Delphine Horvilleur: “Nuestra responsabilidad, en el orden social, es no regar la planta del odio”

La pertenencia, el diálogo y el legado cultural parecen ser cuestiones que desvelan a la rabina francesa Delphine Horvilleur. “En el contexto de obsesión identitaria actual, creo que es urgente que exploremos nuestras tradiciones religiosas y lo que estas dicen realmente de la transmisión y de la construcción de una identidad”, escribe Horvilleur en Madres, hijos y rabinos, su nuevo título en español( Libros del Asteroide).
También filósofa, esta mujer, que durante la charla intenta dominar un cabello abundante y enrulado, aborda con un gran estilo literario temas complejos. Recibió su cultura de dos abuelos muy diferentes: uno, francés asimilado, y el otro emigrante de los Cárpatos, que había perdido a su familia en Auschwitz. En la sinagoga parisina de Beaugrenelle –casi a orillas del río Sena–, Horvilleur predica con ideas, con humor y con osadía: desconfía de los dogmas, cree que la tradición no es la fotocopia de unos conceptos rígidos que pasan de mano en mano a través de los años, sino una forma viva, mutante, alimentada en el encuentro con los demás y con lo demás.
Cuando me preguntan en qué creo, digo que creo en el poder de las historias. Las historias cambian el mundo. Nos transforman para bien o para mal
En Madres, hijos y rabinos escribe sobre el futuro incierto y sobre el presente complejo que marca el pulso global. Lo hace desde su experiencia como ciudadana del siglo XXI y desde los cuentos bíblicos antiguos. Ya lo había hecho en otro libro, el fascinante Vivir con nuestros muertos, que colocó su nombre junto a los nombres de los mejores ensayistas actuales de Francia, y que le trajo fama y traducciones.
En 2015, la revista estadounidense de cultura judía Tablet vio que Horvilleur negociaba hábilmente en las fronteras de la laicidad y se preguntó: “¿Es Delphine Horvilleur la rabina que salvará a Francia?”. Ella había llamado la atención de Tablet luego de decir unas palabras en el entierro de una de las víctimas del ataque a Charlie Hebdo. Francia acaso necesitaba que alguien la salvara de sí misma.
Pero todo eso fue antes del 7 de octubre de 2023. La masacre ejecutada por Hamas en Israel, y la guerra que vino después, conmocionaron profundamente a Horvilleur. El antisemitismo creció, las cosas se pusieron raras y la policía visitó a la rabina en su casa en París y le sugirió usar seudónimos para reservar taxis o restaurantes. Ese consejo la llevó a ser Sylvia Stallone en un taxi y Jeanne Wayne en un restaurante japonés: Horvilleur prefiere a las estrellas estadounidenses, más que nada a las que son capaces de salvar el mundo. El año pasado publicó Comment ça va pas?, un ensayo que es como un duelo o un kaddish (la plegaria judía para los difuntos), y esta misma semana sale en Francia su nuevo libro, donde se pregunta cómo hablar con los niños acerca de la muerte.
Pasé muchos años enseñando la importancia de tender puentes de diálogo. Ese ha sido el mensaje central de todo lo que escribí e hice
La rutina vuelve a su cauce lentamente, y mientras Netflix prepara la segunda temporada de Nadie quiere esto (la comedia romántica del “hot rabbi” interpretado por Adam Brody), HBO Max estrenará el 28 de marzo Le Sens des Choses, una serie basada en el libro Vivir con nuestros muertos, cuya protagonista es una rabina joven.
“La serie lo expresa bien: creo que muy a menudo en la vida podemos salvarnos con palabras e historias”, dice Horvilleur desde Francia. “El guión se basa en mi filosofía, y en cada episodio la protagonista necesita encontrar una historia para ayudar a la gente. Pero no, la rabina de la serie no es exactamente como yo, sino un personaje diferente a mí”.
–La vida de las comunidades judías, a lo largo de los siglos, ha visto una tensión, un movimiento pendular que va de la asimilación a la necesidad de recordar su larga historia. ¿Qué ha ocurrido con esa tensión después del 7 de octubre de 2023?
