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Está en una planta: el secreto mejor guardado en una región del país que ayuda a tener una buena cerveza

GENERAL FERNÁNDEZ ORO- Desde lejos parece un viñedo que crece hacia el cielo. Así comienza la experiencia en una de las chacras de la cervecería y maltería Quilmes en el corazón del Alto Valle de Río Negro. Al acercarse, el paisaje revela otra historia: hileras interminables de plantas trepadoras, sostenidas por postes de madera de cinco metros e hilos de fibra de coco traídos desde Sri Lanka. Entre los surcos, el aire huele distinto, a algo fresco e intenso. No es uva lo que crece en este lugar, sino otra planta que también es protagonista de una bebida universal: el lúpulo, una de las cuatro piezas clave de la cerveza. Sí, junto con la malta, el agua y la levadura, este cultivo es el ingrediente que define la personalidad de cada pinta. Le da el aroma, el sabor y ese amargor característico.

En esta chacra de Fernández Oro, de la compañía de bebida en tierras de Rio Negro, se producen unas 61 hectáreas de este cultivo, que aportan cerca del 30% del lúpulo que utiliza la firma en todo el país. “La intención es seguir aumentando la producción, tanto en variedades aromáticas como amargas, porque la demanda total de la cervecería no se alcanza a cubrir solo con nuestra producción”, cuenta Gastón Catalini, gerente de Producción de lúpulo. Actualmente, en este establecimiento la firma produce unos 100.000 kilos de pellets por año, y compra a otros tres productores de El Bolsón entre 130.000 y 140.000 kilos más.

La firma produce unos 100.000 kilos de pellets por año, y compra a otros tres productores de El Bolsón entre 130.000 y 140.000 kilos más

Cada planta de lúpulo puede dar entre uno y 1,5 kilos de flores secas por campaña, lo que equivale a más de 6000 conos por guía. Para hacer un litro de cerveza Quilmes Clásica se necesitan alrededor de siete flores, pero en el caso de una Andes IPA, por ejemplo, se usan más de 35 por litro. La intensidad del sabor viene, justamente, de ahí.

El lúpulo es una planta particular. Es trepadora, necesita tutores para crecer: hilos que van desde el suelo hasta alambres ubicados a cinco metros de altura. “Puede crecer entre 15 y 20 centímetros por día. Detecta el movimiento del sol y se enrolla siempre en sentido horario. Si la guiás para el otro lado, la planta se frena o incluso se quiebra”, explica Catalini.

Los hilos están hechos con fibra de coco y los traen en buque desde Sri Lanka. Su textura rugosa permite que el tallo se enrosque con mayor facilidad. “En la Argentina se trabaja con estructuras de hasta cinco metros de altura, pero en Alemania, por ejemplo, usan parrales de siete metros porque tienen otro tipo de maquinaria”, agrega.

En primavera, los trabajadores colocan los hilos uno por uno. Son cerca de 110 personas en esa época, atando los extremos al alambre y enterrándolos en el suelo. “Es el momento en que más gente trabaja en la chacra”, cuenta.

Para hacer un litro de cerveza Quilmes Clásica se necesitan alrededor de siete flores, pero en el caso de una Andes IPA, por ejemplo, se usan más de 35 por litro. La intensidad del sabor viene, justamente, de ahí

El ciclo del lúpulo, que pertenece a la familia Cannabaceae, la misma que el cannabis, está marcado por las estaciones. En invierno, la planta “duerme”, y solo quedan las raíces bajo tierra. En septiembre u octubre empieza a brotar. Es una planta que crece mejor entre las latitudes 35° y 55°, tanto en el hemisferio norte como en el sur, porque necesita muchas horas de radiación solar. “Cuando llega el 21 de diciembre, que es el día más largo del año, la planta detecta que empieza a disminuir la luz y ahí comienza a florecer. Después viene la cosecha, que es justo en esta época”, dice Catalini.

La cosecha se hace de manera manual y mecánica. Se corta la parte aérea de la planta, entre 50 centímetros y un metro del suelo, y se la lleva a una planta procesadora que tiene la firma a dos kilómetros de la chacra. Allí se separan las hojas, las guías y los conos. “Las flores se secan hasta que tienen un 10% de humedad. Luego se muelen, se convierten en pellets y se envasan en atmósfera de nitrógeno para evitar el contacto con el oxígeno”, detalla Catalini. Los pellets se guardan en cámaras de frío para mantener su calidad. “Nosotros estamos extendiendo la vida útil hasta tres años”, agrega.

