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Au revoir “Yuyito”, la Scherezade fallida de Milei

Pese a todos sus esfuerzos narrativos, la señora Amalia “Yuyito” González dejó un paso insustancial como Primera Novia. Pasó hace poco, pero es como si el tema ya estuviera enterrado hace tiempo. No queda más que admitir que “Yuyo” venía aburriendo hacía rato, como si en unos meses la hierba hubiera crecido en torno a una sensación de tedio reforzado, imposible de disimular.

Con el tono entrecortado y sin embargo entero de una comunicadora profesional, “Yuyito” les contó a las cámaras de su programa que su nexo amoroso con el Presidente había terminado. El anuncio venía después del levantamiento del cepo, una semana de test crucial para el Gobierno. Luego, el clip se reproduciría en los programas de chimentos, el circuito habitual de las vedettes y sus corazones mediáticos. Sin más ceremonia, Milei cumplía una promesa de campaña y, en el mismo movimiento, “Yuyito” volvía al pasto.

Las novias de Milei tienen a su cargo el Ministerio de la Hombría de Milei, y cada una lo narra como puede. Así como Manuel Adorni es el vocero de la Kulturkampf del Gobierno, encarnando una agresividad estatal heredera del cristinismo acérrimo, “Yuyito” tomó el rol de la vocera del amor. Sin embargo, Yuyo debió enfrentarse a complejísimos desafíos narratológicos, casi como una custodia pública o tesorera de las gónadas de Milei.

Amalia Yuyito González y Javier Milei en Instagram de @yuyitogonzalezok

“Yuyo” sentía que había aprendido la lección de Fátima, su antecesora estrellada. Se propuso descollar donde la otra quedó trunca (al punto que fue Milei mismo quien comunicó el final de la relación con Fátima, quitándole el micrófono de la narración). En aquella ocasión, Milei anunció que terminaba con Fátima inmediatamente después de su encuentro con Elon Musk, capitán de la testosterona tech, meses antes del escándalo de $Libra, cuando Milei todavía tenía chances de ser algo más que una mascota eventual en el universo de Silicon Valley.

En efecto, es como si Milei organizara su gobierno en episodios: una vez obtenido un pico de audiencia en torno a un “logro” (foto con Elon, salida del cepo) lo primero que vemos rodar es la cabeza de una mujer. “Fin”, como le gusta decir a Adorni. Puntúa cada triunfo del Hombre en el poder con una mujer que es dejada; entonces Milei vuelve a estar solo, triunfa la Libertad.

Es propio de Milei achacar los problemas al éxito: conectó el “éxito arrollador” de Fátima con la imposibilidad de vivir juntos. La foto con Elon, sin embargo, obtuvo menos vistas que el posteo sobre su ruptura con Fátima. Como buenos populistas, en LLA saben que la gente se interesa mucho más por una Fátima que por los bromances fotográficos de Milei con billonarios extranjeros, que de todos modos están lejos de invertir en el país.

Desde un principio, “Yuyito” se integró a la comedia voluntaria de La Libertad Avanza con dotes que parecían invalorables. Era la examante de Carlos Menem, el peronista descarriado y vilipendiado por el kirchnerismo, un ídolo de Milei que cuaja precisamente con lo que él mismo quiere vender. “Yuyo” lo unía en una orgía espectral con Menem y el menemismo (en tanto “Yuyo” también supo querer al petit riojano Erman González, ministro de Economía de Menem). Salir con Yuyito debe ser como tener una cita, o varias, con la Historia. Más que una amante bona fide, una testigo probada.

“Yuyito” aportó de buen grado su glamour histórico a la corte aburrida de los Milei. Salidas grupales a la ópera, algún que otro viaje al exterior: los Milei en un tránsito lento a través de tubos de gente en salones herméticos. Pero la gran invención de “Yuyito” consistió en contar la vida íntima de Milei como si ella misma fuera un avatar de una película que transcurre en otra parte. La intimidad se define por aquello a lo que no podemos acceder, pero lo interesante es que “Yuyito” se las rebusca para que lo imaginemos.