–Pasé muchos años enseñando la importancia de tender puentes para el diálogo, ese ha sido el mensaje central de todo lo que escribí e hice. Pero lo más impactante para mí desde el 7 de octubre de 2023 es que, de alguna manera, el dolor de la historia judía llamó a nuestra puerta y nos recordó que, aunque deseemos tanto construir puentes, en realidad, nos guste o no, estamos en un momento en el que también necesitamos construir muros y asegurarnos de que nuestros hijos estén bien. De repente hay que enseñar simultáneamente sobre el puente universal entre el judaísmo y el mundo, y también sobre la necesidad de protegernos. Es una tensión importante. Por otro lado, los judíos no somos simplemente judíos: somos judíos y tantas otras cosas más. A muchas personas, si hace unos años les hubieras preguntado cómo se definían, habrían dicho: “Soy francés, soy europeo, me encanta correr, me encanta comer sushi y soy judío”. A partir del 7 de octubre, no porque lo eligieran, sino porque el mundo los obligó a invertir su definición personal, ahora esas personas de repente ven que su identidad judía toma protagonismo.
–¿La historia avanza y a la vez retrocede?
–Sí. No es que nos obsesionemos con nosotros mismos como judíos, pero no tenemos otra opción, porque de repente estamos amenazados y volvemos a las viejas cuestiones. No es la misma historia, pero hay una especie de eco. Cuando yo era una niña me disgustaba que mis abuelos, sin importar de qué habláramos, siempre dijeran: “¿Es bueno o malo para los judíos?”. Me parecía ridículo que siguieran pensando que todo era para bien o para mal, y no esperaba que en mi vida de pronto yo fuera a oír la voz de ellos de nuevo. Mis abuelos murieron hace mucho tiempo, pero ahora mismo siento que me están gritando, como si me estuvieran diciendo constantemente: “¿Ves? ¡Te lo dijimos! Te equivocaste al estar tan convencida de que ya habíamos superado aquellos momentos históricos”.
Es muy difícil que la gente acepte la complejidad del mundo en ámbitos como los de las redes sociales, donde hay tan pocos caracteres para escribir
–¿Y entonces se puede seguir construyendo puentes o ya no?
–Sí. Pero, quizás más que nunca, necesitamos hacer alianzas: ese es el verdadero significado de mi identidad judía, que no puede ser una cuestión de puertas cerradas. Tiene que ser una cuestión que me permita participar en una conversación con otros. Así que no me rendiré. He notado que desde el 7 de octubre, de una forma muy extraña, algunas conversaciones han desaparecido y otras se han fortalecido. Yo, como muchas otras personas, perdí muchos amigos, pero también profundicé relaciones incluso con amigos árabes. Por ejemplo, tengo un amigo libanés que escribe obras de teatro aquí en Francia y es bastante famoso: Wajdi Mouawad. Mi amistad con él durante el último año y medio ha sido lo que en yiddish llamamos mechayeh: algo que te devuelve la vida. Muchas veces sentí que estaba perdiendo mi empatía, mi humanidad, incluso mi rostro ante lo que estaba sucediendo, pero mis conversaciones con él fueron cruciales.
–¿Qué fue lo que le dijo Wajdi Mouawad que la devolvió la vida?
–Hablamos mucho sobre cómo mantener la empatía con el otro. Él dice que sabe que la semilla del odio hacia el judío le fue plantada y se pregunta cómo evitar regarla. Esa metáfora me parece poderosa. A veces pensamos que vamos a acabar con el antisemitismo, con el racismo, con el odio o con lo que sea. Pero en realidad creo que hay que reconocer que ese odio está adentro de nosotros y de nuestra sociedad, y que no hay forma de deshacernos de él. Entonces la pregunta es: ¿cómo nos aseguramos de que su planta no crezca? En la historia hay momentos en los que es como si regáramos la tierra y le pusiéramos fertilizante, y esa planta crece. Otras veces logramos evitar que florezca. Nuestra responsabilidad, como sociedad, es asegurarnos de no estar regando la planta.
–¿Y cómo fue que nuestra cultura se convirtió en un problema de cancelación, racismo y segregación?
