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Elogio a darse por vencido

Te preguntaste alguna vez ¿por qué nos cuesta tanto decir “hasta acá”?

Muchas veces no queremos darnos por vencidos porque tememos que sea demasiado pronto. Que no hayamos intentado lo suficiente en ese trabajo, en esa relación, en esa actividad deportiva, en ese emprendimiento. Queremos sostener y reflejar una imagen de nosotros mismos fuertes: como una persona determinada, que puede todo, ambiciosa o con coraje, sentimos que renunciar a algo hace tambalear esa idea de nosotros mismos.

¿Todos tenemos que ser influencers?

Sin embargo, perseverar en algunos casos puede ser un gran error. ¿Cuánto esfuerzo es suficiente? ¿Y cuándo el esfuerzo continuo se vuelve en nuestra contra? En su libro Meditación para mortales, cuatro semanas para abrazar nuestras limitaciones y tener tiempo para lo que importa, el periodista y escritor Oliver Burkeman sostiene que deberíamos darnos por vencidos bastante más seguido en nuestra vida. El autor cree que, en el afán de ser perfeccionistas, muchas personas persiguen de manera permanente el control absoluto sobre sus vidas como trabajadores, padres, ciudadanos, como amigos o como parejas y que, experimentar la vida de esta manera, la transforma en una serie interminable de cosas a conquistar, a aprender, a mejorar, a especializarnos y esto tiene el efecto de transformar nuestra experiencia de vida en “una seguidilla exasperante de batallas que hay que soportar para alcanzar un supuesto mejor futuro que no termina nunca de llegar”.

La propuesta de Burkeman no es que abandonemos todo tipo de ambiciones, deseos o planes. Por el contrario, reconocer nuestras limitaciones, dice, nos permite alcanzar más de lo que realmente importa, pero sin dejar de disfrutar el momento presente: la vida tal cual es hoy. Usa la analogía en la que al pensarnos como los “capitanes de nuestras vidas” tenemos que pararnos menos al frente del timón de un gran velero de lujo y más como individuos remando su propio kayak: menos grandes planificaciones difíciles de alcanzar y más práctica diaria posible y concreta.

Otra de sus ideas para darle claridad a qué abandonar y en qué perseverar, es pensar de manera diferente qué deberíamos estar haciendo con nuestro tiempo (y vida) como un todo en nuestro contexto actual. Entender cuáles son nuestras “tareas de vida” entendiendo la intersección entre nuestras habilidades y las circunstancias que nos tocan vivir. Tareas que son concretas y arraigadas al presente y a nuestras posibilidades. A veces caemos en el sesgo contra darnos por vencidos, porque lo asociamos con nuestro fracaso o con nuestra debilidad. No hay necesidad (ni posibilidad) de pelear todas las batallas. A veces nos sentimos Sísifo empujando la pesada piedra montaña arriba, pero esa condena no la dictó Zeus, sino nosotros mismos.

Te preguntaste alguna vez ¿por qué nos cuesta tanto decir “hasta acá”?

Muchas veces no queremos darnos por vencidos porque tememos que sea demasiado pronto. Que no hayamos intentado lo suficiente en ese trabajo, en esa relación, en esa actividad deportiva, en ese emprendimiento. Queremos sostener y reflejar una imagen de nosotros mismos fuertes: como una persona determinada, que puede todo, ambiciosa o con coraje, sentimos que renunciar a algo hace tambalear esa idea de nosotros mismos.

¿Todos tenemos que ser influencers?

Sin embargo, perseverar en algunos casos puede ser un gran error. ¿Cuánto esfuerzo es suficiente? ¿Y cuándo el esfuerzo continuo se vuelve en nuestra contra? En su libro Meditación para mortales, cuatro semanas para abrazar nuestras limitaciones y tener tiempo para lo que importa, el periodista y escritor Oliver Burkeman sostiene que deberíamos darnos por vencidos bastante más seguido en nuestra vida. El autor cree que, en el afán de ser perfeccionistas, muchas personas persiguen de manera permanente el control absoluto sobre sus vidas como trabajadores, padres, ciudadanos, como amigos o como parejas y que, experimentar la vida de esta manera, la transforma en una serie interminable de cosas a conquistar, a aprender, a mejorar, a especializarnos y esto tiene el efecto de transformar nuestra experiencia de vida en “una seguidilla exasperante de batallas que hay que soportar para alcanzar un supuesto mejor futuro que no termina nunca de llegar”.

La propuesta de Burkeman no es que abandonemos todo tipo de ambiciones, deseos o planes. Por el contrario, reconocer nuestras limitaciones, dice, nos permite alcanzar más de lo que realmente importa, pero sin dejar de disfrutar el momento presente: la vida tal cual es hoy. Usa la analogía en la que al pensarnos como los “capitanes de nuestras vidas” tenemos que pararnos menos al frente del timón de un gran velero de lujo y más como individuos remando su propio kayak: menos grandes planificaciones difíciles de alcanzar y más práctica diaria posible y concreta.

Otra de sus ideas para darle claridad a qué abandonar y en qué perseverar, es pensar de manera diferente qué deberíamos estar haciendo con nuestro tiempo (y vida) como un todo en nuestro contexto actual. Entender cuáles son nuestras “tareas de vida” entendiendo la intersección entre nuestras habilidades y las circunstancias que nos tocan vivir. Tareas que son concretas y arraigadas al presente y a nuestras posibilidades. A veces caemos en el sesgo contra darnos por vencidos, porque lo asociamos con nuestro fracaso o con nuestra debilidad. No hay necesidad (ni posibilidad) de pelear todas las batallas. A veces nos sentimos Sísifo empujando la pesada piedra montaña arriba, pero esa condena no la dictó Zeus, sino nosotros mismos.

 No hay necesidad, ni posibilidad, de pelear todas las batallas  LA NACION

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