Claves para mirar a Van Gogh en el Bellas Artes
“¿Qué sentís cuando lo mirás?, propone Gundy van Dijk, Jefa de Educación e Interpretación del Museo Van Gogh en Ámsterdam, como primer disparador para mirar el cuadro Moulin de la Galette (1853), de Vincent van Gogh, exhibido en el Museo Nacional de Bellas Artes. “¿Alegría, tristeza o nada específico?”, da opciones la experta que hoy participa del foro Los museos en el medio, organizado por Amigos de Bellas Artes. “¿Cuál será la historia de los dos personajes que están caminando en el cuadro?”, agrega Mariano Gilmore, Coordinador del área de Educación de la asociación del museo, quien también disertará en este encuentro cultural.
“La pintura me da alegría; la pareja me transporta a un momento amoroso”, responde Florencia, de 22 años, mientras mira detenidamente la pintura colgada en la sala 14 del museo de la avenida Libertador. “A mí me transmite apatía”, disiente Franco. “La pareja no se está mirando, pero me imagino que posiblemente se estén preguntando por qué nosotros los estamos viendo a ellos”, inventa Juan, de 37, de Colombia. “Me evoca esa sensación del momento vivido que ya pasó y quedó en el recuerdo”, contesta Bárbara, de 37. “El cielo despejado me da paz”, suma Juan. “Me siento de vacaciones cuando lo miro”, dice Bee, de Singapur. “Es un lugar soñado, una hermosura. Te olvidás del mundo estando ahí”, manifiesta Bibiana.
“Al mirar el cuadro, prestaría atención a las pinceladas, a la composición y al tema de la obra”, recomienda Van Dijk, en sintonía con lo que sugería Susan Sontag en su ensayo Contra la Interpretación (1966), donde apelaba a la necesidad de promover una aproximación más sensible al arte, de prestar más atención a las formas que al contenido y de utilizar un lenguaje descriptivo en lugar de prescriptivo.
Si uno pregunta, comprueba que las observaciones siguen multiplicándose. “Los colores pasteles que utiliza y el uso de la luz me dan nostalgia, y más aún conociendo la historia de van Gogh”, expresa Renato (35), de Guatemala. “Esa luz, esos cielos azules y grises, son iguales que en Holanda. Soy neerlandesa, como el artista, y cuando miro el cuadro me siento en casa”, confiesa Cleo (20). “Es una pintura muy iluminada, se ve limpia. Tiene espíritu, está viva”, complementa Sharin, otra compatriota. “Las pinceladas se van integrando en el cielo el celeste con el blanco hasta que llega un punto en que sentís que el cielo, el molino, el suelo y la escalera, están en armonía”, describe Elena, pintora, sobre esta obra temprana de la vida del holandés, en la que los colores vibrantes tan emblemáticos del artista, no habían emergido aún.
Una puerta para la imaginación
“Para nosotros lo más importante es que una obra de arte sea una puerta para la imaginación y que no haya que concentrarse en fechas, datos, técnicas, sino que sea una experiencia para potenciar la creatividad de las personas —manifiesta Gilmore—. Creo que nos estamos convirtiendo cada vez más en seres que necesitan explicaciones cuando cada vez más, lo importante es volver a sentir”.
“Mirar arte es una experiencia muy individual. Podés observar de la manera que desees. No hay una forma incorrecta de hacerlo. Estoy convencida de que cuando mirás una obra de arte durante más tiempo, superás el juicio inicial. Al tomarte el tiempo para contemplar, te das espacio para pensar, hacerte preguntas y llegar a una comprensión más equilibrada”, invita Gundy van Dijk.
El imaginario de Van Gogh abrió la puerta a la imaginación de miles. Tan solo a modo ejemplificativo, Paul Gauguin, en su obra Van Gogh pintando girasoles (1888) retrató a su amigo; Francis Bacon le dedicó una serie entera de retratos; el británico David Hockney tiene varias obras directamente conectadas con la obra de van Gogh. En Argentina, la letra de la canción Cantata de puentes amarillos de Luis Alberto Spinetta se inspiró directamente en la correspondencia entre Theo y Vincent, informa Gilmore. Varias obras del artista Carlos Alonso están directamente dedicadas a Van Gogh: El caminante (1991) muestra al pintor caminando por la pradera francesa; La oreja (1972) delinea un Vincent ya casi en sus últimos días, con la mirada perdida, una oreja y una navaja flotando al lado suyo.