–En nuestra sociedad hay una fuerte tendencia a amar la simplicidad y existe una especie de aversión a la complejidad. No sé si eso viene de las redes sociales, pero nos hemos vuelto superbinarios en los últimos años. La generación que nos sugirió que debería existir una identidad de género no binaria tiene, paradójicamente, una visión política superbinaria del mundo. Considera que no existe el binarismo de género, pero sí el de todos los demás aspectos de la vida. De repente, su visión del mundo es simplista: una visión de dominantes y dominados, de poderosos y subordinados. Es un error ver el mundo de esta manera. Nadie es poderoso en cada minuto de su vida o subordinado todo el tiempo. Esta forma de ver el mundo, con enfoques simplistas, es empobrecedora para todos, así que constantemente yo enseño sobre la complejidad. Pero es muy difícil que la gente elija la complejidad en ámbitos como los de las redes sociales, donde, por ejemplo, Twitter/X te da 280 caracteres para escribir. Los emojis, otro ejemplo, se usan para aclarar el estado de ánimo incluso cuando alguien escribe “Mi gato murió”. Es obvio que está triste, pero no hay lugar para las ambigüedades. Eso me llama la atención: yo creo que la base del diálogo es la ambigüedad.
–En términos sociales, ¿la ambigüedad ayuda también a elevar la calidad de la conversación pública?
–Sí. Pero el problema es que vivimos en una época que contradice la inteligencia, al menos con respecto a su etimología. La palabra “inteligencia” viene del latín intellegere: inter y legere, que significa “entre” y “leer”, eso es la capacidad de leer entre líneas. Creo que no existe ninguna inteligencia si no reconoces que siempre hay un punto intermedio entre lo que yo digo y lo que tú escuchas. Todo esto también tiene que ver con el pensamiento judío, porque la esencia misma de la interpretación judía es la ambigüedad. El texto nunca es claro sobre su significado y los rabinos han construido la sabiduría judía sobre la idea de que el texto parece decir algo, pero puede significar otra cosa. La distancia entre lo que parece significar un texto y lo que podría significar es la esencia de la interpretación judía.
—En su libro Vivir con nuestros muertos usted escribió: “El oficio que más se acerca al mío tiene un nombre: narradora”. ¿Sigue considerando lo mismo?
–Sí, y ahora más que nunca. Cuando me preguntan en qué creo, yo respondo que creo en el poder de las historias. De verdad pienso que las historias cambian al mundo, que nos transforman para bien o para mal. Algunas nos hacen más humanos, otras nos destruyen. Algunas son malditas, otras son bendiciones. Historias: supongo que esa es mi religiosidad. Y tengo la suerte de formar parte de una tradición que es muy buena narrándolas. Esa es nuestra bendición y debemos compartirla con el mundo.
–¿Qué puede decir de los jóvenes? ¿Podemos tener esperanza respecto de la próxima generación?
–Francamente, es un tema muy doloroso porque el crecimiento del antisemitismo a menudo se canaliza a través de una nueva generación. Y los jóvenes no son conscientes de algo que ha sido bastante frecuente en la historia: muchas veces los judíos han sido odiados por quienes estaban convencidos de encontrarse en el lado correcto de la historia. Por ejemplo, en la Edad Media la gente creía que los judíos traían enfermedades, que envenenaban el agua de los pozos o que mataban a los cristianos. La gente estaba convencida de que eliminar a los judíos traería paz al mundo, e incluso salud. Hoy es prácticamente lo mismo. A menudo conozco personas, especialmente jóvenes activistas, que no oyen los clichés antisemitas en su propio idioma: es como si estuvieran cantando una melodía antisemita clásica, pero no la oyen porque están totalmente convencidos de que están del lado correcto de la historia. Lo más doloroso para mí hoy es hablar con jóvenes judíos: es evidente que están pasando por una pesadilla. Muchos se han convertido en criptojudíos: o hablan de su identidad judía y pierden a sus amigos, o mantienen una vida social y evitan el tema, pretendiendo ser algo que no son.
–No parece muy optimista para los años que vienen…
–No, creo que vamos a pasar por momentos muy oscuros. Pero, al mismo tiempo, lo único optimista que puedo decir es que deberíamos considerar que no somos la primera generación que atraviesa esto. Somos bendecidos, si puedo usar esta palabra, con el conocimiento del pasado. Muy a menudo me inspiro en ese pasado que, de hecho, regresa de forma diferente. Los judíos siempre lograron elegir la vida; así sobrevivimos y encontramos la manera de transmitir una tradición. Y, de hecho, esto me lleva a Madres, hijos y rabinos, donde intenté expresar que el judaísmo posee una sabiduría especial para la transmisión y es muy bueno enseñando memoria y a la vez adaptación. Los judíos recuerdan, pero al mismo tiempo saben olvidar lo suficiente como para reinventarse.
