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Puertas adentro: un argentino que trabajó en el Vaticano revela cómo era la rutina de Francisco y sus acciones silenciosas

¿Quién fue realmente Francisco? Sentado en un balcón aterrazado del colegio Michael Ham, en Vicente López, el cura sanisidrense Augusto Zampini elige responder a la pregunta con una escena: una reunión que él presenció en el Vaticano, de la que participaron el Papa y los altos oficiales de la Santa Sede.

–Nunca me voy a olvidar. Fue justo antes de que Italia se cerrara, al principio de la pandemia, cuando empezó a morir gente. En la reunión mostramos un informe sobre la cantidad de camas de terapia intensiva que había en los países. Todos empezábamos a preguntarnos y a intentar explicar los problemas que se venían: los cierres de fronteras, las hospitalizaciones. Había discusiones sobre lo que había que hacer, lo que no, todos opinaban. Y Francisco escuchaba, escuchaba, escuchaba. De repente dijo: “Bueno, a ver, paremos, paremos. Indudablemente se viene una difícil. Pero tenemos que pensar qué nos pide Dios a nosotros, qué luz tenemos que darle al mundo en medio de esta oscuridad”. Nos dejó a todos mudos. “Nuestra misión es darle luz al mundo”, dijo.

En el balcón del colegio Michael Ham, Augusto Zampini recuerda que trabajó cinco años junto a Francisco

Zampini hace una pausa para reponerse de la emoción. “Esta intervención del Papa lo pinta de cuerpo entero –sigue–. No pensó de manera utilitarista, no dijo: ‘Vamos a aprovechar la pandemia para ver qué le conviene a la Iglesia’. No: él solo quería ayudar a la gente. Nadie sabía cómo iba a ser la pandemia, si nos íbamos a morir todos o no. Él, ante cualquier duda, quería ayudar. Yo ahí pensé: ‘A este le creo. Este realmente es el representante de Jesús’”.

Los ojos del sacerdote se llenan de lágrimas. Pasó menos de una semana de la muerte del papa Francisco, y él se quedó con la culpa de no haber podido ir a visitarlo al Vaticano una última vez. “No pude ir en diciembre, como él me había pedido. Le dije que iba a ir en marzo y justo coincidió con que lo internaron. Así que estaba coordinando para ir en julio”, cuenta el sacerdote y abogado, quien entre sus múltiples títulos universitarios obtuvo un máster en Desarrollo Internacional en la Universidad de Bath, un doctorado en Teología en la Universidad Roehampton de Londres y un posdoctorado en Cambridge.

En 2017, tras años trabajando en la Agencia Oficial de Ayuda Católica de Inglaterra y Gales (Cafod), fue llamado por el Papa para ser el subsecretario del nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano, un “superministerio” que creó Francisco a partir de la fusión de diferentes Consejos Pontificios –Migrantes, Salud, Justicia, Paz y Caridad, entre otros– con la intención de darles mayor peso dentro de la estructura interna de la Santa Sede.

Francisco con Zampini:

Zampini también fue secretario adjunto de la Comisión Vaticana Covid-19, creada por Francisco durante la pandemia, rol en el cual participó de las mesas de diálogo entre las farmacéuticas productoras de vacunas contra el coronavirus y la Organización Mundial de la Salud para que “no se perdiera de vista la visión más humana al abordar la pandemia”, garantizando que las dosis estuvieran disponibles para todos los países.

Francisco hizo e intervino muchísimo más de lo que se sabe, de lo que trascendió. Por de pronto, en un montón de conflictos relacionados con migrantes, en temas de medio ambiente, por ejemplo ayudando a destrabar el Acuerdo de París en 2015”, suma el padre Zampini. Destaca también la influencia del Papa en conflictos geopolíticos, ofreciendo instancias de diálogo en el Vaticano entre líderes de distintos países.

Este deseo de actuar desde el “detrás de escena”, lejos de las cámaras y los aplausos, acompañó a Francisco desde antes de ser papa, afirma el sacerdote. Casi no conoció a Bergoglio en Buenos Aires, pero fue beneficiario de uno de los actos discretos de solidaridad que el entonces arzobispo porteño hacía.

