Las elecciones de la ingratitud

Más allá de su resultado, en las elecciones porteñas del domingo pasado ganó la ingratitud, que suele nacer de una percepción magnificada de las propias virtudes y de una ambición personal desmedida. Síntoma de una política, la nuestra, en la que el poder por el poder lo es casi todo.
Contra el latiguillo de los libertarios, la verdadera oposición al kirchnerismo no sería La Libertad Avanza, sino una fuerza de centro racional y pluralista que destierre el fanatismo y el odio como combustible de la política. Pero al centro lo diluyeron, en un trabajo de pinzas, el Gobierno, que apuntó sus cañones a la mano amiga que lo ayudó con firmeza en sus tiempos de necesidad, y un exalcalde amarillo que fue de lleno contra sus propios colores cuando entendió que su partido no le servía para colmar su ambición. Política sin convicciones. Pura lucha por el poder. Conocido el ganador, la “tabula rasa” de Javier Milei fue una invitación a la garrocha, que en un país peronista como el nuestro muchos manejan con pericia olímpica. La casta se renueva, pero solo de color, y a fuerza de ingratitudes y traiciones. La opción republicana languidece, porque muchos de los políticos que la han defendido cuando Cristina Kirchner avanzaba sobre las instituciones no lo hicieron por principios, sino por conveniencia. Difícil explicar de otro modo que ahora acepten o elogien lo que antes, durante el kirchnerismo, era motivo de crítica o condena.
Al voto lo mueve la economía, como quedó confirmado el domingo. Están los que deciden con el bolsillo. Muchos, desde necesidades acuciantes. Pero también son muchos los que, a pesar de lamentar las actitudes antidemocráticas de Milei, avalan los aciertos del plan económico y mantienen su apoyo con vistas al largo plazo. Ojalá el Gobierno también levante la mira y recuerde que no es posible construir el largo plazo sin instituciones. Hasta aquí parece haberlo olvidado. Es un dato inquietante, porque pasar de la ilusión al derrumbe es una pesadilla recurrente en la Argentina. Han sido muchos los presidentes que, tras ganar el favor popular con cierto resultado económico, se embriagan con el sueño de la hegemonía y acaban dinamitando las instituciones y la posibilidad de entrar en una curva larga de crecimiento. Tras la caída, vuelta a empezar. Desde más abajo.
La defensa que hizo Milei del video falso que salió de sus huestes es preocupante. El Presidente no apoya su poder en las instituciones, sino en el fuego de las redes
La trampa de las fake news que las huestes del oficialismo lanzaron en las redes durante la recta final de la campaña no movió el amperímetro. Ni siquiera lo movió el dato de que fueron viralizadas por una cuenta que se le atribuye a Santiago Caputo, el estratega de Milei, tan celebrado por el Presidente en la noche del triunfo. Será que estamos acostumbrados a que nos gobiernen amorales. Los hemos elegido decenas de veces. La decencia no paga en política. Al menos en estos lares.
Más preocupante todavía es la defensa que hizo Milei del video fake, en el que un Mauricio Macri creado con inteligencia artificial daba de baja la candidatura de Lospennato y llamaba a votar por Adorni pocas horas antes de la elección, acompañado de una nota falsa que remedaba el diseño de este diario, incluso con la firma –robada– de un cronista de la sección Política. Lejos de despegarse o de pedir disculpas, Milei se amparó en “la libertad de expresión” para defender este intento de fraude que apuntó a engañar al votante. Le hicieron el coro dos ministros, Patricia Bullrich, que juzgó de “ingenioso” al autor de la trampa, y Federico Sturzenegger, a quien el video le pareció “bastante gracioso”. El poder de contagio es grande.
Primera noticia falsa de campaña electoral hecha con IA. No será la última, y mucho menos si la naturalizamos de esta manera. Milei no apoya su poder en las instituciones, por las que muestra un respeto limitado (en algunos casos, ni eso), sino en las redes, donde la razón la tiene quien pega el grito más destemplado. Así como el fomento del odio viral le dio impulso a su triunfo en las elecciones de diciembre de 2023, ahora su vocación hegemónica no muestra reparo en apoyarse en fake news y trucos de IA que pervierten las condiciones en las que debe darse el juego democrático.
Los dueños de verdades absolutas no suelen reparar en los medios que emplean para alcanzar sus objetivos. La trampa queda justificada por un fin superior. A los líderes mesiánicos que no toleran otras miradas no les tiembla el pulso a la hora de imponer la suya. Para ellos no es una perspectiva más, sino la Verdad, con mayúsculas.
El Presidente es como es, repiten sus funcionarios. La tautología no disculpa su intolerancia, pero es bien cierta. Muchos insisten en que solo con el grado de audacia y de “locura” que despliega en su gestión se puede remover la matriz clientelista y corrupta de una Argentina corporativa que resultó inviable. Otros dudamos y ponemos el acento en las continuidades, más que en los cambios. De cualquier modo, lo hemos elegido y hay que cuidarlo. Pero también debemos cuidarnos de los excesos a los que lo lleva su vehemencia. Y de todo intento de hegemonía que pretenda imponerse al país. Este o cualquier otro.
