Choque de civilizaciones. Milei desafía la reconstrucción de Macri y de Cristina
Eran las 11 de la mañana del miércoles, la sesión de Diputados estaba por comenzar, y la ansiedad consumía a los principales operadores del oficialismo. “Decile que si quiere tener alguna chance de tener algún lugar en alguna lista con alguna posibilidad de entrar, se deje de joder y vote; no va a tener otra oportunidad”. Ese fue el mensaje que recibió de la Casa Rosada uno de los legisladores que se resistía hasta último momento a blindar el veto al financiamiento universitario. No menos tensos fueron los diálogos con los gobernadores, que terminaron siendo clave para llegar a los 85 votos salvadores, que recién quedaron garantizados cuando se inició el debate. Así de frágil es la defensa que ejerce el Gobierno sobre su plan económico y político.
Pero a juzgar por los resultados, la precariedad no siempre conspira contra el éxito. La votación en Diputados cerró la mejor semana para Javier Milei desde que llegó al poder, acompañada por una inflación que por fin perforó el piso del 4%, un clima financiero favorable expresado en el retroceso del dólar y el riesgo país, y el regalo de carambola que recibió del FMI con la baja de los sobrecargos. Como ocurre en estos casos, hubo euforia en la Casa Rosada, para los más cautos, excesiva.
La votación del miércoles exhibió la preferencia libertaria por los escenarios de fragmentación política, que le permiten sumar votos sin plata, apenas con promesas electorales y, con suerte, alguna partida perdida para 2025. Por ahora con eso le alcanza para construir minorías de resistencia, aunque ahora deberá ver si la receta también le sirve para reconstruir la mayoría que requerirá para el presupuesto. Los aliados de ayer amenazan con ser feroces oponentes mañana.
El Gobierno exhibe un rechazo filosófico a los acuerdos rígidos con otras fuerzas y se muestra más cómodo con la estrategia de customización, como si fuera un algoritmo que detecta las demandas individuales. A los legisladores les promete lugares en las listas; a los gobernadores, no competirles en forma abierta si no es estrictamente necesario. “En 2025 no nos importa de dónde vengan los candidatos, sólo que voten linealmente con nosotros. No queremos más patitos en la cabeza”, sintetizan.
Según un relevamiento de la consultora Trespuntozero, si se toman en cuenta las votaciones de la Ley Bases, de la movilidad jubilatoria, del financiamiento universitario, del DNU de la SIDE y de los dos vetos de Milei, hay 85 diputados que votaron siempre en contra, 31 que lo hicieron siempre a favor, y 141 con pronunciamientos oscilantes. De este último grupo, la mitad renueva sus bancas el año próximo, una proporción mayor que los que se han mantenido firmes en todos los temas. Por eso el Gobierno puede explotar a su favor la sumatoria de fragmentación más necesidad electoral, siempre y cuando La Libertad Avanza (LLA) se mantenga como un sello atractivo.
En el fondo Milei fuerza al sistema a una confrontación de modelos de construcción política. Él busca representar un nuevo tipo de liderazgo de carácter populista-digital, con una clara inclinación por la confrontación y la agresión, y una nitidez absoluta en su mensaje libertario. Intenta encarnar un fenómeno típico de la nueva derecha del siglo XXI. Marca así un contraste por las construcciones partidocráticas institucionalizadas típicas del siglo XX, como las que caracterizan a la UCR y hasta algún punto al PJ, pero en la que también abreva el Pro. El regreso de Mauricio Macri a la conducción de su fuerza, más el desembarco de Cristina Kirchner al frente del peronismo, marcan ese contraste. También las dificultades de Martín Lousteau para darle coherencia a un radicalismo en crisis, esta semana agravado por la polémica interna bonaerense. Todos buscan manejar “el aparato”, un concepto que desdeña Milei, para quien el armado nacional de LLA que encara su hermana es sólo un instrumento para no depender de los mercaderes de sellos. Su razón de ser es desafiar al sistema con otras reglas y evitar transformarse en parte del régimen.
