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La política discute sobre lo que no existe

Tan inexplicable como reivindicar a Isabel Perón es que la dirigencia política se haya entusiasmado con las elecciones legislativas que sucederán dentro de un año. La experiencia no enseña nada. Hace justo un año, en el balotaje del 19 de noviembre de 2023, Javier Milei se imponía como presidente de la Nación. Hasta dos meses antes, la política presentía que el eventual futuro jefe del Estado sería Patricia Bullrich o Sergio Massa. Bullrich es ahora una disciplinada subordinada de Milei, y Massa pierde el tiempo participando en marchas estudiantiles. El poder, en síntesis, está en manos de quien la política no imaginaba en la Casa de Gobierno.

Las discusiones electorales son también absurdas. Un sector del mileísmo (Karina Milei, por ejemplo) pone en discusión una probable alianza electoral con Pro. La última encuesta de Poliarquía contiene una lección para la hermana del Presidente. Midió a Cristina Kirchner y a Karina Milei como candidatas en la provincia de Buenos Aires, donde el próximo año se elegirán diputados nacionales, no senadores. Cristina Kirchner le ganaría a Karina Milei por ocho puntos (33 a 25). Pero si la hermana presidencial fuera en alianza con Pro alcanzaría los 40 puntos. Le ganaría a Cristina por 7 puntos. En esa encuesta, Karina Milei aporta sus 25 puntos y Diego Santilli, del partido de Mauricio Macri, contribuiría con 15 puntos. Juega en contra de la estrategia de Karina Milei una información de Poliarquía: Macri subió 5 puntos en la simpatía social, y ahora cuenta con 31 puntos a favor. En la vereda de enfrente, la supuesta discordia entre Cristina Kirchner y Axel Kicillof por el liderazgo del peronismo es igualmente ridícula. En primer lugar, ninguno de los dos es peronista. Cristina se imaginó siempre a sí misma como una instancia superadora del peronismo, que debería ser reemplazado, según ella, por una variante más de izquierda, bolivariana si se quiere. Kicillof viene de la izquierda universitaria; es un economista más cercano a Marx que a Keynes. El peronismo calla. Es célebre la vocación ciega del peronismo por la obediencia. Ya que han puesto de moda a Isabel Perón, es conveniente evocar que durante toda la década del 80 el peronismo se inclinaba ante ella, sin objetar nada, sin recordar nada. Llevaba el apellido Perón, justificaban los peronistas, y con eso les bastaba. Isabel fue una pésima presidenta de la Nación, que ayudó a instaurar la represión ilegal del Estado (con la Triple A de López Rega) frente a los crímenes de la insurgencia guerrillera, práctica que luego siguieron y perfeccionaron los militares, y colocó al país en medio del caos político, económico y social. Su influencia duró hasta que otro peronista, Carlos Menem, ganó una elección presidencial sin el dedo de Isabel. Nadie se puede explicar que una mujer sensata, como lo es la vicepresidenta Victoria Villarruel, haya decidido rehabilitar a un personaje que estaba bien guardado en el desván de la historia. Sucede lo mismo con Cristina Kirchner: el peronismo le teme, no ha sido seducido. ¿Saben todos ellos qué país los aguardará dentro de un año? No, ninguno. “Una semana es mucho tiempo en política”, decía el escritor y diplomático británico Harold Nicolson. Un año de política argentina se parece, entonces, a la eternidad.

