La ruta de los paradores ruteros argentinos para encontrar los mejores sándwiches

El sándwich está de moda, aunque siempre estuvo vigente para los viajeros que se aventuran en las rutas argentinas.
El clásico y familiar sándwich que se consigue en viejos y algunos renovados paradores ruteros atrae a cada vez a más sibaritas de los caminos que comparten sus descubrimientos en las redes, diseñando entre todos una ruta de paradas que tienen un denominador común: buenos productos, y la sosegada paz de sentirse en un oasis de aromas y calma, a un costado del camino.
Esta es la ruta de los paradores ruteros argentinos.
Road House, Las Flores
“Lo que busca el viajero es un lugar tranquilo y familiar”, dice David di Tullio, desde Road House. Sabe de lo que habla: durante más de 50 años fueron los responsables del comedor del ACA de Gorchs, con su sándwich que entró en el terreno de lo legendario.
En esta nueva apuesta, traen toda la experiencia de haber alimentado a miles de viajeros en tantas décadas “Se tiene que sentir cómodo y comer algo que lo haga sentir en su casa”, reflexiona di Tullio. Le gusta llamar al parador, “Industria de Sabores”, y los sándwiches que hacen “son para que el viaje valga la pena”.
Muchos vienen a buscar el venerado de crudo y queso, pero también tienen otras especialidades como: el completo de lomo, bondiola y uno de mortadela con pistacho. “Charlamos con los viajeros, contamos historias”, dice Di Tullio. Un refugio y punto de encuentro. “No somos un lugar frío como las estaciones de servicio”, concluye.
La Tacuarita, Coronel Pringles
“A veces me desvío 100 kilómetros, pero tengo que parar acá”, dice Alejandro Vagliano, camionero camino a Comodoro Rivadavia.
Pocas estaciones de servicios ostentan el rango de La Tacuarita. Abierta en 1972 está inmediatamente después de la rotonda que una las rutas 51 y 85. En temporada alta pasan más de 3000 personas. “Es parada obligada: los sándwiches de Lele y el aire acondicionado”, agrega el camionero.
Tiene todo lo que un viajero necesita: combustible, un salón amplio, baños limpios, ambiente climatizado, un hotel y una parada sanguchera del chef Lele Cristóbal. Muy concurrida, es un punto de encuentro para los cientos de autos y camiones que paran las 24 horas. Un promedio de 110 camiones para a hacer la noche “El viajero necesita un mimo: comer un buen sándwich, generoso, con mucho fiambre”, dice Cristóbal.
Con el pan recién hecho, crujiente y humeante, el fiambre se entibia y el sabor explora en el paladar. Hace seis hechos en el momento y tres prensados con jamón y queso, lomito y chedar, pastrón, danbo y pepinillos. “Nada de bandejas plásticas ni papel film: te lo damos envuelto en papel”, agrega el chef, como en los almacenes, un viaje en el tiempo dentro de la ruta.
“La Tacuarita se ha transformado en sinónimo de Pringles”, dice su encargado, Nicolás Jarque.
El Cruce, Balcarce
“Todos quedan sorprendidos cuando lo ven”, dice Mabel di Santis. En el mostrador, recién hecho, fresco y al natural se presenta el que muchos han llamado con mucho cariño “la bestia de Balcarce”, el desmesurado y sentimental sándwich de jamón crudo y queso de medio metro de largo, con 250 gramos de jamón y el mismo peso de queso. Se puede compartir y además hacen otros gustos.
El parador existe desde 1937 y se lo reconoce por una enorme lata de gaseosa en su frente. Está a un costado de la rotonda de las rutas 55 y 226, en el acceso de la ciudad que recuerda a su hijo dilecto: Juan Manuel Fangio.
“Es un misterio, no sabemos por qué genera tanta veneración”, cuenta Daniel Rivera. Junto a su hijo atienden desde temprano. El salón es cómodo y luminoso con vista a la serranía.
Panadería La Unión, Tolhuin
“Recorren toda la Argentina para venir a comer el sándwich”, comenta Emilio Sáez, dueño de esta panadería que suele recibir en temporada alta alrededor de 5000 visitantes los fines de semana buscando no solo el sándwich de crudo y queso, sino la pastelería y panificación, ambas de gran calidad.
Los maestros panaderos trabajan a la vista. No hay ningún secreto y a la vez todos: Tolhuin es un pequeño pueblo de inmensa belleza a orillas del lago Fagnano. Tiene 6000 habitantes que viven entre el bosque y la cordillera. “Al días de dos cuadras de cola”, dice Sáez.