Denuncian que el gobierno de Kicillof frenó las obras de la “Ruta del Cereal”, pero en la provincia dicen que las reanudarán

El lúpulo tiene dos componentes claves: las resinas, que aportan amargor, y los aceites esenciales, que dan el aroma. Además, contiene celulosa, polifenoles (que se busca reducir porque generan sabores indeseables) y agua. “Dependiendo en qué momento lo pongas durante el proceso de elaboración obtenés más resinas o más aroma”, explica.

Cada planta de lúpulo puede dar entre uno y 1,5 kilos de flores secas

Pero no todos los lúpulos son iguales. Hay variedades que se usan para dar aroma, otras para amargor, y otros de doble propósito. En esta chacra de Quilmes se cultivan varias: Victoria, Nugget, Cascade, Mapuche y, la más especial de todas, la Gaucho. Esta última es una variedad desarrollada por la misma empresa a lo largo de diez años de trabajo en este mismo lugar. Es la estrella de uno de los lanzamientos recientes de la marca Patagonia: la “Lager del Sur”.

“El objetivo es seguir aumentando la producción local para abastecer toda la demanda de la cervecería. Queremos crecer en los dos tipos de variedades, las de aroma y las de amargor”, dice Catalini. Para eso la chacra también cuenta con una sala de cruzamiento, donde desde hace dos años se experimenta para crear nuevas variedades.

Allí, el equipo técnico trabaja para obtener plantas con mejores rendimientos, resistencia a enfermedades y perfiles de aroma más definidos. Para ello trabaja en conjunto con INTA y el Inase [Instituto Nacional de Semillas]. El objetivo final es lograr variedades más resistentes, con mejor rendimiento y perfiles aromáticos diferenciados, para responder a la demanda del cervecero argentino y seguir reduciendo la dependencia del lúpulo importado. Algunas, como “Gaucho”, ya están patentadas y son de uso exclusivo de la empresa.

Un equipo técnico trabaja para obtener plantas con mejores rendimientos, resistencia a enfermedades y perfiles de aroma más definidos. Para ello trabaja en conjunto con INTA y el Inase [Intituto Nacional de Semillas]

El proceso completo, desde la semilla hasta la validación de una nueva variedad, puede llevar entre ocho y diez años. Durante ese tiempo se descartan aquellas plantas que no alcanzan el estándar buscado en cuanto a altura, producción de flores o resistencia a enfermedades. “El año pasado encontramos dos nuevas variedades que vamos a seguir estudiando a campo y van a ser posibles reemplazos a futuro de las variedades que ya tenemos”, señala.

Además, Quilmes cuenta con un laboratorio de propagación en la propia chacra. Este espacio les permite cultivar plantas bajo condiciones controladas de temperatura y humedad, y producir ejemplares durante todo el año. “Eso nos hace que nuestros costos operativos también sean mucho más competitivos y que la producción local esté a la altura del lúpulo importado”, destacan.

“El año pasado encontramos dos nuevas variedades que vamos a seguir estudiando a campo y van a ser posibles reemplazos a futuro de las variedades que ya tenemos”, señalan

La firma, presente en el país desde hace 145 años, cuenta con más de 5900 empleados directos, trabaja con unos 5000 proveedores y llega a 250.000 puntos de venta en todo el país. Tiene siete cervecerías, dos malterías, tres plantas de gaseosas, una fábrica de tapas, una bodega y una red logística que abarca desde el campo hasta el consumidor.

A nivel agroindustrial tiene una fuerte participación en la producción y exportación de cebada cervecera y malta. La empresa trabaja con unos 1200 productores y cuenta con dos malterías, en Tres Arroyos, y en Puán, desde donde procesa la cebada para el mercado interno y para exportar. “La Argentina es el principal exportador de cebada y malta del hemisferio sur”, subraya Mercedes Bressa, gerenta de Comunicaciones Externas de la compañía. “Una de cada cuatro cervezas que hace AB InBev en el mundo se elabora con cebada de la provincia de Buenos Aires”, agrega. Esta materia prima se produce casi en su totalidad en el sudeste bonaerense, en zonas como Tres Arroyos, Necochea y Bahía Blanca.

Además la firma impulsa un programa de desarrollo varietal en su campo experimental en Tres Arroyos y mantiene acuerdos con productores bajo prácticas sustentables. “La calidad de nuestra cebada es reconocida internacionalmente. Eso, sumado a la inversión continua en nuestras plantas y centros de distribución, nos permite competir en los mercados más exigentes”, indica.

