“Te triplicamos cualquier oferta”. Cómo se hicieron las fotos que descubrieron el romance entre Máxima y el príncipe Guillermo Alejandro
Máxima Zorreguieta y Guillermo Alejandro se conocieron en la Feria de Sevilla de 1999. Ella había llegado a España junto a su amiga de la infancia, Cynthia Kaufmann, y aquella noche, en una fiesta, el destino la pondría frente a un desconocido príncipe que cambiaría definitivamente su vida. Él, heredero al trono de los Países Bajos, era uno de los invitados de Kaufmann, quien ya tenía en mente presentarle dos candidatos “de la realeza” a su amiga: Guillermo Alejandro de Países Bajos y Federico de Dinamarca. La noche avanzaba entre risas y flamenco. Fue entonces cuando Máxima y Guillermo se cruzaron por primera vez y, según cuentan, la conexión fue inmediata.
Decidieron vivir su romance con discreción. Y lo lograron durante algunos meses, pero pronto comenzaron a surgir rumores que los vinculaban. Fue un fotógrafo argentino, Henry von Wartenberg, quien capturó la primera imagen de la pareja en Nueva York, confirmando para el mundo lo que hasta entonces era solo un rumor: el joven príncipe, heredero del trono de los Países Bajos, miembro de una de las familias reales más ricas, estaba enamorado de una joven plebeya argentina.
Hace algunos días, Von Wartenberg contó por primera vez cómo se gestó la fotografía que descubrió a la pareja. Lo hizo a través de un video que publicó en sus redes sociales. Ahora revive aquella historia y profundiza su relato en una entrevista con LA NACION.
-Con el estreno de la serie Máxima, se volvió a hablar de uno de los hitos fundacionales de la relación entre Máxima y Guillermo: el momento en que una foto, tu foto, dio la vuelta al mundo.
-La verdad que no vi la serie, pero hace un tiempo, en una comida, alguien dijo “Henry es el que hizo la foto”, entonces yo conté la historia. Fue un hecho tan… trascendental, y no por mi foto puntual, sino porque era “la” foto, entre comillas, porque fue la imagen que reveló la historia entre ellos dos, la cual tenía intrigados a muchos holandeses que querían saber en qué estaba el príncipe… pero quizás no le importaba mucho a más de la mitad de la población mundial (ríe).
-¿Hacías trabajos como paparazzo?
-Yo había trabajado como 10 años en la revista Gente, pero en ese momento me había ido. Seguía colaborando como freelance, pero ya no era parte del staff, había renunciado. Justo estaba en Nueva York haciendo un curso, una masterclass sobre edición en el International Center of Photography que duraba un mes. Estaba instalado ahí, en la casa de un primo de mi mujer, John Patrick. Yo cursaba por las tardes, así que tenía las mañanas libres.
-¿Cómo fue la trastienda de esa foto reveladora? ¿Cómo se gestó?
-Un día me llamó Loli, mi mujer, y me dijo que había una argentina que aparentemente estaba de novia con el que iba a ser el rey de Holanda, con el hijo de la reina de Holanda, y que si lograba sacarles una foto, sería súper interesante, súper buscada. “Te la van a pagar muy bien”, me dijo. Yo no sabía quién era Máxima, no tenía idea. Era poco conocida y no había redes sociales como para buscarla y averiguar algo sobre ella.
-¿Qué le respondiste a tu mujer?
-Yo al principio la saqué arando (ríe). Le dije “Loli, la verdad que no me interesa”. Yo me había ido de Gente porque estaba harto de hacer de paparazzo… ¡No me había ido a Nueva York a hacer de paparazzo! Pero bueno, viste, me insistió, me dijo “ojo, que es una foto importante, no es cualquier foto, y me mandó por fax una foto de él y una foto de ella. La foto de Máxima no me acuerdo de dónde había salido, la foto del príncipe era recortada de una revista o algo por el estilo. Imaginate un fax blanco y negro, no se veía mucho… Pero bueno, la cuestión es que aunque no lo quería ser, yo seguía siendo reportero gráfico. Y me generó intriga…
-Te convenció.
