El karma de Sebastián Báez en Roland Garros: perdió en su debut tras haber estado dos sets a cero arriba ante Miomir Kecmanovic

PARÍS (Enviado especial).- Cuando Miomir Kecmanovic, un serbio top 50 de impactos limpios que supo ser entrenado por David Nalbandian, desanudó un partido que apenas un rato antes tenía perdido, Sebastián Báez se derrumbó. El argentino escuchó los gritos desmedidos de un puñado de balcánicos amontonados en el Court 4 de Roland Garros y apuró el paso hacia la salida; primero saludó al umpire francés Louis Boucharinc y después a su rival, que acababa de imponerse por 6-7 (3-7), 6-7 (4-7), 6-4, 6-2 y 6-2, en casi cuatro horas. Guardó la raqueta que empuñaba en el raquetero; luego dos más con el encordado flojo que ya había usado y estaban apoyadas en el banco.
Número 38 del ranking, experto sobre polvo de ladrillo, Báez escuchó algunas pocas palabras de consuelo, se colgó el bolso y dejó, incrédulo, la cancha rumbo al vestuario, debajo del Philippe-Chatrier. Casi a la par, su entrenador, Sebastián Gutiérrez, y uno de sus preparadores físicos, Juan Galván. “Otra vez, no”, habrá mascullado en su interior. Otra vez le sucedió lo mismo que el año pasado en París, cuando cayó en la segunda ronda ante el austriaco Sebastian Ofner tras haber ganado los dos primeros parciales. Otra vez pasó por la misma situación que en el segundo desafío de 2022, cuando le ganó los dos primeros sets a Alexander Zverev y, luego, el alemán se impuso en cinco. Otra vez la decepción lo tumba en el Grand Slam francés, como cuando estaba 2-1 en sets ante Gael Monfils, 4-0 en el quinto set y perdió; fue en el Chatrier, en 2023.
“Son partidos que duelen mucho, es la verdad”, dice Báez, un rato después de perder contra Kecmanovic, ya bañado, vistiendo un conjunto oscuro de campera y pantalón. No sólo se había adueñado de los dos primeros sets, sino que había estado quiebre arriba en el quinto (2-1). Cuando el partido empezó a fluctuar, los demonios emocionales lo invadieron. Cometió ¡76! errores no forzados y el europeo le generó 27 chances de quiebre del servicio, concretando diez. “Duele mucho, obviamente. Y más al no poder estar al cien por cien físicamente. Soy el primero que quiere ganar cuando entra en la cancha. Entonces, estos son momentos difíciles. En este deporte no hay empate, por más que juegues bien. No lo hice mal (ante Kecmanovic) y sin embargo perdí el partido. Se van sumando malas sensaciones”, apuntó Báez, con una pena indisimulable.
Son difíciles de explicar los primeros cinco meses de la temporada para Báez. Pasó rápido por la gira australiana, sin éxitos (y dos caídas, en Auckland y el Australiano Open). Sin que se le cayeran los anillos, bajó de categoría al Challenger Tour y llegó a las semifinales en Rosario. Jugó dos partidos en el ATP de Buenos Aires, ganó el ATP 500 de Río de Janeiro (el sétimo título de su carrera), jugó la final de Santiago de Chile, perdió en sus debuts sobre la superficie dura de Indian Wells y Miami y, en su primera estación en la gira europea sobre polvo de ladrillo, en Bucarest, perdió la final. Desde entonces, se hundió en el tenis y la confianza. Perdió siete partidos y ganó sólo uno, ante Damir Dzumhur en Barcelona. Llegó con margen a Roland Garros para prepararse, pero recibió un nuevo revés, uno que zamarrea y angustia.
“Ahora, en París, me queda jugar el dobles y volveré a Buenos Aires para definir la gira de pasto. Tendré que seguir intentando, seguir haciendo lo posible por mejorar. Tengo 24 años, este es mi cuarto año del circuito y estoy dentro de los 40-50 mejores jugadores del mundo”, añadió Báez, con el único hilo de optimismo que le quedaba, como para que sus horas en el Bois de Boulogne no fueran tan desalentadoras como su rendimiento en la cancha.
