Un desenlace con impacto directo en la Argentina
La proclamación del triunfo electoral por parte del gobierno venezolano y la consecuente reelección por segunda vez de Nicolás Maduro como presidente significa bastante más que la continuidad de un régimen autocrático en unas elecciones sospechadas y cuyo resultado la oposición desconoce.
Se abre ahora la puerta hacia un escenario aún más complejo e incierto que todo lo conocido, tanto en el plano interno de ese país, como en el internacional. Un panorama que tendrá implicancias, especialmente, en la región. Nada ha terminado. Todo vuelve a empezar.
Lo ocurrido en Venezuela anoche no es ni será indiferente para la Argentina, no solo por una cuestión de principios o de valores, sino también por consecuencias prácticas. Los casi 200.000 venezolanos radicados en el país, muchos de los cuales ayer se hicieron oír y ver en las calles porteñas, son la encarnación de esa cercanía y de su influencia en la vida cotidiana argentina. Pero también más que eso.
El confuso y tardío desenlace electoral reinstala al gobierno argentino como uno de los adversarios notorios del régimen chavista y, al mismo tiempo, repone una polarización en la política nacional que la llegada de Javier Milei a la Presidencia había reconfigurado o licuado, y parecía condenada a ser pasado.
La elección venezolana vuelve a instalar la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo, que dividió y ordenó la escena política argentina durante dos décadas, como si no hubieran pasado demasiadas cosas en la Argentina en los últimos diez meses, cuando el establishment político fue castigado en las urnas.
Por sus vínculos pasados y también por los que todavía mantiene, de un lado queda nuevamente el kirchnerismo puro y duro, alineado con el régimen de Nicolás Maduro, y que, con algunos representantes en Venezuela como veedores, convalida el resultado que instaló el régimen y que muchos observadores, no solo los dirigentes opositores, cuestionan o rechazan de plano.
Del otro lado, más allá de la postura más radicalizada del Gobierno y de muchos matices internos, queda el espacio recreado del antikirchnerismo en el que conviven los libertarios de Javier Milei junto a lo que fue Juntos por el Cambio, incluidos los que no se han sumado ni quieren sumarse al oficialismo y tienen aún muchos cuestionamientos a sus políticas domésticas y externas. También, sectores del peronismo que no quiere volver a quedar bajo la mano kirchnerista y ahora podrían encontrar un nuevo motivo (o excusa) para marcar su distancia.
Tiene lógica esa reposición de la vieja grieta, que convierte al caso venezolano en un presente perpetuo de la realidad local. Hace ya un cuarto de siglo que Venezuela está dominada por el mismo signo político devenido en un régimen autocrático liso y llano, al que casi todo el mundo le ha solado la mano o se ha distanciado, incluidos los gobiernos progresistas de Colombia y Brasil, cuyos presidentes, en especial el brasileño Lula da Silva, habían sido hasta hace muy poco aliados y que en los momentos más críticos actuaban una neutralidad funcional al régimen chavista.
Las excepciones son y seguirán siendo los apoyos estratégicos del chavismo (China, Rusia, Irán y Cuba), que no se caracterizan por tener gobiernos democráticos. También sus aliados políticos de varios países democráticos, incluida la Argentina, sea por convicción y/o por beneficios, enrolados en la izquierda populista internacional, en la cual tiene un lugar destacado el núcleo duro kirchnerista.
El chavismo lleva demasiados años administrando a su arbitrio símbolos, como la condición de resistentes al “imperialismo yanki”, e ingentes recursos con los que ha alimentado ese soporte internacional. A pesar de las evidencias y pruebas concretas de la falta de libertades, de corrupción, de negocios espurios y de las violaciones de derechos humanos básicos por parte del régimen, sus aliados internacionales se mantienen firmes.
En esta divisoria de aguas y en consonancia con su inserción internacional, alineado con los Estados Unidos, el gobierno nacional mostró claramente su apoyo absoluto a la oposición encabezada por Corina Machado y su candidato Edmundo González Urrutia, así como un enfrentamiento abierto con el gobierno de Venezuela, que Milei alimentó desde su llegada a la Presidencia.
