Centinela de la Patagonia: una roca de 240 metros en el paisaje más inesperado
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La ruta provincial 12 es una línea recta que se desprende de la ruta 40 para meterse de lleno en las entrañas de la estepa. De repente, la tierra se convierte en un tapiz de pastos duros, y el horizonte en una línea nítida de visión ininterrumpida, donde cualquier accidente de la geografía se recorta y destaca como una excepción. El pavimento desaparece, y el ripio se vuelve largo y áspero justo antes de arribar a Gualjaina, el último poblado antes de Piedra Parada: una roca solitaria de 240 metros de altura y 70 de diámetro, que se alza como un centinela en un valle desolado, una anomalía del paisaje estepario.
María Cuñumir, guía de Meraki Sur -la agencia que organiza esta excursión de día completo-, es descendiente del pueblo mapuche y conoce esta zona como la palma de su mano. Donde uno ve monotonía, ella detecta pequeñas flores, delicadas y resilientes, que enfrentan al desierto con hidalguía. También destaca el espíritu de los pobladores locales, gente curtida que habita lo que parece inhabitable, soportando el frío, el viento, y las ausencias. “Acá, uno forja su carácter”, dice, mientras hacemos una parada previa en una quebrada de paisaje lunar, con rocas que se elevan como torrecillas moldeadas por la erosión.
El río Chubut -que corre siempre a nuestro lado- es increíblemente caudaloso, una suerte de milagro que corta al medio la aridez. Rodeado de sauces y álamos, avanza en dirección al Atlántico, modelando el paisaje y aliviando a quienes resisten en la margen. Antes de llegar a nuestro destino, un choique cruza la ruta levantando una polvareda que cubre las huellas de quienes pasaron antes. Ya en la entrada, un cartel apenas sostiene su advertencia: “Área Natural Protegida”. Aquí no hay turistas de short y sandalias. Los que llegan lo hacen por un propósito: escalar, caminar, perderse entre las grietas del tiempo.
La literalidad de su nombre está alineada con su morfología. La Piedra Parada se alza como una amenaza contra el cielo, un gigante solitario en medio de la nada. El primer contacto visual, desde la ventanilla de la camioneta, es impactante, como si estuviéramos frente a los restos de un naufragio geológico.
Los datos duros, que enumera María, dicen que Piedra Parada y el Cañadón de la Buitrera se encuentran a unos 40 kilómetros de Gualjaina y a aproximadamente 150 kilómetros de Esquel. Esta formación rocosa es el vestigio de un antiguo volcán que estuvo activo hace unos 50 millones de años, cuyos restos conforman el paisaje actual. A su alrededor, la estepa patagónica se extiende en un dominio árido, con suelos de grava y arena que reflejan la crudeza del clima.
El monolito de Piedra Parada se eleva imponente sobre el valle del río Chubut, que en su época prehistórica moldeó este terreno con su paso. La erosión, el viento y la lluvia fueron esculpiendo el relieve, dando lugar a las formas caprichosas del cañadón y sus paredes verticales, con cuevas y oquedades que sirvieron de refugio a pueblos originarios, quienes dejaron su testimonio en pinturas rupestres.
Avanzamos a pie hacia el Cañadón de la Buitrera, siempre con el centinela detrás. Lo llaman así porque en las alturas, los cóndores giran como sombras deslizándose sobre la roca. El sendero serpentea entre paredes de piedra que alguna vez fueron lava. Hace millones de años, todo esto era un caldero hirviente. Ahora es un pasillo de silencio y viento.
La flora aquí es la de la estepa: coirones duros, arbustos bajos como el neneo y el molle patagónico, capaces de sobrevivir en suelos pobres y a temperaturas extremas. En los rincones más protegidos crecen líquenes y musgos, aferrándose a la piedra como testigos silenciosos. En primavera, aparecen tímidamente algunas flores amarillas y moradas, que contrastan con la aridez general.
