Desapareció cuando esperaba el autobús, su caso movilizó a todo un país y 38 años después se supo qué le ocurrió

La mañana del viernes 25 de mayo de 1979 no fue una de las tantas primaverales que hubo en Nueva York en esa época del año, sino que amaneció nublada y con algunas lluvias. Ese día no era uno más para Julie y Stanley Patz, un matrimonio con tres hijos que vivía en el Soho. Y es que, después de muchos meses de insistirles, el del medio de los tres hermanos, Etan, de 6 años, consiguió que le dieran permiso para caminar solo por primera vez los 200 metros que separaban su casa de la parada de autobús que lo llevaba todos los días a la escuela. Lo que empezó como una aventura que ni el mal clima podía empañar, y con su madre que observaba desde la distancia cada paso desde que cruzó el umbral de la puerta, tuvo el peor final. Desde ese momento, nadie más lo vio. Su desaparición mantuvo en vilo a todo un país, su búsqueda encendió los peores temores de los padres y lo que le ocurrió a este pequeño permaneció oculto durante casi cuatro décadas. Esta es su triste historia.
Julie Patz vio cómo su hijo vestido con un vaquero azul, una chaqueta, su gorra favorita de piloto de Future Flight Captain, su mochila y un dólar en el bolsillo para comprar un refresco, salió de su casa ubicada en 113 Prince Street para caminar un trayecto que conocía bien y tenía como destino llegar a la parada del autobús que lo llevaría a clases. Sentir que tenía independencia y que podía hacer el camino sin que ningún adulto lo acompañe era algo que les pedía a sus padres desde hacía unos meses y que a ellos les costaba acceder.
Sin embargo, simplemente un día ocurrió. Precisamente, ese 25 de mayo. Eran cerca de las 8 de la mañana cuando la mujer lo perdió de vista desde la puerta de entrada, subió las escaleras de incendio de la fachada del piso del edificio en el que vivían, típicas de ese barrio neoyorquino que se conservan hasta hoy, y se quedó allí siguiéndolo con la mirada unos metros más. Entró y continuó con sus pendientes. Sin saberlo, se convirtió en una de las últimas personas en verlo con vida.
El día transcurrió con normalidad, pero horas después, al notar que no regresaba de la escuela, Julie supo que algo no estaba bien. Aunque el maestro de primer grado notó la ausencia de Etan en el aula, no les avisó a sus padres. Primer gran error. Rápidamente, y en medio de la desesperación, el matrimonio llamó a la Policía para denunciar que no encontraban a su hijo. Stanley Patz, de profesión fotógrafo, les entregó imágenes del niño para ayudar en la búsqueda, la cual empezó puerta a puerta por el barrio esa misma noche, tuvo la participación de un centenar de efectivos y hasta contó con la presencia de perros sabuesos. Pese al gran despliegue, no encontraron nada.
Con el correr de los días la angustia aumentaba para la familia, y el caso empezaba a colmar las portadas de los principales medios. “Deseo que esté con alguien que lo cuide. No quiero lastimarte ni juzgarte, no importa quién sos, solo quiero que lo traigas a casa”, expresó muy conmovida Julie ante una cámara de televisión dirigiéndose puntualmente a quién, para ella, se había llevado a su hijo. “No queremos ensuciar a nadie, solo esperamos que lo traten bien y lo traigan de regreso”, agregó en ese momento.
Más allá de su súplica, Etan seguía sin aparecer. De a poco, la vivienda familiar se convirtió en un sitio donde era frecuente la presencia de agentes policiales y de reporteros y periodistas, todos siempre con la atención puesta en el teléfono que sonaba constantemente, pero sin pistas firmes para seguir. Con todo el caos que ocurría a su alrededor, los padres y los dos hermanos de Etan, Ari (2) y Shira (8) -que la mañana de la desaparición le había pedido a su madre poder faltar a clases y dormir un poco más- solo esperaban tener noticias de él.
