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Tito Ceccherini: “Bartók fue extraordinario, pero murió exiliado, enfermo y en la pobreza absoluta”

Desde la primera línea de su presentación, se destaca en la trayectoria del director italiano su vínculo con la música del siglo XX, el reconocimiento como intérprete de un repertorio que, a pesar del tiempo transcurrido y los valores indiscutibles de las obras que mejor definen la época, aún pugna por ganar la difusión que merece. Tito Ceccherini —formado en Italia, Rusia y Alemania, de exitosa actividad en Venecia y los países germanos—, es el maestro invitado a empuñar la batuta del último concierto de abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (OFBA). Con un programa dedicado enteramente al genio húngaro de Béla Bártok, uno de los músicos más importantes de la pasada centuria y según Ceccherini, “un compositor caro a su gusto y sentimiento”, la orquesta más premiada de la Argentina tendrá este sábado su cierre de temporada.

-¿Hay atributos o competencias específicas para definir al intérprete de este repertorio, que es tan vasto y diverso?

-Es una buena pregunta, pero no estoy seguro de ser capaz de responderla en los términos de un especialista. Comencé a frecuentar esta música muy tempranamente. Ya desde la adolescencia consideraba al Novecento un período habitual, a la par del resto del repertorio que es una totalidad más allá de los períodos. En un cierto momento, mientras estudiaba Händel y me apasionaba con la música antigua, comencé a dirigir un ensamble de compañeros del conservatorio con los que incluíamos música contemporánea que es bastante rica en variantes para distintos instrumentos. Por otra parte, siendo milanés, pude acceder a ciertas experiencias musicales porque mis primeros años en Milán coincidieron con los últimos de Claudio Abbado, donde él dirigía con total naturalidad Luigi Nono o Béla Bartók al lado de Beethoven y Verdi. Pero reconozco que este repertorio, al que me he dedicado intensamente, ha sido subestimado por el público y que no tiene la misma frecuentación que sus predecesores. El melómano en general está habituado a las sinfonías de Beethoven y Brahms, pero no a Béla Bartók, por ejemplo. Para mí el siglo XX ha dado tantas obras maestras como las épocas anteriores, obras que son del mismo calibre que otras del pasado y merecen ser parte de la experiencia musical del público actual. Creo estar haciendo una contribución al cultivar esta música y otras sucesivas. Y hablando particularmente de Bartók y su entorno de tradición húngara, incluyo en esa línea a György Ligeti, que también debería ser parte fundamental de nuestro presente, músicas que deben ser conocidas. Quien hoy se ocupa de la música profesionalmente, no puedo ignorar a Ligeti. Hay melómanos que conocen y aman este arte. Y hay otros para los cuales es un mundo a descubrir. Y a mí me apasiona, me da placer enriquecer la experiencia musical de ese público que tiene la disponibilidad de escuchar y descubrir cosas nuevas.

Nostalgia

-¿Será su primera experiencia con la Filarmónica de Buenos Aires?

-¡Efectivamente! Y para mí es un gran placer volver a esta ciudad. Desde el Covid que no volvía, así que ya sentía nostalgias de la Argentina. Es un privilegio dirigir el programa de un compositor que me es tan caro al gusto y al sentimiento como Bartók, y hay un dato simpático que quiero mencionar: la coincidencia de que, en mi primer concierto en el Colón, precisamente dirigí la Suite del Mandarín maravilloso. Vengo a Buenos Aires desde 2011 y me hice a la gratificante costumbre de volver cada dos años regularmente, hasta la pandemia que cambió todo. Hace unos meses recibí una propuesta para un proyecto (que aún no puedo anunciar, pero espero que se realice) y hace apenas unas semanas surgió la posibilidad de venir a dirigir este reemplazo. He encontrado en la OFBA una orquesta magnífica, que con pocos ensayos me hizo sentir el placer de hacer música con ellos, feliz por la atmósfera que se respira. En este caso, aun tratándose de piezas que no se han escuchado tanto en Buenos Aires, son conocidas por la orquesta. Y, repito: se trata de un repertorio que merece ser más frecuentado.