Me gustaría aclarar, para las sensibles almas libertarias que atacan a la prensa libre, que aquí no formulamos teorías sobre qué es lo que tiene lugar (o no) en la vida privada de Milei. Lo que miramos es lo que “Yuyito” cuenta, casi desesperadamente, como retazos o metonimias de esa vida erótica que no vemos (y que acaso preferiríamos ni siquiera imaginar). Como una psicóloga infantil, “Yuyito” tiene muñecos en una biblioteca y los va sacando mientras habla. Un muñeco es Milei, y ella le presenta una muñeca rubia: avatares rudimentarios, ambos de madera, a los que frota para que los veamos besarse. A veces toma el muñeco de él y le dice mi amor. Pero la muñeca no es exactamente ella, es “una rubia bomba”, que puede ser ella, u otra. “Yuyo” está aquí para evocar una fantasía; lo divertido es que la explica.

Si el gobierno de Alberto infantilizaba a la población, poniendo a una payasa en tevé para decorar el parte de muertos de Covid, el de Milei privilegia el contenido adulto. Forzada por la precariedad y la necesidad de contar, “Yuyito” crea un género nuevo: la primera experiencia interactiva POV del Amor Presidencial. Le habla a la cámara como si le hablara a Milei, como si detrás del lente se escondiera su amor en el poder. La audiencia está incluida en esta extraña teatro-terapia donde se invita a la Nación a imaginar sus encuentros sexuales. “Yuyo” muestra su escote (“esto es para mi amor”), o nos explica que lleva puesta la ropa de él porque pasaron la noche juntos y no pudo cambiarse. El antiguo walk of shame convertido en marcha del orgullo. Se trata de recrear los elementos de la fantasía sexual, más que de una relación de pareja.

La entrevista de Javier Milei con Yuyito González

El énfasis en sexualizar la relación contrasta con lo que les pasa a sus cuerpos cuando los vemos juntos. Yuyo entrevista a Milei en su programa, en una producción muy cuidada: la cámara lo toma de arriba, como le gusta a él, para que apreciemos la cuidada rinoplastia presidencial y que no queden rastros de papada, su némesis corporal. “Sos recontra madraza”, concluye Milei, dibujando la distancia con el brazo estirado, sólo sus dedos tensos en contacto. El ambiente de teatro-terapia sigue, pero la fantasía sexual cae asesinada en ese instante: Milei ni siquiera la enviaba a la friend zone, la mandaba a la zona mamá.

“Yuyo” hizo todo para rebelarse de ese tag de “madraza”. Se filmó en bikini fucsia, girando lentamente entre velos traslúcidos. En una entrevista, declaró que “encontraría la manera” de ser la mamá de un pequeño Milei (de otro, no de éste). Tomó un pony de juguete (regalo de la producción) y se lo colocó entre las piernas, montándolo (alguien le había dicho que se bajara del pony). Luego el pony volvió a la biblioteca de objetos transicionales. El asunto del pony en su pudendum generó revuelo entre las divas de los chimentos.

“¿Por qué les cuesta tanto creer en el amor?”, se preguntó en voz alta Yuyito. Alguna amiga debió codearla y avisarle: porque vos te empeñás demasiado en contarlo. No es lo mismo decir que mostrar, ni es lo mismo contar que hacértelo sentir. Como una Scherezade fallida, Yuyo mostró con precisión la distancia narrativa entre un buen relato y lo que no funciona. No era su culpa: a “Yuyito” le tocó actuar la performance de una relación a solas. Ella hizo todo el trabajo; él, a duras penas, logró fruncir la boca en forma de beso.

Nos queda esperar el próximo episodio de Milei, el hombre común: el tema es encontrar a quién lo cuente mejor. Milei necesita una Scherezade no tanto para sí mismo, sino para el pueblo argentino.