–Entonces, ¿cuál cree que es el futuro del judaísmo?
–Ahora en Francia los niños y los jóvenes judíos se enfrentan a desafíos terribles, pero su inteligencia les permitirá inventar algo, tendrán que ser proactivos. Crearán palabras porque eso es lo que los judíos siempre han hecho. También conozco a muchas personas que tienden a recurrir a la familia o a la tribu para sentirse seguras. Es una consecuencia de la amenaza y me pregunto cuál será el efecto a largo plazo. Solo puedo decir que, a pesar de enfrentarse a tantos desafíos, los judíos siempre lograron salir adelante y ser creativos. Y lo van a lograr una vez más.
CON VOCACIÓN UNIVERSAL
PERFIL: Delphine Horvilleur
Delphine Horvilleur (Nancy, 1974) es rabina, escritora y filósofa. Estudió hebreo y árabe en la Universidad hebrea de Jerusalén y Periodismo en París.
Tras dedicarse profesionalmente al periodismo en Francia e Israel, se marchó a Nueva York para estudiar el Talmud.
En 2008, a los treinta y tres años, recibió su ordenación rabínica. Ha sido la tercera mujer en lograrlo en Francia y es una de las principales voces del Movimiento Judío Liberal de Francia.
En 2009 fue nombrada jefa de redacción de la revista de pensamiento judío Tenou’a. Además de oficiar como rabina, ha colaborado en diversos medios de comunicación, como Le Monde, Le Figaro y Elle.
Ha publicado numerosos libros de ensayo, entre los que destacan Madres, hijos y rabinos (2015; Libros del Asteroide, 2024), Reflexiones sobre la cuestión antisemita (2019) y Vivir con nuestros muertos (2021; Libros del Asteroide, 2022), que recibió el Premio Babelio de No Ficción 2021 y fue un éxito de ventas en Francia.
La pertenencia, el diálogo y el legado cultural parecen ser cuestiones que desvelan a la rabina francesa Delphine Horvilleur. “En el contexto de obsesión identitaria actual, creo que es urgente que exploremos nuestras tradiciones religiosas y lo que estas dicen realmente de la transmisión y de la construcción de una identidad”, escribe Horvilleur en Madres, hijos y rabinos, su nuevo título en español( Libros del Asteroide).
También filósofa, esta mujer, que durante la charla intenta dominar un cabello abundante y enrulado, aborda con un gran estilo literario temas complejos. Recibió su cultura de dos abuelos muy diferentes: uno, francés asimilado, y el otro emigrante de los Cárpatos, que había perdido a su familia en Auschwitz. En la sinagoga parisina de Beaugrenelle –casi a orillas del río Sena–, Horvilleur predica con ideas, con humor y con osadía: desconfía de los dogmas, cree que la tradición no es la fotocopia de unos conceptos rígidos que pasan de mano en mano a través de los años, sino una forma viva, mutante, alimentada en el encuentro con los demás y con lo demás.
Cuando me preguntan en qué creo, digo que creo en el poder de las historias. Las historias cambian el mundo. Nos transforman para bien o para mal
En Madres, hijos y rabinos escribe sobre el futuro incierto y sobre el presente complejo que marca el pulso global. Lo hace desde su experiencia como ciudadana del siglo XXI y desde los cuentos bíblicos antiguos. Ya lo había hecho en otro libro, el fascinante Vivir con nuestros muertos, que colocó su nombre junto a los nombres de los mejores ensayistas actuales de Francia, y que le trajo fama y traducciones.
En 2015, la revista estadounidense de cultura judía Tablet vio que Horvilleur negociaba hábilmente en las fronteras de la laicidad y se preguntó: “¿Es Delphine Horvilleur la rabina que salvará a Francia?”. Ella había llamado la atención de Tablet luego de decir unas palabras en el entierro de una de las víctimas del ataque a Charlie Hebdo. Francia acaso necesitaba que alguien la salvara de sí misma.
