Un almacén histórico del Tigre reabrió como pastelería y agota cada día lo que produce

“Crecí entre estas paredes y entre estas maderas, porque el mostrador de dulces era el mueble expositor de la antigua mercería. En la cocina tenemos un mesón que también era del almacén que tenían mis abuelos. Hasta las mesas del salón eran de acá, cuando reformamos la propiedad las recuperamos”, cuenta emocionada María Cancello, que rehabilitó el histórico almacén de sus abuelos y lo reabrió como Sole di Parma: una pastelería y sandwichería ítalo-argentina, que rápidamente replicó el éxito del negocio familiar original de 1963. A tres semanas de inaugurar en Madero 537, Tigre, cada día hay fila y se agota lo que produce.
La historia de este espacio empieza a escribirse cuando en 1963 Don Sergio y Doña Violanta –que oriundos de Parma en la década del 50 emigraron a la Argentina– abrieron una tienda única en su tipo para el Tigre: el primer negocio de ramos generales en el Casco Histórico, que se convirtió en un emblema. Funcionó hasta 2022 y estuvo cerrado por dos años hasta que María comenzó con el acondicionamiento para desembarcar con un emprendimiento de gastronomía y comunidad: “Todos los días entra alguien nuevo al local contando alguna anécdota de los nonos. Muchos vecinos los recuerdan, no solo porque aquí conseguían de todo, también porque les fiaban. Hoy sigo escuchando: ‘Tus nonos me salvaron más de una vez’. También contribuyeron a la Sociedad Italiana de Tigre, su salón de eventos se llama Sergio Ferrari en honor a mi abuelo”, detalla. Pero lo más curioso es que estos italianos llegaron a Buenos Aires por casualidad: vinieron tentados por Elía, el hermano mayor de Sergio, que tenía que viajar a Brasil y se confundió de barco. Entonces, arribó a Rincón de Milberg, que en esa época era un humedal: “Con la sudestada se inundaba y tenían que caminar 500 metros bajo el agua para salir, por eso estaba regalado comprar un pedazo de tierra. Así es como se afinca en Tigre el tío Elía, el mayor de 13 hijos, que es quien viene primero de la familia, tras la Primera Guerra Mundial”, detalla María.
En el exhibidor que antes ordenaba pijamas, ropa de bebé y pañuelos de tela, ahora están las codiciadas medialunas de Sole di Parma: las 80 que hicieron hoy, se vendieron en unas horas. Los 60 amaretti morbidi, también. En realidad, todo lo que preparan cada día se agota. La gente del barrio está ansiosa por venir a conocer la nueva vida de este ícono: “Algunos le decían el almacén de los tanos, otros la zapatería, el bazar, o la tienda de regalos, lo llamaban según lo que vinieran a comprar. Y la verdad es que vendían de todo”, dice María, que también ayudaba en el local desde chica. “Absolutamente todos los días había una rosca muy similar a la ciambella de la matina, el clásico bizcochuelo que me servían para merendar, que hoy vendemos en Sole di Parma, de limón y arándanos. Mi nono y sus amigos mojaban la torta en Nebiolo, un espumante italiano, pero todavía no nos animamos a ofrecer eso, habrá que probarlo. La torta Spritz está inspirada en mi nona, ella no tenía nunca dulce de leche porque no le gustaba, así que las tortas de cumple que nos hacía tenían crema pastelera. Hacía mermelada casera, bien concentrada, de fruta de estación, que usaba para las crostatas dulces que hoy también tenemos a la venta. Compraba todo por mayor y aprovechaba los insumos, muy de posguerra. Hacia su propio pan rallado con pan viejo tostado”, recuerda la diseñadora de indumentaria devenida emprendedora gastronómica tras la reciente apertura de su pastelería con cocina a la vista y producción diaria, toldo amarillo a rayas y una simpática vereda rodeada por arquitectura patrimonial propia de Tigre.
–María, ¿qué más podés contar de tus abuelos?
–Mis nonos eran de un pequeño pueblo rural llamado Lugagnano, en la zona de Parma, donde Don Sergio era campesino, bastante famoso porque era el único que tenía el don de “hablar con las vacas”. Pero luego de la Segunda Guerra no había trabajo para todos, y mi tío abuelo Elía, que ya estaba en la Argentina, sacó unos pasajes que en realidad no eran para mis abuelos sino para Nello (mi tío abuelo) y su mujer. Así, en el año 1949, por una situación casi fortuita, emigraron. Con la hambruna de posguerra, quien se quedara iba a tener que ir a trabajar a las minas, con muy poca expectativa de vida. Mi nona se opuso y convenció a Elía de que fueran ellos quienes usaran los pasajes para probar suerte del otro lado del mar.