Declaraciones de guerra
La reunión de ministros del Gobierno ayer en la plaza Seeber, cercana a la embajada venezolana, junto a legisladores del Pro y de la Coalición Cívica, al lado de exiliados venezolanos que viven en la Argentina, entre los que se destacaba Elisa Trotta, exembajadora del expresidente interino de Juan Guaidó (nunca reconocido por el régimen) construyeron la inicial foto dominante de la tensa espera de los resultados.
Las fuertes declaraciones de la canciller Diana Mondino y de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich no dejaron lugar a dudas sobre la decisión de intervenir en la política interna de Venezuela. Tanto o más que lo que lo hizo entre 2015 y 2019 el gobierno de Mauricio Macri, que conformó el Grupo de Lima y reconoció al gobierno interino de Guaidó, así como a sus representantes en el país.
En ese plano sobresalió luego el durísimo tuit que Milei encabezó con un estridente: “DICTADOR MADURO, AFUERA!!!” (sic, en mayúsculas), antes de que el Consejo Electoral de Venezuela anunciara el resultado.
Así, mientras la oposición venezolana todavía prefería mostrarse prudente y cautelosa, el Presidente resolvió dar por ganador al candidato opositor y advirtió que no reconocería un triunfo del oficialismo por considerarlo un intento de fraude.
El mensaje del Presidente fue respondido virulentamente en a red X por el canciller venezolano Yvan Gil, que calificó a Milei de “nazi nauseabundo” para luego calificar el resultado electoral de “victoria aplastante” de Maduro, “señal inequívoca que nuestros pueblos derrotaran el fascismo que promueves”.
El propio Maduro, tras proclamarse ganador, apuntó contra “el club de fascistas de América Latina” e inmediatamente señaló al argentino. “Milei, no me aguantas un round. Bicho cobarde, traidor a la patria, fascista”, le espetó desde el escenario de su búnker, para cerrar: “Debe estar reventándose con su cara de monstruo porque es feo además y estúpido”. Declaraciones de guerra.
A Milei lo había precedido la ministra de Relaciones Exteriores en las redes sociales con un mensaje poco habitual en las prácticas diplomáticas en el que demandaba a Nicolás Maduro que reconociera “la derrota” y daba por hecho un rotundo triunfo de González Urrutia cuando todavía no se conocía ningún dato oficial del escrutinio y las dudas seguían instaladas.
Horas antes, durante la tensa vigilia del resultado electoral, el Presidente había retuiteado el posteo de Machado en la red X, hecho el viernes pasado, en el que expresaba su agradecimiento por el respaldo de Milei y de la cancillería argentina. El Gobierno lo consideraba una condecoración. Casi tanto como los insultos que le ha dedicado Maduro durante la campaña electoral y que Milei ha respondido con similar énfasis y temor. Enemigos perfectos, que anticipan una ruptura inevitable de relaciones. Si es que algo se puede anticipar. Y tal vez no sea eso lo peor que podría ocurrir y puede preverse en estas horas más que confusas.
El gobierno argentino no solo procura reafirmar así su ubicación sin matices en el concierto internacional. También es un intento de capitalizar (más para consumo interno que por posicionamiento externo) su apoyo a una oposición renovada y unificada que se propuso decretar el fin del chavismo, tras un cuarto de siglo.
Beneficios adicionales
Al mismo tiempo, Milei se pone en la primera fila de los detractores internacionales de un régimen que hoy asoma más ilegítimo que nunca, destinado a las bases electorales del mileísmo, que encuentran en el régimen venezolano el contradictor perfecto de su cosmovisión. Nitidez absoluta. Una identidad sin fisuras.
De la misma manera, reafirma su pertenencia al cuadrante internacional que va del centro a la derecha, con el beneficio de quedar al lado de muchos referentes que cultivan la democracia liberal y son abanderados de un republicanismo sin ambages, más consistente que el que profesa y, sobre todo, practica el gobierno libertario en la Argentina.
En el plano práctico, la autoproclamación de la victoria por parte del régimen le permite a Milei preservar su novedosa centralidad en la región y, al mismo tiempo, mantenerse, sin una competencia nueva como probable destinatario de apoyos económicos y financieros (públicos y privados) en función de su proclamado respeto a la propiedad privada y la libertad de mercado.