-Como quedaba de paso hacia el ICP, decidí ir. Loli me pasó una dirección, la verdad que ahora no me la acuerdo exactamente, pero me quedaba de paso. Creo que era por el Soho. Pasé por el lugar. Ni cámara tenía… Fui de chusma y para chequear la dirección y por lo menos sentir que había colaborado en la cuestión.
El tema es que cuando iba caminando por la cuadra, vi a un fotógrafo que yo conocía, un reportero gráfico americano con el que habíamos coincidido en distintos lugares, en otras notas. El tipo, al verme, se puso muy nervioso. Cuando lo vi, dije “chau, el dato de Loli es correcto, es acá”. El tipo estaba sentado en una escalerita mirando hacia enfrente. Lo fui a saludar y lo primero que me preguntó fue “¿qué hacés acá?”. Y yo como lo noté visiblemente nervioso por la situación de verme, no quería decirle que me habían pasado el dato de Máxima. Me hice el boludo y le dije que había renunciado a Gente y que estaba trabajando como freelance y que estaba haciendo el curso del ICP. Y le pregunté “¿y vos qué hacés?”… El tipo no me iba a decir “estoy acá haciendo guardia a Máxima”. En cambio me contestó “estoy acá hace dos semanas haciendo una guardia que ya me tiene cansado” o algo así. Y ahí nos despedimos.
-Desde ya, volviste a ir.
-Claro. Hice una cuadra y desde un teléfono público la llamé a Loli y le dije, “che, el dato que tenés es correcto porque está este tipo haciendo guardia. Ahora no me voy a quedar porque es muy agresivo, pero bueno, mañana vuelvo”. Y de última, si está él, bueno, mala suerte, la calle es libre. Tampoco era un amigo mío ese colega, era alguien que yo conocía por laburo, nada más. La cuestión que al otro día, ahí sí agarré un lente, un 80-200, agarré una cámara, era época de película, metí negativo para no estar ahí cortando clavos con diapo y que salga todo bien y no pifiarle con nada porque yo sabía que iba a tener una o dos chances de hacer una foto, si es que la hacía… Tenía la mañana libre y la verdad que no me costaba nada ir un rato, pero solo eso, un rato. Tampoco me iba a quedar ahí todo el día. Pero bueno, la cuestión es que voy y este flaco no estaba. Entonces dije, “bueno, espectacular”. Me senté en el mismo lugar en el que estaba él el día anterior, no sé si ubicás en Nueva York, se llaman Brownstone, son el típico edificio neoyorquino de las escaleras por afuera, esas escaleras contra incendios…
-Sí, claro.
-Yo me senté en esa escalerita, tapándome por los laterales. Quedaba medio escondido, mirando enfrente. Yo me imaginaba que estaban en el edificio de enfrente, pero tampoco lo tenía muy seguro. La cuestión es que esperé ahí, hice tiempo… pero con el presentimiento de que iba a estar ahí al cohete, porque mi colega había estado ahí durante dos semanas y no había podido hacer ninguna foto. Entonces me puse como margen dos horas, porque después me tenía que ir a mi clase. Mientras estaba sentadito ahí, tapándome por la escalera, cada tanto levantaba la cabeza y miraba para los dos lados y para enfrente, porque no sabía si la pareja iba a entrar, si iba a salir… Yo me hacía la película de que por ahí iban a salir a tomar un café a la calle, qué sé yo. Pero bueno, la cuestión es que de repente miro para un lado y para el otro, y levanto la cabeza, miro a la derecha y había un tipo que venía caminando que ya me estaba mirando él a mí. Eso fue espectacular. Él, Guillermo, nació con un paparazzo abajo de la cama: imaginate que la tiene súper clara. Ya me estaba mirando. Y ahí dije, “chau, es él”. El fax que me había mandado Loli era perfecto, ella coincidía también.
-Entonces, finalmente, lográs la foto.
