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Turismo de compras, una pasión argentina

Los argentinos siempre hemos paseado por el mundo. Quizás la posición marginal en el mapamundi hace que nos interese tanto visitar países lejanos. Pero más que el turismo, a los argentinos les atrae el turismo de compras. Tanto, que se pensaron impuestos para disuadirlas y persiste como bienvenida al país un estricto control de equipaje en busca de importados clandestinos.

La eliminación del impuesto que las gravaba y el cambio favorable revivificaron esos viajes. El asalto a los centros comerciales limítrofes se viene explicando desde lo ventajoso de los precios. Bolivia acaba de sumarse a Brasil y Chile, paraísos de compras que los argentinos cultivan desde la época en que un peso era equivalente a un dólar.

Los argentinos son presencia tangible en Estados Unidos y en las capitales europeas. Se los identifica en la Gran Vía de Madrid por el desaliño con que se distinguen del resto de los latinoamericanos y un caminar deprimido que no condice con la fortuna de vacacionar en Europa

Pero ocurre que el turismo de consumo florece incluso en países lejanos. Y caros. Los argentinos son presencia tangible en Estados Unidos y en las capitales europeas. Se los identifica en la Gran Vía de Madrid por el desaliño con que se distinguen del resto de los latinoamericanos y un caminar deprimido que no condice con la fortuna de vacacionar en Europa.

La barba crecida y los pantalones embolsados en las posaderas de ellos y las mechas en ese rubio tan argentino de ellas los distinguen como mayoría en las filas de las tiendas de fast fashion. Hace poco me tocó cruzarlos en Miami, donde se anunciaban por los gritos con que indican a la familia el camino de las ofertas.

A diferencia del resto de los paseantes por el centro comercial, los argentinos empujan valijas gigantes recién compradas en las que apretujan kilos de ropa deportiva. Es mandamiento argentino: encontrar una oferta en el extranjero obliga a comprarla por docenas.

Ross, una de las tiendas más populares de Estados Unidos

Miami es una ciudad cara. Un Uber a cualquiera de esos centros comerciales que convocan a los compatriotas no baja de 30 dólares ida, y puede ser el doble si la vuelta se hace en horario pico. Un café con leche en Starbucks cuesta 6,15 dólares. La ropa a precio regular es más cara que en Madrid o en Milán y tiene menos estilo. Pero hay algo que hace única la experiencia de compra en Estados Unidos.

Es algo más que la angurria por novedades que justifica el capitalismo descremado que vive la Argentina hace décadas. La fascinación por las prendas deportivas globales o las clásicas marcas americanas es ampliamente superada por encontrarlas a precio irrisorio. Casi un juego de ruleta que ofrece el premio máximo cuando se encuentra algo de precio tirado en el exacto talle que necesitamos.

Si las zapatillas en precio regular están más de 190 dólares, puede ser que aleatoriamente se encuentre un par similar a menos de 30. Si la vidriera muestra camisetas a 39, revolviendo en el perchero puede encontrarse una a 7. La prenda paga a precio de ganga será lucida en el país de procedencia con veleidades de que fue pagada full price.

Los saldos del capitalismo tienen en Estados Unidos grandes superficies dedicadas a la búsqueda de esos tesoros, como Ross Dress for Less o TJMax, que son más visitadas que Disneylandia. Las compras en estas tiendas ejercen el efecto de las máquinas tragamonedas. No se sabe cuándo, ni quién, pero alguien puede salirse con el premio gordo.

El refuerzo intermitente es un mecanismo psicológico que explica el apego que despiertan los sistemas de recompensa imprevisible. Cuando esta llega, el sistema neuronal activa neurotransmisores como la dopamina, que brindan sensación de felicidad y satisfacción. El refuerzo es intermitente para mantener activo el deseo de repetir ese placer.

Hay campañas contra los ludópatas de casino, pero la compulsión a las compras en el exterior es una patología nacional que se excusa con condescendencia. Los ludópatas de capitalismo son envidiados por lo que no pueden viajar y emulados por los que preguntan por los negocios a visitar en sus próximas vacaciones. Quien nunca haya sucumbido a una oferta que muestre la marca de la camiseta

Los argentinos siempre hemos paseado por el mundo. Quizás la posición marginal en el mapamundi hace que nos interese tanto visitar países lejanos. Pero más que el turismo, a los argentinos les atrae el turismo de compras. Tanto, que se pensaron impuestos para disuadirlas y persiste como bienvenida al país un estricto control de equipaje en busca de importados clandestinos.