PARÍS (Enviado especial).- Cuando Miomir Kecmanovic, un serbio top 50 de impactos limpios que supo ser entrenado por David Nalbandian, desanudó un partido que apenas un rato antes tenía perdido, Sebastián Báez se derrumbó. El argentino escuchó los gritos desmedidos de un puñado de balcánicos amontonados en el Court 4 de Roland Garros y apuró el paso hacia la salida; primero saludó al umpire francés Louis Boucharinc y después a su rival, que acababa de imponerse por 6-7 (3-7), 6-7 (4-7), 6-4, 6-2 y 6-2, en casi cuatro horas. Guardó la raqueta que empuñaba en el raquetero; luego dos más con el encordado flojo que ya había usado y estaban apoyadas en el banco.
Número 38 del ranking, experto sobre polvo de ladrillo, Báez escuchó algunas pocas palabras de consuelo, se colgó el bolso y dejó, incrédulo, la cancha rumbo al vestuario, debajo del Philippe-Chatrier. Casi a la par, su entrenador, Sebastián Gutiérrez, y uno de sus preparadores físicos, Juan Galván. “Otra vez, no”, habrá mascullado en su interior. Otra vez le sucedió lo mismo que el año pasado en París, cuando cayó en la segunda ronda ante el austriaco Sebastian Ofner tras haber ganado los dos primeros parciales. Otra vez pasó por la misma situación que en el segundo desafío de 2022, cuando le ganó los dos primeros sets a Alexander Zverev y, luego, el alemán se impuso en cinco. Otra vez la decepción lo tumba en el Grand Slam francés, como cuando estaba 2-1 en sets ante Gael Monfils, 4-0 en el quinto set y perdió; fue en el Chatrier, en 2023.
“Son partidos que duelen mucho, es la verdad”, dice Báez, un rato después de perder contra Kecmanovic, ya bañado, vistiendo un conjunto oscuro de campera y pantalón. No sólo se había adueñado de los dos primeros sets, sino que había estado quiebre arriba en el quinto (2-1). Cuando el partido empezó a fluctuar, los demonios emocionales lo invadieron. Cometió ¡76! errores no forzados y el europeo le generó 27 chances de quiebre del servicio, concretando diez. “Duele mucho, obviamente. Y más al no poder estar al cien por cien físicamente. Soy el primero que quiere ganar cuando entra en la cancha. Entonces, estos son momentos difíciles. En este deporte no hay empate, por más que juegues bien. No lo hice mal (ante Kecmanovic) y sin embargo perdí el partido. Se van sumando malas sensaciones”, apuntó Báez, con una pena indisimulable.
Son difíciles de explicar los primeros cinco meses de la temporada para Báez. Pasó rápido por la gira australiana, sin éxitos (y dos caídas, en Auckland y el Australiano Open). Sin que se le cayeran los anillos, bajó de categoría al Challenger Tour y llegó a las semifinales en Rosario. Jugó dos partidos en el ATP de Buenos Aires, ganó el ATP 500 de Río de Janeiro (el sétimo título de su carrera), jugó la final de Santiago de Chile, perdió en sus debuts sobre la superficie dura de Indian Wells y Miami y, en su primera estación en la gira europea sobre polvo de ladrillo, en Bucarest, perdió la final. Desde entonces, se hundió en el tenis y la confianza. Perdió siete partidos y ganó sólo uno, ante Damir Dzumhur en Barcelona. Llegó con margen a Roland Garros para prepararse, pero recibió un nuevo revés, uno que zamarrea y angustia.
“Ahora, en París, me queda jugar el dobles y volveré a Buenos Aires para definir la gira de pasto. Tendré que seguir intentando, seguir haciendo lo posible por mejorar. Tengo 24 años, este es mi cuarto año del circuito y estoy dentro de los 40-50 mejores jugadores del mundo”, añadió Báez, con el único hilo de optimismo que le quedaba, como para que sus horas en el Bois de Boulogne no fueran tan desalentadoras como su rendimiento en la cancha.
Coincidiendo con su espinoso presente, el argentino se despidió muy pronto de París: “Son partidos que duelen mucho”, confesó LA NACION