Pero su mayor interpelación al sistema no es instrumental sino conceptual. ¿Para qué quieren el poder Macri o Cristina? ¿Pueden verbalizar un set de ideas o propuestas novedosas ante una sociedad que el año pasado buscó dar una vuelta de página histórica? ¿Qué representan hoy para el votante promedio? Macri podrá decir que mejor gestión y más institucionalidad; Cristina podrá hablar de la ayuda a los más desfavorecidos y un modelo productivista. Claramente son carencias troncales de un gobierno muy limitado en esos planos, pero no dejan de sonar como utopías retrospectivas. Quizás hoy la sociedad está demandando algo más. A eso apela Milei.
La verdad de la milanesa
Sólo bajo esta lógica de confrontación de modelos se entienden las dificultades de entendimiento con Macri, lo más cercano a los libertarios en el espectro ideológico. Después de un largo paréntesis marcado por la frustración, el expresidente volvió a reunirse hace tres semanas con Santiago Caputo. Milei le hizo llegar implícitamente el mensaje de que es imprescindible que se entienda con su asesor para seguir comiendo milanesas con él. Caputo representa hoy el pensamiento puro de los hermanos Milei. El misterio de la Santísima Trinidad revelado en el “triángulo de hierro”.
Ese primer encuentro entre Macri y Caputo fue ríspido y cargado de reproches. Hace diez días volvieron a encontrarse, y resultó un poco menos tortuoso. Pero de tanto conversar, empieza a quedar cada vez más claro para ambos que comparten ciertas premisas, pero que hablan en idiomas distintos. Por ejemplo: el expresidente reclama un acuerdo macro para darle estabilidad a los entendimientos. Para los libertarios eso implica compartir un poder que no están dispuestos a resignar y adelantar conflictos innecesarios.
Macri les habla de la necesidad de mejorar la gestión, de aprovechar la experiencia de sus cuadros técnicos, pero se encuentra enfrente con una visión distinta. “Él nos plantea una mirada de ingeniero, de hacer obras, casi municipal. Y para nosotros lo mejor sería transferir todo. El Estado ideal sería manejar sólo Economía, Defensa, Seguridad, Política Exterior y Justicia, y que del resto se ocupen las provincias y los municipios”, contrastan en el entorno de Milei. Así también se entiende la cosmovisión detrás del conflicto universitario, que los rectores buscan ahora retomar en la discusión del presupuesto 2025, donde aseguran que tendrán un recorte mayor al que sufrieron este año. Ya fueron invitados a la comisión para hablar del tema por parte de Miguel Pichetto, un aliado clave que perdió el oficialismo en el Congreso tras la discusión por el tema SIDE (“Está mal el instrumento, nene”, le reprochó entonces a Caputo en el último cruce).
En concreto, quedaron dos ámbitos de cooperación con el Pro. Por un lado, la articulación legislativa (no un interbloque), porque en la Casa Rosada admiten un gran desgaste en el esquema de acuerdos puntuales y están buscando algún mecanismo para lograr un blindaje más firme, al menos hasta diciembre. Ahí Macri derivó en Cristian Ritondo la gestión con Caputo. Y por el otro, identificaron el ámbito de la energía como un tema a cooperar. Descartada la posibilidad de un desembarco en Transporte y en Vialidad (Macri también habla mucho de la Hidrovía y de Yacyretá, algo que los libertarios no logran decodificar), la oportunidad surgió ante la probable salida del secretario Eduardo Rodríguez Chirillo, cuya tarea objeta Luis Caputo.
Esto abrió un diálogo entre Daniel González, el secretario coordinador del área (jefe de Rodríguez Chirillo en los hechos), y Emilio Apud, el referente del Pro en la materia. El sector energético está atravesando un momento expansivo, que se potenciaría con una eventual salida del cepo, pero las internas y cierto desorden en la gestión conspiran contra ese objetivo. No hay mucho más en el horizonte común. Las elecciones difícilmente ayuden a un acuerdo macro. En el Gobierno piensan en un esquema variable, tanto con el Pro, como con la UCR y algunos peronistas. Incluso hablan abiertamente de una competencia en la ciudad de Buenos Aires. El último diálogo telefónico entre Milei y Macri, después del voto universitario, terminó con una advertencia del expresidente: fue la última ayuda sin contraprestación. El problema es que ya había dicho lo mismo tras la Ley Bases.
