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Asombro, estupor y mística: restauran la platea del Teatro Coliseo, que deja su sala “al desnudo” en una postal inédita

Una butaca puede ser vista sencillamente como un asiento donde ubicarse en la platea de un teatro. O puede estar dotada de diversos sentidos: ser refugio, por ejemplo, o plataforma de despegue hacia mundos imaginarios. Una butaca puede tener tantos significados como espectadores existan y, exceptuando a esa rara especie de los imperturbables -que difícilmente estén interesados en esta nota-, todos los demás coincidirán en que ese pequeño espacio designado con un número, o una letra, no es un lugar más que habitar. Es un polo cargado de expectativas. Una butaca puede ser, también, un pacto con la tradición, un legado o un regalo.

Inquietante y perturbador regreso de Samanta Schweblin con “El buen mal”

Con toda esa baraja de significantes y una pregunta en el norte, ¿cómo se ve un teatro sin butacas?, LA NACION fue detrás de esa inusual imagen al Teatro Coliseo, que desmontó por completo su “patio de platea” -como corresponde decir- para dar inicio a la siguiente etapa de un extenso proyecto de restauración que viene se desarrollando desde 2013, cuando Elisabetta Riva asumió la dirección de esta sala de bandera italiana. De manera que luego de la fachada, el hall y el equipamiento escenotécnico, la puesta en valor patrimonial impacta ahora de lleno en el lugar que ocupa del público, el que finalmente podrá evaluar los resultados estéticos y de confort alcanzados cuando el 29 de marzo se abra la temporada, con un concierto de la Orquesta Estable del Teatro Colón.

La directora del Teatro Coliseo, Elisabetta Riva, y el arquitecto Alfio Sambataro

Más allá del “asombro, el estupor y la mística” que provoca el espacio vacío, tres emociones que comparte Riva cuando recibe a LA NACION con el arquitecto Alfio Sambataro, lo que queda a la vista detrás de esta tarea es el respeto por la tradición arquitectónica, que devolvió al equipo de trabajo a los planos, las líneas y los criterios de 1961, cuando se inauguró el edificio tal y como lo conocemos. Ya para entonces, de aquel Coliseo original que ocupó en 1905 el solar de la calle Charcas 1125 (actual Marcelo T. de Alvear), primero como circo y luego como gran plaza lírica, únicamente quedaban unos muros perimetrales.

De pie sobre el escenario, se contempla a la sala lucir toda su geometría. Este cambio de roles convierte de pronto en estrella del espectáculo a la planta libre como no estuvo nunca antes en seis décadas. Sobre la alfombra del pasillo central, se coloca el prototipo al que arribaron con entusiasmo, que permite corroborar todo lo que sigue. “Para conservar el diseño original de la butaca y alcanzar los niveles de confort que hoy hay que darle al público, se mantuvo intacto el apoyabrazos, macizo, de madera artesanal, muy de esa época, y se cambió justamente el asiento y el respaldo, que con las nuevas tecnologías le da mucha mayor comodidad al espectador”, detalla Sambataro el trabajo realizado con Rassegna, empresa dedicada a este tipo de equipamiento para cines y teatros. “El tapizado nuevo es un terciopelo de producción nacional ignifugado desde el hilado”, sigue. En rojo púrpura, la tela tiene otro atributo invisible pero muy valioso: la adaptabilidad acústica.

Riva, por su parte, recuerda que siempre en las restauraciones procuran combinar tres elementos: “funcionalidad, modernidad y seguridad, sin olvidarnos –y acá viene el adn italiano muy fuerte- de la tradición. Tenemos que respetar esos respaldares, que son muy simples, pero están en armonía con los anillos de la sala, con la curvatura del cielorraso; entonces cualquier elemento nuevo que responda al confort y la seguridad no puede traicionar el diseño estético de aquellos años”.

Rodaje del videodanza «Ensayo para un espacio vacío», por el Ballet Contemporáneo del San Martín en el Teatro Coliseo

Remover las 935 butacas fue una acción milimétricamente planificada para iniciarse al día siguiente de que se apagaran las luces de la última función de 2024. En dos semanas, la sala quedó desnuda. Se pudo avanzar entonces en el piso de la platea: se pulieron y plastificaron las maderas, se hizo nuevo el foso de orquesta y se atendieron las mejoras en la mesa técnica, entre otros aspectos. “Hubo distintas etapas, por ejemplo, la de medición, para luego volver a colocar cada butaca exactamente en el mismo lugar en donde estaba”, señala Sambataro. Ahora, mientras varias pilas de asientos removidos esperan una segunda vida (serán donados a teatros más pequeños, como el Galpón de Catalinas, en La Boca), ya empezaron a hacer su reingreso en la sala las 935 nuevas butacas. La instalación completa, estiman, demandará un mes.

