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Erica Benner: “La gran asesina de las democracias es la desigualdad”

Una niña de 14 años espera su turno para saludarla. Erica Benner acaba de participar de un panel en el Hay Festival Segovia, celebrado en un antiguo monasterio del siglo XII, propiedad de la IE University. Benner, filósofa política, habla con dos jóvenes universitarios que han venido a escucharla desde Madrid. Nacida en Tokio y criada en Japón y en los Estados Unidos, ocupó cargos académicos en St. Antony’s College en la Universidad de Oxford, en la London School of Economics y en la Universidad de Yale. Hoy enseña en la Hertie School de Berlín, donde reside. Presidenta de la Sociedad Europea para la Historia del Pensamiento Político, se ha vuelto una referencia en el estudio de las democracias. Su primer libro, Really Existing Nationalisms (1995), y su biografía sobre Maquiavelo, Be Like the Fox: Machiavelli’s Lifelong Quest for Freedom (2018), fueron celebrados por la crítica.

Ahora acaba de publicar Aventuras en democracia. El turbulento mundo del poder popular (Crítica), uno de los libros del año, según The Financial Times, donde analiza distintos hechos del pasado para iluminar el presente. En él reflexiona acerca de la responsabilidad individual en el cuidado de la democracia y analiza el auge de los populismos. “Cuando las personas están desesperadas, buscan a alguien fuerte para darle un poder que transmite una sensación de crecimiento, aunque sea artificial. Pero el hecho de que lo respalden no significa que necesariamente confíen en él”, afirma.

Erica Benner piensa un momento antes de responder a la primera pregunta, que apunta a establecer el origen del actual debilitamiento de las democracias en Occidente. “Si tuviera que brindar una respuesta simple diría que con la desigualdad –responde–. El fenómeno se activa cuando la desigualdad crece y cuando las autoridades no se ocupan de resolverla. Es la gran asesina de las democracias. Esta idea de que tenés un sistema político que les brinda una voz a todos depende de que no haya desigualdad económica. Pero tampoco de otro tipo; por ejemplo, entre hombres y mujeres. La democracia funciona donde las minorías no se sienten ignoradas. Si no cumple con este objetivo, emerge el descontento”.

Las redes sociales y el mundo digital han reducido la calidad del debate público. Han simplificado los mensajes en beneficio de la imagen

–Señala que es un momento en el que deberíamos empezar a pensar en diseñar nuevas instituciones porque muchas de la que conservamos no han sido efectivas. ¿Qué tipo de instituciones?

–Creo que el punto de partida, y es un tema que está siendo cada vez más discutido, es la participación ciudadana. Las asambleas y distintos cuerpos colectivos donde los ciudadanos puedan convertirse en asesores de los gobiernos en políticas particulares. Asambleas donde se vea representada una muestra de la ciudadanía mediante una selección al azar, con sus demografías, contextos e ideologías políticas diversas. Puede ser una participación presencial u online, amplia o más reducida, a modo de jurado. Pero lo importante es que los mensajes de la ciudadanía lleguen a las autoridades.

–¿Con qué periodicidad deberían reunirse estos cuerpos colectivos? ¿O deberían funcionar de modo permanente?

–La idea es que no sean permanentes, para que no sufran la influencia de determinado interés. Más bien, los ciudadanos podrían ser reunidos para ocasiones específicas, de modo que los integrantes de estos cuerpos se vayan renovando periódicamente. El objetivo es desprofesionalizar la política para que quienes la ejercen entren y salgan de la función pública sin buscar permanecer para siempre en el poder. Esta es la idea que tenía la democracia en Atenas, así como la república romana y la República de Florencia. En ellas el punto clave era que nadie podía estar demasiado tiempo en el poder, para que no pudiera acumularlo. Si alguien permanecía en él más tiempo de lo debido, no lo hacía oficialmente, sino que se convertía en tirano.

–O se comportaban como tiranos…

–Sí, como el gran Pericles. Las personas piensan que fue la gran voz de la democracia, pero en realidad estuvo durante cuarenta años en el poder. Era un demagogo.