El sol pega de lleno. Cada tanto, algunos escaladores practican rapel en los empinados paredones. El suelo es un mosaico de piedras redondeadas por el agua, aunque aquí el río ya no corre.
El cañadón se estrecha de a tramos, pero nunca asfixia. La roca es un mural de tonos ocres, de grietas donde el viento silba como un animal atrapado. La fauna es esquiva, pero presente. Guanacos de mirada alerta pastan en las laderas y huyen al menor movimiento. Maras de patas largas se deslizan entre los huecos de las rocas. Los zorros grises patrullan en la oscuridad, dejando sus huellas en el polvo. En el aire, además de los cóndores, reinan otras aves de rapiña, planeando sobre el cañón. También se pueden ver águilas mora y halcones peregrinos, cazadores expertos que se lanzan en picada desde las alturas. Por la noche, el paisaje cambia. Dicen que los pumas, invisibles durante el día, recorren la zona en busca de presas. También aparecen las mulitas y las vizcachas.
El silencio aquí no es ausencia de sonido, es otra cosa. Es un peso. Es un idioma que sólo se entiende con el cuerpo. El sol abrasador obliga a buscar refugio en la sombra. Descansamos sobre una piedra mientras los cóndores planean en círculos lentos, pacientes, sabios, y conocedores de su entorno.
El regreso es lento, como si el tiempo se resistiera a dejarnos ir. El sol, ahora bajo en el horizonte, baña todo con tonos dorados y rosados, transformando la figura de Piedra Parada en una silueta majestuosa que se recorta contra el cielo. Con cada paso, la mole solitaria se va desvaneciendo en la distancia, como un naufragio de piedra que se hunde en la inmensidad de la estepa.
Datos Útiles
La excursión organizada por Meraki Sur se lleva a cabo todo el año. Parte a las 9 desde Esquel y regresa a las 18. Incluye traslados, guía, picnic y refrigerio. Llevar ropa cómoda, sombrero y protector solar. El valor por persona es de $132 mil.
T: 2945-653031
IG: @merakisur
La ruta provincial 12 es una línea recta que se desprende de la ruta 40 para meterse de lleno en las entrañas de la estepa. De repente, la tierra se convierte en un tapiz de pastos duros, y el horizonte en una línea nítida de visión ininterrumpida, donde cualquier accidente de la geografía se recorta y destaca como una excepción. El pavimento desaparece, y el ripio se vuelve largo y áspero justo antes de arribar a Gualjaina, el último poblado antes de Piedra Parada: una roca solitaria de 240 metros de altura y 70 de diámetro, que se alza como un centinela en un valle desolado, una anomalía del paisaje estepario.
María Cuñumir, guía de Meraki Sur -la agencia que organiza esta excursión de día completo-, es descendiente del pueblo mapuche y conoce esta zona como la palma de su mano. Donde uno ve monotonía, ella detecta pequeñas flores, delicadas y resilientes, que enfrentan al desierto con hidalguía. También destaca el espíritu de los pobladores locales, gente curtida que habita lo que parece inhabitable, soportando el frío, el viento, y las ausencias. “Acá, uno forja su carácter”, dice, mientras hacemos una parada previa en una quebrada de paisaje lunar, con rocas que se elevan como torrecillas moldeadas por la erosión.
El río Chubut -que corre siempre a nuestro lado- es increíblemente caudaloso, una suerte de milagro que corta al medio la aridez. Rodeado de sauces y álamos, avanza en dirección al Atlántico, modelando el paisaje y aliviando a quienes resisten en la margen. Antes de llegar a nuestro destino, un choique cruza la ruta levantando una polvareda que cubre las huellas de quienes pasaron antes. Ya en la entrada, un cartel apenas sostiene su advertencia: “Área Natural Protegida”. Aquí no hay turistas de short y sandalias. Los que llegan lo hacen por un propósito: escalar, caminar, perderse entre las grietas del tiempo.
La literalidad de su nombre está alineada con su morfología. La Piedra Parada se alza como una amenaza contra el cielo, un gigante solitario en medio de la nada. El primer contacto visual, desde la ventanilla de la camioneta, es impactante, como si estuviéramos frente a los restos de un naufragio geológico.