Pese a todos sus esfuerzos narrativos, la señora Amalia “Yuyito” González dejó un paso insustancial como Primera Novia. Pasó hace poco, pero es como si el tema ya estuviera enterrado hace tiempo. No queda más que admitir que “Yuyo” venía aburriendo hacía rato, como si en unos meses la hierba hubiera crecido en torno a una sensación de tedio reforzado, imposible de disimular.

Con el tono entrecortado y sin embargo entero de una comunicadora profesional, “Yuyito” les contó a las cámaras de su programa que su nexo amoroso con el Presidente había terminado. El anuncio venía después del levantamiento del cepo, una semana de test crucial para el Gobierno. Luego, el clip se reproduciría en los programas de chimentos, el circuito habitual de las vedettes y sus corazones mediáticos. Sin más ceremonia, Milei cumplía una promesa de campaña y, en el mismo movimiento, “Yuyito” volvía al pasto.

Las novias de Milei tienen a su cargo el Ministerio de la Hombría de Milei, y cada una lo narra como puede. Así como Manuel Adorni es el vocero de la Kulturkampf del Gobierno, encarnando una agresividad estatal heredera del cristinismo acérrimo, “Yuyito” tomó el rol de la vocera del amor. Sin embargo, Yuyo debió enfrentarse a complejísimos desafíos narratológicos, casi como una custodia pública o tesorera de las gónadas de Milei.

Amalia Yuyito González y Javier Milei en Instagram de @yuyitogonzalezok

“Yuyo” sentía que había aprendido la lección de Fátima, su antecesora estrellada. Se propuso descollar donde la otra quedó trunca (al punto que fue Milei mismo quien comunicó el final de la relación con Fátima, quitándole el micrófono de la narración). En aquella ocasión, Milei anunció que terminaba con Fátima inmediatamente después de su encuentro con Elon Musk, capitán de la testosterona tech, meses antes del escándalo de $Libra, cuando Milei todavía tenía chances de ser algo más que una mascota eventual en el universo de Silicon Valley.

En efecto, es como si Milei organizara su gobierno en episodios: una vez obtenido un pico de audiencia en torno a un “logro” (foto con Elon, salida del cepo) lo primero que vemos rodar es la cabeza de una mujer. “Fin”, como le gusta decir a Adorni. Puntúa cada triunfo del Hombre en el poder con una mujer que es dejada; entonces Milei vuelve a estar solo, triunfa la Libertad.

Es propio de Milei achacar los problemas al éxito: conectó el “éxito arrollador” de Fátima con la imposibilidad de vivir juntos. La foto con Elon, sin embargo, obtuvo menos vistas que el posteo sobre su ruptura con Fátima. Como buenos populistas, en LLA saben que la gente se interesa mucho más por una Fátima que por los bromances fotográficos de Milei con billonarios extranjeros, que de todos modos están lejos de invertir en el país.

Desde un principio, “Yuyito” se integró a la comedia voluntaria de La Libertad Avanza con dotes que parecían invalorables. Era la examante de Carlos Menem, el peronista descarriado y vilipendiado por el kirchnerismo, un ídolo de Milei que cuaja precisamente con lo que él mismo quiere vender. “Yuyo” lo unía en una orgía espectral con Menem y el menemismo (en tanto “Yuyo” también supo querer al petit riojano Erman González, ministro de Economía de Menem). Salir con Yuyito debe ser como tener una cita, o varias, con la Historia. Más que una amante bona fide, una testigo probada.

“Yuyito” aportó de buen grado su glamour histórico a la corte aburrida de los Milei. Salidas grupales a la ópera, algún que otro viaje al exterior: los Milei en un tránsito lento a través de tubos de gente en salones herméticos. Pero la gran invención de “Yuyito” consistió en contar la vida íntima de Milei como si ella misma fuera un avatar de una película que transcurre en otra parte. La intimidad se define por aquello a lo que no podemos acceder, pero lo interesante es que “Yuyito” se las rebusca para que lo imaginemos.

