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Vende algo insólito, conquistó un amor imposible, y ama al país que no quería pisar: “Cuéntale a Dios tus planes y se reirá de ti”

¿Acaso nuestra historia ya está escrita? Hubo un tiempo en que Gustavo Rojo Plá creyó que sí: había nacido en un pueblo argentino y había sido criado para seguir los pasos de su padre. Y así lo hizo, hasta que cierto día abrió una ventana que se había colado en su horizonte prediseñado y lo que vio del otro lado fue demasiado tentador. Atrapado por la curiosidad, atravesó aquel portal y a partir de entonces reescribió su historia de una manera que jamás hubiera imaginado en sus sueños más locos.

Una vida en Córdoba, un adolescente creador y un pueblo que se transforma en ciudad: Pilar

Gustavo nació en el 84 y se crio en Pilar, Córdoba, un pueblo pequeño en el que vivió durante tres décadas. Tuvo unos primeros años de infancia confortables, aunque esto duró poco. En los 90, tras la convertibilidad, su mundo tal como lo conocía se derrumbó. Su padre -arquitecto igual que él- tuvo que vender todo, se endeudó y la realidad cotidiana se transformó por completo: “Lo que se generó como consecuencia fue muy fuerte y muy difícil de entender para la mirada de un niño”, reflexiona hoy mientras rememora aquellos tiempos.

Una infancia feliz en Pilar, Córdoba

A veces no había comida en la mesa y las vacaciones desaparecieron, pero lo que sí hubo fue una vieja computadora que terminó en el cuarto de Gustavo, luego de que su padre tuviera que cerrar su oficina. No tenía juegos, pero aun así despertó la curiosidad del chico, que cada día buscó aprender y sacarle provecho, armado de su pasión por el dibujo, el diseño y la artes gráficas. Y fue en el año 98, cuando formó parte de una revista escolar llamada Búsqueda, que la vida del adolescente dio un nuevo giro. Cuando Pilar llegó a los 10 mil habitantes y fue declarada `ciudad´, un ejemplar llegó a las manos de un hombre que quedó impactado por el diseño de la revista a cargo de Gustavo, quien tenía apenas 14 años.

“La revista significó mucho para mí”, revela. “A partir de entonces, a pesar de mi edad, empecé a trabajar informalmente como diseñador gráfico y a desempeñarme en un periódico llamado Mi ciudad”, cuenta Gustavo, quien ya de adulto se asoció para crear un periódico semanal llamado Ruta 9, un proyecto que duró hasta el 2007, cuando fundó su propio medio: Día Siete: “Yo había terminado en 2001 el secundario y luego estudié arquitectura. Todo este camino me permitió estudiar, pagar mis gastos”.

Junto a su padre, un referente importante en su vida.

Una noche de insomnio, un solitario que esquiva Alemania y una mujer en el camino: “Me dijo que era imposible”

Ante una Argentina inestable, Gustavo creyó que lo mejor sería irse lejos, pero todo se acomodó para seguir los pasos de su padre. Para cuando obtuvo su título en 2008, la situación del país había mejorado, por lo que optó por sumergirse en la construcción. Allí permaneció durante varios años y todo parecía indicar que nada cambiaría: ni en su pueblo, ni con su destino escrito. Sin embargo, algo inesperado comenzó a gestarse durante sus primeros años como arquitecto: una sobrecarga de trabajo en el rubro lo llevó a experimentar padecimientos en su cuerpo y mente.

En una de sus tantas noches de insomnio, Gustavo dijo basta, quería alejarse de todo. Sin pensarlo demasiado al día siguiente tomó sus ahorros, compró pasajes con un regreso para dentro de tres meses, empacó lo que pudo, le dejó el celular a su hermano (necesitaba desconectarse) y se fue a Europa. Sucedió el 12 de agosto de 2014. “Me fui para aislarme”, rememora.

“Me fui para aislarme” (Foto de Gustavo en 2014, durante su viaje por Europa)

Nadie se lo había imaginado, ni Gustavo lo había imaginado. Argentina acababa de perder el Mundial y el decidió recorrer el viejo continente casi por completo. Esquivó Alemania por prejuicios y por rabia a la copa perdida, sin saber que aquel país dejaría en él una huella indeleble.

Pero cuando Alemania aún era un territorio impensado, anduvo varias semanas solo, y hacia el final dos amigos se sumaron al periplo para recorrer Europa del Este. Allí, en un bar de Budapest, Gustavo conoció a Cecilia, una mexicana que había viajado para una boda y a la que esa misma noche le dijo que se transformaría en su mujer: “Me dijo que era imposible porque tenía novio. Respondí que no me importaba y la presenté como mi futura esposa a mis amigos”, cuenta Gustavo.