Macri vive esta relación ambigua con ansiedad; preferiría más certezas. Duda entre la dureza y la colaboración, entre el perfil propio y el desperfilamiento. Sabe que Milei lo seduce y lo engaña, pero no encuentra todavía un modo de ejercer poder sin quedar como un obstruccionista funcional al kirchnerismo. Se lo notó incómodo con el tema universitario. La semana pasada había enviado a su tropa un mensaje de inflexibilidad, pero cuando este lunes encabezó un zoom con el bloque de diputados, terminó avalando el acompañamiento al veto. Habría dos explicaciones para ese giro. La primera, que en la bancada del Pro ya había una veintena de diputados a favor, con lo cual se arriesgaba a liderar una votación partida. El anticipo de Diego Santilli en favor del Gobierno fue clave para inclinar posturas. Al final Macri también presionó sobre legisladoras como Silvia Lospennato o María Eugenia Vidal, que dudaron hasta último minuto. La segunda, el carácter de la marcha de la semana anterior, más politizada y menos numerosa que la primera, al menos en Buenos Aires.
Qué hacés, perdida
Pocas decisiones de Cristina Kirchner generaron más hipótesis que su repentino interés por presidir el PJ. La más estratégica tendría que ver con recuperar capacidad de decisión en las listas del año próximo a partir de una merma en su poder, limitar la influencia de los gobernadores, obturar la renovación partidaria y validar el accionar de La Cámpora. Todo cobra sentido con una candidatura suya en la provincia en 2025, algo que reconoció en algunas charlas privadas, y que ella imagina como un golpe vital en el plan de Milei. Otros vinculan su decisión con la aprobación de la Boleta Única, que le quita efecto al arrastre de las listas nacionales sobre las provinciales, con lo cual el kirchnerismo perdió un instrumento de disciplinamiento interno. Y finalmente, como siempre, el factor judicial, con la presumible ratificación de la condena en el caso Vialidad, que quedó postergada para el 13 de noviembre.
Este atraso generó múltiples interpretaciones. Algunos creen que incidió el Gobierno para abrirle una ventana a Cristina para que en el medio mande a votar a Ariel Lijo para la Corte Suprema. En el Gobierno lo niegan y dicen que es una ventana que abrieron los propios camaristas para ver si prosperaba la idea de la ampliación de la Corte y un acuerdo por la Procuración con la ilusión de poder ser incluidos en la ronda de nombres. Lo único cierto es que Cristina está convencida de que Lijo la presiona a través de su influencia en la Casación y que por eso no termina de habilitar su candidatura para la Corte. Algunos incluso especulan con que el silencio de ella sobre su postulación podría ser un gesto hacia Horacio Rosatti, Carlos Rosencrantz y Juan Carlos Maqueda. “Yo frené a Lijo, que no lo querían; cuando llegue mi apelación en Vialidad, acuérdense”, sería el metamensaje.
El más afectado por la decisión de Cristina es sin dudas Axel Kicillof, quien fue sorprendido en medio de su viaje a México. El vínculo entre ellos está prácticamente roto. No hablan hace tiempo y la desconfianza se impuso con fuerza. Ella lo critica duramente en privado, incluso por su gestión económica cuando era ministro. En el entorno del gobernador dicen sentir “estupor” por el abrupto cambio en la relación, y se quejan porque el kirchnerismo puro le obstaculiza la gestión en vez de ayudarlo. Kicillof estaría dispuesto a acercar posiciones, pero a cambio de que le garanticen una voz en el armado de listas bonaerenses el año próximo, un atributo que Máximo Kirchner no contempla.
