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Brasil y la Argentina, Lula y Milei: ¿lucha por el liderazgo regional, parálisis o reseteo de la relación?

El drama de los dirigentes opositores venezolanos refugiados en la residencia del embajador argentino en Caracas es a la vez señal del potencial de la relación de la Argentina y Brasil hoy, pero también de sus fuertes límites, tan sólidos que parecen infranqueables.

Pese a la ostentosa antipatía entre Javier Milei y Luiz Inacio Lula da Silva, Brasil, el principal socio argentino desde el regreso de la democracia a ambos países, se ofreció para custodiar la residencia en Venezuela apenas horas después de que los diplomáticos argentinos fueran expulsados por el régimen de Nicolás Maduro. Terminaba julio y el gobierno chavista se acababa de adjudicar, contra toda evidencia y sin prueba alguna, el triunfo electoral ante el opositor Edmundo González Urrutia.

Pasaron exactamente cuatro meses. Maduro permanece –y permanecerá– en el poder y los seis dirigentes opositores siguen encerrados en la sede diplomática. El asedio a la residencia es constante y, comandada por María Corina Machado, la oposición pasa de la gratitud a la impaciencia con los gobiernos de Milei y Lula. En privado, considera que no hacen los suficiente para denunciar el acecho o para acorralar al chavismo; en público, se deshace en agradecimiento.

Hace poco menos de 40 años, juntos, Brasil y la Argentina le enseñaban al resto de la región cómo trazar el camino de la democratización, el libre comercio y la coordinación diplomática. Incluso le daban al resto del mundo lecciones sobre cómo la desnuclearización era posible y necesaria para construir la paz en una Guerra Fría dominada por las profecías de apocalipsis atómico.

Pero, cuatro décadas después, el sueño de la integración comercial y la asociación estratégica lucha por sobrevivir a la alterada geopolítica del siglo XXI, a la irrupción de China como protagonista regional, a economías más competitivas que complementarias, a los vaivenes de la ideología y las guerras culturales y a la persistente enemistad entre los presidentes de turno. Hoy Brasil y la Argentina se ponen de acuerdo para resguardar una embajada, pero lejos están de poder armar un frente común contra el afianzamiento de una dictadura cerrada a América del Sur, un fenómeno que afecta las dinámicas migratorias, electorales y económicas de la mayoría de los países de la región.

La más visible de las señales del debilitamiento de la relación de los dos mayores países sudamericanos es la pelea intermitente entre sus mandatarios. Hace tres semanas, en el G-20 en Río de Janeiro, la tensión entre las delegaciones brasileña y argentina por el documento final precedió un gélido saludo entre Lula y Milei. La tirantez fue matizada por un éxito que resucitó el espíritu original de la apuesta bilateral: el acuerdo para la venta de gas argentino a Brasil.

En cinco días, los presidentes volverán a encontrarse en Montevideo en una cumbre que reclama definiciones sobre el futuro del Mercosur y que dirá mucho sobre los tres escenarios a los que se enfrenta el vínculo entre la Argentina y Brasil: la lucha por el liderazgo regional, un statu quo desgastado o un reseteo de la relación.

1. ¿Quién es más líder?

“No hace falta que dos presidentes se quieran”, sentencia un funcionario brasileño para minimizar las divergencias entre Lula y Milei, y advierte que lo que importa son los hechos. Y en el caso del G-20 esos hechos fueron el respaldo argentino a la declaración final de la cumbre y a la alianza global contra el hambre y la pobreza, el proyecto más importante de la tercera presidencia de Lula.

El fin de semana antes de la cumbre, los hechos, sin embargo, estuvieron muy cerca de la ruptura. Brasileños y argentinos se enfrascaron en una negociación agotadora. Los primeros acusaban a los enviados de Milei de querer bloquear la reunión con la que Lula buscaba refrendar su condición de líder global.

Los segundos responsabilizaban a funcionaros brasileños de gestar una “campaña anti-argentina” para dejar al gobierno libertario en “un lugar horrible de aislamiento total”.

Detrás de las acusaciones cruzadas, están no solo las diferencias ideológicas sino también las ambiciones de liderazgo internacional de Lula y Milei, aspiraciones que van más allá de cualquier cumbre.