–¿Cómo llegaron a Tigre?
–Porque el tío Elía había peleado en la Primera Guerra Mundial y cuando vio que se avecinaba la Segunda, se quiso ir a Brasil, pero se subió a otro barco. ¡Si no se equivocaba toda esta historia de Sole di Parma, o mejor dicho, toda esta familia, no existiría! Una vez asentado en la Argentina, el tío se radicó en Rincón de Milberg, que era un bañado con propiedades muy baratas. Cuando llegaron mis abuelos, el nono empezó a trabajar en la obra y la nona tuvo la idea de poner un almacén.
–¿Qué recordás de ellos? ¿Venías mucho a esta casa?
–A mi nono nunca lo vi de mal humor. Jamás se quejó ni nos mencionó nada de la guerra, pero yo después me enteré de que estuvo en la batalla de Montecassino. Cuando llovía decía “sole che sorgi” (sol naciente) socarronamente, mientras todos veían nubes. Inicialmente esta pasticceria iba a llamarse así, pero casi nadie podía pronunciarlo. Mi nona se levantaba a las seis de la mañana a cocinar, hacía unas lasagnas y unos capelletis en caldo de gallina que eran espectaculares. Todos los mediodías yo salía de la escuela e iba al almacén.
–¿De tus abuelos mamaste el espíritu emprendedor?
–Sí, fueron un ejemplo. Esta construcción con la casa arriba y el negocio abajo la hizo mi nono con sus propias manos, ladrillo por ladrillo, tarugo por tarugo: tardó 11 años en terminarla. En la semana trabajaba como albañil –luego fue capataz– y los fines de semana construía esta propiedad. Cuando abrieron el negocio, al principio, solo mi nona lo atendía y mi nono seguía en las obras, pero luego les empezó a ir muy bien y mi nono se acopló. La primera habilitación formal del negocio data de 1962. Fueron pioneros en vender todo tipo de productos. Era muy práctico para la gente comprar desde unos zapatos hasta unos cigarrillos, hilos o caramelos. No es que hayamos pensado un proyecto “para revivir” su historia, sino que se fue dando de esta manera. Con mi compañero teníamos ganas de emprender un negocio gastronómico, y nos dimos cuenta de que faltaba algo así en el barrio.
–¿Cuánto tiempo duró el local de tus abuelos?
–Desde la década del 60 hasta 2022, cuando mi tío Dante, que quedó a cargo con la partida de mis nonos, lo cerró porque se fue a vivir a Cariló. En el Casco Histórico de Tigre, que es esta isla que queda entre los puentes, siempre fue un lugar de referencia. Sole di Parma abre exactamente en el mismo lugar, y de hecho, utilizamos sus mismos muebles reciclados para todas las estanterías, la decoración y la vitrina de exhibición de nuestras focaccias y cosas dulces.
–¿Tuvieron que hacer reformas?
–Varias, la más particular fue que una vieja ordenanza municipal ordenaba que los baños estén en altura, porque la sudestada acá se hace sentir. Pero hoy en día una sudestada alta no llega al local, y los baños en altura de la casa original, como estaban planteados, eran totalmente inviables para el tipo de negocio que necesitábamos, así que tuvimos que hacer nuevos.
–¿En qué consiste su fusión ítalo-argentina?
–Por ejemplo: la focaccia italiana suele ser más finita, ¿por qué no hacerla con una masa más al estilo de pizza al corte porteño y tener una opción con pomodoro, muzza y pesto? O los sándwiches, que son generalmente fríos, con straciatella, mortadela con pistachos. Nosotros tenemos esas opciones, pero si a los argentinos nos gusta una buena milanesa, ¿por qué no hacer un sándwich de focaccia con una milanesa de bife de chorizo? También tenemos propuestas de antipasti italianos: unos arancini sicilianos y unos involtini de berenjenas rellenos de ricota con ralladura de limón para acompañar con un vermucito artesanal. Nuestro italian beef está tomado de los inmigrantes italianos en la zona de Chicago en Estados Unidos, que le ponen una salsa de ajíes pepperoncini, pero nosotros quisimos hacer nuestra propia versión.
–Ustedes también son vecinos: ¿qué les gusta de vivir acá?
–De chiquita yo jugaba en la plaza de enfrente, andábamos en bici todo el día. Hoy vivimos a dos cuadras de acá, en una calle empedrada. Nuestros hijos aman vivir en esta zona porque salimos y a 50 metros pueden andar en monopatín al lado del río. Esto no lo cambiamos por nada en el mundo.