Para amenizar la espera, los convida con libritos calentitos, recién salidos del horno. Tiene un expendedor de yerba y agua, ambos gratuitos. “Sí, regalamos yerba”, asegura. Sus mesas están siempre ocupadas y él se encarga de saludar a todos. “La Unión es símbolo de Tolhuin”, cuenta Sáez.
Aromas de campo, 9 de Julio
“Nuestra idea es darte un sándwich de calidad y que puedas salir de las estaciones de servicio”, confiesa Fernando Ghedin.
Está en el acceso a esta localidad arbolada y bella, su propuesta es elevar al sándwich a un territorio fino y delicado. Sus productos son muy cuidados, hace una selección de los mejores fiambres y quesos de la región y la presentación de los sándwiches es fina y cuidada. Se especializa en ahumados, con 20 variedades. El de crudo y queso brie llega con rúcula y aceite de oliva, el especia de la casa, matambre arrollado, queso de campo, lechuga, tomate y oliva. “Están pensados para que sigas viaje contento”, confiesa Ghedin.
Almacén “Quito”, Falda del Carmen
“Ahí se sentó Scaloni”, dice Marcos Arias, con orgullo. En la galería, en un costado de la silla, un cartel lo recuerda. “En esta mesa comió un sándwich Lioinel Scaloni”.
Sin más presentaciones, es un punto de encuentro de amantes de las historias y de lo clásico: el sándwich de crudo y queso (existe una versión con jamón español) debería ser declarado patrimonio gastronómico cordobés. “Hacemos cada sándwich como si fuera el primero: sabemos que estamos haciendo algo importante”, afirma Arias.
Quito, su padre, aún está detrás del mostrador. Corta el fiambre con cuchillo y saluda a los cientos de sibaritas de todo el país que se acercan a probar un bocado que tiene rango de leyenda. Hacen más de 700 sandwiches por día, un secreto: el pan es el mismo que usaron el primer día que abrieron. Una panadería de Alta Gracia se los hace especialmente. Muchos lo untan con manteca pomada.
Celebridades suelen visitar el almacén. El edificio fue una pulpería con 130 años de historia. “El que viene a Córdoba y no para acá, no vino a Córdoba”, confiesa Arias.
Parador Lago, Ceibas
“¿Dónde vas a encontrar un sándwich de milanesa con masa de hojaldre?”, se pregunta Roberto Schonfeld, sentado con su plato mirando desde un ventanal circular el agua del río.
La ruta 14 es una de las venas de cemento con más tráfico del litoral, pero en el parador la calma es total. El salón es de otra época, inmenso y acogedor. En la línea de caja venden productos locales. En Entre Ríos la panificación es excelente: especiales, mosaicos, borrachitos y madrileñas. También conservas de jabalí, conejo, vizcacha, y ciervo. Uno de estos animales, de fantasía, erguido en dos patas, saluda a la entrada.
El menú es rutero y litoraleño. Bifes con papas fritas, pastas caseras y la estrella: el sándwich completo de milanesa que viene con lechuga, tomate, queso y huevo frito. El tamaño es desmedido, tanto que llega en una fuente cortado en tres porciones. Un deck sobre el agua ofrece una vista intima y total del litoral: muchos verdes, el marrón del agua y el cielo brillante con un sol que siempre entibia la piel. “Hasta Corrientes ya no como”, confiesa Schonfeld, que sigue viaje hasta Misiones.
Jamón del Medio, El Sosneado
“Es el preferido de Francis Mallmann. Cuando viene por acá, para siempre”, afirma Marcos Guiu. El gran cocinero se guía con su intuición y no le falla: al lado de una estación de servicio y parada de ómnibus, enmarcadas por la cordillera, el salón del parador es una exquisita demostración del buen gusto y de la afición por los buenos productos, en una tierra que abundan. Está sobre la legendaria ruta 40, km 3000. Los sándwich se hacen en el momento, no hay apuros: aquí hacen el pan lo hacen ellos mismos y sale calentito, la ceremonia es vista con veneración.
Jamón del Medio es una pequeña cabaña de madera, en su interior ocurre la magia. En el mostrador Marcos corta el pan, lo moja con un suspiro de aceite de oliva y pasta de aceitunas (opcional), ordena el jamón y el queso. Algunos piden rúcula y tomates secos hidratados, lo sirven en una bolsa de papel. Con las primeras nevadas, el lugar semeja una postal soñada. “Hacemos los sándwiches como si los fuéramos a comer nosotros: y somos de sangre italiana”, aclara Marcos para despejar dudas.