Ecología de imágenes
Los visitantes que siguen pasando por la sala 14 del gran museo nacional, durante la tarde soleada del sábado, muestran en general una actitud de contemplación frente a este molino rodeado por los paisajes de Pissarro, Monet y Sisley; las mujeres de Rodin, Manet y Gauguin y los retratos de Degas, Morisot y Toulouse Lautrec. Pero de repente, una chica que entra en la sala y se dirige directamente al molino, rompe la pausa y la sensación de tiempo lento que se respira. Sin detenerse a mirar la obra, le pide a su compañero que le saque no una, sino varias fotos junto a la pintura. Luego, se toma una selfie.
Algo similar, aunque aumentado, ocurría el año pasado en el MET en Nueva York, en la muestra temporaria, Van Gogh’s Cypresse. El furor absoluto ante La noche estrellada era tal, que no había espacio físico para acercarse a contemplar. La obra se divisaba de lejos, entre los huecos que dejaban las personas quienes, algunas incluso de espaldas al cuadro, miraban la obra en ocasiones a través de la pantalla del celular para tomar la foto y posiblemente subirla después a las redes sociales marcando el check list en la cartografía digital. Esta suerte de desesperación por figurar junto a un clásico del arte no es novedad. El camino a obras como La Gioconda, en el Louvre; el Guernica, en el Reina Sofía y tantos otros ejemplos, estará usualmente intermediado por pantallas de doble filo, que mientras anulan la posibilidad de contemplación en el museo, acercan una reproducción de la imagen de la obra, en tamaño diminuto y textura plana, al interminable océano digital. En el Prado la cosa difería por la prohibición del uso de los celulares. Si bien había que esperar para acercarse a El Jardín de las delicias de El Bosco, las pantallas no estorbaban el tiempo de espera.
Volviendo a Sontag, décadas antes de la llegada de los celulares ya había explicado esta suerte de obsesión colectiva en su ensayo Sobre la fotografía (1973), adjudicándola a la lógica misma del consumo. “A medida que hacemos imágenes y las consumimos, necesitamos aún más imágenes; y más todavía (…) Y como son un recurso ilimitado que jamás se agotará con el despilfarro consumista, hay razones de más para aplicar el remedio conservacionista. Si acaso hay un modo mejor de incluir el mundo de las imágenes en el mundo real, se requerirá de una ecología no solo de las cosas reales sino también de las imágenes”.
Llegan otras dos chicas a la sala y una se acerca a ver el cuadro y, aparentemente sin darse cuenta, se pasa de la línea negra que desde el piso avisa la distancia mínima obligatoria que el espectador debe mantener con la pintura. “Cuidado, no te pases”, le señala la amiga. “Me dan ganas de tocar el cuadro, pero a la vez no se puede. Me gustaría entrar en la pintura”, expresa emocionada Lucía, de 36 años, otra mujer que llegó al museo sin saber que en Argentina hay un cuadro del artista holandés.
Dentro de la imagen
No es noticia que las muestras inmersivas son una tendencia global de las últimas décadas. En los años recientes ha habido al menos dos ediciones de experiencias inmersivas dedicadas a Van Gogh en Argentina: Imagine Van Gogh, en la Rural y Meet Vincent Van Gogh, en el Campo Argentino de Polo. Estas iniciativas se sumaron a las tantas otras alrededor del mundo que convocan a cientos de miles a pasar la raya del piso del museo, e incluso a atravesar las pantallas pequeñas de los celulares que reproducen al infinito las obras en el universo digital, y a sumergirse dentro de la “vida y obra” de distintos artistas, en espacios cúbicos envueltos en imágenes que se mueven al ritmo de la música y efectos especiales.
