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Los dirigentes son un problema, y los demás, ¿qué hacen?

La ‘administración Tapia’ ya se burló de las reglas anteriormente. Siempre con los acólitos del momento, leales para los disparates. La palabra ‘unanimidad’ es imposible sin genuflexión. El ejercicio periodístico obliga a volver una y otra vez sobre sus culpas, pese al blindaje de indiferencia. La dirigencia futbolística, aun con sus renovaciones, conserva egoísmos y cobardías en dosis similares para sus andanzas: despreciar leyes y estatutos en plena competencia para inventar los torneos más ridículos del planeta. Todo tan vergonzoso como las adhesiones que muchos dirigentes, a escondidas, muestran luego de leer algunos artículos periodísticos. Pero cuando se trata de defender su tarea, que en ocasiones demanda rebelarse al menos desde el sentido común, solo obedecen a mano alzada. Triste.

Los dirigentes son los mayores responsables de esta descomposición. Desde la AFA volverán a argumentar que la modificación de los certámenes “está en línea con la tendencia continental y mundial”, esgrimiendo el alza de competidores en los torneos de la Conmebol y de la FIFA. El gigantismo empobrece la competencia, la devalúa, la licua. Ya ocurre con la actual Champions, se repetirá en el Mundial de Clubes, volverá a suceder en la Copa del Mundo de 2026. Y el Frankenstein de 30 cabezas regresará para sembrar terror en la Argentina… y risas en el mundo. Por cierto, ninguna liga competitiva del planeta reproduce semejante desquicio deportivo. La explicación de la AFA es un insulto.

En la Asamblea de la AFA no aparecieron dirigentes avergonzados, con franqueza para exponer su oposición y asumir los riesgos de su sinceridad. Ninguno quiere caer en desgracia porque, es verdad, el que se atreve a subir la voz, seguramente luego no será arropado ni por sus socios e hinchas. Al contrario, será lapidado por torpe e ingenuo, por haber agitado al poder cuando convenía vivir de sus migajas. Porque todos decimos odiar la trampa y los atropellos, salvo que nos beneficien. Nada humilla más que perder por gil. Y acá la responsabilidad del pestilente fútbol argentino alcanza a todos.

¿Qué sucedería si se atrevieran a comprometerse figuras relevantes? ¿Por qué no hasta algunos campeones del mundo? Hartos de no saber cómo explicar en Estados Unidos o en Europa los mamarrachos que se enquistaron en su país. Entrenadores, futbolistas, exjugadores, árbitros y hasta empresarios que con otro ‘producto’ podrían negociar mejor… cualquiera fuese el formato del club. Nunca brota algún movimiento mucho más vigoroso que la crítica de la prensa. Al menos para obligar al debate, para sembrar incomodidad entre tanto servilismo. El silencio aturde. Y naturalizar lo inadmisible lleva el peso de una sentencia.

La ‘administración Tapia’ ya se burló de las reglas anteriormente. Siempre con los acólitos del momento, leales para los disparates. La palabra ‘unanimidad’ es imposible sin genuflexión. El ejercicio periodístico obliga a volver una y otra vez sobre sus culpas, pese al blindaje de indiferencia. La dirigencia futbolística, aun con sus renovaciones, conserva egoísmos y cobardías en dosis similares para sus andanzas: despreciar leyes y estatutos en plena competencia para inventar los torneos más ridículos del planeta. Todo tan vergonzoso como las adhesiones que muchos dirigentes, a escondidas, muestran luego de leer algunos artículos periodísticos. Pero cuando se trata de defender su tarea, que en ocasiones demanda rebelarse al menos desde el sentido común, solo obedecen a mano alzada. Triste.

Los dirigentes son los mayores responsables de esta descomposición. Desde la AFA volverán a argumentar que la modificación de los certámenes “está en línea con la tendencia continental y mundial”, esgrimiendo el alza de competidores en los torneos de la Conmebol y de la FIFA. El gigantismo empobrece la competencia, la devalúa, la licua. Ya ocurre con la actual Champions, se repetirá en el Mundial de Clubes, volverá a suceder en la Copa del Mundo de 2026. Y el Frankenstein de 30 cabezas regresará para sembrar terror en la Argentina… y risas en el mundo. Por cierto, ninguna liga competitiva del planeta reproduce semejante desquicio deportivo. La explicación de la AFA es un insulto.

En la Asamblea de la AFA no aparecieron dirigentes avergonzados, con franqueza para exponer su oposición y asumir los riesgos de su sinceridad. Ninguno quiere caer en desgracia porque, es verdad, el que se atreve a subir la voz, seguramente luego no será arropado ni por sus socios e hinchas. Al contrario, será lapidado por torpe e ingenuo, por haber agitado al poder cuando convenía vivir de sus migajas. Porque todos decimos odiar la trampa y los atropellos, salvo que nos beneficien. Nada humilla más que perder por gil. Y acá la responsabilidad del pestilente fútbol argentino alcanza a todos.

¿Qué sucedería si se atrevieran a comprometerse figuras relevantes? ¿Por qué no hasta algunos campeones del mundo? Hartos de no saber cómo explicar en Estados Unidos o en Europa los mamarrachos que se enquistaron en su país. Entrenadores, futbolistas, exjugadores, árbitros y hasta empresarios que con otro ‘producto’ podrían negociar mejor… cualquiera fuese el formato del club. Nunca brota algún movimiento mucho más vigoroso que la crítica de la prensa. Al menos para obligar al debate, para sembrar incomodidad entre tanto servilismo. El silencio aturde. Y naturalizar lo inadmisible lleva el peso de una sentencia.

 Burlarse del reglamento a mano alzada, la insana costumbre que alumbra torneos ridículos  LA NACION

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