–Escribe a menudo sobre el concepto de hibris, es decir, sobre el modo en el que ciertos líderes tienden a la desmesura y la arrogancia, al punto de cometer bullying contra determinados sectores. ¿Cómo definiría este comportamiento?

–Es un sentido exagerado del poder por parte de quien lo posee. La hibris supone un sentido de la propia fuerza y una sensación de privilegio peligrosamente irreales. Los contagiados de hibris ignoran que el poder tiene sus límites. Los ciudadanos de democracias sólidas también pueden contagiarse del virus de la hibris y caer en la tentación del poder, la riqueza y la fama. Una de las señales más claras de hibris es creer que uno mismo o la propia democracia son inmunes a ella.

–¿Este tipo de líderes se hacen fuertes porque los ciudadanos se lo permitimos? ¿Qué cataliza la proliferación de la hibris en tantos mandatarios de la actualidad alrededor del globo?

–En el liderazgo siempre ha habido hibris, desde la Antigüedad. Heródoto ha escrito sobre la hibris de ciertos líderes, como la del déspota Jerjes, de Persia, quien sobrestimó su propio poder e intentó conquistar a todos los griegos. La pregunta que nos deberíamos hacer es de qué modo podemos evitar que los líderes se conviertan en tiranos. Porque es algo casi natural: quienes están en el poder quieren más poder para que su autoridad e influencia se ejerza de modo efectivo y exitoso. Debemos estudiar la cuestión de la inestabilidad social, porque estas personalidades desmesuradas emergen en contextos donde las personas sin poder buscan una especie de mesías que, precisamente, acumule poder. Cuando las personas están desesperadas, buscan a alguien fuerte para darle un poder que transmite una sensación de crecimiento, aunque sea artificial. Pero el hecho de que lo respalden no significa que necesariamente confíen en él.

–¿En qué momento o ante qué actitud los ciudadanos de una democracia republicana deben preocuparse por el accionar de un líder al frente del Estado?

–Hay situaciones en las que la democracia empieza a sentirse como un monólogo y no como un escenario donde se baten a duelo sin violencia diferentes puntos de vista. Los aspirantes a tiranos intentan monopolizar los canales de información y penalizar las opiniones de los opositores.

Un tema cada vez más discutido para revitalizar a las democracias es la participación ciudadana, en asambleas o distintos cuerpos colectivos

–Uno de los problemas de la democracia es el modo en el que algunos gobiernos o líderes avanzan sobre la prensa y sobre los periodistas en particular. Usted escribe que el periodismo es un poder que debe proveer información chequeada. ¿De qué modo puede continuar prestando ese servicio cuando se multiplican los ataques desde el poder?

– Creo que lo que estamos viendo hoy en el terreno digital es que el periodismo no se rinde y que sigue luchando. No se ha amedrentado. Y lo importante es que no cese la corroboración de la información que publica.

–En algunas democracias su trabajo se complica. En la Argentina, por ejemplo, el Gobierno ha limitado el acceso a la información pública mediante un decreto.

–Aquí es donde yo quiero preguntarte sobre la Argentina, porque no conozco bien el contexto. En estas cuestiones la historia del país es relevante, el modo en el que la democracia fue formada importa, así como también el modo en el que sus instituciones funcionan para mantener la estabilidad democrática. Es importante saber de dónde venimos, pero también hacia qué democracia estamos yendo. Convivimos con muchas decisiones y personas que no nos gustan, pero la premisa debe ser mantener la habilidad para discutir de modo constructivo. Distingo entre lo que llamo incivilidad activa y pasiva. Esto es, entre los insultos y abusos directos, por un lado, y negarse a interactuar con personas que no están de acuerdo con nosotros, por el otro. Esta última es más peligrosa. Las sociedades que tuvieron tormentas y crisis políticas de mayor gravedad, así como momentos de inestabilidad, por ejemplo España, Japón, Alemania, la Argentina y otros países de América Latina, se enfrentan a cuestiones que se mantienen en silencio, cuestiones de los que no se debe hablar y así surge el tabú. Así, las personas que están descontentas estarán más descontentas aún.

