El bosque milenario de la Patagonia que renace tras un incendio gracias al trabajo voluntario
La primera vez que Amigos de la Patagonia (AAP) llegó al bosque incendiado de Ñorquinco, Neuquén, la escena parecía sacada de un paisaje devastado. “Sólo había pastizales y era todo un páramo. Cuando llegás a un bosque incendiado, sentís la falta de ese cobijo tan especial que los árboles ofrecen”, recuerda hoy Sebastián Homps, director de la organización. En el horizonte, apenas quedaban rastros de lo que una vez fue el legendario bosque de Araucaria araucana, símbolo de esta región y una de las especies más antiguas del planeta, cuya presencia define un ecosistema único a nivel mundial.
Ese primer viaje fue parte de un proyecto monumental: restaurar los bosques nativos de la Patagonia, una región cuya biodiversidad está bajo amenaza constante por el cambio climático y los incendios forestales. Desde 2017, Amigos de la Patagonia plantó más de 50.000 árboles en la región y tejió una red de conciencia y acción ambiental que incluye a más de 500 voluntarios que ya participaron de los diversos programas de la AAP.
Un ecosistema irremplazable
Los bosques de Araucaria araucana, también conocidos como “pehuenes”, no crecen en ningún otro lugar del mundo salvo en la cordillera argentino-chilena. El trabajo de la ONG busca proteger este patrimonio natural, cuyo valor va mucho más allá de la estética paisajística. “Estos árboles pueden vivir más de mil años”, cuenta Homps, con una mezcla de respeto y asombro. “No somos nada, somos como hormigas haciendo un pequeño aporte a este ecosistema”, reflexiona.
Desde hace siete años, el programa Hacemos Bosque ha restaurado decenas de hectáreas gracias al esfuerzo compartido entre voluntarios, empresas y organismos gubernamentales. En un inicio, las actividades de reforestación se centraron en Cholila y en el Parque Nacional Los Alerces, pero en 2020, la alianza con el Parque Nacional Lanín trajo un desafío especial: recuperar el bosque de Ñorquinco, devastado por un incendio en 2013 que afectó a 3.000 hectáreas, el resultado de la llamada “Mega Sequía” de principios de la década de 2010. Con esta alianza, el proyecto se expandió hacia un área de 412.000 hectáreas de superficie, donde cada intervención exige un cuidadoso estudio para proteger especies endémicas y sus hábitats.
Voluntarios conscientes
Cada plantación de Amigos de la Patagonia reúne a decenas de personas que no solo están dispuestas a plantar árboles, sino también a comprometerse con el entorno. “Se armó una comunidad consciente, y eso se nota en los voluntarios: cuidar lo que es prístino y único”, relata Homps, quien asegura que, al final de cada viaje, los lazos entre los participantes se fortalecen. Dormir juntos en la montaña, compartir esfuerzos y experiencias genera una atmósfera especial donde todos, desde voluntarios hasta directores de empresas, se encuentran en un terreno común.
La concientización abarca a quienes se acercan por primera vez y también a los habitantes de las comunidades patagónicas, que han desarrollado una identidad vinculada a su entorno. “El trabajo en equipo y la colaboración se volvieron los pilares del proyecto. Cada plantín de araucaria o ciprés tiene un valor enorme para quienes entendemos que, si perdemos estos bosques, no los recuperaremos nunca más”, dice Homps.
Equilibrio natural y cultural
Uno de los logros del proyecto fue la colaboración con el vivero Ruca Choroi, fundado en 2009 con el objetivo de cultivar plantines nativos de Araucaria araucana, lenga, ñire y ciprés. Gracias a la capacitación de los vecinos locales y el aporte de Amigos de la Patagonia, el vivero se convirtió en una pieza clave para sostener la restauración de la cuenca de Ñorquinco y otras áreas circundantes. “Trabajamos con viveros locales para producir plantines de calidad, porque en lugares como Pehuenia está prohibido levantar las piñas de las araucarias. Cada semilla cuenta y es parte de la identidad cultural de la región”, explica Homps.