“Crecí entre estas paredes y entre estas maderas, porque el mostrador de dulces era el mueble expositor de la antigua mercería. En la cocina tenemos un mesón que también era del almacén que tenían mis abuelos. Hasta las mesas del salón eran de acá, cuando reformamos la propiedad las recuperamos”, cuenta emocionada María Cancello, que rehabilitó el histórico almacén de sus abuelos y lo reabrió como Sole di Parma: una pastelería y sandwichería ítalo-argentina, que rápidamente replicó el éxito del negocio familiar original de 1963. A tres semanas de inaugurar en Madero 537, Tigre, cada día hay fila y se agota lo que produce.
La historia de este espacio empieza a escribirse cuando en 1963 Don Sergio y Doña Violanta –que oriundos de Parma en la década del 50 emigraron a la Argentina– abrieron una tienda única en su tipo para el Tigre: el primer negocio de ramos generales en el Casco Histórico, que se convirtió en un emblema. Funcionó hasta 2022 y estuvo cerrado por dos años hasta que María comenzó con el acondicionamiento para desembarcar con un emprendimiento de gastronomía y comunidad: “Todos los días entra alguien nuevo al local contando alguna anécdota de los nonos. Muchos vecinos los recuerdan, no solo porque aquí conseguían de todo, también porque les fiaban. Hoy sigo escuchando: ‘Tus nonos me salvaron más de una vez’. También contribuyeron a la Sociedad Italiana de Tigre, su salón de eventos se llama Sergio Ferrari en honor a mi abuelo”, detalla. Pero lo más curioso es que estos italianos llegaron a Buenos Aires por casualidad: vinieron tentados por Elía, el hermano mayor de Sergio, que tenía que viajar a Brasil y se confundió de barco. Entonces, arribó a Rincón de Milberg, que en esa época era un humedal: “Con la sudestada se inundaba y tenían que caminar 500 metros bajo el agua para salir, por eso estaba regalado comprar un pedazo de tierra. Así es como se afinca en Tigre el tío Elía, el mayor de 13 hijos, que es quien viene primero de la familia, tras la Primera Guerra Mundial”, detalla María.
En el exhibidor que antes ordenaba pijamas, ropa de bebé y pañuelos de tela, ahora están las codiciadas medialunas de Sole di Parma: las 80 que hicieron hoy, se vendieron en unas horas. Los 60 amaretti morbidi, también. En realidad, todo lo que preparan cada día se agota. La gente del barrio está ansiosa por venir a conocer la nueva vida de este ícono: “Algunos le decían el almacén de los tanos, otros la zapatería, el bazar, o la tienda de regalos, lo llamaban según lo que vinieran a comprar. Y la verdad es que vendían de todo”, dice María, que también ayudaba en el local desde chica. “Absolutamente todos los días había una rosca muy similar a la ciambella de la matina, el clásico bizcochuelo que me servían para merendar, que hoy vendemos en Sole di Parma, de limón y arándanos. Mi nono y sus amigos mojaban la torta en Nebiolo, un espumante italiano, pero todavía no nos animamos a ofrecer eso, habrá que probarlo. La torta Spritz está inspirada en mi nona, ella no tenía nunca dulce de leche porque no le gustaba, así que las tortas de cumple que nos hacía tenían crema pastelera. Hacía mermelada casera, bien concentrada, de fruta de estación, que usaba para las crostatas dulces que hoy también tenemos a la venta. Compraba todo por mayor y aprovechaba los insumos, muy de posguerra. Hacia su propio pan rallado con pan viejo tostado”, recuerda la diseñadora de indumentaria devenida emprendedora gastronómica tras la reciente apertura de su pastelería con cocina a la vista y producción diaria, toldo amarillo a rayas y una simpática vereda rodeada por arquitectura patrimonial propia de Tigre.
–María, ¿qué más podés contar de tus abuelos?
–Mis nonos eran de un pequeño pueblo rural llamado Lugagnano, en la zona de Parma, donde Don Sergio era campesino, bastante famoso porque era el único que tenía el don de “hablar con las vacas”. Pero luego de la Segunda Guerra no había trabajo para todos, y mi tío abuelo Elía, que ya estaba en la Argentina, sacó unos pasajes que en realidad no eran para mis abuelos sino para Nello (mi tío abuelo) y su mujer. Así, en el año 1949, por una situación casi fortuita, emigraron. Con la hambruna de posguerra, quien se quedara iba a tener que ir a trabajar a las minas, con muy poca expectativa de vida. Mi nona se opuso y convenció a Elía de que fueran ellos quienes usaran los pasajes para probar suerte del otro lado del mar.
–¿Cómo llegaron a Tigre?