Si como advirtió un banco internacional y varios analistas, un triunfo de Edmundo González Urrutia podría haber derivado importantes fondos de asistencia, préstamos e inversiones para la reconstrucción de Venezuela, el resultado negativo para la oposición venezolana podría tener un costado positivo para la gestión de Milei.
En el Gobierno prefieren desconocer o relativizar esos análisis. Y no solo para que no sea visto como un acto de mezquindad. También, lo hacen para sostener la narrativa sobre el atractivo sin competencia que la argentina mileísta encarnaría para inversores y organismos multilaterales de crédito, a pesar de que aún todos ellos muestran cautela o desconfianza respecto del país.
De todas maneras, el más que opaco desenlace del proceso electoral venezolano, augura muchas otras derivaciones aún más complejas, tanto para la propia Venezuela, como para la región y para la Argentina en particular.
Si Caracas ya era una cabeza de playa en el subcontinente de países como China, Rusia e Irán, y enemigo declarado de los Estados Unidos, la posible perpetuación del régimen tendería a profundizar esas alianzas. La tensión podría alcanzar de esa manera picos inquietantes.
Será un dato crucial la posición que adopte Brasil frente a esta situación. La toma de distancia que Lula da Silva pareció haber tomado en los días previos al demandar a Maduro que aceptara el resultado de las urnas será puesta a prueba con este escenario controversial. Habrá que ver si Venezuela sirve para acercar o para alejar más a Buenos Aires de Brasilia de lo que ya están.
El protagonismo de Milei y su gobierno en el escenario internacional encuentra ahora un nuevo estímulo y un motivo para reforzar su demanda de apoyo a los países democráticos occidentales, empezando por los Estados Unidos, y de los organismos multilaterales de crédito, con el FMI a la cabeza. Pero en un contexto más complicado y más tenso.
El opaco desenlace de la elección venezolana tiene y tendrá muchas reverberaciones en la Argentina.
La proclamación del triunfo electoral por parte del gobierno venezolano y la consecuente reelección por segunda vez de Nicolás Maduro como presidente significa bastante más que la continuidad de un régimen autocrático en unas elecciones sospechadas y cuyo resultado la oposición desconoce.
Se abre ahora la puerta hacia un escenario aún más complejo e incierto que todo lo conocido, tanto en el plano interno de ese país, como en el internacional. Un panorama que tendrá implicancias, especialmente, en la región. Nada ha terminado. Todo vuelve a empezar.
Lo ocurrido en Venezuela anoche no es ni será indiferente para la Argentina, no solo por una cuestión de principios o de valores, sino también por consecuencias prácticas. Los casi 200.000 venezolanos radicados en el país, muchos de los cuales ayer se hicieron oír y ver en las calles porteñas, son la encarnación de esa cercanía y de su influencia en la vida cotidiana argentina. Pero también más que eso.
El confuso y tardío desenlace electoral reinstala al gobierno argentino como uno de los adversarios notorios del régimen chavista y, al mismo tiempo, repone una polarización en la política nacional que la llegada de Javier Milei a la Presidencia había reconfigurado o licuado, y parecía condenada a ser pasado.
La elección venezolana vuelve a instalar la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo, que dividió y ordenó la escena política argentina durante dos décadas, como si no hubieran pasado demasiadas cosas en la Argentina en los últimos diez meses, cuando el establishment político fue castigado en las urnas.
Por sus vínculos pasados y también por los que todavía mantiene, de un lado queda nuevamente el kirchnerismo puro y duro, alineado con el régimen de Nicolás Maduro, y que, con algunos representantes en Venezuela como veedores, convalida el resultado que instaló el régimen y que muchos observadores, no solo los dirigentes opositores, cuestionan o rechazan de plano.
Del otro lado, más allá de la postura más radicalizada del Gobierno y de muchos matices internos, queda el espacio recreado del antikirchnerismo en el que conviven los libertarios de Javier Milei junto a lo que fue Juntos por el Cambio, incluidos los que no se han sumado ni quieren sumarse al oficialismo y tienen aún muchos cuestionamientos a sus políticas domésticas y externas. También, sectores del peronismo que no quiere volver a quedar bajo la mano kirchnerista y ahora podrían encontrar un nuevo motivo (o excusa) para marcar su distancia.
