Antonio Gasalla, en primera persona: la difícil relación con su padre, por qué estudio Odontología y las veces que “rebotó” en televisión

En sus propias palabras, a través de las mil notas que concedió a lo largo de su carrera, es posible reconstruir la vida desconocida de Antonio Gasalla. En especial, los años previos a su consagración como uno de los más grandes actores de la Argentina, en el hogar familiar de Ramos Mejía, junto a sus padres, Teresa Felisa Mirabel y Antonio Gasalla.
La familia Gasalla
“Tuve la suerte de tener una familia bastante unida. Con los problemas típicos, pero con padres juntos, comidas en casa de los abuelos y todas esas cosas que hoy parecen de la prehistoria. Nosotros éramos de clase media, tirando un poquito para abajo. Mi viejo (Antonio Gasalla) era muy peronista, pero de la época que ibas al correo y te daban un pan dulce y una sidra (…) La peluquería de mi papá era como un petit hotel. Yo era chiquito y no lo podía creer. Eran salones y salones, el de tintura parecía un quirófano: usaban barbijo, guantes de goma, tenán cables colgando del techo para hacerte los rulitos con electricidad. Era un tipo de carácter muy fuerte. (…) Me crié con mi hermano mayor, Carlos, en Ramos Mejía. Las fiestas de carnaval en el cuartel de bomberos, a media cuadra de mi casa, eran algo mágico. Me fascinaba ver entrar a la gente con máscaras, dispuestos a disfrutar (…) Mi viejo se murió cuando yo recién empezaba a laburar, en 1964. Era peluquero de señoras. Tenía un carácter fuerte y me marcó con eso del esfuerzo, del trabajo, de la disciplina, de cumplir. Mi padre era un hijo de inmigrantes que no había podido estudiar, Quería lo mejor para sus hijos, que los dos fuéramos médicos universitarios (…) Soy de la generación en que los padres ordenaban lo que vos tenías que estudiar y vos no podías decidir tu destino. ¡Yo soy Perito Mercantil sin haber entendido nada de contabilidad! Pero para mi papá era el inicio de encontrar un trabajo interesante. Imaginate: ¡contador! Mi destino era Ciencias Económicas. Luché a brazo partido y descubrí que, ya que había que estudiar algo, como Perito Mercantil podía ingresar sin rendir exámenes a Odontología. No sé si hoy seguirá siendo así… Y entré donde pude: Facultad de Odontología. Yo no soy malo para eso, pero no podía pensarlo como el centro de mi vida (…) Cuando estaba en segundo año de la facultad, me anoté en el Conservatorio. Decidí estudiar las dos cosas al mismo tiempo. (…) Obviamente, no dije en casa que hacía la Escuela de Arte Dramático. Pero cuando llegué al tercer año de Odontología dije “¿Qué hago acá adentro?”. Ya tenía la edad suficiente para juzgarme y responder: ‘No tengo que hacer estas cosas, estoy engañando a mi familia’ (…) Hasta que un día me sinceré y me dije: ‘No puede ser que me esté haciendo la rata en la facultad´. Lo expliqué en casa y fue un sobresalto familiar muy grande. Imaginate que esto ocurrí a finales de los 60, cuando mandaban los padres. Mi papá era muy autoritario y con tanta cosa de ‘no, no, no’ logró que saltara para el otro lado. Dejé la Facultad de Odontología y mi papá dejó de hablarme. ‘No te mantengo más’, me dijo. Viví gracias a que mi madre me daba 50 pesos. Con eso compraba un pasaje de tren y un paquete de Saratoga sin filtro. Así terminé el conservatorio, un kamikaze. (….) Mi padre me dejó de hablar, después se murió. Fue la liberación más grande de mi vida. Tuvo un hijo al que no entendió. (…) Mi mamá era más conciliadora, nos entendíamos sin hablar (…) Cuando me imagino con un torno en la mano, me quiero morir”.