Los asientos removidos como parte del trabajo de restauración serán donados a teatros más pequeños de la ciudad y la provincia de Buenos Aires

Para financiar la tarea de restauro, el teatro en esta oportunidad recurrió a un tipo de fundraising que toca una fibra emotiva. Bautizó al proyecto Dedica y abrió a los donantes la posibilidad de colaborar con la conservación del patrimonio y al mismo tiempo dedicar una butaca a una persona, a una familia, a una entidad. Como cualquiera que fuera a sacar unas entradas para su próximo show, empresarios, funcionarios, artistas y espectadores eligieron asientos, por los que pagaron entre 200 y 600 mil pesos, y dejaron en ellos un mensaje que se leerá a través de un QR. Ese lugar estará identificado con el destinatario de la dedicatoria “para siempre” (o hasta la próxima restauración, que esperan no vuelva a tomar 65 años).

Vista de la sala vacía desde la óptica de un espectador cuando ingresa al teatro por el pasillo central

Se conoce que hubo aportes “premium”, por ejemplo, de Cristiano Rattazzi, presidente de la Fundación Coliseum, que “dedica” su contribución a su madre, Susanna Agnelli, política italiana que fue la primera mujer canciller de ese país; Giorgio Alliata di Montereale, vicepresidente de la Fundación Coliseum y presidente de la Cámara de Comercio; Paolo Rocca, Nunzia Locatelli, Marcos y Teresa Bulgheroni, Nicolás Catena, Amalia Amodeo y la familia Andreani, entre otros. Por partida doble, Gustavo Yankelevich rinde homenaje a su hija Romina y al actor Gino Renni. Por supuesto, entre los apoyos, se cuentan varios miembros de la comunidad italiana en Argentina, como la Asociación Ossolana.

“Conmueve especialmente ver la cantidad de butacas dedicadas a la memoria de padres, madres y abuelos inmigrantes, perpetuando en el Teatro Coliseo el legado de aquellas familias que, con sacrificio y determinación, contribuyeron a construir puentes culturales entre Italia y Argentina, transformando sus historias personales de migración en un patrimonio colectivo que hoy seguimos celebrando”, remata Elisabetta Riva, con su inconfundible acento.

Una “Cantanta” que sigue y sigue emocionando

Decíamos que con la sala vacía pareciera que los roles se hubieran invertido. Sobre el escenario una decena de técnicos, productores y directores, rigurosamente vestido de negro -como marca la etiqueta del detrás de escena-, sigue en los monitores la grabación de Cantata, ensayo para un espacio vacío, un videodanza que vuelve a sellar en alianza creativa a los equipos de dos teatros: el Coliseo y el San Martín. Y en esa gran pista con pendiente, que evoca el recuerdo de los carnavales que en los años de 1930 se hacían en el Teatro Colón -aquellas que entraron en los libros de historia como “Grandes bailes de fantasía”-, van apareciendo aquí y ahora los intérpretes, en dúos, tríos, grupos.

El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín utiliza la

Después de dos temporadas atravesadas por la pandemia, en marzo de 2022 el Complejo Teatral de Buenos Aires y el Ciclo Italia XXI, del Coliseo y el Instituto Italiano de Cultura, produjeron una obra que significó como una suerte de renacimiento: Cantanta, de Mauro Bigonzetti. El espléndido Ballet Contemporáneo del San Martín era, de pronto, un pueblo del sur, supongamos Nápoles, de esos que vive para fuera, que exuda su calor, su pasión; afortunadamente llevaron a varios escenarios esa pieza, que tan bien los representa y los deja expresarse. Ahora, el artista italiano bendijo a la distancia el bautismo de este nuevo proyecto que viene a plasmar en el espacio vacío “la esencia misma de la creación artística”, para mostrar “el poder transformador de la danza, donde el coreógrafo, cual arquitecto de emociones, esculpe el espacio y el tiempo para dar vida a universos únicos”.

El video, que el Coliseo estrenará en su canal de YouTube el 12 de marzo, es también un tributo a los teatros, “templos sagrados donde la magia del arte cobra vida, donde cada rincón respira historia y cada butaca guarda memorias de momentos sublimes”. Y por supuesto quiere significar la confirmación de un lazo de Italia y su vínculo con Argentina, “una relación que trasciende océanos y generaciones”.

