El error autodestructivo de Donald Trump

La sorpresiva y brutal implantación de derechos de importación decidida por Donald Trump a poco de instalarse en la Casa Blanca supera lo que era previsible de la lectura de sus discursos de campaña. Un moderado proteccionismo que enmarcaba el Make America Great Again (MEGA) ha tomado otra dimensión y se ha materializado como una guerra comercial agresiva.
Aquello que inicialmente parecía una presión sobre sus vecinos para negociar desde una posición de fuerza un mejor control fronterizo de narcotraficantes y migrantes pasó a ser mucho más amplio. Se extendió a determinados productos, como el acero y el aluminio, sin distinguir de qué país provinieran. Luego se expandió a todos los rubros, definiéndose un arancel o tarifa de importación para cada país de origen.
La tarifa aplicada a cada país surgió de una fórmula que tenía en cuenta principalmente el déficit comercial bilateral. Aunque no surge claramente de la fórmula, se dice que se tiene en cuenta el arancel que cada país impone a los productos provenientes de los Estados Unidos. De una tarifa estadounidense promedio de 3,3% en 2023 se pasará ahora a niveles que resultarán de entre el 10% y el 54%.
La Argentina y otros países latinoamericanos tendrán el 10%; la Unión Europea, el 20%; China, el máximo (54%). Las tarifas surgidas de la fórmula resultan varias veces superiores a las que rigen en los países a los que se les aplicó. Se alega que se han considerado también los costos de tramitaciones y otros en cada importación, como si estos no existieran en los Estados Unidos. De esto resultará una evidente asimetría si lo que se pretendía era igualdad de trato. Pero esta circunstancia es eventualmente corregible y menos grave que la alteración estructural del comercio mundial.
Las actuales medidas del presidente Trump retroceden 75 años e incumplen los acuerdos que su país ha suscripto
Parece haberse desconocido que, además del intercambio comercial, hay otros flujos corrientes, tales como intereses y dividendos que en el caso de los Estados Unidos suelen transformar una balanza comercial negativa en un balance de pagos positivo. La visión meramente mercantilista que está manejando Trump es atractiva para el público no formado. La presentación de este paquete de medidas está logrando una íntima aceptación en gran parte de los ciudadanos estadounidenses. Es devolver golpe por golpe. Pero la realidad es que hay un error conceptual agravado por una desmesura, así como falacias en la argumentación. El primer perjudicado será los Estados Unidos. Sus habitantes verán encarecer el precio de sus consumos. Sobrevivirán empresas que no podían competir, pero se retirarán otras que producían con insumos importados o nacionales, que ahora se encarecerán. El daño que se provocará al resto del mundo merece el más amplio rechazo.
No hay discusión en la ciencia económica sobre las ventajas de la especialización y el comercio. Esto es así tanto para una pequeña comunidad como para el conjunto de las naciones. David Ricardo expuso en 1817 la teoría de los costos comparados, demostrando que el comercio, mediante el intercambio de aquellos bienes en los que cada país tiene ventaja relativa interna, beneficia a ambas partes. Lo importante es que esa ventaja se mantiene aunque uno de los países sea más eficiente que el otro en todos los rubros productivos. También se demuestra que si un país enfrenta el aumento del arancel de importación de otro, se perjudica aún más si responde de la misma forma. La Revolución Industrial permitió tomar la delantera a aquellas naciones que abrieron al comercio sus economías. Además, el intercambio genera relaciones y conveniencias mutuas que contribuyen a sostener la paz. Frederic Bastiat decía en 1850 : “Si las mercancías no cruzan las fronteras, los soldados las cruzarán”.
La crisis de 1930 y los instrumentos aplicados para salir de ella incluyeron el proteccionismo, que llevó los derechos de importación a los más elevados niveles en la historia económica de los Estados Unidos. Cerca de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, el mundo comprendió la necesidad de generar los acuerdos y las instituciones que apuntalaran la paz y el progreso. En 1944 se firmó el acuerdo de Bretton Woods, que estableció las bases del sistema monetario para facilitar el comercio internacional. Se crearon el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Allí se definieron las bases para el Acuerdo General sobre los Aranceles y el Comercio (el GATT, por sus siglas en inglés), en el que se creó la Organización Mundial de Comercio (OMC). Su principal objetivo fue y sigue siendo la eliminación del proteccionismo y la vigilancia de las desviaciones a la competencia. Desde entonces, el nivel medio de los aranceles de importación de los Estados Unidos se redujo sistemáticamente con muy pocos altibajos. Las actuales medidas del presidente Trump retroceden 75 años y están incumpliendo los acuerdos que su país ha suscripto.
Las caídas en todos los mercados de valores del mundo reflejan la percepción negativa y uniforme de los analistas. No por estar en el nivel arancelario más bajo (10%) puede esperarse un beneficio para la Argentina. Queda el interrogante, poco probable, de un acuerdo de libre comercio o de un tratamiento diferencial. Aun así, la crisis internacional provocada amenaza llevar a una recesión al propio Estados Unidos, con efectos extendidos. Esta perspectiva ya afecta el precio de las materias primas, tan relevante para nuestra economía.
El perjuicio ya está ocasionado. Solo cabe esperar una vuelta atrás antes de que se vuelva irreversible.