Pasión por el arte
“Cuando entré al Conservatorio se me abrió la cabeza. No tenía contacto con todo eso, aunque pude ser público porque mi mamá me llevaba al teatro. Ya se me había abierto la cabeza antes, en el secundario, con una profesora de castellano que nos hacía leer a Cervantes y a Lope de Vega. Siempre tuve una curiosidad muy, leí mucho. Yo soy de la generación del cine y las tres películas por semana. Pero cuando empecé el Conservatorio, durante el primer año me parecía imposible hacer esos ejercicios y subirme al escenario. Yo soy pisciano, Piscis es para adentro (…) Estudiaba 8 horas por día, todos los días de la semana, a veces también los sábados.
Cuando terminé Arte Dramático, con muy buenas notas, no había trabajo. Hoy hacés un espectáculo en un sótano y la crítica va, pero en 1964 no era así. La opción laboral era el San Martín. Pero en los elencos profesionales de compañías, como había en todos los teatros, era imposible que alguien tomara a un principiante. Entonces existía una especie de acuerdo (que nunca se cumplía) entre la Escuela de Arte Dramático y el Teatro San Martín por el que el mejor alumno de cada generación entraba en el San Martín para hacer “de pueblo” o de lo que fuera. La otra opción era dar una prueba cuando iban a hacer Las siete muertes del general o Donde la muerte clava sus banderas. ¡En esas cosas épicas con suerte podías hacer de “pueblo”! Pero el “pueblo” tenía que medir 1,80 para pararse con una lanza en la mano. Esos a la fila, y los que medían menos de 1,70, ¡a la calle!”.
La televisión
“Cuando era chico, la televisión recién iba a empezar. Vivíamos en Ramos Mejía y me acuerdo que tendría unos 8 años cuando pasé por una vidriera y vi un aparato con imágenes que se movían. Llegué a casa gritando: ‘¡Vi televisión! ¡Vi televisión!’. El fenómeno se dio después. Primero hubo una sola tele en el barrio, después una en cada casa… (…) Tuve una experiencia divertida. El gran éxito de la televisión era El amor tiene cara de mujer, de Nené Cascallar. Para la prueba había que llevar una foto, previa cita con un secretario, a un departamento de la calle Arenales. Te ubicaban en una habitación con micrófono, entregabas la foto y, en otro cuarto, Nené miraba tu foto mientras escuchaba tu voz. Yo presenté mi foto, el secretario la miró y me dijo “No, vos tenela, no hace falta que la entregues”. ¡Y no me hizo leer nada! Me echó. (…) Yo no tenia nada que hacer en un teleteatro, menos en aquella época. Imaginate: Bebán, Barreiro, Langlais… Eranto todos gigantes y las mujeres eran espectaculares. ¡No había, como hoy, un papelito para hacer de ciruja adentro de una cocina! (…) Llevé mi foto a Canal 13, con la mala suerte que era muy grande. El que la recibió ni la miró, pero dijo: ‘Esta foto no me cabe en el fichero’. Chau, me echó. Y me fui”.
Cómo llegó al humor
“¿Cómo era recibirse de actor en 1964? Como recibirse de linyera. Cuando salí del Conservatorio, no sabía que iba a terminar haciendo humor. Se suponía que estaba capacitado para hacer cualquier cosa. Nosotros -Perciavalle, Edda, yo mismo- llegamos al humor haciendo parodias de lo que sabemos hacer en serio. Hacíamos “Romeo y Julieta” en joda porque también sabíamos hacerlo en serio. Así surgió el café-concert. Porque para entender lo que hacíamos hay que entender la sopa en la que se cocinaba. Hay que tener en cuenta lo que pasaba en el instituto Di Tella y hacer el esfuerzo increíble de entender lo que era Onganía. Y además, entender todo esto en la argentina, que en la década del setenta era un cuadrado (…) Cuando aparecimos nosotros, se armó un quilombo bárbaro. Hasta entonces, el espectáculo era otra cosa. Pero los teatros nunca se llenaban. Entonces aparecen tres o cuatro tipos que se enganchan, alquilan una casa vieja y montan una salita y la llenan. Fue un despelote”.