Foto tomada la noche en que conoció a Cecilia en Budapest.

Nada pasó aquella noche, salvo que conversaron por horas. Ella volaba de regreso a su hogar al día siguiente y no le dejó su contacto, aun así, Gustavo había sentido algo tan fuerte por ella, que siguió convencido de que había hallado a la mujer de su vida.

Cuando Cecilia pisó México, su novio la aguardaba con un anillo y una propuesta de casamiento. Varios meses después, Gustavo supo que la respuesta de ella había sido: no.

Monterrey, el picante, los chistes y conocer al suegro: “No le gustaban demasiado los argentinos”

El viaje a Europa cambió la vida de Gustavo para siempre. A la Argentina regresó calmado, lleno y con las ideas claras. Decidió dejar la construcción y el periodismo gráfico.

A Cecilia no la había olvidado. Por fortuna, los amigos de Gustavo habían agendado los números de las amigas en Budapest, fue así que el argentino llegó a ella, y luego de tres meses de escribirle con respuestas esporádicas y escuetas, la joven mexicana reveló que su corazón ya estaba libre. Gustavo, decidió abrir otra ventana inesperada, compró pasajes para volar a México, y llegó dispuesto a conocer realmente a la mujer que sintió que se transformaría en su esposa.

La despedida de su familia en Córdoba.

Se instaló en Monterrey por un mes sin saber nada del país ni sus costumbres, le impactó el picante desde el desayuno, y quedó sorprendido de que los argentinos no tuvieran buena fama en México: “No tenía ni idea”, dice. “En general nos ven como arrogantes, hasta hay chistes de argentinos. El tema es que al padre de Cecilia tampoco les caíamos demasiado bien, y Ceci me lo anticipó justo antes de conocerlo. Por fortuna, desde el principio entablamos una relación muy buena”.

La conexión entre los enamorados se intensificó, la atracción de Budapest se transformó en un amor profundo, y un mes fue suficiente para que Gustavo decidiera que su volver a empezar sería en México, un país donde su mujer tenía un empleo que la hacía feliz, y un territorio que él descubrió estable.

Cecilia y Gustavo en su llegada a Monterrey (2015)

Sentarse en el avión al lado de la persona correcta y la dificultad de revelar la noticia al padre: “Su idea era un poco la continuidad”

En el vuelo de regreso a la Argentina, Gustavo meditó acerca de los pasos a seguir, ensayó la noticia para su familia y se preguntó de qué podría trabajar en México. La vida, una vez más, le mostró la respuesta.

“Me senté al lado de una mujer cuyos padres estaban buscando un representante para distribuir sus productos en México, ascensores para casas residenciales que funcionan por propulsión a aire; ¡de inmediato me ofrecí! A los pocos días ya tenía el empleo”, cuenta Gustavo. “Nunca pensé en dejar Argentina, yo me fui por amor”, agrega pensativo.

“Nunca pensé en dejar Argentina, yo me fui por amor”.

Para Gustavo fue muy difícil transmitir la noticia a su familia, en especial a su padre, con quien se había formado en todo sentido y a quien había acompañado siempre. El joven, de alguna manera, había elegido arquitectura para cumplir ciertas expectativas de su progenitor, e irse tan lejos llegaba un golpe fuerte en muchos sentidos: “Su idea era un poco la continuidad, y decirle que ya no iba a construir viviendas con él fue muy duro”.

TexMex, calma y unos pocos apellidos: “Garza Garza de Garza”

Monterrey, una ciudad muy grande y cercana a Estados Unidos, amaneció apabullante con sus 5 millones de habitantes. Lo primero que impactó a Gustavo fue su riqueza, exaltada en sus industrias y negocios. El choque cultural, sin embargo, no fue tan fuerte, en definitiva seguían siendo latinos y eso el argentino lo pudo sentir desde el comienzo. Aun así, hubo algo que lo sorprendió: la identidad marcada que sienten los mexicanos, a diferencia de los argentinos, con una fragmentación más evidente, consecuencia de su joven historia.

Destinos inesperadosCecilia y Gustavo.

A medida que pasaron los meses, Gustavo aprendió a seguir un pulso distinto al que traía a cuestas; una calma peculiar, a pesar de la actividad incesante: “La comunidad es más tranquila, no discuten tanto, es muy linda la gente. Igual yo sigo luchando contra los prejuicios que tienen con los argentinos”.

“También hay que decir que Monterrey es México a medias, tiene mucha influencia texana, comparten con ellos el comienzo de su historia”, continúa Gustavo. “Es una zona de vaqueros, rancheros, la comida es diferente a otras zonas de México, algo que me ayudó porque se come mucha carne asada. Eso sí, acostumbrarme al picante me llevó un año, fue lo único duro”.