-Hicimos contacto visual. Yo levanté la cámara e hice un par de fotos. Guillermo estuvo vivo. Cuando no vimos mutuamente, hizo un parate, se dio media vuelta y empezó a caminar para atrás. Esa maniobra fue tan rápida que Máxima no se dio cuenta de la situación y siguió caminando para adelante hasta que se dio cuenta que estaba sola. Caminó dos o tres metros y se quedó sola, y él no se dio vuelta nunca más. Eso fue alucinante, él estaba con una valijita… No se dio vuelta ni para mirar a Máxima. Empezó a caminar y se fue y ella ahí se dio cuenta que algo había pasado porque empezó a seguirlo diez metros más atrás. No tengo ni idea si es porque, qué sé yo, era una relación al principio pasajera o recién estaban conociéndose, o si era un noviazgo que recién empezaba. Pero la cuestión es que Guillermo pegó la vuelta y se fue. Eso habla de la sorpresa que él tenía y de la imaginación de que no los iban a agarrar de ninguna manera. Yo los seguí un par de cuadras, hice un par de fotos más, hice bastantes fotos más y ahí los dejé. Los habré seguido una cuadra y media. Hoy lo pienso y me arrepiento porque los debería haber seguido hasta abajo de la cama.
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-Habías sacado las fotos. Ahora había que ver si las tenías, si estaban nítidas.
-Claro, al comienzo un poco me superó la situación porque dije, “puta madre, qué increíble, vengo acá un ratito y los agarro”… Fue alucinante. Ese día no fui a clase. Me fui a revelarlas para ver realmente si tenía las fotos. Y las tenía. Ahí empecé a hacer llamados a revistas de Holanda para ver a quién le interesaba comprar las imágenes. Yo me contactaba y dejaba el teléfono del departamento de John. ¡Llamó todo el mundo!
-Faltaba ver quién ofrecía más.
-Finalmente cerré con una revista que se llama Party, que publicó la noticia en tapa y adentro le dio como 10 páginas. En Holanda fue todo un suceso. De hecho, fue increíble porque después de que yo cerrara con Party, a John lo llamaban y le dejaban mensajes diciéndole “sabemos que vendió la foto, pero le triplicamos la oferta”.
-¿Pero estabas a tiempo de cancelar con Party?
-Y, yo todavía no había mandado ninguna foto. Sí había cerrado con un medio, pero lo cierto es que no había mandado nada. Todavía la tenía que escanear. Desde el momento en que cerré hasta que realmente estaba en condiciones de pasar la foto, pasaron varias horas. Y entre medio de eso, los mensajes eran “no importa en cuánto la vendiste, te triplicamos la oferta”. Me arrepiento un poco, estuve bastante nabo porque no lo acepté. Estaba satisfecho. Y siempre he intentado ser un hombre de palabra y como yo ya había dado mi palabra a alguien, a un periodista que se llama Mark Van Der Linden, que fue el que me compró la foto para la revista Party. Yo no lo conocía, en verdad. Pero bueno, me parecía de mal gusto deshacer el trato. Si había cerrado algo con él, ya está, lo cerré con él. Bueno, mala suerte. A lo mejor no la negocié bien y bueno, mala mía, qué sé yo… Igual, se pagó bastante bien. No voy a decir la cifra, pero se pagó bastante bien. Pero se podría haber pagado bastante mejor. Lo bueno, por otro lado, es que después con ellos seguí trabajando bastante, porque si bien yo estaba bastante cansado del tema de andar persiguiendo famosos, lo cierto es que Máxima en ese momento era una “figurita” que, es feo decirlo así, pero que para los fotógrafos valía bastante plata.
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-Después fotografiaste a Máxima muchas veces más, ya cuando la relación entre ella y Guillermo era mucho más formal, ¿no?
-La seguí muchísimo tiempo más, muy a mi pesar, porque como te conté yo no quería seguir en ese tren de vida. Pero lo cierto, como te dije, yo tenía buenos datos porque me pasaban muy buena información. Y así como hice la foto en Nueva York, después también hice un montón de fotos más que fueron súper importantes porque me la pasé persiguiéndolos… Pero ya no era yo solo, éramos una banda de fotógrafos. Ahí se destaca el que trabaja con buena información, que logra adelantarse un poco a los demás e intenta hacer una foto distinta. Y durante varios años lo logré. Yo sabía con detalle, con exactitud, cuando ellos iban a la Patagonia, por ejemplo. Entonces así es como logré tener un montón de fotos de ellos que eran primicia exclusiva. Debo haber seguido haciéndole fotos así con cierta intermitencia, porque también dependía un poco de las visitas de ellos. Lo debo haber hecho eso hasta el año 2002 ó 2003. Y ahí dije basta, esto ya está.