En medio de la desesperación de la familia, hubo quienes se solidarizaron con ellos por el sufrimiento que vivían, mientras que otros los cuestionaron, acusándolos de negligencia por permitir que su hijo tan pequeño camine solo por la calle. “En algún momento de la vida, todo padre envía solos a sus hijos a la escuela. ¿Lo hicimos demasiado pronto? Obviamente. Pero era un territorio muy familiar. Era un vecindario muy seguro”, declaró Stanley Patz durante una entrevista con Abc News años después de la desaparición de su hijo.
No pasó mucho hasta que el rostro sonriente de Etan se volvió todo un símbolo. Aparecía en periódicos, estaba en afiches pegados por la ciudad y hasta se vio en las pantallas del Times Square. En los volantes que se repartían se detallaba que había nacido el 9 de octubre de 1972, tenía cabello rubio y ojos azules y pesaba poco más de veinte kilos.
La cara del pequeño fue una de los primeros en aparecer en las cajas de cartón de leche de los Estados Unidos con el objetivo de difundir su desaparición y encontrar algún rastro que permita saber qué le pasó. Esta práctica se repitió en ese país hasta mediados de los 90 con los rostros de muchos otros niños perdidos.
Nueve meses después de la desaparición, Stanley y Julie, de 38 y 37 años en ese entonces, se sentaron para ser entrevistados en televisión y continuaron con su pedido de ayuda. Allí, uno al lado del otro, con una mezcla de calma y angustia, describieron a Etan y compartieron la hipótesis que manejaban sobre lo que le pudo pasar. “Es un niño obediente. Creemos que un adulto podría haberlo convencido de que fuera con él. Lo extrañamos. Queremos que vuelva a formar parte de nuestras vidas”, dijo el padre. “Es extremadamente perceptivo, sensible y cariñoso con los demás”, describió la madre.
Los sospechosos del caso y la cara del horror
Desde un primer momento la investigación se centró en el entorno del niño. De hecho, hasta su padre fue señalado como sospechoso, algo que quedó rápidamente desestimado. Al ahondar en el círculo más cercano, la Policía dio con José Antonio Ramos, pareja de una exniñera de la familia. Aunque el hombre tenía antecedentes por abuso infantil -fue condenado a 20 años de prisión y enviado a la cárcel tiempo después- no lograron demostrar que tuviera vínculo con la desaparición de Etan. Pese a eso, durante décadas fue el principal sospechoso.
Etan Patz fue declarado legalmente muerto el 19 de junio de 2001. Cuando todo parecía haber llegado a su fin y el caso sumarse a uno de los tantos que quedan impunes y sin resolver, el 25 de mayo de 2010, 31 años después de la desaparición, el fiscal de Manhattan, Cyrus Vance, Jr., decidió reabrirlo. Pero, sin dudas, el gran giro de la investigación se dio en 2012, cuando las autoridades recibieron un llamado que lo cambió todo: un hombre señalaba a su cuñado, de nombre Pedro Hernández, como el autor del secuestro y crimen de Etan. Su aviso se dio luego de ver en un noticiero que habían hecho excavaciones en el vecindario de los Patz, más precisamente en la zona de la parada del autobús, en búsqueda de algún rastro. Pero ¿qué prueba tenía este hombre? según su relato, había escuchado a su familiar contar años atrás que asesinó a un niño en Manhattan.
La Policía no tardó en dar con Hernández. En su declaración, contó que en mayo de 1979 tenía 18 años y trabajaba en una tienda ubicada en West Broadway y Prince Street, muy cerca de la parada en la que habitualmente Etan aguardaba su transporte. Cuando lo vio solo allí ese día, le ofreció una gaseosa y, a base de engaños, lo hizo entrar al local. “Le pregunté si quería algo de beber, un refresco o algo, y dijo que sí. Le dije que bajara conmigo al sótano”, precisó el acusado en la confesión que hizo el 21 de mayo de 2012 y que quedó grabada.
