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Robert Wilson, el artista multifacético de la luz

La altura de Robert Wilson es literal (mide 1.90), pero sobre todo simbólica. El escenógrafo, diseñador de iluminación para teatro y ópera, performer y artista visual le hace honor a su propia talla. Wilson se caracteriza por el uso de la luz en sus producciones. Las líneas, sobre todo, forman parte de su catálogo de recursos narrativos. Simples, solo líneas, pero de una potencia arrolladora.

Hace unos días Wilson (84) subrayó con resaltador su super poder durante la Semana de Diseño de Milán, quizás la más vibrante del planeta en términos de intervenciones artísticas de gran impacto. El escenógrafo, sin embargo, no se dejó tentar por la tecnología desmesurada y el algoritmo arrollador. Eligió líneas de luz para enmarcar el icónico escenario de la Scala de Milano para una performance exclusiva donde objetos metafóricos que representaban la esencia de una silla.

The Night Before: Chairs, Objects fue apenas una muestra de la potencia creativa, un recorrido por algunas de las piezas más famosas de su repertorio operístico, interpretadas por la Orquesta del Teatro alla Scala, bajo la dirección de Michele Spotti, y la voz descomunal de la soprano Marina Rebeka.

Para la ocasión, Rebeka lució un vestido blanco, en contraste con la puesta escenográfica despojada de decorados: solo líneas geométricas y luminosas.

Desarrolló una instalación lumínica que transformó la mirada de la Piedad Rondanini, la obra inconclusa de Miguel Ángel

También desarrolló una instalación lumínica que transformó la mirada de la Piedad Rondanini, una obra memorable en la que Miguel Ángel trabajó hasta el final de los días. Quedó inconclusa, pero Wilson logró captar la esencia de una pieza cuya expresividad no tiene límites.

Su intervención performativa funcionó como un faro en la inmensidad del Castillo Sforzesco, hoy museo de arte, pero originalmente una construcción descomunal que inició la familia Visconti en 1538, y luego fue la residencia de Francisco Sforza.

La puesta incluye una pequeña orquesta en vivo junto al coro que, a la vez, acompaña con sus tonos cada movimiento de luz siguiendo la composición de Stabat Mater, la obra musical reinterpretada por el compositor estonio Arvo Pärt. Las funciones se extenderán hasta el 18 de mayo.

La Piedad muta, se enciende, genera sombras, cobra vida en un auditorio donde reina el silencio y la admiración. Esta joyita forma parte del programa cultural del Salone del Mobile de Milano, que reforzó su abanico de vínculos con la ciudad donde el diseño late bien fuerte.

La instalacion de Robert Wilson en el marco de la Semana de Diseño de Milán

“La luz no es una idea secundaria. Es un recurso arquitectónico, es estructura, se piensa desde el principio, es parte del libro, es como un actor. Por lo tanto, no es un decorado. Es parte de un todo”, sentencia Wilson, autor entre otros de Black Rider, Einstein on the Beach y Persephone.

En diálogo con LA NACION, el director obsesionado por los detalles que puso a la Ópera de París de pie con su versión de Madame Butterfly (2024) carga en su mochila con una historia personal donde la resiliencia y el sacrificio fueron sinónimo de su niñez y adolescencia. Hasta el final de la secundaria sufrió trastornos severos que le afectaron la fluidez del habla.

Nacido en Waco, Texas, donde la comprensión y la paciencia no eran moneda corriente en los programas educativos, el pequeño Bob (así lo llaman desde siempre) levantó su voz, por fin, en 1958. Fue la mirada atenta de la terapeuta teatral y profesora de ballet Byrd Hoffman quien lo ayudó a tomarse su propio tiempo. La expresión verbal comenzó a fluir al tiempo que descubría su pasión por las artes.

“A los 21, Martha Graham (reconocida bailarina y coreógrafa) me dijo que si trabajaba el tiempo suficiente y con el esfuerzo necesario encontraría algo. Esa también fue una gran enseñanza. También me dejaron huellas los coreógrafos George Balanchine y el trabajo conjunto Jerome Robbins”, dice el artista, reconocido con la Legión de Honor de Francia y la Cruz de Oficial de la Orden del Mérito, de Alemania, además de la Medalla Goethe: Premio a la Trayectoria del Goethe-Institut.

Con respecto a la interdisciplina que se palpa en cada una de sus obras, señala que trabaja “cada una por separado y luego las uno. Normalmente empiezo con la luz. La mayoría de la gente de teatro deja la luz para el final. Es el último pensamiento. Lo mismo ocurre con instalaciones y proyectos arquitectónicos. Cuando era estudiante, Louis Kahn fue clave con una frase que marcaría mi camino: Empieza por la luz”.

El primer recuerdo de Wilson sobre su vocación se remonta al cabezal de su camita de niño. “Mis padres querían restaurar el cabezal de mi cama que estaba muy rayada. Pero a mi me gustaba verlos, imaginaba que esas marcas aleatorias representaban formas. Me permitían desplegar la imaginación”, señala.

Un artista recrea la historia, no como un historiador, sino como un poeta. El artista toma las ideas y asociaciones colectivas que rodean a los distintos dioses de su tiempo y juega con ellas, inventando otra historia para estos personajes míticos”. Así le contaba Wilson a Umberto Eco cuál era su punto de vista. Así le sigue contando al mundo su visión que ilumina todo tipo de expresiones artísticas. Wilson, el mago de la luz, encuentra en estos destellos sus recursos más vibrantes.