-¿Llegaste a hablar algún día con Máxima en alguna de estas coberturas?
-Muchas veces, incluso con Guillermo. Osea, hemos negociado cosas los tres. Eso pasó varias veces, pero te voy a contar una puntual. Era cerca de las fiestas, yo no me acuerdo si fue en la previa de Navidad o Año Nuevo. Estábamos en el sur, ahí en Villa La Angostura. Yo no quería estar ahí, estaba medio cansado, y me había pasado varios días metido en un cantero, escondido, para hacerles fotos. Ellos sabían que yo andaba por ahí, pero no me pescaban. Era una especie de “policía-ladrón”, de cacería del gato y el ratón, porque ellos no viajaban solos: iban con una custodia a la que reprendían cada vez que se publicaba una foto mía o de cualquier colega mío. En uno de esos días, cansado de estar escondido en el cantero jugando al “policía-ladrón” con ellos (con todo éxito, aclaro, porque les venía sacando un montón de fotos, incluso algunas “impublicables”), le mandé un mensaje a Máxima a través de su hermano Martín. Le dije algo así como “decile a Máxima que yo estoy dispuesto a irme a mi casa si ellos me dan una foto posada, una linda foto”. Entonces ahí vino la parte divertida. Nos juntamos en Tinto Bistró, el restaurante de Martín, de noche. ¡Cayeron en un Renault 19! Creo que venía manejando Martín. Máxima accedía, pero Guillermo no quería saber nada. Después yo me quedé charlando con Máxima y él escuchaba detrás de una puerta de vidrio. Él no quería saber nada, me decía “vos nos vas a hacer la foto e igual te vas a quedar”. Y yo le contestaba “no, soy un tipo de palabra, no me conocés pero soy un tipo de palabra”. No había caso. “No, qué de palabra, nos venís ‘robando’ fotos hace años”, decía. Le volví a dar mi palabra: “Si me das una foto, me voy a mi casa. Tengo una hija chiquita, me quiero volver a mi casa”. Pero dijo que no. Máxima se rio, se encogió de hombros y me dijo “mi marido no quiere”. “Mala suerte, porque me voy a quedar acá hasta que se vayan”, contesté. La cuestión es que se ve que lo pensaron mejor porque al otro día accedieron. Nos encontramos en el mismo lugar y les hice una foto pava, muy linda. Yo cumplí mi palabra: terminé la foto y esa misma noche me volví a mi casa. Y es más, al otro día le mandé un mensaje a Martín para que le transmitiera a Máxima que ya me había ido.
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Hoy, Henry está totalmente “retirado” del trabajo de paparazzi. Hizo sus últimas colaboraciones con Gente en 2005. “Ahí dejé”, dice. Aunque aclara: “Pero nunca dejás del todo el periodismo, porque si ahora, mientras estamos hablando, toman la comisaría de enfrente, seguramente agarro la cámara y voy corriendo a ver qué pasó. Eso lo tenés siempre. Pero dejé de cubrir la diaria en el año 2004. Ahora tengo una pequeña editorial, una editorial boutique que se llama Triple D Editores y me dediqué, por un lado, a hacer libros: tengo más de 30 libros publicados, generalmente de viajes, viajes en moto, viajes en bicicleta, viajes a pie… Tengo libros de todo, un poco de caballos, de ciervos… los une el perfil de aventura. Por ejemplo, hice Alaska-Ushuaia en moto. Di la vuelta a la Península Mitre, ahí en Tierra del Fuego, en solitario. Hace poco terminé de recorrer Japón en bicicleta, va a haber un libro de eso…”.
-¿Qué reflexión hacés sobre la historia de las fotos de Máxima y Guillermo en Nueva York? ¿Y sobre el rol e imagen de los paparazzi en esa época?
-Yo sé que hay gente que odia en algún punto a los paparazzis. Y sí, estás escondido en un cantero, buscando una imagen que la persona no quiere dar… sí, totalmente de acuerdo, tienen toda la razón del mundo. Pero en ese momento era la única manera de hacer fotos. Y en esta historia, la de Máxima y Guillermo, hay un final feliz.