Es célebre la vocación ciega del peronismo por la obediencia

Dos encuestadoras, Poliarquía e Isonomía, tuvieron resultados aparentemente contradictorios en su última medición. Mientras para Isonomía Milei lleva dos meses con la simpatía popular en caída, sobre todo en lo que se refiere a la aprobación de su gestión, para Poliarquía el Presidente logró recuperarse en octubre del descenso que sufrió en septiembre. El aspecto más novedoso de ambas encuestas es que el jefe del Estado conserva entre un 42 y un 52 por ciento de aprobación de su gestión. Novedoso porque no hay muchas experiencias, ni aquí ni en el exterior, de un ajuste de la economía tan fuerte como el que aplicó Milei sin grandes consecuencias sociales. Algunos analistas de opinión pública suponen que el fenómeno se debe a que el Presidente no tiene a nadie haciéndose cargo de una alternativa a él. Macri no puede elaborar un discurso de cerril oposición a Milei porque simplemente coincide con muchas de sus políticas, aunque disienta en la manera de instrumentarlas. No descarta, además, una alianza electoral el año próximo. El peronismo está pendiente de Cristina Kirchner, y ella solo habla de sí misma y de la interna partidaria. Cristina debe atravesar, además, la inminente sentencia de la Cámara de Casación por la corrupción en Vialidad en beneficio de Lázaro Báez. Es el caso que ya pasó por un juicio oral y en el que fue condenada a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Oportuna aclaración: la inhabilitación para ejercer cargos públicos no es una decisión que el juez pueda tomar o no. Es una pena inherente a la condena por administración fraudulenta del Estado, que es el delito que la Justicia le atribuye hasta ahora a la expresidenta. Ya votaron dos de los tres jueces de la Cámara de Casación (Mariano Borinsky y Gustavo Hornos) y falta el tercer voto, el del juez Diego Barroetaveña. La sentencia se dará a conocer el 13 de noviembre. Si la resolución de Casación fuera igual a la del tribunal oral, Cristina Kirchner apelará seguramente a la Corte Suprema, última instancia de la Justicia. Solo una resolución del máximo tribunal del país convierte una sentencia en “firme” y “definitiva”. La Corte no tiene plazos legales para expedirse, pero se los impondrá la opinión pública. Cristina Kirchner no es Menem, que se alejó del ejercicio activo de la política después de 2003; solo fue un senador más durante los años restantes. Al revés, y tal como se ve en los últimos días, Cristina no resigna su papel protagónico en el peronismo ni en la política. Aspira a liderar ese partido que no es suyo; a escribir el año próximo con su lapicera los nombres de los candidatos a legisladores nacionales y a elegir al candidato presidencial de 2027. La sociedad le reclamará a la Corte que decida cuanto antes si ella está en condiciones judiciales –o no– de hacer todo eso.

Aquella encuesta de Poliarquía que coloca a Cristina Kirchner ganándole a Karina Milei en la provincia de Buenos Aires no es una buena noticia para la economía. Ya le sucedió a Macri: cuando Alberto Fernández ganó las elecciones primarias de agosto de 2019, al entonces presidente le restaban cuatro meses de gestión, pero nunca pudo controlar las variables económicas a partir de ese triunfo kirchnerista. Los inversores se espantan; los argentinos que pueden corren a comprar dólares, y los empresarios suben los precios de sus productos por las dudas. No sucederá eso ahora, pero es, por el momento, una mala novedad. Mientras tanto, nunca antes se había visto un apoyo social tan importante a decisiones profundas de la economía; a resoluciones que cambiarán la idea del Estado que tenían los argentinos, y a la reinstauración de una noción del orden público. Todo debe decirse: la ministra de Seguridad, Bullrich, perdió seis puntos de simpatía popular en los últimos dos meses, según Poliarquía. En cambio, la participación del ministro de Economía, Luis Caputo, en el seminario de IDEA se pareció a la actuación de un rockstar, salvo por la división que provoca entre los empresarios el cepo al dólar. Algunos comparten el criterio del ministro de que no es necesario levantarlo para que crezca la economía, pero otros sostienen todo lo contrario. No habrá una importante reactivación de la economía con cepo al dólar, dijo uno de los más destacados empresarios. Caputo respaldó su opinión sobre el cepo con ejemplos (China, Corea del Sur, Chile) que son muy distintos de la Argentina. Es probable que al Caputo ministro lo persiga la traumática experiencia como presidente del Banco Central de Macri, cuando no pudo frenar las corridas cambiarias. El cepo es más seguro. Para él.