Entre tanto frenesí, ¿Cómo recibir el arte de otro ser humano? Walter Benjamin hablaba de una distancia. El aura, explicaba en su ensayo La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica (1936), es ese especial entretejido de espacio y tiempo, el aparecimiento único de una lejanía, por más cercana que pueda estar. El aura puede aparecer, por ejemplo, reposando en una tarde de verano, siguiendo la línea montañosa en el horizonte o la extensión de la rama que echa su sombra sobre aquel que reposa, ilustraba el filósofo. Pero el mismo Benjamin pronosticó en su ensayo la decadencia del aura: “Acercarse a las cosas es una demanda tan apasionada de las masas contemporáneas como la que está en su tendencia a ir por encima de la unicidad de cada suceso mediante la recepción de la reproducción del mismo. Día a día se hace vigente, de manera cada vez más irresistible, la necesidad de apoderarse del objeto en su más próxima cercanía, pero en imagen, y más aún en copia, en reproducción”.
“Creo que estas exhibiciones súper tecnológicas tienen un punto muy interesante que es acercar y dar a conocer a nivel más masivo que un museo la figura de un artista. Obviamente no es la misma experiencia de contemplar la obra en un museo, pero eso quizá no sea su fin específico. Lo mejor que pueden tener estas experiencias inmersivas es despertar la curiosidad y que a la persona eso sirva de puente para llegar a conocer la figura de Van Gogh y en el caso de Argentina, para saber que en el Museo Nacional de Bellas Artes tenemos en nuestras paredes una obra de este artista”.
“Mirar arte es una experiencia individual: podés observar de la manera que desees. No hay una forma incorrecta, pero cuando mirás una obra de arte por más tiempo, superás el juicio inicial, te das espacio para pensar, hacerte preguntas y llegar a una comprensión más equilibrada”
Gundy van Dijk
“Esperamos que las personas que, de una manera u otra, entran en contacto con las obras y las historias de van Gogh, eventualmente visiten el museo para ver las obras originales. Sin embargo, no todos pueden viajar a nuestro museo en Ámsterdam. Para ellos, una experiencia así es una oportunidad de aprender más sobre Van Gogh y la historia detrás de sus pinturas mundialmente famosas. Por supuesto, como la principal autoridad en la obra y la historia de vida de van Gogh, esperamos que estas experiencias ofrezcan la información correcta”, complementa la experta.
En estos tiempos veloces, ¿cuál es, entonces, la distancia justa para mirar, la forma de hacer ecología con las imágenes, como proponía Sontag? ¿Es posible respirar el aura de la que hablaba Benjamin? “La contemplación detiene el tiempo”, afirmaba una frase sobre la pared debajo de fotografías de Agnes Lanfranfo y Florencia Bonino, en un stand en Pinta BAphoto, este fin de semana.
“Creo que contemplar una obra de arte es una experiencia única. Quizá tomarse un tiempo para esto es lo que nos ayude a volvernos cada vez más seres humanos”, opina Mariano Gilmore.
En el museo, la tarea de hacer ecología de las imágenes se facilita. Justo frente al molino, a cierta distancia de la raya negra en el piso de pinotea que demarca hasta dónde sí y hasta dónde no, hay un banco de madera, por momentos solo, esperando que los visitantes lo acompañen en el silencioso y paciente acto de mirar.
Latidos del arte
En el marco del Programa educativo “Heart for art/Latidos del arte”, organizado en conjunto por el Museo Van Gogh de Amsterdam, Amigos del Bellas Artes y DHL, dos reproducciones de las obras de van Gogh donadas por el museo holandés, Flor de almendro (1890) y Maleza (1889), se exhiben en el hall de la asociación y son utilizadas como material didáctico para las visitas de escuelas.
“El objetivo del programa Heart for Art es mejorar el acceso a la educación invitando a los niños al inspirador mundo de Vincent van Gogh. Creemos que el arte tiene el poder de tocar a las personas, alentarlas a ser creativas y puede impactar positivamente en sus vidas”, remata Gundy van Dijk.
Para agendar
El foro Los museos en el medio tendrá lugar, de 9 a 19, en Amigos del Bellas Artes, Av. Figueroa Alcorta 2270, CABA, Argentina. A las 9.30, Gundy van Dijk, directora de Educación e Interpretación del Museo Van Gogh en Amsterdam, dará una conferencia sobre el programa Heart for Art.
