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Cinco maneras de distinguir una obra maestra original de una falsa

Cuando se trata de falsificación y plagio parece no haber nada nuevo bajo el sol.

Recientes revelaciones, que van desde el descubrimiento de un taller de falsificación de arte en Roma hasta la acusación de que una obra maestra barroca en la Galería Nacional de Londres no es más que una burda imitación, no hacen otra cosa que recordarnos que la duplicidad en el mundo del arte tiene una larga historia.

La noticia de la confiscación de más de 70 obras de arte fraudulentas en un laboratorio clandestino en Roma fue seguida del lanzamiento del libro NG6461: The Fake Rubens (NG6461: el falso Rubens), de la autora Euphrosyne Doxiadis, que asegura que la Galería Nacional de Londres tiene un cuadro que no es en absoluto lo que parece.

La conclusión de Doxiadis reafirma aquella alcanzada en 2021 por la compañía suiza Art Recognition, que determinó mediante el uso de la inteligencia artificial que había una probabilidad del 91% de que la obra “Sansón y Dalila”, un óleo sobre madera atribuido al maestro Peter Paul Rubens, fuera creada por alguien que no era Rubens.

El óleo

La afirmación de la experta de que la pincelada que vemos en el cuadro de Rubens es burda y totalmente incompatible con la fluidez de su mano es fuertemente cuestionada por la Galería Nacional, que se mantiene firme en su atribución.

La divergencia de opiniones entre los expertos del museo y aquellos que dudan de la autenticidad de la obra abre un espacio interesante para reflexionar sobre el valor y mérito artístico. ¿Existe legitimidad en la falsificación? ¿Pueden las falsificaciones ser obras maestras?

A medida que se aplican herramientas de análisis más sofisticadas a pinturas y dibujos cuya legitimidad estuvo en duda, así como a aquellas cuya validez nunca fueron cuestionadas, es probable que los debates sobre la integridad de los iconos culturales se aceleren.

Lo que sigue son cinco reglas simples para detectar una obra maestra falsa.

1. Los pigmentos

Para ser un falsificador de arte exitoso hace falta algo más que destreza técnica y una ética equivocada. Hay que conocer tanto la historia como la química.

Los pigmentos anacrónicos te delatarán en todo momento.

Estos fueron la perdición del falsificador de arte alemán Wolfgang Beltracchi y su esposa Helene, que consiguieron vender obras maestras modernistas improvisadas por millones de dólares antes de que el descuido de usar pintura prefabricada en sus audaces paletas sellara su destino.

André Derain, el autor de obras reconocidas como

Beltracchi, cuyo modus operandi era crear “nuevas” obras de numerosos artistas -desde Max Ernst hasta André Derain- en lugar de recrear las perdidas, siempre tuvo cuidado de mezclar sus propias pinturas para asegurarse de que solo contuvieran ingredientes disponibles para el artista por el que estuviera tratando de hacerse pasar.

Solo resbaló una vez. Y eso fue suficiente.

Al fabricar un disparatado paisaje rojo de caballos en rompecabezas, que atribuyó al expresionista alemán Heinrich Campendonk, Beltracchi echó mano de un tubo de pintura ya preparado que contenía una pizca de blanco de titanio, un pigmento relativamente nuevo, al que Campendonk no habría tenido acceso.

Era todo lo que necesitaban los investigadores para demostrar que la obra vendida por unos US$3 millones era falsa.

Los artistas pueden ser visionarios, pero no son viajeros en el tiempo.

2. El pasado de la obra

Es edificante creer que el valor de una persona no está ligado a su pasado. No ocurre lo mismo con el arte.

Un cuadro, una escultura o un dibujo sin una historia no es, por desgracia, más inspirador. Más bien, es sospechoso. O, mejor dicho, debería serlo. Y con demasiada frecuencia, la codicia puede interferir en la claridad de la evaluación de la autenticidad de un cuadro o una escultura.

Las cosas tienen las historias que queremos que tengan. Ese fue ciertamente el caso de una serie de Vermeers falsos que salieron del taller del retratista holandés Han van Meegeren, uno de los falsificadores más prolíficos y exitosos del siglo XX.

Tras engañar al mundo del arte, el falsificador de las obras de Johannes Vermeer consiguió su propia exposición titulada

Desesperados por creer que los lienzos de Vermeer que aparecieron milagrosamente, incluyendo una representación de “Cristo y los hombres de Emaús”, pudieran ser obras maestras perdidas de la misma mano que creó “La joven de la perla” y “La lechera”, los coleccionistas ignoraron la flagrante ausencia de cualquier rastro de la procedencia de las pinturas: su propietario anterior, historial de exposiciones y comprobante de venta.

Todos fueron engañados.