Un triunfo de Trump sería un gran desafío para quienes quieren que la democracia signifique que las personas tengan voz y autodeterminación

–¿Cree que hoy los debates en el seno de la sociedad han perdido profundidad? ¿Hay menos racionalidad y más apelación a las pasiones en el discurso político?

–Las redes sociales y el mundo digital han reducido la calidad del debate público. Han simplificado los mensajes e ideas democráticas en beneficio de imágenes. Se busca el impacto visual y emocional, en mensajes que no habilitan una discusión constructiva. Muchos de ellos incluso son difíciles de rebatir, salvo que se pueda probar que se trata de información falsa. Pero, al mismo tiempo, los jóvenes que se criaron con la eclosión de las fake news y con la inteligencia artificial pueden detectar más fácilmente las mentiras. Dicen: “No somos estúpidos”. Gracias a internet las personas se pueden conectar globalmente y esto sigue siendo positivo, porque supone una amenaza para los gobiernos que intentan cometer abusos de poder. “Estos gobiernos intentan asustarnos, vamos a luchar contra eso. Tenemos el poder online”, dicen los que se enfrentan a esos abusos y así desafían a estos líderes. Por ejemplo, en Kenia hay un movimiento prodemocrático muy fuerte y, aunque pongan sus vidas en peligro, estos activistas se levantan contra el gobierno actual.

– Sostiene que debemos empezar, como individuos, a pensar y a actuar consecuentemente para defender la democracia. ¿De qué modo?

–No soy una académica institucional. Soy una académica de filosofía y de historia de las ideas. Debo decir, ante esta pregunta, que mi impresión proviene de lo que hablo con muchas personas, en particular con jóvenes. He advertido, en las protestas de alumnos para terminar la violencia en la Franja de Gaza, un movimiento global. Me parece un dato positivo, siempre que la preocupación no sea tomar partido por Israel o por Palestina, sino que se manifieste por el cese de la violencia en Medio Oriente. En estos reclamos humanitarios surge también un modo de pensar en la democracia y en aquello que se puede hacer por ella en nuestros propios países.

–La Argentina tiene una gran población de origen judía. Tristemente, han surgido también con los reclamos humanitarios discursos antisemitas y de odio. Junto con las voces de personas que quieren democracia y paz, surgen también discursos antisemitas.

–Ha sido shockeante. En Alemania, donde vivo, esto ha sido muy intenso y allí hay una gran población judía. No queremos que regrese el antisemitismo. Lo que no podemos hacer es permitir que se silencien discusiones en torno a la derechos humanos o al abuso gubernamental. Y surge una pregunta, ¿a qué llamábamos antisemitismo antes y a qué llamamos antisemitismo ahora? La diferencia es que el de hoy, motivado por lo que ocurre en Medio Oriente, es político y no racial.

A un líder populista es posible quebrarlo; a un líder autoritario, no. Pero cuidado, un líder populista puede convertirse en autoritario

– Los jóvenes la siguen, la estudian. ¿Por qué considera que es un segmento de la ciudadanía clave para sostener la salud de la democracia?

–Los jóvenes son cruciales para la democracia porque deben mostrar una determinación y una voluntad propias para actuar en un mundo donde todos les dicen que las cosas están fuera de control. Muchos de ellos se sienten indefensos y le temen al mañana. Me preocupa además que tantos jóvenes vivan en el mundo online, lo que indudablemente afecta su existencia. Me refiero en particular al modo en que los incita a la competencia y a la perfección, a partir de las imágenes que circulan en el espacio de la Web.

– En la Argentina el voto es obligatorio. ¿Piensa que debería ser opcional?

– Sugiero que las asambleas ciudadanas sean obligatorias, del mismo modo en el que un juicio por jurados lo es, a la hora de convocar a la ciudadanía. En cuanto al voto, confieso que solo he votado algunas veces en mi vida. No creo que el voto deba ser obligatorio. Hay que contemplar también a quienes no se deciden a quién votar o no les interesa apoyar a ningún líder en particular.

–¿De qué modo distinguiría el populismo de un gobierno autoritario?