Máxima Zorreguieta y Guillermo Alejandro se conocieron en la Feria de Sevilla de 1999. Ella había llegado a España junto a su amiga de la infancia, Cynthia Kaufmann, y aquella noche, en una fiesta, el destino la pondría frente a un desconocido príncipe que cambiaría definitivamente su vida. Él, heredero al trono de los Países Bajos, era uno de los invitados de Kaufmann, quien ya tenía en mente presentarle dos candidatos “de la realeza” a su amiga: Guillermo Alejandro de Países Bajos y Federico de Dinamarca. La noche avanzaba entre risas y flamenco. Fue entonces cuando Máxima y Guillermo se cruzaron por primera vez y, según cuentan, la conexión fue inmediata.
Decidieron vivir su romance con discreción. Y lo lograron durante algunos meses, pero pronto comenzaron a surgir rumores que los vinculaban. Fue un fotógrafo argentino, Henry von Wartenberg, quien capturó la primera imagen de la pareja en Nueva York, confirmando para el mundo lo que hasta entonces era solo un rumor: el joven príncipe, heredero del trono de los Países Bajos, miembro de una de las familias reales más ricas, estaba enamorado de una joven plebeya argentina.
Hace algunos días, Von Wartenberg contó por primera vez cómo se gestó la fotografía que descubrió a la pareja. Lo hizo a través de un video que publicó en sus redes sociales. Ahora revive aquella historia y profundiza su relato en una entrevista con LA NACION.
-Con el estreno de la serie Máxima, se volvió a hablar de uno de los hitos fundacionales de la relación entre Máxima y Guillermo: el momento en que una foto, tu foto, dio la vuelta al mundo.
-La verdad que no vi la serie, pero hace un tiempo, en una comida, alguien dijo “Henry es el que hizo la foto”, entonces yo conté la historia. Fue un hecho tan… trascendental, y no por mi foto puntual, sino porque era “la” foto, entre comillas, porque fue la imagen que reveló la historia entre ellos dos, la cual tenía intrigados a muchos holandeses que querían saber en qué estaba el príncipe… pero quizás no le importaba mucho a más de la mitad de la población mundial (ríe).
-¿Hacías trabajos como paparazzo?
-Yo había trabajado como 10 años en la revista Gente, pero en ese momento me había ido. Seguía colaborando como freelance, pero ya no era parte del staff, había renunciado. Justo estaba en Nueva York haciendo un curso, una masterclass sobre edición en el International Center of Photography que duraba un mes. Estaba instalado ahí, en la casa de un primo de mi mujer, John Patrick. Yo cursaba por las tardes, así que tenía las mañanas libres.
-¿Cómo fue la trastienda de esa foto reveladora? ¿Cómo se gestó?
-Un día me llamó Loli, mi mujer, y me dijo que había una argentina que aparentemente estaba de novia con el que iba a ser el rey de Holanda, con el hijo de la reina de Holanda, y que si lograba sacarles una foto, sería súper interesante, súper buscada. “Te la van a pagar muy bien”, me dijo. Yo no sabía quién era Máxima, no tenía idea. Era poco conocida y no había redes sociales como para buscarla y averiguar algo sobre ella.
-¿Qué le respondiste a tu mujer?
-Yo al principio la saqué arando (ríe). Le dije “Loli, la verdad que no me interesa”. Yo me había ido de Gente porque estaba harto de hacer de paparazzo… ¡No me había ido a Nueva York a hacer de paparazzo! Pero bueno, viste, me insistió, me dijo “ojo, que es una foto importante, no es cualquier foto, y me mandó por fax una foto de él y una foto de ella. La foto de Máxima no me acuerdo de dónde había salido, la foto del príncipe era recortada de una revista o algo por el estilo. Imaginate un fax blanco y negro, no se veía mucho… Pero bueno, la cuestión es que aunque no lo quería ser, yo seguía siendo reportero gráfico. Y me generó intriga…
-Te convenció.
-Como quedaba de paso hacia el ICP, decidí ir. Loli me pasó una dirección, la verdad que ahora no me la acuerdo exactamente, pero me quedaba de paso. Creo que era por el Soho. Pasé por el lugar. Ni cámara tenía… Fui de chusma y para chequear la dirección y por lo menos sentir que había colaborado en la cuestión.