La cultura mapuche considera a la araucaria como un árbol sagrado, y su fruto, el piñón, es parte fundamental de su dieta y de sus rituales. La comunidad local ha convertido la protección de esta especie en un símbolo de la defensa del patrimonio cultural y natural. Alrededor del bosque de pehuenes, un intrincado entramado de flora y fauna coexiste en un equilibrio delicado y único que ahora, gracias al proyecto, cuenta con una oportunidad de regenerarse.
Un bosque para el futuro
El impacto del programa Hacemos Bosque se siente en cada rincón de la Patagonia. Acá no se trata sólo de devolverle árboles a la tierra, sino de algo mucho más elevado: la responsabilidad hacia el equilibrio del sistema natural y biológico. Como sostiene Homps: “La raza humana hace muchas cosas mal, pero también somos los únicos que tenemos la capacidad de organizarnos para cuidar el planeta y tomar acciones concretas para remediar el daño que ocasionamos”.
La visión de la ONG es la de un bosque que puede sobrevivir a generaciones, un espacio para el reencuentro de las personas con la naturaleza y un llamado de atención sobre la fragilidad de nuestro entorno. Un proyecto que busca reimaginar la relación con los bosques y su biodiversidad. Los beneficios ambientales de estas iniciativas, como la regulación hídrica, la conservación del suelo y la biodiversidad, y la fijación de gases de efecto invernadero, son esenciales para la región. Además, el paisaje diversificado y sereno de los bosques proporciona refugio a especies únicas y ofrece una belleza sin igual, un respiro para reconectar con el mundo natural.
Amigos de la Patagonia sigue adelante, fiel a su propósito de restaurar y proteger el único bosque de Araucaria araucana en el mundo. Para Homps, cada plantín es un paso hacia un futuro mejor: “Es un mensaje comprometedor, pero creemos en el poder de una comunidad de amigos del ambiente que hacen crecer este proyecto con un impacto real y concreto”. Cada semilla que se convierte en un árbol es un pasito más hacia ese objetivo.
La primera vez que Amigos de la Patagonia (AAP) llegó al bosque incendiado de Ñorquinco, Neuquén, la escena parecía sacada de un paisaje devastado. “Sólo había pastizales y era todo un páramo. Cuando llegás a un bosque incendiado, sentís la falta de ese cobijo tan especial que los árboles ofrecen”, recuerda hoy Sebastián Homps, director de la organización. En el horizonte, apenas quedaban rastros de lo que una vez fue el legendario bosque de Araucaria araucana, símbolo de esta región y una de las especies más antiguas del planeta, cuya presencia define un ecosistema único a nivel mundial.
Ese primer viaje fue parte de un proyecto monumental: restaurar los bosques nativos de la Patagonia, una región cuya biodiversidad está bajo amenaza constante por el cambio climático y los incendios forestales. Desde 2017, Amigos de la Patagonia plantó más de 50.000 árboles en la región y tejió una red de conciencia y acción ambiental que incluye a más de 500 voluntarios que ya participaron de los diversos programas de la AAP.
Un ecosistema irremplazable
Los bosques de Araucaria araucana, también conocidos como “pehuenes”, no crecen en ningún otro lugar del mundo salvo en la cordillera argentino-chilena. El trabajo de la ONG busca proteger este patrimonio natural, cuyo valor va mucho más allá de la estética paisajística. “Estos árboles pueden vivir más de mil años”, cuenta Homps, con una mezcla de respeto y asombro. “No somos nada, somos como hormigas haciendo un pequeño aporte a este ecosistema”, reflexiona.
Desde hace siete años, el programa Hacemos Bosque ha restaurado decenas de hectáreas gracias al esfuerzo compartido entre voluntarios, empresas y organismos gubernamentales. En un inicio, las actividades de reforestación se centraron en Cholila y en el Parque Nacional Los Alerces, pero en 2020, la alianza con el Parque Nacional Lanín trajo un desafío especial: recuperar el bosque de Ñorquinco, devastado por un incendio en 2013 que afectó a 3.000 hectáreas, el resultado de la llamada “Mega Sequía” de principios de la década de 2010. Con esta alianza, el proyecto se expandió hacia un área de 412.000 hectáreas de superficie, donde cada intervención exige un cuidadoso estudio para proteger especies endémicas y sus hábitats.
