El estudio: Seth Rogen propone una afilada reflexión sobre el mundo del cine, entre la sátira y la nostalgia

El estudio (Estados Unidos/2025). Dirección: Seth Rogen y Evan Goldberg. Fotografía: Adam Newport-Berra. Edición: Erick Kissack. Elenco: Seth Rogen, Catherine O´Hara, Ike Barinholtz y Kathryn Hahn. Disponible en: Apple TV+. Nuestra opinión: excelente.
“Yo amo las películas, pero ahora tengo miedo de que mi trabajo sea arruinarlas” asegura Matt Remick (Seth Rogen) cuando comprende las amargas obligaciones de ser el director responsable de un estudio cinematográfico. Esa oración, mezcla del “yo creo en América” de El Padrino, pero que también encierra cierto espíritu arácnido sobre cómo “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, es la esencia de El Estudio. Esta nueva serie creada por Rogen (junto a Evan Goldberg, su socio creativo desde Supercool), encuentra su eje en las contradicciones personales y profesionales que debe digerir el propio Remick, en su lucha por hacer películas artísticas, que también puedan ser éxitos de taquilla.
El estudio comienza con el ascenso de Remick. La antigua directora del lugar, Patty (Catherine O´Hara) fue despedida, y su reemplazo es el personaje compuesto por Rogen, un productor que intenta ganarse la simpatía de los directores y actores que lo rodean. Pero productor a fin de cuentas, Remick no es tenido en cuenta por los artistas, aunque sí por su jefe, cuando decide convertirlo en el máximo responsable de coordinar y autorizar nuevos largometrajes. Entusiasmado por su cargo, el protagonista buscará darle un equilibrio al negocio a través de la producción de películas con un perfil artístico, mientras sus superiores le exijan avanzar en proyectos cuya única aspiración sea la venta de entradas. Y con esa excusa, Rogen expone el costado más amargo de la industria, aunque desde una óptica de un innegable amor por el cine.
Aunque se trata de una sátira punzante, es evidente que Rogen no mira con desprecio el mundo que retrata. A pesar de exponer miserias y reírse de las absurdas excentricidades que anidan en la producción de un film, la serie entiende ese negocio como uno impulsado por hombres y mujeres de una vocación todo terreno. Por ese motivo es que Matt Remick, más allá de una torpeza muy funcional a la comedia, no deja de ser un personaje esencialmente sufrido, que intenta cumplir sus sueños cinematográficos.
En su capítulo inicial, Remick intenta llevar adelante una película de Martin Scorsese, y contar esa historia se revela como una declaración de principios. Scorsese forma parte de una alcurnia (lamentablemente) en vías de extinción, y simboliza un período de Hollywood en el que la búsqueda artística podía combinarse con el logro de taquilla. Remick quiere volver a esa idea, y allí se encuentra entonces la nostalgia de Rogen, en ese recordar una industria pasada que fue cuna de enormes directores, que las franquicias actuales terminaron por matar. Pero lejos de mirar al cine desde el resentimiento o concluyendo que “todo tiempo pasado fue mejor”, Seth propone que su serie sea una trinchera romántica, que reivindique al cine como un arte perfecto, en el que hay lugar para la belleza a pesar de aquellos ejecutivos que solo quieren hacer dinero.
El estudio recurre principalmente a un recurso técnico muy comentado por estos días, el famoso plano secuencia. Esta idea de situar la acción a merced de la cámara, sin recurrir a cortes de ningún tipo, existe desde que el cine es cine, y usualmente es una herramienta utilizada más como una fanfarronada del director, que como un dispositivo narrativo acorde al relato. Los planos secuencias (los buenos, al menos) no son muchos, y por eso siempre los ejemplos vuelven a La soga (que sí, tiene unos pocos cortes), a la escena del estadio en El secreto de sus ojos, y al soberbio comienzo de Sed de mal, de Orson Welles. Y quiso el destino que El estudio se estrenará dos semanas después de Adolescencia (que hace del plano secuencia su firma), pero demostrando aquí que ese recurso debe tener una razón de ser.
Jean-Luc Godard alguna vez sentenció que “el travelling es una cuestión de moral”. Sin pretenderlo, Seth Rogen se disfraza del director francés y reformula esa mítica frase, casi asegurando que “el plano secuencia también es una cuestión de moral”. Porque eso sucede cuando Rogen filma en plano secuencia la realización de un plano secuencia, ejecutando con ese fin numerosas acrobacias de montaje interno a medida que revela (¡o denuncia!) que la forma y el contenido van de la mano, y que una no tiene por qué someter al otro. Y desde ese timón ético sobre ¡qué bello es el cine!, el actor y director logra una serie perfecta, que toca temas importantes para aquellos que como él, respiran celuloide, aunque actualmente se filme en digital. Y en esa fabulosa contradicción, Rogen encuentra su trinchera ideológica.