La eliminación del impuesto que las gravaba y el cambio favorable revivificaron esos viajes. El asalto a los centros comerciales limítrofes se viene explicando desde lo ventajoso de los precios. Bolivia acaba de sumarse a Brasil y Chile, paraísos de compras que los argentinos cultivan desde la época en que un peso era equivalente a un dólar.

Los argentinos son presencia tangible en Estados Unidos y en las capitales europeas. Se los identifica en la Gran Vía de Madrid por el desaliño con que se distinguen del resto de los latinoamericanos y un caminar deprimido que no condice con la fortuna de vacacionar en Europa

Pero ocurre que el turismo de consumo florece incluso en países lejanos. Y caros. Los argentinos son presencia tangible en Estados Unidos y en las capitales europeas. Se los identifica en la Gran Vía de Madrid por el desaliño con que se distinguen del resto de los latinoamericanos y un caminar deprimido que no condice con la fortuna de vacacionar en Europa.

La barba crecida y los pantalones embolsados en las posaderas de ellos y las mechas en ese rubio tan argentino de ellas los distinguen como mayoría en las filas de las tiendas de fast fashion. Hace poco me tocó cruzarlos en Miami, donde se anunciaban por los gritos con que indican a la familia el camino de las ofertas.

A diferencia del resto de los paseantes por el centro comercial, los argentinos empujan valijas gigantes recién compradas en las que apretujan kilos de ropa deportiva. Es mandamiento argentino: encontrar una oferta en el extranjero obliga a comprarla por docenas.

Ross, una de las tiendas más populares de Estados Unidos

Miami es una ciudad cara. Un Uber a cualquiera de esos centros comerciales que convocan a los compatriotas no baja de 30 dólares ida, y puede ser el doble si la vuelta se hace en horario pico. Un café con leche en Starbucks cuesta 6,15 dólares. La ropa a precio regular es más cara que en Madrid o en Milán y tiene menos estilo. Pero hay algo que hace única la experiencia de compra en Estados Unidos.

Es algo más que la angurria por novedades que justifica el capitalismo descremado que vive la Argentina hace décadas. La fascinación por las prendas deportivas globales o las clásicas marcas americanas es ampliamente superada por encontrarlas a precio irrisorio. Casi un juego de ruleta que ofrece el premio máximo cuando se encuentra algo de precio tirado en el exacto talle que necesitamos.

Si las zapatillas en precio regular están más de 190 dólares, puede ser que aleatoriamente se encuentre un par similar a menos de 30. Si la vidriera muestra camisetas a 39, revolviendo en el perchero puede encontrarse una a 7. La prenda paga a precio de ganga será lucida en el país de procedencia con veleidades de que fue pagada full price.

Los saldos del capitalismo tienen en Estados Unidos grandes superficies dedicadas a la búsqueda de esos tesoros, como Ross Dress for Less o TJMax, que son más visitadas que Disneylandia. Las compras en estas tiendas ejercen el efecto de las máquinas tragamonedas. No se sabe cuándo, ni quién, pero alguien puede salirse con el premio gordo.

El refuerzo intermitente es un mecanismo psicológico que explica el apego que despiertan los sistemas de recompensa imprevisible. Cuando esta llega, el sistema neuronal activa neurotransmisores como la dopamina, que brindan sensación de felicidad y satisfacción. El refuerzo es intermitente para mantener activo el deseo de repetir ese placer.

Hay campañas contra los ludópatas de casino, pero la compulsión a las compras en el exterior es una patología nacional que se excusa con condescendencia. Los ludópatas de capitalismo son envidiados por lo que no pueden viajar y emulados por los que preguntan por los negocios a visitar en sus próximas vacaciones. Quien nunca haya sucumbido a una oferta que muestre la marca de la camiseta

 La compulsión por las compras en el exterior es una patología nacional: quien nunca haya sucumbido a una oferta en Miami que muestre la marca de la camiseta  LA NACION

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