Los primeros éxitos
“La vida siguió dando vueltas hasta que con Edda Díaz, Carlos Perciavalle y Nora Blay hicimos Help, Valentino!, que fue un delirio. Fue en un conventillo de Libertador 1066 (…) En un primer piso. Al lado de la casa había una mujer que era lavandera y colgaba la ropa en el pasillo por el que tenía que pasar la gente. Un delirio (…) Fue un éxito, teníamos las entradas vendidas con un año de anticipación (…) Empezamos a hacer una carrera en lo que hoy se llama “el under”. En aquél momento, si vos eras del “under”, los críticos no venían. A nosotros nos vino a ver Jaime Potenze, crítico de La Prensa, pope de la crítica, o te levantaba o te hundía. Un hombre muy culto, fue a ver el espectáculo, le gustó y al otro día publicó una crítica infernal. (…) Después hicimos Dejate de historias y Cosaquemos la cosaquia. Yo empecé a trabajar solito, hice Las cosas que hay que ver en un local que se llamaba Pollito erótico. Finalmente, después de varios café concert, empecé a hacer espectáculos más grandes, con más gente. Trabajé con Valeria Lynch, con Moria Casán en Sans-souci, un sótano de la calle Corrientes. Hasta que un día me llaman del Maipo para una temporada de verano. Era 1978, pleno mundial. Sans-souci quedaba a medio metro del Obelisco, que se llenaba de gente gritando ‘gooool’… Me llamó Alberto González, dueño del Maipo, y le propuse que en vez de darme la temporada de verano, em diera la de invierno. Lo pensó, habló con su hermana, Zully Moreno, que todavía vivía, hicieron una reunión familiar y finalmente, ¡dijeron que sí! un poco porque yo llenaba un sótano al lado del Obelisco y al Maipo iba poca gente por el Mundial. ‘¿Quién va a escribir, quién va a dirigir’. ‘Yo, yo, yo’, les contestaba. Hice todo el espectáculo, El Maipo es el Maipo y Gasalla es Gasalla, y fue un éxito. Duró tres años en el Maipo y luego pasé un año al Odeón (ese divino teatro que todavía estaba en pie) y a partir de ahí empecé realmente a trabajar”.
Archivo: LA NACION, Diario Perfil, revista Viva, Convicción, Tele Clic, Ahora, Gente
En sus propias palabras, a través de las mil notas que concedió a lo largo de su carrera, es posible reconstruir la vida desconocida de Antonio Gasalla. En especial, los años previos a su consagración como uno de los más grandes actores de la Argentina, en el hogar familiar de Ramos Mejía, junto a sus padres, Teresa Felisa Mirabel y Antonio Gasalla.
La familia Gasalla
“Tuve la suerte de tener una familia bastante unida. Con los problemas típicos, pero con padres juntos, comidas en casa de los abuelos y todas esas cosas que hoy parecen de la prehistoria. Nosotros éramos de clase media, tirando un poquito para abajo. Mi viejo (Antonio Gasalla) era muy peronista, pero de la época que ibas al correo y te daban un pan dulce y una sidra (…) La peluquería de mi papá era como un petit hotel. Yo era chiquito y no lo podía creer. Eran salones y salones, el de tintura parecía un quirófano: usaban barbijo, guantes de goma, tenán cables colgando del techo para hacerte los rulitos con electricidad. Era un tipo de carácter muy fuerte. (…) Me crié con mi hermano mayor, Carlos, en Ramos Mejía. Las fiestas de carnaval en el cuartel de bomberos, a media cuadra de mi casa, eran algo mágico. Me fascinaba ver entrar a la gente con máscaras, dispuestos a disfrutar (…) Mi viejo se murió cuando yo recién empezaba a laburar, en 1964. Era peluquero de señoras. Tenía un carácter fuerte y me marcó con eso del esfuerzo, del trabajo, de la disciplina, de cumplir. Mi padre era un hijo de inmigrantes que no había podido estudiar, Quería lo mejor para sus hijos, que los dos fuéramos médicos universitarios (…) Soy de la generación en que los padres ordenaban lo que vos tenías que estudiar y vos no podías decidir tu destino. ¡Yo soy Perito Mercantil sin haber entendido nada de contabilidad! Pero para mi papá era el inicio de encontrar un trabajo interesante. Imaginate: ¡contador! Mi destino era Ciencias Económicas. Luché a brazo partido y descubrí que, ya que había que estudiar algo, como Perito Mercantil podía ingresar sin rendir exámenes a Odontología. No sé si hoy seguirá siendo así… Y entré donde pude: Facultad de Odontología. Yo no soy malo para eso, pero no podía pensarlo como el centro de mi vida (…) Cuando estaba en segundo año de la facultad, me anoté en el Conservatorio. Decidí estudiar las dos cosas al mismo tiempo. (…) Obviamente, no dije en casa que hacía la Escuela de Arte Dramático. Pero cuando llegué al tercer año de Odontología dije “¿Qué hago acá adentro?”