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Nuestro Alberdi, premio Nobel “avant la lettre”

Si Juan Bautista Alberdi (1810-1884) hubiera sabido que el Premio Nobel de Economía 2024 sería otorgado a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, se habría sorprendido, ya que el rol de las instituciones como motor del progreso fue su mayor contribución al pensamiento constitucional argentino en 1852. ¿Tardó el mundo 172 años en comprender que no se trata de recursos naturales, ni de tecnologías, ni de culturas, ni de “Estado presente”?, se interrogaría el tucumano desde la aurora de la Organización Nacional.

Como persona modesta que era, no reclamaría su propio Nobel “avant la lettre” por haberse anticipado y merecido ese galardón antes de su creación en 1895. Pero se habría disgustado al leer que los premiados tomaron a la Argentina del Centenario como ejemplo de fracaso y no de éxito colectivo (¿Por qué fracasan los países? Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza, Planeta, 2012).

Para los autores, la causa de la desigualdad entre las naciones es la calidad de sus instituciones y de allí, los niveles relativos de pobreza. Los países con “regímenes inclusivos” basados en el respeto por la propiedad privada y la redistribución mediante igualdad de oportunidades, generan incentivos para el espíritu emprendedor, el trabajo y la inversión. Por el contrario, los “regímenes extractivos”, donde élites cerradas –¿castas?– concentran el poder en su exclusivo beneficio, se hunden en la miseria y la desigualdad.

Según Acemoglu y Robinson, el curso de la historia moldea a las instituciones políticas y estas definen las reglas de juego económicas, inclusivas o extractivas, cuyos incentivos conducirán hacia un destino o al otro. Los cambios ocurren cuando se presentan «coyunturas críticas» fortuitas que alteran el curso de la historia, como un fuerte shock político, económico, bélico o sanitario. Son puntos de inflexión cruciales que perturban los equilibrios abriendo puertas a rumbos diferentes. Como la peste negra, las nuevas rutas de comercio atlántico, la revolución industrial, la revolución francesa, la restauración Meiji o la muerte de Mao, que expusieron a cambios profundos a varias economías del mundo.

Desde el golpe de 1943, y durante 80 años, la Argentina abandonó la receta alberdiana y se internó en el fango del dirigismo y la inflación

Las «coyunturas críticas», totalmente azarosas, no garantizan resultados positivos, sino cuando pequeñas diferencias institucionales iniciales activan respuestas en ese sentido. Ese final no está predeterminado, sino que es contingente. Las instituciones existentes perfilan el equilibrio de poder y definen lo que es factible políticamente en cada coyuntura. El camino exacto dependerá de cuál de las fuerzas en oposición logre tener éxito, de qué grupos puedan formar coaliciones efectivas y de cuáles líderes conduzcan los acontecimientos en provecho propio. Por esa razón, las diferencias institucionales relativamente pequeñas en Inglaterra, Francia y España en el siglo XVIII condujeron a caminos de desarrollo bien distintos.

Pensemos en la batalla de Caseros del 3 de febrero de 1852 como una «coyuntura crítica» que permitió alterar la historia de las Provincias Unidas. La diosa Fortuna hizo que Alberdi, exiliado en Valparaíso, enviase una carta a Urquiza ofreciéndole sus “Bases y Puntos de Partida” redactadas “a ciegas” respecto de quien sería su destinatario. Pues, si el caudillo entrerriano había conseguido en pocos meses “el prodigio que durante muchos años se intentó en vano en Europa y en la República Argentina…¿por qué no sería capaz de darnos el resultado, igualmente portentoso, que persigue hace cuarenta años nuestro país?”, se preguntó Alberdi.

Sus Bases le llegaron a Urquiza en el momento más oportuno, pues le respondió, pocos días después, que “estaba al frente de la gran obra de constituir la República”, alabando el texto recibido diciendo: “No ha podido ser escrito, ni publicado en mejor oportunidad”. El 1° de mayo de 1853, se juró finalmente la esperada Constitución, punto de partida de la auténtica organización nacional.

La Generación del 80 utilizó la potencia creadora de nuestra carta fundamental para atraer capitales e instalar vías férreas, puentes, puertos y caminos; para construir escuelas y formar educadores; para poblar el país con millones de inmigrantes que confiaron en ellas. El comienzo de esa ola de progreso lo pudo ver Alberdi antes de su muerte en 1884. Sin embargo, no pudo imaginar que “nada es para siempre” y que los avatares de Clío pueden provocar nuevas rupturas y otras «coyunturas críticas» para mejorar o arruinar los logros alcanzados.

