Premios Platino: un escaso pero emotivo premio para la Argentina y el brillo que aportó Eva Longoria
MADRID.- El momento más emotivo de la noche del Platino fue al mismo tiempo el más cercano al cine argentino. Pocos esperaban en las horas previas a la ceremonia de este domingo que Daniel Fanego se llevara el premio póstumo a la mejor interpretación masculina en cine por El jockey, cierre memorable de una extraordinaria trayectoria en la pantalla grande, especialmente en los últimos años.
Resultó todavía más poderoso que recibiera el premio Manuel Fanego, hijo de Daniel y continuador del recorrido artístico de su padre. El parecido fisonómico entre Manu y Daniel es notable, y lo mismo pasa con la elegante ironía que sale naturalmente de las palabras del heredero. “Si hay algo que aprendí desde chico fue hacer reír a mi papá y mi mamá”, dijo Manu, aferrando el Platino en los puños, apenas dejó el escenario para explicar por qué empezó su breve discurso de agradecimiento diciendo que su padre, fallecido en septiembre de 2024, no pudo asistir a la ceremonia.
Fanego hijo se valió del humor para dejar a la vista una de las llamativas constantes que tuvo este año, el decimosegundo de su historia, el premio Platino al cine y a las producciones audiovisuales que alterna cada año esta ceremonia entre la capital española y la Riviera Maya mexicana. Llamó la atención la gran cantidad de figuras ganadoras que no se hicieron presentes en esta ceremonia madrileña incluyendo a Fernanda Torres y Walter Salles, los grandes protagonistas de Aun estoy aquí, la película que le dio a Brasil el premio mayor por primera vez en los 12 años de historia de este premio.
Manu Fanego también reconoció luego del premio que su padre no se hubiese privado de decir “varias verdades incómodas” relacionadas con la actualidad del cine en la Argentina. Esa fue otra característica saliente de esta velada si la vemos desde la perspectiva argentina, sobre todo en la instancia previa al show propiamente dicho.
Hubo un común denominador en las declaraciones que hicieron en la alfombra roja casi todos los argentinos llegados hasta aquí como candidatos al premio o para anunciar desde el escenario a los ganadores de las diferentes categorías. De Lola Arias y Darío Grandinetti (los más elocuentes en sus críticas) a Juan Minujín y Luis Ortega, entre muchos otros nombres, ninguno se privó de hacer oír sus críticas a la política audiovisual del gobierno de Javier Milei y a lo que trascendió en los últimos días acerca de que el Incaa no habría financiado ningún proyecto cinematográfico en lo que va de este año.
Ese foco de atención quedó en segundo plano cuando la actriz mexicana Adriana Barraza y el actor chileno Alfredo Castro anunciaron el premio post-mortem para Fanego. Antes de anunciar el nombre de los nominados, Barraza y Castro rindieron tributo a la memoria del actor argentino.
“Nos gustaría muchísimo recordar de una forma muy especial a uno de los nominados, Daniel Fanego, quien nos dejó el pasado septiembre. Actor y director argentino, fue uno de los artistas más queridos de su generación con una larga trayectoria y una presencia destacada en el cine”, dijeron.
Este reconocimiento póstumo fue el único y aislado premio para la Argentina y también para El jockey, que había llegado a la ceremonia con nueve nominaciones y una presencia constante en las principales categorías. En verdad no hubo fortuna este año para el cine argentino en un premio que suele distinguir año a año a las producciones argentinas y este año dejó una magra cosecha para las producciones nacionales.
Alemania (ópera prima y educación y valores), Simón de la montaña (ópera prima), Reas (documental) y Campamento con mamá (comedia) se quedaron con las manos vacías frente al triunfo, repartido en dosis bastante equilibrada, de candidatos españoles y de distintos países latinoamericanos. Tampoco pudieron festejar nuestros compatriotas nominados en los rubros actorales como Darío Grandinetti y Nahuel Pérez Biscayart.
Cerró la noche el premio a la mejor película para Aun estoy aquí, que extendió al terreno del cine íberoamericano el camino triunfal de la película brasileña de Walter Salles después de su histórico triunfo de este año en la categoría internacional del Oscar. En esa línea también debe leerse el nuevo reconocimiento, de los muchos que viene recibiendo por esta película, para Fernanda Torres, ganadora del premio a la mejor interpretación femenina en cine. El gran actor español Eduard Fernández, como se esperaba, ganó en la versión masculina de esta misma categoría por El 47, film rodado y producido en Cataluña.