Parador Talacasto, San Juan
La desolación es melancólica; la presencia humana se ha retirado muchos kilómetros atrás. Pero como un oasis en esta tierra asolada por el viento Zonda, emerge una isla de árboles secos alrededor de casas en ruinas: es el parador Talacasto, en el km 3514. Es una parada deseada por viajeros, principalmente los que circulan en bicicletas porque pueden ducharse, armar carpa y los que necesitan el abrigo de un colchón, alquilar habitaciones. El agua la traen de la vecina Jáchal.
En el mostrador se tres objetos de deseo: vino casero de Calingasta, las semitas (el maná sanjuanino) y en protegidos por una campana, los sándwiches de jamón crudo y queso hechos con pan de miga que aquí mismo amasan, la particularidad es que es cuadrangular, se ven pocos así en las rutas. La bebida la sirven muy fría. A un costado algunas golosinas, paquetes de galletitas y sobre de bicarbonato de sodio saborizados con Fanta, Menta y Limón: caricias para el paladar del camionero que masca su acullico de coca para alivianar los interminables viajes. No tiene electricidad de red, aunque se abastece con un generador, que es encendido de noche y durante algunas horas en el día para mantener los alimentos y las bebidas frescas. No se necesita más, en el desierto el parador es un espejismo real.
Parador Las Dos Rutas, Paraje Pedro Buodo
“Lo único que nos importa es que cada viajero se vaya feliz”, dice Sergio Bonetto. El parador es muy fácil de reconocer, está al lado de una estación YPF: más autos frenen a buscar los sándwiches que a cargar nafta, en una tierra en donde la próxima estación está a 200 kilómetros.
El sándwich de crudo y queso es la segunda tentación que Eva no vio, lo presentan en un plato, que se desborda. El jamón, como todos los fiambres lo hacen ellos mismo, y el pan, una panadería en una colonia alemana vecina. Una heladera exhibidora expone as piezas no solo de crudo, sino de queso, jamón y un matambre casero que es debilidad de camioneros. También es parada de ómnibus, muchos llegan desde Brasil en un viaje bíblico. “Se enloquecen con el jamón crudo”, dice Bonetto.
El parador, además, tiene habitaciones muy cómodas, ofrece vino pampeano, el menú se amplia con sopa, guiso de mondongo y pastas. Todo es casero, el queso lo hacen los menonitas de Guatraché. El pecado aquí danza en libertad y no queda otra que caer en la tentación.
El sándwich está de moda, aunque siempre estuvo vigente para los viajeros que se aventuran en las rutas argentinas.
El clásico y familiar sándwich que se consigue en viejos y algunos renovados paradores ruteros atrae a cada vez a más sibaritas de los caminos que comparten sus descubrimientos en las redes, diseñando entre todos una ruta de paradas que tienen un denominador común: buenos productos, y la sosegada paz de sentirse en un oasis de aromas y calma, a un costado del camino.
Esta es la ruta de los paradores ruteros argentinos.
Road House, Las Flores
“Lo que busca el viajero es un lugar tranquilo y familiar”, dice David di Tullio, desde Road House. Sabe de lo que habla: durante más de 50 años fueron los responsables del comedor del ACA de Gorchs, con su sándwich que entró en el terreno de lo legendario.
En esta nueva apuesta, traen toda la experiencia de haber alimentado a miles de viajeros en tantas décadas “Se tiene que sentir cómodo y comer algo que lo haga sentir en su casa”, reflexiona di Tullio. Le gusta llamar al parador, “Industria de Sabores”, y los sándwiches que hacen “son para que el viaje valga la pena”.
Muchos vienen a buscar el venerado de crudo y queso, pero también tienen otras especialidades como: el completo de lomo, bondiola y uno de mortadela con pistacho. “Charlamos con los viajeros, contamos historias”, dice Di Tullio. Un refugio y punto de encuentro. “No somos un lugar frío como las estaciones de servicio”, concluye.
La Tacuarita, Coronel Pringles
“A veces me desvío 100 kilómetros, pero tengo que parar acá”, dice Alejandro Vagliano, camionero camino a Comodoro Rivadavia.
Pocas estaciones de servicios ostentan el rango de La Tacuarita. Abierta en 1972 está inmediatamente después de la rotonda que una las rutas 51 y 85. En temporada alta pasan más de 3000 personas. “Es parada obligada: los sándwiches de Lele y el aire acondicionado”, agrega el camionero.
Tiene todo lo que un viajero necesita: combustible, un salón amplio, baños limpios, ambiente climatizado, un hotel y una parada sanguchera del chef Lele Cristóbal. Muy concurrida, es un punto de encuentro para los cientos de autos y camiones que paran las 24 horas. Un promedio de 110 camiones para a hacer la noche “El viajero necesita un mimo: comer un buen sándwich, generoso, con mucho fiambre”, dice Cristóbal.