“Cuando se me puso delante, lo agarré del cuello y empecé a estrangularlo. Estaba nervioso. Sus piernas se sacudían. Cuando lo estrangulé, intenté soltarlo, pero mi cuerpo temblaba y saltaba al mismo tiempo. Quería soltarlo, pero algo se apoderó de mí y lo apreté cada vez más”, describió, según lo citado por el medio New York Post. Etan se desplomó y “todavía jadeaba” en busca de poder respirar y en su instinto por sobrevivir. En ese momento, Hernández lo metió en una bolsa y luego en una caja y se deshizo de la misma en una calle cerca de allí. “Fue algo que pasó rápido. No sé por qué lo hice, no sé lo que pasó”, aseguró.
En 1979 Hernández, nacido en Puerto Rico, dejó su trabajo en la tienda tras conocerse la desaparición de Etan y se mudó a Nueva Jersey. Allí se casó dos veces, tuvo una hija y se refugió en la religión. Según trascendió, también le habría confesado lo que hizo a algunos miembros de la iglesia a la que solía ir.
Durante la reconstrucción del hecho, y para asegurarse de que su testimonio era verídico, lo llevaron hasta el viejo almacén en el que trabajó. Una vez allí, se mostró confundido al ver una puerta que -según él- no estaba en aquel entonces. Al escuchar esto, los investigadores pidieron los planos del lugar y, tal como lo dijo, la abertura no existía en 1979. Eso demostraba que conocía muy bien el sitio.
Tras su confesión, fue enviado a juicio. Enfrentó un primer proceso en 2015, pero este quedó anulado por, entre otras cosas, no haber un cuerpo. Además, sus abogados alegaron que su relato era producto de su imaginación y que su defendido tenía una “personalidad convulsa e inteligencia limitada que apenas alcanzaba un coeficiente de 67”, algo bastante más bajo que el promedio. También remarcaron que tomaba antipsicóticos desde hacía años y se le diagnosticó con un trastorno esquizotípico de la personalidad.
En 2016 el caso volvió a la justicia y el detalle de la puerta que formó parte del primer proceso fue crucial en esta instancia. Al año siguiente, el 14 de febrero, declararon a Hernández culpable del secuestro y asesinato de Etan y lo condenaron a pasar 25 años tras las rejas. El fiscal de Manhattan dijo tras conocer el veredicto: “La desaparición de Etan Patz persiguió a las familias de Nueva York y a las de todo el país por casi cuatro décadas. Esclarecerla fue para mí una prioridad”.
Stanley, Julie y Shari, la hermana mayor de Etan, estuvieron presentes en el juicio. Tras conocerse la condena, el padre de familia se dirigió entre lágrimas al acusado: “Después de todos estos años sabemos qué oscuro secreto guardaste en tu corazón. Tomaste a nuestro precioso niño y lo arrojaste a la basura. Nunca te olvidaré. El Dios al que le rezas nunca te perdonará. Tú eres el monstruo en tus pesadillas. Un poco de justicia para nuestro maravilloso hijo Etan. Me siento muy agradecido, por fin alcanzaron un veredicto que yo ya sabía; que este hombre es culpable de haber hecho algo horrible hace muchos años. Ya sé cómo es el rostro del mal. Nunca podré perdonarte”.
Convertir el dolor en activismo
El tiempo se convirtió en el peor enemigo e, increíblemente, en el mejor amigo de los Patz, quienes conservaron su número de teléfono y se mantuvieron en el mismo departamento con la esperanza de que, algún día, por la misma puerta que Etan cruzó una mañana para ir a la escuela, volviera a entrar. “No sabíamos qué le había pasado, así que, por supuesto, siempre tuvimos en mente que debíamos estar ahí para él”, manifestó Stanley durante una entrevista que concedió para Abc News, al cumplirse 30 años del caso.