Además de ser docente universitario, el padre Zampini es director del Proyecto Laudato Sí del colegio Michael Ham

“Mi primer destino como cura fue en Dique Luján, en las islas del Delta. La lancha que usábamos para ir de una isla a la otra se rompió. Imaginate pedirle a alguien que te dé un motor fuera de borda 80 caballos: no te lo da nadie. Nos costaba un montón de plata, pero sin ese motor no podíamos trabajar ni llegar a las zonas más humildes. Y de repente llegó un motor. Le pregunté al cura quién se lo había dado. ‘¿Vos podés creer que fue Bergoglio?‘, me respondió. Lo sacó de su propio bolsillo, ni siquiera de la plata de la diócesis”, detalla.

Tras esa experiencia, trabajó durante años en un barrio vulnerable del Bajo Boulogne, hasta que se ganó una beca del Ministerio de Relaciones Exteriores británico (Beca Chevening) para hacer sus estudios de posgrado en este país. Tras una vasta experiencia académica y laboral en Londres, en 2017 fue convocado por la Santa Sede, que por aquellos años atravesaba grandes cambios internos encabezados por el Papa argentino.

Vivir en el Vaticano

Zampini todavía recuerda su primera impresión del Vaticano y las tensiones que enseguida comenzó a sentir a su alrededor, muchas de ellas producidas por los cambios que Francisco había comenzado a implementar.

“Estaba abrumado. Me impresionó la cantidad de gente de distintas partes del mundo. Sobre todo me llamó la atención la diversidad de representaciones de la Iglesia que había dentro del Vaticano. Había un revuelo bárbaro. Francisco, con su decisión de vestirse sencillo y de moverse en un Ford Focus, estaba generando que todo el Vaticano tuviera que empezar a bajar el nivel de vida, de vestimenta, de autos. Hizo ruido desde el principio de su papado, cuando decidió vivir en Santa Marta en vez de en el Palacio Apostólico, porque había algunos debajo de él que vivían en palacios, ¿viste? A las famosas casas de indumentaria de Roma que hacían ropa para cardenales les empezaba a ir cada vez peor. Se veía también que en el estacionamiento había cada vez menos autos de lujo”, revela.

Recién al tiempo de trabajar en la Santa Sede comenzó a conocer de cerca al Papa. En ese entonces eran pocos los argentinos en el Vaticano, cuenta, por lo que a Francisco le causaba simpatía cuando, al cruzarse en una reunión de trabajo, el cura sanisidrense lo saludaba en castellano, y en castellano porteño. Así surgieron sus primeras conversaciones en privado, que luego pasaron a ser la norma.

“Francisco hizo e intervino muchísimo más de lo que se sabe, de lo que trascendió

“El Papa se despertaba cada día a las cuatro de la mañana. Rezaba, después leía un poco, desayunaba y empezaba el día. Empezaba tan temprano que, si lo agarrabas para hablar o tenías un reunión con él al final de la mañana, antes de almorzar, estaba muerto de sueño –cuenta, entre risas–. Lo mejor era agarrarlo bien temprano o a la tarde».

Zampini destaca el buen humor del Papa. “Cuando era cardenal, andaba con un rostro muy serio. Como papa, en cambio, tenía un rostro iluminado, como si se hubiera liberado de algún peso, como si el Espíritu Santo realmente lo hubiera tomado. Francisco era la bondad caminando. Eso no significa que el tipo no se pusiera firme. Era un administrador, para eso lo eligieron. Pero era muy bondadoso, sonriente, aun en los encuentros personales, y muy misericordioso y muy pastor”, recuerda.

Sus cinco años en el Vaticano fueron años de intenso trabajo, entre los diferentes viajes, como el Sínodo de la Amazonia –que consistió en más de 100 reuniones con diferentes actores– y las cuatro veces que viajó a las conferencias de Davos, entre otras decenas de viajes. Era tanto el trabajo que a Zampini le costaba entender cómo el Papa hacía para mantener la calma y la sonrisa ante tanta presión interna y externa. Una vez que él mismo atravesaba un cuadro de estrés, decidió preguntarle. “Me respondió: ‘Sentido del humor, sin sentido del humor es imposible’”, dice Zampini.

Zampini recuerda con admiración el día en que el Papa rezó solo en la Plaza San Pedro, al inicio de la pandemia

También recuerda con admiración el día en que Francisco rezó solo en la Plaza San Pedro, al inicio de la pandemia. “Hacía muchísimo frío y estaba lloviendo”, subraya.

Comenta que, tras terminar la crisis mundial por el Covid, cuando sentía que su trabajo en el Vaticano había culminado y en medio de un cuadro de burn out, le comunicó al Papa su decisión de volver a la Argentina. Desde su regreso, además de dar misa y vivir en una parroquia de la diócesis sanisidrense, trabaja como docente en la Universidad Católica Argentina (UCA) y en la Universidad Austral. También es director del Proyecto Laudato Sí del colegio Michael Ham, un proyecto de cinco años en el que la institución educativa busca certificarse como “colegio Laudato Sí”, incorporando en toda su currícula el espíritu de cuidado integral de la casa común que promovió Francisco en la encíclica homónima.