Tuvieron una boda en Monterrey y otra en Pilar (foto en Córdoba)

“Es la cultura TexMex donde aparte la mayoría son bilingües. Es una zona donde enviaron al nuevo mundo a los judíos sefardíes, y tuvieron que inventarse apellidos, por lo que en la región hay muy pocos y los apellidos se repiten aunque no haya lazo de sangre (Garza es uno de ellos, el de mi mujer) y el chiste es que dicen que todos se casan entre primos… Garza Garza de Garza.”, dice el argentino, entre risas.

La tarea casi imposible de vender un lujo para pocos: “Dentro de los clientes hay varios top ten de Forbes de México”

Hablar de elevadores residenciales era algo muy loco, pero eso mismo es lo que Gustavo comenzó a vender. ¿A quién podría interesarle algo semejante, y por propulsión de aire? El argentino no tenía aval, ni máquinas previamente instaladas. Comenzó desde cero todo el negocio: se encargó de la página web, aprender comercio internacional, legislaciones locales y de las ventas, entre otras actividades.

Tardó un año y medio en vender el primer ascensor. Muchas veces pensó en abandonar, pero Cecilia, que tenía mucha fe en él y en el proyecto, fue su guía y motor: “La primera venta fue en Tijuana, a 2 mil kilómetros de donde estaba, fue una locura. Yo hice incluso la instalación del elevador”.

17 de abril, el día en que instaló el primer elevador.

A partir de entonces, de a poco, vinieron nuevas ventas y fue allí que Gustavo comenzó a percibir los niveles de desigualdad de México: mucha pobreza, una clase media pequeña y una franja de riqueza a niveles que él jamás había visto en su vida. Vender elevadores para casas -un lujo que no compra cualquiera- le abrió la puerta a esa realidad: “Dentro de los clientes hay varios top ten de Forbes de México. Es duro vivir entre esos extremos”.

Un cambio de rumbo: Barcelona y un argentino que la cigüeña tiró por error

Tras el pequeño auge, las ventas de los elevadores se detuvieron. Ceci, mientras tanto, fantaseaba con realizar una maestría en el exterior y se postuló para España y Australia. Su esfuerzo y excelencia tuvieron resultados maravillosos: obtuvo una beca para ambos países, y fue así que el matrimonio decidió que era tiempo de cambiar de rumbo.

Recién llegados a Barcelona.

Eligieron Barcelona, donde una empresa española otorgó la beca para que Cecilia estudiara en la UB (Universidad de Barcelona) y facilitó asimismo un departamento. Impulsado por su mujer, Gustavo decidió abonar su propia maestría en Arquitectura Sustentable en la Universidad Politécnica de Cataluña.

“Justo cuando decidimos irnos se reactivó la venta de elevadores”, revela Gustavo. “En ese momento un amigo de la infancia me viene a visitar a México, le cuento la situación y me ofrece venir y tomar mi lugar durante mi año de ausencia. Junto a Eduardo, amigo de mi cuñado, se hicieron cargo. Al día de hoy siguen conmigo y mi amigo argentino formó su familia en México. Siempre le digo que él es un mexicano que la cigüeña lo tiró en Argentina por error”.

Con Martín y Eduardo, recién sumados al negocio.

Alemania inesperada: “Pienso en ese tiempo que no quise pisar el país por prejuicios…”

La experiencia en Barcelona fue impecable. Cuando el año concluyó, a Gustavo lo eligieron para representar a la universidad en Hong Kong, donde debía exponer dos papers en inglés, un desafío enorme que lo llevó a aprender un idioma que no dominaba y que estudió cada día hasta la llegada del evento.

En 2018, en Asia, impartió tres charlas ante profesionales y estudiantes, un hito en la vida del joven argentino, que venía de un pueblo y jamás imaginó traspasar tantas fronteras, menos aún la alemana que había esquivado tantos años antes: “Cuando estábamos por volver a Monterrey a Ceci le ofrecen participar de un programa por un año en una empresa líder en Alemania, en Stuttgart, se postula y queda elegida. Ella fue primero y tras los trámites, en 2019, ya estábamos los dos ahí”, cuenta Gustavo.

Gustavo en Hong Kong (2018), en el marco de la conferencia PLEA.

La idea del arquitecto argentino era seguir administrando desde la distancia su empresa de elevadores, acompañar ese año a su mujer, y regresar juntos a México. Pero la vida le seguía demostrando que la acción trae las reacciones menos esperadas: a las pocas semanas de su llegada a suelo germano, ya tenía trabajo en un despacho de arquitectos alemán, algo que no hubiera podido lograr sin el inglés que había aprendido para su viaje a Hong Kong.