Al argentino común le va mal “en su metro cuadrado”, como describe uno de los más sagaces analistas de la sociedad. Es cierto: las tarifas de los servicios públicos son muy altas para los ingresos de los argentinos, y encima suben constantemente las expensas, las prepagas y los medicamentos. Nunca fue más cierto que ahora el argumento de que “no hay plata”. Y no la hay también porque la emisión de dinero espurio está prohibida. La clase media es la principal afectada (los sectores más pobres tienen subsidios y ayudas estatales de las que carecen los sectores medios), pero es a la vez el estrato social que intuye que las decisiones de Milei, las que toma sin insultar ni agraviar a nadie, podrían cambiar definitivamente el país. Esos argentinos se detienen, sobre todo, en el fin del descomunal gasto público; en el consecuente superávit fiscal; en la baja de la inflación; en las desregulaciones de la economía que anuncia el ministro Federico Sturzenegger; en la boleta única para votar el año próximo, o en la decisión de privatizar Aerolíneas Argentinas. Vale la pena releer el discurso del presidente de IDEA, Santiago Mignone, porque le reconoció al Gobierno lo que es ponderable, pero le reclamó también la designación de jueces irreprochables, probos y con formación intelectual (Ariel Lijo estaba sin estar) y el respeto a la Constitución y a la libertad de prensa y de expresión. Impecable.

Todavía no se sabe si habrá elecciones primarias (PASO) el año que viene, pero lo más probable es que las haya. Solo una ley del Congreso con la aprobación de la mayoría absoluta de las dos cámaras podría suprimirlas; es el procedimiento que indica la Constitución para las leyes electorales. Hay poco tiempo: este año se está agotando, y no se pueden –ni se deben– tomar decisiones electorales en un año electoral, como será el próximo. Encima, todavía falta el azar: la política depende también de hechos inesperados o inevitables, que son siempre inasibles para los políticos profesionales o amateurs.

Tan inexplicable como reivindicar a Isabel Perón es que la dirigencia política se haya entusiasmado con las elecciones legislativas que sucederán dentro de un año. La experiencia no enseña nada. Hace justo un año, en el balotaje del 19 de noviembre de 2023, Javier Milei se imponía como presidente de la Nación. Hasta dos meses antes, la política presentía que el eventual futuro jefe del Estado sería Patricia Bullrich o Sergio Massa. Bullrich es ahora una disciplinada subordinada de Milei, y Massa pierde el tiempo participando en marchas estudiantiles. El poder, en síntesis, está en manos de quien la política no imaginaba en la Casa de Gobierno.

Las discusiones electorales son también absurdas. Un sector del mileísmo (Karina Milei, por ejemplo) pone en discusión una probable alianza electoral con Pro. La última encuesta de Poliarquía contiene una lección para la hermana del Presidente. Midió a Cristina Kirchner y a Karina Milei como candidatas en la provincia de Buenos Aires, donde el próximo año se elegirán diputados nacionales, no senadores. Cristina Kirchner le ganaría a Karina Milei por ocho puntos (33 a 25). Pero si la hermana presidencial fuera en alianza con Pro alcanzaría los 40 puntos. Le ganaría a Cristina por 7 puntos. En esa encuesta, Karina Milei aporta sus 25 puntos y Diego Santilli, del partido de Mauricio Macri, contribuiría con 15 puntos. Juega en contra de la estrategia de Karina Milei una información de Poliarquía: Macri subió 5 puntos en la simpatía social, y ahora cuenta con 31 puntos a favor. En la vereda de enfrente, la supuesta discordia entre Cristina Kirchner y Axel Kicillof por el liderazgo del peronismo es igualmente ridícula. En primer lugar, ninguno de los dos es peronista. Cristina se imaginó siempre a sí misma como una instancia superadora del peronismo, que debería ser reemplazado, según ella, por una variante más de izquierda, bolivariana si se quiere. Kicillof viene de la izquierda universitaria; es un economista más cercano a Marx que a Keynes. El peronismo calla. Es célebre la vocación ciega del peronismo por la obediencia. Ya que han puesto de moda a Isabel Perón, es conveniente evocar que durante toda la década del 80 el peronismo se inclinaba ante ella, sin objetar nada, sin recordar nada. Llevaba el apellido Perón, justificaban los peronistas, y con eso les bastaba. Isabel fue una pésima presidenta de la Nación, que ayudó a instaurar la represión ilegal del Estado (con la Triple A de López Rega) frente a los crímenes de la insurgencia guerrillera, práctica que luego siguieron y perfeccionaron los militares, y colocó al país en medio del caos político, económico y social. Su influencia duró hasta que otro peronista, Carlos Menem, ganó una elección presidencial sin el dedo de Isabel. Nadie se puede explicar que una mujer sensata, como lo es la vicepresidenta Victoria Villarruel, haya decidido rehabilitar a un personaje que estaba bien guardado en el desván de la historia. Sucede lo mismo con Cristina Kirchner: el peronismo le teme, no ha sido seducido. ¿Saben todos ellos qué país los aguardará dentro de un año? No, ninguno. “Una semana es mucho tiempo en política”, decía el escritor y diplomático británico Harold Nicolson. Un año de política argentina se parece, entonces, a la eternidad.

