Los habitantes: cuando los muertos protegen a los vivos de la violencia fascista

Los habitantes. Autoría: Joselo Bella y Pedro Sedlinsky. Dirección: Pedro Sedlinsky. Intérprete: Joselo Bella. Iluminación: Leandro Orellano. Sala: Espacio Callejón (Corrientes 3759). Funciones: sábados, a las 16.30 (el 22 y 29, capítulos 3 y 4; el 5 y 12 de abril, capítulos 1 y 2; el 19 y 26 de abril, capítulos. 3 y 4). Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Podría ser una película. O una serie, con muchos capítulos y personajes. Pero la Argentina y la pandemia propusieron esperar. O tomar otra ruta. Y por ahí se encaminaron el autor y director Pedro Sedlinsky y el coautor e intérprete Joselo Bella para que su creación formara parte de este mundo. La puerta de entrada, la que siempre puede empujarse, fue/es la del teatro independiente donde Los habitantes, por fin, toma la forma más despojada, un actor y una silla, un cuerpo para múltiples voces, la de los vivos y la de los muertos.
En el unipersonal Los habitantes habita el guion de origen. Desde la primera escena, el actor enuncia el título, el lugar, la hora, quiénes están y cómo están ubicados. Está organizada en cuatro capítulos que pueden verse, de a pares, en dos funciones distintas. Si bien hay continuidad, cada función (compuesta por dos capítulos) tiene, a su vez, su autonomía. Tampoco se trata de una novedad para la porosidad fronteriza de las artes escénicas contemporáneas. En un contexto muy diferente, en 2003, Rafael Spregelburd presentó en el Centro Cultural Rojas, Bizarra, un “culebrón teatral” de diez capítulos (y el once en formato podcast, 20 años después).
Con un mameluco azul -como el de algunos trabajadores fabriles o como los que usaban los actores de La barraca, la compañía de Federico García Lorca-, Joselo Bella es el narrador hipnótico que nos lleva de la mano por este cuento que es histórico en tanto está basado en hechos reales -el pogrom de Kishiniov, en la Rusia zarista en 1903, y la Guerra civil española, en 1936- y es fantástico porque sostiene una hipótesis muy alentadora: algunos muertos pueden regresar al mundo de los vivos e ingresar en sus cuerpos para salvar a las víctimas de la opresión, de la barbarie, de la locura colectiva. Que exista una zona de coexistencia entre vivos y muertos (como en El corazón del mago, otra obra de Sedlinsky con influencia del teatro Noh japonés) o que los muertos reaparezcan buscando justicia (Hamlet, Macbeth) es una probada y poderosa posibilidad.
En el primer capítulo, “Shemtov”, un carpintero judío, Isaac Shemtov, es asesinado por un cosaco, pero, separado de su cuerpo, habita el de otro soldado ruso para salvar la vida de Ruth, su esposa embarazada que, de ese modo, logra huir. Este habitante reaparece en Madrid, más de treinta años después, en el bar de los hermanos Justo, frecuentado por artistas y republicanos como Lorca, Antonio Machado y la anarquista y feminista Carmen Luna. Asesinados por los falangistas (los soldados franquistas), los tres hermanos Justo se unen a Shemtov en la misma tarea: salvar a sus amigos perseguidos. Los otros tres capítulos se ocupan de Lorca, Luna y Machado, víctimas del franquismo.
Ganador del premio Argentores 2023 por El diario de Wilda, Sedlinsky ya trabajó codo a codo con Bella en Tomar la fábrica -y con Ricardo Díaz Mourelle-, en 2016. Ese conocimiento mutuo se nota porque Bella es “habitado” (perdón por insistir con el término, pero es pertinente) por el texto, por esas palabras que fluyen en las descripciones -los espectadores vemos lo que el narrador nos cuenta- y por los personajes a los que les da voz y movimiento, multiplicado: por ejemplo, cuando es parte de un festejo donde se baila, se canta, se conversa. O en medio de un velorio, cuando Lorca le cuenta a Machado la historia de una vecina inspiradora de La casa de Bernarda Alba.
Los habitantes es una historia de resistencia desde su propia y paciente factura hasta su contenido profundamente conmovedor. Sobrevuela la esperanza mezclada con cierta melancolía. Hay muertes que no pudieron ser evitadas, pero otras, sí, y tal vez, ¿por qué no creer que hay espíritus protectores que cuidan del horror a los más expuestos? ¿Habrá del otro lado guardianes heroicos? ¿Por qué no anhelar que seres inmateriales cuiden las espaldas de los vulnerables? El teatro y su justicia poética. Y la memoria activa para enfrentar lo que pueda repetirse.