-Tampoco son frecuentes en la Argentina los programas monográficos (mucho menos los ciclos como suelen diseñarse en algunos organismos europeos) que profundizan en las ideas, el mundo sonoro y la evolución de un compositor.

-Justamente al ser un repertorio poco familiar para la audiencia, el concierto monográfico da la oportunidad de confrontar con un cierto lenguaje, de conocerlo más a fondo. También es útil el hecho de que se interpreten tres obras muy diversas donde se pueden apreciar rasgos opuestos: hay aspectos violentos en el Mandarín maravilloso, obra de una riqueza infinita, de una invención, una fascinación y una energía implacable, que perfectamente se puede ubicar al lado de Le Sacre du Printemps [La consagración de la primavera] de Igor Stravinsky, por ejemplo, en el sentido del impacto tan violento que producen ambas. Lo que difiere es la ambientación. Le Sacre refiere su violencia a unas raíces ancestrales, antiguas y lejanas. El Mandarín, en cambio, nos ofrece el retrato de una metrópolis moderna y alienada, el retrato de la humanidad que se encuentra, vive y sufre en este mundo tan profundamente trastornado. En el extremo opuesto de esa música impresionante está el Adagio religioso del Concierto para piano nº 3 obra [NR ejecutado por el israelí nacido en la Unión Soviética Boris Giltburg como solista al piano], una obra que combina los trazos más característicos y auténticos de Bartók, el color típico de sus ultimísimas composiciones y un tono sereno que contrasta con el de las obras precedentes hasta llegar al límite contrario: la sublimidad, la transfiguración y las ideas más estilizadas y delicadas del amor hacia la naturaleza. No quiero resultar banal, pero hay escenas que son el canto de los pájaros, por ejemplo, la naturaleza recompuesta en un coral que también refiere a las tradiciones de Bach y Beethoven, un mundo sereno en las antípodas del Mandarín. Son dos piezas representativas del lenguaje maduro de Bartók, y a la vez opuestas en el contenido musical y emocional. Y en la segunda parte de la noche, el Concierto para Orquesta que es una de las grandes obras del siglo, una obra maestra dentro del canon del género, por su ambición sinfónica y su equilibrio formal. Eligió llamarla concierto en lugar de sinfonía porque en cierta forma se aleja de la estructura tradicional. Utiliza un gran número de solistas convocando a todos los instrumentos al máximo de su personalidad y virtuosismo. Es por eso una obra tan amada por las orquestas. Me parece un excelente final de temporada poner en relieve un programa de esta categoría.

-¿Qué reflexión o valoración puede ofrecer de la figura y destino de Béla Bartók?

-¡Tantas reflexiones por las cuales Bartók está en el centro de mi vida musical! Porque en su música se advierte que sus búsquedas y su lenguaje etnomusicológico ponen al ser humano en el centro de la atención. Para él, la música no es un juego abstracto, un trabajo meramente intelectual. Es un modo de reportar las raíces del hombre en tanto ser -humano y social-. Esto vale para toda su búsqueda, que viene simbolizada de un modo tan actual en el sentido que propone la pregunta. Cito la Suite de danzas comisionada para una ocasión de tipo nacionalista (el aniversario de la unión de Buda y Pest que dio lugar a Budapest, la capital de Hungría) para la cual tomó música de los diversos pueblos de la región, todas las tradiciones habitando la misma obra en una suerte de comunidad fraternal. No podemos dejar de mencionar el hecho de que este artista gigante, reconocido por sus pares por las cualidades extraordinarias que lo distinguieron, murió exiliado, enfermo y en la pobreza absoluta. No quiero ser polémico, pero una de esas cualidades específicas de Bartók, comparado con sus contemporáneos sin dar nombres, es aquella de contar la humanidad y el sufrimiento, de sentir la música como una expresión menos intelectual, más humana y visceral que la de otros músicos de su tiempo.