Es célebre la vocación ciega del peronismo por la obediencia

Dos encuestadoras, Poliarquía e Isonomía, tuvieron resultados aparentemente contradictorios en su última medición. Mientras para Isonomía Milei lleva dos meses con la simpatía popular en caída, sobre todo en lo que se refiere a la aprobación de su gestión, para Poliarquía el Presidente logró recuperarse en octubre del descenso que sufrió en septiembre. El aspecto más novedoso de ambas encuestas es que el jefe del Estado conserva entre un 42 y un 52 por ciento de aprobación de su gestión. Novedoso porque no hay muchas experiencias, ni aquí ni en el exterior, de un ajuste de la economía tan fuerte como el que aplicó Milei sin grandes consecuencias sociales. Algunos analistas de opinión pública suponen que el fenómeno se debe a que el Presidente no tiene a nadie haciéndose cargo de una alternativa a él. Macri no puede elaborar un discurso de cerril oposición a Milei porque simplemente coincide con muchas de sus políticas, aunque disienta en la manera de instrumentarlas. No descarta, además, una alianza electoral el año próximo. El peronismo está pendiente de Cristina Kirchner, y ella solo habla de sí misma y de la interna partidaria. Cristina debe atravesar, además, la inminente sentencia de la Cámara de Casación por la corrupción en Vialidad en beneficio de Lázaro Báez. Es el caso que ya pasó por un juicio oral y en el que fue condenada a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Oportuna aclaración: la inhabilitación para ejercer cargos públicos no es una decisión que el juez pueda tomar o no. Es una pena inherente a la condena por administración fraudulenta del Estado, que es el delito que la Justicia le atribuye hasta ahora a la expresidenta. Ya votaron dos de los tres jueces de la Cámara de Casación (Mariano Borinsky y Gustavo Hornos) y falta el tercer voto, el del juez Diego Barroetaveña. La sentencia se dará a conocer el 13 de noviembre. Si la resolución de Casación fuera igual a la del tribunal oral, Cristina Kirchner apelará seguramente a la Corte Suprema, última instancia de la Justicia. Solo una resolución del máximo tribunal del país convierte una sentencia en “firme” y “definitiva”. La Corte no tiene plazos legales para expedirse, pero se los impondrá la opinión pública. Cristina Kirchner no es Menem, que se alejó del ejercicio activo de la política después de 2003; solo fue un senador más durante los años restantes. Al revés, y tal como se ve en los últimos días, Cristina no resigna su papel protagónico en el peronismo ni en la política. Aspira a liderar ese partido que no es suyo; a escribir el año próximo con su lapicera los nombres de los candidatos a legisladores nacionales y a elegir al candidato presidencial de 2027. La sociedad le reclamará a la Corte que decida cuanto antes si ella está en condiciones judiciales –o no– de hacer todo eso.