Me gustaría aclarar, para las sensibles almas libertarias que atacan a la prensa libre, que aquí no formulamos teorías sobre qué es lo que tiene lugar (o no) en la vida privada de Milei. Lo que miramos es lo que “Yuyito” cuenta, casi desesperadamente, como retazos o metonimias de esa vida erótica que no vemos (y que acaso preferiríamos ni siquiera imaginar). Como una psicóloga infantil, “Yuyito” tiene muñecos en una biblioteca y los va sacando mientras habla. Un muñeco es Milei, y ella le presenta una muñeca rubia: avatares rudimentarios, ambos de madera, a los que frota para que los veamos besarse. A veces toma el muñeco de él y le dice mi amor. Pero la muñeca no es exactamente ella, es “una rubia bomba”, que puede ser ella, u otra. “Yuyo” está aquí para evocar una fantasía; lo divertido es que la explica.

Si el gobierno de Alberto infantilizaba a la población, poniendo a una payasa en tevé para decorar el parte de muertos de Covid, el de Milei privilegia el contenido adulto. Forzada por la precariedad y la necesidad de contar, “Yuyito” crea un género nuevo: la primera experiencia interactiva POV del Amor Presidencial. Le habla a la cámara como si le hablara a Milei, como si detrás del lente se escondiera su amor en el poder. La audiencia está incluida en esta extraña teatro-terapia donde se invita a la Nación a imaginar sus encuentros sexuales. “Yuyo” muestra su escote (“esto es para mi amor”), o nos explica que lleva puesta la ropa de él porque pasaron la noche juntos y no pudo cambiarse. El antiguo walk of shame convertido en marcha del orgullo. Se trata de recrear los elementos de la fantasía sexual, más que de una relación de pareja.

La entrevista de Javier Milei con Yuyito González

El énfasis en sexualizar la relación contrasta con lo que les pasa a sus cuerpos cuando los vemos juntos. Yuyo entrevista a Milei en su programa, en una producción muy cuidada: la cámara lo toma de arriba, como le gusta a él, para que apreciemos la cuidada rinoplastia presidencial y que no queden rastros de papada, su némesis corporal. “Sos recontra madraza”, concluye Milei, dibujando la distancia con el brazo estirado, sólo sus dedos tensos en contacto. El ambiente de teatro-terapia sigue, pero la fantasía sexual cae asesinada en ese instante: Milei ni siquiera la enviaba a la friend zone, la mandaba a la zona mamá.

“Yuyo” hizo todo para rebelarse de ese tag de “madraza”. Se filmó en bikini fucsia, girando lentamente entre velos traslúcidos. En una entrevista, declaró que “encontraría la manera” de ser la mamá de un pequeño Milei (de otro, no de éste). Tomó un pony de juguete (regalo de la producción) y se lo colocó entre las piernas, montándolo (alguien le había dicho que se bajara del pony). Luego el pony volvió a la biblioteca de objetos transicionales. El asunto del pony en su pudendum generó revuelo entre las divas de los chimentos.

“¿Por qué les cuesta tanto creer en el amor?”, se preguntó en voz alta Yuyito. Alguna amiga debió codearla y avisarle: porque vos te empeñás demasiado en contarlo. No es lo mismo decir que mostrar, ni es lo mismo contar que hacértelo sentir. Como una Scherezade fallida, Yuyo mostró con precisión la distancia narrativa entre un buen relato y lo que no funciona. No era su culpa: a “Yuyito” le tocó actuar la performance de una relación a solas. Ella hizo todo el trabajo; él, a duras penas, logró fruncir la boca en forma de beso.

Nos queda esperar el próximo episodio de Milei, el hombre común: el tema es encontrar a quién lo cuente mejor. Milei necesita una Scherezade no tanto para sí mismo, sino para el pueblo argentino.

 La gran invención de la exvedette consistió en contar la vida íntima del Presidente como si ella misma fuera un avatar de una película que transcurre en otra parte  LA NACION

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