. Ya tenía la edad suficiente para juzgarme y responder: ‘No tengo que hacer estas cosas, estoy engañando a mi familia’ (…) Hasta que un día me sinceré y me dije: ‘No puede ser que me esté haciendo la rata en la facultad´. Lo expliqué en casa y fue un sobresalto familiar muy grande. Imaginate que esto ocurrí a finales de los 60, cuando mandaban los padres. Mi papá era muy autoritario y con tanta cosa de ‘no, no, no’ logró que saltara para el otro lado. Dejé la Facultad de Odontología y mi papá dejó de hablarme. ‘No te mantengo más’, me dijo. Viví gracias a que mi madre me daba 50 pesos. Con eso compraba un pasaje de tren y un paquete de Saratoga sin filtro. Así terminé el conservatorio, un kamikaze. (….) Mi padre me dejó de hablar, después se murió. Fue la liberación más grande de mi vida. Tuvo un hijo al que no entendió. (…) Mi mamá era más conciliadora, nos entendíamos sin hablar (…) Cuando me imagino con un torno en la mano, me quiero morir”.
Pasión por el arte
“Cuando entré al Conservatorio se me abrió la cabeza. No tenía contacto con todo eso, aunque pude ser público porque mi mamá me llevaba al teatro. Ya se me había abierto la cabeza antes, en el secundario, con una profesora de castellano que nos hacía leer a Cervantes y a Lope de Vega. Siempre tuve una curiosidad muy, leí mucho. Yo soy de la generación del cine y las tres películas por semana. Pero cuando empecé el Conservatorio, durante el primer año me parecía imposible hacer esos ejercicios y subirme al escenario. Yo soy pisciano, Piscis es para adentro (…) Estudiaba 8 horas por día, todos los días de la semana, a veces también los sábados.
Cuando terminé Arte Dramático, con muy buenas notas, no había trabajo. Hoy hacés un espectáculo en un sótano y la crítica va, pero en 1964 no era así. La opción laboral era el San Martín. Pero en los elencos profesionales de compañías, como había en todos los teatros, era imposible que alguien tomara a un principiante. Entonces existía una especie de acuerdo (que nunca se cumplía) entre la Escuela de Arte Dramático y el Teatro San Martín por el que el mejor alumno de cada generación entraba en el San Martín para hacer “de pueblo” o de lo que fuera. La otra opción era dar una prueba cuando iban a hacer Las siete muertes del general o Donde la muerte clava sus banderas. ¡En esas cosas épicas con suerte podías hacer de “pueblo”! Pero el “pueblo” tenía que medir 1,80 para pararse con una lanza en la mano. Esos a la fila, y los que medían menos de 1,70, ¡a la calle!”.
La televisión
“Cuando era chico, la televisión recién iba a empezar. Vivíamos en Ramos Mejía y me acuerdo que tendría unos 8 años cuando pasé por una vidriera y vi un aparato con imágenes que se movían. Llegué a casa gritando: ‘¡Vi televisión! ¡Vi televisión!’. El fenómeno se dio después. Primero hubo una sola tele en el barrio, después una en cada casa… (…) Tuve una experiencia divertida. El gran éxito de la televisión era El amor tiene cara de mujer, de Nené Cascallar. Para la prueba había que llevar una foto, previa cita con un secretario, a un departamento de la calle Arenales. Te ubicaban en una habitación con micrófono, entregabas la foto y, en otro cuarto, Nené miraba tu foto mientras escuchaba tu voz. Yo presenté mi foto, el secretario la miró y me dijo “No, vos tenela, no hace falta que la entregues”. ¡Y no me hizo leer nada! Me echó. (…) Yo no tenia nada que hacer en un teleteatro, menos en aquella época. Imaginate: Bebán, Barreiro, Langlais… Eranto todos gigantes y las mujeres eran espectaculares. ¡No había, como hoy, un papelito para hacer de ciruja adentro de una cocina! (…) Llevé mi foto a Canal 13, con la mala suerte que era muy grande. El que la recibió ni la miró, pero dijo: ‘Esta foto no me cabe en el fichero’. Chau, me echó. Y me fui”.