A las 12, Mariano Gilmore, Coordinador del área de Educación de Amigos del Bellas Artes, dará la conferencia Manifiesto del medio. A las 17, ambos estarán en el Workshop Medio lleno (actividad con cupo limitado). La entrada es arancelada ($30.000)
“¿Qué sentís cuando lo mirás?, propone Gundy van Dijk, Jefa de Educación e Interpretación del Museo Van Gogh en Ámsterdam, como primer disparador para mirar el cuadro Moulin de la Galette (1853), de Vincent van Gogh, exhibido en el Museo Nacional de Bellas Artes. “¿Alegría, tristeza o nada específico?”, da opciones la experta que hoy participa del foro Los museos en el medio, organizado por Amigos de Bellas Artes. “¿Cuál será la historia de los dos personajes que están caminando en el cuadro?”, agrega Mariano Gilmore, Coordinador del área de Educación de la asociación del museo, quien también disertará en este encuentro cultural.
“La pintura me da alegría; la pareja me transporta a un momento amoroso”, responde Florencia, de 22 años, mientras mira detenidamente la pintura colgada en la sala 14 del museo de la avenida Libertador. “A mí me transmite apatía”, disiente Franco. “La pareja no se está mirando, pero me imagino que posiblemente se estén preguntando por qué nosotros los estamos viendo a ellos”, inventa Juan, de 37, de Colombia. “Me evoca esa sensación del momento vivido que ya pasó y quedó en el recuerdo”, contesta Bárbara, de 37. “El cielo despejado me da paz”, suma Juan. “Me siento de vacaciones cuando lo miro”, dice Bee, de Singapur. “Es un lugar soñado, una hermosura. Te olvidás del mundo estando ahí”, manifiesta Bibiana.
“Al mirar el cuadro, prestaría atención a las pinceladas, a la composición y al tema de la obra”, recomienda Van Dijk, en sintonía con lo que sugería Susan Sontag en su ensayo Contra la Interpretación (1966), donde apelaba a la necesidad de promover una aproximación más sensible al arte, de prestar más atención a las formas que al contenido y de utilizar un lenguaje descriptivo en lugar de prescriptivo.
Si uno pregunta, comprueba que las observaciones siguen multiplicándose. “Los colores pasteles que utiliza y el uso de la luz me dan nostalgia, y más aún conociendo la historia de van Gogh”, expresa Renato (35), de Guatemala. “Esa luz, esos cielos azules y grises, son iguales que en Holanda. Soy neerlandesa, como el artista, y cuando miro el cuadro me siento en casa”, confiesa Cleo (20). “Es una pintura muy iluminada, se ve limpia. Tiene espíritu, está viva”, complementa Sharin, otra compatriota. “Las pinceladas se van integrando en el cielo el celeste con el blanco hasta que llega un punto en que sentís que el cielo, el molino, el suelo y la escalera, están en armonía”, describe Elena, pintora, sobre esta obra temprana de la vida del holandés, en la que los colores vibrantes tan emblemáticos del artista, no habían emergido aún.
Una puerta para la imaginación
“Para nosotros lo más importante es que una obra de arte sea una puerta para la imaginación y que no haya que concentrarse en fechas, datos, técnicas, sino que sea una experiencia para potenciar la creatividad de las personas —manifiesta Gilmore—. Creo que nos estamos convirtiendo cada vez más en seres que necesitan explicaciones cuando cada vez más, lo importante es volver a sentir”.
“Mirar arte es una experiencia muy individual. Podés observar de la manera que desees. No hay una forma incorrecta de hacerlo. Estoy convencida de que cuando mirás una obra de arte durante más tiempo, superás el juicio inicial. Al tomarte el tiempo para contemplar, te das espacio para pensar, hacerte preguntas y llegar a una comprensión más equilibrada”, invita Gundy van Dijk.
El imaginario de Van Gogh abrió la puerta a la imaginación de miles. Tan solo a modo ejemplificativo, Paul Gauguin, en su obra Van Gogh pintando girasoles (1888) retrató a su amigo; Francis Bacon le dedicó una serie entera de retratos; el británico David Hockney tiene varias obras directamente conectadas con la obra de van Gogh. En Argentina, la letra de la canción Cantata de puentes amarillos de Luis Alberto Spinetta se inspiró directamente en la correspondencia entre Theo y Vincent, informa Gilmore. Varias obras del artista Carlos Alonso están directamente dedicadas a Van Gogh: El caminante (1991) muestra al pintor caminando por la pradera francesa; La oreja (1972) delinea un Vincent ya casi en sus últimos días, con la mirada perdida, una oreja y una navaja flotando al lado suyo.