El tema es que cuando iba caminando por la cuadra, vi a un fotógrafo que yo conocía, un reportero gráfico americano con el que habíamos coincidido en distintos lugares, en otras notas. El tipo, al verme, se puso muy nervioso. Cuando lo vi, dije “chau, el dato de Loli es correcto, es acá”. El tipo estaba sentado en una escalerita mirando hacia enfrente. Lo fui a saludar y lo primero que me preguntó fue “¿qué hacés acá?”. Y yo como lo noté visiblemente nervioso por la situación de verme, no quería decirle que me habían pasado el dato de Máxima. Me hice el boludo y le dije que había renunciado a Gente y que estaba trabajando como freelance y que estaba haciendo el curso del ICP. Y le pregunté “¿y vos qué hacés?”… El tipo no me iba a decir “estoy acá haciendo guardia a Máxima”. En cambio me contestó “estoy acá hace dos semanas haciendo una guardia que ya me tiene cansado” o algo así. Y ahí nos despedimos.
-Desde ya, volviste a ir.
-Claro. Hice una cuadra y desde un teléfono público la llamé a Loli y le dije, “che, el dato que tenés es correcto porque está este tipo haciendo guardia. Ahora no me voy a quedar porque es muy agresivo, pero bueno, mañana vuelvo”. Y de última, si está él, bueno, mala suerte, la calle es libre. Tampoco era un amigo mío ese colega, era alguien que yo conocía por laburo, nada más. La cuestión que al otro día, ahí sí agarré un lente, un 80-200, agarré una cámara, era época de película, metí negativo para no estar ahí cortando clavos con diapo y que salga todo bien y no pifiarle con nada porque yo sabía que iba a tener una o dos chances de hacer una foto, si es que la hacía… Tenía la mañana libre y la verdad que no me costaba nada ir un rato, pero solo eso, un rato. Tampoco me iba a quedar ahí todo el día. Pero bueno, la cuestión es que voy y este flaco no estaba. Entonces dije, “bueno, espectacular”. Me senté en el mismo lugar en el que estaba él el día anterior, no sé si ubicás en Nueva York, se llaman Brownstone, son el típico edificio neoyorquino de las escaleras por afuera, esas escaleras contra incendios…
-Sí, claro.
-Yo me senté en esa escalerita, tapándome por los laterales. Quedaba medio escondido, mirando enfrente. Yo me imaginaba que estaban en el edificio de enfrente, pero tampoco lo tenía muy seguro. La cuestión es que esperé ahí, hice tiempo… pero con el presentimiento de que iba a estar ahí al cohete, porque mi colega había estado ahí durante dos semanas y no había podido hacer ninguna foto. Entonces me puse como margen dos horas, porque después me tenía que ir a mi clase. Mientras estaba sentadito ahí, tapándome por la escalera, cada tanto levantaba la cabeza y miraba para los dos lados y para enfrente, porque no sabía si la pareja iba a entrar, si iba a salir… Yo me hacía la película de que por ahí iban a salir a tomar un café a la calle, qué sé yo. Pero bueno, la cuestión es que de repente miro para un lado y para el otro, y levanto la cabeza, miro a la derecha y había un tipo que venía caminando que ya me estaba mirando él a mí. Eso fue espectacular. Él, Guillermo, nació con un paparazzo abajo de la cama: imaginate que la tiene súper clara. Ya me estaba mirando. Y ahí dije, “chau, es él”. El fax que me había mandado Loli era perfecto, ella coincidía también.
-Entonces, finalmente, lográs la foto.
-Hicimos contacto visual. Yo levanté la cámara e hice un par de fotos. Guillermo estuvo vivo. Cuando no vimos mutuamente, hizo un parate, se dio media vuelta y empezó a caminar para atrás. Esa maniobra fue tan rápida que Máxima no se dio cuenta de la situación y siguió caminando para adelante hasta que se dio cuenta que estaba sola. Caminó dos o tres metros y se quedó sola, y él no se dio vuelta nunca más. Eso fue alucinante, él estaba con una valijita… No se dio vuelta ni para mirar a Máxima. Empezó a caminar y se fue y ella ahí se dio cuenta que algo había pasado porque empezó a seguirlo diez metros más atrás. No tengo ni idea si es porque, qué sé yo, era una relación al principio pasajera o recién estaban conociéndose, o si era un noviazgo que recién empezaba. Pero la cuestión es que Guillermo pegó la vuelta y se fue. Eso habla de la sorpresa que él tenía y de la imaginación de que no los iban a agarrar de ninguna manera. Yo los seguí un par de cuadras, hice un par de fotos más, hice bastantes fotos más y ahí los dejé. Los habré seguido una cuadra y media. Hoy lo pienso y me arrepiento porque los debería haber seguido hasta abajo de la cama.