Para agendar

Último concierto de abono Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, con la dirección de Tito Ceccherini. Programa dedicado a Béla Bartók. Obras: Concierto para piano y orquesta nº3, Suite del Ballet El mandarín maravilloso y Concierto para orquesta. Teatro Colón. Función: sábado 30 de noviembre, a las 20

Desde la primera línea de su presentación, se destaca en la trayectoria del director italiano su vínculo con la música del siglo XX, el reconocimiento como intérprete de un repertorio que, a pesar del tiempo transcurrido y los valores indiscutibles de las obras que mejor definen la época, aún pugna por ganar la difusión que merece. Tito Ceccherini —formado en Italia, Rusia y Alemania, de exitosa actividad en Venecia y los países germanos—, es el maestro invitado a empuñar la batuta del último concierto de abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (OFBA). Con un programa dedicado enteramente al genio húngaro de Béla Bártok, uno de los músicos más importantes de la pasada centuria y según Ceccherini, “un compositor caro a su gusto y sentimiento”, la orquesta más premiada de la Argentina tendrá este sábado su cierre de temporada.

-¿Hay atributos o competencias específicas para definir al intérprete de este repertorio, que es tan vasto y diverso?

-Es una buena pregunta, pero no estoy seguro de ser capaz de responderla en los términos de un especialista. Comencé a frecuentar esta música muy tempranamente. Ya desde la adolescencia consideraba al Novecento un período habitual, a la par del resto del repertorio que es una totalidad más allá de los períodos. En un cierto momento, mientras estudiaba Händel y me apasionaba con la música antigua, comencé a dirigir un ensamble de compañeros del conservatorio con los que incluíamos música contemporánea que es bastante rica en variantes para distintos instrumentos. Por otra parte, siendo milanés, pude acceder a ciertas experiencias musicales porque mis primeros años en Milán coincidieron con los últimos de Claudio Abbado, donde él dirigía con total naturalidad Luigi Nono o Béla Bartók al lado de Beethoven y Verdi. Pero reconozco que este repertorio, al que me he dedicado intensamente, ha sido subestimado por el público y que no tiene la misma frecuentación que sus predecesores. El melómano en general está habituado a las sinfonías de Beethoven y Brahms, pero no a Béla Bartók, por ejemplo. Para mí el siglo XX ha dado tantas obras maestras como las épocas anteriores, obras que son del mismo calibre que otras del pasado y merecen ser parte de la experiencia musical del público actual. Creo estar haciendo una contribución al cultivar esta música y otras sucesivas. Y hablando particularmente de Bartók y su entorno de tradición húngara, incluyo en esa línea a György Ligeti, que también debería ser parte fundamental de nuestro presente, músicas que deben ser conocidas. Quien hoy se ocupa de la música profesionalmente, no puedo ignorar a Ligeti. Hay melómanos que conocen y aman este arte. Y hay otros para los cuales es un mundo a descubrir. Y a mí me apasiona, me da placer enriquecer la experiencia musical de ese público que tiene la disponibilidad de escuchar y descubrir cosas nuevas.

Nostalgia

-¿Será su primera experiencia con la Filarmónica de Buenos Aires?

-¡Efectivamente! Y para mí es un gran placer volver a esta ciudad. Desde el Covid que no volvía, así que ya sentía nostalgias de la Argentina. Es un privilegio dirigir el programa de un compositor que me es tan caro al gusto y al sentimiento como Bartók, y hay un dato simpático que quiero mencionar: la coincidencia de que, en mi primer concierto en el Colón, precisamente dirigí la Suite del Mandarín maravilloso. Vengo a Buenos Aires desde 2011 y me hice a la gratificante costumbre de volver cada dos años regularmente, hasta la pandemia que cambió todo. Hace unos meses recibí una propuesta para un proyecto (que aún no puedo anunciar, pero espero que se realice) y hace apenas unas semanas surgió la posibilidad de venir a dirigir este reemplazo. He encontrado en la OFBA una orquesta magnífica, que con pocos ensayos me hizo sentir el placer de hacer música con ellos, feliz por la atmósfera que se respira. En este caso, aun tratándose de piezas que no se han escuchado tanto en Buenos Aires, son conocidas por la orquesta. Y, repito: se trata de un repertorio que merece ser más frecuentado.

-Tampoco son frecuentes en la Argentina los programas monográficos (mucho menos los ciclos como suelen diseñarse en algunos organismos europeos) que profundizan en las ideas, el mundo sonoro y la evolución de un compositor.