En el medio quedó Ricardo Quintela, quien hace meses camina el país ante la indiferencia kirchnerista. “Él los llamó para avisarles de su proyecto, y nunca lo atendieron. Ahora lo llaman a él para decirles que todo cambió, y él no los atendió. A nosotros nos admitió: ´No los atendí porque no sé qué decirles´”. Kicillof instó a Quintela a que no se baje y Quintela le aseguró que no acordaría nada que no comprenda sus intereses. En el medio, el peronismo bonaerense quedó en ebullición y división. De hecho circuló un listado con los intendentes que quedaron en cada bando. Del lado Cristina de la vida estarían Gustavo Menéndez, Mayra Mendoza, Gastón Granados, Julián Álvarez, Damián Selci, Federico Otermín, Nicolás Mantegazza, Mariel Fernández, Federico Achával, Ariel Sujarchuk, Leonardo Nardini y Julio Zamora. Del lado de Axel, Mariano Cascallares, Fernando Moreira, Fernando Espinoza, Julio Alak, Mario Secco, Fabián Cagliardi, Juan José Mussi, Jorge Ferraresi, Mario Ishii, Pablo Descalzo, Lucas Ghi y Fernando Gray.
Claramente la discusión peronista está centrada en la provincia de Buenos Aires, más específicamente en el conurbano. Es el corazón del poder kirchnerista y donde Cristina tiene encuestas que le dicen que sumaría el 37% de los votos. Ella entiende que el escenario de tercios que había el año pasado está mutando en otro de mitades, donde rige una polarización con Milei. El peronismo silvestre del interior está en otra sintonía, más allá de que los gobernadores Gildo Insfrán, Sergio Ziliotto y Gustavo Melella acompañen a Cristina. Y Sergio Massa mandó a avisar que no se olviden de él, advirtiendo que iría con una tercera corriente interna (aunque podría tener un disgusto personal si el papa Francisco repite en público lo que dijo en alguna conversación privada respecto de quién sería el funcionario que, según le contó Juan Grabois, habría pedido una coima). En lo único en que coinciden todas las tribus, es que ir a una interna por la conducción del PJ sería una masacre. Hoy no hay ni un estatuto electoral vigente.
Para Milei es una confirmación de que esa estructura es parte del pasado. Mientras tanto, apuesta a improvisar un juego riesgoso, de equilibrios inestables, de lealtades fugaces, de institucionalidad dudosa y de éxito incierto. En el fondo, nunca dejó de ser un temerario.
Eran las 11 de la mañana del miércoles, la sesión de Diputados estaba por comenzar, y la ansiedad consumía a los principales operadores del oficialismo. “Decile que si quiere tener alguna chance de tener algún lugar en alguna lista con alguna posibilidad de entrar, se deje de joder y vote; no va a tener otra oportunidad”. Ese fue el mensaje que recibió de la Casa Rosada uno de los legisladores que se resistía hasta último momento a blindar el veto al financiamiento universitario. No menos tensos fueron los diálogos con los gobernadores, que terminaron siendo clave para llegar a los 85 votos salvadores, que recién quedaron garantizados cuando se inició el debate. Así de frágil es la defensa que ejerce el Gobierno sobre su plan económico y político.
Pero a juzgar por los resultados, la precariedad no siempre conspira contra el éxito. La votación en Diputados cerró la mejor semana para Javier Milei desde que llegó al poder, acompañada por una inflación que por fin perforó el piso del 4%, un clima financiero favorable expresado en el retroceso del dólar y el riesgo país, y el regalo de carambola que recibió del FMI con la baja de los sobrecargos. Como ocurre en estos casos, hubo euforia en la Casa Rosada, para los más cautos, excesiva.
La votación del miércoles exhibió la preferencia libertaria por los escenarios de fragmentación política, que le permiten sumar votos sin plata, apenas con promesas electorales y, con suerte, alguna partida perdida para 2025. Por ahora con eso le alcanza para construir minorías de resistencia, aunque ahora deberá ver si la receta también le sirve para reconstruir la mayoría que requerirá para el presupuesto. Los aliados de ayer amenazan con ser feroces oponentes mañana.
El Gobierno exhibe un rechazo filosófico a los acuerdos rígidos con otras fuerzas y se muestra más cómodo con la estrategia de customización, como si fuera un algoritmo que detecta las demandas individuales. A los legisladores les promete lugares en las listas; a los gobernadores, no competirles en forma abierta si no es estrictamente necesario. “En 2025 no nos importa de dónde vengan los candidatos, sólo que voten linealmente con nosotros. No queremos más patitos en la cabeza”, sintetizan.