Los habitantes. Autoría: Joselo Bella y Pedro Sedlinsky. Dirección: Pedro Sedlinsky. Intérprete: Joselo Bella. Iluminación: Leandro Orellano. Sala: Espacio Callejón (Corrientes 3759). Funciones: sábados, a las 16.30 (el 22 y 29, capítulos 3 y 4; el 5 y 12 de abril, capítulos 1 y 2; el 19 y 26 de abril, capítulos. 3 y 4). Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Podría ser una película. O una serie, con muchos capítulos y personajes. Pero la Argentina y la pandemia propusieron esperar. O tomar otra ruta. Y por ahí se encaminaron el autor y director Pedro Sedlinsky y el coautor e intérprete Joselo Bella para que su creación formara parte de este mundo. La puerta de entrada, la que siempre puede empujarse, fue/es la del teatro independiente donde Los habitantes, por fin, toma la forma más despojada, un actor y una silla, un cuerpo para múltiples voces, la de los vivos y la de los muertos.
En el unipersonal Los habitantes habita el guion de origen. Desde la primera escena, el actor enuncia el título, el lugar, la hora, quiénes están y cómo están ubicados. Está organizada en cuatro capítulos que pueden verse, de a pares, en dos funciones distintas. Si bien hay continuidad, cada función (compuesta por dos capítulos) tiene, a su vez, su autonomía. Tampoco se trata de una novedad para la porosidad fronteriza de las artes escénicas contemporáneas. En un contexto muy diferente, en 2003, Rafael Spregelburd presentó en el Centro Cultural Rojas, Bizarra, un “culebrón teatral” de diez capítulos (y el once en formato podcast, 20 años después).
Con un mameluco azul -como el de algunos trabajadores fabriles o como los que usaban los actores de La barraca, la compañía de Federico García Lorca-, Joselo Bella es el narrador hipnótico que nos lleva de la mano por este cuento que es histórico en tanto está basado en hechos reales -el pogrom de Kishiniov, en la Rusia zarista en 1903, y la Guerra civil española, en 1936- y es fantástico porque sostiene una hipótesis muy alentadora: algunos muertos pueden regresar al mundo de los vivos e ingresar en sus cuerpos para salvar a las víctimas de la opresión, de la barbarie, de la locura colectiva. Que exista una zona de coexistencia entre vivos y muertos (como en El corazón del mago, otra obra de Sedlinsky con influencia del teatro Noh japonés) o que los muertos reaparezcan buscando justicia (Hamlet, Macbeth) es una probada y poderosa posibilidad.
En el primer capítulo, “Shemtov”, un carpintero judío, Isaac Shemtov, es asesinado por un cosaco, pero, separado de su cuerpo, habita el de otro soldado ruso para salvar la vida de Ruth, su esposa embarazada que, de ese modo, logra huir. Este habitante reaparece en Madrid, más de treinta años después, en el bar de los hermanos Justo, frecuentado por artistas y republicanos como Lorca, Antonio Machado y la anarquista y feminista Carmen Luna. Asesinados por los falangistas (los soldados franquistas), los tres hermanos Justo se unen a Shemtov en la misma tarea: salvar a sus amigos perseguidos. Los otros tres capítulos se ocupan de Lorca, Luna y Machado, víctimas del franquismo.
Ganador del premio Argentores 2023 por El diario de Wilda, Sedlinsky ya trabajó codo a codo con Bella en Tomar la fábrica -y con Ricardo Díaz Mourelle-, en 2016. Ese conocimiento mutuo se nota porque Bella es “habitado” (perdón por insistir con el término, pero es pertinente) por el texto, por esas palabras que fluyen en las descripciones -los espectadores vemos lo que el narrador nos cuenta- y por los personajes a los que les da voz y movimiento, multiplicado: por ejemplo, cuando es parte de un festejo donde se baila, se canta, se conversa. O en medio de un velorio, cuando Lorca le cuenta a Machado la historia de una vecina inspiradora de La casa de Bernarda Alba.
Los habitantes es una historia de resistencia desde su propia y paciente factura hasta su contenido profundamente conmovedor. Sobrevuela la esperanza mezclada con cierta melancolía. Hay muertes que no pudieron ser evitadas, pero otras, sí, y tal vez, ¿por qué no creer que hay espíritus protectores que cuidan del horror a los más expuestos? ¿Habrá del otro lado guardianes heroicos? ¿Por qué no anhelar que seres inmateriales cuiden las espaldas de los vulnerables? El teatro y su justicia poética. Y la memoria activa para enfrentar lo que pueda repetirse.
Crítica de Los habitantes, de Pedro Sedlinsky y Joselo Bella. LA NACION