-Justamente al ser un repertorio poco familiar para la audiencia, el concierto monográfico da la oportunidad de confrontar con un cierto lenguaje, de conocerlo más a fondo. También es útil el hecho de que se interpreten tres obras muy diversas donde se pueden apreciar rasgos opuestos: hay aspectos violentos en el Mandarín maravilloso, obra de una riqueza infinita, de una invención, una fascinación y una energía implacable, que perfectamente se puede ubicar al lado de Le Sacre du Printemps [La consagración de la primavera] de Igor Stravinsky, por ejemplo, en el sentido del impacto tan violento que producen ambas. Lo que difiere es la ambientación. Le Sacre refiere su violencia a unas raíces ancestrales, antiguas y lejanas. El Mandarín, en cambio, nos ofrece el retrato de una metrópolis moderna y alienada, el retrato de la humanidad que se encuentra, vive y sufre en este mundo tan profundamente trastornado. En el extremo opuesto de esa música impresionante está el Adagio religioso del Concierto para piano nº 3 obra [NR ejecutado por el israelí nacido en la Unión Soviética Boris Giltburg como solista al piano], una obra que combina los trazos más característicos y auténticos de Bartók, el color típico de sus ultimísimas composiciones y un tono sereno que contrasta con el de las obras precedentes hasta llegar al límite contrario: la sublimidad, la transfiguración y las ideas más estilizadas y delicadas del amor hacia la naturaleza. No quiero resultar banal, pero hay escenas que son el canto de los pájaros, por ejemplo, la naturaleza recompuesta en un coral que también refiere a las tradiciones de Bach y Beethoven, un mundo sereno en las antípodas del Mandarín. Son dos piezas representativas del lenguaje maduro de Bartók, y a la vez opuestas en el contenido musical y emocional. Y en la segunda parte de la noche, el Concierto para Orquesta que es una de las grandes obras del siglo, una obra maestra dentro del canon del género, por su ambición sinfónica y su equilibrio formal. Eligió llamarla concierto en lugar de sinfonía porque en cierta forma se aleja de la estructura tradicional. Utiliza un gran número de solistas convocando a todos los instrumentos al máximo de su personalidad y virtuosismo. Es por eso una obra tan amada por las orquestas. Me parece un excelente final de temporada poner en relieve un programa de esta categoría.

-¿Qué reflexión o valoración puede ofrecer de la figura y destino de Béla Bartók?

-¡Tantas reflexiones por las cuales Bartók está en el centro de mi vida musical! Porque en su música se advierte que sus búsquedas y su lenguaje etnomusicológico ponen al ser humano en el centro de la atención. Para él, la música no es un juego abstracto, un trabajo meramente intelectual. Es un modo de reportar las raíces del hombre en tanto ser -humano y social-. Esto vale para toda su búsqueda, que viene simbolizada de un modo tan actual en el sentido que propone la pregunta. Cito la Suite de danzas comisionada para una ocasión de tipo nacionalista (el aniversario de la unión de Buda y Pest que dio lugar a Budapest, la capital de Hungría) para la cual tomó música de los diversos pueblos de la región, todas las tradiciones habitando la misma obra en una suerte de comunidad fraternal. No podemos dejar de mencionar el hecho de que este artista gigante, reconocido por sus pares por las cualidades extraordinarias que lo distinguieron, murió exiliado, enfermo y en la pobreza absoluta. No quiero ser polémico, pero una de esas cualidades específicas de Bartók, comparado con sus contemporáneos sin dar nombres, es aquella de contar la humanidad y el sufrimiento, de sentir la música como una expresión menos intelectual, más humana y visceral que la de otros músicos de su tiempo.

Para agendar

Último concierto de abono Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, con la dirección de Tito Ceccherini. Programa dedicado a Béla Bartók. Obras: Concierto para piano y orquesta nº3, Suite del Ballet El mandarín maravilloso y Concierto para orquesta. Teatro Colón. Función: sábado 30 de noviembre, a las 20

 El cierre de temporada de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, la más premiada de la Argentina, estará a cargo del director italiano; en el último concierto de abono, este sábado 30, se presentará un programa dedicado al gran genio húngaro  LA NACION

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