“Buscábamos departamento y la vida quiso que me cruzara con una cordobesa colega de Villa General Belgrano que justo dejaba el suyo y podía recomendarme con la dueña. Pero el requisito era que tuviera trabajo, y fue allí que ella me dijo que en su despacho buscaban arquitecto. ¡Yo en mi vida había hecho un CV! Esa semana me entrevistaron en inglés y quedé. Después tuve que aprender alemán, porque en Alemania es así: en el trabajo solo alemán. Ellos me apoyaron con el estudio del idioma “, cuenta Gustavo. “En Alemania es más difícil conseguir alojamiento que trabajo y de pronto teníamos ambos. Fue muy insólito”.

Al tiempo, para sumar a los cambios drásticos, Cecilia quedó embarazada. Pensaron que serían padres en México, pero no fue así. Y no solo eso fue diferente: la ecografía mostró que eran dos niños los que estaban en camino. Gustavo quedó en shock ante el cuadro: nuevo trabajo, nuevo idioma, otra cultura y a la espera de dos hijos. Sus padres iban a ir en su ayuda, pero llegó la pandemia y de pronto quedaron los cuatro solos en un tiempo que resultó muy complejo para todos: “Solos, sin manejar aún bien el idioma, sin saber cómo ser padres, con pediatras en alemán, estaba todo cerrado. Todo costó el doble”.

En Stuttgart.

Y un año en Alemania se transformaron en tres: “Si bien es una cultura muy diferente, hay muchos prejuicios con Alemania. Es gente muy buena, los pediatras de diez, nos adaptamos muy bien y nos apoyaron en todo sentido, después la pandemia dificultó todo y decidimos estar más cerca de la familia. Pero fue muy difícil tomar la decisión de dejar Stuttgart. Pienso en ese tiempo que no quise pisar el país por prejuicios, luego vivir eso, para mí fue un crecimiento enorme. Logramos tramitar nuestros pasaportes europeos y eso fue un consuelo: saber que ya éramos ciudadanos europeos y que podíamos en un futuro volver. Tengo un gran aprecio por Alemania”.

Días felices en Alemania.

“¡Cuéntale a Dios tus planes y se reirá de ti!”

¿Acaso nuestra historia ya está escrita? Gustavo, el hombre que creía que su destino estaba dictado, hoy sabe que puede reescribir su libro de la vida cada vez que lo desee.

Volver a México fue uno de los procesos más duros que le tocó vivir. El argentino hubiera querido quedarse en Alemania, pero con el tiempo descubrió que su verdadera dificultad residía en aceptar que volver a México ahora parecía significar el verdadero `volver´. Gustavo, que siempre se había ido, se confrontó con un viaje de regreso y no era a su país de origen a donde regresaba. Y ahora tenía una familia, niños que crecían y miedo ante un futuro con sabor a permanente. Se había acostumbrado al cambio. ¿Pero debía tomar ese regreso como algo definitivo? Su propia experiencia le daba la respuesta: en la vida nada lo es.

Con su familia en Pilar, Córdoba.

“Entendí que irte de un país a otro, no es irte, es un cambio, y siempre podemos cambiar. Yo nací con una historia ya escrita, un chico de pueblo que iba a seguir los pasos de su padre arquitecto, y de pronto, despegarme totalmente me llevó a replantearte muchas cosas, te das cuenta de que hay otra forma de pensar y ver la vida. Y eso surge cuando uno está en movimiento; moverme para mí se convirtió en una forma de vida. Yo necesito eso, lo disfruto, es como volver a sentirme un niño y tener esas primeras veces, como empezar la escuela, donde vas a descubrir todo lo nuevo. Va más allá que salir de la zona de confort, de cambiar de geografía, es construir una zona de confort nueva para volverla a quebrar”.

“Aparte de los países de residencia, he viajado por más de 40 naciones, no me interesan los lujos, pero sí viajar”, continúa. “Antes para mí aprender inglés era un martirio, ahora estoy aprendiendo italiano, hablo alemán, inglés y me gustaría aprender más lenguas”.

Gustavo y su familia en la actualidad.

“Estoy muy agradecido a la vida, me ha dado más de lo que creo merecer. Tuvimos a nuestro tercer hijo en México, tengo una familia que amo, pude ver el mundo y es maravilloso. Salí de un pueblo de Argentina, donde está mi gente, mi cultura y donde amo volver cada año. Es como tocar base para mí. Lo disfruto mucho, aunque no esté en mi mente regresar definitivamente. Pero ¡cuéntale a Dios tus planes y se reirá de ti! El cambio en la vida sigue y no sabemos hacia dónde nos puede llevar…”, concluye Gustavo, quien hace tres años está nuevamente en México y junto a Cecilia ya están pensando en volver a empezar en algún otro lugar.

*

Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.