Ecología de imágenes
Los visitantes que siguen pasando por la sala 14 del gran museo nacional, durante la tarde soleada del sábado, muestran en general una actitud de contemplación frente a este molino rodeado por los paisajes de Pissarro, Monet y Sisley; las mujeres de Rodin, Manet y Gauguin y los retratos de Degas, Morisot y Toulouse Lautrec. Pero de repente, una chica que entra en la sala y se dirige directamente al molino, rompe la pausa y la sensación de tiempo lento que se respira. Sin detenerse a mirar la obra, le pide a su compañero que le saque no una, sino varias fotos junto a la pintura. Luego, se toma una selfie.
Algo similar, aunque aumentado, ocurría el año pasado en el MET en Nueva York, en la muestra temporaria, Van Gogh’s Cypresse. El furor absoluto ante La noche estrellada era tal, que no había espacio físico para acercarse a contemplar. La obra se divisaba de lejos, entre los huecos que dejaban las personas quienes, algunas incluso de espaldas al cuadro, miraban la obra en ocasiones a través de la pantalla del celular para tomar la foto y posiblemente subirla después a las redes sociales marcando el check list en la cartografía digital. Esta suerte de desesperación por figurar junto a un clásico del arte no es novedad. El camino a obras como La Gioconda, en el Louvre; el Guernica, en el Reina Sofía y tantos otros ejemplos, estará usualmente intermediado por pantallas de doble filo, que mientras anulan la posibilidad de contemplación en el museo, acercan una reproducción de la imagen de la obra, en tamaño diminuto y textura plana, al interminable océano digital. En el Prado la cosa difería por la prohibición del uso de los celulares. Si bien había que esperar para acercarse a El Jardín de las delicias de El Bosco, las pantallas no estorbaban el tiempo de espera.
Volviendo a Sontag, décadas antes de la llegada de los celulares ya había explicado esta suerte de obsesión colectiva en su ensayo Sobre la fotografía (1973), adjudicándola a la lógica misma del consumo. “A medida que hacemos imágenes y las consumimos, necesitamos aún más imágenes; y más todavía (…) Y como son un recurso ilimitado que jamás se agotará con el despilfarro consumista, hay razones de más para aplicar el remedio conservacionista. Si acaso hay un modo mejor de incluir el mundo de las imágenes en el mundo real, se requerirá de una ecología no solo de las cosas reales sino también de las imágenes”.
Llegan otras dos chicas a la sala y una se acerca a ver el cuadro y, aparentemente sin darse cuenta, se pasa de la línea negra que desde el piso avisa la distancia mínima obligatoria que el espectador debe mantener con la pintura. “Cuidado, no te pases”, le señala la amiga. “Me dan ganas de tocar el cuadro, pero a la vez no se puede. Me gustaría entrar en la pintura”, expresa emocionada Lucía, de 36 años, otra mujer que llegó al museo sin saber que en Argentina hay un cuadro del artista holandés.
Dentro de la imagen
No es noticia que las muestras inmersivas son una tendencia global de las últimas décadas. En los años recientes ha habido al menos dos ediciones de experiencias inmersivas dedicadas a Van Gogh en Argentina: Imagine Van Gogh, en la Rural y Meet Vincent Van Gogh, en el Campo Argentino de Polo. Estas iniciativas se sumaron a las tantas otras alrededor del mundo que convocan a cientos de miles a pasar la raya del piso del museo, e incluso a atravesar las pantallas pequeñas de los celulares que reproducen al infinito las obras en el universo digital, y a sumergirse dentro de la “vida y obra” de distintos artistas, en espacios cúbicos envueltos en imágenes que se mueven al ritmo de la música y efectos especiales.
Entre tanto frenesí, ¿Cómo recibir el arte de otro ser humano? Walter Benjamin hablaba de una distancia. El aura, explicaba en su ensayo La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica (1936), es ese especial entretejido de espacio y tiempo, el aparecimiento único de una lejanía, por más cercana que pueda estar. El aura puede aparecer, por ejemplo, reposando en una tarde de verano, siguiendo la línea montañosa en el horizonte o la extensión de la rama que echa su sombra sobre aquel que reposa, ilustraba el filósofo. Pero el mismo Benjamin pronosticó en su ensayo la decadencia del aura: “Acercarse a las cosas es una demanda tan apasionada de las masas contemporáneas como la que está en su tendencia a ir por encima de la unicidad de cada suceso mediante la recepción de la reproducción del mismo. Día a día se hace vigente, de manera cada vez más irresistible, la necesidad de apoderarse del objeto en su más próxima cercanía, pero en imagen, y más aún en copia, en reproducción”.