Pero, en un giro notable, después de ser acusado por las autoridades holandesas del delito de vender un Vermeer -por lo tanto, un tesoro nacional- al funcionario nazi Hermann Göring, Van Meegeren decidió exponerse como un estafador poco después del final de la Segunda Guerra Mundial.

Para demostrar su inocencia -si se le podría llamar inocencia- y demostrar que simplemente había vendido una falsificación sin valor de su propia serie, Van Meegeren realizó la extraordinaria hazaña de crear una obra maestra fresca de la nada ante los ojos asombrados de los expertos.

Voilà, un Vermeer.

3. La presión del trazo

Los gestos de los artistas -sus pinceladas y sus trazos-, estudiados e instintivos al mismo tiempo, son las huellas dactilares escritas sobre lienzos.

La ligereza de los trazos de un artista y la rigidez de los de otro son extremadamente difíciles de falsificar, especialmente si eres consciente de que cada contracción del pincel será examinada por ojos sospechosos y equipos de vanguardia.

Trabajar la presión del trazo bajo presión es algo difícil de hacer. El falsificador británico Eric Hebborn -quien murió en circunstancias sospechosas en Roma en 1996 después de una carrera falsificando más de 1.000 obras- superó este obstáculo con el alcohol.

La fluidez del trazo en las obras falsificadas por Hebborn sigue confundiendo hasta a los expertos

Según todos los relatos, el brandy era la herramienta de Hebborn para calmar sus nervios. Ello le permitió habitar sin inhibiciones la mente y el músculo de cualquier viejo maestro que estuviera interpretando.

Mientras que las falsificaciones en manos de los falsificadores Beltracchi y Van Meegeren están plagadas de gestos incoherentes, la fluidez de los dibujos falsificados por Hebborn sigue confundiendo a los expertos.

Hasta el día de hoy, las instituciones que poseen obras que pasaron por sus manos se niegan a aceptar que todas son falsas.

4. La biografía del autor

Cuando el análisis de los pigmentos, la procedencia y la presión del pincel todavía te dejan perplejo, puede ser necesario profundizar un poco más.

Durante 20 años, desde la década de 1990, la autenticidad de una obra de una naturaleza muerta supuestamente de Vincent van Gogh fue confirmada y refutada una y otra vez por los expertos.

Para algunos, los rojos abrasadores y azules submarinos que resonaban inquietantemente en el ramo de rosas, margaritas y flores silvestres no tenían el timbre de la verdad y parecían casar con la paleta del pintor.

La ausencia registros de propiedad de la pintura no ayudó.

Este cuadro de Van Gogh ocultaba otro en su interior

Pero una radiografía realizada en 2012 descartó las dudas cuando reveló que el artista reutilizó un lienzo con el que había creado otra obra, algo a lo que hizo referencia explícita en una carta de enero de 1886.

“Esta semana”, le comentó Van Gogh a su hermano Theo, “pinté una obra enorme con dos torsos desnudos, dos luchadores… y me gusta mucho hacerlo”.

La lucha estática de los dos atletas atrapados en la pintura durante más de un siglo no sólo rescató la obra de las acusaciones injustas de ilegitimidad, sino que creó una especie de cuadro compuesto fresco, una impresión vívida y desesperada por sobrevivir.

5. La escritura

La última garantía para autentificar una obra de arte es el corrector ortográfico.

Eso le habría ahorrado al coleccionista Pierre Lagrange US$17 millones, el precio que pagó en 2007 por una falsificación de una pequeña pintura de 30×46 cm atribuida falsamente al expresionista estadounidense Jackson Pollock.

Famoso por su estilo goteante, Pollock tiene una firma sorprendentemente legible, una inconfundible “c” antes de la “k” final. Una consonante omitida haría más que exponer la falsificación: destrozaría la reputación de toda una galería.

Un error en la firma de una falsificación del expresionista Jackson Pollock destrozó la reputación de una prestigiosas galería de arte

La firma descuidada fue solo una de las muchas ‘banderas rojas’ halladas en obras atribuidas falsamente a Rothko, De Kooning, Motherwell y otros que la galería Knoedler&Co, una de las instituciones de arte más antiguas y estimadas de Nueva York, logró vender por US$80 millones.

Las obras fraudulentas habían sido suministradas por un traficante dudoso que afirmaba que venían de un enigmático coleccionista, “Mr X”. Justo antes de que el escándalo estallara en la prensa, la galería cerró sus puertas después de 165 años.

El presunto autor de las falsificaciones, un septuagenario chino autodidacta llamado Pei-Shen Qian, que había operado desde un taller de falsificación en Queens, Nueva York desapareció. Más tarde apareció en China.

Kelly Grovier

Cuando se trata de falsificación y plagio parece no haber nada nuevo bajo el sol.