Más allá de su resultado, en las elecciones porteñas del domingo pasado ganó la ingratitud, que suele nacer de una percepción magnificada de las propias virtudes y de una ambición personal desmedida. Síntoma de una política, la nuestra, en la que el poder por el poder lo es casi todo.
Contra el latiguillo de los libertarios, la verdadera oposición al kirchnerismo no sería La Libertad Avanza, sino una fuerza de centro racional y pluralista que destierre el fanatismo y el odio como combustible de la política. Pero al centro lo diluyeron, en un trabajo de pinzas, el Gobierno, que apuntó sus cañones a la mano amiga que lo ayudó con firmeza en sus tiempos de necesidad, y un exalcalde amarillo que fue de lleno contra sus propios colores cuando entendió que su partido no le servía para colmar su ambición. Política sin convicciones. Pura lucha por el poder. Conocido el ganador, la “tabula rasa” de Javier Milei fue una invitación a la garrocha, que en un país peronista como el nuestro muchos manejan con pericia olímpica. La casta se renueva, pero solo de color, y a fuerza de ingratitudes y traiciones. La opción republicana languidece, porque muchos de los políticos que la han defendido cuando Cristina Kirchner avanzaba sobre las instituciones no lo hicieron por principios, sino por conveniencia. Difícil explicar de otro modo que ahora acepten o elogien lo que antes, durante el kirchnerismo, era motivo de crítica o condena.
Al voto lo mueve la economía, como quedó confirmado el domingo. Están los que deciden con el bolsillo. Muchos, desde necesidades acuciantes. Pero también son muchos los que, a pesar de lamentar las actitudes antidemocráticas de Milei, avalan los aciertos del plan económico y mantienen su apoyo con vistas al largo plazo. Ojalá el Gobierno también levante la mira y recuerde que no es posible construir el largo plazo sin instituciones. Hasta aquí parece haberlo olvidado. Es un dato inquietante, porque pasar de la ilusión al derrumbe es una pesadilla recurrente en la Argentina. Han sido muchos los presidentes que, tras ganar el favor popular con cierto resultado económico, se embriagan con el sueño de la hegemonía y acaban dinamitando las instituciones y la posibilidad de entrar en una curva larga de crecimiento. Tras la caída, vuelta a empezar. Desde más abajo.
La defensa que hizo Milei del video falso que salió de sus huestes es preocupante. El Presidente no apoya su poder en las instituciones, sino en el fuego de las redes
La trampa de las fake news que las huestes del oficialismo lanzaron en las redes durante la recta final de la campaña no movió el amperímetro. Ni siquiera lo movió el dato de que fueron viralizadas por una cuenta que se le atribuye a Santiago Caputo, el estratega de Milei, tan celebrado por el Presidente en la noche del triunfo. Será que estamos acostumbrados a que nos gobiernen amorales. Los hemos elegido decenas de veces. La decencia no paga en política. Al menos en estos lares.
Más preocupante todavía es la defensa que hizo Milei del video fake, en el que un Mauricio Macri creado con inteligencia artificial daba de baja la candidatura de Lospennato y llamaba a votar por Adorni pocas horas antes de la elección, acompañado de una nota falsa que remedaba el diseño de este diario, incluso con la firma –robada– de un cronista de la sección Política. Lejos de despegarse o de pedir disculpas, Milei se amparó en “la libertad de expresión” para defender este intento de fraude que apuntó a engañar al votante. Le hicieron el coro dos ministros, Patricia Bullrich, que juzgó de “ingenioso” al autor de la trampa, y Federico Sturzenegger, a quien el video le pareció “bastante gracioso”. El poder de contagio es grande.
Primera noticia falsa de campaña electoral hecha con IA. No será la última, y mucho menos si la naturalizamos de esta manera. Milei no apoya su poder en las instituciones, por las que muestra un respeto limitado (en algunos casos, ni eso), sino en las redes, donde la razón la tiene quien pega el grito más destemplado. Así como el fomento del odio viral le dio impulso a su triunfo en las elecciones de diciembre de 2023, ahora su vocación hegemónica no muestra reparo en apoyarse en fake news y trucos de IA que pervierten las condiciones en las que debe darse el juego democrático.
Los dueños de verdades absolutas no suelen reparar en los medios que emplean para alcanzar sus objetivos. La trampa queda justificada por un fin superior. A los líderes mesiánicos que no toleran otras miradas no les tiembla el pulso a la hora de imponer la suya. Para ellos no es una perspectiva más, sino la Verdad, con mayúsculas.
El Presidente es como es, repiten sus funcionarios. La tautología no disculpa su intolerancia, pero es bien cierta. Muchos insisten en que solo con el grado de audacia y de “locura” que despliega en su gestión se puede remover la matriz clientelista y corrupta de una Argentina corporativa que resultó inviable. Otros dudamos y ponemos el acento en las continuidades, más que en los cambios. De cualquier modo, lo hemos elegido y hay que cuidarlo. Pero también debemos cuidarnos de los excesos a los que lo lleva su vehemencia. Y de todo intento de hegemonía que pretenda imponerse al país. Este o cualquier otro.