Los cuatro mandatos kirchneristas profundizaron la demolición populista: se destruyó la moneda, desapareció el ahorro y colapsó el Estado de Derecho

Malas noticias hubiese recibido el “Figarillo” expatriado, si algún pajarillo le hubiese presagiado que ese andamiaje de buenas normas y mejores realizaciones se desmoronaría ochenta años más tarde, cuando otra «coyuntura crítica» provocó una regresión institucional a tiempos coloniales. Un creciente nacionalismo antiliberal, exacerbado por el peligro comunista y el anarquismo, llevó a la Argentina a simpatizar con las potencias del Eje y, el 4 de junio de 1943, al golpe militar que derrocó al gobierno de la Concordancia para evitar un previsible apoyo a los Aliados.

Desde entonces, y durante otros 80 años, la Argentina abandonó la receta alberdiana y se internó en el fango del dirigismo, el déficit fiscal y la inflación. Ignoró que solo el gobierno de las leyes, estables y previsibles (“Estado de Derecho”) hace posible proyectar iniciativas al futuro, convirtiendo a la propiedad y el contrato en vigas maestras de la industria y el comercio. Todo ello lo describen Acemoglu y Robinson, citando al economista Simon Kuznets, ganador de otro Nobel, cuando observó que existen cuatro tipos de países: desarrollados, subdesarrollados, Japón y la Argentina. El oriental, porque había superado airoso su derrota atómica y el nuestro, por haber entrado en caída libre luego de un pasado luminoso.

Los autores se equivocan, en cambio, cuando caracterizan el período de la Organización Nacional como un lapso extractivo ignorando que en época del Centenario la Argentina había incorporado 5,5 millones de inmigrantes y alfabetizado a gran parte de su población, al tiempo que registraba más de 30.000 industrias. Entre 1919 y 1929, creció a una tasa promedio del 3,6% anual, más que el resto de los países desarrollados hasta alcanzar el sexto PBI per cápita del planeta, detrás de Inglaterra, por delante de Suiza, Bélgica, Holanda y Dinamarca y el doble de España e Italia, de donde venían los inmigrantes.

La movilidad social fue mucho mayor que en el resto de América Latina y Europa, pues los hijos de los inmigrantes pudieron prosperar como comerciantes o graduarse de abogados, ingenieros y médicos. Se desarrolló la clase media, con trabajadores de cuello blanco, profesionales y funcionarios públicos. En 1869, la Argentina tenía un 70% de analfabetos y en 1914 se habían reducido a la mitad. Así se construyó el edificio nacional con los valores del trabajo y el esfuerzo, el ahorro y la inversión, el mérito y el progreso, el premio y el castigo. La igualdad de oportunidades, sobre la base de la gesta educativa, se hizo realidad.

La Generación del 80 utilizó la potencia creadora de nuestra carta fundamental para atraer capitales e instalar vías férreas, puentes, puertos y caminos; construir escuelas y poblar el país con millones de inmigrantes que confiaron en ellas

Los cuatro mandatos kirchneristas profundizaron la demolición populista comenzada en 1943: se destruyó la moneda, desapareció el ahorro y colapsó el Estado de Derecho. En lugar de un entramado de contratos firmes y duraderos, se ingresó al mundo de la precariedad, el atajo y la subsistencia; desdesde las ocupaciones de tierras a las empresas autogestionadas; desde la informalidad laboral a la mendicidad.

A partir de 2024, luego de una catástrofe inflacionaria y de altísima pobreza, la Argentina se encuentra ante una nueva «coyuntura crítica» cuya manifestación más evidente ha sido el triunfo de Javier Milei, carente de estructura política y de mayorías legislativas.

Al igual que en toda situación de quiebre, el camino exacto dependerá de cuál de las fuerzas logre tener éxito, con qué grupos pueda formar coaliciones efectivas y qué líderes lo acompañarán en el cambio. Si Alberdi supiese que el Premio Nobel de Economía 2024 fue otorgado a Acemoglu, Johnson y Robinson, pensaría que es una ratificación tardía pero oportuna de sus ideas de libertad para darles una nueva posibilidad de vigencia en la Argentina.

Como en 1852 se repite el mismo desafío, pero en circunstancias mucho más difíciles: antes, había que construir una nación en un desierto; ahora, reconstruirla sobre ruinas cuyos dueños no quieren abandonarlas, con el apoyo de los políticos y gobernadores que son sus socios.