Recientes revelaciones, que van desde el descubrimiento de un taller de falsificación de arte en Roma hasta la acusación de que una obra maestra barroca en la Galería Nacional de Londres no es más que una burda imitación, no hacen otra cosa que recordarnos que la duplicidad en el mundo del arte tiene una larga historia.

La noticia de la confiscación de más de 70 obras de arte fraudulentas en un laboratorio clandestino en Roma fue seguida del lanzamiento del libro NG6461: The Fake Rubens (NG6461: el falso Rubens), de la autora Euphrosyne Doxiadis, que asegura que la Galería Nacional de Londres tiene un cuadro que no es en absoluto lo que parece.

La conclusión de Doxiadis reafirma aquella alcanzada en 2021 por la compañía suiza Art Recognition, que determinó mediante el uso de la inteligencia artificial que había una probabilidad del 91% de que la obra “Sansón y Dalila”, un óleo sobre madera atribuido al maestro Peter Paul Rubens, fuera creada por alguien que no era Rubens.

El óleo

La afirmación de la experta de que la pincelada que vemos en el cuadro de Rubens es burda y totalmente incompatible con la fluidez de su mano es fuertemente cuestionada por la Galería Nacional, que se mantiene firme en su atribución.

La divergencia de opiniones entre los expertos del museo y aquellos que dudan de la autenticidad de la obra abre un espacio interesante para reflexionar sobre el valor y mérito artístico. ¿Existe legitimidad en la falsificación? ¿Pueden las falsificaciones ser obras maestras?

A medida que se aplican herramientas de análisis más sofisticadas a pinturas y dibujos cuya legitimidad estuvo en duda, así como a aquellas cuya validez nunca fueron cuestionadas, es probable que los debates sobre la integridad de los iconos culturales se aceleren.

Lo que sigue son cinco reglas simples para detectar una obra maestra falsa.

1. Los pigmentos

Para ser un falsificador de arte exitoso hace falta algo más que destreza técnica y una ética equivocada. Hay que conocer tanto la historia como la química.

Los pigmentos anacrónicos te delatarán en todo momento.

Estos fueron la perdición del falsificador de arte alemán Wolfgang Beltracchi y su esposa Helene, que consiguieron vender obras maestras modernistas improvisadas por millones de dólares antes de que el descuido de usar pintura prefabricada en sus audaces paletas sellara su destino.

André Derain, el autor de obras reconocidas como

Beltracchi, cuyo modus operandi era crear “nuevas” obras de numerosos artistas -desde Max Ernst hasta André Derain- en lugar de recrear las perdidas, siempre tuvo cuidado de mezclar sus propias pinturas para asegurarse de que solo contuvieran ingredientes disponibles para el artista por el que estuviera tratando de hacerse pasar.

Solo resbaló una vez. Y eso fue suficiente.

Al fabricar un disparatado paisaje rojo de caballos en rompecabezas, que atribuyó al expresionista alemán Heinrich Campendonk, Beltracchi echó mano de un tubo de pintura ya preparado que contenía una pizca de blanco de titanio, un pigmento relativamente nuevo, al que Campendonk no habría tenido acceso.

Era todo lo que necesitaban los investigadores para demostrar que la obra vendida por unos US$3 millones era falsa.

Los artistas pueden ser visionarios, pero no son viajeros en el tiempo.

2. El pasado de la obra

Es edificante creer que el valor de una persona no está ligado a su pasado. No ocurre lo mismo con el arte.

Un cuadro, una escultura o un dibujo sin una historia no es, por desgracia, más inspirador. Más bien, es sospechoso. O, mejor dicho, debería serlo. Y con demasiada frecuencia, la codicia puede interferir en la claridad de la evaluación de la autenticidad de un cuadro o una escultura.

Las cosas tienen las historias que queremos que tengan. Ese fue ciertamente el caso de una serie de Vermeers falsos que salieron del taller del retratista holandés Han van Meegeren, uno de los falsificadores más prolíficos y exitosos del siglo XX.

Tras engañar al mundo del arte, el falsificador de las obras de Johannes Vermeer consiguió su propia exposición titulada

Desesperados por creer que los lienzos de Vermeer que aparecieron milagrosamente, incluyendo una representación de “Cristo y los hombres de Emaús”, pudieran ser obras maestras perdidas de la misma mano que creó “La joven de la perla” y “La lechera”, los coleccionistas ignoraron la flagrante ausencia de cualquier rastro de la procedencia de las pinturas: su propietario anterior, historial de exposiciones y comprobante de venta.

Todos fueron engañados.