Una butaca puede ser vista sencillamente como un asiento donde ubicarse en la platea de un teatro. O puede estar dotada de diversos sentidos: ser refugio, por ejemplo, o plataforma de despegue hacia mundos imaginarios. Una butaca puede tener tantos significados como espectadores existan y, exceptuando a esa rara especie de los imperturbables -que difícilmente estén interesados en esta nota-, todos los demás coincidirán en que ese pequeño espacio designado con un número, o una letra, no es un lugar más que habitar. Es un polo cargado de expectativas. Una butaca puede ser, también, un pacto con la tradición, un legado o un regalo.

Inquietante y perturbador regreso de Samanta Schweblin con “El buen mal”

Con toda esa baraja de significantes y una pregunta en el norte, ¿cómo se ve un teatro sin butacas?, LA NACION fue detrás de esa inusual imagen al Teatro Coliseo, que desmontó por completo su “patio de platea” -como corresponde decir- para dar inicio a la siguiente etapa de un extenso proyecto de restauración que viene se desarrollando desde 2013, cuando Elisabetta Riva asumió la dirección de esta sala de bandera italiana. De manera que luego de la fachada, el hall y el equipamiento escenotécnico, la puesta en valor patrimonial impacta ahora de lleno en el lugar que ocupa del público, el que finalmente podrá evaluar los resultados estéticos y de confort alcanzados cuando el 29 de marzo se abra la temporada, con un concierto de la Orquesta Estable del Teatro Colón.

La directora del Teatro Coliseo, Elisabetta Riva, y el arquitecto Alfio Sambataro

Más allá del “asombro, el estupor y la mística” que provoca el espacio vacío, tres emociones que comparte Riva cuando recibe a LA NACION con el arquitecto Alfio Sambataro, lo que queda a la vista detrás de esta tarea es el respeto por la tradición arquitectónica, que devolvió al equipo de trabajo a los planos, las líneas y los criterios de 1961, cuando se inauguró el edificio tal y como lo conocemos. Ya para entonces, de aquel Coliseo original que ocupó en 1905 el solar de la calle Charcas 1125 (actual Marcelo T. de Alvear), primero como circo y luego como gran plaza lírica, únicamente quedaban unos muros perimetrales.

De pie sobre el escenario, se contempla a la sala lucir toda su geometría. Este cambio de roles convierte de pronto en estrella del espectáculo a la planta libre como no estuvo nunca antes en seis décadas. Sobre la alfombra del pasillo central, se coloca el prototipo al que arribaron con entusiasmo, que permite corroborar todo lo que sigue. “Para conservar el diseño original de la butaca y alcanzar los niveles de confort que hoy hay que darle al público, se mantuvo intacto el apoyabrazos, macizo, de madera artesanal, muy de esa época, y se cambió justamente el asiento y el respaldo, que con las nuevas tecnologías le da mucha mayor comodidad al espectador”, detalla Sambataro el trabajo realizado con Rassegna, empresa dedicada a este tipo de equipamiento para cines y teatros. “El tapizado nuevo es un terciopelo de producción nacional ignifugado desde el hilado”, sigue. En rojo púrpura, la tela tiene otro atributo invisible pero muy valioso: la adaptabilidad acústica.

Riva, por su parte, recuerda que siempre en las restauraciones procuran combinar tres elementos: “funcionalidad, modernidad y seguridad, sin olvidarnos –y acá viene el adn italiano muy fuerte- de la tradición. Tenemos que respetar esos respaldares, que son muy simples, pero están en armonía con los anillos de la sala, con la curvatura del cielorraso; entonces cualquier elemento nuevo que responda al confort y la seguridad no puede traicionar el diseño estético de aquellos años”.

Rodaje del videodanza «Ensayo para un espacio vacío», por el Ballet Contemporáneo del San Martín en el Teatro Coliseo

Remover las 935 butacas fue una acción milimétricamente planificada para iniciarse al día siguiente de que se apagaran las luces de la última función de 2024. En dos semanas, la sala quedó desnuda. Se pudo avanzar entonces en el piso de la platea: se pulieron y plastificaron las maderas, se hizo nuevo el foso de orquesta y se atendieron las mejoras en la mesa técnica, entre otros aspectos. “Hubo distintas etapas, por ejemplo, la de medición, para luego volver a colocar cada butaca exactamente en el mismo lugar en donde estaba”, señala Sambataro. Ahora, mientras varias pilas de asientos removidos esperan una segunda vida (serán donados a teatros más pequeños, como el Galpón de Catalinas, en La Boca), ya empezaron a hacer su reingreso en la sala las 935 nuevas butacas. La instalación completa, estiman, demandará un mes.