“No podemos garantizar su seguridad”

Zampini destaca que Francisco no solo desafió las jerarquías y el estilo de vida dentro del Vaticano; desafió también al servicio diplomático –“Creo que nunca trabajaron tanto como durante su papado”, sostiene– y, sobre todo, al personal de seguridad.

Durante su visita a Filipinas en 2015, ofició la misa más grande de la historia, en la cual congregó, según las estadísticas oficiales filipinas, a entre seis y siete millones de personas. El mayor desafío a la seguridad papal fue durante la visita de Francisco a Irak, el viaje de un papa a un país musulmán.

Francisco saluda a la multitud tras celebrar una misa histórica en Manila, Filipinas

“El Vaticano es chico. Se comentaba que le estaban diciendo al Papa que no fuera a Irak porque no podían garantizar su seguridad. Y yo me asusté un poco, me acuerdo, y le pregunté: ‘¿Pero usted realmente va a ir? Porque estoy escuchando que le recomiendan que es mejor que no’. ‘Voy a ir. Tengo una intuición de que hay que ir’, me contestó. Terminó visitando a uno de los principales líderes musulmanes y dando misa allá. Nosotros no somos conscientes del impacto que tuvo en los países árabes esa visita”, indica, y suma: “Tampoco somos conscientes del impacto general que tuvo Francisco”.

Zampini dice sentir una mezcla de emociones desde la muerte del Papa. Por un lado, lamenta su partida, pero a la vez siente cierta esperanza.

“Tengo la esperanza de que, tras su muerte, podamos ver su legado. En la Argentina, que hay tanta grieta y tanta grieta con él, ahora de repente todo el mundo lo empieza a valorar. El otro día se dio el primer milagro de Francisco: el Congreso, que no puede ponerse de acuerdo ni en la agenda del día, se puso de acuerdo en hacerle un homenaje –destaca–. Estoy seguro que este Papa va a ser muy recordado».

¿Quién fue realmente Francisco? Sentado en un balcón aterrazado del colegio Michael Ham, en Vicente López, el cura sanisidrense Augusto Zampini elige responder a la pregunta con una escena: una reunión que él presenció en el Vaticano, de la que participaron el Papa y los altos oficiales de la Santa Sede.

–Nunca me voy a olvidar. Fue justo antes de que Italia se cerrara, al principio de la pandemia, cuando empezó a morir gente. En la reunión mostramos un informe sobre la cantidad de camas de terapia intensiva que había en los países. Todos empezábamos a preguntarnos y a intentar explicar los problemas que se venían: los cierres de fronteras, las hospitalizaciones. Había discusiones sobre lo que había que hacer, lo que no, todos opinaban. Y Francisco escuchaba, escuchaba, escuchaba. De repente dijo: “Bueno, a ver, paremos, paremos. Indudablemente se viene una difícil. Pero tenemos que pensar qué nos pide Dios a nosotros, qué luz tenemos que darle al mundo en medio de esta oscuridad”. Nos dejó a todos mudos. “Nuestra misión es darle luz al mundo”, dijo.

En el balcón del colegio Michael Ham, Augusto Zampini recuerda que trabajó cinco años junto a Francisco

Zampini hace una pausa para reponerse de la emoción. “Esta intervención del Papa lo pinta de cuerpo entero –sigue–. No pensó de manera utilitarista, no dijo: ‘Vamos a aprovechar la pandemia para ver qué le conviene a la Iglesia’. No: él solo quería ayudar a la gente. Nadie sabía cómo iba a ser la pandemia, si nos íbamos a morir todos o no. Él, ante cualquier duda, quería ayudar. Yo ahí pensé: ‘A este le creo. Este realmente es el representante de Jesús’”.

Los ojos del sacerdote se llenan de lágrimas. Pasó menos de una semana de la muerte del papa Francisco, y él se quedó con la culpa de no haber podido ir a visitarlo al Vaticano una última vez. “No pude ir en diciembre, como él me había pedido. Le dije que iba a ir en marzo y justo coincidió con que lo internaron. Así que estaba coordinando para ir en julio”, cuenta el sacerdote y abogado, quien entre sus múltiples títulos universitarios obtuvo un máster en Desarrollo Internacional en la Universidad de Bath, un doctorado en Teología en la Universidad Roehampton de Londres y un posdoctorado en Cambridge.