La altura de Robert Wilson es literal (mide 1.90), pero sobre todo simbólica. El escenógrafo, diseñador de iluminación para teatro y ópera, performer y artista visual le hace honor a su propia talla. Wilson se caracteriza por el uso de la luz en sus producciones. Las líneas, sobre todo, forman parte de su catálogo de recursos narrativos. Simples, solo líneas, pero de una potencia arrolladora.

Hace unos días Wilson (84) subrayó con resaltador su super poder durante la Semana de Diseño de Milán, quizás la más vibrante del planeta en términos de intervenciones artísticas de gran impacto. El escenógrafo, sin embargo, no se dejó tentar por la tecnología desmesurada y el algoritmo arrollador. Eligió líneas de luz para enmarcar el icónico escenario de la Scala de Milano para una performance exclusiva donde objetos metafóricos que representaban la esencia de una silla.

The Night Before: Chairs, Objects fue apenas una muestra de la potencia creativa, un recorrido por algunas de las piezas más famosas de su repertorio operístico, interpretadas por la Orquesta del Teatro alla Scala, bajo la dirección de Michele Spotti, y la voz descomunal de la soprano Marina Rebeka.

Para la ocasión, Rebeka lució un vestido blanco, en contraste con la puesta escenográfica despojada de decorados: solo líneas geométricas y luminosas.

Desarrolló una instalación lumínica que transformó la mirada de la Piedad Rondanini, la obra inconclusa de Miguel Ángel

También desarrolló una instalación lumínica que transformó la mirada de la Piedad Rondanini, una obra memorable en la que Miguel Ángel trabajó hasta el final de los días. Quedó inconclusa, pero Wilson logró captar la esencia de una pieza cuya expresividad no tiene límites.

Su intervención performativa funcionó como un faro en la inmensidad del Castillo Sforzesco, hoy museo de arte, pero originalmente una construcción descomunal que inició la familia Visconti en 1538, y luego fue la residencia de Francisco Sforza.

La puesta incluye una pequeña orquesta en vivo junto al coro que, a la vez, acompaña con sus tonos cada movimiento de luz siguiendo la composición de Stabat Mater, la obra musical reinterpretada por el compositor estonio Arvo Pärt. Las funciones se extenderán hasta el 18 de mayo.

La Piedad muta, se enciende, genera sombras, cobra vida en un auditorio donde reina el silencio y la admiración. Esta joyita forma parte del programa cultural del Salone del Mobile de Milano, que reforzó su abanico de vínculos con la ciudad donde el diseño late bien fuerte.

La instalacion de Robert Wilson en el marco de la Semana de Diseño de Milán

“La luz no es una idea secundaria. Es un recurso arquitectónico, es estructura, se piensa desde el principio, es parte del libro, es como un actor. Por lo tanto, no es un decorado. Es parte de un todo”, sentencia Wilson, autor entre otros de Black Rider, Einstein on the Beach y Persephone.

En diálogo con LA NACION, el director obsesionado por los detalles que puso a la Ópera de París de pie con su versión de Madame Butterfly (2024) carga en su mochila con una historia personal donde la resiliencia y el sacrificio fueron sinónimo de su niñez y adolescencia. Hasta el final de la secundaria sufrió trastornos severos que le afectaron la fluidez del habla.

Nacido en Waco, Texas, donde la comprensión y la paciencia no eran moneda corriente en los programas educativos, el pequeño Bob (así lo llaman desde siempre) levantó su voz, por fin, en 1958. Fue la mirada atenta de la terapeuta teatral y profesora de ballet Byrd Hoffman quien lo ayudó a tomarse su propio tiempo. La expresión verbal comenzó a fluir al tiempo que descubría su pasión por las artes.

“A los 21, Martha Graham (reconocida bailarina y coreógrafa) me dijo que si trabajaba el tiempo suficiente y con el esfuerzo necesario encontraría algo. Esa también fue una gran enseñanza. También me dejaron huellas los coreógrafos George Balanchine y el trabajo conjunto Jerome Robbins”, dice el artista, reconocido con la Legión de Honor de Francia y la Cruz de Oficial de la Orden del Mérito, de Alemania, además de la Medalla Goethe: Premio a la Trayectoria del Goethe-Institut.

Con respecto a la interdisciplina que se palpa en cada una de sus obras, señala que trabaja “cada una por separado y luego las uno. Normalmente empiezo con la luz. La mayoría de la gente de teatro deja la luz para el final. Es el último pensamiento. Lo mismo ocurre con instalaciones y proyectos arquitectónicos. Cuando era estudiante, Louis Kahn fue clave con una frase que marcaría mi camino: Empieza por la luz”.

El primer recuerdo de Wilson sobre su vocación se remonta al cabezal de su camita de niño. “Mis padres querían restaurar el cabezal de mi cama que estaba muy rayada. Pero a mi me gustaba verlos, imaginaba que esas marcas aleatorias representaban formas. Me permitían desplegar la imaginación”, señala.

Un artista recrea la historia, no como un historiador, sino como un poeta. El artista toma las ideas y asociaciones colectivas que rodean a los distintos dioses de su tiempo y juega con ellas, inventando otra historia para estos personajes míticos”. Así le contaba Wilson a Umberto Eco cuál era su punto de vista. Así le sigue contando al mundo su visión que ilumina todo tipo de expresiones artísticas. Wilson, el mago de la luz, encuentra en estos destellos sus recursos más vibrantes.

 El escenógrafo estadounidense
que transforma el teatro y la ópera con el diseño de la iluminación  LA NACION

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