Tiene lógica esa reposición de la vieja grieta, que convierte al caso venezolano en un presente perpetuo de la realidad local. Hace ya un cuarto de siglo que Venezuela está dominada por el mismo signo político devenido en un régimen autocrático liso y llano, al que casi todo el mundo le ha solado la mano o se ha distanciado, incluidos los gobiernos progresistas de Colombia y Brasil, cuyos presidentes, en especial el brasileño Lula da Silva, habían sido hasta hace muy poco aliados y que en los momentos más críticos actuaban una neutralidad funcional al régimen chavista.
Las excepciones son y seguirán siendo los apoyos estratégicos del chavismo (China, Rusia, Irán y Cuba), que no se caracterizan por tener gobiernos democráticos. También sus aliados políticos de varios países democráticos, incluida la Argentina, sea por convicción y/o por beneficios, enrolados en la izquierda populista internacional, en la cual tiene un lugar destacado el núcleo duro kirchnerista.
El chavismo lleva demasiados años administrando a su arbitrio símbolos, como la condición de resistentes al “imperialismo yanki”, e ingentes recursos con los que ha alimentado ese soporte internacional. A pesar de las evidencias y pruebas concretas de la falta de libertades, de corrupción, de negocios espurios y de las violaciones de derechos humanos básicos por parte del régimen, sus aliados internacionales se mantienen firmes.
En esta divisoria de aguas y en consonancia con su inserción internacional, alineado con los Estados Unidos, el gobierno nacional mostró claramente su apoyo absoluto a la oposición encabezada por Corina Machado y su candidato Edmundo González Urrutia, así como un enfrentamiento abierto con el gobierno de Venezuela, que Milei alimentó desde su llegada a la Presidencia.
Declaraciones de guerra
La reunión de ministros del Gobierno ayer en la plaza Seeber, cercana a la embajada venezolana, junto a legisladores del Pro y de la Coalición Cívica, al lado de exiliados venezolanos que viven en la Argentina, entre los que se destacaba Elisa Trotta, exembajadora del expresidente interino de Juan Guaidó (nunca reconocido por el régimen) construyeron la inicial foto dominante de la tensa espera de los resultados.
Las fuertes declaraciones de la canciller Diana Mondino y de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich no dejaron lugar a dudas sobre la decisión de intervenir en la política interna de Venezuela. Tanto o más que lo que lo hizo entre 2015 y 2019 el gobierno de Mauricio Macri, que conformó el Grupo de Lima y reconoció al gobierno interino de Guaidó, así como a sus representantes en el país.
En ese plano sobresalió luego el durísimo tuit que Milei encabezó con un estridente: “DICTADOR MADURO, AFUERA!!!” (sic, en mayúsculas), antes de que el Consejo Electoral de Venezuela anunciara el resultado.
Así, mientras la oposición venezolana todavía prefería mostrarse prudente y cautelosa, el Presidente resolvió dar por ganador al candidato opositor y advirtió que no reconocería un triunfo del oficialismo por considerarlo un intento de fraude.
El mensaje del Presidente fue respondido virulentamente en a red X por el canciller venezolano Yvan Gil, que calificó a Milei de “nazi nauseabundo” para luego calificar el resultado electoral de “victoria aplastante” de Maduro, “señal inequívoca que nuestros pueblos derrotaran el fascismo que promueves”.
El propio Maduro, tras proclamarse ganador, apuntó contra “el club de fascistas de América Latina” e inmediatamente señaló al argentino. “Milei, no me aguantas un round. Bicho cobarde, traidor a la patria, fascista”, le espetó desde el escenario de su búnker, para cerrar: “Debe estar reventándose con su cara de monstruo porque es feo además y estúpido”. Declaraciones de guerra.
A Milei lo había precedido la ministra de Relaciones Exteriores en las redes sociales con un mensaje poco habitual en las prácticas diplomáticas en el que demandaba a Nicolás Maduro que reconociera “la derrota” y daba por hecho un rotundo triunfo de González Urrutia cuando todavía no se conocía ningún dato oficial del escrutinio y las dudas seguían instaladas.