Más que ningún otro presidente brasileño, Lula se propone como la cabeza de un Brasil-potencia enfocado sobre todo en el resto del mundo emergente, el Sur global, y no tanto en la región. Milei, por su lado, se proyecta como el líder meridional de los valores de la nueva derecha global, conducida también por Donald Trump y Georgia Meloni en una gran cruzada anti izquierda.

El problema para ambos es que, para alcanzar sus ambiciones individuales, son la cabeza de dos naciones que se necesitan, a veces más, a veces menos, pero siempre un poco. Y ellos proponen liderazgos antagónicos, casi excluyentes. Una competencia, en definitiva.

“Sin la Argentina detrás, el liderazgo de Brasil no existe. Y, por su lado, Milei quisiera plantear una rivalidad con Brasil para recuperar la grandeza de la Argentina como potencia, pero no tiene los medios. Por eso se muestra pragmático. Ahora si la economía [argentina] se estabilizara, eso podría cambiar”, opina, en diálogo con LA NACION, Feliciano de Sá Guimarães, profesor de la Universidad de San Pablo y director académico del Centro Brasileño para las Relaciones Internacionales (Cebri).

En el gobierno argentino no ven una competencia por el liderazgo. En todo caso, observan a un Brasil que busca encabezar un mundo donde China y Rusia son protagonistas mientras que la Argentina de Milei apunta a ser un faro en Occidente. En miradas rivales que anticipan decisiones y políticas económicas y comerciales, son caminos divergentes.

2. El statu quo del desgaste

Milei y Lula no son los primeros presidentes de la Argentina y Brasil que debilitan la relación bilateral con su enemistad ideológica. La diplomacia presidencial de las dos mayores economías sudamericanas tropieza desde hace muchos años.

Bernabé Malacalza es un investigador de la Universidad de Quilmes, la Universidad Di Tella y el Conicet, que examina al detalle la salud del vínculo entre los dos países y advierte que el distanciamiento bilateral comenzó en 2008, luego de que la relación tuviera su apogeo a fines de los 80 y comienzos de los 90, en las presidencias de Raúl Alfonsín y Carlos Menem, en la Argentina, y José Sarney y Fernando Cardoso, en Brasil. “Con Alberto Fernández y Jair Bolsonaro se “reflejó el pico de desacoplamiento”, dice en diálogo con LA NACION, y explica que la diplomacia presidencial es clave porque sirve para “gestar los grandes acuerdos, que sirven de marco para la relación”.

El desacoplamiento tiene varias manifestaciones: la caída de la “silla compartida” en el Consejo de Seguridad de la ONU, la aprobación de la escala brasileña para los vuelos militares británicos a Malvinas o la ausencia de una respuesta común a un fenómeno transfronterizo como la pandemia. Su máxima expresión responde, sin embargo, a un fenómeno estructural que va más allá de la rivalidad ideológica de los presidentes: la irrupción de China.

Hasta entrada la primera década de este siglo, la Argentina era el principal mercado de los productos brasileños y viceversa. China hoy desplazó al país en las prioridades comerciales de Brasil al punto de que el intercambio anual entre ellos (unos 170.000 millones de dólares en 2023) es mayor que el volumen total del comercio exterior argentino en su año récord (169.970 millones en 2022).

La explicación de ese fenómeno está en la explosión de la agroindustria brasileña –que compite con la argentina por los mercados chinos–, pero también por la pérdida de sentido de la integración en los gobiernos de la Argentina, Brasil y sus vecinos del Mercosur. Una pérdida que desemboca en un statu quo desgastado y peligroso para países como la Argentina.

“Los países pequeños y medianos como los nuestros necesitan convergencia con países similares o con sus vecinos para ganar autonomía”, agrega Malacalza.

3. El Mercosur y el obligado optimismo de la diplomacia

Si los especialistas son pesimistas sobre la salud de la relación bilateral y del Mercosur, las diplomacias se esfuerzan por mantener el optimismo. En definitiva, es su trabajo.

Diplomáticos argentinos y brasileños se esfuerzan por compensar, desde las segundas líneas de los gobiernos, los daños que una volátil relación entre presidentes inflige sobre la relación a largo plazo.