Si Juan Bautista Alberdi (1810-1884) hubiera sabido que el Premio Nobel de Economía 2024 sería otorgado a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, se habría sorprendido, ya que el rol de las instituciones como motor del progreso fue su mayor contribución al pensamiento constitucional argentino en 1852. ¿Tardó el mundo 172 años en comprender que no se trata de recursos naturales, ni de tecnologías, ni de culturas, ni de “Estado presente”?, se interrogaría el tucumano desde la aurora de la Organización Nacional.

Como persona modesta que era, no reclamaría su propio Nobel “avant la lettre” por haberse anticipado y merecido ese galardón antes de su creación en 1895. Pero se habría disgustado al leer que los premiados tomaron a la Argentina del Centenario como ejemplo de fracaso y no de éxito colectivo (¿Por qué fracasan los países? Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza, Planeta, 2012).

Para los autores, la causa de la desigualdad entre las naciones es la calidad de sus instituciones y de allí, los niveles relativos de pobreza. Los países con “regímenes inclusivos” basados en el respeto por la propiedad privada y la redistribución mediante igualdad de oportunidades, generan incentivos para el espíritu emprendedor, el trabajo y la inversión. Por el contrario, los “regímenes extractivos”, donde élites cerradas –¿castas?– concentran el poder en su exclusivo beneficio, se hunden en la miseria y la desigualdad.

Según Acemoglu y Robinson, el curso de la historia moldea a las instituciones políticas y estas definen las reglas de juego económicas, inclusivas o extractivas, cuyos incentivos conducirán hacia un destino o al otro. Los cambios ocurren cuando se presentan «coyunturas críticas» fortuitas que alteran el curso de la historia, como un fuerte shock político, económico, bélico o sanitario. Son puntos de inflexión cruciales que perturban los equilibrios abriendo puertas a rumbos diferentes. Como la peste negra, las nuevas rutas de comercio atlántico, la revolución industrial, la revolución francesa, la restauración Meiji o la muerte de Mao, que expusieron a cambios profundos a varias economías del mundo.

Desde el golpe de 1943, y durante 80 años, la Argentina abandonó la receta alberdiana y se internó en el fango del dirigismo y la inflación

Las «coyunturas críticas», totalmente azarosas, no garantizan resultados positivos, sino cuando pequeñas diferencias institucionales iniciales activan respuestas en ese sentido. Ese final no está predeterminado, sino que es contingente. Las instituciones existentes perfilan el equilibrio de poder y definen lo que es factible políticamente en cada coyuntura. El camino exacto dependerá de cuál de las fuerzas en oposición logre tener éxito, de qué grupos puedan formar coaliciones efectivas y de cuáles líderes conduzcan los acontecimientos en provecho propio. Por esa razón, las diferencias institucionales relativamente pequeñas en Inglaterra, Francia y España en el siglo XVIII condujeron a caminos de desarrollo bien distintos.

Pensemos en la batalla de Caseros del 3 de febrero de 1852 como una «coyuntura crítica» que permitió alterar la historia de las Provincias Unidas. La diosa Fortuna hizo que Alberdi, exiliado en Valparaíso, enviase una carta a Urquiza ofreciéndole sus “Bases y Puntos de Partida” redactadas “a ciegas” respecto de quien sería su destinatario. Pues, si el caudillo entrerriano había conseguido en pocos meses “el prodigio que durante muchos años se intentó en vano en Europa y en la República Argentina…¿por qué no sería capaz de darnos el resultado, igualmente portentoso, que persigue hace cuarenta años nuestro país?”, se preguntó Alberdi.

Sus Bases le llegaron a Urquiza en el momento más oportuno, pues le respondió, pocos días después, que “estaba al frente de la gran obra de constituir la República”, alabando el texto recibido diciendo: “No ha podido ser escrito, ni publicado en mejor oportunidad”. El 1° de mayo de 1853, se juró finalmente la esperada Constitución, punto de partida de la auténtica organización nacional.

La Generación del 80 utilizó la potencia creadora de nuestra carta fundamental para atraer capitales e instalar vías férreas, puentes, puertos y caminos; para construir escuelas y formar educadores; para poblar el país con millones de inmigrantes que confiaron en ellas. El comienzo de esa ola de progreso lo pudo ver Alberdi antes de su muerte en 1884. Sin embargo, no pudo imaginar que “nada es para siempre” y que los avatares de Clío pueden provocar nuevas rupturas y otras «coyunturas críticas» para mejorar o arruinar los logros alcanzados.