Cómo llegó al humor
“¿Cómo era recibirse de actor en 1964? Como recibirse de linyera. Cuando salí del Conservatorio, no sabía que iba a terminar haciendo humor. Se suponía que estaba capacitado para hacer cualquier cosa. Nosotros -Perciavalle, Edda, yo mismo- llegamos al humor haciendo parodias de lo que sabemos hacer en serio. Hacíamos “Romeo y Julieta” en joda porque también sabíamos hacerlo en serio. Así surgió el café-concert. Porque para entender lo que hacíamos hay que entender la sopa en la que se cocinaba. Hay que tener en cuenta lo que pasaba en el instituto Di Tella y hacer el esfuerzo increíble de entender lo que era Onganía. Y además, entender todo esto en la argentina, que en la década del setenta era un cuadrado (…) Cuando aparecimos nosotros, se armó un quilombo bárbaro. Hasta entonces, el espectáculo era otra cosa. Pero los teatros nunca se llenaban. Entonces aparecen tres o cuatro tipos que se enganchan, alquilan una casa vieja y montan una salita y la llenan. Fue un despelote”.
Los primeros éxitos
“La vida siguió dando vueltas hasta que con Edda Díaz, Carlos Perciavalle y Nora Blay hicimos Help, Valentino!, que fue un delirio. Fue en un conventillo de Libertador 1066 (…) En un primer piso. Al lado de la casa había una mujer que era lavandera y colgaba la ropa en el pasillo por el que tenía que pasar la gente. Un delirio (…) Fue un éxito, teníamos las entradas vendidas con un año de anticipación (…) Empezamos a hacer una carrera en lo que hoy se llama “el under”. En aquél momento, si vos eras del “under”, los críticos no venían. A nosotros nos vino a ver Jaime Potenze, crítico de La Prensa, pope de la crítica, o te levantaba o te hundía. Un hombre muy culto, fue a ver el espectáculo, le gustó y al otro día publicó una crítica infernal. (…) Después hicimos Dejate de historias y Cosaquemos la cosaquia. Yo empecé a trabajar solito, hice Las cosas que hay que ver en un local que se llamaba Pollito erótico. Finalmente, después de varios café concert, empecé a hacer espectáculos más grandes, con más gente. Trabajé con Valeria Lynch, con Moria Casán en Sans-souci, un sótano de la calle Corrientes. Hasta que un día me llaman del Maipo para una temporada de verano. Era 1978, pleno mundial. Sans-souci quedaba a medio metro del Obelisco, que se llenaba de gente gritando ‘gooool’… Me llamó Alberto González, dueño del Maipo, y le propuse que en vez de darme la temporada de verano, em diera la de invierno. Lo pensó, habló con su hermana, Zully Moreno, que todavía vivía, hicieron una reunión familiar y finalmente, ¡dijeron que sí! un poco porque yo llenaba un sótano al lado del Obelisco y al Maipo iba poca gente por el Mundial. ‘¿Quién va a escribir, quién va a dirigir’. ‘Yo, yo, yo’, les contestaba. Hice todo el espectáculo, El Maipo es el Maipo y Gasalla es Gasalla, y fue un éxito. Duró tres años en el Maipo y luego pasé un año al Odeón (ese divino teatro que todavía estaba en pie) y a partir de ahí empecé realmente a trabajar”.
Archivo: LA NACION, Diario Perfil, revista Viva, Convicción, Tele Clic, Ahora, Gente
Desde su infancia en Ramos Mejía hasta su consagración como actor, a través de sus propias declaraciones LA NACION