“Hay dos tipos centrales de diplomacia, la presidencial y la profesional, que necesita cierto margen de maniobra. La relación entre los países tienen mecanismos permanentes y temporales. Cuando la mala relación entre presidentes permea en el vínculo, la Cancillería amortigua los golpes y los empresarios siguen con los negocios”, dice un exdiplomático para explicar cómo un país debe trascender la enemistad de dos mandatarios.

Esa diplomacia profesional es la que hoy, desde la Cancillería argentina e Itamaraty, se aferra a las buenas noticias, aunque sean pocas. “El acuerdo por el gas es una señal de que la relación va bien”, dice un diplomático.

De uno y otro lado, creen que otro acuerdo pueda revertir la enemistad entre Lula y Milei, o al menos correrla del centro de la relación. El acuerdo Mercosur-Unión Europea (UE) lleva tantos traspiés como años tuvo de negociación. Pero hoy, casi dos décadas después de su gestación, todos se muestran ligeramente optimistas sobre su aprobación, desde la UE hasta las diplomacias argentinas y brasileñas, aun cuando Francia, una de las naciones más poderosas del bloque, lo rechace. Y apuestan a que la cumbre de Montevideo sea un trampolín para esa aprobación.

“De salir el acuerdo, podría ser un elemento de amalgama entre Brasil y la Argentina, que podría corregir incluso la relación entre Milei y Lula”, dice el ex diplomático argentino.

El gobierno de Milei ya advirtió la semana pasada que, de no haber avances en la apertura del bloque al comercio con otros actores, la Argentina podría romper el Mercosur y abandonarlo.

Fácil no le sería al Presidente; necesitaría la aprobación de un Congreso con el que toda negociación es un trauma. Pero en la política exterior, las urgencias argentinas obligan a Milei a dar saltos acrobáticos de la amenaza al pragmatismo. En las últimas semanas, sucedió con la China de Xi Jinping y con el Brasil de Lula.

En cinco días, la cumbre del Montevideo será un test que decidirá si la relación con el mayor socio de la historia argentina se diluye en la parálisis o se resetea.

El drama de los dirigentes opositores venezolanos refugiados en la residencia del embajador argentino en Caracas es a la vez señal del potencial de la relación de la Argentina y Brasil hoy, pero también de sus fuertes límites, tan sólidos que parecen infranqueables.

Pese a la ostentosa antipatía entre Javier Milei y Luiz Inacio Lula da Silva, Brasil, el principal socio argentino desde el regreso de la democracia a ambos países, se ofreció para custodiar la residencia en Venezuela apenas horas después de que los diplomáticos argentinos fueran expulsados por el régimen de Nicolás Maduro. Terminaba julio y el gobierno chavista se acababa de adjudicar, contra toda evidencia y sin prueba alguna, el triunfo electoral ante el opositor Edmundo González Urrutia.

Pasaron exactamente cuatro meses. Maduro permanece –y permanecerá– en el poder y los seis dirigentes opositores siguen encerrados en la sede diplomática. El asedio a la residencia es constante y, comandada por María Corina Machado, la oposición pasa de la gratitud a la impaciencia con los gobiernos de Milei y Lula. En privado, considera que no hacen los suficiente para denunciar el acecho o para acorralar al chavismo; en público, se deshace en agradecimiento.

Hace poco menos de 40 años, juntos, Brasil y la Argentina le enseñaban al resto de la región cómo trazar el camino de la democratización, el libre comercio y la coordinación diplomática. Incluso le daban al resto del mundo lecciones sobre cómo la desnuclearización era posible y necesaria para construir la paz en una Guerra Fría dominada por las profecías de apocalipsis atómico.

Pero, cuatro décadas después, el sueño de la integración comercial y la asociación estratégica lucha por sobrevivir a la alterada geopolítica del siglo XXI, a la irrupción de China como protagonista regional, a economías más competitivas que complementarias, a los vaivenes de la ideología y las guerras culturales y a la persistente enemistad entre los presidentes de turno. Hoy Brasil y la Argentina se ponen de acuerdo para resguardar una embajada, pero lejos están de poder armar un frente común contra el afianzamiento de una dictadura cerrada a América del Sur, un fenómeno que afecta las dinámicas migratorias, electorales y económicas de la mayoría de los países de la región.