Voluntarios conscientes
Cada plantación de Amigos de la Patagonia reúne a decenas de personas que no solo están dispuestas a plantar árboles, sino también a comprometerse con el entorno. “Se armó una comunidad consciente, y eso se nota en los voluntarios: cuidar lo que es prístino y único”, relata Homps, quien asegura que, al final de cada viaje, los lazos entre los participantes se fortalecen. Dormir juntos en la montaña, compartir esfuerzos y experiencias genera una atmósfera especial donde todos, desde voluntarios hasta directores de empresas, se encuentran en un terreno común.
La concientización abarca a quienes se acercan por primera vez y también a los habitantes de las comunidades patagónicas, que han desarrollado una identidad vinculada a su entorno. “El trabajo en equipo y la colaboración se volvieron los pilares del proyecto. Cada plantín de araucaria o ciprés tiene un valor enorme para quienes entendemos que, si perdemos estos bosques, no los recuperaremos nunca más”, dice Homps.
Equilibrio natural y cultural
Uno de los logros del proyecto fue la colaboración con el vivero Ruca Choroi, fundado en 2009 con el objetivo de cultivar plantines nativos de Araucaria araucana, lenga, ñire y ciprés. Gracias a la capacitación de los vecinos locales y el aporte de Amigos de la Patagonia, el vivero se convirtió en una pieza clave para sostener la restauración de la cuenca de Ñorquinco y otras áreas circundantes. “Trabajamos con viveros locales para producir plantines de calidad, porque en lugares como Pehuenia está prohibido levantar las piñas de las araucarias. Cada semilla cuenta y es parte de la identidad cultural de la región”, explica Homps.
La cultura mapuche considera a la araucaria como un árbol sagrado, y su fruto, el piñón, es parte fundamental de su dieta y de sus rituales. La comunidad local ha convertido la protección de esta especie en un símbolo de la defensa del patrimonio cultural y natural. Alrededor del bosque de pehuenes, un intrincado entramado de flora y fauna coexiste en un equilibrio delicado y único que ahora, gracias al proyecto, cuenta con una oportunidad de regenerarse.
Un bosque para el futuro
El impacto del programa Hacemos Bosque se siente en cada rincón de la Patagonia. Acá no se trata sólo de devolverle árboles a la tierra, sino de algo mucho más elevado: la responsabilidad hacia el equilibrio del sistema natural y biológico. Como sostiene Homps: “La raza humana hace muchas cosas mal, pero también somos los únicos que tenemos la capacidad de organizarnos para cuidar el planeta y tomar acciones concretas para remediar el daño que ocasionamos”.
La visión de la ONG es la de un bosque que puede sobrevivir a generaciones, un espacio para el reencuentro de las personas con la naturaleza y un llamado de atención sobre la fragilidad de nuestro entorno. Un proyecto que busca reimaginar la relación con los bosques y su biodiversidad. Los beneficios ambientales de estas iniciativas, como la regulación hídrica, la conservación del suelo y la biodiversidad, y la fijación de gases de efecto invernadero, son esenciales para la región. Además, el paisaje diversificado y sereno de los bosques proporciona refugio a especies únicas y ofrece una belleza sin igual, un respiro para reconectar con el mundo natural.
Amigos de la Patagonia sigue adelante, fiel a su propósito de restaurar y proteger el único bosque de Araucaria araucana en el mundo. Para Homps, cada plantín es un paso hacia un futuro mejor: “Es un mensaje comprometedor, pero creemos en el poder de una comunidad de amigos del ambiente que hacen crecer este proyecto con un impacto real y concreto”. Cada semilla que se convierte en un árbol es un pasito más hacia ese objetivo.
Desde 2017, la ONG Amigos de la Patagonia plantó más de 50.000 árboles en el PN Lanín para restaurar áreas afectadas por incendios y tejió una red de acción ambiental que incluye a voluntarios y donantes. LA NACION