En 2017, tras años trabajando en la Agencia Oficial de Ayuda Católica de Inglaterra y Gales (Cafod), fue llamado por el Papa para ser el subsecretario del nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano, un “superministerio” que creó Francisco a partir de la fusión de diferentes Consejos Pontificios –Migrantes, Salud, Justicia, Paz y Caridad, entre otros– con la intención de darles mayor peso dentro de la estructura interna de la Santa Sede.

Francisco con Zampini:

Zampini también fue secretario adjunto de la Comisión Vaticana Covid-19, creada por Francisco durante la pandemia, rol en el cual participó de las mesas de diálogo entre las farmacéuticas productoras de vacunas contra el coronavirus y la Organización Mundial de la Salud para que “no se perdiera de vista la visión más humana al abordar la pandemia”, garantizando que las dosis estuvieran disponibles para todos los países.

Francisco hizo e intervino muchísimo más de lo que se sabe, de lo que trascendió. Por de pronto, en un montón de conflictos relacionados con migrantes, en temas de medio ambiente, por ejemplo ayudando a destrabar el Acuerdo de París en 2015”, suma el padre Zampini. Destaca también la influencia del Papa en conflictos geopolíticos, ofreciendo instancias de diálogo en el Vaticano entre líderes de distintos países.

Este deseo de actuar desde el “detrás de escena”, lejos de las cámaras y los aplausos, acompañó a Francisco desde antes de ser papa, afirma el sacerdote. Casi no conoció a Bergoglio en Buenos Aires, pero fue beneficiario de uno de los actos discretos de solidaridad que el entonces arzobispo porteño hacía.

Además de ser docente universitario, el padre Zampini es director del Proyecto Laudato Sí del colegio Michael Ham

“Mi primer destino como cura fue en Dique Luján, en las islas del Delta. La lancha que usábamos para ir de una isla a la otra se rompió. Imaginate pedirle a alguien que te dé un motor fuera de borda 80 caballos: no te lo da nadie. Nos costaba un montón de plata, pero sin ese motor no podíamos trabajar ni llegar a las zonas más humildes. Y de repente llegó un motor. Le pregunté al cura quién se lo había dado. ‘¿Vos podés creer que fue Bergoglio?‘, me respondió. Lo sacó de su propio bolsillo, ni siquiera de la plata de la diócesis”, detalla.

Tras esa experiencia, trabajó durante años en un barrio vulnerable del Bajo Boulogne, hasta que se ganó una beca del Ministerio de Relaciones Exteriores británico (Beca Chevening) para hacer sus estudios de posgrado en este país. Tras una vasta experiencia académica y laboral en Londres, en 2017 fue convocado por la Santa Sede, que por aquellos años atravesaba grandes cambios internos encabezados por el Papa argentino.

Vivir en el Vaticano

Zampini todavía recuerda su primera impresión del Vaticano y las tensiones que enseguida comenzó a sentir a su alrededor, muchas de ellas producidas por los cambios que Francisco había comenzado a implementar.

“Estaba abrumado. Me impresionó la cantidad de gente de distintas partes del mundo. Sobre todo me llamó la atención la diversidad de representaciones de la Iglesia que había dentro del Vaticano. Había un revuelo bárbaro. Francisco, con su decisión de vestirse sencillo y de moverse en un Ford Focus, estaba generando que todo el Vaticano tuviera que empezar a bajar el nivel de vida, de vestimenta, de autos. Hizo ruido desde el principio de su papado, cuando decidió vivir en Santa Marta en vez de en el Palacio Apostólico, porque había algunos debajo de él que vivían en palacios, ¿viste? A las famosas casas de indumentaria de Roma que hacían ropa para cardenales les empezaba a ir cada vez peor. Se veía también que en el estacionamiento había cada vez menos autos de lujo”, revela.

Recién al tiempo de trabajar en la Santa Sede comenzó a conocer de cerca al Papa. En ese entonces eran pocos los argentinos en el Vaticano, cuenta, por lo que a Francisco le causaba simpatía cuando, al cruzarse en una reunión de trabajo, el cura sanisidrense lo saludaba en castellano, y en castellano porteño. Así surgieron sus primeras conversaciones en privado, que luego pasaron a ser la norma.