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-Habías sacado las fotos. Ahora había que ver si las tenías, si estaban nítidas.
-Claro, al comienzo un poco me superó la situación porque dije, “puta madre, qué increíble, vengo acá un ratito y los agarro”… Fue alucinante. Ese día no fui a clase. Me fui a revelarlas para ver realmente si tenía las fotos. Y las tenía. Ahí empecé a hacer llamados a revistas de Holanda para ver a quién le interesaba comprar las imágenes. Yo me contactaba y dejaba el teléfono del departamento de John. ¡Llamó todo el mundo!
-Faltaba ver quién ofrecía más.
-Finalmente cerré con una revista que se llama Party, que publicó la noticia en tapa y adentro le dio como 10 páginas. En Holanda fue todo un suceso. De hecho, fue increíble porque después de que yo cerrara con Party, a John lo llamaban y le dejaban mensajes diciéndole “sabemos que vendió la foto, pero le triplicamos la oferta”.
-¿Pero estabas a tiempo de cancelar con Party?
-Y, yo todavía no había mandado ninguna foto. Sí había cerrado con un medio, pero lo cierto es que no había mandado nada. Todavía la tenía que escanear. Desde el momento en que cerré hasta que realmente estaba en condiciones de pasar la foto, pasaron varias horas. Y entre medio de eso, los mensajes eran “no importa en cuánto la vendiste, te triplicamos la oferta”. Me arrepiento un poco, estuve bastante nabo porque no lo acepté. Estaba satisfecho. Y siempre he intentado ser un hombre de palabra y como yo ya había dado mi palabra a alguien, a un periodista que se llama Mark Van Der Linden, que fue el que me compró la foto para la revista Party. Yo no lo conocía, en verdad. Pero bueno, me parecía de mal gusto deshacer el trato. Si había cerrado algo con él, ya está, lo cerré con él. Bueno, mala suerte. A lo mejor no la negocié bien y bueno, mala mía, qué sé yo… Igual, se pagó bastante bien. No voy a decir la cifra, pero se pagó bastante bien. Pero se podría haber pagado bastante mejor. Lo bueno, por otro lado, es que después con ellos seguí trabajando bastante, porque si bien yo estaba bastante cansado del tema de andar persiguiendo famosos, lo cierto es que Máxima en ese momento era una “figurita” que, es feo decirlo así, pero que para los fotógrafos valía bastante plata.
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-Después fotografiaste a Máxima muchas veces más, ya cuando la relación entre ella y Guillermo era mucho más formal, ¿no?
-La seguí muchísimo tiempo más, muy a mi pesar, porque como te conté yo no quería seguir en ese tren de vida. Pero lo cierto, como te dije, yo tenía buenos datos porque me pasaban muy buena información. Y así como hice la foto en Nueva York, después también hice un montón de fotos más que fueron súper importantes porque me la pasé persiguiéndolos… Pero ya no era yo solo, éramos una banda de fotógrafos. Ahí se destaca el que trabaja con buena información, que logra adelantarse un poco a los demás e intenta hacer una foto distinta. Y durante varios años lo logré. Yo sabía con detalle, con exactitud, cuando ellos iban a la Patagonia, por ejemplo. Entonces así es como logré tener un montón de fotos de ellos que eran primicia exclusiva. Debo haber seguido haciéndole fotos así con cierta intermitencia, porque también dependía un poco de las visitas de ellos. Lo debo haber hecho eso hasta el año 2002 ó 2003. Y ahí dije basta, esto ya está.
-¿Llegaste a hablar algún día con Máxima en alguna de estas coberturas?