El estudio (Estados Unidos/2025). Dirección: Seth Rogen y Evan Goldberg. Fotografía: Adam Newport-Berra. Edición: Erick Kissack. Elenco: Seth Rogen, Catherine O´Hara, Ike Barinholtz y Kathryn Hahn. Disponible en: Apple TV+. Nuestra opinión: excelente.
“Yo amo las películas, pero ahora tengo miedo de que mi trabajo sea arruinarlas” asegura Matt Remick (Seth Rogen) cuando comprende las amargas obligaciones de ser el director responsable de un estudio cinematográfico. Esa oración, mezcla del “yo creo en América” de El Padrino, pero que también encierra cierto espíritu arácnido sobre cómo “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, es la esencia de El Estudio. Esta nueva serie creada por Rogen (junto a Evan Goldberg, su socio creativo desde Supercool), encuentra su eje en las contradicciones personales y profesionales que debe digerir el propio Remick, en su lucha por hacer películas artísticas, que también puedan ser éxitos de taquilla.
El estudio comienza con el ascenso de Remick. La antigua directora del lugar, Patty (Catherine O´Hara) fue despedida, y su reemplazo es el personaje compuesto por Rogen, un productor que intenta ganarse la simpatía de los directores y actores que lo rodean. Pero productor a fin de cuentas, Remick no es tenido en cuenta por los artistas, aunque sí por su jefe, cuando decide convertirlo en el máximo responsable de coordinar y autorizar nuevos largometrajes. Entusiasmado por su cargo, el protagonista buscará darle un equilibrio al negocio a través de la producción de películas con un perfil artístico, mientras sus superiores le exijan avanzar en proyectos cuya única aspiración sea la venta de entradas. Y con esa excusa, Rogen expone el costado más amargo de la industria, aunque desde una óptica de un innegable amor por el cine.
Aunque se trata de una sátira punzante, es evidente que Rogen no mira con desprecio el mundo que retrata. A pesar de exponer miserias y reírse de las absurdas excentricidades que anidan en la producción de un film, la serie entiende ese negocio como uno impulsado por hombres y mujeres de una vocación todo terreno. Por ese motivo es que Matt Remick, más allá de una torpeza muy funcional a la comedia, no deja de ser un personaje esencialmente sufrido, que intenta cumplir sus sueños cinematográficos.
En su capítulo inicial, Remick intenta llevar adelante una película de Martin Scorsese, y contar esa historia se revela como una declaración de principios. Scorsese forma parte de una alcurnia (lamentablemente) en vías de extinción, y simboliza un período de Hollywood en el que la búsqueda artística podía combinarse con el logro de taquilla. Remick quiere volver a esa idea, y allí se encuentra entonces la nostalgia de Rogen, en ese recordar una industria pasada que fue cuna de enormes directores, que las franquicias actuales terminaron por matar. Pero lejos de mirar al cine desde el resentimiento o concluyendo que “todo tiempo pasado fue mejor”, Seth propone que su serie sea una trinchera romántica, que reivindique al cine como un arte perfecto, en el que hay lugar para la belleza a pesar de aquellos ejecutivos que solo quieren hacer dinero.
El estudio recurre principalmente a un recurso técnico muy comentado por estos días, el famoso plano secuencia. Esta idea de situar la acción a merced de la cámara, sin recurrir a cortes de ningún tipo, existe desde que el cine es cine, y usualmente es una herramienta utilizada más como una fanfarronada del director, que como un dispositivo narrativo acorde al relato. Los planos secuencias (los buenos, al menos) no son muchos, y por eso siempre los ejemplos vuelven a La soga (que sí, tiene unos pocos cortes), a la escena del estadio en El secreto de sus ojos, y al soberbio comienzo de Sed de mal, de Orson Welles. Y quiso el destino que El estudio se estrenará dos semanas después de Adolescencia (que hace del plano secuencia su firma), pero demostrando aquí que ese recurso debe tener una razón de ser.
Jean-Luc Godard alguna vez sentenció que “el travelling es una cuestión de moral”. Sin pretenderlo, Seth Rogen se disfraza del director francés y reformula esa mítica frase, casi asegurando que “el plano secuencia también es una cuestión de moral”. Porque eso sucede cuando Rogen filma en plano secuencia la realización de un plano secuencia, ejecutando con ese fin numerosas acrobacias de montaje interno a medida que revela (¡o denuncia!) que la forma y el contenido van de la mano, y que una no tiene por qué someter al otro. Y desde ese timón ético sobre ¡qué bello es el cine!, el actor y director logra una serie perfecta, que toca temas importantes para aquellos que como él, respiran celuloide, aunque actualmente se filme en digital. Y en esa fabulosa contradicción, Rogen encuentra su trinchera ideológica.
El comediante logra uno de los picos más altos de su carrera, con esta serie que se asoma al interior de la producción cinematográfica LA NACION