La ausencia de Torres y de Salles había sugerido en las horas previas la presencia de algunas dudas sobre las chances de Aun estoy aquí (que con todo nunca dejó de ser la gran candidata) y un eventual crecimiento paralelo de las posibilidades de las dos grandes candidatas españolas, El 47 y La infiltrada, que a comienzos de este año compartieron el triunfo en el Goya. Pero al final se repitió una vez más una lógica inalterable que un avezado conocedor de estos premios explicó antes de la ceremonia a LA NACION con breves palabras: “En estos premios el Oscar siempre termina matando al Goya”.
El anuncio del premio mayor cerró una ceremonia de casi tres horas que solo tuvo unas pocas sorpresas, como cuando Senna le ganó a Cien años de soledad en la categoría de mejor creador de series. De todas maneras, casi todo el resto de los premios en las categorías ligadas al mundo del streaming (series y miniseries) coronó como todos descontaban desde hace mucho a la producción colombiana Cien años de soledad.
No quedará por cierto en el recuerdo la presencia este año como conductores del actor español Asier Exteandía y la mexicana Aisleen Derbez, descolocados todo el tiempo en parte por la falta de un guión coherente y en parte por sus propios tropiezos. La fotogénica hija del popularísimo comediante mexicano Eugenio Derbez no es una comediante nata y sus intervenciones en este terreno, en especial durante un flojísimo sketch familiar compartido con su padre y su hermano Darío, causaron más aburrimiento que gracia.
Exteandía, conocido en la Argentina por su presencia destacada en Dolor y gloria, la película autobiográfica de Pedro Almodóvar, es un actor que no parece por momentos tener conciencia de su propia intensidad. Eligió una pose cargada de teatralidad que alcanzó su cumbre durante el extrañísimo momento musical que protagonizó con una versión de “Castillos en el aire”, de Alberto Cortez, cargada de exageración y grandilocuencia. El texto de la canción se perdió (o, mejor dicho, perdió todo su sentido original) en medio de la dramatización de Exteandía, jugada casi siempre al borde del grotesco.
Más fortuna tuvieron el malagueño Pablo Alborán y el astro de la bachata Prince Royce con el simple trámite, en breves y correctos cuadros con aires escenográficos del Grammy, de cumplir con lo que se les reconoce y se espera de ellos. A ellos iba a unirse María Becerra hasta que sus problemas de salud la obligaron a permanecer en Buenos Aires. Los conductores mencionaron a la cantante argentina en el comienzo de la gala y le desearon una pronta recuperación.
Para cumplir seguramente con una serie de compromisos previos, pensados para mantener el equilibrio entre España e Iberoamérica que los Platino cuidan con especial esmero, tres figuras de distintos países se encargaron de anunciar a los candidatos y proclamar a los ganadores de la mayoría de las categorías. Nombres más conocidos (Juan Minujín, Griselda Siciliani, Nicolás Furtado, Rodrigo Guirao) o más ignotos para el público argentino cumplieron con esa tarea recitando un guión demasiado retórico, pesado y ampuloso que convirtió a cada anuncio en un trámite burocrático.
Si la intención era destacar las características y cualidades de cada una de las especialidades que en conjunto construyen una película, el objetivo no se cumplió. Un breve y cuidado clip se propuso destacar el valor de la experiencia de ir al cine, sobre todo cuando se estimula desde la infancia. En vez de ayudar a profundizarla, el pálido guión de la gala fue diluyendo de a poco esa intención hasta hacerla casi invisible.
El tedio creció hacia el final a través de un fallido paso de comedia compartido por los conductores en medio de la manipulación de una gran esfera que simulaba ser un globo terráqueo y aludía a la transmisión de la posta entre España y México para la edición 2026 de los premios. Pareció que Derbez y Etxeandía entendían la comedia solo como el resultado de un descomunal esfuerzo, desconociendo una de las cualidades fundamentales del género, la ligereza.
No fue el del Platino 2025 un show precisamente brillante, aunque hubo un momento que se vivió con el espíritu glamoroso que nunca debe faltar en una ceremonia como esta. Fue cuando Eva Longoria, una estrella de verdad, recibió el Premio de Honor de este año con un mensaje cargado de sincera emoción que la puso al borde de las lágrimas.
Longoria supo en todo momento cuál era el lugar que le correspondía y agradeció en un español impecable un día después de balbucear unas cuantas palabras en nuestra lengua al presentarse por primera vez en público y hablar con los medios. En ese momento prometió risueñamente que el tequila la ayudaría para hablar mejor.
No sabemos si la clásica bebida mexicana logró ese efecto, pero quedó bien claro que Longoria se siente como en su casa en el sentido personal y en el profesional cada vez que ocupa el centro de una ceremonia de estas características. Y la elección de Sofía Vergara para acompañarla en el escenario también resultó muy adecuada.