Pero todo eso fue antes del 7 de octubre de 2023. La masacre ejecutada por Hamas en Israel, y la guerra que vino después, conmocionaron profundamente a Horvilleur. El antisemitismo creció, las cosas se pusieron raras y la policía visitó a la rabina en su casa en París y le sugirió usar seudónimos para reservar taxis o restaurantes. Ese consejo la llevó a ser Sylvia Stallone en un taxi y Jeanne Wayne en un restaurante japonés: Horvilleur prefiere a las estrellas estadounidenses, más que nada a las que son capaces de salvar el mundo. El año pasado publicó Comment ça va pas?, un ensayo que es como un duelo o un kaddish (la plegaria judía para los difuntos), y esta misma semana sale en Francia su nuevo libro, donde se pregunta cómo hablar con los niños acerca de la muerte.
Pasé muchos años enseñando la importancia de tender puentes de diálogo. Ese ha sido el mensaje central de todo lo que escribí e hice
La rutina vuelve a su cauce lentamente, y mientras Netflix prepara la segunda temporada de Nadie quiere esto (la comedia romántica del “hot rabbi” interpretado por Adam Brody), HBO Max estrenará el 28 de marzo Le Sens des Choses, una serie basada en el libro Vivir con nuestros muertos, cuya protagonista es una rabina joven.
“La serie lo expresa bien: creo que muy a menudo en la vida podemos salvarnos con palabras e historias”, dice Horvilleur desde Francia. “El guión se basa en mi filosofía, y en cada episodio la protagonista necesita encontrar una historia para ayudar a la gente. Pero no, la rabina de la serie no es exactamente como yo, sino un personaje diferente a mí”.
–La vida de las comunidades judías, a lo largo de los siglos, ha visto una tensión, un movimiento pendular que va de la asimilación a la necesidad de recordar su larga historia. ¿Qué ha ocurrido con esa tensión después del 7 de octubre de 2023?
–Pasé muchos años enseñando la importancia de tender puentes para el diálogo, ese ha sido el mensaje central de todo lo que escribí e hice. Pero lo más impactante para mí desde el 7 de octubre de 2023 es que, de alguna manera, el dolor de la historia judía llamó a nuestra puerta y nos recordó que, aunque deseemos tanto construir puentes, en realidad, nos guste o no, estamos en un momento en el que también necesitamos construir muros y asegurarnos de que nuestros hijos estén bien. De repente hay que enseñar simultáneamente sobre el puente universal entre el judaísmo y el mundo, y también sobre la necesidad de protegernos. Es una tensión importante. Por otro lado, los judíos no somos simplemente judíos: somos judíos y tantas otras cosas más. A muchas personas, si hace unos años les hubieras preguntado cómo se definían, habrían dicho: “Soy francés, soy europeo, me encanta correr, me encanta comer sushi y soy judío”. A partir del 7 de octubre, no porque lo eligieran, sino porque el mundo los obligó a invertir su definición personal, ahora esas personas de repente ven que su identidad judía toma protagonismo.
–¿La historia avanza y a la vez retrocede?
–Sí. No es que nos obsesionemos con nosotros mismos como judíos, pero no tenemos otra opción, porque de repente estamos amenazados y volvemos a las viejas cuestiones. No es la misma historia, pero hay una especie de eco. Cuando yo era una niña me disgustaba que mis abuelos, sin importar de qué habláramos, siempre dijeran: “¿Es bueno o malo para los judíos?”. Me parecía ridículo que siguieran pensando que todo era para bien o para mal, y no esperaba que en mi vida de pronto yo fuera a oír la voz de ellos de nuevo. Mis abuelos murieron hace mucho tiempo, pero ahora mismo siento que me están gritando, como si me estuvieran diciendo constantemente: “¿Ves? ¡Te lo dijimos! Te equivocaste al estar tan convencida de que ya habíamos superado aquellos momentos históricos”.
Es muy difícil que la gente acepte la complejidad del mundo en ámbitos como los de las redes sociales, donde hay tan pocos caracteres para escribir
–¿Y entonces se puede seguir construyendo puentes o ya no?
