Una guerra terrestre contra Hezbollah sería un nuevo pantano sin salida para Israel
WASHINGTON.- Si quieren ver cómo un país se termina metiendo en una guerra sin salida, el actual conflicto en rápida escalada entre Israel y Hezbollah es un ejemplo de manual.
Desde el atroz ataque del 7 de octubre de Hamas contra Israel, la agrupación terrorista Hezbollah, financiada por Irán y con base en el Líbano, viene demostrando su apoyo a sus socios del “eje de la resistencia” con una implacable lluvia de cohetes y drones explosivos sobre el norte de Israel. Unos 60.000 israelíes tuvieron que evacuar sus hogares y todavía no pudieron volver, ni siquiera ante el inicio del nuevo año escolar. En uno de los ataques más cruentos, uno de los cohetes de Hezbollah mató a 12 niños en los Altos del Golán.
Sin embargo, ni Israel ni Hezbollah buscaban una guerra a todo o nada: Israel quería concentrarse en terminar con Hamas, y Hezbollah temía sufrir una devastadora represalia de las poderosas Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Hubo algunos intercambios de fuego a través de la frontera norte de Israel durante casi un año, pero ambos bandos parecían satisfechos con poder mantener relativamente contenido el nivel de hostilidad.
Pero ese nivel empezó a escalar la semana pasada, cuando Israel lanzó una sofisticada operación encubierta que hizo detonar miles de beepers y handies cargados secretamente con explosivos. Fuentes de Hezbollah le dijeron a la agencia Reuters que 1500 de sus combatientes habían quedado de licencia por heridas de diverso tipo. No se sabe por qué Israel decidió ejecutar ese operativo largamente planeado precisamente ahora, pero la prensa israelí especula que la razón más probable fue el temor a que Hezbollah estuviera a punto de descubrir esos planes, lo que puso a Israel ante la disyuntiva del “ahora o nunca”.
Tras ejecutar el ataque encubierto, Israel lo siguió con una seguidilla de ataques aéreos donde mató a Ibrahim Aqil, comandante de la unidad de operaciones especiales de Hazbollah, la Fuerza Redwan; a Ibrahim Qubaisi, comandante de la fuerza de cohetes de Hezbollah, y a otros importantes cuadros de la organización terrorista. Y esta semana, las FDI extendieron su campaña de bombardeos para atentar no solo contra los comandantes de Hezbollah en el sur de Beirut, sino también contra las instalaciones de misiles de Hezbollah en el sur del Líbano.
Israel afirma haber hecho blanco en más de 1500 objetivos, mientras que el Ministerio de Salud del Líbano informó que hasta el lunes se registraba la muerte de casi 600 personas y más de 1800 heridos de diversa gravedad (no diferenció entre combatientes y no combatientes.)
No hay duda de que las FDI dañaron seriamente la capacidad de Hezbollah, pero también hay pocas pruebas de que alcance para detener los ataques sobre el norte de Israel. El Instituto para el Estudio de la Guerra, un centro de estudios con sede en Washington, señaló que “a pesar de la actual campaña aérea israelí, Hezbollah probablemente seguirá atacando con cohetes el norte de Israel”. De hecho, el miércoles lanzó un misil balístico hacia Tel Aviv que interceptado, pero la defensa aérea israelí tendría problemas si Hezbollah llegase a desplegar todo su arsenal, que se estima entre los 150.000 y 200.000 cohetes y misiles.
Desde la perspectiva de Israel, el mejor escenario sería que su campaña aérea convenciera a Hezbollah de declarar un alto el fuego que permita que los residentes del norte de Israel regresen a sus hogares. Pero las campañas aéreas por sí solas rara vez, por no decir nunca, le alcanzaron a ningún país para cumplir sus objetivos militares: para derrotar decisivamente a un enemigo, normalmente hace falta una acción por tierra.
El miércoles, el teniente general Herzi Halevi, jefe del Estado Mayor de las FDI, dio indicios de que la incursión por tierra puede ser inminente. Sabiendo lo mal que le ha ido a Israel en el pasado con este tipo de ofensivas, es notable que ahora la mayoría de los israelíes apoyen, de ser necesaria, una incursión terrestre en el Líbano.
Invasión a gran escala
En 1982, en respuesta a los ataques terroristas de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) desde el sur del Líbano, las FDI lanzaron una gran invasión a gran escala y llegó hasta las puertas de Beirut. Pero las esperanzas israelíes de instalar un régimen amigable gobernado por los cristianos del Líbano se evaporaron casi de inmediato. Por el contrario, la invasión israelí condujo al nacimiento de Hezbollah, uno de los grupos terroristas más letales del mundo.
De hecho, los atentados suicidas fueron una táctica iniciada por Hezbollah que luego fue adoptada por Al-Qaeda y otras organizaciones. Las FDI se pasaron dos décadas ocupando una “zona de seguridad” en el sur del Líbano, hasta que en 2000 finalmente bajaron los brazos y se retiraron a Israel.