GENERAL FERNÁNDEZ ORO- Desde lejos parece un viñedo que crece hacia el cielo. Así comienza la experiencia en una de las chacras de la cervecería y maltería Quilmes en el corazón del Alto Valle de Río Negro. Al acercarse, el paisaje revela otra historia: hileras interminables de plantas trepadoras, sostenidas por postes de madera de cinco metros e hilos de fibra de coco traídos desde Sri Lanka. Entre los surcos, el aire huele distinto, a algo fresco e intenso. No es uva lo que crece en este lugar, sino otra planta que también es protagonista de una bebida universal: el lúpulo, una de las cuatro piezas clave de la cerveza. Sí, junto con la malta, el agua y la levadura, este cultivo es el ingrediente que define la personalidad de cada pinta. Le da el aroma, el sabor y ese amargor característico.

En esta chacra de Fernández Oro, de la compañía de bebida en tierras de Rio Negro, se producen unas 61 hectáreas de este cultivo, que aportan cerca del 30% del lúpulo que utiliza la firma en todo el país. “La intención es seguir aumentando la producción, tanto en variedades aromáticas como amargas, porque la demanda total de la cervecería no se alcanza a cubrir solo con nuestra producción”, cuenta Gastón Catalini, gerente de Producción de lúpulo. Actualmente, en este establecimiento la firma produce unos 100.000 kilos de pellets por año, y compra a otros tres productores de El Bolsón entre 130.000 y 140.000 kilos más.

La firma produce unos 100.000 kilos de pellets por año, y compra a otros tres productores de El Bolsón entre 130.000 y 140.000 kilos más

Cada planta de lúpulo puede dar entre uno y 1,5 kilos de flores secas por campaña, lo que equivale a más de 6000 conos por guía. Para hacer un litro de cerveza Quilmes Clásica se necesitan alrededor de siete flores, pero en el caso de una Andes IPA, por ejemplo, se usan más de 35 por litro. La intensidad del sabor viene, justamente, de ahí.

El lúpulo es una planta particular. Es trepadora, necesita tutores para crecer: hilos que van desde el suelo hasta alambres ubicados a cinco metros de altura. “Puede crecer entre 15 y 20 centímetros por día. Detecta el movimiento del sol y se enrolla siempre en sentido horario. Si la guiás para el otro lado, la planta se frena o incluso se quiebra”, explica Catalini.

Los hilos están hechos con fibra de coco y los traen en buque desde Sri Lanka. Su textura rugosa permite que el tallo se enrosque con mayor facilidad. “En la Argentina se trabaja con estructuras de hasta cinco metros de altura, pero en Alemania, por ejemplo, usan parrales de siete metros porque tienen otro tipo de maquinaria”, agrega.

En primavera, los trabajadores colocan los hilos uno por uno. Son cerca de 110 personas en esa época, atando los extremos al alambre y enterrándolos en el suelo. “Es el momento en que más gente trabaja en la chacra”, cuenta.

Para hacer un litro de cerveza Quilmes Clásica se necesitan alrededor de siete flores, pero en el caso de una Andes IPA, por ejemplo, se usan más de 35 por litro. La intensidad del sabor viene, justamente, de ahí

El ciclo del lúpulo, que pertenece a la familia Cannabaceae, la misma que el cannabis, está marcado por las estaciones. En invierno, la planta “duerme”, y solo quedan las raíces bajo tierra. En septiembre u octubre empieza a brotar. Es una planta que crece mejor entre las latitudes 35° y 55°, tanto en el hemisferio norte como en el sur, porque necesita muchas horas de radiación solar. “Cuando llega el 21 de diciembre, que es el día más largo del año, la planta detecta que empieza a disminuir la luz y ahí comienza a florecer. Después viene la cosecha, que es justo en esta época”, dice Catalini.

La cosecha se hace de manera manual y mecánica. Se corta la parte aérea de la planta, entre 50 centímetros y un metro del suelo, y se la lleva a una planta procesadora que tiene la firma a dos kilómetros de la chacra. Allí se separan las hojas, las guías y los conos. “Las flores se secan hasta que tienen un 10% de humedad. Luego se muelen, se convierten en pellets y se envasan en atmósfera de nitrógeno para evitar el contacto con el oxígeno”, detalla Catalini. Los pellets se guardan en cámaras de frío para mantener su calidad. “Nosotros estamos extendiendo la vida útil hasta tres años”, agrega.