¿Acaso nuestra historia ya está escrita? Hubo un tiempo en que Gustavo Rojo Plá creyó que sí: había nacido en un pueblo argentino y había sido criado para seguir los pasos de su padre. Y así lo hizo, hasta que cierto día abrió una ventana que se había colado en su horizonte prediseñado y lo que vio del otro lado fue demasiado tentador. Atrapado por la curiosidad, atravesó aquel portal y a partir de entonces reescribió su historia de una manera que jamás hubiera imaginado en sus sueños más locos.

Una vida en Córdoba, un adolescente creador y un pueblo que se transforma en ciudad: Pilar

Gustavo nació en el 84 y se crio en Pilar, Córdoba, un pueblo pequeño en el que vivió durante tres décadas. Tuvo unos primeros años de infancia confortables, aunque esto duró poco. En los 90, tras la convertibilidad, su mundo tal como lo conocía se derrumbó. Su padre -arquitecto igual que él- tuvo que vender todo, se endeudó y la realidad cotidiana se transformó por completo: “Lo que se generó como consecuencia fue muy fuerte y muy difícil de entender para la mirada de un niño”, reflexiona hoy mientras rememora aquellos tiempos.

Una infancia feliz en Pilar, Córdoba

A veces no había comida en la mesa y las vacaciones desaparecieron, pero lo que sí hubo fue una vieja computadora que terminó en el cuarto de Gustavo, luego de que su padre tuviera que cerrar su oficina. No tenía juegos, pero aun así despertó la curiosidad del chico, que cada día buscó aprender y sacarle provecho, armado de su pasión por el dibujo, el diseño y la artes gráficas. Y fue en el año 98, cuando formó parte de una revista escolar llamada Búsqueda, que la vida del adolescente dio un nuevo giro. Cuando Pilar llegó a los 10 mil habitantes y fue declarada `ciudad´, un ejemplar llegó a las manos de un hombre que quedó impactado por el diseño de la revista a cargo de Gustavo, quien tenía apenas 14 años.

“La revista significó mucho para mí”, revela. “A partir de entonces, a pesar de mi edad, empecé a trabajar informalmente como diseñador gráfico y a desempeñarme en un periódico llamado Mi ciudad”, cuenta Gustavo, quien ya de adulto se asoció para crear un periódico semanal llamado Ruta 9, un proyecto que duró hasta el 2007, cuando fundó su propio medio: Día Siete: “Yo había terminado en 2001 el secundario y luego estudié arquitectura. Todo este camino me permitió estudiar, pagar mis gastos”.

Junto a su padre, un referente importante en su vida.

Una noche de insomnio, un solitario que esquiva Alemania y una mujer en el camino: “Me dijo que era imposible”

Ante una Argentina inestable, Gustavo creyó que lo mejor sería irse lejos, pero todo se acomodó para seguir los pasos de su padre. Para cuando obtuvo su título en 2008, la situación del país había mejorado, por lo que optó por sumergirse en la construcción. Allí permaneció durante varios años y todo parecía indicar que nada cambiaría: ni en su pueblo, ni con su destino escrito. Sin embargo, algo inesperado comenzó a gestarse durante sus primeros años como arquitecto: una sobrecarga de trabajo en el rubro lo llevó a experimentar padecimientos en su cuerpo y mente.

En una de sus tantas noches de insomnio, Gustavo dijo basta, quería alejarse de todo. Sin pensarlo demasiado al día siguiente tomó sus ahorros, compró pasajes con un regreso para dentro de tres meses, empacó lo que pudo, le dejó el celular a su hermano (necesitaba desconectarse) y se fue a Europa. Sucedió el 12 de agosto de 2014. “Me fui para aislarme”, rememora.

“Me fui para aislarme” (Foto de Gustavo en 2014, durante su viaje por Europa)

Nadie se lo había imaginado, ni Gustavo lo había imaginado. Argentina acababa de perder el Mundial y el decidió recorrer el viejo continente casi por completo. Esquivó Alemania por prejuicios y por rabia a la copa perdida, sin saber que aquel país dejaría en él una huella indeleble.

Pero cuando Alemania aún era un territorio impensado, anduvo varias semanas solo, y hacia el final dos amigos se sumaron al periplo para recorrer Europa del Este. Allí, en un bar de Budapest, Gustavo conoció a Cecilia, una mexicana que había viajado para una boda y a la que esa misma noche le dijo que se transformaría en su mujer: “Me dijo que era imposible porque tenía novio. Respondí que no me importaba y la presenté como mi futura esposa a mis amigos”, cuenta Gustavo.

Foto tomada la noche en que conoció a Cecilia en Budapest.

Nada pasó aquella noche, salvo que conversaron por horas. Ella volaba de regreso a su hogar al día siguiente y no le dejó su contacto, aun así, Gustavo había sentido algo tan fuerte por ella, que siguió convencido de que había hallado a la mujer de su vida.