“Creo que estas exhibiciones súper tecnológicas tienen un punto muy interesante que es acercar y dar a conocer a nivel más masivo que un museo la figura de un artista. Obviamente no es la misma experiencia de contemplar la obra en un museo, pero eso quizá no sea su fin específico. Lo mejor que pueden tener estas experiencias inmersivas es despertar la curiosidad y que a la persona eso sirva de puente para llegar a conocer la figura de Van Gogh y en el caso de Argentina, para saber que en el Museo Nacional de Bellas Artes tenemos en nuestras paredes una obra de este artista”.
“Mirar arte es una experiencia individual: podés observar de la manera que desees. No hay una forma incorrecta, pero cuando mirás una obra de arte por más tiempo, superás el juicio inicial, te das espacio para pensar, hacerte preguntas y llegar a una comprensión más equilibrada”
Gundy van Dijk
“Esperamos que las personas que, de una manera u otra, entran en contacto con las obras y las historias de van Gogh, eventualmente visiten el museo para ver las obras originales. Sin embargo, no todos pueden viajar a nuestro museo en Ámsterdam. Para ellos, una experiencia así es una oportunidad de aprender más sobre Van Gogh y la historia detrás de sus pinturas mundialmente famosas. Por supuesto, como la principal autoridad en la obra y la historia de vida de van Gogh, esperamos que estas experiencias ofrezcan la información correcta”, complementa la experta.
En estos tiempos veloces, ¿cuál es, entonces, la distancia justa para mirar, la forma de hacer ecología con las imágenes, como proponía Sontag? ¿Es posible respirar el aura de la que hablaba Benjamin? “La contemplación detiene el tiempo”, afirmaba una frase sobre la pared debajo de fotografías de Agnes Lanfranfo y Florencia Bonino, en un stand en Pinta BAphoto, este fin de semana.
“Creo que contemplar una obra de arte es una experiencia única. Quizá tomarse un tiempo para esto es lo que nos ayude a volvernos cada vez más seres humanos”, opina Mariano Gilmore.
En el museo, la tarea de hacer ecología de las imágenes se facilita. Justo frente al molino, a cierta distancia de la raya negra en el piso de pinotea que demarca hasta dónde sí y hasta dónde no, hay un banco de madera, por momentos solo, esperando que los visitantes lo acompañen en el silencioso y paciente acto de mirar.
Latidos del arte
En el marco del Programa educativo “Heart for art/Latidos del arte”, organizado en conjunto por el Museo Van Gogh de Amsterdam, Amigos del Bellas Artes y DHL, dos reproducciones de las obras de van Gogh donadas por el museo holandés, Flor de almendro (1890) y Maleza (1889), se exhiben en el hall de la asociación y son utilizadas como material didáctico para las visitas de escuelas.
“El objetivo del programa Heart for Art es mejorar el acceso a la educación invitando a los niños al inspirador mundo de Vincent van Gogh. Creemos que el arte tiene el poder de tocar a las personas, alentarlas a ser creativas y puede impactar positivamente en sus vidas”, remata Gundy van Dijk.
Para agendar
El foro Los museos en el medio tendrá lugar, de 9 a 19, en Amigos del Bellas Artes, Av. Figueroa Alcorta 2270, CABA, Argentina. A las 9.30, Gundy van Dijk, directora de Educación e Interpretación del Museo Van Gogh en Amsterdam, dará una conferencia sobre el programa Heart for Art.
A las 12, Mariano Gilmore, Coordinador del área de Educación de Amigos del Bellas Artes, dará la conferencia Manifiesto del medio. A las 17, ambos estarán en el Workshop Medio lleno (actividad con cupo limitado). La entrada es arancelada ($30.000)
Una experta en la obra del artista holandés participa hoy del foro Los museos en el medio y enseña a encontrar la mejor forma de contemplar obras como el célebre molino que está en Buenos Aires LA NACION