Denuncian que el gobierno de Kicillof frenó las obras de la “Ruta del Cereal”, pero en la provincia dicen que las reanudarán

El lúpulo tiene dos componentes claves: las resinas, que aportan amargor, y los aceites esenciales, que dan el aroma. Además, contiene celulosa, polifenoles (que se busca reducir porque generan sabores indeseables) y agua. “Dependiendo en qué momento lo pongas durante el proceso de elaboración obtenés más resinas o más aroma”, explica.

Cada planta de lúpulo puede dar entre uno y 1,5 kilos de flores secas

Pero no todos los lúpulos son iguales. Hay variedades que se usan para dar aroma, otras para amargor, y otros de doble propósito. En esta chacra de Quilmes se cultivan varias: Victoria, Nugget, Cascade, Mapuche y, la más especial de todas, la Gaucho. Esta última es una variedad desarrollada por la misma empresa a lo largo de diez años de trabajo en este mismo lugar. Es la estrella de uno de los lanzamientos recientes de la marca Patagonia: la “Lager del Sur”.

“El objetivo es seguir aumentando la producción local para abastecer toda la demanda de la cervecería. Queremos crecer en los dos tipos de variedades, las de aroma y las de amargor”, dice Catalini. Para eso la chacra también cuenta con una sala de cruzamiento, donde desde hace dos años se experimenta para crear nuevas variedades.

Allí, el equipo técnico trabaja para obtener plantas con mejores rendimientos, resistencia a enfermedades y perfiles de aroma más definidos. Para ello trabaja en conjunto con INTA y el Inase [Instituto Nacional de Semillas]. El objetivo final es lograr variedades más resistentes, con mejor rendimiento y perfiles aromáticos diferenciados, para responder a la demanda del cervecero argentino y seguir reduciendo la dependencia del lúpulo importado. Algunas, como “Gaucho”, ya están patentadas y son de uso exclusivo de la empresa.

Un equipo técnico trabaja para obtener plantas con mejores rendimientos, resistencia a enfermedades y perfiles de aroma más definidos. Para ello trabaja en conjunto con INTA y el Inase [Intituto Nacional de Semillas]

El proceso completo, desde la semilla hasta la validación de una nueva variedad, puede llevar entre ocho y diez años. Durante ese tiempo se descartan aquellas plantas que no alcanzan el estándar buscado en cuanto a altura, producción de flores o resistencia a enfermedades. “El año pasado encontramos dos nuevas variedades que vamos a seguir estudiando a campo y van a ser posibles reemplazos a futuro de las variedades que ya tenemos”, señala.

Además, Quilmes cuenta con un laboratorio de propagación en la propia chacra. Este espacio les permite cultivar plantas bajo condiciones controladas de temperatura y humedad, y producir ejemplares durante todo el año. “Eso nos hace que nuestros costos operativos también sean mucho más competitivos y que la producción local esté a la altura del lúpulo importado”, destacan.

“El año pasado encontramos dos nuevas variedades que vamos a seguir estudiando a campo y van a ser posibles reemplazos a futuro de las variedades que ya tenemos”, señalan

La firma, presente en el país desde hace 145 años, cuenta con más de 5900 empleados directos, trabaja con unos 5000 proveedores y llega a 250.000 puntos de venta en todo el país. Tiene siete cervecerías, dos malterías, tres plantas de gaseosas, una fábrica de tapas, una bodega y una red logística que abarca desde el campo hasta el consumidor.

A nivel agroindustrial tiene una fuerte participación en la producción y exportación de cebada cervecera y malta. La empresa trabaja con unos 1200 productores y cuenta con dos malterías, en Tres Arroyos, y en Puán, desde donde procesa la cebada para el mercado interno y para exportar. “La Argentina es el principal exportador de cebada y malta del hemisferio sur”, subraya Mercedes Bressa, gerenta de Comunicaciones Externas de la compañía. “Una de cada cuatro cervezas que hace AB InBev en el mundo se elabora con cebada de la provincia de Buenos Aires”, agrega. Esta materia prima se produce casi en su totalidad en el sudeste bonaerense, en zonas como Tres Arroyos, Necochea y Bahía Blanca.

Además la firma impulsa un programa de desarrollo varietal en su campo experimental en Tres Arroyos y mantiene acuerdos con productores bajo prácticas sustentables. “La calidad de nuestra cebada es reconocida internacionalmente. Eso, sumado a la inversión continua en nuestras plantas y centros de distribución, nos permite competir en los mercados más exigentes”, indica.

 En General Fernández Oro, Río Negro, Quilmes produce y compra a otros productores lúpulo, cultivo que aporta aroma, sabor y un amargor característico a la bebida  LA NACION

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