– Hay un amplio espectro entre ambos. En cada caso concreto hay que analizar los conflictos particulares de la sociedad en cuestión, y también el modo en el que actúan las instituciones. Cuando hay insatisfacción social, los ciudadanos le brindan una gran cuota de poder a un líder. Hoy llamaríamos populista al demagogo, una figura que ha existido siempre, cuyo poder depende del apoyo del pueblo. Pero hay una diferencia. A un líder populista es posible quebrarlo; a un líder autoritario, no. Pero cuidado, un líder populista puede convertirse en un líder autoritario. Si esto ocurre, es mejor no entrar en pánico. Se necesitan personas reflexivas que adviertan sobre lo que está pasando.

–¿Cómo se verá afectada mundialmente la democracia si Donald Trump gana las elecciones en Estados Unidos?

– Será un gran desafío para quienes quieren que la democracia signifique que las personas tengan voz y autodeterminación. En la historia, la democracia plena nunca ha tenido una larga vida, pero tras cada caída se ha levantado en busca soluciones y nuevas vías. Si llegara a ganar Trump, será también una invitación para ser más creativos.

EXPERTA EN HISTORIA DE LAS IDEAS

Perfil: Erica Benner

De origen británico, Erica Benner nació en Tokio y creció en Japón y en el Reino Unido.

Obtuvo su doctorado en Filosofía por Oxford.

Especializada en la historia de las ideas políticas, ha ocupado cargos académicos en el St. Antony’s college de Oxford, en la London School of Economics y en la Universidad de Yale.

Hoy enseña en la Hertie School de Berlín, donde reside

Es autora de varios libros, entre ellos Really Existing Nationalisms (1995) y Be Like the Fox. Machiavelli’s Lifelong Quest for Freedom (2017), nominado a mejor libro de 2017 por el diario The Guardian y al premio Elizabeth Longford de Biografía Histórica, en 2018.

Es presidenta de la Sociedad Europea para la Historia del Pensamiento Político.

Acaba de publicar Aventuras en democracia. El turbulento mundo del poder popular (Crítica), libro al que el Financial Times eligió como una de las lecturas del año.

Una niña de 14 años espera su turno para saludarla. Erica Benner acaba de participar de un panel en el Hay Festival Segovia, celebrado en un antiguo monasterio del siglo XII, propiedad de la IE University. Benner, filósofa política, habla con dos jóvenes universitarios que han venido a escucharla desde Madrid. Nacida en Tokio y criada en Japón y en los Estados Unidos, ocupó cargos académicos en St. Antony’s College en la Universidad de Oxford, en la London School of Economics y en la Universidad de Yale. Hoy enseña en la Hertie School de Berlín, donde reside. Presidenta de la Sociedad Europea para la Historia del Pensamiento Político, se ha vuelto una referencia en el estudio de las democracias. Su primer libro, Really Existing Nationalisms (1995), y su biografía sobre Maquiavelo, Be Like the Fox: Machiavelli’s Lifelong Quest for Freedom (2018), fueron celebrados por la crítica.

Ahora acaba de publicar Aventuras en democracia. El turbulento mundo del poder popular (Crítica), uno de los libros del año, según The Financial Times, donde analiza distintos hechos del pasado para iluminar el presente. En él reflexiona acerca de la responsabilidad individual en el cuidado de la democracia y analiza el auge de los populismos. “Cuando las personas están desesperadas, buscan a alguien fuerte para darle un poder que transmite una sensación de crecimiento, aunque sea artificial. Pero el hecho de que lo respalden no significa que necesariamente confíen en él”, afirma.

Erica Benner piensa un momento antes de responder a la primera pregunta, que apunta a establecer el origen del actual debilitamiento de las democracias en Occidente. “Si tuviera que brindar una respuesta simple diría que con la desigualdad –responde–. El fenómeno se activa cuando la desigualdad crece y cuando las autoridades no se ocupan de resolverla. Es la gran asesina de las democracias. Esta idea de que tenés un sistema político que les brinda una voz a todos depende de que no haya desigualdad económica. Pero tampoco de otro tipo; por ejemplo, entre hombres y mujeres. La democracia funciona donde las minorías no se sienten ignoradas. Si no cumple con este objetivo, emerge el descontento”.