Los datos duros, que enumera María, dicen que Piedra Parada y el Cañadón de la Buitrera se encuentran a unos 40 kilómetros de Gualjaina y a aproximadamente 150 kilómetros de Esquel. Esta formación rocosa es el vestigio de un antiguo volcán que estuvo activo hace unos 50 millones de años, cuyos restos conforman el paisaje actual. A su alrededor, la estepa patagónica se extiende en un dominio árido, con suelos de grava y arena que reflejan la crudeza del clima.
El monolito de Piedra Parada se eleva imponente sobre el valle del río Chubut, que en su época prehistórica moldeó este terreno con su paso. La erosión, el viento y la lluvia fueron esculpiendo el relieve, dando lugar a las formas caprichosas del cañadón y sus paredes verticales, con cuevas y oquedades que sirvieron de refugio a pueblos originarios, quienes dejaron su testimonio en pinturas rupestres.
Avanzamos a pie hacia el Cañadón de la Buitrera, siempre con el centinela detrás. Lo llaman así porque en las alturas, los cóndores giran como sombras deslizándose sobre la roca. El sendero serpentea entre paredes de piedra que alguna vez fueron lava. Hace millones de años, todo esto era un caldero hirviente. Ahora es un pasillo de silencio y viento.
La flora aquí es la de la estepa: coirones duros, arbustos bajos como el neneo y el molle patagónico, capaces de sobrevivir en suelos pobres y a temperaturas extremas. En los rincones más protegidos crecen líquenes y musgos, aferrándose a la piedra como testigos silenciosos. En primavera, aparecen tímidamente algunas flores amarillas y moradas, que contrastan con la aridez general.
El sol pega de lleno. Cada tanto, algunos escaladores practican rapel en los empinados paredones. El suelo es un mosaico de piedras redondeadas por el agua, aunque aquí el río ya no corre.
El cañadón se estrecha de a tramos, pero nunca asfixia. La roca es un mural de tonos ocres, de grietas donde el viento silba como un animal atrapado. La fauna es esquiva, pero presente. Guanacos de mirada alerta pastan en las laderas y huyen al menor movimiento. Maras de patas largas se deslizan entre los huecos de las rocas. Los zorros grises patrullan en la oscuridad, dejando sus huellas en el polvo. En el aire, además de los cóndores, reinan otras aves de rapiña, planeando sobre el cañón. También se pueden ver águilas mora y halcones peregrinos, cazadores expertos que se lanzan en picada desde las alturas. Por la noche, el paisaje cambia. Dicen que los pumas, invisibles durante el día, recorren la zona en busca de presas. También aparecen las mulitas y las vizcachas.
El silencio aquí no es ausencia de sonido, es otra cosa. Es un peso. Es un idioma que sólo se entiende con el cuerpo. El sol abrasador obliga a buscar refugio en la sombra. Descansamos sobre una piedra mientras los cóndores planean en círculos lentos, pacientes, sabios, y conocedores de su entorno.
El regreso es lento, como si el tiempo se resistiera a dejarnos ir. El sol, ahora bajo en el horizonte, baña todo con tonos dorados y rosados, transformando la figura de Piedra Parada en una silueta majestuosa que se recorta contra el cielo. Con cada paso, la mole solitaria se va desvaneciendo en la distancia, como un naufragio de piedra que se hunde en la inmensidad de la estepa.
Datos Útiles
La excursión organizada por Meraki Sur se lleva a cabo todo el año. Parte a las 9 desde Esquel y regresa a las 18. Incluye traslados, guía, picnic y refrigerio. Llevar ropa cómoda, sombrero y protector solar. El valor por persona es de $132 mil.
T: 2945-653031
IG: @merakisur
Un monolito solitario, entre cañones esculpidos por el agua extinta y senderos de polo. Un recorrido por la dureza y la belleza de un territorio sorprendente. LA NACION