Aquella encuesta de Poliarquía que coloca a Cristina Kirchner ganándole a Karina Milei en la provincia de Buenos Aires no es una buena noticia para la economía. Ya le sucedió a Macri: cuando Alberto Fernández ganó las elecciones primarias de agosto de 2019, al entonces presidente le restaban cuatro meses de gestión, pero nunca pudo controlar las variables económicas a partir de ese triunfo kirchnerista. Los inversores se espantan; los argentinos que pueden corren a comprar dólares, y los empresarios suben los precios de sus productos por las dudas. No sucederá eso ahora, pero es, por el momento, una mala novedad. Mientras tanto, nunca antes se había visto un apoyo social tan importante a decisiones profundas de la economía; a resoluciones que cambiarán la idea del Estado que tenían los argentinos, y a la reinstauración de una noción del orden público. Todo debe decirse: la ministra de Seguridad, Bullrich, perdió seis puntos de simpatía popular en los últimos dos meses, según Poliarquía. En cambio, la participación del ministro de Economía, Luis Caputo, en el seminario de IDEA se pareció a la actuación de un rockstar, salvo por la división que provoca entre los empresarios el cepo al dólar. Algunos comparten el criterio del ministro de que no es necesario levantarlo para que crezca la economía, pero otros sostienen todo lo contrario. No habrá una importante reactivación de la economía con cepo al dólar, dijo uno de los más destacados empresarios. Caputo respaldó su opinión sobre el cepo con ejemplos (China, Corea del Sur, Chile) que son muy distintos de la Argentina. Es probable que al Caputo ministro lo persiga la traumática experiencia como presidente del Banco Central de Macri, cuando no pudo frenar las corridas cambiarias. El cepo es más seguro. Para él.

Al argentino común le va mal “en su metro cuadrado”, como describe uno de los más sagaces analistas de la sociedad. Es cierto: las tarifas de los servicios públicos son muy altas para los ingresos de los argentinos, y encima suben constantemente las expensas, las prepagas y los medicamentos. Nunca fue más cierto que ahora el argumento de que “no hay plata”. Y no la hay también porque la emisión de dinero espurio está prohibida. La clase media es la principal afectada (los sectores más pobres tienen subsidios y ayudas estatales de las que carecen los sectores medios), pero es a la vez el estrato social que intuye que las decisiones de Milei, las que toma sin insultar ni agraviar a nadie, podrían cambiar definitivamente el país. Esos argentinos se detienen, sobre todo, en el fin del descomunal gasto público; en el consecuente superávit fiscal; en la baja de la inflación; en las desregulaciones de la economía que anuncia el ministro Federico Sturzenegger; en la boleta única para votar el año próximo, o en la decisión de privatizar Aerolíneas Argentinas. Vale la pena releer el discurso del presidente de IDEA, Santiago Mignone, porque le reconoció al Gobierno lo que es ponderable, pero le reclamó también la designación de jueces irreprochables, probos y con formación intelectual (Ariel Lijo estaba sin estar) y el respeto a la Constitución y a la libertad de prensa y de expresión. Impecable.

Todavía no se sabe si habrá elecciones primarias (PASO) el año que viene, pero lo más probable es que las haya. Solo una ley del Congreso con la aprobación de la mayoría absoluta de las dos cámaras podría suprimirlas; es el procedimiento que indica la Constitución para las leyes electorales. Hay poco tiempo: este año se está agotando, y no se pueden –ni se deben– tomar decisiones electorales en un año electoral, como será el próximo. Encima, todavía falta el azar: la política depende también de hechos inesperados o inevitables, que son siempre inasibles para los políticos profesionales o amateurs.