Según un relevamiento de la consultora Trespuntozero, si se toman en cuenta las votaciones de la Ley Bases, de la movilidad jubilatoria, del financiamiento universitario, del DNU de la SIDE y de los dos vetos de Milei, hay 85 diputados que votaron siempre en contra, 31 que lo hicieron siempre a favor, y 141 con pronunciamientos oscilantes. De este último grupo, la mitad renueva sus bancas el año próximo, una proporción mayor que los que se han mantenido firmes en todos los temas. Por eso el Gobierno puede explotar a su favor la sumatoria de fragmentación más necesidad electoral, siempre y cuando La Libertad Avanza (LLA) se mantenga como un sello atractivo.
En el fondo Milei fuerza al sistema a una confrontación de modelos de construcción política. Él busca representar un nuevo tipo de liderazgo de carácter populista-digital, con una clara inclinación por la confrontación y la agresión, y una nitidez absoluta en su mensaje libertario. Intenta encarnar un fenómeno típico de la nueva derecha del siglo XXI. Marca así un contraste por las construcciones partidocráticas institucionalizadas típicas del siglo XX, como las que caracterizan a la UCR y hasta algún punto al PJ, pero en la que también abreva el Pro. El regreso de Mauricio Macri a la conducción de su fuerza, más el desembarco de Cristina Kirchner al frente del peronismo, marcan ese contraste. También las dificultades de Martín Lousteau para darle coherencia a un radicalismo en crisis, esta semana agravado por la polémica interna bonaerense. Todos buscan manejar “el aparato”, un concepto que desdeña Milei, para quien el armado nacional de LLA que encara su hermana es sólo un instrumento para no depender de los mercaderes de sellos. Su razón de ser es desafiar al sistema con otras reglas y evitar transformarse en parte del régimen.
Pero su mayor interpelación al sistema no es instrumental sino conceptual. ¿Para qué quieren el poder Macri o Cristina? ¿Pueden verbalizar un set de ideas o propuestas novedosas ante una sociedad que el año pasado buscó dar una vuelta de página histórica? ¿Qué representan hoy para el votante promedio? Macri podrá decir que mejor gestión y más institucionalidad; Cristina podrá hablar de la ayuda a los más desfavorecidos y un modelo productivista. Claramente son carencias troncales de un gobierno muy limitado en esos planos, pero no dejan de sonar como utopías retrospectivas. Quizás hoy la sociedad está demandando algo más. A eso apela Milei.
La verdad de la milanesa
Sólo bajo esta lógica de confrontación de modelos se entienden las dificultades de entendimiento con Macri, lo más cercano a los libertarios en el espectro ideológico. Después de un largo paréntesis marcado por la frustración, el expresidente volvió a reunirse hace tres semanas con Santiago Caputo. Milei le hizo llegar implícitamente el mensaje de que es imprescindible que se entienda con su asesor para seguir comiendo milanesas con él. Caputo representa hoy el pensamiento puro de los hermanos Milei. El misterio de la Santísima Trinidad revelado en el “triángulo de hierro”.
Ese primer encuentro entre Macri y Caputo fue ríspido y cargado de reproches. Hace diez días volvieron a encontrarse, y resultó un poco menos tortuoso. Pero de tanto conversar, empieza a quedar cada vez más claro para ambos que comparten ciertas premisas, pero que hablan en idiomas distintos. Por ejemplo: el expresidente reclama un acuerdo macro para darle estabilidad a los entendimientos. Para los libertarios eso implica compartir un poder que no están dispuestos a resignar y adelantar conflictos innecesarios.
Macri les habla de la necesidad de mejorar la gestión, de aprovechar la experiencia de sus cuadros técnicos, pero se encuentra enfrente con una visión distinta. “Él nos plantea una mirada de ingeniero, de hacer obras, casi municipal. Y para nosotros lo mejor sería transferir todo. El Estado ideal sería manejar sólo Economía, Defensa, Seguridad, Política Exterior y Justicia, y que del resto se ocupen las provincias y los municipios”, contrastan en el entorno de Milei. Así también se entiende la cosmovisión detrás del conflicto universitario, que los rectores buscan ahora retomar en la discusión del presupuesto 2025, donde aseguran que tendrán un recorte mayor al que sufrieron este año. Ya fueron invitados a la comisión para hablar del tema por parte de Miguel Pichetto, un aliado clave que perdió el oficialismo en el Congreso tras la discusión por el tema SIDE (“Está mal el instrumento, nene”, le reprochó entonces a Caputo en el último cruce).