“Francisco hizo e intervino muchísimo más de lo que se sabe, de lo que trascendió

“El Papa se despertaba cada día a las cuatro de la mañana. Rezaba, después leía un poco, desayunaba y empezaba el día. Empezaba tan temprano que, si lo agarrabas para hablar o tenías un reunión con él al final de la mañana, antes de almorzar, estaba muerto de sueño –cuenta, entre risas–. Lo mejor era agarrarlo bien temprano o a la tarde».

Zampini destaca el buen humor del Papa. “Cuando era cardenal, andaba con un rostro muy serio. Como papa, en cambio, tenía un rostro iluminado, como si se hubiera liberado de algún peso, como si el Espíritu Santo realmente lo hubiera tomado. Francisco era la bondad caminando. Eso no significa que el tipo no se pusiera firme. Era un administrador, para eso lo eligieron. Pero era muy bondadoso, sonriente, aun en los encuentros personales, y muy misericordioso y muy pastor”, recuerda.

Sus cinco años en el Vaticano fueron años de intenso trabajo, entre los diferentes viajes, como el Sínodo de la Amazonia –que consistió en más de 100 reuniones con diferentes actores– y las cuatro veces que viajó a las conferencias de Davos, entre otras decenas de viajes. Era tanto el trabajo que a Zampini le costaba entender cómo el Papa hacía para mantener la calma y la sonrisa ante tanta presión interna y externa. Una vez que él mismo atravesaba un cuadro de estrés, decidió preguntarle. “Me respondió: ‘Sentido del humor, sin sentido del humor es imposible’”, dice Zampini.

Zampini recuerda con admiración el día en que el Papa rezó solo en la Plaza San Pedro, al inicio de la pandemia

También recuerda con admiración el día en que Francisco rezó solo en la Plaza San Pedro, al inicio de la pandemia. “Hacía muchísimo frío y estaba lloviendo”, subraya.

Comenta que, tras terminar la crisis mundial por el Covid, cuando sentía que su trabajo en el Vaticano había culminado y en medio de un cuadro de burn out, le comunicó al Papa su decisión de volver a la Argentina. Desde su regreso, además de dar misa y vivir en una parroquia de la diócesis sanisidrense, trabaja como docente en la Universidad Católica Argentina (UCA) y en la Universidad Austral. También es director del Proyecto Laudato Sí del colegio Michael Ham, un proyecto de cinco años en el que la institución educativa busca certificarse como “colegio Laudato Sí”, incorporando en toda su currícula el espíritu de cuidado integral de la casa común que promovió Francisco en la encíclica homónima.

“No podemos garantizar su seguridad”

Zampini destaca que Francisco no solo desafió las jerarquías y el estilo de vida dentro del Vaticano; desafió también al servicio diplomático –“Creo que nunca trabajaron tanto como durante su papado”, sostiene– y, sobre todo, al personal de seguridad.

Durante su visita a Filipinas en 2015, ofició la misa más grande de la historia, en la cual congregó, según las estadísticas oficiales filipinas, a entre seis y siete millones de personas. El mayor desafío a la seguridad papal fue durante la visita de Francisco a Irak, el viaje de un papa a un país musulmán.

Francisco saluda a la multitud tras celebrar una misa histórica en Manila, Filipinas

“El Vaticano es chico. Se comentaba que le estaban diciendo al Papa que no fuera a Irak porque no podían garantizar su seguridad. Y yo me asusté un poco, me acuerdo, y le pregunté: ‘¿Pero usted realmente va a ir? Porque estoy escuchando que le recomiendan que es mejor que no’. ‘Voy a ir. Tengo una intuición de que hay que ir’, me contestó. Terminó visitando a uno de los principales líderes musulmanes y dando misa allá. Nosotros no somos conscientes del impacto que tuvo en los países árabes esa visita”, indica, y suma: “Tampoco somos conscientes del impacto general que tuvo Francisco”.

Zampini dice sentir una mezcla de emociones desde la muerte del Papa. Por un lado, lamenta su partida, pero a la vez siente cierta esperanza.

“Tengo la esperanza de que, tras su muerte, podamos ver su legado. En la Argentina, que hay tanta grieta y tanta grieta con él, ahora de repente todo el mundo lo empieza a valorar. El otro día se dio el primer milagro de Francisco: el Congreso, que no puede ponerse de acuerdo ni en la agenda del día, se puso de acuerdo en hacerle un homenaje –destaca–. Estoy seguro que este Papa va a ser muy recordado».

 El sacerdote Augusto Zampini se desempeñó cinco años en la Santa Sede y recuerda cómo sobrellevaba los conflictos  LA NACION

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