 Tan inexplicable como reivindicar a Isabel Perón es que la dirigencia política se haya entusiasmado con las elecciones legislativas que sucederán dentro de un año. La experiencia no enseña nada. Hace justo un año, en el balotaje del 19 de noviembre de 2023, Javier Milei se imponía como presidente de la Nación. Hasta dos meses antes, la política presentía que el eventual futuro jefe del Estado sería Patricia Bullrich o Sergio Massa. Bullrich es ahora una disciplinada subordinada de Milei, y Massa pierde el tiempo participando en marchas estudiantiles. El poder, en síntesis, está en manos de quien la política no imaginaba en la Casa de Gobierno.Las discusiones electorales son también absurdas. Un sector del mileísmo (Karina Milei, por ejemplo) pone en discusión una probable alianza electoral con Pro. La última encuesta de Poliarquía contiene una lección para la hermana del Presidente. Midió a Cristina Kirchner y a Karina Milei como candidatas en la provincia de Buenos Aires, donde el próximo año se elegirán diputados nacionales, no senadores. Cristina Kirchner le ganaría a Karina Milei por ocho puntos (33 a 25). Pero si la hermana presidencial fuera en alianza con Pro alcanzaría los 40 puntos. Le ganaría a Cristina por 7 puntos. En esa encuesta, Karina Milei aporta sus 25 puntos y Diego Santilli, del partido de Mauricio Macri, contribuiría con 15 puntos. Juega en contra de la estrategia de Karina Milei una información de Poliarquía: Macri subió 5 puntos en la simpatía social, y ahora cuenta con 31 puntos a favor. En la vereda de enfrente, la supuesta discordia entre Cristina Kirchner y Axel Kicillof por el liderazgo del peronismo es igualmente ridícula. En primer lugar, ninguno de los dos es peronista. Cristina se imaginó siempre a sí misma como una instancia superadora del peronismo, que debería ser reemplazado, según ella, por una variante más de izquierda, bolivariana si se quiere. Kicillof viene de la izquierda universitaria; es un economista más cercano a Marx que a Keynes. El peronismo calla. Es célebre la vocación ciega del peronismo por la obediencia. Ya que han puesto de moda a Isabel Perón, es conveniente evocar que durante toda la década del 80 el peronismo se inclinaba ante ella, sin objetar nada, sin recordar nada. Llevaba el apellido Perón, justificaban los peronistas, y con eso les bastaba. Isabel fue una pésima presidenta de la Nación, que ayudó a instaurar la represión ilegal del Estado (con la Triple A de López Rega) frente a los crímenes de la insurgencia guerrillera, práctica que luego siguieron y perfeccionaron los militares, y colocó al país en medio del caos político, económico y social. Su influencia duró hasta que otro peronista, Carlos Menem, ganó una elección presidencial sin el dedo de Isabel. Nadie se puede explicar que una mujer sensata, como lo es la vicepresidenta Victoria Villarruel, haya decidido rehabilitar a un personaje que estaba bien guardado en el desván de la historia. Sucede lo mismo con Cristina Kirchner: el peronismo le teme, no ha sido seducido. ¿Saben todos ellos qué país los aguardará dentro de un año? No, ninguno. “Una semana es mucho tiempo en política”, decía el escritor y diplomático británico Harold Nicolson. Un año de política argentina se parece, entonces, a la eternidad.Es célebre la vocación ciega del peronismo por la obedienciaDos encuestadoras, Poliarquía e Isonomía, tuvieron resultados aparentemente contradictorios en su última medición. Mientras para Isonomía Milei lleva dos meses con la simpatía popular en caída, sobre todo en lo que se refiere a la aprobación de su gestión, para Poliarquía el Presidente logró recuperarse en octubre del descenso que sufrió en septiembre. El aspecto más novedoso de ambas encuestas es que el jefe del Estado conserva entre un 42 y un 52 por ciento de aprobación de su gestión. Novedoso porque no hay muchas experiencias, ni aquí ni en el exterior, de un ajuste de la economía tan fuerte como el que aplicó Milei sin grandes consecuencias sociales. Algunos analistas de opinión pública suponen que el fenómeno se debe a que el Presidente no tiene a nadie haciéndose cargo de una alternativa a él. Macri no puede elaborar un discurso de cerril oposición a Milei porque simplemente coincide con muchas de sus políticas, aunque disienta en la manera de instrumentarlas. No descarta, además, una alianza electoral el año próximo. El peronismo está pendiente de Cristina Kirchner, y ella solo habla de sí misma y de la interna partidaria. Cristina debe atravesar, además, la inminente sentencia de la Cámara de Casación por la corrupción en Vialidad en beneficio de Lázaro Báez. Es el caso que ya pasó por un juicio oral y en el que fue condenada a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Oportuna aclaración: la inhabilitación para ejercer cargos públicos no es una decisión que el juez pueda tomar o no. Es una pena inherente a la condena por administración fraudulenta del Estado, que es el delito que la Justicia le atribuye hasta ahora a la