Los cuatro mandatos kirchneristas profundizaron la demolición populista: se destruyó la moneda, desapareció el ahorro y colapsó el Estado de Derecho

Malas noticias hubiese recibido el “Figarillo” expatriado, si algún pajarillo le hubiese presagiado que ese andamiaje de buenas normas y mejores realizaciones se desmoronaría ochenta años más tarde, cuando otra «coyuntura crítica» provocó una regresión institucional a tiempos coloniales. Un creciente nacionalismo antiliberal, exacerbado por el peligro comunista y el anarquismo, llevó a la Argentina a simpatizar con las potencias del Eje y, el 4 de junio de 1943, al golpe militar que derrocó al gobierno de la Concordancia para evitar un previsible apoyo a los Aliados.

Desde entonces, y durante otros 80 años, la Argentina abandonó la receta alberdiana y se internó en el fango del dirigismo, el déficit fiscal y la inflación. Ignoró que solo el gobierno de las leyes, estables y previsibles (“Estado de Derecho”) hace posible proyectar iniciativas al futuro, convirtiendo a la propiedad y el contrato en vigas maestras de la industria y el comercio. Todo ello lo describen Acemoglu y Robinson, citando al economista Simon Kuznets, ganador de otro Nobel, cuando observó que existen cuatro tipos de países: desarrollados, subdesarrollados, Japón y la Argentina. El oriental, porque había superado airoso su derrota atómica y el nuestro, por haber entrado en caída libre luego de un pasado luminoso.

Los autores se equivocan, en cambio, cuando caracterizan el período de la Organización Nacional como un lapso extractivo ignorando que en época del Centenario la Argentina había incorporado 5,5 millones de inmigrantes y alfabetizado a gran parte de su población, al tiempo que registraba más de 30.000 industrias. Entre 1919 y 1929, creció a una tasa promedio del 3,6% anual, más que el resto de los países desarrollados hasta alcanzar el sexto PBI per cápita del planeta, detrás de Inglaterra, por delante de Suiza, Bélgica, Holanda y Dinamarca y el doble de España e Italia, de donde venían los inmigrantes.

La movilidad social fue mucho mayor que en el resto de América Latina y Europa, pues los hijos de los inmigrantes pudieron prosperar como comerciantes o graduarse de abogados, ingenieros y médicos. Se desarrolló la clase media, con trabajadores de cuello blanco, profesionales y funcionarios públicos. En 1869, la Argentina tenía un 70% de analfabetos y en 1914 se habían reducido a la mitad. Así se construyó el edificio nacional con los valores del trabajo y el esfuerzo, el ahorro y la inversión, el mérito y el progreso, el premio y el castigo. La igualdad de oportunidades, sobre la base de la gesta educativa, se hizo realidad.

La Generación del 80 utilizó la potencia creadora de nuestra carta fundamental para atraer capitales e instalar vías férreas, puentes, puertos y caminos; construir escuelas y poblar el país con millones de inmigrantes que confiaron en ellas

Los cuatro mandatos kirchneristas profundizaron la demolición populista comenzada en 1943: se destruyó la moneda, desapareció el ahorro y colapsó el Estado de Derecho. En lugar de un entramado de contratos firmes y duraderos, se ingresó al mundo de la precariedad, el atajo y la subsistencia; desdesde las ocupaciones de tierras a las empresas autogestionadas; desde la informalidad laboral a la mendicidad.

A partir de 2024, luego de una catástrofe inflacionaria y de altísima pobreza, la Argentina se encuentra ante una nueva «coyuntura crítica» cuya manifestación más evidente ha sido el triunfo de Javier Milei, carente de estructura política y de mayorías legislativas.

Al igual que en toda situación de quiebre, el camino exacto dependerá de cuál de las fuerzas logre tener éxito, con qué grupos pueda formar coaliciones efectivas y qué líderes lo acompañarán en el cambio. Si Alberdi supiese que el Premio Nobel de Economía 2024 fue otorgado a Acemoglu, Johnson y Robinson, pensaría que es una ratificación tardía pero oportuna de sus ideas de libertad para darles una nueva posibilidad de vigencia en la Argentina.

Como en 1852 se repite el mismo desafío, pero en circunstancias mucho más difíciles: antes, había que construir una nación en un desierto; ahora, reconstruirla sobre ruinas cuyos dueños no quieren abandonarlas, con el apoyo de los políticos y gobernadores que son sus socios.

 El otorgamiento de semejante galardón a quienes sostuvieron que la prosperidad económica descansa en las instituciones reivindica al inspirador de nuestra Constitución nacional  LA NACION

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