MADRID.- El momento más emotivo de la noche del Platino fue al mismo tiempo el más cercano al cine argentino. Pocos esperaban en las horas previas a la ceremonia de este domingo que Daniel Fanego se llevara el premio póstumo a la mejor interpretación masculina en cine por El jockey, cierre memorable de una extraordinaria trayectoria en la pantalla grande, especialmente en los últimos años.
Resultó todavía más poderoso que recibiera el premio Manuel Fanego, hijo de Daniel y continuador del recorrido artístico de su padre. El parecido fisonómico entre Manu y Daniel es notable, y lo mismo pasa con la elegante ironía que sale naturalmente de las palabras del heredero. “Si hay algo que aprendí desde chico fue hacer reír a mi papá y mi mamá”, dijo Manu, aferrando el Platino en los puños, apenas dejó el escenario para explicar por qué empezó su breve discurso de agradecimiento diciendo que su padre, fallecido en septiembre de 2024, no pudo asistir a la ceremonia.
Fanego hijo se valió del humor para dejar a la vista una de las llamativas constantes que tuvo este año, el decimosegundo de su historia, el premio Platino al cine y a las producciones audiovisuales que alterna cada año esta ceremonia entre la capital española y la Riviera Maya mexicana. Llamó la atención la gran cantidad de figuras ganadoras que no se hicieron presentes en esta ceremonia madrileña incluyendo a Fernanda Torres y Walter Salles, los grandes protagonistas de Aun estoy aquí, la película que le dio a Brasil el premio mayor por primera vez en los 12 años de historia de este premio.
Manu Fanego también reconoció luego del premio que su padre no se hubiese privado de decir “varias verdades incómodas” relacionadas con la actualidad del cine en la Argentina. Esa fue otra característica saliente de esta velada si la vemos desde la perspectiva argentina, sobre todo en la instancia previa al show propiamente dicho.
Hubo un común denominador en las declaraciones que hicieron en la alfombra roja casi todos los argentinos llegados hasta aquí como candidatos al premio o para anunciar desde el escenario a los ganadores de las diferentes categorías. De Lola Arias y Darío Grandinetti (los más elocuentes en sus críticas) a Juan Minujín y Luis Ortega, entre muchos otros nombres, ninguno se privó de hacer oír sus críticas a la política audiovisual del gobierno de Javier Milei y a lo que trascendió en los últimos días acerca de que el Incaa no habría financiado ningún proyecto cinematográfico en lo que va de este año.
Ese foco de atención quedó en segundo plano cuando la actriz mexicana Adriana Barraza y el actor chileno Alfredo Castro anunciaron el premio post-mortem para Fanego. Antes de anunciar el nombre de los nominados, Barraza y Castro rindieron tributo a la memoria del actor argentino.
“Nos gustaría muchísimo recordar de una forma muy especial a uno de los nominados, Daniel Fanego, quien nos dejó el pasado septiembre. Actor y director argentino, fue uno de los artistas más queridos de su generación con una larga trayectoria y una presencia destacada en el cine”, dijeron.
Este reconocimiento póstumo fue el único y aislado premio para la Argentina y también para El jockey, que había llegado a la ceremonia con nueve nominaciones y una presencia constante en las principales categorías. En verdad no hubo fortuna este año para el cine argentino en un premio que suele distinguir año a año a las producciones argentinas y este año dejó una magra cosecha para las producciones nacionales.
Alemania (ópera prima y educación y valores), Simón de la montaña (ópera prima), Reas (documental) y Campamento con mamá (comedia) se quedaron con las manos vacías frente al triunfo, repartido en dosis bastante equilibrada, de candidatos españoles y de distintos países latinoamericanos. Tampoco pudieron festejar nuestros compatriotas nominados en los rubros actorales como Darío Grandinetti y Nahuel Pérez Biscayart.
Cerró la noche el premio a la mejor película para Aun estoy aquí, que extendió al terreno del cine íberoamericano el camino triunfal de la película brasileña de Walter Salles después de su histórico triunfo de este año en la categoría internacional del Oscar. En esa línea también debe leerse el nuevo reconocimiento, de los muchos que viene recibiendo por esta película, para Fernanda Torres, ganadora del premio a la mejor interpretación femenina en cine. El gran actor español Eduard Fernández, como se esperaba, ganó en la versión masculina de esta misma categoría por El 47, film rodado y producido en Cataluña.
La ausencia de Torres y de Salles había sugerido en las horas previas la presencia de algunas dudas sobre las chances de Aun estoy aquí (que con todo nunca dejó de ser la gran candidata) y un eventual crecimiento paralelo de las posibilidades de las dos grandes candidatas españolas, El 47 y La infiltrada, que a comienzos de este año compartieron el triunfo en el Goya. Pero al final se repitió una vez más una lógica inalterable que un avezado conocedor de estos premios explicó antes de la ceremonia a LA NACION con breves palabras: “En estos premios el Oscar siempre termina matando al Goya”.