“En algún momento se debe haber dado cuenta de que las cosas iban mal y todavía me atraganto con el miedo que este niño debe haber sentido cuando se dio cuenta de que fue traicionado por un adulto“, expresó entre lágrimas al imaginar cómo fueron los últimos momentos de su hijo con vida en ese sótano, a solo 200 metros de su casa.
Lisa Cohen, autora del libro Después de Etan: el caso del niño desaparecido que mantuvo cautivo a Estados Unidos (After Etan: The Missing Child Case that Held America Captive), investigó el hecho minuciosamente y se volvió muy cercana a los Patz. Entre algunos detalles poco conocidos de la investigación, reveló que el 7 de agosto de 1979, más de dos meses después de la desaparición del pequeño, la Policía sometió a una sesión de hipnosis a Julie, con el fin de que recordara en detalle todo lo ocurrido esa fatídica mañana y ayudara a aportar pistas. Allí encontraron algunas incongruencias, como el hecho de que la mujer relató que se trató de una jornada soleada cuando los agentes recordaban que durante la búsqueda de ese día, en realidad estaba nublado y hasta había llovido. Los investigadores creen que estos recuerdos poco claros se debían al estado de shock que atravesaba.
“El caso tuvo mucho impacto. El público era más inocente sobre los peligros. Así nació la idea de que los padres debían saber dónde estaban los niños todo el tiempo», explicó en declaraciones al sirio Elmundo.es durante una entrevista en 2012.
La también profesora de la Universidad de Columbia también contó que la Policía les pidió a los padres de Etan que armaran un registro con cada llamada que recibieran y eso hicieron. “Estos cuadernos, que en un principio eran un registro minucioso y detallado, se convirtieron en algo más parecido a un libro de mensajes familiares, pero en el que se registraba quién llamó, cuándo y una breve descripción del motivo”. Para ella, los Patz “dieron todo, más que todo, para llegar al fondo de esto” y los describió como “personas con el corazón roto”.
Fue tal la repercusión que generó el caso en la sociedad estadounidense que en 1983, cuatro años después de la desaparición, el entonces presidente Ronald Reagan dispuso que el 25 de mayo, fecha en la que Patz fue visto por última vez, se declare en ese país el Día Nacional de los Niños Desaparecidos (National Missing Children’s Day).
Con el tiempo, Stanley y Julie se convirtieron en activistas y ayudaron a impulsar leyes para la protección de los más jóvenes. Un ejemplo de ello, es que ahora existe la obligación de una llamada rápida de las escuelas cuando un alumno no llega al aula, algo que quizás, en el caso de Etan, hubiese permitido iniciar la búsqueda unas horas antes. Sobre cómo comenzó su compromiso con causas similares a la suya, la mamá del pequeño contó: “No era mi intención, pero surgió la oportunidad cuando cada vez más padres de niños desaparecidos me llamaban y me preguntaban ‘¿cómo lo haces? ¿cómo sigues adelante? Hablaba con ellos. Empecé a participar en programas de entrevistas para promover un cambio político en la forma en que este país abordaba el tema de los niños desaparecidos“.
Los restos de Etan nunca se encontraron y sus padres decidieron dejar atrás el calvario que padecieron durante 38 años replanteándose un nuevo comienzo. Con la condena a Hernández encontraron un poco de justicia, pero a la vez confirmaron la peor de sus sospechas: ahora sabían con certeza que su hijo no iba a regresar nunca.
Según publicó The New York Post, en 2019 el matrimonio decidió vender su departamento, el mismo que décadas atrás funcionó como un centro de comando policial y de prensa, y se mudaron a Hawai. No tienen una tumba a la cual llevar una flor y, a 46 años del peor día de sus vidas, intentan encontrar un poco de paz para seguir adelante por sus otros dos hijos y, ahora, por sus nietos.