–Porque el tío Elía había peleado en la Primera Guerra Mundial y cuando vio que se avecinaba la Segunda, se quiso ir a Brasil, pero se subió a otro barco. ¡Si no se equivocaba toda esta historia de Sole di Parma, o mejor dicho, toda esta familia, no existiría! Una vez asentado en la Argentina, el tío se radicó en Rincón de Milberg, que era un bañado con propiedades muy baratas. Cuando llegaron mis abuelos, el nono empezó a trabajar en la obra y la nona tuvo la idea de poner un almacén.
–¿Qué recordás de ellos? ¿Venías mucho a esta casa?
–A mi nono nunca lo vi de mal humor. Jamás se quejó ni nos mencionó nada de la guerra, pero yo después me enteré de que estuvo en la batalla de Montecassino. Cuando llovía decía “sole che sorgi” (sol naciente) socarronamente, mientras todos veían nubes. Inicialmente esta pasticceria iba a llamarse así, pero casi nadie podía pronunciarlo. Mi nona se levantaba a las seis de la mañana a cocinar, hacía unas lasagnas y unos capelletis en caldo de gallina que eran espectaculares. Todos los mediodías yo salía de la escuela e iba al almacén.
–¿De tus abuelos mamaste el espíritu emprendedor?
–Sí, fueron un ejemplo. Esta construcción con la casa arriba y el negocio abajo la hizo mi nono con sus propias manos, ladrillo por ladrillo, tarugo por tarugo: tardó 11 años en terminarla. En la semana trabajaba como albañil –luego fue capataz– y los fines de semana construía esta propiedad. Cuando abrieron el negocio, al principio, solo mi nona lo atendía y mi nono seguía en las obras, pero luego les empezó a ir muy bien y mi nono se acopló. La primera habilitación formal del negocio data de 1962. Fueron pioneros en vender todo tipo de productos. Era muy práctico para la gente comprar desde unos zapatos hasta unos cigarrillos, hilos o caramelos. No es que hayamos pensado un proyecto “para revivir” su historia, sino que se fue dando de esta manera. Con mi compañero teníamos ganas de emprender un negocio gastronómico, y nos dimos cuenta de que faltaba algo así en el barrio.
–¿Cuánto tiempo duró el local de tus abuelos?
–Desde la década del 60 hasta 2022, cuando mi tío Dante, que quedó a cargo con la partida de mis nonos, lo cerró porque se fue a vivir a Cariló. En el Casco Histórico de Tigre, que es esta isla que queda entre los puentes, siempre fue un lugar de referencia. Sole di Parma abre exactamente en el mismo lugar, y de hecho, utilizamos sus mismos muebles reciclados para todas las estanterías, la decoración y la vitrina de exhibición de nuestras focaccias y cosas dulces.
–¿Tuvieron que hacer reformas?
–Varias, la más particular fue que una vieja ordenanza municipal ordenaba que los baños estén en altura, porque la sudestada acá se hace sentir. Pero hoy en día una sudestada alta no llega al local, y los baños en altura de la casa original, como estaban planteados, eran totalmente inviables para el tipo de negocio que necesitábamos, así que tuvimos que hacer nuevos.
–¿En qué consiste su fusión ítalo-argentina?
–Por ejemplo: la focaccia italiana suele ser más finita, ¿por qué no hacerla con una masa más al estilo de pizza al corte porteño y tener una opción con pomodoro, muzza y pesto? O los sándwiches, que son generalmente fríos, con straciatella, mortadela con pistachos. Nosotros tenemos esas opciones, pero si a los argentinos nos gusta una buena milanesa, ¿por qué no hacer un sándwich de focaccia con una milanesa de bife de chorizo? También tenemos propuestas de antipasti italianos: unos arancini sicilianos y unos involtini de berenjenas rellenos de ricota con ralladura de limón para acompañar con un vermucito artesanal. Nuestro italian beef está tomado de los inmigrantes italianos en la zona de Chicago en Estados Unidos, que le ponen una salsa de ajíes pepperoncini, pero nosotros quisimos hacer nuestra propia versión.
–Ustedes también son vecinos: ¿qué les gusta de vivir acá?
–De chiquita yo jugaba en la plaza de enfrente, andábamos en bici todo el día. Hoy vivimos a dos cuadras de acá, en una calle empedrada. Nuestros hijos aman vivir en esta zona porque salimos y a 50 metros pueden andar en monopatín al lado del río. Esto no lo cambiamos por nada en el mundo.
María Cancello reabrió el espacio que sus abuelos fundaron en los años 60 y lo transformó en un local con sello ítalo-argentino LA NACION