Cuando Cecilia pisó México, su novio la aguardaba con un anillo y una propuesta de casamiento. Varios meses después, Gustavo supo que la respuesta de ella había sido: no.

Monterrey, el picante, los chistes y conocer al suegro: “No le gustaban demasiado los argentinos”

El viaje a Europa cambió la vida de Gustavo para siempre. A la Argentina regresó calmado, lleno y con las ideas claras. Decidió dejar la construcción y el periodismo gráfico.

A Cecilia no la había olvidado. Por fortuna, los amigos de Gustavo habían agendado los números de las amigas en Budapest, fue así que el argentino llegó a ella, y luego de tres meses de escribirle con respuestas esporádicas y escuetas, la joven mexicana reveló que su corazón ya estaba libre. Gustavo, decidió abrir otra ventana inesperada, compró pasajes para volar a México, y llegó dispuesto a conocer realmente a la mujer que sintió que se transformaría en su esposa.

La despedida de su familia en Córdoba.

Se instaló en Monterrey por un mes sin saber nada del país ni sus costumbres, le impactó el picante desde el desayuno, y quedó sorprendido de que los argentinos no tuvieran buena fama en México: “No tenía ni idea”, dice. “En general nos ven como arrogantes, hasta hay chistes de argentinos. El tema es que al padre de Cecilia tampoco les caíamos demasiado bien, y Ceci me lo anticipó justo antes de conocerlo. Por fortuna, desde el principio entablamos una relación muy buena”.

La conexión entre los enamorados se intensificó, la atracción de Budapest se transformó en un amor profundo, y un mes fue suficiente para que Gustavo decidiera que su volver a empezar sería en México, un país donde su mujer tenía un empleo que la hacía feliz, y un territorio que él descubrió estable.

Cecilia y Gustavo en su llegada a Monterrey (2015)

Sentarse en el avión al lado de la persona correcta y la dificultad de revelar la noticia al padre: “Su idea era un poco la continuidad”

En el vuelo de regreso a la Argentina, Gustavo meditó acerca de los pasos a seguir, ensayó la noticia para su familia y se preguntó de qué podría trabajar en México. La vida, una vez más, le mostró la respuesta.

“Me senté al lado de una mujer cuyos padres estaban buscando un representante para distribuir sus productos en México, ascensores para casas residenciales que funcionan por propulsión a aire; ¡de inmediato me ofrecí! A los pocos días ya tenía el empleo”, cuenta Gustavo. “Nunca pensé en dejar Argentina, yo me fui por amor”, agrega pensativo.

“Nunca pensé en dejar Argentina, yo me fui por amor”.

Para Gustavo fue muy difícil transmitir la noticia a su familia, en especial a su padre, con quien se había formado en todo sentido y a quien había acompañado siempre. El joven, de alguna manera, había elegido arquitectura para cumplir ciertas expectativas de su progenitor, e irse tan lejos llegaba un golpe fuerte en muchos sentidos: “Su idea era un poco la continuidad, y decirle que ya no iba a construir viviendas con él fue muy duro”.

TexMex, calma y unos pocos apellidos: “Garza Garza de Garza”

Monterrey, una ciudad muy grande y cercana a Estados Unidos, amaneció apabullante con sus 5 millones de habitantes. Lo primero que impactó a Gustavo fue su riqueza, exaltada en sus industrias y negocios. El choque cultural, sin embargo, no fue tan fuerte, en definitiva seguían siendo latinos y eso el argentino lo pudo sentir desde el comienzo. Aun así, hubo algo que lo sorprendió: la identidad marcada que sienten los mexicanos, a diferencia de los argentinos, con una fragmentación más evidente, consecuencia de su joven historia.

Destinos inesperadosCecilia y Gustavo.

A medida que pasaron los meses, Gustavo aprendió a seguir un pulso distinto al que traía a cuestas; una calma peculiar, a pesar de la actividad incesante: “La comunidad es más tranquila, no discuten tanto, es muy linda la gente. Igual yo sigo luchando contra los prejuicios que tienen con los argentinos”.

“También hay que decir que Monterrey es México a medias, tiene mucha influencia texana, comparten con ellos el comienzo de su historia”, continúa Gustavo. “Es una zona de vaqueros, rancheros, la comida es diferente a otras zonas de México, algo que me ayudó porque se come mucha carne asada. Eso sí, acostumbrarme al picante me llevó un año, fue lo único duro”.