La mañana del viernes 25 de mayo de 1979 no fue una de las tantas primaverales que hubo en Nueva York en esa época del año, sino que amaneció nublada y con algunas lluvias. Ese día no era uno más para Julie y Stanley Patz, un matrimonio con tres hijos que vivía en el Soho. Y es que, después de muchos meses de insistirles, el del medio de los tres hermanos, Etan, de 6 años, consiguió que le dieran permiso para caminar solo por primera vez los 200 metros que separaban su casa de la parada de autobús que lo llevaba todos los días a la escuela. Lo que empezó como una aventura que ni el mal clima podía empañar, y con su madre que observaba desde la distancia cada paso desde que cruzó el umbral de la puerta, tuvo el peor final. Desde ese momento, nadie más lo vio. Su desaparición mantuvo en vilo a todo un país, su búsqueda encendió los peores temores de los padres y lo que le ocurrió a este pequeño permaneció oculto durante casi cuatro décadas. Esta es su triste historia.
Julie Patz vio cómo su hijo vestido con un vaquero azul, una chaqueta, su gorra favorita de piloto de Future Flight Captain, su mochila y un dólar en el bolsillo para comprar un refresco, salió de su casa ubicada en 113 Prince Street para caminar un trayecto que conocía bien y tenía como destino llegar a la parada del autobús que lo llevaría a clases. Sentir que tenía independencia y que podía hacer el camino sin que ningún adulto lo acompañe era algo que les pedía a sus padres desde hacía unos meses y que a ellos les costaba acceder.
Sin embargo, simplemente un día ocurrió. Precisamente, ese 25 de mayo. Eran cerca de las 8 de la mañana cuando la mujer lo perdió de vista desde la puerta de entrada, subió las escaleras de incendio de la fachada del piso del edificio en el que vivían, típicas de ese barrio neoyorquino que se conservan hasta hoy, y se quedó allí siguiéndolo con la mirada unos metros más. Entró y continuó con sus pendientes. Sin saberlo, se convirtió en una de las últimas personas en verlo con vida.
El día transcurrió con normalidad, pero horas después, al notar que no regresaba de la escuela, Julie supo que algo no estaba bien. Aunque el maestro de primer grado notó la ausencia de Etan en el aula, no les avisó a sus padres. Primer gran error. Rápidamente, y en medio de la desesperación, el matrimonio llamó a la Policía para denunciar que no encontraban a su hijo. Stanley Patz, de profesión fotógrafo, les entregó imágenes del niño para ayudar en la búsqueda, la cual empezó puerta a puerta por el barrio esa misma noche, tuvo la participación de un centenar de efectivos y hasta contó con la presencia de perros sabuesos. Pese al gran despliegue, no encontraron nada.
Con el correr de los días la angustia aumentaba para la familia, y el caso empezaba a colmar las portadas de los principales medios. “Deseo que esté con alguien que lo cuide. No quiero lastimarte ni juzgarte, no importa quién sos, solo quiero que lo traigas a casa”, expresó muy conmovida Julie ante una cámara de televisión dirigiéndose puntualmente a quién, para ella, se había llevado a su hijo. “No queremos ensuciar a nadie, solo esperamos que lo traten bien y lo traigan de regreso”, agregó en ese momento.
Más allá de su súplica, Etan seguía sin aparecer. De a poco, la vivienda familiar se convirtió en un sitio donde era frecuente la presencia de agentes policiales y de reporteros y periodistas, todos siempre con la atención puesta en el teléfono que sonaba constantemente, pero sin pistas firmes para seguir. Con todo el caos que ocurría a su alrededor, los padres y los dos hermanos de Etan, Ari (2) y Shira (8) -que la mañana de la desaparición le había pedido a su madre poder faltar a clases y dormir un poco más- solo esperaban tener noticias de él.