Las redes sociales y el mundo digital han reducido la calidad del debate público. Han simplificado los mensajes en beneficio de la imagen

–Señala que es un momento en el que deberíamos empezar a pensar en diseñar nuevas instituciones porque muchas de la que conservamos no han sido efectivas. ¿Qué tipo de instituciones?

–Creo que el punto de partida, y es un tema que está siendo cada vez más discutido, es la participación ciudadana. Las asambleas y distintos cuerpos colectivos donde los ciudadanos puedan convertirse en asesores de los gobiernos en políticas particulares. Asambleas donde se vea representada una muestra de la ciudadanía mediante una selección al azar, con sus demografías, contextos e ideologías políticas diversas. Puede ser una participación presencial u online, amplia o más reducida, a modo de jurado. Pero lo importante es que los mensajes de la ciudadanía lleguen a las autoridades.

–¿Con qué periodicidad deberían reunirse estos cuerpos colectivos? ¿O deberían funcionar de modo permanente?

–La idea es que no sean permanentes, para que no sufran la influencia de determinado interés. Más bien, los ciudadanos podrían ser reunidos para ocasiones específicas, de modo que los integrantes de estos cuerpos se vayan renovando periódicamente. El objetivo es desprofesionalizar la política para que quienes la ejercen entren y salgan de la función pública sin buscar permanecer para siempre en el poder. Esta es la idea que tenía la democracia en Atenas, así como la república romana y la República de Florencia. En ellas el punto clave era que nadie podía estar demasiado tiempo en el poder, para que no pudiera acumularlo. Si alguien permanecía en él más tiempo de lo debido, no lo hacía oficialmente, sino que se convertía en tirano.

–O se comportaban como tiranos…

–Sí, como el gran Pericles. Las personas piensan que fue la gran voz de la democracia, pero en realidad estuvo durante cuarenta años en el poder. Era un demagogo.

–Escribe a menudo sobre el concepto de hibris, es decir, sobre el modo en el que ciertos líderes tienden a la desmesura y la arrogancia, al punto de cometer bullying contra determinados sectores. ¿Cómo definiría este comportamiento?

–Es un sentido exagerado del poder por parte de quien lo posee. La hibris supone un sentido de la propia fuerza y una sensación de privilegio peligrosamente irreales. Los contagiados de hibris ignoran que el poder tiene sus límites. Los ciudadanos de democracias sólidas también pueden contagiarse del virus de la hibris y caer en la tentación del poder, la riqueza y la fama. Una de las señales más claras de hibris es creer que uno mismo o la propia democracia son inmunes a ella.

–¿Este tipo de líderes se hacen fuertes porque los ciudadanos se lo permitimos? ¿Qué cataliza la proliferación de la hibris en tantos mandatarios de la actualidad alrededor del globo?

–En el liderazgo siempre ha habido hibris, desde la Antigüedad. Heródoto ha escrito sobre la hibris de ciertos líderes, como la del déspota Jerjes, de Persia, quien sobrestimó su propio poder e intentó conquistar a todos los griegos. La pregunta que nos deberíamos hacer es de qué modo podemos evitar que los líderes se conviertan en tiranos. Porque es algo casi natural: quienes están en el poder quieren más poder para que su autoridad e influencia se ejerza de modo efectivo y exitoso. Debemos estudiar la cuestión de la inestabilidad social, porque estas personalidades desmesuradas emergen en contextos donde las personas sin poder buscan una especie de mesías que, precisamente, acumule poder. Cuando las personas están desesperadas, buscan a alguien fuerte para darle un poder que transmite una sensación de crecimiento, aunque sea artificial. Pero el hecho de que lo respalden no significa que necesariamente confíen en él.

–¿En qué momento o ante qué actitud los ciudadanos de una democracia republicana deben preocuparse por el accionar de un líder al frente del Estado?

–Hay situaciones en las que la democracia empieza a sentirse como un monólogo y no como un escenario donde se baten a duelo sin violencia diferentes puntos de vista. Los aspirantes a tiranos intentan monopolizar los canales de información y penalizar las opiniones de los opositores.