La más visible de las señales del debilitamiento de la relación de los dos mayores países sudamericanos es la pelea intermitente entre sus mandatarios. Hace tres semanas, en el G-20 en Río de Janeiro, la tensión entre las delegaciones brasileña y argentina por el documento final precedió un gélido saludo entre Lula y Milei. La tirantez fue matizada por un éxito que resucitó el espíritu original de la apuesta bilateral: el acuerdo para la venta de gas argentino a Brasil.

En cinco días, los presidentes volverán a encontrarse en Montevideo en una cumbre que reclama definiciones sobre el futuro del Mercosur y que dirá mucho sobre los tres escenarios a los que se enfrenta el vínculo entre la Argentina y Brasil: la lucha por el liderazgo regional, un statu quo desgastado o un reseteo de la relación.

1. ¿Quién es más líder?

“No hace falta que dos presidentes se quieran”, sentencia un funcionario brasileño para minimizar las divergencias entre Lula y Milei, y advierte que lo que importa son los hechos. Y en el caso del G-20 esos hechos fueron el respaldo argentino a la declaración final de la cumbre y a la alianza global contra el hambre y la pobreza, el proyecto más importante de la tercera presidencia de Lula.

El fin de semana antes de la cumbre, los hechos, sin embargo, estuvieron muy cerca de la ruptura. Brasileños y argentinos se enfrascaron en una negociación agotadora. Los primeros acusaban a los enviados de Milei de querer bloquear la reunión con la que Lula buscaba refrendar su condición de líder global.

Los segundos responsabilizaban a funcionaros brasileños de gestar una “campaña anti-argentina” para dejar al gobierno libertario en “un lugar horrible de aislamiento total”.

Detrás de las acusaciones cruzadas, están no solo las diferencias ideológicas sino también las ambiciones de liderazgo internacional de Lula y Milei, aspiraciones que van más allá de cualquier cumbre.

Más que ningún otro presidente brasileño, Lula se propone como la cabeza de un Brasil-potencia enfocado sobre todo en el resto del mundo emergente, el Sur global, y no tanto en la región. Milei, por su lado, se proyecta como el líder meridional de los valores de la nueva derecha global, conducida también por Donald Trump y Georgia Meloni en una gran cruzada anti izquierda.

El problema para ambos es que, para alcanzar sus ambiciones individuales, son la cabeza de dos naciones que se necesitan, a veces más, a veces menos, pero siempre un poco. Y ellos proponen liderazgos antagónicos, casi excluyentes. Una competencia, en definitiva.

“Sin la Argentina detrás, el liderazgo de Brasil no existe. Y, por su lado, Milei quisiera plantear una rivalidad con Brasil para recuperar la grandeza de la Argentina como potencia, pero no tiene los medios. Por eso se muestra pragmático. Ahora si la economía [argentina] se estabilizara, eso podría cambiar”, opina, en diálogo con LA NACION, Feliciano de Sá Guimarães, profesor de la Universidad de San Pablo y director académico del Centro Brasileño para las Relaciones Internacionales (Cebri).

En el gobierno argentino no ven una competencia por el liderazgo. En todo caso, observan a un Brasil que busca encabezar un mundo donde China y Rusia son protagonistas mientras que la Argentina de Milei apunta a ser un faro en Occidente. En miradas rivales que anticipan decisiones y políticas económicas y comerciales, son caminos divergentes.

2. El statu quo del desgaste

Milei y Lula no son los primeros presidentes de la Argentina y Brasil que debilitan la relación bilateral con su enemistad ideológica. La diplomacia presidencial de las dos mayores economías sudamericanas tropieza desde hace muchos años.

Bernabé Malacalza es un investigador de la Universidad de Quilmes, la Universidad Di Tella y el Conicet, que examina al detalle la salud del vínculo entre los dos países y advierte que el distanciamiento bilateral comenzó en 2008, luego de que la relación tuviera su apogeo a fines de los 80 y comienzos de los 90, en las presidencias de Raúl Alfonsín y Carlos Menem, en la Argentina, y José Sarney y Fernando Cardoso, en Brasil. “Con Alberto Fernández y Jair Bolsonaro se “reflejó el pico de desacoplamiento”, dice en diálogo con LA NACION, y explica que la diplomacia presidencial es clave porque sirve para “gestar los grandes acuerdos, que sirven de marco para la relación”.