Los asientos removidos como parte del trabajo de restauración serán donados a teatros más pequeños de la ciudad y la provincia de Buenos Aires

Para financiar la tarea de restauro, el teatro en esta oportunidad recurrió a un tipo de fundraising que toca una fibra emotiva. Bautizó al proyecto Dedica y abrió a los donantes la posibilidad de colaborar con la conservación del patrimonio y al mismo tiempo dedicar una butaca a una persona, a una familia, a una entidad. Como cualquiera que fuera a sacar unas entradas para su próximo show, empresarios, funcionarios, artistas y espectadores eligieron asientos, por los que pagaron entre 200 y 600 mil pesos, y dejaron en ellos un mensaje que se leerá a través de un QR. Ese lugar estará identificado con el destinatario de la dedicatoria “para siempre” (o hasta la próxima restauración, que esperan no vuelva a tomar 65 años).

Vista de la sala vacía desde la óptica de un espectador cuando ingresa al teatro por el pasillo central

Se conoce que hubo aportes “premium”, por ejemplo, de Cristiano Rattazzi, presidente de la Fundación Coliseum, que “dedica” su contribución a su madre, Susanna Agnelli, política italiana que fue la primera mujer canciller de ese país; Giorgio Alliata di Montereale, vicepresidente de la Fundación Coliseum y presidente de la Cámara de Comercio; Paolo Rocca, Nunzia Locatelli, Marcos y Teresa Bulgheroni, Nicolás Catena, Amalia Amodeo y la familia Andreani, entre otros. Por partida doble, Gustavo Yankelevich rinde homenaje a su hija Romina y al actor Gino Renni. Por supuesto, entre los apoyos, se cuentan varios miembros de la comunidad italiana en Argentina, como la Asociación Ossolana.

“Conmueve especialmente ver la cantidad de butacas dedicadas a la memoria de padres, madres y abuelos inmigrantes, perpetuando en el Teatro Coliseo el legado de aquellas familias que, con sacrificio y determinación, contribuyeron a construir puentes culturales entre Italia y Argentina, transformando sus historias personales de migración en un patrimonio colectivo que hoy seguimos celebrando”, remata Elisabetta Riva, con su inconfundible acento.

Una “Cantanta” que sigue y sigue emocionando

Decíamos que con la sala vacía pareciera que los roles se hubieran invertido. Sobre el escenario una decena de técnicos, productores y directores, rigurosamente vestido de negro -como marca la etiqueta del detrás de escena-, sigue en los monitores la grabación de Cantata, ensayo para un espacio vacío, un videodanza que vuelve a sellar en alianza creativa a los equipos de dos teatros: el Coliseo y el San Martín. Y en esa gran pista con pendiente, que evoca el recuerdo de los carnavales que en los años de 1930 se hacían en el Teatro Colón -aquellas que entraron en los libros de historia como “Grandes bailes de fantasía”-, van apareciendo aquí y ahora los intérpretes, en dúos, tríos, grupos.

El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín utiliza la

Después de dos temporadas atravesadas por la pandemia, en marzo de 2022 el Complejo Teatral de Buenos Aires y el Ciclo Italia XXI, del Coliseo y el Instituto Italiano de Cultura, produjeron una obra que significó como una suerte de renacimiento: Cantanta, de Mauro Bigonzetti. El espléndido Ballet Contemporáneo del San Martín era, de pronto, un pueblo del sur, supongamos Nápoles, de esos que vive para fuera, que exuda su calor, su pasión; afortunadamente llevaron a varios escenarios esa pieza, que tan bien los representa y los deja expresarse. Ahora, el artista italiano bendijo a la distancia el bautismo de este nuevo proyecto que viene a plasmar en el espacio vacío “la esencia misma de la creación artística”, para mostrar “el poder transformador de la danza, donde el coreógrafo, cual arquitecto de emociones, esculpe el espacio y el tiempo para dar vida a universos únicos”.

El video, que el Coliseo estrenará en su canal de YouTube el 12 de marzo, es también un tributo a los teatros, “templos sagrados donde la magia del arte cobra vida, donde cada rincón respira historia y cada butaca guarda memorias de momentos sublimes”. Y por supuesto quiere significar la confirmación de un lazo de Italia y su vínculo con Argentina, “una relación que trasciende océanos y generaciones”.

 Las 935 butacas se desmontaron para su puesta en valor, financiada con el aporte de donantes que podrán dejar dedicada una ubicación para un ser querido; en la planta, libre de asientos y ahora reluciente, el Ballet del San Martín rodó el videodanza “Ensayo para un espacio vacío”  LA NACION

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