Un tema cada vez más discutido para revitalizar a las democracias es la participación ciudadana, en asambleas o distintos cuerpos colectivos

–Uno de los problemas de la democracia es el modo en el que algunos gobiernos o líderes avanzan sobre la prensa y sobre los periodistas en particular. Usted escribe que el periodismo es un poder que debe proveer información chequeada. ¿De qué modo puede continuar prestando ese servicio cuando se multiplican los ataques desde el poder?

– Creo que lo que estamos viendo hoy en el terreno digital es que el periodismo no se rinde y que sigue luchando. No se ha amedrentado. Y lo importante es que no cese la corroboración de la información que publica.

–En algunas democracias su trabajo se complica. En la Argentina, por ejemplo, el Gobierno ha limitado el acceso a la información pública mediante un decreto.

–Aquí es donde yo quiero preguntarte sobre la Argentina, porque no conozco bien el contexto. En estas cuestiones la historia del país es relevante, el modo en el que la democracia fue formada importa, así como también el modo en el que sus instituciones funcionan para mantener la estabilidad democrática. Es importante saber de dónde venimos, pero también hacia qué democracia estamos yendo. Convivimos con muchas decisiones y personas que no nos gustan, pero la premisa debe ser mantener la habilidad para discutir de modo constructivo. Distingo entre lo que llamo incivilidad activa y pasiva. Esto es, entre los insultos y abusos directos, por un lado, y negarse a interactuar con personas que no están de acuerdo con nosotros, por el otro. Esta última es más peligrosa. Las sociedades que tuvieron tormentas y crisis políticas de mayor gravedad, así como momentos de inestabilidad, por ejemplo España, Japón, Alemania, la Argentina y otros países de América Latina, se enfrentan a cuestiones que se mantienen en silencio, cuestiones de los que no se debe hablar y así surge el tabú. Así, las personas que están descontentas estarán más descontentas aún.

Un triunfo de Trump sería un gran desafío para quienes quieren que la democracia signifique que las personas tengan voz y autodeterminación

–¿Cree que hoy los debates en el seno de la sociedad han perdido profundidad? ¿Hay menos racionalidad y más apelación a las pasiones en el discurso político?

–Las redes sociales y el mundo digital han reducido la calidad del debate público. Han simplificado los mensajes e ideas democráticas en beneficio de imágenes. Se busca el impacto visual y emocional, en mensajes que no habilitan una discusión constructiva. Muchos de ellos incluso son difíciles de rebatir, salvo que se pueda probar que se trata de información falsa. Pero, al mismo tiempo, los jóvenes que se criaron con la eclosión de las fake news y con la inteligencia artificial pueden detectar más fácilmente las mentiras. Dicen: “No somos estúpidos”. Gracias a internet las personas se pueden conectar globalmente y esto sigue siendo positivo, porque supone una amenaza para los gobiernos que intentan cometer abusos de poder. “Estos gobiernos intentan asustarnos, vamos a luchar contra eso. Tenemos el poder online”, dicen los que se enfrentan a esos abusos y así desafían a estos líderes. Por ejemplo, en Kenia hay un movimiento prodemocrático muy fuerte y, aunque pongan sus vidas en peligro, estos activistas se levantan contra el gobierno actual.

– Sostiene que debemos empezar, como individuos, a pensar y a actuar consecuentemente para defender la democracia. ¿De qué modo?

–No soy una académica institucional. Soy una académica de filosofía y de historia de las ideas. Debo decir, ante esta pregunta, que mi impresión proviene de lo que hablo con muchas personas, en particular con jóvenes. He advertido, en las protestas de alumnos para terminar la violencia en la Franja de Gaza, un movimiento global. Me parece un dato positivo, siempre que la preocupación no sea tomar partido por Israel o por Palestina, sino que se manifieste por el cese de la violencia en Medio Oriente. En estos reclamos humanitarios surge también un modo de pensar en la democracia y en aquello que se puede hacer por ella en nuestros propios países.

