidad.
“Una vez que se comprende verdaderamente la propia impermanencia, es posible asumir el control del rumbo de la vida”, concluye. “Abrazar la incomodidad puede modificar el trayecto vital. Los seres humanos no son un producto terminado, sino un proceso. Se transita continuamente entre la plenitud y la enfermedad. También se puede avanzar hacia la plenitud como parte de ese proceso. Existe la posibilidad de ejercer control sobre el destino de ese camino”.
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de incomodidad LA NACION