En concreto, quedaron dos ámbitos de cooperación con el Pro. Por un lado, la articulación legislativa (no un interbloque), porque en la Casa Rosada admiten un gran desgaste en el esquema de acuerdos puntuales y están buscando algún mecanismo para lograr un blindaje más firme, al menos hasta diciembre. Ahí Macri derivó en Cristian Ritondo la gestión con Caputo. Y por el otro, identificaron el ámbito de la energía como un tema a cooperar. Descartada la posibilidad de un desembarco en Transporte y en Vialidad (Macri también habla mucho de la Hidrovía y de Yacyretá, algo que los libertarios no logran decodificar), la oportunidad surgió ante la probable salida del secretario Eduardo Rodríguez Chirillo, cuya tarea objeta Luis Caputo.
Esto abrió un diálogo entre Daniel González, el secretario coordinador del área (jefe de Rodríguez Chirillo en los hechos), y Emilio Apud, el referente del Pro en la materia. El sector energético está atravesando un momento expansivo, que se potenciaría con una eventual salida del cepo, pero las internas y cierto desorden en la gestión conspiran contra ese objetivo. No hay mucho más en el horizonte común. Las elecciones difícilmente ayuden a un acuerdo macro. En el Gobierno piensan en un esquema variable, tanto con el Pro, como con la UCR y algunos peronistas. Incluso hablan abiertamente de una competencia en la ciudad de Buenos Aires. El último diálogo telefónico entre Milei y Macri, después del voto universitario, terminó con una advertencia del expresidente: fue la última ayuda sin contraprestación. El problema es que ya había dicho lo mismo tras la Ley Bases.
Macri vive esta relación ambigua con ansiedad; preferiría más certezas. Duda entre la dureza y la colaboración, entre el perfil propio y el desperfilamiento. Sabe que Milei lo seduce y lo engaña, pero no encuentra todavía un modo de ejercer poder sin quedar como un obstruccionista funcional al kirchnerismo. Se lo notó incómodo con el tema universitario. La semana pasada había enviado a su tropa un mensaje de inflexibilidad, pero cuando este lunes encabezó un zoom con el bloque de diputados, terminó avalando el acompañamiento al veto. Habría dos explicaciones para ese giro. La primera, que en la bancada del Pro ya había una veintena de diputados a favor, con lo cual se arriesgaba a liderar una votación partida. El anticipo de Diego Santilli en favor del Gobierno fue clave para inclinar posturas. Al final Macri también presionó sobre legisladoras como Silvia Lospennato o María Eugenia Vidal, que dudaron hasta último minuto. La segunda, el carácter de la marcha de la semana anterior, más politizada y menos numerosa que la primera, al menos en Buenos Aires.
Qué hacés, perdida
Pocas decisiones de Cristina Kirchner generaron más hipótesis que su repentino interés por presidir el PJ. La más estratégica tendría que ver con recuperar capacidad de decisión en las listas del año próximo a partir de una merma en su poder, limitar la influencia de los gobernadores, obturar la renovación partidaria y validar el accionar de La Cámpora. Todo cobra sentido con una candidatura suya en la provincia en 2025, algo que reconoció en algunas charlas privadas, y que ella imagina como un golpe vital en el plan de Milei. Otros vinculan su decisión con la aprobación de la Boleta Única, que le quita efecto al arrastre de las listas nacionales sobre las provinciales, con lo cual el kirchnerismo perdió un instrumento de disciplinamiento interno. Y finalmente, como siempre, el factor judicial, con la presumible ratificación de la condena en el caso Vialidad, que quedó postergada para el 13 de noviembre.