En medio de la desesperación de la familia, hubo quienes se solidarizaron con ellos por el sufrimiento que vivían, mientras que otros los cuestionaron, acusándolos de negligencia por permitir que su hijo tan pequeño camine solo por la calle. “En algún momento de la vida, todo padre envía solos a sus hijos a la escuela. ¿Lo hicimos demasiado pronto? Obviamente. Pero era un territorio muy familiar. Era un vecindario muy seguro”, declaró Stanley Patz durante una entrevista con Abc News años después de la desaparición de su hijo.
No pasó mucho hasta que el rostro sonriente de Etan se volvió todo un símbolo. Aparecía en periódicos, estaba en afiches pegados por la ciudad y hasta se vio en las pantallas del Times Square. En los volantes que se repartían se detallaba que había nacido el 9 de octubre de 1972, tenía cabello rubio y ojos azules y pesaba poco más de veinte kilos.
La cara del pequeño fue una de los primeros en aparecer en las cajas de cartón de leche de los Estados Unidos con el objetivo de difundir su desaparición y encontrar algún rastro que permita saber qué le pasó. Esta práctica se repitió en ese país hasta mediados de los 90 con los rostros de muchos otros niños perdidos.
Nueve meses después de la desaparición, Stanley y Julie, de 38 y 37 años en ese entonces, se sentaron para ser entrevistados en televisión y continuaron con su pedido de ayuda. Allí, uno al lado del otro, con una mezcla de calma y angustia, describieron a Etan y compartieron la hipótesis que manejaban sobre lo que le pudo pasar. “Es un niño obediente. Creemos que un adulto podría haberlo convencido de que fuera con él. Lo extrañamos. Queremos que vuelva a formar parte de nuestras vidas”, dijo el padre. “Es extremadamente perceptivo, sensible y cariñoso con los demás”, describió la madre.
Los sospechosos del caso y la cara del horror
Desde un primer momento la investigación se centró en el entorno del niño. De hecho, hasta su padre fue señalado como sospechoso, algo que quedó rápidamente desestimado. Al ahondar en el círculo más cercano, la Policía dio con José Antonio Ramos, pareja de una exniñera de la familia. Aunque el hombre tenía antecedentes por abuso infantil -fue condenado a 20 años de prisión y enviado a la cárcel tiempo después- no lograron demostrar que tuviera vínculo con la desaparición de Etan. Pese a eso, durante décadas fue el principal sospechoso.
Etan Patz fue declarado legalmente muerto el 19 de junio de 2001. Cuando todo parecía haber llegado a su fin y el caso sumarse a uno de los tantos que quedan impunes y sin resolver, el 25 de mayo de 2010, 31 años después de la desaparición, el fiscal de Manhattan, Cyrus Vance, Jr., decidió reabrirlo. Pero, sin dudas, el gran giro de la investigación se dio en 2012, cuando las autoridades recibieron un llamado que lo cambió todo: un hombre señalaba a su cuñado, de nombre Pedro Hernández, como el autor del secuestro y crimen de Etan. Su aviso se dio luego de ver en un noticiero que habían hecho excavaciones en el vecindario de los Patz, más precisamente en la zona de la parada del autobús, en búsqueda de algún rastro. Pero ¿qué prueba tenía este hombre? según su relato, había escuchado a su familiar contar años atrás que asesinó a un niño en Manhattan.
La Policía no tardó en dar con Hernández. En su declaración, contó que en mayo de 1979 tenía 18 años y trabajaba en una tienda ubicada en West Broadway y Prince Street, muy cerca de la parada en la que habitualmente Etan aguardaba su transporte. Cuando lo vio solo allí ese día, le ofreció una gaseosa y, a base de engaños, lo hizo entrar al local. “Le pregunté si quería algo de beber, un refresco o algo, y dijo que sí. Le dije que bajara conmigo al sótano”, precisó el acusado en la confesión que hizo el 21 de mayo de 2012 y que quedó grabada.