Tuvieron una boda en Monterrey y otra en Pilar (foto en Córdoba)

“Es la cultura TexMex donde aparte la mayoría son bilingües. Es una zona donde enviaron al nuevo mundo a los judíos sefardíes, y tuvieron que inventarse apellidos, por lo que en la región hay muy pocos y los apellidos se repiten aunque no haya lazo de sangre (Garza es uno de ellos, el de mi mujer) y el chiste es que dicen que todos se casan entre primos… Garza Garza de Garza.”, dice el argentino, entre risas.

La tarea casi imposible de vender un lujo para pocos: “Dentro de los clientes hay varios top ten de Forbes de México”

Hablar de elevadores residenciales era algo muy loco, pero eso mismo es lo que Gustavo comenzó a vender. ¿A quién podría interesarle algo semejante, y por propulsión de aire? El argentino no tenía aval, ni máquinas previamente instaladas. Comenzó desde cero todo el negocio: se encargó de la página web, aprender comercio internacional, legislaciones locales y de las ventas, entre otras actividades.

Tardó un año y medio en vender el primer ascensor. Muchas veces pensó en abandonar, pero Cecilia, que tenía mucha fe en él y en el proyecto, fue su guía y motor: “La primera venta fue en Tijuana, a 2 mil kilómetros de donde estaba, fue una locura. Yo hice incluso la instalación del elevador”.

17 de abril, el día en que instaló el primer elevador.

A partir de entonces, de a poco, vinieron nuevas ventas y fue allí que Gustavo comenzó a percibir los niveles de desigualdad de México: mucha pobreza, una clase media pequeña y una franja de riqueza a niveles que él jamás había visto en su vida. Vender elevadores para casas -un lujo que no compra cualquiera- le abrió la puerta a esa realidad: “Dentro de los clientes hay varios top ten de Forbes de México. Es duro vivir entre esos extremos”.

Un cambio de rumbo: Barcelona y un argentino que la cigüeña tiró por error

Tras el pequeño auge, las ventas de los elevadores se detuvieron. Ceci, mientras tanto, fantaseaba con realizar una maestría en el exterior y se postuló para España y Australia. Su esfuerzo y excelencia tuvieron resultados maravillosos: obtuvo una beca para ambos países, y fue así que el matrimonio decidió que era tiempo de cambiar de rumbo.

Recién llegados a Barcelona.

Eligieron Barcelona, donde una empresa española otorgó la beca para que Cecilia estudiara en la UB (Universidad de Barcelona) y facilitó asimismo un departamento. Impulsado por su mujer, Gustavo decidió abonar su propia maestría en Arquitectura Sustentable en la Universidad Politécnica de Cataluña.

“Justo cuando decidimos irnos se reactivó la venta de elevadores”, revela Gustavo. “En ese momento un amigo de la infancia me viene a visitar a México, le cuento la situación y me ofrece venir y tomar mi lugar durante mi año de ausencia. Junto a Eduardo, amigo de mi cuñado, se hicieron cargo. Al día de hoy siguen conmigo y mi amigo argentino formó su familia en México. Siempre le digo que él es un mexicano que la cigüeña lo tiró en Argentina por error”.

Con Martín y Eduardo, recién sumados al negocio.

Alemania inesperada: “Pienso en ese tiempo que no quise pisar el país por prejuicios…”

La experiencia en Barcelona fue impecable. Cuando el año concluyó, a Gustavo lo eligieron para representar a la universidad en Hong Kong, donde debía exponer dos papers en inglés, un desafío enorme que lo llevó a aprender un idioma que no dominaba y que estudió cada día hasta la llegada del evento.

En 2018, en Asia, impartió tres charlas ante profesionales y estudiantes, un hito en la vida del joven argentino, que venía de un pueblo y jamás imaginó traspasar tantas fronteras, menos aún la alemana que había esquivado tantos años antes: “Cuando estábamos por volver a Monterrey a Ceci le ofrecen participar de un programa por un año en una empresa líder en Alemania, en Stuttgart, se postula y queda elegida. Ella fue primero y tras los trámites, en 2019, ya estábamos los dos ahí”, cuenta Gustavo.

Gustavo en Hong Kong (2018), en el marco de la conferencia PLEA.

La idea del arquitecto argentino era seguir administrando desde la distancia su empresa de elevadores, acompañar ese año a su mujer, y regresar juntos a México. Pero la vida le seguía demostrando que la acción trae las reacciones menos esperadas: a las pocas semanas de su llegada a suelo germano, ya tenía trabajo en un despacho de arquitectos alemán, algo que no hubiera podido lograr sin el inglés que había aprendido para su viaje a Hong Kong.

“Buscábamos departamento y la vida quiso que me cruzara con una cordobesa colega de Villa General Belgrano que justo dejaba el suyo y podía recomendarme con la dueña. Pero el requisito era que tuviera trabajo, y fue allí que ella me dijo que en su despacho buscaban arquitecto. ¡Yo en mi vida había hecho un CV! Esa semana me entrevistaron en inglés y quedé. Después tuve que aprender alemán, porque en Alemania es así: en el trabajo solo alemán. Ellos me apoyaron con el estudio del idioma “, cuenta Gustavo. “En Alemania es más difícil conseguir alojamiento que trabajo y de pronto teníamos ambos. Fue muy insólito”.