Más allá de su resultado, en las elecciones porteñas del domingo pasado ganó la ingratitud, que suele nacer de una percepción magnificada de las propias virtudes y de una ambición personal desmedida. Síntoma de una política, la nuestra, en la que el poder por el poder lo es casi todo. Contra el latiguillo de los libertarios, la verdadera oposición al kirchnerismo no sería La Libertad Avanza, sino una fuerza de centro racional y pluralista que destierre el fanatismo y el odio como combustible de la política. Pero al centro lo diluyeron, en un trabajo de pinzas, el Gobierno, que apuntó sus cañones a la mano amiga que lo ayudó con firmeza en sus tiempos de necesidad, y un exalcalde amarillo que fue de lleno contra sus propios colores cuando entendió que su partido no le servía para colmar su ambición. Política sin convicciones. Pura lucha por el poder. Conocido el ganador, la “tabula rasa” de Javier Milei fue una invitación a la garrocha, que en un país peronista como el nuestro muchos manejan con pericia olímpica. La casta se renueva, pero solo de color, y a fuerza de ingratitudes y traiciones. La opción republicana languidece, porque muchos de los políticos que la han defendido cuando Cristina Kirchner avanzaba sobre las instituciones no lo hicieron por principios, sino por conveniencia. Difícil explicar de otro modo que ahora acepten o elogien lo que antes, durante el kirchnerismo, era motivo de crítica o condena. Al voto lo mueve la economía, como quedó confirmado el domingo. Están los que deciden con el bolsillo. Muchos, desde necesidades acuciantes. Pero también son muchos los que, a pesar de lamentar las actitudes antidemocráticas de Milei, avalan los aciertos del plan económico y mantienen su apoyo con vistas al largo plazo. Ojalá el Gobierno también levante la mira y recuerde que no es posible construir el largo plazo sin instituciones. Hasta aquí parece haberlo olvidado. Es un dato inquietante, porque pasar de la ilusión al derrumbe es una pesadilla recurrente en la Argentina. Han sido muchos los presidentes que, tras ganar el favor popular con cierto resultado económico, se embriagan con el sueño de la hegemonía y acaban dinamitando las instituciones y la posibilidad de entrar en una curva larga de crecimiento. Tras la caída, vuelta a empezar. Desde más abajo. La defensa que hizo Milei del video falso que salió de sus huestes es preocupante. El Presidente no apoya su poder en las instituciones, sino en el fuego de las redesLa trampa de las fake news que las huestes del oficialismo lanzaron en las redes durante la recta final de la campaña no movió el amperímetro. Ni siquiera lo movió el dato de que fueron viralizadas por una cuenta que se le atribuye a Santiago Caputo, el estratega de Milei, tan celebrado por el Presidente en la noche del triunfo. Será que estamos acostumbrados a que nos gobiernen amorales. Los hemos elegido decenas de veces. La decencia no paga en política. Al menos en estos lares. Más preocupante todavía es la defensa que hizo Milei del video fake, en el que un Mauricio Macri creado con inteligencia artificial daba de baja la candidatura de Lospennato y llamaba a votar por Adorni pocas horas antes de la elección, acompañado de una nota falsa que remedaba el diseño de este diario, incluso con la firma –robada– de un cronista de la sección Política. Lejos de despegarse o de pedir disculpas, Milei se amparó en “la libertad de expresión” para defender este intento de fraude que apuntó a engañar al votante. Le hicieron el coro dos ministros, Patricia Bullrich, que juzgó de “ingenioso” al autor de la trampa, y Federico Sturzenegger, a quien el video le pareció “bastante gracioso”. El poder de contagio es grande. Primera noticia falsa de campaña electoral hecha con IA. No será la última, y mucho menos si la naturalizamos de esta manera. Milei no apoya su poder en las instituciones, por las que muestra un respeto limitado (en algunos casos, ni eso), sino en las redes, donde la razón la tiene quien pega el grito más destemplado. Así como el fomento del odio viral le dio impulso a su triunfo en las elecciones de diciembre de 2023, ahora su vocación hegemónica no muestra reparo en apoyarse en fake news y trucos de IA que pervierten las condiciones en las que debe darse el juego democrático. Los dueños de verdades absolutas no suelen reparar en los medios que emplean para alcanzar sus objetivos. La trampa queda justificada por un fin superior. A los líderes mesiánicos que no toleran otras miradas no les tiembla el pulso a la hora de imponer la suya. Para ellos no es una perspectiva más, sino la Verdad, con mayúsculas.El Presidente es como es, repiten sus funcionarios. La tautología no disculpa su intolerancia, pero es bien cierta. Muchos insisten en que solo con el grado de audacia y de “locura” que despliega en su gestión se puede remover la matriz clientelista y corrupta de una Argentina corporativa que resultó inviable. Otros dudamos y ponemos el acento en las continuidades, más que en los cambios. De cualquier modo, lo hemos elegido y hay que cuidarlo. Pero también debemos cuidarnos de los excesos a los que lo lleva su vehemencia. Y de todo intento de hegemonía que pretenda imponerse al país. Este o cualquier otro. LA NACION