Este atraso generó múltiples interpretaciones. Algunos creen que incidió el Gobierno para abrirle una ventana a Cristina para que en el medio mande a votar a Ariel Lijo para la Corte Suprema. En el Gobierno lo niegan y dicen que es una ventana que abrieron los propios camaristas para ver si prosperaba la idea de la ampliación de la Corte y un acuerdo por la Procuración con la ilusión de poder ser incluidos en la ronda de nombres. Lo único cierto es que Cristina está convencida de que Lijo la presiona a través de su influencia en la Casación y que por eso no termina de habilitar su candidatura para la Corte. Algunos incluso especulan con que el silencio de ella sobre su postulación podría ser un gesto hacia Horacio Rosatti, Carlos Rosencrantz y Juan Carlos Maqueda. “Yo frené a Lijo, que no lo querían; cuando llegue mi apelación en Vialidad, acuérdense”, sería el metamensaje.
El más afectado por la decisión de Cristina es sin dudas Axel Kicillof, quien fue sorprendido en medio de su viaje a México. El vínculo entre ellos está prácticamente roto. No hablan hace tiempo y la desconfianza se impuso con fuerza. Ella lo critica duramente en privado, incluso por su gestión económica cuando era ministro. En el entorno del gobernador dicen sentir “estupor” por el abrupto cambio en la relación, y se quejan porque el kirchnerismo puro le obstaculiza la gestión en vez de ayudarlo. Kicillof estaría dispuesto a acercar posiciones, pero a cambio de que le garanticen una voz en el armado de listas bonaerenses el año próximo, un atributo que Máximo Kirchner no contempla.
En el medio quedó Ricardo Quintela, quien hace meses camina el país ante la indiferencia kirchnerista. “Él los llamó para avisarles de su proyecto, y nunca lo atendieron. Ahora lo llaman a él para decirles que todo cambió, y él no los atendió. A nosotros nos admitió: ´No los atendí porque no sé qué decirles´”. Kicillof instó a Quintela a que no se baje y Quintela le aseguró que no acordaría nada que no comprenda sus intereses. En el medio, el peronismo bonaerense quedó en ebullición y división. De hecho circuló un listado con los intendentes que quedaron en cada bando. Del lado Cristina de la vida estarían Gustavo Menéndez, Mayra Mendoza, Gastón Granados, Julián Álvarez, Damián Selci, Federico Otermín, Nicolás Mantegazza, Mariel Fernández, Federico Achával, Ariel Sujarchuk, Leonardo Nardini y Julio Zamora. Del lado de Axel, Mariano Cascallares, Fernando Moreira, Fernando Espinoza, Julio Alak, Mario Secco, Fabián Cagliardi, Juan José Mussi, Jorge Ferraresi, Mario Ishii, Pablo Descalzo, Lucas Ghi y Fernando Gray.
Claramente la discusión peronista está centrada en la provincia de Buenos Aires, más específicamente en el conurbano. Es el corazón del poder kirchnerista y donde Cristina tiene encuestas que le dicen que sumaría el 37% de los votos. Ella entiende que el escenario de tercios que había el año pasado está mutando en otro de mitades, donde rige una polarización con Milei. El peronismo silvestre del interior está en otra sintonía, más allá de que los gobernadores Gildo Insfrán, Sergio Ziliotto y Gustavo Melella acompañen a Cristina. Y Sergio Massa mandó a avisar que no se olviden de él, advirtiendo que iría con una tercera corriente interna (aunque podría tener un disgusto personal si el papa Francisco repite en público lo que dijo en alguna conversación privada respecto de quién sería el funcionario que, según le contó Juan Grabois, habría pedido una coima). En lo único en que coinciden todas las tribus, es que ir a una interna por la conducción del PJ sería una masacre. Hoy no hay ni un estatuto electoral vigente.
Para Milei es una confirmación de que esa estructura es parte del pasado. Mientras tanto, apuesta a improvisar un juego riesgoso, de equilibrios inestables, de lealtades fugaces, de institucionalidad dudosa y de éxito incierto. En el fondo, nunca dejó de ser un temerario.
El Presidente apuesta al riesgoso juego de defender su gestión con acuerdos tácticos y promesas electorales; confronta así el modelo de armado político que los expresidentes intentan recomponer en sus partidos LA NACION