Al tiempo, para sumar a los cambios drásticos, Cecilia quedó embarazada. Pensaron que serían padres en México, pero no fue así. Y no solo eso fue diferente: la ecografía mostró que eran dos niños los que estaban en camino. Gustavo quedó en shock ante el cuadro: nuevo trabajo, nuevo idioma, otra cultura y a la espera de dos hijos. Sus padres iban a ir en su ayuda, pero llegó la pandemia y de pronto quedaron los cuatro solos en un tiempo que resultó muy complejo para todos: “Solos, sin manejar aún bien el idioma, sin saber cómo ser padres, con pediatras en alemán, estaba todo cerrado. Todo costó el doble”.

En Stuttgart.

Y un año en Alemania se transformaron en tres: “Si bien es una cultura muy diferente, hay muchos prejuicios con Alemania. Es gente muy buena, los pediatras de diez, nos adaptamos muy bien y nos apoyaron en todo sentido, después la pandemia dificultó todo y decidimos estar más cerca de la familia. Pero fue muy difícil tomar la decisión de dejar Stuttgart. Pienso en ese tiempo que no quise pisar el país por prejuicios, luego vivir eso, para mí fue un crecimiento enorme. Logramos tramitar nuestros pasaportes europeos y eso fue un consuelo: saber que ya éramos ciudadanos europeos y que podíamos en un futuro volver. Tengo un gran aprecio por Alemania”.

Días felices en Alemania.

“¡Cuéntale a Dios tus planes y se reirá de ti!”

¿Acaso nuestra historia ya está escrita? Gustavo, el hombre que creía que su destino estaba dictado, hoy sabe que puede reescribir su libro de la vida cada vez que lo desee.

Volver a México fue uno de los procesos más duros que le tocó vivir. El argentino hubiera querido quedarse en Alemania, pero con el tiempo descubrió que su verdadera dificultad residía en aceptar que volver a México ahora parecía significar el verdadero `volver´. Gustavo, que siempre se había ido, se confrontó con un viaje de regreso y no era a su país de origen a donde regresaba. Y ahora tenía una familia, niños que crecían y miedo ante un futuro con sabor a permanente. Se había acostumbrado al cambio. ¿Pero debía tomar ese regreso como algo definitivo? Su propia experiencia le daba la respuesta: en la vida nada lo es.

Con su familia en Pilar, Córdoba.

“Entendí que irte de un país a otro, no es irte, es un cambio, y siempre podemos cambiar. Yo nací con una historia ya escrita, un chico de pueblo que iba a seguir los pasos de su padre arquitecto, y de pronto, despegarme totalmente me llevó a replantearte muchas cosas, te das cuenta de que hay otra forma de pensar y ver la vida. Y eso surge cuando uno está en movimiento; moverme para mí se convirtió en una forma de vida. Yo necesito eso, lo disfruto, es como volver a sentirme un niño y tener esas primeras veces, como empezar la escuela, donde vas a descubrir todo lo nuevo. Va más allá que salir de la zona de confort, de cambiar de geografía, es construir una zona de confort nueva para volverla a quebrar”.

“Aparte de los países de residencia, he viajado por más de 40 naciones, no me interesan los lujos, pero sí viajar”, continúa. “Antes para mí aprender inglés era un martirio, ahora estoy aprendiendo italiano, hablo alemán, inglés y me gustaría aprender más lenguas”.

Gustavo y su familia en la actualidad.

“Estoy muy agradecido a la vida, me ha dado más de lo que creo merecer. Tuvimos a nuestro tercer hijo en México, tengo una familia que amo, pude ver el mundo y es maravilloso. Salí de un pueblo de Argentina, donde está mi gente, mi cultura y donde amo volver cada año. Es como tocar base para mí. Lo disfruto mucho, aunque no esté en mi mente regresar definitivamente. Pero ¡cuéntale a Dios tus planes y se reirá de ti! El cambio en la vida sigue y no sabemos hacia dónde nos puede llevar…”, concluye Gustavo, quien hace tres años está nuevamente en México y junto a Cecilia ya están pensando en volver a empezar en algún otro lugar.

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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.

 Conoció a una mujer comprometida y sintió que en ella había hallado a su futura esposa; a partir de entonces inició una odisea que lo llevó a lugares impensados, embarcarse en un negocio que parecía una locura, e incluso a vivir en Alemania, un país que por prejuicios se prometió que nunca iba a pisar…  LA NACION

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