“Cuando se me puso delante, lo agarré del cuello y empecé a estrangularlo. Estaba nervioso. Sus piernas se sacudían. Cuando lo estrangulé, intenté soltarlo, pero mi cuerpo temblaba y saltaba al mismo tiempo. Quería soltarlo, pero algo se apoderó de mí y lo apreté cada vez más”, describió, según lo citado por el medio New York Post. Etan se desplomó y “todavía jadeaba” en busca de poder respirar y en su instinto por sobrevivir. En ese momento, Hernández lo metió en una bolsa y luego en una caja y se deshizo de la misma en una calle cerca de allí. “Fue algo que pasó rápido. No sé por qué lo hice, no sé lo que pasó”, aseguró.
En 1979 Hernández, nacido en Puerto Rico, dejó su trabajo en la tienda tras conocerse la desaparición de Etan y se mudó a Nueva Jersey. Allí se casó dos veces, tuvo una hija y se refugió en la religión. Según trascendió, también le habría confesado lo que hizo a algunos miembros de la iglesia a la que solía ir.
Durante la reconstrucción del hecho, y para asegurarse de que su testimonio era verídico, lo llevaron hasta el viejo almacén en el que trabajó. Una vez allí, se mostró confundido al ver una puerta que -según él- no estaba en aquel entonces. Al escuchar esto, los investigadores pidieron los planos del lugar y, tal como lo dijo, la abertura no existía en 1979. Eso demostraba que conocía muy bien el sitio.
Tras su confesión, fue enviado a juicio. Enfrentó un primer proceso en 2015, pero este quedó anulado por, entre otras cosas, no haber un cuerpo. Además, sus abogados alegaron que su relato era producto de su imaginación y que su defendido tenía una “personalidad convulsa e inteligencia limitada que apenas alcanzaba un coeficiente de 67”, algo bastante más bajo que el promedio. También remarcaron que tomaba antipsicóticos desde hacía años y se le diagnosticó con un trastorno esquizotípico de la personalidad.
En 2016 el caso volvió a la justicia y el detalle de la puerta que formó parte del primer proceso fue crucial en esta instancia. Al año siguiente, el 14 de febrero, declararon a Hernández culpable del secuestro y asesinato de Etan y lo condenaron a pasar 25 años tras las rejas. El fiscal de Manhattan dijo tras conocer el veredicto: “La desaparición de Etan Patz persiguió a las familias de Nueva York y a las de todo el país por casi cuatro décadas. Esclarecerla fue para mí una prioridad”.
Stanley, Julie y Shari, la hermana mayor de Etan, estuvieron presentes en el juicio. Tras conocerse la condena, el padre de familia se dirigió entre lágrimas al acusado: “Después de todos estos años sabemos qué oscuro secreto guardaste en tu corazón. Tomaste a nuestro precioso niño y lo arrojaste a la basura. Nunca te olvidaré. El Dios al que le rezas nunca te perdonará. Tú eres el monstruo en tus pesadillas. Un poco de justicia para nuestro maravilloso hijo Etan. Me siento muy agradecido, por fin alcanzaron un veredicto que yo ya sabía; que este hombre es culpable de haber hecho algo horrible hace muchos años. Ya sé cómo es el rostro del mal. Nunca podré perdonarte”.
Convertir el dolor en activismo
El tiempo se convirtió en el peor enemigo e, increíblemente, en el mejor amigo de los Patz, quienes conservaron su número de teléfono y se mantuvieron en el mismo departamento con la esperanza de que, algún día, por la misma puerta que Etan cruzó una mañana para ir a la escuela, volviera a entrar. “No sabíamos qué le había pasado, así que, por supuesto, siempre tuvimos en mente que debíamos estar ahí para él”, manifestó Stanley durante una entrevista que concedió para Abc News, al cumplirse 30 años del caso.