–Sí. Pero, quizás más que nunca, necesitamos hacer alianzas: ese es el verdadero significado de mi identidad judía, que no puede ser una cuestión de puertas cerradas. Tiene que ser una cuestión que me permita participar en una conversación con otros. Así que no me rendiré. He notado que desde el 7 de octubre, de una forma muy extraña, algunas conversaciones han desaparecido y otras se han fortalecido. Yo, como muchas otras personas, perdí muchos amigos, pero también profundicé relaciones incluso con amigos árabes. Por ejemplo, tengo un amigo libanés que escribe obras de teatro aquí en Francia y es bastante famoso: Wajdi Mouawad. Mi amistad con él durante el último año y medio ha sido lo que en yiddish llamamos mechayeh: algo que te devuelve la vida. Muchas veces sentí que estaba perdiendo mi empatía, mi humanidad, incluso mi rostro ante lo que estaba sucediendo, pero mis conversaciones con él fueron cruciales.
–¿Qué fue lo que le dijo Wajdi Mouawad que la devolvió la vida?
–Hablamos mucho sobre cómo mantener la empatía con el otro. Él dice que sabe que la semilla del odio hacia el judío le fue plantada y se pregunta cómo evitar regarla. Esa metáfora me parece poderosa. A veces pensamos que vamos a acabar con el antisemitismo, con el racismo, con el odio o con lo que sea. Pero en realidad creo que hay que reconocer que ese odio está adentro de nosotros y de nuestra sociedad, y que no hay forma de deshacernos de él. Entonces la pregunta es: ¿cómo nos aseguramos de que su planta no crezca? En la historia hay momentos en los que es como si regáramos la tierra y le pusiéramos fertilizante, y esa planta crece. Otras veces logramos evitar que florezca. Nuestra responsabilidad, como sociedad, es asegurarnos de no estar regando la planta.
–¿Y cómo fue que nuestra cultura se convirtió en un problema de cancelación, racismo y segregación?
–En nuestra sociedad hay una fuerte tendencia a amar la simplicidad y existe una especie de aversión a la complejidad. No sé si eso viene de las redes sociales, pero nos hemos vuelto superbinarios en los últimos años. La generación que nos sugirió que debería existir una identidad de género no binaria tiene, paradójicamente, una visión política superbinaria del mundo. Considera que no existe el binarismo de género, pero sí el de todos los demás aspectos de la vida. De repente, su visión del mundo es simplista: una visión de dominantes y dominados, de poderosos y subordinados. Es un error ver el mundo de esta manera. Nadie es poderoso en cada minuto de su vida o subordinado todo el tiempo. Esta forma de ver el mundo, con enfoques simplistas, es empobrecedora para todos, así que constantemente yo enseño sobre la complejidad. Pero es muy difícil que la gente elija la complejidad en ámbitos como los de las redes sociales, donde, por ejemplo, Twitter/X te da 280 caracteres para escribir. Los emojis, otro ejemplo, se usan para aclarar el estado de ánimo incluso cuando alguien escribe “Mi gato murió”. Es obvio que está triste, pero no hay lugar para las ambigüedades. Eso me llama la atención: yo creo que la base del diálogo es la ambigüedad.
–En términos sociales, ¿la ambigüedad ayuda también a elevar la calidad de la conversación pública?
–Sí. Pero el problema es que vivimos en una época que contradice la inteligencia, al menos con respecto a su etimología. La palabra “inteligencia” viene del latín intellegere: inter y legere, que significa “entre” y “leer”, eso es la capacidad de leer entre líneas. Creo que no existe ninguna inteligencia si no reconoces que siempre hay un punto intermedio entre lo que yo digo y lo que tú escuchas. Todo esto también tiene que ver con el pensamiento judío, porque la esencia misma de la interpretación judía es la ambigüedad. El texto nunca es claro sobre su significado y los rabinos han construido la sabiduría judía sobre la idea de que el texto parece decir algo, pero puede significar otra cosa. La distancia entre lo que parece significar un texto y lo que podría significar es la esencia de la interpretación judía.
—En su libro Vivir con nuestros muertos usted escribió: “El oficio que más se acerca al mío tiene un nombre: narradora”. ¿Sigue considerando lo mismo?
–Sí, y ahora más que nunca. Cuando me preguntan en qué creo, yo respondo que creo en el poder de las historias. De verdad pienso que las historias cambian al mundo, que nos transforman para bien o para mal. Algunas nos hacen más humanos, otras nos destruyen. Algunas son malditas, otras son bendiciones. Historias: supongo que esa es mi religiosidad. Y tengo la suerte de formar parte de una tradición que es muy buena narrándolas. Esa es nuestra bendición y debemos compartirla con el mundo.