–La Argentina tiene una gran población de origen judía. Tristemente, han surgido también con los reclamos humanitarios discursos antisemitas y de odio. Junto con las voces de personas que quieren democracia y paz, surgen también discursos antisemitas.

–Ha sido shockeante. En Alemania, donde vivo, esto ha sido muy intenso y allí hay una gran población judía. No queremos que regrese el antisemitismo. Lo que no podemos hacer es permitir que se silencien discusiones en torno a la derechos humanos o al abuso gubernamental. Y surge una pregunta, ¿a qué llamábamos antisemitismo antes y a qué llamamos antisemitismo ahora? La diferencia es que el de hoy, motivado por lo que ocurre en Medio Oriente, es político y no racial.

A un líder populista es posible quebrarlo; a un líder autoritario, no. Pero cuidado, un líder populista puede convertirse en autoritario

– Los jóvenes la siguen, la estudian. ¿Por qué considera que es un segmento de la ciudadanía clave para sostener la salud de la democracia?

–Los jóvenes son cruciales para la democracia porque deben mostrar una determinación y una voluntad propias para actuar en un mundo donde todos les dicen que las cosas están fuera de control. Muchos de ellos se sienten indefensos y le temen al mañana. Me preocupa además que tantos jóvenes vivan en el mundo online, lo que indudablemente afecta su existencia. Me refiero en particular al modo en que los incita a la competencia y a la perfección, a partir de las imágenes que circulan en el espacio de la Web.

– En la Argentina el voto es obligatorio. ¿Piensa que debería ser opcional?

– Sugiero que las asambleas ciudadanas sean obligatorias, del mismo modo en el que un juicio por jurados lo es, a la hora de convocar a la ciudadanía. En cuanto al voto, confieso que solo he votado algunas veces en mi vida. No creo que el voto deba ser obligatorio. Hay que contemplar también a quienes no se deciden a quién votar o no les interesa apoyar a ningún líder en particular.

–¿De qué modo distinguiría el populismo de un gobierno autoritario?

– Hay un amplio espectro entre ambos. En cada caso concreto hay que analizar los conflictos particulares de la sociedad en cuestión, y también el modo en el que actúan las instituciones. Cuando hay insatisfacción social, los ciudadanos le brindan una gran cuota de poder a un líder. Hoy llamaríamos populista al demagogo, una figura que ha existido siempre, cuyo poder depende del apoyo del pueblo. Pero hay una diferencia. A un líder populista es posible quebrarlo; a un líder autoritario, no. Pero cuidado, un líder populista puede convertirse en un líder autoritario. Si esto ocurre, es mejor no entrar en pánico. Se necesitan personas reflexivas que adviertan sobre lo que está pasando.

–¿Cómo se verá afectada mundialmente la democracia si Donald Trump gana las elecciones en Estados Unidos?

– Será un gran desafío para quienes quieren que la democracia signifique que las personas tengan voz y autodeterminación. En la historia, la democracia plena nunca ha tenido una larga vida, pero tras cada caída se ha levantado en busca soluciones y nuevas vías. Si llegara a ganar Trump, será también una invitación para ser más creativos.

EXPERTA EN HISTORIA DE LAS IDEAS

Perfil: Erica Benner

De origen británico, Erica Benner nació en Tokio y creció en Japón y en el Reino Unido.

Obtuvo su doctorado en Filosofía por Oxford.

Especializada en la historia de las ideas políticas, ha ocupado cargos académicos en el St. Antony’s college de Oxford, en la London School of Economics y en la Universidad de Yale.

Hoy enseña en la Hertie School de Berlín, donde reside

Es autora de varios libros, entre ellos Really Existing Nationalisms (1995) y Be Like the Fox. Machiavelli’s Lifelong Quest for Freedom (2017), nominado a mejor libro de 2017 por el diario The Guardian y al premio Elizabeth Longford de Biografía Histórica, en 2018.

Es presidenta de la Sociedad Europea para la Historia del Pensamiento Político.

Acaba de publicar Aventuras en democracia. El turbulento mundo del poder popular (Crítica), libro al que el Financial Times eligió como una de las lecturas del año.

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