El desacoplamiento tiene varias manifestaciones: la caída de la “silla compartida” en el Consejo de Seguridad de la ONU, la aprobación de la escala brasileña para los vuelos militares británicos a Malvinas o la ausencia de una respuesta común a un fenómeno transfronterizo como la pandemia. Su máxima expresión responde, sin embargo, a un fenómeno estructural que va más allá de la rivalidad ideológica de los presidentes: la irrupción de China.

Hasta entrada la primera década de este siglo, la Argentina era el principal mercado de los productos brasileños y viceversa. China hoy desplazó al país en las prioridades comerciales de Brasil al punto de que el intercambio anual entre ellos (unos 170.000 millones de dólares en 2023) es mayor que el volumen total del comercio exterior argentino en su año récord (169.970 millones en 2022).

La explicación de ese fenómeno está en la explosión de la agroindustria brasileña –que compite con la argentina por los mercados chinos–, pero también por la pérdida de sentido de la integración en los gobiernos de la Argentina, Brasil y sus vecinos del Mercosur. Una pérdida que desemboca en un statu quo desgastado y peligroso para países como la Argentina.

“Los países pequeños y medianos como los nuestros necesitan convergencia con países similares o con sus vecinos para ganar autonomía”, agrega Malacalza.

3. El Mercosur y el obligado optimismo de la diplomacia

Si los especialistas son pesimistas sobre la salud de la relación bilateral y del Mercosur, las diplomacias se esfuerzan por mantener el optimismo. En definitiva, es su trabajo.

Diplomáticos argentinos y brasileños se esfuerzan por compensar, desde las segundas líneas de los gobiernos, los daños que una volátil relación entre presidentes inflige sobre la relación a largo plazo.

“Hay dos tipos centrales de diplomacia, la presidencial y la profesional, que necesita cierto margen de maniobra. La relación entre los países tienen mecanismos permanentes y temporales. Cuando la mala relación entre presidentes permea en el vínculo, la Cancillería amortigua los golpes y los empresarios siguen con los negocios”, dice un exdiplomático para explicar cómo un país debe trascender la enemistad de dos mandatarios.

Esa diplomacia profesional es la que hoy, desde la Cancillería argentina e Itamaraty, se aferra a las buenas noticias, aunque sean pocas. “El acuerdo por el gas es una señal de que la relación va bien”, dice un diplomático.

De uno y otro lado, creen que otro acuerdo pueda revertir la enemistad entre Lula y Milei, o al menos correrla del centro de la relación. El acuerdo Mercosur-Unión Europea (UE) lleva tantos traspiés como años tuvo de negociación. Pero hoy, casi dos décadas después de su gestación, todos se muestran ligeramente optimistas sobre su aprobación, desde la UE hasta las diplomacias argentinas y brasileñas, aun cuando Francia, una de las naciones más poderosas del bloque, lo rechace. Y apuestan a que la cumbre de Montevideo sea un trampolín para esa aprobación.

“De salir el acuerdo, podría ser un elemento de amalgama entre Brasil y la Argentina, que podría corregir incluso la relación entre Milei y Lula”, dice el ex diplomático argentino.

El gobierno de Milei ya advirtió la semana pasada que, de no haber avances en la apertura del bloque al comercio con otros actores, la Argentina podría romper el Mercosur y abandonarlo.

Fácil no le sería al Presidente; necesitaría la aprobación de un Congreso con el que toda negociación es un trauma. Pero en la política exterior, las urgencias argentinas obligan a Milei a dar saltos acrobáticos de la amenaza al pragmatismo. En las últimas semanas, sucedió con la China de Xi Jinping y con el Brasil de Lula.

En cinco días, la cumbre del Montevideo será un test que decidirá si la relación con el mayor socio de la historia argentina se diluye en la parálisis o se resetea.

 Los presidentes volverán a encontrarse en Montevideo en una cumbre que dirá mucho sobre los tres escenarios a los que se enfrenta el vínculo entre ambos países  LA NACION

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