–¿Qué puede decir de los jóvenes? ¿Podemos tener esperanza respecto de la próxima generación?
–Francamente, es un tema muy doloroso porque el crecimiento del antisemitismo a menudo se canaliza a través de una nueva generación. Y los jóvenes no son conscientes de algo que ha sido bastante frecuente en la historia: muchas veces los judíos han sido odiados por quienes estaban convencidos de encontrarse en el lado correcto de la historia. Por ejemplo, en la Edad Media la gente creía que los judíos traían enfermedades, que envenenaban el agua de los pozos o que mataban a los cristianos. La gente estaba convencida de que eliminar a los judíos traería paz al mundo, e incluso salud. Hoy es prácticamente lo mismo. A menudo conozco personas, especialmente jóvenes activistas, que no oyen los clichés antisemitas en su propio idioma: es como si estuvieran cantando una melodía antisemita clásica, pero no la oyen porque están totalmente convencidos de que están del lado correcto de la historia. Lo más doloroso para mí hoy es hablar con jóvenes judíos: es evidente que están pasando por una pesadilla. Muchos se han convertido en criptojudíos: o hablan de su identidad judía y pierden a sus amigos, o mantienen una vida social y evitan el tema, pretendiendo ser algo que no son.
–No parece muy optimista para los años que vienen…
–No, creo que vamos a pasar por momentos muy oscuros. Pero, al mismo tiempo, lo único optimista que puedo decir es que deberíamos considerar que no somos la primera generación que atraviesa esto. Somos bendecidos, si puedo usar esta palabra, con el conocimiento del pasado. Muy a menudo me inspiro en ese pasado que, de hecho, regresa de forma diferente. Los judíos siempre lograron elegir la vida; así sobrevivimos y encontramos la manera de transmitir una tradición. Y, de hecho, esto me lleva a Madres, hijos y rabinos, donde intenté expresar que el judaísmo posee una sabiduría especial para la transmisión y es muy bueno enseñando memoria y a la vez adaptación. Los judíos recuerdan, pero al mismo tiempo saben olvidar lo suficiente como para reinventarse.
–Entonces, ¿cuál cree que es el futuro del judaísmo?
–Ahora en Francia los niños y los jóvenes judíos se enfrentan a desafíos terribles, pero su inteligencia les permitirá inventar algo, tendrán que ser proactivos. Crearán palabras porque eso es lo que los judíos siempre han hecho. También conozco a muchas personas que tienden a recurrir a la familia o a la tribu para sentirse seguras. Es una consecuencia de la amenaza y me pregunto cuál será el efecto a largo plazo. Solo puedo decir que, a pesar de enfrentarse a tantos desafíos, los judíos siempre lograron salir adelante y ser creativos. Y lo van a lograr una vez más.
CON VOCACIÓN UNIVERSAL
PERFIL: Delphine Horvilleur
Delphine Horvilleur (Nancy, 1974) es rabina, escritora y filósofa. Estudió hebreo y árabe en la Universidad hebrea de Jerusalén y Periodismo en París.
Tras dedicarse profesionalmente al periodismo en Francia e Israel, se marchó a Nueva York para estudiar el Talmud.
En 2008, a los treinta y tres años, recibió su ordenación rabínica. Ha sido la tercera mujer en lograrlo en Francia y es una de las principales voces del Movimiento Judío Liberal de Francia.
En 2009 fue nombrada jefa de redacción de la revista de pensamiento judío Tenou’a. Además de oficiar como rabina, ha colaborado en diversos medios de comunicación, como Le Monde, Le Figaro y Elle.
Ha publicado numerosos libros de ensayo, entre los que destacan Madres, hijos y rabinos (2015; Libros del Asteroide, 2024), Reflexiones sobre la cuestión antisemita (2019) y Vivir con nuestros muertos (2021; Libros del Asteroide, 2022), que recibió el Premio Babelio de No Ficción 2021 y fue un éxito de ventas en Francia.
En nuestras sociedades crecen los enfoques simplistas que empobrecen o cancelan el diálogo, dice la rabina y filósofa francesa, que acaba de publicar un libro sobre la necesidad de renovar las tradiciones LA NACION