Horas antes, durante la tensa vigilia del resultado electoral, el Presidente había retuiteado el posteo de Machado en la red X, hecho el viernes pasado, en el que expresaba su agradecimiento por el respaldo de Milei y de la cancillería argentina. El Gobierno lo consideraba una condecoración. Casi tanto como los insultos que le ha dedicado Maduro durante la campaña electoral y que Milei ha respondido con similar énfasis y temor. Enemigos perfectos, que anticipan una ruptura inevitable de relaciones. Si es que algo se puede anticipar. Y tal vez no sea eso lo peor que podría ocurrir y puede preverse en estas horas más que confusas.
El gobierno argentino no solo procura reafirmar así su ubicación sin matices en el concierto internacional. También es un intento de capitalizar (más para consumo interno que por posicionamiento externo) su apoyo a una oposición renovada y unificada que se propuso decretar el fin del chavismo, tras un cuarto de siglo.
Beneficios adicionales
Al mismo tiempo, Milei se pone en la primera fila de los detractores internacionales de un régimen que hoy asoma más ilegítimo que nunca, destinado a las bases electorales del mileísmo, que encuentran en el régimen venezolano el contradictor perfecto de su cosmovisión. Nitidez absoluta. Una identidad sin fisuras.
De la misma manera, reafirma su pertenencia al cuadrante internacional que va del centro a la derecha, con el beneficio de quedar al lado de muchos referentes que cultivan la democracia liberal y son abanderados de un republicanismo sin ambages, más consistente que el que profesa y, sobre todo, practica el gobierno libertario en la Argentina.
En el plano práctico, la autoproclamación de la victoria por parte del régimen le permite a Milei preservar su novedosa centralidad en la región y, al mismo tiempo, mantenerse, sin una competencia nueva como probable destinatario de apoyos económicos y financieros (públicos y privados) en función de su proclamado respeto a la propiedad privada y la libertad de mercado.
Si como advirtió un banco internacional y varios analistas, un triunfo de Edmundo González Urrutia podría haber derivado importantes fondos de asistencia, préstamos e inversiones para la reconstrucción de Venezuela, el resultado negativo para la oposición venezolana podría tener un costado positivo para la gestión de Milei.
En el Gobierno prefieren desconocer o relativizar esos análisis. Y no solo para que no sea visto como un acto de mezquindad. También, lo hacen para sostener la narrativa sobre el atractivo sin competencia que la argentina mileísta encarnaría para inversores y organismos multilaterales de crédito, a pesar de que aún todos ellos muestran cautela o desconfianza respecto del país.
De todas maneras, el más que opaco desenlace del proceso electoral venezolano, augura muchas otras derivaciones aún más complejas, tanto para la propia Venezuela, como para la región y para la Argentina en particular.
Si Caracas ya era una cabeza de playa en el subcontinente de países como China, Rusia e Irán, y enemigo declarado de los Estados Unidos, la posible perpetuación del régimen tendería a profundizar esas alianzas. La tensión podría alcanzar de esa manera picos inquietantes.
Será un dato crucial la posición que adopte Brasil frente a esta situación. La toma de distancia que Lula da Silva pareció haber tomado en los días previos al demandar a Maduro que aceptara el resultado de las urnas será puesta a prueba con este escenario controversial. Habrá que ver si Venezuela sirve para acercar o para alejar más a Buenos Aires de Brasilia de lo que ya están.
El protagonismo de Milei y su gobierno en el escenario internacional encuentra ahora un nuevo estímulo y un motivo para reforzar su demanda de apoyo a los países democráticos occidentales, empezando por los Estados Unidos, y de los organismos multilaterales de crédito, con el FMI a la cabeza. Pero en un contexto más complicado y más tenso.
El opaco desenlace de la elección venezolana tiene y tendrá muchas reverberaciones en la Argentina.
La autoproclamación de la victoria por parte de Maduro, le permite a Milei preservar su novedosa centralidad en la región y, al mismo tiempo, mantener su reclamo de apoyos económicos y financieros LA NACION