Con el pan recién hecho, crujiente y humeante, el fiambre se entibia y el sabor explora en el paladar. Hace seis hechos en el momento y tres prensados con jamón y queso, lomito y chedar, pastrón, danbo y pepinillos. “Nada de bandejas plásticas ni papel film: te lo damos envuelto en papel”, agrega el chef, como en los almacenes, un viaje en el tiempo dentro de la ruta.
“La Tacuarita se ha transformado en sinónimo de Pringles”, dice su encargado, Nicolás Jarque.
El Cruce, Balcarce
“Todos quedan sorprendidos cuando lo ven”, dice Mabel di Santis. En el mostrador, recién hecho, fresco y al natural se presenta el que muchos han llamado con mucho cariño “la bestia de Balcarce”, el desmesurado y sentimental sándwich de jamón crudo y queso de medio metro de largo, con 250 gramos de jamón y el mismo peso de queso. Se puede compartir y además hacen otros gustos.
El parador existe desde 1937 y se lo reconoce por una enorme lata de gaseosa en su frente. Está a un costado de la rotonda de las rutas 55 y 226, en el acceso de la ciudad que recuerda a su hijo dilecto: Juan Manuel Fangio.
“Es un misterio, no sabemos por qué genera tanta veneración”, cuenta Daniel Rivera. Junto a su hijo atienden desde temprano. El salón es cómodo y luminoso con vista a la serranía.
Panadería La Unión, Tolhuin
“Recorren toda la Argentina para venir a comer el sándwich”, comenta Emilio Sáez, dueño de esta panadería que suele recibir en temporada alta alrededor de 5000 visitantes los fines de semana buscando no solo el sándwich de crudo y queso, sino la pastelería y panificación, ambas de gran calidad.
Los maestros panaderos trabajan a la vista. No hay ningún secreto y a la vez todos: Tolhuin es un pequeño pueblo de inmensa belleza a orillas del lago Fagnano. Tiene 6000 habitantes que viven entre el bosque y la cordillera. “Al días de dos cuadras de cola”, dice Sáez.
Para amenizar la espera, los convida con libritos calentitos, recién salidos del horno. Tiene un expendedor de yerba y agua, ambos gratuitos. “Sí, regalamos yerba”, asegura. Sus mesas están siempre ocupadas y él se encarga de saludar a todos. “La Unión es símbolo de Tolhuin”, cuenta Sáez.
Aromas de campo, 9 de Julio
“Nuestra idea es darte un sándwich de calidad y que puedas salir de las estaciones de servicio”, confiesa Fernando Ghedin.
Está en el acceso a esta localidad arbolada y bella, su propuesta es elevar al sándwich a un territorio fino y delicado. Sus productos son muy cuidados, hace una selección de los mejores fiambres y quesos de la región y la presentación de los sándwiches es fina y cuidada. Se especializa en ahumados, con 20 variedades. El de crudo y queso brie llega con rúcula y aceite de oliva, el especia de la casa, matambre arrollado, queso de campo, lechuga, tomate y oliva. “Están pensados para que sigas viaje contento”, confiesa Ghedin.
Almacén “Quito”, Falda del Carmen
“Ahí se sentó Scaloni”, dice Marcos Arias, con orgullo. En la galería, en un costado de la silla, un cartel lo recuerda. “En esta mesa comió un sándwich Lioinel Scaloni”.
Sin más presentaciones, es un punto de encuentro de amantes de las historias y de lo clásico: el sándwich de crudo y queso (existe una versión con jamón español) debería ser declarado patrimonio gastronómico cordobés. “Hacemos cada sándwich como si fuera el primero: sabemos que estamos haciendo algo importante”, afirma Arias.
Quito, su padre, aún está detrás del mostrador. Corta el fiambre con cuchillo y saluda a los cientos de sibaritas de todo el país que se acercan a probar un bocado que tiene rango de leyenda. Hacen más de 700 sandwiches por día, un secreto: el pan es el mismo que usaron el primer día que abrieron. Una panadería de Alta Gracia se los hace especialmente. Muchos lo untan con manteca pomada.
Celebridades suelen visitar el almacén. El edificio fue una pulpería con 130 años de historia. “El que viene a Córdoba y no para acá, no vino a Córdoba”, confiesa Arias.
Parador Lago, Ceibas
“¿Dónde vas a encontrar un sándwich de milanesa con masa de hojaldre?”, se pregunta Roberto Schonfeld, sentado con su plato mirando desde un ventanal circular el agua del río.