El anuncio del premio mayor cerró una ceremonia de casi tres horas que solo tuvo unas pocas sorpresas, como cuando Senna le ganó a Cien años de soledad en la categoría de mejor creador de series. De todas maneras, casi todo el resto de los premios en las categorías ligadas al mundo del streaming (series y miniseries) coronó como todos descontaban desde hace mucho a la producción colombiana Cien años de soledad.
No quedará por cierto en el recuerdo la presencia este año como conductores del actor español Asier Exteandía y la mexicana Aisleen Derbez, descolocados todo el tiempo en parte por la falta de un guión coherente y en parte por sus propios tropiezos. La fotogénica hija del popularísimo comediante mexicano Eugenio Derbez no es una comediante nata y sus intervenciones en este terreno, en especial durante un flojísimo sketch familiar compartido con su padre y su hermano Darío, causaron más aburrimiento que gracia.
Exteandía, conocido en la Argentina por su presencia destacada en Dolor y gloria, la película autobiográfica de Pedro Almodóvar, es un actor que no parece por momentos tener conciencia de su propia intensidad. Eligió una pose cargada de teatralidad que alcanzó su cumbre durante el extrañísimo momento musical que protagonizó con una versión de “Castillos en el aire”, de Alberto Cortez, cargada de exageración y grandilocuencia. El texto de la canción se perdió (o, mejor dicho, perdió todo su sentido original) en medio de la dramatización de Exteandía, jugada casi siempre al borde del grotesco.
Más fortuna tuvieron el malagueño Pablo Alborán y el astro de la bachata Prince Royce con el simple trámite, en breves y correctos cuadros con aires escenográficos del Grammy, de cumplir con lo que se les reconoce y se espera de ellos. A ellos iba a unirse María Becerra hasta que sus problemas de salud la obligaron a permanecer en Buenos Aires. Los conductores mencionaron a la cantante argentina en el comienzo de la gala y le desearon una pronta recuperación.
Para cumplir seguramente con una serie de compromisos previos, pensados para mantener el equilibrio entre España e Iberoamérica que los Platino cuidan con especial esmero, tres figuras de distintos países se encargaron de anunciar a los candidatos y proclamar a los ganadores de la mayoría de las categorías. Nombres más conocidos (Juan Minujín, Griselda Siciliani, Nicolás Furtado, Rodrigo Guirao) o más ignotos para el público argentino cumplieron con esa tarea recitando un guión demasiado retórico, pesado y ampuloso que convirtió a cada anuncio en un trámite burocrático.
Si la intención era destacar las características y cualidades de cada una de las especialidades que en conjunto construyen una película, el objetivo no se cumplió. Un breve y cuidado clip se propuso destacar el valor de la experiencia de ir al cine, sobre todo cuando se estimula desde la infancia. En vez de ayudar a profundizarla, el pálido guión de la gala fue diluyendo de a poco esa intención hasta hacerla casi invisible.
El tedio creció hacia el final a través de un fallido paso de comedia compartido por los conductores en medio de la manipulación de una gran esfera que simulaba ser un globo terráqueo y aludía a la transmisión de la posta entre España y México para la edición 2026 de los premios. Pareció que Derbez y Etxeandía entendían la comedia solo como el resultado de un descomunal esfuerzo, desconociendo una de las cualidades fundamentales del género, la ligereza.
No fue el del Platino 2025 un show precisamente brillante, aunque hubo un momento que se vivió con el espíritu glamoroso que nunca debe faltar en una ceremonia como esta. Fue cuando Eva Longoria, una estrella de verdad, recibió el Premio de Honor de este año con un mensaje cargado de sincera emoción que la puso al borde de las lágrimas.
Longoria supo en todo momento cuál era el lugar que le correspondía y agradeció en un español impecable un día después de balbucear unas cuantas palabras en nuestra lengua al presentarse por primera vez en público y hablar con los medios. En ese momento prometió risueñamente que el tequila la ayudaría para hablar mejor.
No sabemos si la clásica bebida mexicana logró ese efecto, pero quedó bien claro que Longoria se siente como en su casa en el sentido personal y en el profesional cada vez que ocupa el centro de una ceremonia de estas características. Y la elección de Sofía Vergara para acompañarla en el escenario también resultó muy adecuada.
Daniel Fanego recibió un premio póstumo por su actuación en El jockey; una ceremonia con pocos atractivos LA NACION