expresidenta. Ya votaron dos de los tres jueces de la Cámara de Casación (Mariano Borinsky y Gustavo Hornos) y falta el tercer voto, el del juez Diego Barroetaveña. La sentencia se dará a conocer el 13 de noviembre. Si la resolución de Casación fuera igual a la del tribunal oral, Cristina Kirchner apelará seguramente a la Corte Suprema, última instancia de la Justicia. Solo una resolución del máximo tribunal del país convierte una sentencia en “firme” y “definitiva”. La Corte no tiene plazos legales para expedirse, pero se los impondrá la opinión pública. Cristina Kirchner no es Menem, que se alejó del ejercicio activo de la política después de 2003; solo fue un senador más durante los años restantes. Al revés, y tal como se ve en los últimos días, Cristina no resigna su papel protagónico en el peronismo ni en la política. Aspira a liderar ese partido que no es suyo; a escribir el año próximo con su lapicera los nombres de los candidatos a legisladores nacionales y a elegir al candidato presidencial de 2027. La sociedad le reclamará a la Corte que decida cuanto antes si ella está en condiciones judiciales –o no– de hacer todo eso.Aquella encuesta de Poliarquía que coloca a Cristina Kirchner ganándole a Karina Milei en la provincia de Buenos Aires no es una buena noticia para la economía. Ya le sucedió a Macri: cuando Alberto Fernández ganó las elecciones primarias de agosto de 2019, al entonces presidente le restaban cuatro meses de gestión, pero nunca pudo controlar las variables económicas a partir de ese triunfo kirchnerista. Los inversores se espantan; los argentinos que pueden corren a comprar dólares, y los empresarios suben los precios de sus productos por las dudas. No sucederá eso ahora, pero es, por el momento, una mala novedad. Mientras tanto, nunca antes se había visto un apoyo social tan importante a decisiones profundas de la economía; a resoluciones que cambiarán la idea del Estado que tenían los argentinos, y a la reinstauración de una noción del orden público. Todo debe decirse: la ministra de Seguridad, Bullrich, perdió seis puntos de simpatía popular en los últimos dos meses, según Poliarquía. En cambio, la participación del ministro de Economía, Luis Caputo, en el seminario de IDEA se pareció a la actuación de un rockstar, salvo por la división que provoca entre los empresarios el cepo al dólar. Algunos comparten el criterio del ministro de que no es necesario levantarlo para que crezca la economía, pero otros sostienen todo lo contrario. No habrá una importante reactivación de la economía con cepo al dólar, dijo uno de los más destacados empresarios. Caputo respaldó su opinión sobre el cepo con ejemplos (China, Corea del Sur, Chile) que son muy distintos de la Argentina. Es probable que al Caputo ministro lo persiga la traumática experiencia como presidente del Banco Central de Macri, cuando no pudo frenar las corridas cambiarias. El cepo es más seguro. Para él.Al argentino común le va mal “en su metro cuadrado”, como describe uno de los más sagaces analistas de la sociedad. Es cierto: las tarifas de los servicios públicos son muy altas para los ingresos de los argentinos, y encima suben constantemente las expensas, las prepagas y los medicamentos. Nunca fue más cierto que ahora el argumento de que “no hay plata”. Y no la hay también porque la emisión de dinero espurio está prohibida. La clase media es la principal afectada (los sectores más pobres tienen subsidios y ayudas estatales de las que carecen los sectores medios), pero es a la vez el estrato social que intuye que las decisiones de Milei, las que toma sin insultar ni agraviar a nadie, podrían cambiar definitivamente el país. Esos argentinos se detienen, sobre todo, en el fin del descomunal gasto público; en el consecuente superávit fiscal; en la baja de la inflación; en las desregulaciones de la economía que anuncia el ministro Federico Sturzenegger; en la boleta única para votar el año próximo, o en la decisión de privatizar Aerolíneas Argentinas. Vale la pena releer el discurso del presidente de IDEA, Santiago Mignone, porque le reconoció al Gobierno lo que es ponderable, pero le reclamó también la designación de jueces irreprochables, probos y con formación intelectual (Ariel Lijo estaba sin estar) y el respeto a la Constitución y a la libertad de prensa y de expresión. Impecable.Todavía no se sabe si habrá elecciones primarias (PASO) el año que viene, pero lo más probable es que las haya. Solo una ley del Congreso con la aprobación de la mayoría absoluta de las dos cámaras podría suprimirlas; es el procedimiento que indica la Constitución para las leyes electorales. Hay poco tiempo: este año se está agotando, y no se pueden –ni se deben– tomar decisiones electorales en un año electoral, como será el próximo. Encima, todavía falta el azar: la política depende también de hechos inesperados o inevitables, que son siempre inasibles para los políticos profesionales o amateurs.  LA NACION

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