La ruta 14 es una de las venas de cemento con más tráfico del litoral, pero en el parador la calma es total. El salón es de otra época, inmenso y acogedor. En la línea de caja venden productos locales. En Entre Ríos la panificación es excelente: especiales, mosaicos, borrachitos y madrileñas. También conservas de jabalí, conejo, vizcacha, y ciervo. Uno de estos animales, de fantasía, erguido en dos patas, saluda a la entrada.
El menú es rutero y litoraleño. Bifes con papas fritas, pastas caseras y la estrella: el sándwich completo de milanesa que viene con lechuga, tomate, queso y huevo frito. El tamaño es desmedido, tanto que llega en una fuente cortado en tres porciones. Un deck sobre el agua ofrece una vista intima y total del litoral: muchos verdes, el marrón del agua y el cielo brillante con un sol que siempre entibia la piel. “Hasta Corrientes ya no como”, confiesa Schonfeld, que sigue viaje hasta Misiones.
Jamón del Medio, El Sosneado
“Es el preferido de Francis Mallmann. Cuando viene por acá, para siempre”, afirma Marcos Guiu. El gran cocinero se guía con su intuición y no le falla: al lado de una estación de servicio y parada de ómnibus, enmarcadas por la cordillera, el salón del parador es una exquisita demostración del buen gusto y de la afición por los buenos productos, en una tierra que abundan. Está sobre la legendaria ruta 40, km 3000. Los sándwich se hacen en el momento, no hay apuros: aquí hacen el pan lo hacen ellos mismos y sale calentito, la ceremonia es vista con veneración.
Jamón del Medio es una pequeña cabaña de madera, en su interior ocurre la magia. En el mostrador Marcos corta el pan, lo moja con un suspiro de aceite de oliva y pasta de aceitunas (opcional), ordena el jamón y el queso. Algunos piden rúcula y tomates secos hidratados, lo sirven en una bolsa de papel. Con las primeras nevadas, el lugar semeja una postal soñada. “Hacemos los sándwiches como si los fuéramos a comer nosotros: y somos de sangre italiana”, aclara Marcos para despejar dudas.
Parador Talacasto, San Juan
La desolación es melancólica; la presencia humana se ha retirado muchos kilómetros atrás. Pero como un oasis en esta tierra asolada por el viento Zonda, emerge una isla de árboles secos alrededor de casas en ruinas: es el parador Talacasto, en el km 3514. Es una parada deseada por viajeros, principalmente los que circulan en bicicletas porque pueden ducharse, armar carpa y los que necesitan el abrigo de un colchón, alquilar habitaciones. El agua la traen de la vecina Jáchal.
En el mostrador se tres objetos de deseo: vino casero de Calingasta, las semitas (el maná sanjuanino) y en protegidos por una campana, los sándwiches de jamón crudo y queso hechos con pan de miga que aquí mismo amasan, la particularidad es que es cuadrangular, se ven pocos así en las rutas. La bebida la sirven muy fría. A un costado algunas golosinas, paquetes de galletitas y sobre de bicarbonato de sodio saborizados con Fanta, Menta y Limón: caricias para el paladar del camionero que masca su acullico de coca para alivianar los interminables viajes. No tiene electricidad de red, aunque se abastece con un generador, que es encendido de noche y durante algunas horas en el día para mantener los alimentos y las bebidas frescas. No se necesita más, en el desierto el parador es un espejismo real.
Parador Las Dos Rutas, Paraje Pedro Buodo
“Lo único que nos importa es que cada viajero se vaya feliz”, dice Sergio Bonetto. El parador es muy fácil de reconocer, está al lado de una estación YPF: más autos frenen a buscar los sándwiches que a cargar nafta, en una tierra en donde la próxima estación está a 200 kilómetros.
El sándwich de crudo y queso es la segunda tentación que Eva no vio, lo presentan en un plato, que se desborda. El jamón, como todos los fiambres lo hacen ellos mismo, y el pan, una panadería en una colonia alemana vecina. Una heladera exhibidora expone as piezas no solo de crudo, sino de queso, jamón y un matambre casero que es debilidad de camioneros. También es parada de ómnibus, muchos llegan desde Brasil en un viaje bíblico. “Se enloquecen con el jamón crudo”, dice Bonetto.
El parador, además, tiene habitaciones muy cómodas, ofrece vino pampeano, el menú se amplia con sopa, guiso de mondongo y pastas. Todo es casero, el queso lo hacen los menonitas de Guatraché. El pecado aquí danza en libertad y no queda otra que caer en la tentación.
Estas diez paradas, a lo largo de toda la Argentina, cuentan con un denominador común: buenos productos y calma al costado del camino LA NACION