“En algún momento se debe haber dado cuenta de que las cosas iban mal y todavía me atraganto con el miedo que este niño debe haber sentido cuando se dio cuenta de que fue traicionado por un adulto“, expresó entre lágrimas al imaginar cómo fueron los últimos momentos de su hijo con vida en ese sótano, a solo 200 metros de su casa.
Lisa Cohen, autora del libro Después de Etan: el caso del niño desaparecido que mantuvo cautivo a Estados Unidos (After Etan: The Missing Child Case that Held America Captive), investigó el hecho minuciosamente y se volvió muy cercana a los Patz. Entre algunos detalles poco conocidos de la investigación, reveló que el 7 de agosto de 1979, más de dos meses después de la desaparición del pequeño, la Policía sometió a una sesión de hipnosis a Julie, con el fin de que recordara en detalle todo lo ocurrido esa fatídica mañana y ayudara a aportar pistas. Allí encontraron algunas incongruencias, como el hecho de que la mujer relató que se trató de una jornada soleada cuando los agentes recordaban que durante la búsqueda de ese día, en realidad estaba nublado y hasta había llovido. Los investigadores creen que estos recuerdos poco claros se debían al estado de shock que atravesaba.
“El caso tuvo mucho impacto. El público era más inocente sobre los peligros. Así nació la idea de que los padres debían saber dónde estaban los niños todo el tiempo», explicó en declaraciones al sirio Elmundo.es durante una entrevista en 2012.
La también profesora de la Universidad de Columbia también contó que la Policía les pidió a los padres de Etan que armaran un registro con cada llamada que recibieran y eso hicieron. “Estos cuadernos, que en un principio eran un registro minucioso y detallado, se convirtieron en algo más parecido a un libro de mensajes familiares, pero en el que se registraba quién llamó, cuándo y una breve descripción del motivo”. Para ella, los Patz “dieron todo, más que todo, para llegar al fondo de esto” y los describió como “personas con el corazón roto”.
Fue tal la repercusión que generó el caso en la sociedad estadounidense que en 1983, cuatro años después de la desaparición, el entonces presidente Ronald Reagan dispuso que el 25 de mayo, fecha en la que Patz fue visto por última vez, se declare en ese país el Día Nacional de los Niños Desaparecidos (National Missing Children’s Day).
Con el tiempo, Stanley y Julie se convirtieron en activistas y ayudaron a impulsar leyes para la protección de los más jóvenes. Un ejemplo de ello, es que ahora existe la obligación de una llamada rápida de las escuelas cuando un alumno no llega al aula, algo que quizás, en el caso de Etan, hubiese permitido iniciar la búsqueda unas horas antes. Sobre cómo comenzó su compromiso con causas similares a la suya, la mamá del pequeño contó: “No era mi intención, pero surgió la oportunidad cuando cada vez más padres de niños desaparecidos me llamaban y me preguntaban ‘¿cómo lo haces? ¿cómo sigues adelante? Hablaba con ellos. Empecé a participar en programas de entrevistas para promover un cambio político en la forma en que este país abordaba el tema de los niños desaparecidos“.
Los restos de Etan nunca se encontraron y sus padres decidieron dejar atrás el calvario que padecieron durante 38 años replanteándose un nuevo comienzo. Con la condena a Hernández encontraron un poco de justicia, pero a la vez confirmaron la peor de sus sospechas: ahora sabían con certeza que su hijo no iba a regresar nunca.
Según publicó The New York Post, en 2019 el matrimonio decidió vender su departamento, el mismo que décadas atrás funcionó como un centro de comando policial y de prensa, y se mudaron a Hawai. No tienen una tumba a la cual llevar una flor y, a 46 años del peor día de sus vidas, intentan encontrar un poco de paz para seguir adelante por sus otros dos hijos y, ahora, por sus nietos.
La última vez que vieron a Etan Patz fue a pocos metros de su casa, la mañana del 25 de mayo de 1979; su familia esperó durante décadas que algún día volviera; esta es su historia LA NACION