Seis años después, en 2006, tras un ataque transfronterizo de Hezbollah, las FDI volvieron a ingresar al Líbano. La Segunda Guerra del Líbano duró 34 días, a Israel le costó la vida de 119 soldados y 43 civiles -murieron unos 1200 libaneses- y el conflicto quedó en punto muerto. Las milicias altamente motivadas de Hezbollah demostraron suma habilidad para emboscar a los tanques y la infantería israelíes en las aldeas del sur libanés. Posteriormente, una comisión investigadora israelí acusó al gobierno de Ehud Olmert y a las FDI por “graves errores de juicio, responsabilidad y prudencia” durante esa guerra.
Las FDI probablemente descubrirán que hoy Hezbollah es un adversario incluso más formidable que en 2006: se calcula que tiene entre 40.000 y 50.000 combatientes, muchos de ellos con amplia experiencia de combate en Siria, donde lucharon en nombre del detestable régimen de Bashar al-Assad.
Además, Hezbollah no es fácilmente aislable del mundo exterior: el Líbano tiene una larga frontera con Siria, una extensa costa y un importante aeropuerto internacional, todas cosas que Irán puede usar para reabastecer a su aliado. Y al igual que Hamas, ha construido una extensa red de túneles imposibles de cartografiar o destruir.
Como quedó demostrado en 2006, las milicias de Hezbollah, a diferencia de los ejércitos árabes convencionales, pueden tomar la iniciativa y actuar sin órdenes de sus superiores. Y los misiles de Hezbollah están escondidos debajo de las casas particulares: cualquier intento de destruirlos conducirá inevitablemente a más víctimas civiles y a mayor indignación internacional contra Israel.
Si atacara sobre el terreno, Israel fácilmente podría quedar atrapado en otro pantano sin salida. Pero si no lo hace, tal vez tampoco pueda frenar los intolerables ataques sobre el norte de su territorio. Y nadie sabe si el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, tiene o no una estrategia para abordar este desconcertante dilema estratégico.
Pero tampoco está claro que Hassan Nasrallah, líder de Hezbollah, tenga una estrategia de salida. En su afán por demostrar su apoyo a Hamas, le está causando un grave daño a su propia organización y a la sociedad del Líbano en general. La mayoría de los libaneses no tienen ninguna gana de verse arrastrados a una guerra iniciada por Hezbollah -según una reciente encuesta, sólo tres de cada diez libaneses expresaron bastante o mucha confianza en la organización-, pero en este asunto no tienen ni voz ni voto. Así, ambos enemigos caminan sonámbulos hacia el abismo.
Max Boot
Traducción de Jaime Arrambide
WASHINGTON.- Si quieren ver cómo un país se termina metiendo en una guerra sin salida, el actual conflicto en rápida escalada entre Israel y Hezbollah es un ejemplo de manual.
Desde el atroz ataque del 7 de octubre de Hamas contra Israel, la agrupación terrorista Hezbollah, financiada por Irán y con base en el Líbano, viene demostrando su apoyo a sus socios del “eje de la resistencia” con una implacable lluvia de cohetes y drones explosivos sobre el norte de Israel. Unos 60.000 israelíes tuvieron que evacuar sus hogares y todavía no pudieron volver, ni siquiera ante el inicio del nuevo año escolar. En uno de los ataques más cruentos, uno de los cohetes de Hezbollah mató a 12 niños en los Altos del Golán.
Sin embargo, ni Israel ni Hezbollah buscaban una guerra a todo o nada: Israel quería concentrarse en terminar con Hamas, y Hezbollah temía sufrir una devastadora represalia de las poderosas Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Hubo algunos intercambios de fuego a través de la frontera norte de Israel durante casi un año, pero ambos bandos parecían satisfechos con poder mantener relativamente contenido el nivel de hostilidad.
Pero ese nivel empezó a escalar la semana pasada, cuando Israel lanzó una sofisticada operación encubierta que hizo detonar miles de beepers y handies cargados secretamente con explosivos. Fuentes de Hezbollah le dijeron a la agencia Reuters que 1500 de sus combatientes habían quedado de licencia por heridas de diverso tipo. No se sabe por qué Israel decidió ejecutar ese operativo largamente planeado precisamente ahora, pero la prensa israelí especula que la razón más probable fue el temor a que Hezbollah estuviera a punto de descubrir esos planes, lo que puso a Israel ante la disyuntiva del “ahora o nunca”.
Tras ejecutar el ataque encubierto, Israel lo siguió con una seguidilla de ataques aéreos donde mató a Ibrahim Aqil, comandante de la unidad de operaciones especiales de Hazbollah, la Fuerza Redwan; a Ibrahim Qubaisi, comandante de la fuerza de cohetes de Hezbollah, y a otros importantes cuadros de la organización terrorista. Y esta semana, las FDI extendieron su campaña de bombardeos para atentar no solo contra los comandantes de Hezbollah en el sur de Beirut, sino también contra las instalaciones de misiles de Hezbollah en el sur del Líbano.
Israel afirma haber hecho blanco en más de 1500 objetivos, mientras que el Ministerio de Salud del Líbano informó que hasta el lunes se registraba la muerte de casi 600 personas y más de 1800 heridos de diversa gravedad (no diferenció entre combatientes y no combatientes.)