-Muchas veces, incluso con Guillermo. Osea, hemos negociado cosas los tres. Eso pasó varias veces, pero te voy a contar una puntual. Era cerca de las fiestas, yo no me acuerdo si fue en la previa de Navidad o Año Nuevo. Estábamos en el sur, ahí en Villa La Angostura. Yo no quería estar ahí, estaba medio cansado, y me había pasado varios días metido en un cantero, escondido, para hacerles fotos. Ellos sabían que yo andaba por ahí, pero no me pescaban. Era una especie de “policía-ladrón”, de cacería del gato y el ratón, porque ellos no viajaban solos: iban con una custodia a la que reprendían cada vez que se publicaba una foto mía o de cualquier colega mío. En uno de esos días, cansado de estar escondido en el cantero jugando al “policía-ladrón” con ellos (con todo éxito, aclaro, porque les venía sacando un montón de fotos, incluso algunas “impublicables”), le mandé un mensaje a Máxima a través de su hermano Martín. Le dije algo así como “decile a Máxima que yo estoy dispuesto a irme a mi casa si ellos me dan una foto posada, una linda foto”. Entonces ahí vino la parte divertida. Nos juntamos en Tinto Bistró, el restaurante de Martín, de noche. ¡Cayeron en un Renault 19! Creo que venía manejando Martín. Máxima accedía, pero Guillermo no quería saber nada. Después yo me quedé charlando con Máxima y él escuchaba detrás de una puerta de vidrio. Él no quería saber nada, me decía “vos nos vas a hacer la foto e igual te vas a quedar”. Y yo le contestaba “no, soy un tipo de palabra, no me conocés pero soy un tipo de palabra”. No había caso. “No, qué de palabra, nos venís ‘robando’ fotos hace años”, decía. Le volví a dar mi palabra: “Si me das una foto, me voy a mi casa. Tengo una hija chiquita, me quiero volver a mi casa”. Pero dijo que no. Máxima se rio, se encogió de hombros y me dijo “mi marido no quiere”. “Mala suerte, porque me voy a quedar acá hasta que se vayan”, contesté. La cuestión es que se ve que lo pensaron mejor porque al otro día accedieron. Nos encontramos en el mismo lugar y les hice una foto pava, muy linda. Yo cumplí mi palabra: terminé la foto y esa misma noche me volví a mi casa. Y es más, al otro día le mandé un mensaje a Martín para que le transmitiera a Máxima que ya me había ido.
Una publicación compartida por Henry von Wartenberg⚓️ (@henryvonwartenberg)
Hoy, Henry está totalmente “retirado” del trabajo de paparazzi. Hizo sus últimas colaboraciones con Gente en 2005. “Ahí dejé”, dice. Aunque aclara: “Pero nunca dejás del todo el periodismo, porque si ahora, mientras estamos hablando, toman la comisaría de enfrente, seguramente agarro la cámara y voy corriendo a ver qué pasó. Eso lo tenés siempre. Pero dejé de cubrir la diaria en el año 2004. Ahora tengo una pequeña editorial, una editorial boutique que se llama Triple D Editores y me dediqué, por un lado, a hacer libros: tengo más de 30 libros publicados, generalmente de viajes, viajes en moto, viajes en bicicleta, viajes a pie… Tengo libros de todo, un poco de caballos, de ciervos… los une el perfil de aventura. Por ejemplo, hice Alaska-Ushuaia en moto. Di la vuelta a la Península Mitre, ahí en Tierra del Fuego, en solitario. Hace poco terminé de recorrer Japón en bicicleta, va a haber un libro de eso…”.
-¿Qué reflexión hacés sobre la historia de las fotos de Máxima y Guillermo en Nueva York? ¿Y sobre el rol e imagen de los paparazzi en esa época?
-Yo sé que hay gente que odia en algún punto a los paparazzis. Y sí, estás escondido en un cantero, buscando una imagen que la persona no quiere dar… sí, totalmente de acuerdo, tienen toda la razón del mundo. Pero en ese momento era la única manera de hacer fotos. Y en esta historia, la de Máxima y Guillermo, hay un final feliz.
El argentino Henry Von Wartenberg viajó a Nueva York para hacer un curso de fotografía… y, casi sin proponérselo, se cruzó con la gran exclusiva de su vida LA NACION