La sorpresiva y brutal implantación de derechos de importación decidida por Donald Trump a poco de instalarse en la Casa Blanca supera lo que era previsible de la lectura de sus discursos de campaña. Un moderado proteccionismo que enmarcaba el Make America Great Again (MEGA) ha tomado otra dimensión y se ha materializado como una guerra comercial agresiva.
Aquello que inicialmente parecía una presión sobre sus vecinos para negociar desde una posición de fuerza un mejor control fronterizo de narcotraficantes y migrantes pasó a ser mucho más amplio. Se extendió a determinados productos, como el acero y el aluminio, sin distinguir de qué país provinieran. Luego se expandió a todos los rubros, definiéndose un arancel o tarifa de importación para cada país de origen.
La tarifa aplicada a cada país surgió de una fórmula que tenía en cuenta principalmente el déficit comercial bilateral. Aunque no surge claramente de la fórmula, se dice que se tiene en cuenta el arancel que cada país impone a los productos provenientes de los Estados Unidos. De una tarifa estadounidense promedio de 3,3% en 2023 se pasará ahora a niveles que resultarán de entre el 10% y el 54%.
La Argentina y otros países latinoamericanos tendrán el 10%; la Unión Europea, el 20%; China, el máximo (54%). Las tarifas surgidas de la fórmula resultan varias veces superiores a las que rigen en los países a los que se les aplicó. Se alega que se han considerado también los costos de tramitaciones y otros en cada importación, como si estos no existieran en los Estados Unidos. De esto resultará una evidente asimetría si lo que se pretendía era igualdad de trato. Pero esta circunstancia es eventualmente corregible y menos grave que la alteración estructural del comercio mundial.
Las actuales medidas del presidente Trump retroceden 75 años e incumplen los acuerdos que su país ha suscripto
Parece haberse desconocido que, además del intercambio comercial, hay otros flujos corrientes, tales como intereses y dividendos que en el caso de los Estados Unidos suelen transformar una balanza comercial negativa en un balance de pagos positivo. La visión meramente mercantilista que está manejando Trump es atractiva para el público no formado. La presentación de este paquete de medidas está logrando una íntima aceptación en gran parte de los ciudadanos estadounidenses. Es devolver golpe por golpe. Pero la realidad es que hay un error conceptual agravado por una desmesura, así como falacias en la argumentación. El primer perjudicado será los Estados Unidos. Sus habitantes verán encarecer el precio de sus consumos. Sobrevivirán empresas que no podían competir, pero se retirarán otras que producían con insumos importados o nacionales, que ahora se encarecerán. El daño que se provocará al resto del mundo merece el más amplio rechazo.
No hay discusión en la ciencia económica sobre las ventajas de la especialización y el comercio. Esto es así tanto para una pequeña comunidad como para el conjunto de las naciones. David Ricardo expuso en 1817 la teoría de los costos comparados, demostrando que el comercio, mediante el intercambio de aquellos bienes en los que cada país tiene ventaja relativa interna, beneficia a ambas partes. Lo importante es que esa ventaja se mantiene aunque uno de los países sea más eficiente que el otro en todos los rubros productivos. También se demuestra que si un país enfrenta el aumento del arancel de importación de otro, se perjudica aún más si responde de la misma forma. La Revolución Industrial permitió tomar la delantera a aquellas naciones que abrieron al comercio sus economías. Además, el intercambio genera relaciones y conveniencias mutuas que contribuyen a sostener la paz. Frederic Bastiat decía en 1850 : “Si las mercancías no cruzan las fronteras, los soldados las cruzarán”.
La crisis de 1930 y los instrumentos aplicados para salir de ella incluyeron el proteccionismo, que llevó los derechos de importación a los más elevados niveles en la historia económica de los Estados Unidos. Cerca de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, el mundo comprendió la necesidad de generar los acuerdos y las instituciones que apuntalaran la paz y el progreso. En 1944 se firmó el acuerdo de Bretton Woods, que estableció las bases del sistema monetario para facilitar el comercio internacional. Se crearon el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Allí se definieron las bases para el Acuerdo General sobre los Aranceles y el Comercio (el GATT, por sus siglas en inglés), en el que se creó la Organización Mundial de Comercio (OMC). Su principal objetivo fue y sigue siendo la eliminación del proteccionismo y la vigilancia de las desviaciones a la competencia. Desde entonces, el nivel medio de los aranceles de importación de los Estados Unidos se redujo sistemáticamente con muy pocos altibajos. Las actuales medidas del presidente Trump retroceden 75 años y están incumpliendo los acuerdos que su país ha suscripto.
Las caídas en todos los mercados de valores del mundo reflejan la percepción negativa y uniforme de los analistas. No por estar en el nivel arancelario más bajo (10%) puede esperarse un beneficio para la Argentina. Queda el interrogante, poco probable, de un acuerdo de libre comercio o de un tratamiento diferencial. Aun así, la crisis internacional provocada amenaza llevar a una recesión al propio Estados Unidos, con efectos extendidos. Esta perspectiva ya afecta el precio de las materias primas, tan relevante para nuestra economía.
El perjuicio ya está ocasionado. Solo cabe esperar una vuelta atrás antes de que se vuelva irreversible.
El primer perjudicado por la nueva política arancelaria será Estados Unidos, cuyos habitantes verán encarecerse sus consumos LA NACION