Pero, en un giro notable, después de ser acusado por las autoridades holandesas del delito de vender un Vermeer -por lo tanto, un tesoro nacional- al funcionario nazi Hermann Göring, Van Meegeren decidió exponerse como un estafador poco después del final de la Segunda Guerra Mundial.

Para demostrar su inocencia -si se le podría llamar inocencia- y demostrar que simplemente había vendido una falsificación sin valor de su propia serie, Van Meegeren realizó la extraordinaria hazaña de crear una obra maestra fresca de la nada ante los ojos asombrados de los expertos.

Voilà, un Vermeer.

3. La presión del trazo

Los gestos de los artistas -sus pinceladas y sus trazos-, estudiados e instintivos al mismo tiempo, son las huellas dactilares escritas sobre lienzos.

La ligereza de los trazos de un artista y la rigidez de los de otro son extremadamente difíciles de falsificar, especialmente si eres consciente de que cada contracción del pincel será examinada por ojos sospechosos y equipos de vanguardia.

Trabajar la presión del trazo bajo presión es algo difícil de hacer. El falsificador británico Eric Hebborn -quien murió en circunstancias sospechosas en Roma en 1996 después de una carrera falsificando más de 1.000 obras- superó este obstáculo con el alcohol.

La fluidez del trazo en las obras falsificadas por Hebborn sigue confundiendo hasta a los expertos

Según todos los relatos, el brandy era la herramienta de Hebborn para calmar sus nervios. Ello le permitió habitar sin inhibiciones la mente y el músculo de cualquier viejo maestro que estuviera interpretando.

Mientras que las falsificaciones en manos de los falsificadores Beltracchi y Van Meegeren están plagadas de gestos incoherentes, la fluidez de los dibujos falsificados por Hebborn sigue confundiendo a los expertos.

Hasta el día de hoy, las instituciones que poseen obras que pasaron por sus manos se niegan a aceptar que todas son falsas.

4. La biografía del autor

Cuando el análisis de los pigmentos, la procedencia y la presión del pincel todavía te dejan perplejo, puede ser necesario profundizar un poco más.

Durante 20 años, desde la década de 1990, la autenticidad de una obra de una naturaleza muerta supuestamente de Vincent van Gogh fue confirmada y refutada una y otra vez por los expertos.

Para algunos, los rojos abrasadores y azules submarinos que resonaban inquietantemente en el ramo de rosas, margaritas y flores silvestres no tenían el timbre de la verdad y parecían casar con la paleta del pintor.

La ausencia registros de propiedad de la pintura no ayudó.

Este cuadro de Van Gogh ocultaba otro en su interior

Pero una radiografía realizada en 2012 descartó las dudas cuando reveló que el artista reutilizó un lienzo con el que había creado otra obra, algo a lo que hizo referencia explícita en una carta de enero de 1886.

“Esta semana”, le comentó Van Gogh a su hermano Theo, “pinté una obra enorme con dos torsos desnudos, dos luchadores… y me gusta mucho hacerlo”.

La lucha estática de los dos atletas atrapados en la pintura durante más de un siglo no sólo rescató la obra de las acusaciones injustas de ilegitimidad, sino que creó una especie de cuadro compuesto fresco, una impresión vívida y desesperada por sobrevivir.

5. La escritura

La última garantía para autentificar una obra de arte es el corrector ortográfico.

Eso le habría ahorrado al coleccionista Pierre Lagrange US$17 millones, el precio que pagó en 2007 por una falsificación de una pequeña pintura de 30×46 cm atribuida falsamente al expresionista estadounidense Jackson Pollock.

Famoso por su estilo goteante, Pollock tiene una firma sorprendentemente legible, una inconfundible “c” antes de la “k” final. Una consonante omitida haría más que exponer la falsificación: destrozaría la reputación de toda una galería.

Un error en la firma de una falsificación del expresionista Jackson Pollock destrozó la reputación de una prestigiosas galería de arte

La firma descuidada fue solo una de las muchas ‘banderas rojas’ halladas en obras atribuidas falsamente a Rothko, De Kooning, Motherwell y otros que la galería Knoedler&Co, una de las instituciones de arte más antiguas y estimadas de Nueva York, logró vender por US$80 millones.

Las obras fraudulentas habían sido suministradas por un traficante dudoso que afirmaba que venían de un enigmático coleccionista, “Mr X”. Justo antes de que el escándalo estallara en la prensa, la galería cerró sus puertas después de 165 años.

El presunto autor de las falsificaciones, un septuagenario chino autodidacta llamado Pei-Shen Qian, que había operado desde un taller de falsificación en Queens, Nueva York desapareció. Más tarde apareció en China.

Kelly Grovier

 En los últimos años, junto al avance tecnológico, se aceleró el cuestionamiento sobre la integridad de las obras; las herramientas de análisis para comprobar la legitimidad  LA NACION

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