No hay duda de que las FDI dañaron seriamente la capacidad de Hezbollah, pero también hay pocas pruebas de que alcance para detener los ataques sobre el norte de Israel. El Instituto para el Estudio de la Guerra, un centro de estudios con sede en Washington, señaló que “a pesar de la actual campaña aérea israelí, Hezbollah probablemente seguirá atacando con cohetes el norte de Israel”. De hecho, el miércoles lanzó un misil balístico hacia Tel Aviv que interceptado, pero la defensa aérea israelí tendría problemas si Hezbollah llegase a desplegar todo su arsenal, que se estima entre los 150.000 y 200.000 cohetes y misiles.
Desde la perspectiva de Israel, el mejor escenario sería que su campaña aérea convenciera a Hezbollah de declarar un alto el fuego que permita que los residentes del norte de Israel regresen a sus hogares. Pero las campañas aéreas por sí solas rara vez, por no decir nunca, le alcanzaron a ningún país para cumplir sus objetivos militares: para derrotar decisivamente a un enemigo, normalmente hace falta una acción por tierra.
El miércoles, el teniente general Herzi Halevi, jefe del Estado Mayor de las FDI, dio indicios de que la incursión por tierra puede ser inminente. Sabiendo lo mal que le ha ido a Israel en el pasado con este tipo de ofensivas, es notable que ahora la mayoría de los israelíes apoyen, de ser necesaria, una incursión terrestre en el Líbano.
Invasión a gran escala
En 1982, en respuesta a los ataques terroristas de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) desde el sur del Líbano, las FDI lanzaron una gran invasión a gran escala y llegó hasta las puertas de Beirut. Pero las esperanzas israelíes de instalar un régimen amigable gobernado por los cristianos del Líbano se evaporaron casi de inmediato. Por el contrario, la invasión israelí condujo al nacimiento de Hezbollah, uno de los grupos terroristas más letales del mundo.
De hecho, los atentados suicidas fueron una táctica iniciada por Hezbollah que luego fue adoptada por Al-Qaeda y otras organizaciones. Las FDI se pasaron dos décadas ocupando una “zona de seguridad” en el sur del Líbano, hasta que en 2000 finalmente bajaron los brazos y se retiraron a Israel.
Seis años después, en 2006, tras un ataque transfronterizo de Hezbollah, las FDI volvieron a ingresar al Líbano. La Segunda Guerra del Líbano duró 34 días, a Israel le costó la vida de 119 soldados y 43 civiles -murieron unos 1200 libaneses- y el conflicto quedó en punto muerto. Las milicias altamente motivadas de Hezbollah demostraron suma habilidad para emboscar a los tanques y la infantería israelíes en las aldeas del sur libanés. Posteriormente, una comisión investigadora israelí acusó al gobierno de Ehud Olmert y a las FDI por “graves errores de juicio, responsabilidad y prudencia” durante esa guerra.
Las FDI probablemente descubrirán que hoy Hezbollah es un adversario incluso más formidable que en 2006: se calcula que tiene entre 40.000 y 50.000 combatientes, muchos de ellos con amplia experiencia de combate en Siria, donde lucharon en nombre del detestable régimen de Bashar al-Assad.
Además, Hezbollah no es fácilmente aislable del mundo exterior: el Líbano tiene una larga frontera con Siria, una extensa costa y un importante aeropuerto internacional, todas cosas que Irán puede usar para reabastecer a su aliado. Y al igual que Hamas, ha construido una extensa red de túneles imposibles de cartografiar o destruir.
Como quedó demostrado en 2006, las milicias de Hezbollah, a diferencia de los ejércitos árabes convencionales, pueden tomar la iniciativa y actuar sin órdenes de sus superiores. Y los misiles de Hezbollah están escondidos debajo de las casas particulares: cualquier intento de destruirlos conducirá inevitablemente a más víctimas civiles y a mayor indignación internacional contra Israel.
Si atacara sobre el terreno, Israel fácilmente podría quedar atrapado en otro pantano sin salida. Pero si no lo hace, tal vez tampoco pueda frenar los intolerables ataques sobre el norte de su territorio. Y nadie sabe si el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, tiene o no una estrategia para abordar este desconcertante dilema estratégico.
Pero tampoco está claro que Hassan Nasrallah, líder de Hezbollah, tenga una estrategia de salida. En su afán por demostrar su apoyo a Hamas, le está causando un grave daño a su propia organización y a la sociedad del Líbano en general. La mayoría de los libaneses no tienen ninguna gana de verse arrastrados a una guerra iniciada por Hezbollah -según una reciente encuesta, sólo tres de cada diez libaneses expresaron bastante o mucha confianza en la organización-, pero en este asunto no tienen ni voz ni voto. Así, ambos enemigos caminan sonámbulos hacia el abismo.
Max Boot
Traducción de Jaime Arrambide
Ni un bando ni el otro parecen tener una estrategia para “el día después” del conflicto, que acrecentó los temores en Medio Oriente LA NACION