Cuando los copitos solo eran de azúcar
“Si no me mataron, tengo que estar presa”, dijo Cristina Kirchner tras conocer el fallo judicial que le confirmó la condena de seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos por haber direccionado licitaciones de obras “ídem” en Santa Cruz en beneficio de Lázaro Báez. Y no solo eso. Tras considerar que la sentencia busca proscribirla de la vida electoral, se refirió a los jueces de la Casación como “los copitos de Comodoro Py”, en alusión a los procesados por haber atentado contra su vida.
Hasta ahí el resumen informativo. Ahora damos paso a la nostalgia: a cuando los copitos solo eran de azúcar y, como mucho daño, producían caries; cuando el edulcorante era una rareza y la vida transcurría sin redes sociales, como ahora, donde todo el mundo dice lo que piensa y, muchas veces, sin pensar lo que dice.
No vamos a pecar de ingenuos porque siempre se han proferido barbaridades –solo con Milei llenamos una enciclopedia–, pero agarrársela con una golosina tan noble como los copos de azúcar es una afrenta al recuerdo infantil y al estómago de adulto, ya bastante escorado de antiácidos y metformina en sus diversas presentaciones.
En las comisiones del Congreso se tiran con todo -menos con Tubby 1 y Tubby 2, porque solo conocimos el 3 y el 4-, y nunca con un alfajor Jorgito. A nadie se le ocurre pegotear un chicle Bazooka en el pelo de los que retacean el quorum o embadurnarle la cabeza con Mielcitas a los pelados.
Sería un sacrilegio –además de un desperdicio inconmensurable– pavimentar con barritas de chocolate Águila las rutas que dejó de construir el compañero Lázaro; pintar de rosa el médano de Amado con caramelos Flynn Paff, o hacerles ver a los radicales que, si siguen como ahora, lo único que les va a quedar es atorarse con galletitas Tentación o disfrazarse de Gallinitas.
Si la vida te da sorpresas, la política es la fábrica de chocolatitos Fort, antecesores de los Kinder. Por afuera chocolate, por adentro andá a saber.
Debería haber una ONG en defensa de la dignidad de las golosinas y del recuerdo de aquellas que desaparecieron o que volvieron después de mucho tiempo a recuperar terreno. Vaya nuestro agradecimiento a los corazoncitos Dorin’s, a los Paragüitas, a la efervescencia de los caramelos Fizz; a los postrecitos Sandy, los Topolinos, los Pico Dulce, la Bananita Dolca, la Tita, la Rhodesia, los caramelos 1/2 Hora y las pastillas Yapa. Que se nos pegue la alegría de los chicles Dinovo, de los Beldent e incluso de los Puaj!. Y que vuelvan los pochoclos Josecito, de los que pocos tienen memoria, pero que hoy serían un golazo para sentarse en el sillón a ver el espectáculo de la política.
“Si no me mataron, tengo que estar presa”, dijo Cristina Kirchner tras conocer el fallo judicial que le confirmó la condena de seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos por haber direccionado licitaciones de obras “ídem” en Santa Cruz en beneficio de Lázaro Báez. Y no solo eso. Tras considerar que la sentencia busca proscribirla de la vida electoral, se refirió a los jueces de la Casación como “los copitos de Comodoro Py”, en alusión a los procesados por haber atentado contra su vida.
Hasta ahí el resumen informativo. Ahora damos paso a la nostalgia: a cuando los copitos solo eran de azúcar y, como mucho daño, producían caries; cuando el edulcorante era una rareza y la vida transcurría sin redes sociales, como ahora, donde todo el mundo dice lo que piensa y, muchas veces, sin pensar lo que dice.
No vamos a pecar de ingenuos porque siempre se han proferido barbaridades –solo con Milei llenamos una enciclopedia–, pero agarrársela con una golosina tan noble como los copos de azúcar es una afrenta al recuerdo infantil y al estómago de adulto, ya bastante escorado de antiácidos y metformina en sus diversas presentaciones.
En las comisiones del Congreso se tiran con todo -menos con Tubby 1 y Tubby 2, porque solo conocimos el 3 y el 4-, y nunca con un alfajor Jorgito. A nadie se le ocurre pegotear un chicle Bazooka en el pelo de los que retacean el quorum o embadurnarle la cabeza con Mielcitas a los pelados.
Sería un sacrilegio –además de un desperdicio inconmensurable– pavimentar con barritas de chocolate Águila las rutas que dejó de construir el compañero Lázaro; pintar de rosa el médano de Amado con caramelos Flynn Paff, o hacerles ver a los radicales que, si siguen como ahora, lo único que les va a quedar es atorarse con galletitas Tentación o disfrazarse de Gallinitas.
Si la vida te da sorpresas, la política es la fábrica de chocolatitos Fort, antecesores de los Kinder. Por afuera chocolate, por adentro andá a saber.
Debería haber una ONG en defensa de la dignidad de las golosinas y del recuerdo de aquellas que desaparecieron o que volvieron después de mucho tiempo a recuperar terreno. Vaya nuestro agradecimiento a los corazoncitos Dorin’s, a los Paragüitas, a la efervescencia de los caramelos Fizz; a los postrecitos Sandy, los Topolinos, los Pico Dulce, la Bananita Dolca, la Tita, la Rhodesia, los caramelos 1/2 Hora y las pastillas Yapa. Que se nos pegue la alegría de los chicles Dinovo, de los Beldent e incluso de los Puaj!. Y que vuelvan los pochoclos Josecito, de los que pocos tienen memoria, pero que hoy serían un golazo para sentarse en el sillón a ver el espectáculo de la política.
“Los copitos son los de Comodoro Py” (De Cristina Kirchner) LA NACION